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TIEMPO
SIN MEMORIA
Uno
La memoria no interpreta
ni justifica el presente.
La calle, un hueco amplio
antes del mediodía
que arrastra los pies.
Casi todas las puertas cerradas.
Sólo turistas,
gentes equívocas.
La pendiente exige un esfuerzo
a esa imaginación hueca
que no explica,
que no puede alegarse como una coartada
y, sin embargo, disuelve
la nostalgia y el deseo.
L OS LIBROS esperan el instante definitivo
de sus palabras silenciosas,
de su instante sin significado.
Demasiado tiempo guardado en la librería.
Los gestos, la voluntad,
el eco amargo o la extrañeza.
Algunos lomos se esconden,
algunas filas se inclinan
con desgana de sueño.
L A CAMISA de algodón
recibe la frontera del cuerpo.
Ni dentro ni fuera.
La duración no se parece a la eternidad.
Las nubes han detenido
la luz idéntica, sin música.
Los ojos de sueño reciente
atentos para sorprender las cosas pequeñas,
para el acto sorprendente y abandonado de ver.
Este rojo no es el mismo que el otro rojo.
Las baldosas frías
con formas de estrellas
enmudecen
con sus esquinas hace tiempo rotas
y su trabón tartamudo.
La camisa de algodón
no tiene otra historia
que los puntales de piedra
y la forma inmóvil del cuerpo.
Sombras de nombres.
Finos espejismos
con la soledad en un escaparate
y el escenario en todas las plazas.
Los transeúntes se aglomeran en los semáforos,
en los paseos junto al mar.
Cuando las avenidas son un hueco amplio,
se inundan de un misterio denso,
semejante a lo que pierde su volumen
al otro lado del espejo.
Cruzar de acera,
elegir con exactitud la esquina,
mostrar, ocultarse
deciden la paridad del tiempo.
L AS FIGURAS de un cuadro
hablan de sí con una transparencia
demasiadas veces olvidadiza.
El santo rechaza a la mujer
y es en realidad al artificio,
a la calidad social,
a lo que renuncia
para ser acogido por dos ángeles
con rostro de rufianes sin sexo.
El libro es el arquetipo del libro.
El cuadro, la falsificación de la mirada.
El tiempo se extingue
en las direcciones de la cruz.
La historia se superpone,
narra con instantes solapados a la cronología.
Las arrugas permanecen inmóviles,
detenidas de una vez para siempre
aunque nunca existieron
y sean dentro del tiempo y fuera,
igual que el cuadro,
que cualquier objeto que se solapa
en las miradas detenidas
o que se suceden
con memoria
y sin memoria,
indescifrables en la latencia inextinguible
que disuelve la conciencia.
Dos
F UERA ,
el sol deslumbra,
no interroga.
No es necesario pintar
infinitas veces el mismo paisaje.
Aun en la oscuridad,
se reconocería el dibujo de una grieta.
Aun en la oscuridad,
las cosas estarían ahí,
dispuestas a ser constatadas.
Esa es la paradoja:
las cifras no tienen historia,
se inventan cada vez.
Y este sol
inmenso
demuestra la eternidad del presente.
N I DENTRO ni fuera.
Como un objeto
sin distancia.
Como una raíz
que ignora el contorno de la lluvia
y alimenta su deseo de las nubes.
Tres
S IÉNTATE
frente a las palabras.
Quizá sea el momento,
ahora,
de que hablemos del color azul del silencio,
de todo aquello que ha prescrito.
Y mientras la oscuridad de fuera
nos ilumine y nos protege,
desenterraremos la única arma
que asalta las heridas del deseo.
A TRAVÉS DE la ventana,
la luna llena,
el espliego, los robles,
el tránsito diáfano de la hora
entre los edificios.
No sirven las palabras pegadas a la materia.
Cuantificar el estallido mágico de la voz
es sólo comprobar que su poder
se reduce al empeño de quien habla
y a la pausa de quien escucha.
De la realidad,
sólo se constata la pérdida.
Por eso nunca somos dueños
del presente
y el arrepentimiento
nos retrata mejor
que el suceso.
El tacto de la luna
se escapa entre las manos.
Abrimos la ventana
y las cosas se doblan sobre sí mismas.
L A QUIETUD nos salva.
Sólo es necesario detenerse, mirar,
para que lo visto se transforme
en un paisaje sobre el que se detiene el tiempo.
La quietud se convierte así
en la medicina imposible
del deseo sin sucesión.
El aire que lo envuelve todo
cobra densidad, tersura,
voz, la transparencia
que nos ata a la realidad.
H E ESTADO esperando
durante semanas
que algo cambiase
durante semanas
la tarde trae
un cielo encapotado
la grúa estática
el bienestar vegetal
de un bosque de otoño
el tiempo gotea
los días se suceden
algunas noches
el viento
mueve los cables de la grúa
y su sonido
es el de las jarcias
de un puerto
con añoranza de tempestades
durante semanas
he estado esperando
durante semanas
quizá una señal
la precipitación
o la permanencia
U N TRAJE de baño,
una canción antigua,
la comida para mañana,
un libro,
el café de la tarde,
otra música que se prolonga,
todo sucesivo o simultáneo,
apenas significante,
apenas nada.
Fuera,
la perspectiva de los tejados.
A lo lejos,
pasan camiones;
a veces, llega el estallido de su motor.
Sin embargo,
los conductores no nos ven.
Así, igual de frágil
el albedrío de la realidad.
Nada sucede
porque apenas todo es nada,
sustentado sobre su idea previa.
Desde la lejanía inane
de su silencio,
un traje de baño,
una canción antigua,
la comida para mañana,
un libro,
se suceden
sin que signifique nada
la densidad lábil de su existencia.
D ESPUÉS DE la lluvia,
la música del desposeimiento.
Después de la lluvia
la hora
descansa frágil sobre la acera.
Dentro,
el polvo apenas perceptible
disimula el desvalimiento de las cosas.
La lluvia
ha limpiado las calles,
el aire, la luz incumplida,
el hueco de la espera.
Desde hace algún tiempo
habitamos un territorio
que no pertenece a lugar alguno.
Ha pasado un siglo.
La lluvia se estremece,
incapaz,
en este tiempo sin memoria.