El bien que hace la empresa
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Uno de los principales retos políticos de la era moderna ha sido la de gestionar la integración de las empresas en la vida de la comunidad civil. Del mismo modo, los pensadores sociales cristianos han luchado para integrar la actividad empresarial en su cuenta de la moral, la justicia y el bien común. Mientras que las disciplinas de economía y derecho nos enseñan mucho sobre el carácter de los negocios contemporáneos, sus descripciones son limitados. Basándose en el concepto de la tradición del derecho natural de los bienes, esta monografía ofrece un tratamiento más completo de la función de las empresas en la sociedad y de sus obligaciones morales. Defiende la importancia de la realización de negocios de bienes privados, y también expone las formas en las que contribuya al bien común.
Robert Kennedy
Robert J. Kennedy teaches theology at St. Peter's College, is a psychotherapist in private practice, and conducts Zen retreats at various centers in the United States and Mexico. He is the author of Zen Spirit/Christian Spirit.
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El bien que hace la empresa - Robert Kennedy
Prefacio
Probablemente haya más cristianos en el mundo de los negocios que en cualquier otra área de trabajo. Esto no tiene que ver con una especial compatibilidad entre el cristianismo y la empresa, sino simplemente a que esta última abarca una gran cantidad de actividades remunerativas de la vida cotidiana. Los negocios están en todas partes. Resulta natural entonces que los cristianos sean participantes activos en las empresas.
No obstante, tal como Robert Kennedy señala en este volumen, el pensamiento social de la Iglesia no ha puesto sobre la empresa el énfasis que su vigencia amerita. Los pensadores cristianos de lo social han ignorado especialmente las formas en que la empresa contribuye al bien común y privado: el bien que genera la empresa
. Con experiencia en el mundo de los negocios y también experto en teología y administración de empresas, el profesor Kennedy comienza a paliar esta deficiencia en este primer número de la Serie de Pensamiento Social Cristiano del año 2006.
Todos los temas tratados anteriormente en esta serie –justicia, trabajo, inmigración, corrupción y derecho de daños– están de algún modo relacionados con los negocios. Cuando los principios de derecho son estables, la empresa se beneficia, pero cuando incumple la ley o participa en prácticas corruptas, se perjudica. De la misma manera, las empresas se ven afectadas por una cultura litigiosa que reprime el impulso emprendedor y la asunción de riesgos, pero contribuyen a dicha cultura al producir artículos dañinos o al actuar de manera legal o moralmente problemática. Las empresas dependen del trabajo calificado y confiable; de hecho, en muchos aspectos las empresas son sus empleados. Al tratar a sus empleados, a sus clientes y a otras empresas de manera justa, las empresas contribuyen al bien común.
En este volumen el profesor Kennedy trata sobre éstas y otras obligaciones morales de y hacia las empresas. En su propuesta nos ayuda a dilucidar cuál es el lugar de la empresa moderna en la sociedad contemporánea. A la luz de la tradición del pensamiento social cristiano, sus puntos de partida son lo que conocemos acerca de la moral a través de la razón y la revelación, y lo que conocemos acerca de los negocios a través de la observación empírica. A través de este método, articula las responsabilidades de la empresa de manera realista y, a la vez, en consonancia con las verdades permanentes de la ley moral.
Entre las investigaciones del profesor Kennedy podemos destacar el actual debate sobre la responsabilidad social
de la empresa, que aborda con una perspectiva original y lúcida. Al parecer, las obligaciones sociales de las empresas son más y menos que lo que muchos contemporáneos creen.
Los empresarios no están libres de pecado y el profesor Kennedy no pretende que las empresas sigan su modelo en todo momento. Lo que presenta es, sin duda, un ideal, pero un ideal que muchas empresas persiguen en sus actividades diarias. En otras palabras, el pensamiento social cristiano ofrece un standard al que hombres y mujeres de empresa pueden y deberían aspirar; ese standard es cumplido, a veces a raja tabla y otras pobremente, por los muchos y diversos individuos que integran las innumerables compañías que pueblan el panorama económico mundial. El desafío no es en esencia diferente del que enfrenta todo cristiano al vivir su vocación.
Kevin Schmiesing
Acton Institute
I
Introducción
Este libro trata sobre el bien que hace la empresa. Más precisamente, es una reflexión, a la luz de la tradición social cristiana, acerca del verdadero rol que las empresas juegan en la vida moderna y su decisiva contribución al bien común de las comunidades en que vivimos.
Si bien no solemos pensar de esta manera, uno de los principales desafíos políticos de la era moderna ha sido articular la integración de las empresas dentro de la vida y estructura de la comunidad civil. Este desafío tuvo sus comienzos en la Europa premoderna, a finales de la Edad Media cuando el comercio y el intercambio empezaron a activarse. Esta necesidad se acentuó con el descubrimiento europeo del Nuevo Mundo y se extendió luego por los continentes bajo la bandera de la Revolución Industrial. Hoy, al hablar de los nuevos
desafíos de la globalización, en realidad sólo estamos señalando un viejo problema que ha tomado dimensiones mundiales.
Mientras que el comercio es tan viejo como las comunidades humanas, la empresa (entendida como un sistema de organización del trabajo y del comercio, que incluye compañías estables y mercados formales) es hija de la civilización. En sus primeras manifestaciones en el mundo antiguo, la empresa era principalmente algo personal (esto es, mercaderes individuales en lugar de compañías) y se ocupaba de bienes que no eran producidos localmente. El mercader era una suerte de agente de transporte, que compraba en un lugar y vendía en otro. Los granjeros y artesanos vendían sus bienes y servicios a sus vecinos más o menos de forma directa. Las grandes fortunas por lo general dependían de la posesión de tierras, y no del éxito comercial. Ciertamente había costumbres y leyes, pero nada tan sistemático como lo que conocemos en la actualidad.
Los bancos y otras organizaciones de comercio se desarrollaron a fines de la Edad Media, pero fueron los primeros signos del verdadero comercio global durante los siglos XV y XVI los que provocaron el desarrollo de un verdadero sistema de negocios. Esto a su vez planteó nuevos desafíos para las estructuras políticas y sociales de la época. Las actividades de las empresas generaron (o al menos sirvieron para acumular) gran cantidad de riquezas. Se expandieron así las fronteras nacionales e incluso las continentales. Junto con las riquezas llegaron el poder y la influencia que podían y lograron rivalizar con los de reyes y príncipes salvo en el control político. ¿Cómo controlar a una organización de comercio si por ejemplo, sus casas matrices se encuentran en Londres, Amsterdam o Madrid pero sus decisiones operativas se toman en Calcuta, Yakarta o Ciudad de Méjico?
La continua expansión del sistema de comercio no sólo desafió a los gobernantes sino también, finalmente, a las estructuras políticas. Como algunos han señalado, parece haber una importante conexión entre el sistema de economía de mercado y las formas democráticas de gobierno.¹ En ausencia de barreras artificiales, un sistema de negocios ignora condiciones como títulos de nobleza o estatus social, aunque sí respeta la astucia, la energía y la determinación. En los lugares en que florecieron los negocios –tal vez como condición para que esto sucediera– los gobiernos se tornaron menos monárquicos y más democráticos.
También aparecieron desafíos culturales. Dado el crecimiento de la actividad económica sistemática en España e Italia, la Iglesia católica se vio forzada a revisar su postura sobre la usura y otras prácticas comerciales. A pesar de que hoy son poco recordados, un conjunto de brillantes teólogos españoles en los siglos XVI y XVII se dedicó a pensar profundamente sobre las nuevas realidades económicas.² Estos trabajos sentaron las bases para la economía moderna.³
En el siglo XIX, con la Revolución Industrial en pleno desarrollo en Inglaterra y Alemania, los desafíos planteados por los negocios a la política y a la cultura eran agudos. Los antiguos patrones de vida, basados en la tierra y los oficios tradicionales, en la aristocracia y la Iglesia, fueron trastocados en una generación. Las nuevas tecnologías, así como las nuevas formas de organización del trabajo y de emplear la riqueza se convirtieron en poderosos agentes de cambio permanente.
Muchos de los cambios trajeron aparejados variados resultados. Por un lado, las manufacturas (y otros bienes) se tornaron accesibles para buena parte de la población que antes nunca hubiera podido adquirirlas. Por otro lado, muchos en Europa pudieron escapar de la opresiva vida de servidumbre rural sólo para entrar en una suerte de nueva servidumbre en pueblos y ciudades industriales. Los vulnerables en el viejo orden también lo eran en el nuevo, sin embargo las protecciones existentes en la sociedad rural a menudo desaparecieron en las fábricas y en las minas.
Debido a los trastornos y la falta de previsibilidad creados por el nuevo sistema comercial, había un deseo natural de administrarlo y controlarlo, tanto por aquellos que habían sido arrastrados en él como por aquellos que deseaban preservar sus posiciones de status y poder. Los intentos por guiar el sistema comercial adoptaron la forma de socialismo (en una desus variantes), distintos sistemas regulatorios, o quizás a través del aprovechamiento de las energías políticas y culturales para contener la marea en favor de estructuras económicas más primitivas.⁴
Al final, por supuesto, ninguno de estos intentos logró