Professional Documents
Culture Documents
Pierre Bourdieu
Anagrama 2003. Barcelona
EL HABITUS ECONÓMICO
persons for all walks of life" ["El enfoque económico [...] supone hoy que los
individuos maximizan su utilidad a partir de preferencias básicas que no cam-
bian con rapidez con el paso del tiempo, y que el comportamiento de distintos
individuos es coordinado por mercados explícitos o implícitos [...]. El enfoque
económico no se restringe a bienes y necesidades materiales o a mercados con
transacciones monetarias, y conceptualmente no distingue entre decisiones ma-
yores o menores o entre decisiones ‘emocionales’ y de otro tipo. En rigor [...],
el enfoque económico proporciona un marco aplicable a todo el comportamien-
to humano: a toda clase de decisiones y a personas de toda condición"].32 Ya
nada escapa a la explicación mediante el agente maximizador: ni las estructuras
organizacionales, las empresas o los contratos, ni los parlamentos y las munici-
palidades, ni el matrimonio (concebido como intercambio económico de servi-
cios de producción y reproducción) o la familia, ni las relaciones entre padres e
hijos o el Estado. Este modo de explicación universal por medio de un principio
de explicación también universal (las preferencias individuales son exógenas,
ordenadas y estables, por lo tanto sin génesis ni devenir contingentes) ya no sa-
be de límites. Gary Becker ni siquiera reconoce los que Pareto estaba obligado a
poner en el texto fundador, en el cual, tras identificar la racionalidad de las con-
ductas económicas con la racionalidad a secas, distinguía las conductas propia-
mente económicas, que son la culminación de “razonamientos lógicos” apoya-
dos en la experiencia, y las conductas “determinadas por el uso”, como el hecho
de sacarse el sombrero al entrar en un salón33 (con lo que reconocía otro princi-
pio de la acción, el uso, la tradición o el hábito, a diferencia del individualismo
metodológico, que no quiere conocer otra cosa que la alternativa de la elección
consciente y deliberada, que satisface ciertas condiciones de eficacia y coheren-
cia, y la "norma social", cuya eficiencia también pasa por una elección).
para imponerse, a la vez por razones políticas y por razones que obedecen a la lógi-
ca propia de los universos científicos. Es incuestionable, en efecto, que son muchos
los que tienen interés en que no se establezca ningún vínculo entre las políticas
económicas y sus consecuencias sociales o, más precisamente, entre las supuestas
políticas económicas cuyo carácter político se afirma en el hecho mismo de que se
niegan a tomar en cuenta lo social y el costo social, y también económico –que, por
poco que se intentara, no sería tan difícil de evaluar–, y sus efectos a corto y largo
plazo (me refiero, por ejemplo, al crecimiento de las desigualdades económicas y
sociales resultante de la puesta en práctica de las políticas neoliberales y a los efec-
tos negativos de esas desigualdades sobre la salud, la delincuencia y el delito, etc.).
Pero si la hemiplejia cognitiva a la que hoy están condenados sociólogos y econo-
mistas tiene fuertes motivos para perpetuarse contra los intentos, cada vez más nu-
merosos, de liberarse de ella, es también porque las fuerzas sociales que pesan so-
bre los universos supuestamente puros y perfectos de la ciencia, en especial por
medio de los sistemas de sanciones y recompensas encarnados por las revistas cien-
tíficas, las jerarquías de casta, etc., favorecen la reproducción de los espacios sepa-
rados, asociados a estructuras de posibilidades de ganancia y a disposiciones dife-
rentes, y hasta inconciliables, que tienen su origen en el corte inicial.
gustos, por ejemplo, que Sidney Mintz ilustró mostrando cómo la afición por el
azúcar, en un primer momento producto de lujo exótico reservado a las clases
privilegiadas, se convirtió poco a poco en un elemento indispensable de la ali-
mentación corriente de las clases populares-37 y a la historia individual, con el
análisis de las condiciones económicas y sociales de la génesis de los gustos in-
dividuales en materia de alimentación, decoración, vestimenta y también can-
ciones, teatro, música o cine, etc.38 y, en términos más generales, de las disposi-
ciones (en el doble sentido de capacidades y propensiones) a llevar a cabo las
acciones económicas ajustadas a un orden económico (por ejemplo, calcular,
ahorrar, invertir, etc.).
El concepto de habitus permite también escapar a la alternativa del fina-
lismo –que define la acción como determinada por la referencia consciente a un
fin deliberadamente postulado y que, por consiguiente, concibe todo comporta-
miento como el producto de un cálculo puramente instrumental, para no decir
cínico– y el mecanicismo, para el que la acción se reduce a una mera reacción a
causas indiferenciadas. Los economistas ortodoxos y los filósofos que sostienen
la Teoría de la acción racional oscilan, a veces en la misma frase, entre estas
dos opciones teóricas lógicamente incompatibles: por un lado, un decisionismo
finalista según el cual el agente es una pura conciencia racional que actúa con
pleno conocimiento de causa, siendo el principio de acción una razón o una de-
cisión racional determinada por una evaluación racional de las posibilidades;
por el otro, un fisicalismo que hace de aquél una partícula sin inercia que reac-
ciona de manera mecánica e instantánea a una combinación de fuerzas. Pero
tienen tanto menos inconvenientes para conciliar lo inconciliable cuanto que los
dos aspectos de la alternativa no son más que uno: en ambos casos, con un sa-
crificio a la scholastic fallacy, se proyecta al sujeto sapiente, provisto de un co-
nocimiento perfecto de las causas y las posibilidades, en el agente actuante, al
que se supone racionalmente inclinado a plantear como fines las posibilidades
que le asignan las causas (el hecho de que los economistas, en nombre del “de-
recho a la abstracción”, hagan sacrificios a ese paralogismo con pleno conoci-
miento de causa no basta –¿hace falta decirlo?– para anular sus efectos).
El habitus es un principio de acción muy económico, que asegura una
enorme economía de cálculo (en especial del cálculo de los costos de investiga-
ción y medición) y también de tiempo, recurso particularmente escaso en la ac-
ción. En consecuencia, está especialmente adaptado a las circunstancias ordina-
rias de la existencia que, sea debido a la urgencia o en razón de la insuficiencia
de los conocimientos necesarios, casi no dan cabida a la evaluación consciente
y calculada de las posibilidades de ganancia. Directamente originado en la prác-
tica y ligado a ella tanto en su estructura como en su funcionamiento, ese senti-
do práctico no puede medirse al margen de las condiciones prácticas de su eje-
cución. Lo cual significa que las pruebas a las que la “heurística de la deci-
sión”39 somete a los sujetos son doblemente inadecuadas, porque tratan de medir
PRINCIPIOS DE UNA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA 241