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Contigo en la distancia
Quand’io mi volgo indietro a mirar gli anni...
Si trato de recordar
el último verano juntos,
me viene a la cabeza
el corto viaje en tren
hacia la sierra,
en un tren equivocado
que hacía por eso
distinto el paisaje.
Era la hora del atardecer
y aún llegaríamos
sin ser noche del todo.
Madrid,
el calor de una casa en penumbra,
las calles con una familiaridad distinta y sonora,
quedaba a unos minutos.
Y esta movilidad sin pausa,
libres por el momento,
era como el gozo
de medir la altura de todas las aceras
ante la promesa de que en otoño lloverían
cosas extraordinarias.
Ahora, casi puedo sonreír,
o poner ojos sucios de melancolía,
cuando recuerdo la estampa sudorosa
de los dos, ingenuos tal vez,
mientras inventaba nuevas disposiciones y estrategias
entre el rumor de tráfico que se colaba por la ventana.
Todo parecía agotarse
y renacer,
sofocarse y prologar.
Hablo contigo
en el teléfono de la noche
y escucho tu voz extraña,
llena de jirones
de todo lo que has vivido en el día.
Puedo recomponer
tu apostura casi profesional
de chica cordial y sonriente
mientras las miradas te salpican
y no eres exactamente tú,
y al final del día
no has recuperado tu forma
y yo puedo escucharlo.
Al fin, tanta distancia
para convertirnos en morbosos expertos
de timbres y matices.
Pero esta noche
mi humor me permite bromear
sobre la impostura de los relaciones públicas
y el soniquete de la megafonía en los grandes almacenes
y esperar condescendiente
reencontrarme mañana con tu voz,
contigo,
cierta de nuevo,
como un ángel de madera eternizado entre vitrinas.
El amor es un ecosistema protegido
Conviene separarse
y sentir por unos momentos,
la excitación de la vida sin ti.
A fin de cuentas,
el presentimiento de una casa vacía y fría,
el heroísmo de una vida impuesta
sobre la desgana
y las largas conversaciones con uno mismo
en que se convierte el pensamiento
resultan un nostálgico ejercicio
en el que se diluye la inconsciencia
de unos minutos.
Y esas ausencias tuyas
son realmente un placer
ante la evidencia de que no van más allá
de un virtuoso ejercicio de imaginación.
Lenguaje versus realidad
(Amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en
la misma dirección)
A estas horas
ya habrás salido del cine.
Vendrás hacia casa
pensando qué vas a decirme de la historia,
del ritmo, de los actores.
A fin de cuentas,
la película te la recomendé yo.
Se está bien en la intimidad
del propio pensamiento.
Te detengo en una esquina
mientras gira sin prisa un coche blanco.
Sus luces iluminan fugazmente el escaparate enrejado,
agrandan la sombra de tu cuerpo en un muro.
Cruzas, por fin, y prosigues
el recorrido de la larga y desierta avenida con acacias.
Suspiras aliviada y aprietas el paso
cuando descubres ya cerca nuestra bocacalle.
(¡Qué manía ególatra la de apropiarnos de todo!)
Y entonces, sola,
como una luz que emerge de la oscuridad
descubro que no sé si vienes del cine
o es, en realidad, de la película
de donde regresas.
Amor cosmopolita
Tengo días,
rachas enteras
-no sé si a ti también te pasa-
en las que no siento ajeno tu cuerpo
y no encuentro ninguna diferencia palpable,
igual que le sucedía a don Miguel de Unamuno,
aquel casto varón padre de familia numerosa,
entre tocar tu muslo o el mío.
Daría una intensa pesadumbre
esa enajenación
de un cuerpo tan raramente prolongado
si no fuera por esas mañanas dulces,
a veces con el deseo bajo mínimos históricos,
en las que encuentro el roce de unos dedos
bajo el calor de las sábanas
y sé, con una certeza absoluta,
que no soy yo quien me acaricia.
Mudanzas
Perspectivas de futuro
Volver a nacer
Y yo te pregunto:
¿ser propietarios -del destino, de la vida propia- es esto:
llenarse de facturas y recibos que uno no sabe dónde guar-
dar,
andar de cabeza por el tipo de interés
-el interbancario y el variable y el preferencial y el lom-
bardo-,
tener repleta la agenda de citas con profesionales
que no tienen reloj, ni memoria, ni agenda, ni perdón de
dios,
desvivirse porque las cañerías no andan finas
y el viento se cuela por una ventana que no acaba de ajustar
como debiera,
sentir en el corazón el arañazo de una puerta o un mueble,
recitar de carrerilla los precios de un lote completo
de productos de limpieza doméstica,
saber que uno ha de contemplar de por vida
la jeta mal encarada del edificio de enfrente,
de escuchar la sordidez acorchada del vecino,
de verse envejecer en los rostros de los otros propietarios?
Y yo me pregunto:
¿ser propietario era esto:
haber perdido la pista de Petrarca,
del dolce stil novo al completo
y de toda su parentela de italianistas del más diverso pe-
laje,
haber fletado un barco náufrago
donde se embarcaron Cupido y Amarilis,
Cary Grant, Rodolfo Valentino e Indgrid Bergman,
haber perdido tantas horas entre las notas cursis de tantos
discos
para acabar hoy preguntándome
qué tiene que ver el amor con todo esto que nos rodea?
Paternidad in pectore