«—Y de las cosas que pudieran parecer ridículas, Sócrates,
tales como el pelo, el barro, la suciedad o cualquier otra
cosa indigna y despreciable, ¿te ves en aprietos también acerca de si hay o no que admitir una Idea separada de cada una de estas cosas, distinta de las que están a nuestro alcance? —De ninguna manera, –respondió Sócrates–. Aunque estas cosas existen, son sólo lo que vemos; pensar que haya una Idea de ellas sería demasiado extravagante. [...] —Eres todavía joven, Sócrates, –dijo Parménides–, y aún no estás poseído por la filosofía tal como te poseerá algún día, según creo, cuando no menosprecies ninguna de estas cosas. Ahora, por tu edad, tienes todavía demasiado respeto por las opiniones recibidas.»