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En México y otros siglos
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En México y otros siglos

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Son quince los relatos que integran este libro, y todos con la ciudad de México como escenografía, en algunos más presente que en otros; pero al fin y al cabo todos con los latidos secretos que encierra una ciudad que ya no existe y que sabemos existió, que sigue allí, ya no igual, aunque siempre dispuesta como un extraordinario motivo para escribirla y describirla. Los relatos revelan un espíritu apasionado por recuperar los acontecimientos de otros tiempos, en particular de la época colonial, de reconstruirlos con las herramientas y las estrategias del arte narrativo y, por supuesto, del conocimiento histórico, de las tradiciones orales que cuenta el pueblo, es decir, todo aquello que merece ser contado. Don Artemio recurre a la ficción y a la historia, para ofrecer un conjunto de relatos que ha dejado para las generaciones actuales, para que no olviden una parte de la historia de México, de su ciudad, de la ciudad de todos los mexicanos.

LanguageEspañol
Release dateJan 7, 2014
ISBN9781940281186
En México y otros siglos

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    En México y otros siglos - Artemio de Valle Arizpe

    Ricardo Martínez Luna

    Valle-Arizpe: cronista

    El libro que el lector tiene en sus manos fue escrito por uno de los más importantes cronistas que ha tenido a lo largo de su historia la Ciudad de México. Nos referimos a don Artemio de Valle-Arizpe, que lo fue a partir de 1942. Cabe decir que el título de cronista de la Ciudad de México fue creado por el rey Carlos I de España y la principal encomienda que tenía la figura de cronista era la de salvaguardar la memoria histórica de una ciudad, de un poblado o de una villa. El primer cronista de la Ciudad de México fue don Francisco Cervantes de Salazar (1558) y a él le siguieron destacados historiadores o literatos, elegidos cuidadosamente por su formación humanística y conocimiento histórico de la ciudad y sobre todo para cumplir un fin supremo: dejar testimonio con su pluma la vida íntima y pública de la ciudad.

    Artemio de Valle-Arizpe fue uno de estos cronistas. Nació en Saltillo, Coahuila, el 25 de enero de 1884 y murió en la ciudad, motivo de sus historias y leyendas, en 1961. Sus prendas intelectuales fueron de alto vuelo. Perteneció a la Academia Mexicana de la Lengua, que el 29 de agosto de1924 lo nombra Correspondiente y el 2 de diciembre de 1931 lo designa Miembro de Número, en reemplazo de su íntimo amigo y escritor también Victoriano Salado Álvarez. Mantuvo relación con los principales escritores de la época como el obispo Ignacio Montes de Oca, el historiador Luis González Obregón o los poetas Manuel José Otón, Luis G. Urbina, Amado Nervo, Enrique González Martínez. Fue un hombre que realizó una intensa labor literaria e histórica, dejando una extensa obra que, por cierto, incluimos en la parte final de este prólogo para no cansar con títulos y fechas al paciente lector.

    Las narraciones que incluye este libro no están dirigidas a especialistas ni a estudiantes de doctorado: están dirigidas a cualquier lector, sea joven o adulto, estudiante o lector que se acerca a los libros por el simple gusto y placer de leerlos. Sin embargo, es crucial que este lector esté dispuesto a dejarse atrapar no sólo por la prosa nítida, sugestiva en imágenes y rica en vocabulario que utiliza nuestro autor, sino por las interesantes y en ocasiones divertidas historias que narra. Tal vez para el lector joven de estas épocas que corren, las historias que aquí se presentan podrán parecerle lejanas en el tiempo, ya sea por los temas o por lo que cuentan; y por tanto sin sentido para su vida presente; pero debemos decirle que eso sólo es en apariencia, pues cuando se acerque a estas narraciones se sentirá dominado por la fuerza misteriosa que encierra la leyenda, los datos históricos, la caracterización de los personajes, la forma encantadora de narrar o sencillamente el placer de imaginar cuando expone con lujo de detalle sobre algunos sucesos acaecidos en la ciudad de México de aquellos tiempos.

    Sí, es una frase hecha, y repetida por los padres o los abuelos, que los tiempos cambian, que ya nada es igual, que el tiempo simplemente pasa, inexorable, sin poder detenerlo, dejando tras de sí calles, nombres, plazas, edificios, casas, conventos, iglesias, objetos, historias de personajes; sin embargo, también se puede afirmar que existe la memoria y la evocación; la capacidad de observar y el arte de narrar. Esto lo demuestra Artemio de Valle-Arizpe en cada uno de los relatos. Su pluma corre con delicadeza lo mismo para describir los objetos de una habitación que para enlazar un acontecimiento histórico con una anécdota divertida.

    Generalmente, cuando nos acercamos a un libro, se nos dice qué es pero pocas veces se nos dice lo que no es. Por ello, el lector debe saber lo que no es este libro. No son estampas de recuerdos, tampoco relatos que describen recuerdos aburridos, no; el hallazgo fundamental es la percepción de que estamos presenciando el pasado desde una óptica diferente, no como simples espectadores, sino como partícipes de algunos momentos excepcionales que registra la historia pública y privada de la ciudad de México.

    Si duda el lector, seleccione al azar cualquier relato: el inicio de cada historia lo atrapará de inmediato, después, sin detenerse, sentirá, al mismo tiempo, la urgencia de saber cómo se resuelve el misterio, se planteará infinidad de preguntas, el porqué del título, se imaginará ese rincón de la ciudad, aparecerá ante sus ojos la vestimenta de la época; pero también de apetecer que la historia no termine, que continúe... Son quince relatos los que encontrará el lector en este libro, todos y cada uno de ellos con la escenografía de la Ciudad de México, en algunos más presente que en otros, pero al fin y al cabo escuchará los latidos secretos que encierra una ciudad que ya no existe pero que sabemos que existió, que sigue allí, ya no igual, aunque siempre dispuesta como un extraordinario motivo para escribirla y describirla.

    Estos relatos revelan un espíritu apasionado por recuperar los acontecimientos de otros tiempos, en particular de la época colonial, de reconstruirlos con las herramientas y las estrategias del arte narrativo y por supuesto del conocimiento histórico, de las tradiciones orales que cuenta el pueblo, es decir, de todo aquello que merece ser contado. En efecto, don Artemio recurre a la ficción y a la historia, ofreciéndonos un conjunto de relatos dignos de leerse tanto en silencio como en voz alta, historias que ha dejado para las generaciones actuales, para que no olviden una parte de la historia de México, de su ciudad, de la ciudad de todos los mexicanos.

    Valle-Arizpe: temas, personajes y leyendas

    ¿Cuáles son los temas de estas historias? ¿Quiénes son sus personajes? ¿Es verdad lo que se cuenta o son simples leyendas? ¿Debemos creer o no todo lo que nos cuenta don Artemio? ¿Existió o no ese fraile, censor de libros, melancólico, triste que cuando se encuentra por primera vez con El Quijote (por cierto el mismo año de su edición: 1605) empieza a reír sin descanso; o ese caballero que antes de clavarle una daga en el pecho a su víctima le pregunta la hora; o ese hombre celoso que desconfía del honor de su mujer; o ese otro que lo consume la avaricia; o ese juez que encarcela a infinidad de bandoleros; o ese arzobispo caritativo, humilde, protector, cortés que de repente pierde el juicio por una discusión teológica y golpea con un palo y quiebra los anteojos a quien le replicó; o esa joven de diecisiete años que su hermano la obliga a casarse con un viejo y queda viuda a los veinte y vuelve a casar al poco tiempo con su virginidad intacta; o aquel funeral de la Marquesa fallecida que al poco tiempo golpea el féretro para poder salir; o a ese personaje histórico, Bolívar, el libertador de América, que siendo un adolescente recorría las calles de la Ciudad de los Palacios y enamoraba a las mexicanas?

    Los temas que presentan estas historias son comunes a todas las épocas: el amor, la envidia, la avaricia, el poder, las creencias, la amistad, los celos, la ambición, la venganza. Los personajes tampoco son del todo lejanos: el hombre envidioso y avaricioso, el sacerdote humilde y caritativo pero no libre de las miserias humanas, el hombre que se ufana del poder y lo ejerce arbitrariamente, o aquellos amigos que se enemistan por una mujer; pero también encontramos personajes históricos como virreyes, obispos o arzobispos. En ese sentido los temas y los personajes no le resultarán ajenos al lector, por lo que le garantizamos que no se sentirá extraviado en ningún momento de la lectura.

    Leyendas mexicanas (1943; recientemente publicada también por Lectorum) es una de las obras más conocidas de don Artemio de Valle-Arizpe, tal vez la más conocida de todas sus obras y por tanto la más popular. Sin embargo, la obra que nos ocupa no desmerece en absoluto, pues don Artemio, fiel a sí mismo, sigue ampliando su colección de leyendas. Y aquí el lector curioso se preguntará: ¿Qué es una leyenda? Breve y sencillamente le podemos decir que una leyenda es la relación de un suceso, de un acontecimiento que puede o no tener base histórica y que se transmite por tradición oral o escrita. Los sucesos que relata comúnmente la leyenda se destacan por estar encima de lo histórico y lo verdadero, por lo que se presentan ante nuestros ojos como acontecimientos difíciles de creer o historias imaginarias que retan nuestra razón. Por lo anterior y como respuesta a la pregunta que se planteaba líneas arriba respecto si creer o no lo que nos cuenta don Artemio, consideremos que estamos ante narraciones completamente ficticias; algunas otras, sin dejar de ser ficticias pero con bases históricas. En ese sentido se le pide al lector cierta credulidad, pues no está frente a un hecho histórico como tal, sino ante una serie de historias en donde no siempre se distingue la frontera entre la verdad histórica y la ficción.

    Así pues, la historia y la ficción no deben confundirse. Por ejemplo, el historiador puede incorporar en el relato histórico algunos elementos de la ficción, como palabras pronunciadas por personajes históricos, siempre y cuando estén comprobadas históricamente, y con la idea de hacer más interesante el relato, pero de ninguna manera puede inventar hechos, lugares, fechas o nombres. No se puede permitir esas licencias. En cambio la ficción le ofrece al escritor la libertad de crear situaciones increíbles, sucesos imaginarios o acontecimientos maravillosos y el lector tendrá la libertad de aceptarlos o rechazarlos, pero le resultará más divertido leer sin ningún tipo de prejuicio.

    En cuanto a las leyendas es importante destacar que siempre han existido, pues es inherente a la condición humana no sólo narrar historias sino también leerlas, escucharlas o verlas. Las narraciones que se incluyen en este libro se distinguen porque nos hablan de sucesos humanos, de las costumbres de la época, de los efectos de la virtud y del vicio, del infortunio y de la felicidad, de la desgracia y de la dicha, así como de las pasiones y miserias humanas, de sus grandezas y de sus anhelos. Es por ello que la pluma de don Artemio tenía como principal finalidad deleitar el ánimo de los lectores con la narración de estas historias, persiguiendo, al mismo tiempo, instruir y moralizar, aspectos que, por cierto, algunos le reprochan pues no aceptan que la literatura deba tener propósitos didácticos o morales.

    ¿Por qué la fascinación de Valle-Arizpe por las leyendas, por la ciudad de México, por sus personajes, por su vida misma? Él mismo en su obra titulada Historia de una vocación nos expone las razones de esa pasión: Y empecé a hurgar en libros y papeles de toda edad, del Archivo General y del viejo archivo del Ayuntamiento, vastas canteras de noticias curiosas...

    También precisa que además de los libros, documentos y publicaciones impresas, encontró en la conversación con sus amigos escritores e historiadores la fuente de sus narraciones pues tomaron principio y origen los varios libros de tradiciones, leyendas y sucedidos que he compuesto del México virreinal. De allí proceden sus raíces.

    Valle-Arizpe: dichos, frases y refranes

    Debemos destacar el espíritu popular que subyacen en estas historias. Desde la primera, titulada Las velas del jubileo, aparece un aspecto muy divertido de las narraciones de Valle-Arizpe: los dichos, frases o refranes. Fenómeno de la cultura popular que denota la sabiduría del pueblo, reflexiones para nada abstractas sino que tienen que ver con la vida diaria, con el acontecer cotidiano. Aquí el lector debe hacer un alto para considerar lo que encierra una frase elocuente, un dicho sencillo. Por ejemplo, en esta primera narración, casi al final, el narrador transcribe una frase del cura, personaje central del relato, donde afirma Aquí no hay más cera que la que arde, cuando, vale decir, tenía más y escondida. ¿Ha escuchado el lector dicha frase? Si no es así no importa, pero es importante que sepa que el pueblo común y corriente la utilizó para significar con ella que uno no tiene más de lo que se ve de aquella especie de que se trata. Y que en la actualidad sigue siendo válida la reflexión que encierra el dicho.

    Invitamos al lector, antes de leer completa cada historia, a detenerse en los siguientes títulos: A un indebido sí, un justificado no, Con el cariño, los palos, Nadie diga de esta agua no beberé, Pagar bien al que sirve bien, ¡Ved cómo nacen bienes de los males!, El amor dice que sí, y que no el desamor, Del mundo se fue, al mundo volvió, De manos muertas a manos pías. Le preguntamos: ¿Con los simples títulos podrá deducir de qué tratan las historias? ¿Se siguen utilizando estas frases o dichos?

    Si no se utilizan ¿por qué no volverlos a utilizar?, ¿quién nos lo impide? Léalos y se convencerá de que puede recurrir a estas frases en y para la vida diaria.

    Pero ¿qué es un dicho, un refrán? ¿Es lo mismo que un proverbio, una máxima o una sentencia o un apotegma? Dejemos las interpretaciones etimológicas y filológicas y vayamos al grano:

    Un dicho es aquella expresión clara, sencilla, de uso más o menos común, generalmente sentenciosa, aguda, en ocasiones doctrinaria y aprobada por todos. El refrán, en cambio es un dicho breve, sentencioso y popular, conocido y también admitido comúnmente. El proverbio lo definen como un dicho breve y que tiene cierto significado moral o histórico. La máxima también la definen como un dicho breve, pero que debe servir como norma de conducta moral. El apotegma es un dicho breve, sentencioso y feliz, cuya celebridad proviene de haberlo dicho alguna persona ilustre, como el famoso de Benito Juárez. Si observamos, cada definición guarda cierta similitud: todas ellas encierran un dicho breve, agudo, sentencioso y, generalmente, anónimo.

    El refrán es la más sencilla manifestación del arte popular, nace del pueblo y se repite a lo largo de mucho tiempo, se aprueba sin dudar y llega a permanecer en la memoria colectiva; son producto del ingenio y lo mismo se dicen seriamente que en forma festiva. Ya Cervantes en boca del Quijote alaba los refranes:

    —Paréceme Sancho —dice Don Quijote—, que no hay refrán que no sea verdadero; porque todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: Donde una puerta se cierra, otra se abre. (Parte primera, capítulo XXI).

    Aunque también matiza en su uso:

    —No has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que si bien los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.

    Pero Sancho le replica:

    —Eso Dios lo puede remediar, porque sé más refranes que un libro, y viénense tan juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros; pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí delante de decir lo que convenga a la

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