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Guillermo Tell

Suiza, hace 1 700 años estaba dominada por Austria. Reinaba por aquel entonces, en
Austria, Rodolfo I y colocó en Suiza a un tirano llamado Hermann Gessler.

La orden era clara y humillante: todo ciudadano suizo tenía que inclinarse ante el
sombrero del tirano austriaco, prenda que estaba colgada en un poste de la plaza del
pueblo. Tan sólo un valiente se opuso: el arquero Guillermo Tell.

El tirano, Hermann Gessler, hizo a Tell víctima de una chanza salvaje: le prometió la
libertad si acertaba con una flecha en una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo
Walter. Si erraba el tiro o se negaba a dispararlo sería ejecutado.

Tell enfrentóse a su hijo en las afueras de la villa de Altdorf. En su ballesta había un


dardo mortífero. Otro pendía sujeto por su cinturón. Disparó. La manzana saltó en dos
pedazos. ¿Por qué, teníais otra flecha en la aljaba?, preguntó Gessler.

«Era para vuestro corazón, en el caso de que la primera hubiese tocado siquiera un
pelo de mi hijo», repuso Tell. «Llevadlo al castillo», rugió Gessler. Guillermo Tell fue
maniatado y subido en una embarcación con Gessler, y la escolta de éste, para ser
conducido a la otra orilla del lago Uri, donde se encontraba el lúgubre castillo del tirano.

Mientras hacían la travesía se desencadenó una tormenta. Los guardianes desataron a


Tell para que pudiera conducirles a la orilla. Así lo hizo, pero al llegar a tierra saltó
rápidamente y empujó de nuevo la embarcación lago adentro.

Los hombres de Gessler se ahogaron, pero el tirano logró ganar la costa tras
denodados esfuerzos. Tell le estaba esperando con su segunda flecha y disparó. Suiza
había quedado libre del yugo austriaco.

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