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Llegó el domingo. Yo, estaba muy ilusionada. Me puse un vestido rojo, unos
zapatos de tacón y un moño. Cuando llegué a la fiesta había muchísima
gente. Allí estaba Joan y mis amigas. Pero a Verónica no la encontraba. Si
estuviera, la habría visto al llegar. De repente, en ese momento, vi a una
chica de pelo liso y rubia. Me saludó, pero yo no sabía quién era. Luego, me
di cuenta de quién era. Era Verónica. Nunca la había visto así, tan cambiada.
Después me vino mucha sed, así que fui a por bebidas. Allí, me encontré
con Joan y fui el primer momento en el que hablamos. Solo me hago una
pregunta, ¿Por qué no me di cuenta? Esa es la pregunta que me he estado
haciendo siempre. Después de esto, vino el lunes, martes, miércoles, jueves
y viernes y todos esos días, me hablaba. Luego, llegó a más. Me invitaba a
fiesta y más tarde, llegaron las cenas en su casa, ya que él no vivía con sus
padres. A mí, me gustaba pero no estaba segura de si era el momento. Pero
después me dio igual porque creía que era el hombre de mi vida, ¿Cómo
pude ser tan tonta? En fin, empezamos a salir como pareja. Yo estaba muy
contenta, enamoradísima, tanto que me quedé sin amigas, llevábamos 4
meses saliendo. Pero a mí eso me daba igual, tenía a Joan. Era la única
persona que me entendía. Bueno pues ahí estaba yo, vestida con mi vestido
azul por las rodillas y pelo liso recogido en una coleta. A punto de ver a mi
amado, me encontraba en el lugar de la cita. Y ahí estaba Joan. Con
chaqueta y corbata. Lo veía una persona especial y de la que nunca se
espera nada malo de él, que equivocada estaba… Me sonrió (la misma
sonrisa de siempre, su estrategia para ligar) y luego me cogió de la mano y
me llevó a la mesa que estaba reservada. Esa noche comí una carne
blandita y con salsa de roquefort, patatas asadas y ensalada con muchos
condimentos. Esta comida, sí estaba rica. Estuvimos hablando de si yo me
iría a vivir con él o de si tendría hijos, yo en esos momentos no lo entendía.
Pero en el postre, estaba más nervioso. Ya no hablaba. Y de repente soltó 4
palabras, 4 simples palabras: ¿Te quieres casar conmigo? Yo, tan solo tenía
19. No sabía que decir. Le quería y en esos momentos yo me creí que era el
momento de empezar mi vida, así que acepté. No le dije nada a mi padre y
en cuanto se acercaba el día, se lo dije. Me echó de casa y no me volvió a
hablar. No me respondía a las llamadas ni a las cartas. Hizo como que nunca
hubiera existido. Me olvidó, como hizo con mi madre. Llevé el vestido de
boda de mi madre, me quedaba como un guante. Quise seguir los mismos
pasos de mi madre, todo perfecto. Después de la boda empezaron mis
desdichas. Tan solo era una niña cuando empecé la historia y ahora,
después de 9 años, me doy cuenta de la barbaridad de errores que he
hecho. Bueno, nos mudamos a una casa muy bonita y grande. Sus padres le
dieron muchísimo dinero para que él y yo pudiéramos crear una familia. Se
llevó todas sus pertenencias como ese dichoso cuadernillo. No sabía que
contenía ya que nunca me lo contaba, así que decidí dejarlo en paz, a lo
mejor era simplemente trabajo. Él no dejó en ningún momento los estudios,
al contrario que yo, siguió con su carrera. Era él quien traía la comida a
casa. Bueno como iba diciendo, la casa era enorme. Estaba segura de que
íbamos a ser felices para siempre y que nunca iba a ocurrir nada malo. Al
principio, se iba encargando de las cenas, citas, salidas. Pero no duró
mucho, solo 1 año, porque después empezó lo malo. Un día, vinieron unos
amigos suyos a comer a casa. Había pollo y como siempre, la comida la
hacía yo. Por lo visto, en un despiste mío, se me quemó. Me empezó a decir
palabras ofensivas y dolorosas. Me humilló y sus amigos se rieron de mí.
Ellos le animaban para que me siguiera ofendiendo.¿Qué amigos serían
esos? Pero me retiré sin protestar. Cuando se fueron, él no me pidió perdón.
Pero lo dejé pasar, ya que no volvimos a hablar de ello. Pero la cosa siguió
así. Y ya me insultaba cuando estábamos en la calle, en casa, delante de la
gente…pero a él no le importaba. Empecé a pensar que tenía la culpa. Pero
yo ya no podía más así que un día le pregunte por qué me decía aquellas
cosas. Él me pidió perdón y me prometió que no lo volvería a hacer. Estuvo
muy atento durante varios días. Pero las tareas de la casa las seguía
haciendo yo. Sí, yo seguía siendo una niña y no me daba cuenta de que no
me trataba bien.