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CÓMO ALCANZAR A LA

JUVENTUD PERDIDA
Por: Robert Mason.

Unos 13 años atrás, comencé a aconsejar a un muchacho que intentó suicidarse dos veces.
Al procesar los sentimientos y emociones relacionados con ese hecho, él me dijo algo que
marcó mi ministerio y mi vida personal: «Roger, no me entiendes». Respondí: «Marcos,
ayúdame a entenderte». Con lágrimas en los ojos que reflejaban dolor y agonía, expresó
algo que yo no estaba preparado para recibir: «Roger, en realidad nunca quise morir, sólo
quería matar mi dolor». Por primera vez me di cuenta de que el dolor al que él se refería no
era el que se quita con aspirinas o antibióticos. Era un asunto del corazón, el vacío que
muchos de los muchachos que vemos a diario aceptan como vida. Se caracterizan por una
soledad que es más que una emoción: es estar solos, aislados, desconectados, rechazados y
en muchos casos simplemente olvidados.

Gran cantidad de los chicos que vemos en nuestra institución, son rechazados por su familia
y en la mayoría de los casos han sido simplemente desechados por aquellos que deberían
haberles inculcado la importancia y la definición de la vida misma. La mayoría están
tratando de encontrar o de crear un sustituto o una imitación de la segunda experiencia
fundamental que un niño debe tener: la del amor. Cuando se niega o no existe el amor, el
niño intentará desesperadamente de encontrar algún tipo de imitación para llenar ese
profundo vacío en su corazón. Muchos actos de delincuencia podrían ser rotulados como
síndrome de préstame atención, necesito cariño.

A menudo nuestros muchachos en actos de desesperación buscan maneras secundarias y


equivocadas de captar atención, cariño, reconocimiento, afecto y amor

Como verán, un niño prefiere tener la atención de un policía, un abogado, un trabajador


social, un juez de menores o de un consejero como yo, antes que no recibir ningún tipo de
atención. Este artículo es un pequeño intento de ayudar a aquellos que están pensando en
este ministerio a que, antes que nada vean la energía que insume cerrar la brecha del dolor,
la ira y el enojo. En muchos casos, hacer algo a medias es contraproducente y causa más
daño que no hacerlo. Comenzar algo y dejarlo inconcluso reaviva el dolor de la pérdida
mucho más que si no se hubiera hecho nada. Hemos aprendido que el fracaso no tiene nada
de malo porque todos fallamos y nuestro mejor esfuerzo a veces no alcanza. Pero este
ministerio no tiene cabida para los que abandonan. Muchos de estos niños están
caracterizados por los que los han abandonado. Padres, amigos, familiares, iglesia, escuela,
todos han perjudicado a estos niños al no terminar lo que empezaron.

I. La juventud perdida a menudo se caracteriza por todos o algunos de los siguientes


identificadores:

- Adicción: drogas y/o alcohol


- Problemas escolares: expulsión, suspensión, escapadas
- Actitud/comportamiento de oposición especialmente a la autoridad
- Estructura familiar fragmentada
- Comportamiento anti social
- Actividades delictivas
- Participación en pandillas
- Ideas, fascinación suicida
- Destrucción de propiedad
- Automutilación
- Propensión a la violencia y agresión física/verbal
- Inmadurez social/emocional
- Enojo/ira/resentimiento

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