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Témoris Grecko

COLUMNA “FRONTERAS ABIERTAS”


NATIONAL GEOGRAPHIC TRAVELER
Edición de septiembre de 2008
www.temoris.org

LA JOVEN DE INDIRA NAGAR

Un encuentro estimulante en una favela de la India.

Sachin Mutalik es un marati amable, moreno y cachetón de la ciudad india de Pune. Es uno
de los coordinadores de Muktangan, una ONG que combate las adicciones y el sida, y
aceptó llevarme en su moto a conocer el trabajo que llevan a cabo en Indira Nagar, una
favela de 15 mil habitantes. En la entrada nos esperaban Dinesh y Sontosh para llevarnos
por los estrechos y sucios pasillos: es un laberinto caótico en el que no parece haber
violencia. En India, en general, hay que tener cuidado con los robos, los carteristas, los que
esperan que te descuides. Pero son pocos los asaltos.

Aunque ya se hacen frecuentes en Indira Nagar. Aparecieron 15 años atrás con la llegada de
las drogas a la favela. Las cuentas lo explican: la dosis de “brown sugar”, una mezcla de
heroína con químicos nocivos, tipo crack, cuesta 70 rupias (1.50 dólares; un litro de leche
vale 20 rupias). Un adicto utiliza cinco dosis diarias, es decir, gasta 350 rupias. Esto
equivale 10,500 rupias mensuales. Pero el salario medio en esta zona es de 3,000 a 5,000
rupias (67 a 111 dólares) al mes. Tienen que robar.

Los 3,000 drogadictos de la favela representan un negociazo de 21 millones de rupias


mensuales (470,000 dólares). En Latinoamérica, los narcos ya les hubieran dado, por lo
menos, un muy buen susto a los miembros del equipo de Muktangan, que les quitan
clientes. Pero todavía falta mucho para que lleguen a nuestros niveles de locura y se
contentan con que no se acerquen a las zonas de venta.

Los activistas de la ONG dirigieron la conversación al tema del sida. Sobre las dificultades
para convencer a la gente de que se haga el examen de VIH, la desconfianza de los vecinos,
los problemas de las esposas con sus maridos. Entonces cambiaron las reglas de la
entrevista y se pusieron a preguntarme a mí: qué hago, si estoy casado o tengo hijos (les
parecí un fenómeno rarísimo, ¡soltero y sin niños!), cómo son los mexicanos, a qué casta
pertenezco, por qué tengo dos nombres y dos apellidos, y si conocía personas VIH positivo.

Al final fuimos, como siempre en India, a tomar chai (te con leche). Dos de las tres
mujeres, las más jóvenes, con todo el recato que es propio de esta cultura, empezaron a
jugar conmigo, a reír y coquetear. Me invitaron a regresar, les dije que estaba por
marcharme al norte, quisieron saber si no me parecía impropio (!) mantener contacto por
correo electrónico. Una de ellas, Savita, se fue porque se hizo tarde. La otra, Sumitra, que a
pesar de su juventud ya es madre y viuda, me contó que su nombre significa “poema” y que
los escribe, versos “de amor y también de cosas tristes”. ¿Como de qué? De los estúpidos
prejuicios, por ejemplo. La gente cree que ella está manchada por la mala suerte, ya que su
esposo falleció muy pronto.

Sachin anunció que nos íbamos. Cuando empezaba a despedirme, me detuve frente a la
chica, junté la palmas en posición de rezo y dije: namaste (“saludo a dios en ti”). En sus
ojos advertí algo que pugnaba por salir. Sus labios estaban cerrados pero sus músculos
temblaban. Durante cinco segundos contuvo lo que quería decir. Alguien más me llamó. Al
final, Sumitra se acercó otra vez y repetí la ceremonia de despedida. Ocurrió de nuevo,
había algo atrapado en su boca, en sus pupilas un grito, creí sentir el bombeo pesado de su
corazón. Pero no pudo hablar. Sachin rumiaba en la moto, subí y nos marchamos.

En el caos de las avenidas, esquivando camiones y autorickshaws, mi guía me reveló un


secreto. Cuatro de los siete miembros del equipo tienen VIH. Sumitra es una de ellos. Su
esposo murió de sida.

Entonces comprendí: la insistencia en hablar sobre el virus, el interés en saber si había


tenido amistad con gente VIH positivo, el impacto de mis respuestas: les había narrado una
experiencia en Durban (Sudáfrica), cuando participé de una sesión terapéutica con personas
VIH positivo que enterraron todas las divisiones de raza y entrelazaron las manos para
apoyarse unos a otros. Había hablado también de las esposas que piden a sus maridos que
se hagan el examen de VIH: los hombres se ofenden con la sugerencia y voltean la sartén:
si traes esas ideas debe ser porque te andas acostando con alguien y ya me infectaste.

Sumitra tiene todo en contra. Es viuda, con un niño de cinco años, VIH positivo y vive en
una sociedad en la que se la culpa por su tragedia. El hinduismo y el sistema de castas ya
pesan espantosamente en una chica normal con problemas comunes. Es difícil imaginar
cuánto oprimen a una mujer en una situación así. En Occidente ya lo tendría difícil. Pero en
un sistema que cree en el karma (uno recibe lo que merece por lo hecho en las vidas
pasadas) y castiga a las víctimas, ¿quién quiere a una madre viuda con VIH?

Creo que ella sintió que estaba ante una oportunidad, que yo podría darle una respuesta. Y
me dolió en el alma, porque pude ver la luz de su esperanza en los ojos, detectar el temblor
de los labios que encarcelaban su llamado de ayuda.

Me reconfortó pensar que también la había visto en un momento mejor: a lo largo de la


conversación en el pequeño cuartel del equipo, ella era la que más hablaba, la que tenía
claridad sobre las tareas y la forma de llevarlas a cabo, la que hacía las preguntas más
perspicaces y, además, la que mantenía el ambiente relajado con comentarios y expresiones
que hacían reír a todos, incluido yo, a pesar de los obstáculos del idioma.

Con VIH, hay que ser positivo. La actitud es fundamental. La suya es genial. Y para encarar
los retos de este mundo duro, también. Por eso, halagado por la dulce expresión de estas
chicas, adolorido por no poder compartir con el equipo más que un rato amable bebiendo
chai, me sentí estimulado, entusiasta porque ésta es la gente que nos muestra los caminos,
la que enfrenta sus dramas cotidianos con esfuerzo y buen humor. Y si ellos no se dejan
aplastar, si son capaces de vencer tanto sufrimiento y seguir adelante, a otros nos toca
darles ánimo, hacerlos sentir acompañados en su trabajo y llevar la noticia de su éxito. Para
que su ejemplo motive a quien le falta ánimo y dé pistas a quien necesita guía.

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