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EL CHIROTE

Autor: Antonio Ruiz Tovar.

NUESTRA PALABRA

Con suma alegría expresamos algunas ideas después de leer esta creación
literaria.
Nos pareció:
Excitante
Un pan cultural con exquisitos ingredientes que te lo devoras de un sólo
tirón.
Es un típico micro relato.
Tiene un hermoso argumento que fluye de vivencias obtenidas por el autor
en nuestro querido San Vicente de Cañete, Lima PERU, en el curso de sus
hermosos años; y, el dolor no gritado, del primer amor.
Relata cosas que a los lectores los conmueve, los incitan a recuerdos; y a
recorrer también, cada cual, sus personalísimas experiencias.
Sin equívoco alguno este micro relato, EL CHIROTE, es un pequeño
monumento literario cañetano.
Por lo que irradia, será pieza de lectura obligada en los centros
educativos, particularmente, en ese trozo de Perú que se llama Cañete.
Vislumbramos que generaciones tras generaciones cañetanas vibrarán con
su lectura; y esto nos complace sobremanera.
El “aprendiz” a escritor, como dice ser nuestro respetado progenitor,
cuando ya no exista, desde arriba verá que su original creación supervivirá
en el tiempo.
Padre, gracias por permitirnos ingresar en tu publicación.

Tus hijos
PALABRAS DEL AUTOR

En momentos especiales, comencé a escribir este relato.


Hasta su final, la suma de esos momentos se hicieron meses.
Muchas hojas se rompieron hasta el día en que decidí publicarlo.
Hubo una primera impresión en papel simple, con gruesos errores; pero,
aún así, fue aceptado en el mundo de lectores, logrando captar la sed de
lectura de nuestra gente.
Recién en 1997, El Chirote se imprimió, gracias al apoyo de un gran
amante de la cultura, Diego Quispe Gonzales, propietario de los talleres
gráficos de D&J Artes Gráficas, de Lima, en lo que él llamó “colección
brevis”, porque salió con otro relato de mi autoría, (“MAKAKO”) .
Me permito transcribir una parte de lo que dijo él en aquélla ocasión:
“Editorial D&J Artes Gráficas deposita estos cuentos en vuestras manos
con la confianza que usted como nosotros alentaremos no sólo la
instauración de una literatura en nuestro pueblo, sino también al autor,
quien nos tiene prometido proseguir en esta nueva tarea que une a sus
calidades de maestro, abogado, político, periodista… y sobre todo de
ejemplar amigo…”
Guardo en mi corazón, el apoyo, y los buenos deseos de este amante de la
cultura.
Hoy, El Chirote, nuevamente, está en sus manos.
Va sólo; corregido y aumentado, sin perder su esencia.
Se entrega con amor para usted; disfrútelo.

Antonio Ruiz Tovar.


Otoño, Wisconsin USA
PRESENTACION (*)

“ Con este cuento, Antonio Ruiz Tovar “ humildemente”, como dice él,
colabora con la necesidad de fomentar la literatura en nuestro pueblo, que
en efecto, hace falta.
Visiones y conductas de un CHIRR, obligaron al autor a ingresar al mundo
de su pasado juvenil, y rescatar hermosos pasajes o vivencias; recuerdos
lejanos, que muy bien los hace caminar a nuestro encuentro inundándonos
con profundas emociones,
Luego, sentimos que muchas de esas vivencias confluyen con las nuestras,
volviéndonos nostálgicos . Es el efecto profundo que logra conseguir .
Al leer “EL CHIROTE”, el presente se detiene, pero lo pasado recobra
vida.
Y, cuando creemos que el tiempo se ha detenido, lo que parecía muerto en
nuestro olvido se desamortaja, abre los ojos y echa a correr hasta nosotros.
Antonio Ruiz Tovar logra que juguemos con él, usando la imaginación, el
recuerdo.
En otro plano, el enfoque que hace del personaje central es grandioso. Que
tal descripción del animalito, de su forma de vivir; y cómo nos trasmite su
especial admiración por este pequeño ser de la naturaleza.
También hay en el cuento un gran trasfondo de defensa ecológica. Y qué
decir del amor a la madre, al terruño, del amor juvenil, de esos aspectos
sublimes y puros.
Indudablemente que EL CHIROTE es un pequeño cuento obligado a leerse.
Yo agradezco la deferencia del autor para esta presentación; y le auguro
éxito en esta tarea que se ha impuesto.

Juan José Gagliardi Ruiz.


Lima- Perú, 22 de Agosto de 1977.

(*) Esta presentación de la edición anterior, permanence, a pedido del autor.

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Gracias chirote, gracias.
Dile a tu estirpe, que todavía vivo.
Que aún estando lejos, no te olvido.
Que desde aquí te pido
que con tu canto hermoso
jamás dejes de alborotar,
los campos de mi adorada tierra.
Que te daré mi sangre para que vivas,
para que tengas fuerza y nunca mueras.
Para que cuando cantes, posado donde estés,
qué mejor que en un algodonal ,
las almas jóvenes de mi pueblo sepan
que a su primer amor,
Dios te mandó ponerle
el grito de alborozo.

Wisconsin USA. A.Ruiz T.


EL CHIROTE

Con su pecho colorado, y su cuerpo pardo, el pico negro y agudo, y sus dos
rayas blancas encima de sus ojos, cada mañana hacía su aparición, el chirote.
Mi espíritu se regocijaba con sus volteretas y su agradable canto.
Verlo revolotear con sus alisadas alas y brillantes colores, de amor y de
muerte, me llenaba de cierta sensación... Era un espectáculo!
Volaba y sobrevolaba, sin cansarse, de un palo saliente de un techo, a un
cordón de alumbrado público. En su vuelo, y todos sus movimientos tra -
suntaba la alegría con que lo hacía.
No sé si era pura coincidencia; pero lo cierto es que todos los días, casi a la
misma hora se presentaba el travieso chirote.
Con su pecho hinchado y sus brillantes colores ponía un toque especial a los
techos sucios de las viejas casas de la calle San Vicente.
Por ese tiempo yo tenía mi oficina en el segundo piso del edificio municipal
de donde avistaba la mencionada calle, la segunda más pequeña de este
hermoso y tranquilo pueblo, capital de la provincia de Cañete, que se unía
con la “Calle Nueva” o lo que hoy es la Calle O’Higgins por medio del
desaparecido Pasaje Narvaez, que nadie defendió.
Un día, cuando me aprestaba a sentarme en mi sillón, llegó un cliente y me
sorprendió mirando al pícaro animalito.
Su vista instintivamente se dirigió hacia donde se plasmaba mi mirada,
Logró captar los revuelos del saltarín chirote; cómo cambiaba de lugar.
Vimos cómo alzaba vuelo trinando su clásico canto “chirr…”; los clavados
que hacía en el aire, para luego posarse en el cordón.
---- Buenos días doctor, está mirando al chirotito?, me preguntó.
---- Sí, le contesté. Todos los días me alegra la mañana.
---- Esos animalitos son bien “pendejos”; no se dejan cazar y son dañosos
porque escarban la tierra, sacan la semilla que el campesino ha sembrado y
se la devoran.
Fíjese se paran en las espigas y con su peso van inclinándola hasta que toque
la tierra y luego comienzan a separarlas; y, hecho esto, se tragan los
granos… Son bien “pendejos” estos diablitos. Bien raro que se vean en la
ciudad ya que son de chacras. Acá en Cañete habían grandes cantidades,
pero las fumigaciones con insecticidas fuertes y por las rociadas en
avionetas, murieron, como muchas otras especies; o, seguramente se fueron
a otros lugares. Veo que están apareciendo de nuevo… Son bonitos y
alegres; pero, hacen daño, concluyó.
Yo, lo escuchaba con atención sin dejar de mirar al animal.
Cuando terminó, miré a mi interlocutor y reparé en sus últimas palabras; es
animal, y lucha por su existencia, me dije.
Después que le atendí, se retiró y yo seguí con atención los repetidos
movimientos del pajarito. Sus vuelos me daban motivo para pensar en lo que
es la libertad, la alegría, el amor, la naturaleza.
Asi, vinieron a mi mente los recuerdos cuando con amigos de mi edad nos
íbamos a bañar a las acequias conocidas de la localidad, “Puente Tabla”, “La
Cristalina”, “ La pozita de López”.
Esta última era la más concurrida porque no ofrecía peligro alguno y uno
podia nadar en su directo trecho, después de una zambullida desde el árbol
que existía en un estratégico lugar; además, poque en pocos minutos, antes
de retornar a la casa, era posible cazar los camarones que se escondían entre
las hierbas bajo el agua; estas cosas hacía que dicha pozita ejerciera su
atractivo popular. Recordaba, también, los recorridos a las chacras
preferidas en plan de estudio para los exámenes, o las visitas a Chombo para
saborear los frescos y ricos pepinos que allí se cosechaban.
En esos paseos era común ver a otros animales de su especie entonando sus
enredados silbidos; levantarse, tomar vuelo hasta cierta altura y luego
regresar a su lugar, en picada, en línea casi recta; es decir en su típico y
natural estilo

Ver al chirote,conversar con el campesino, repito, generó en mí, un


maravilloso viaje al pasado.
Me ví sentado, después echado, en una porción de grama verde junto a unas
pozas grandes que habían antes de llegar al “Cerro de los chinos” y que
sirvieron para echar el lino que antes se sembraba en el valle y en los
campos de lo que fue la Hacienda Montalván. Junto a mí, una adolescente
hermosa, de ojos verdes, y de perfilados labios, más bellos, por su rojo
carmesí.
Con el miedo propio de la edad, habíamos recorrido un camino viejo de
acceso a esas pozas; y una vez allí nos sentamos; y agarraditos de las manos
conversábamos de cosas del colegio y de otras tantas; y con el dulce,
sincero, y puro sentimiento uníamos nuestros labios, de cuando en cuando,
sellando muchas veces el “ Te quiero con todo el Corazón”.
Oh maravillosas primeras experiencias llenas de silencios prolongados, de
miradas esquivas, y timideces escondidas, que se hacían evidentes por el
temblor de nuestros cuerpos. Gozábamos así de las delicias juveniles, de las
emociones del primer amor.
Vivencias de adolescentes, de épocas sanas, ausentes de malicia.
Yo me extasiaba mirandos sus ojos de minina, sus pupilas y retinas; y
acariciaba con alegría indestructible pero, tremulantemente, su carita pecosa
que parecía un cielo estrellado con un fondo profundo de rubores.
Que fue un auténtico amor de estudiante eso bien lo saben las pozas de lino,
y el chirr que se posó cerca a nosotros, en una rama de una de las plantas del
inmenso algodonal que nos rodeaba.

Esa tarde, ese lindo animalito nos dió una exhibición gratuita de su arte y
dones que Dios entregó a su especie. Cómo cantaba al desplazarse hacia
arriba, y al bajar. ..
Esa inesperada presencia y extraño comportamiento, su espectáculo, fue
filmado por esa maravillosa cosa que llamamos mente; y aquí, en mi
memoria, se registraron todas y cada una de sus travesuras, y hoy fluyen con
toda nitidez. Parecía hablarnos con sus repetidos cantos, estar de nuestra
parte y bendecir esa candorosa ternura.
Mi mente bombardeaba las vivencias reproduciéndolas, desde que llegamos
a ese lugar hasta el momento en que el tiempo nos obligó a levantarnos para
regresar a nuestras casas. Ese día, tan lejano, repercute con respeto y
firmeza, pués, está en mi jardín personal y consecuentemente, dejó efectos
nostálgicos, que sólo se irán conmigo cuando mi corazón deje de latir y mi
conciencia se oscurezca para siempre.
Oh mi gran amor inocente, lleno de juramentos, que no pudo crecer porque
el tiempo, la distancia y un ramillete de factores se encargaron de maltratar;
pero, no lograron arrancármelo. Y debo aclarar, contradiciendo al poeta, que
de aquél amor de estudiante, jamás presentí una traición; por eso tiene un
valor especial; y por éllo, ese destello, mana de mí, matizado con los más
hermosos colores de la esperanza incierta, no del recuerdo muerto, sino del
que te alienta; no como cadena que esclaviza ni te ata para siempre, como
tampoco la bola de hierro que amarrado a los pies te impide caminar; no, es
el sello que Dios pone en el corazón de los seres para demostrar que existe
como bello sentimiento que nos inclina a apetecer el bien, y que debiera
servirnos de norte, aún cuando por esas cosas de la vida, a la postre,
caminemos unido a otro ser, por caminos diferentes… Sí, porque el fracaso
de un amor, como dijo un poeta, no es el fracaso del amor, NI MUCHO
MENOS SU MUERTE.
Recordé la figura de mi esforzada madre.
La veía alistando el desayuno para luego irse a trabajar; y cómo presta se
marchaba ante el estruendo del pito de la fábrica “La Unión”, que
anunciando la salida del personal que laboraba en la tanda nocturna,
notificaba, también, la hora de ingreso al grupo de relevo; la iniciación de la
otra jornada.
Pitadas de rutinas, que se escuchaba en todo el pueblo, noticiaban, además,
que eran las séis de la mañana de un nuevo amanecer.
Su estridencia unía el final y el inicio de esa monotonía laboral, de Lunes a
Sábado en la que la fábrica devoraba la energía humana de sus trabajadores
a cambio de un nunca justo salario.
Fábrica que también está en mi recuerdo porque en élla laboraron gran
cantidad de vecinos del barrio. Con todo lo que puede decirse de una fábrica,
élla, “La Union”, representaba la inversión de gente pudiente, que no temía
los riesgos y se constitutía en fuente de trabajo a gente humilde en San
Vicente, que aún con los magros salarios pudieron alimentar y educar a sus
hijos; cómo? pregúntele a Dios; El, provee, no sólo sabiduría, a los hogares
de los pobres que creen en su poder. Fue así que en el curso de los años,
hijos de muchos hogares de obreros, que trabajaron en élla se hicieron
profesionales, prestigiando a sus familias, sacándole lustre a sus apellidos; y
por ende elevando el buen prestigio del barrio. Es que aparte del empuje
misterioso que se esconde en los corazones y las mentes de los integrantes
de las familias humildes hay una riqueza de fe incomparable y en donde el
tradicional criterio de pobreza es reemplazado por el auténtico sentido de
esa palabra: pobres, pero no miserables; y conscientes, en que esa pobreza
material es superable, por la riqueza espiritual.
La Unión, con largo período de existencia, con un hermoso historial en la
vida económico social de los vecinos de El Paso, representaba también una
amenaza; sí, hasta ese día en que en horas de la mañana remeció a todo San
Vicente con una potente explosión, que se escuchó hasta Imperial; y que
hizo volar por los aires trozos metálicos, muchos de los cuales cayeron en
las calles, otros se incrustaron en las casas - como ocurrió en la del zapatero
Bernabé - ; rompiendo muchas lunas de ventanas y puertas de las casas de
los vecinos por la fuerza de las ondas.
Parece mentira, pero hubieron vecinos que ante la fuerza de la explosión,
fueron sacados de sus camas, según revelaron; como que el grupo de
borrachitos que uno a uno se juntaban en la acera de la calle Bellavista,
cerca de la zapatería del mencionado agraviado, rompieron su rutina diaria y
silenciosamente retornaron a sus casas, llenos de temor sin explicarse el por
qué del estruendo y el remezón.
La fábrica La Unión, representaba el capitalismo metido en nuestro barrio,
que trabajaba con los terratenientes en aquéllo de la compra venta del
algodón, el desmote, la elaboración de los fardos para llevarse a los
depósitos de exportadores en Lima, y la pepita de algodón que se quedaba
para la elaboración del aceite vegetal, el de los buenos; y del jabón, usado en
el lavado de la ropa. Hasta el ganado se beneficiaba en este proceso de
transformación. Claro que en ese ciclo productivo, la mano del obrero
campesino ponía su cuota laboral; como que también se discutía la paga que
recibirían por quintal apañado. Cientos de éllos inundaban los campos para
el recojo del algodón, para esa tarea y ponerlo en mantas especiales.
Hombres y mujeres en esas campañas; muchas de éllas portando a su
vástago en sus espaldas envuelto en esa tradicional lliclla o manta que
lasmujeres indígenas usan sobre los hombros, desde épocas ancestrales, con
sus puntas anudadas adelante a la altura de su pecho... Maravillosas
estampas de presencia humana en el campo que muy bien han sido captadas
por el pintor cañetano Arias, a quien muchos en el pueblo no conocen,
siendo él ya internacional.

Por esa maravillosa facultad del recuerdo, los años y vivencias saltaban en
mi mente.
Me ví caminando por las áreas laterales de mi inolvidable 451, mirando sus
grandes ventanales, sus salones amplios, las pizarras negras, las cajas de
tizas, el lustroso corredor de las dos entradas, la oficina del director; el
jardín, que separaba o permitía el acceso a dos ingresos interiores, derecho e
inquierdo, la pileta dentro de él; el pesado mueble con sus asientos en una
esquina del lado izquierdo, entrando, que usaban los alumnos del quinto año,
para lustrar zapatos a fin de procurarse fondos para las programadas
excursiones de medio año; su amplio patio…
La figura de Doña María, apostada a un lado de la pileta. La viejita que con
su canasta llena de diversos productos alegraba los recreos con el maní
confitado, la cancha, sus dulces preparados con sus amorosas manos; frutas
diversas y otras golosinas; y las travesuras de algunos compañeros al
momento de las compras y el amontonamiento. Grandiosa mujer que ponía
un toque especial en la escuela . Su figura de vendedora era una auténtica
estampa del recreo .
También, el inolvidable rostro de una señora encargada de la preparación del
almuerzo para los estudiantes, rostro de una mujer angelical y de tierno
corazón. Yo la admiraba y la ayudaba a poner los platos en las largas mesas;
y de paso, como recompensa recibía unos panes más que siempre supe
compartir. En algunas veces la acompañaba hasta su casa, como un nieto
pegado a su abuelita y le ayudaba a subir las escaleras, pues vivía en el
segundo piso de lo que fué el viejo mercado de abastos que existía en la
calle San Agustín. En ese trayecto, recibía más de un consejo que yo supe
escuchar con atención.
Y, recordandola vino a mi mente el incendio de ese mercado. A Dios gracias,
lograron sacarla a tiempo.
Yo no estuve en ese momento, pués llegué minutos después, cuando gran
parte de ese hermoso centro de abastos se había quemado; pero, desde una
distancia pude espectar, cómo las lenguas de fuego cantaban su canto de
muerte; y hambrientas, con furor, querían coger otras casas, como un glotón
que no termina lo que tiene en su plato, y ya quiere comerse el de los
otros…

Y las decenas de palomas con sus nidales, que hacían patentes las letras de
esa canción que entonábamos al primer día de clase: “ Cual bandadas de
palomas que regresan del vergel, ya volvemos a la escuela, anhelantes del
saber; ellas vuelven tras el grano que las debe sustentar y nosotros tras la
idea que es el grano intelectual…” Y cómo por el paso de los años llegué a
presidír la asociación de padres de familia de ese plantel, trabajando al lado
de un gran educador Don Luis López Ayala, a quien no puedo dejar de
mencionar, porque fué un paradigma docente de su época… Cómo son las
cosas.
En este recorrido, ví también a otroras maestros que cultivaron
en los niños valores supremos como el amor y respeto a los padres, la unión
y solidaridad, la honradez, el amor al plantel, entre otros; de algunos, especté
esa cuestionada metodología de enseñanza de la época: “La letra con sangre
entra”, que en algunos daba sus frutos; aunque jamás haya sido partidario de
la misma. Hasta ahora conservo el recuerdo de un pellizco que me dió una
maestra por haber llegado tarde a una velada en Arona y donde tenía que
bailar “la raspa” con un compañero. Desde allí, supe que “la hora es la
hora”. El hecho que tuve que ir a pie, un rato andando y otro corriendo,
desde mi casa, por la vera de la carretera, y cruzar esa larga, pero excitante
arboleda, de ingreso a Arona, no se tuvo como atenuante en mi tardanza…
No actué en la velada, pero ese pellizcón perdura, haciéndome “bailar” ,
cada vez que lo recuerdo, ese otrora novedoso baile.
Recordaba a mis ex compañeros del 451 y del Sepúlveda; y las sonrientes
caras de apreciados guías, particularmente a los profesores Yalán, María
Serra, Arnulfo Bahamonde, Martínez, Honorina Huapaya Luyo, Jacinto
Navarro -autor del himno Sepulvedano - y José Morales Castilla; impecables
maestros, que después fueron mis colegas.
Me veía adolescente parado en la puerta del sindicato de obreros de la
fábrica La Unión, escuchando a los dirigentes y obreros del gremio,
opinando sobre sus problemas laborales, permanentes y eternos; de los
abusos del administador, ese bajito, panzón y con bigotes que caminaba
rapidito; del nuevo pliego de reclamos que tenían que presentar; de los
descuentos indebidos, entre otros asuntos. Eran las típicas reuniones,
salpicadas de discusiones, que no entendía a cabalidad.
Eran esos ingredientes de las “luchas de clases” que impusieron los tiempos
cuando el mundo estaba repartido ideológicamente; luchas que jamás
desaparecerán sea lo que sea que mueva al mundo.
Y allí estaba mi madre, Doña Elvira, leal a su gente, aportando sus
pareceres en favor de “ las mejores condiciones de vida y de trabajo” .
Recordaba su intensa alegría cuando siendo abogado me tomaron como
asesor del gremio.
Por ese tiempo su cabeza ya se encontraba aureolada por la escharcha de los
años; y las arrugas habían modificado su delicada blanca tez que muchas
veces acaricié y besé. Aún así, siempre escuchó decir de mí: Qué hermosa
vieja!
Cuántas versiones de élla se entremezclaban, como las apacibles estampas
de amistad que cultivava con sus vecinas, que se traducían en visitas
recíprocas, ir al cine los “ martes femeninos” o a comer al “chifa” Wong que
existía en la calle principal de San Vicente.
Mi madre, en su barrio, nuestro barrio, sentada en su silla chinchana, casi
siempre en las noches de verano, “ tomando aire” como solía decir, en la
puerta de la casa alquilada, la signada con el número ciento ochentitres. Allí,
sentadita, conversaba con sus amigas, y contestaba los saludos de la gente
que pasaba; así, espectaba los partidos de fútbol nocturnos de los chicos del
barrio, de los artistas con la pelota de trapo, y de jebe; mi madre y yo, en
nuestro barrio, mi “Paso” querido, que recorrimos tantas veces en paseos
“hasta abajo”, hasta el final de la vereda. Allí están las huellas de mis pasos,
de nuestros pasos, que algún día recogeré, desde el primero hasta el final.
Mi barrio 28 de Julio que resume las inquietudes del pueblo en general,
donde los vecinos son amigos por generaciones; y donde los amigos eran los
hijos de los amigos de mi madre; o donde se convierten en parientes cuando
las proles ya adultas deciden unirse en sendos matrimonios; y en los estados
de necesidad . Allí donde la madre humilde resolvía los problemas del plato
de comida para sus crios a base de ingenio, a veces con tomatitos, papitas, o
un poco de azúcar o comino, prestados; y, todo, dado con amor : Qué
hermosa solidaridad Cristiana !!!
El barrio, donde se producen las experiencias más sublimes cada día, que
van formando tradiciones. Mi amado barrio, donde la amistad que salía del
corazón, promovía acciones positivas, carentes de maldad. Mi barrio con
sus hijos respetuosos, estudiosos, laboriosos, fomentaba deportes gracias a la
presencia de personas con visión protectora de la juventud. Allí nacieron los
equipos del Sport Boys y El Chalaco.
Honor a Don Severo Garcia y al cholo Genaro Huamán, mecenas
memorables que nos permitieron disfrutar del fútbol en los equipos
infantiles; del fútbol aguerrido, hermanado, con sus equipos de mayores. Y
cómo olvidar los equipos de volley ball, de basket ball que participaban en
las contiendas que programaban las ligas pertinentes y el departamento
policial, con sus llenos completos… Las carreras de bicicletas, de
encostalados, de glotones, las maratones; los juegos de “ la bata china” el
palo volador, las escondidas, “mundo” y tantos otros. Juegos sanos que
daban alegría a los vecinos y esparcimiento general.
Cómo olvidarme de Don Conrado Andreu quien vivía al frente de mi casa;
conducía un grifo y fabricaba materiales para piso; qué laborioso
caudation; de Margarita Fukushima, hija de japoneses afincada en el barrio
con sus hijas, dueña de una manos divinas en el arte de producir vestidos; de
la estrictez del guardia civil Castillo; de Don Pedro Gámez, hermoso viejo,
amigo de los niños. Cómo afloraba su espíritu de padre del barrio cuando
nos paseaba en su carrito verde marca Chevrolet; nos hacía competir en los
encuentros de box, enseñandonos sus conocimientos en ese deporte y
cuando nos regalaba caramelos articulando palabras diz que en inglés; de la
fonda de la familia Hanzawa, y del famoso Toribio, experto en el lomito
saltado y el tacu tacu. Y al frente, la peluquería, la única en el barrio. Qué
hermoso amigo de los amigos, conversador, afable, al que todos conocíamos
y respetábamos. Era muy popular el señor “ cucharita”.
Tampoco he olvidado al grupo de cazadores del barrio que cada sábado o
domingo salían a los campos a cazar palomas o venados, zorros, que en ese
tiempo existían a montones por los campos. Gente visible de mi barrio,
gente definida, llena de virtudes de vida en comunidad. Del canchón de
Samán, adonde llegaban pequeños y harapientos circos trayendo sus
espectáculos cargados de humor, acrobacia y belleza. Jamás olvidaré al que
se hacía llamar “Pitifray”, con su carpa recontraparchada, pero con muy
buenos números, particularmente, sus payasos.
El PASO, mi cuna, mi larga cuna donde me mecí, comiéndome mis sueños,
mis anhelos, mis frustraciones, mezclados con la lucha y esa alegría bendita
del chirote.
Barrio grato, de juventud sana cuya mayoría sigue caminando por el sendero
limpio, apartados de los caminos que transitan los impíos. Recordé también
ese día en que todo el barrio se apenó; sí, cuando las aguas de la quebrada
de Pócoto, irreverentes, cual una lloclla, bajaron con ímpetu arrastrando
todo, dañando pueblitos, sembríos; y en San Vicente, al taponearse la boca
debajo del puente frente al mercado que daba inicio al techado con asafalto
de lo que era la acequia “La Barranca”. El líquido barroso mezclado con
animales muertos, sembríos arrancados en su recorrido violento, desbordado,
corría por la Avenida Santa Rosalía , para después hacerlo por 28 de Julio, y
meterse sin permiso en todas las casas… Felizmente esa bajada rabiosa se
produjo en horas de la tarde. Demás está decir, qué mayores daños
hubiéramos espectado en ese recorrido si la llocllada nos hubiese invadido
de noche, en horas del profundo sueño. Momento triste que puso a prueba el
corazón y el espíritu de los vecinos… Por eso, creo que siempre hay un día
en que los barrios lloran…
Pero, al márgen de lo ocurrido, lo que sí hirió el sentimiento de la población,
fue esa conducta infantil de un chinchano que, fungiendo de subprefecto, y
que era conocido con la “ chapa” de “EL PATO” en aquélla ocasión, como si
el asunto fuera para bromas, zarandeando del cuello a un pato ahogado que
trajo la corriente y que fue sacado del boquerón, gritaba,
reiteradamente,“miren un pato”, “ miren un pato“; hecho que con Santiago
Venturo del diario LA VOZ DEL PUEBLO, en una edición especial,
criticamos sobremanera.
El tal “ Pato”, me refiero al subprefecto, fue sacado del puesto semanas mas
adelante; la razón? pregúnteles a algunos vecinos viejos que hasta hoy se
arrepienten de haber recibido con afecto a quien después sólo supo mofarse
del dolor y la angustia de las familias cañetanas.

Cuánto orgullo siento ahora que recuerdo mi barrio y a su buena gente;


organizada y reclamona, también, porque tiene dignidad, y culto espíritu
cívico, que con su dosis de rebeldía hace temblar a indignas autoridades.

Muchas visiones, seguían apareciendo de mi vieja linda, “la gringa”, como


le decían sus amigas, porque era blanca, y dueña de una hermosa cabellera
de pelos finos no abundantes, y blondos. Doña Elvira, con su talle esbelto,
dueña de dos hermosas manos, grandes manos, laboriosas, diestras,
especialmente en el arte de cocinar; y sus ojitos chinitos inquietos, con un
fondo blanco, resplandeciendo dentro de éllos un azul, similar al color del
cielo...
Cómo sacaba pecho, cuando juntos nos exhibíamos en algún lugar público o
en alguna fiesta social; y, yo, gozoso la llevaba del brazo; me sentía
importante con mi madre cuando se le acercaban para saludarla. Sencilla,
humilde, pero con una gran ascendencia personal. Era mi héroe, mi líder;
pero, le fallé. No fueron suficientes las idas a los mejores chifas de Lima, los
paseos a diversos lugares de la patria; la concurrencia a los teatros para ver
el lago de los cisnes del ballet de Bolshoi, las zarzuelas, ni las idas a la feria
del pacífico; pude, y debí darle más, su casita propia, por ejemplo, donde
ella pudiera ser la reyna… Pero no tuve ojos ni oídos para ese menester. Es
porque a veces caminamos por inercia, teniendo una venda en los ojos que
uno mismo se lo pone : Cómo, cuándo y por qué , vaya usted a saber!!! . Son
los grandes misterios en la existencia, ojos que en lugar de hacernos mirar
hacia afuera, los proyectamos hacia adentro… Dolorosa verdad, que la
expreso porque hoy comprendo que aunque uno sea leído, culto, lider,
dirigente y lo que se crea ser, muchas veces dejamos de lado obligaciones y
deberes para quien nos dió la vida. Claro que ese olvido mi madre lo vió
compensado con verme hecho un hombre útil, de servicio para con nuestra
gente; y sin escuchar de mí un gemido detrás de una chirona… Si bien no
anduve por caminos perfectos, no le causé dolor, como causan tantos hijos a
sus humildes madres, por seguir sendas de iniquidad.
A diferencia de quienes sólo resaltan lo que les favorece, cuando escriben,
yo me desvisto, aunque mis adversos me critiquen, porque soy consciente
que todavía sigue existiendo mucha gente que tienen ojos y no ven; tienen
oídos, y no escuchan.
Motivo así, con todo respeto, una reflexión para los que me lean; y para que
jamás olviden que, madre hay una sola.
Esa tarde aciaga, esa tarde, estaba en la alcaldía.
Terminaba la jornada del día y oigo que alguien toca la puerta. Era una
funcionaria que había recepcionado una llamada telefónica: “ Alcalde, he
contestado una llamada de Lima, y me pidieron que le comunique que su
madre ha fallecido; lo siento señor. Puedo serle útil en algo?” supo decirme.
Le agradecí, y le pedí que al salir cerrara la puerta.
Me quedé solo. Boté unas lágrimas, de esas que llevan en su contenido dolor
y amor. Me quedé sólo, con esa soledad que deja la ausencia real de una
madre; sentado, mirando un crucifijo que alguien alguna vez había colgado
en la pared de ese recinto; respiré hondo; y sacando fortaleza dije entre mí “
Se fue mi vieja… Descansa en paz viejita linda; que Dios te tenga en su
Santa gloria… Me levanté del sillón, y me dirijí al balcón del segundo piso.
Me aposté en el barandal y miré todo el panorama de la Plaza de Armas. En
muchas de sus bancas habían vecinos descansando. Allí, silenciosamente
derramé otros borbotones de mis ojos, y la sentí junto a mí, igual que cuando
estuvimos el ultimo 30 de Agosto, en nuestra postrera presentación pública,
después del gran desfile por el aniversario de la provincia. Caminé por el
salón principal y miré las pinturas de José de San Martín y Simón Bolívar, y
el mapa de Cañete… Sintiendo la soledad que rodeó alguna vez a cada uno
de esos grandes hombres, regresé a la alcaldía, y sentado, me envolví en un
silencio prolongado; me aislé de todo.
Comuniqué lo ocurrido a mi familia; contratamos a la funeraria Montero. Un
grupo nos dirigimos a Lima y otros se quedaron para preparar la recepción
del féretro. Todo se hizo sin contratiempos; y en la noche, el ataud, que
contenía el cuerpo de Doña Elvira Tovar Cortijo de RUIZ yacía ya en el
local de Gremios Unidos, acordonada por elementos de la policía municipal,
y una compaña numerosísima… Allí estaba el cuerpo de mi amada madre.
La habían acicalado con tanta ternura que parecía una reyna durmiendo un
sueño de gozo; sí, porque evidenciaba un rictus de alegría, propia de
aquéllas personas que con paz en sus conciencias y en sus corazones nos
dejan para siempre… Adentro toda una maquinaria humana de amigas,
preparando el café y lo que se acostumbra a darse a los que por sentimientos
solidarios cubren toda una noche, la primera noche, la más pesada para una
familia… Estandartes, decenas de aparatos florales delegaciones de
estudiantes, de colegas, amistades, conocidos, gente influyente, gente del
pueblo, desfilaban ante el féretro. Qué tal convocatoria la que hizo Elvira…
Cuando a las 12 de la noche,
hice mi ingreso al velatorio; la soledad que me envolvía se esfumó. No sé
cuantas “gracias, gracias…” dí en las horas subsiguientes.
Al situarme frente a élla, no lloré; la miré largamente queriendo grabarme
cada célula de su cara; silenciosamente conversamos, envueltos en ese
inexplicable misterio de amor entre hijos y madres; le escuché decir: “ Hijo,
no me pude despedir de tí” .
Me salió una mueca de dolor; y élla prosiguió: “ No sufras hijo; no te
abandones en la fria soledad; alégrate, al saber que estoy refugiada en los
brazos del Señor; sigue amando la vida, valora las cosas sencillas, y acércate
al Señor” . Viejita, le dije, descuida, lo tendré presente; ya no me siento
solo; tampoco dejaré que la soledad ingrese a mi corazón; pero aguardaré
con ansias el día en que nos volvamos a encontrar; entonces, será para
siempre…
Las inscripciones del pasado, seguían filtrándose.
Ví el recorrido del funeral. No sé quién o quienes se encargaron de hacer
todo un protocolo para este periplo. Hombres y mujeres se disputaban o
hacían espera para cargar sus restos. Autoridades y funcionarios de las
diversas reparticiones, marchaban al compás de la banda y de quienes
cargaban el féretro, cogiendo con sus dedos los cintillos adheridos al cajón;
y decenas de aparatos florales iban adelante portados por estudiantes
sepulvedanos. La banda de músicos del plantel, de cuando en cuando
marcaba el paso al son de “Todos Somos Hermanos” en tiempo de marcha.
Veía el inmenso gentío que la acompañaba, como si fuese una procesión;
sólo que en esta vez no me veía llevado de su mano.
Así, viajaba Elvira a su última morada terrenal, llevándose sin grito alguno,
los dolores agudos que en más de una vez le causé; y si los hubo, se
acallaron con los acordes dolorosos de la banda de músicos de San Luis, que
también participaba en la caminata, particularmente con los golpes de los
platillos que hacía retumbar acompasadamente el inolvidable Angelito
Cueto, el negrito de alma blanca, que sin ser músico ni integrar la banda, lo
dejaban participar porque poseía un acorde musical sin igual. El espectáculo,
a par de doloroso, era maravilloso.
Toda una comunidad acompañando a una mujer del pueblo, querida y
respetada, que cierta vez fue ungida con la banda de “Madre Ejemplar”, por
el alcalde De Toro.
La forma, modo y circunstancias de este entierro, constituyó el mejor
regalo hecho por la comunidad a la familia que ella engendró con
amor con Don José Ruiz Loza, otrora luchador social y defensor de
la gente humilde, defensa legal que supo practicar con honor y
dignidad, cuando ésta aún no se encontraba cautiva, al decir de los
abogados, como me lo supieron informar personas mayores de
quienes gané su amistad y confianza. Mi padre, de quien no pude
recibir sus enseñanzas, porque su deceso se produjo cuando yo,
apenas tenía 16 á 20 meses de nacido.

En una fugaz visión me sentí niño otra vez, y recordé la tarde en que con
una honda de jebe traje abajo un nido con varios huevitos en su interior.
La Avenida 28 de Julio, conocida tambien como “El Paso de las Ovejas”,
antes que un alcalde pusiera la pista de cemento, tenía árboles a ambos lados
a lo largo de élla. Algunos crecían con ramas gruesas en las partes altas y
recuerdo que premunidos de una soga larga, hacíamos los “columpios”. Más
de una vez hubieron discusiones y peleas por el menor o mayor uso del
colgajo. En otros árboles, algunas ramas se proyectaban, cual si fueran
barras, lo que permitía que hiciéramos ejercicios y algunas competencias
físicas.
Recordé también las “guerritas” que entablábamos con los muchachos de la
calle Bolognesi o de “Valdivia”; y particularmente, las que se realizaban
teniendo como escenario el lugar donde anteriormente funcionó una
ladrillera de la Hacienda Montalván. Así, le llamábamos, “guerritas”, porque
formábamos grupos, y el asunto era con todo, pero sin llegar a hacernos
daño; sin espíritu ganguero ni de malandrines; guerritas que eran juegos y al
final nos sentábamos y nos poníamos a conversar o nos íbamos a la chacra
donde estaban quemando las ramas de los algodonales llevando kilos de
camotes, para ponerlos en ese fuego; y una vez cocidos, darnos el tremendo
banquete. Aunque éramos de diversos barrios, incluso algunos de Imperial y
San Luis, jamás sentimos bullir en nuestros corazones, ni en nuestras
mentes, odios gratuitos, ni enfrentamientos mal intencionados propios de
antisociales. En mi generación siempre alentábamos la idea de una juventud
fraterna, solidaria, ocupada en cosas positivas y en el estudio como
instrumento de supervivencia honrada. Nunca nos ganó la idea de conseguir
la plata dulce o fácil; pobres, pero honrados y luchadores, era la norma; por
eso es que en nuestro barrio, no se dió cabida al sonrojo familiar ni al
bochorno. Familias que vivían de su trabajo, más no de la indigencia; padres
e hijos vivíamos de nuestra esfuerzo y con temor a Dios.
Todo lo recordaba como si los hechos fueran recientes.
Decía, también que recordé la vez en que una honda de jebe tiré abajo un
nidito. Me ví transportado y nuevamente me invadió la pena de aquélla vez.
Como si fuera el mismo día de los hechos veía un pajarito herido y dos
huevitos resquebrajados. De uno de éllos se asomaba una cabecita, con su
piquito que se entreabría. La lucha de este animalito, por sobrevvir , era
evidente.
Al cabo de segundos ví otro sobre el lugar donde había sido construido el
nidito y otro en el lugar donde éste, cayó .
No cabe duda, era la madre. En su pico llevaba una pajita; gorgeaba y
revoloteaba, nerviosamente, de arriba para abajo y viceversa, mostrando asi
su descontento ante la brutal agresión. Una hermosa expresión de
protección, de amor animal, si se puede llamar así, que bien puede servir de
ejemplo a muchas que después de haber engendrado deciden abortar, o que
alumbrando al hijo, lo abandonan a su suerte o lo tienen pero sin darle
cariño, amor; gritándolos y llamándolos negativamente con adjetivos fuertes,
matando su amor propio, su autoestima. Quienes actúan así, lo único que
consiguen es que el alma del hijo se llene de odio, rencores, y los guarde.
Los seres humanos cuando pequeños, requerimos amor, cariño, respeto y
comprensión. Sobre esas cosas debieran centrarse el comportamiento
humano, mucho más en el seno del hogar, bálsamos únicos que hacen bueno
a un ser humano…
Moví la cabeza, y me sacudí de ese recuerdo. Me revolví en una culpa
pasada; y después de un suspiro, me puse a trabajar.

Han pasado los meses; y como otros días he buscado al chirotito; pero… ya
no aparece.
Una llovizna persistente hace más fría la mañana de invierno… Los
campos, reciben el baño suave de la naturaleza; y, la agradable fragancia a
tierra mojada, fértil, comienza a saturar agradablemente los espacios de San
Vicente.
Los animales que viven en las chacras se repliegan buscando el mejor lugar
para evitar la mojada. A lo lejos una pareja de labradores, lampa en mano
uno, y otro, cargándola sobre su hombro derecho, atraviesan una parcela
para situarse en uno de los viejos caminos de lo que antes fue la Hacienda de
Beltrán Espantoso. Conversan quien sabe de los problemas de la
Cooperativa o recuerdan alguna anécdota derivada del proceso de reforma
agraria; o a lo mejor de la deuda al banco, o de cómo encarecen los precios
de las semillas y fertilizantes ciertos comerciantes de productos agícolas; o
de las letras en blanco que le hacen firmar algunos inescrupulosos por las
compras a crédito que le hacen…
En éllos veo la figura de algunos dirigentes amigos, y de otros ya muertos,
que conmigo alguna vez, gritaron: “El patrón ya no comerá más de tu
pobreza…”
Miro los techos viejos y persiste la ausencia del pájaro canoro, inconfundible
por su vistoso rojo en el pecho, como una luz divina hecha de fuego.
Me pregunto si habrá muerto de frío o algún chiquillo travieso lo derribó
para siempre.
Asi en esa incertidumbre transcurren los días…
Y, Oh sorpresa! Otro diablito parece haber reemplazado a mi amigo; o será
el mismo?
Sí, otro “ chirr” acabo de divisar efectuando similares volteretas. Lo veo más
reluciente y con mejor tono.
QUE HERMOSA PERCEPCION!!!
Los techos viejos de la pequeña calle contrastan con los vitales vuelos del
nuevo ejemplar, hermoso hijo de la naturaleza; no hay duda, es un nuevo
amigo.
Mirándolo creo rejuvenecer. Su presencia es para mí una nueva alborada.
Es tanta la alegría, que se enciende mi profundo respeto y reverencia por la
naturaleza y por quienes saben admirarla y cuidarla.
Sigo observando sus empinados vuelos, y su caída recta; y escucho su
sonoro canto. Vuelve a revolotear para luego posarse en la alambrada y en
los palos viejos de los vetustos techos de las casas de la pequeña calle.
Discurro sobre su libertad, su alegría, y su incesante lucha por subsistir.
Nuevamente los recuerdos se apoderan de mí y vuelven las visiones de las
chacras de mi querido pueblo donde solía estudiar, después de recibir el
abrazo de la mañana; y me transporto a esos campos que alguna vez regué
con mis lágrimas, al saber que habían murallas contra ese amor inocente, en
construcción.
Tiempos de prejuicios, de ideas fofas imperantes de “superioridad” social,
económica; y hasta con sesgos de un criollo racismo, que separaban vidas;
prejuicios persistentes, vanidad de vanidades, que yo bendigo, porque que
aún siendo nubes negras y tormentosas, no me pudieron quitar lo
maravilloso que es el gozo espiritual del amor primero.
Quedó conmigo; y hoy, ha vuelto a brillar.
Lo guardo, porque así puedo dar testimonio a las generaciones juveniles,
que en el amor puro, limpio, que nos hace soñar, cantar, escribir poemas,
ponernos bien, mirar y mirar la foto de la amada; acicalarnos, al punto de
actuar como un joven narcisista, HAY, UN HILO DE AMOR QUE NOS HA
DADO EL CREADOR.
Para decirles, que ESE AMOR JUVENIL,CON ESENCIA ESPIRITUAL,
EXENTO DE LO CARNAL, QUE NOS IMPULSA A SER MEJOR, QUE
NOS HACE MEJOR, DE VERDAD: EXISTE! ! !

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