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JUVENTUD PERDIDA
Por: Robert Mason.
Unos 13 años atrás, comencé a aconsejar a un muchacho que intentó suicidarse dos veces.
Al procesar los sentimientos y emociones relacionados con ese hecho, él me dijo algo que
marcó mi ministerio y mi vida personal: «Roger, no me entiendes». Respondí: «Marcos,
ayúdame a entenderte». Con lágrimas en los ojos que reflejaban dolor y agonía, expresó
algo que yo no estaba preparado para recibir: «Roger, en realidad nunca quise morir, sólo
quería matar mi dolor». Por primera vez me di cuenta de que el dolor al que él se refería no
era el que se quita con aspirinas o antibióticos. Era un asunto del corazón, el vacío que
muchos de los muchachos que vemos a diario aceptan como vida. Se caracterizan por una
soledad que es más que una emoción: es estar solos, aislados, desconectados, rechazados y
en muchos casos simplemente olvidados.
Gran cantidad de los chicos que vemos en nuestra institución, son rechazados por su familia
y en la mayoría de los casos han sido simplemente desechados por aquellos que deberían
haberles inculcado la importancia y la definición de la vida misma. La mayoría están
tratando de encontrar o de crear un sustituto o una imitación de la segunda experiencia
fundamental que un niño debe tener: la del amor. Cuando se niega o no existe el amor, el
niño intentará desesperadamente de encontrar algún tipo de imitación para llenar ese
profundo vacío en su corazón. Muchos actos de delincuencia podrían ser rotulados como
síndrome de préstame atención, necesito cariño.