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Ernesto Milà
PYRE
Ernesto Milà 3
Título: «...lo que está detrás de Bush»
Autor: Ernesto Milà
Colección Geopolítica nº 6
© Ernesto Milà
© Pyre, SL
Portada: Alejandro César
Ernesto Milà 5
EEUU no vive hoy su mejor momento y hoy es, visiblemen-
te, una potencia en declive. No ha logrado afianzar su posición
en Irak (uno potencia de muy limitados recursos militares en
2003), su economía ha dejado de producir en cantidad sufi-
ciente como para garantizar el consumo interior. El déficit en la
balanza comercial no tiene precedentes en la historia de la hu-
manidad en nación alguna. La economía norteamericana sigue
existiendo gracias a la afluencia de capital exterior a las bolsas
de los EEUU. Pero esto no ocurrirá siempre. Escándalos como
los de Enron o Arthur Andersen han marcado el declive del
dólar ante la sospecha de que otras muchas empresas pueden
maquillar su contabilidad. La economía norteamericana es hoy
especulativa, en absoluto productiva. Un país así es inviable.
Para colmo, la campaña de Irak demuestra la imposibilidad de
vencer definitivamente a un pequeño país. Irak que, a primera
vista, parecía una «guerra india» ha terminado siendo la reedición
de la peor pesadilla americana: Vietnam.
Las aventuras exteriores de la administración Bush han ais-
lado internacionalmente a los EEUU. Europa desconfía de
Norteamérica. Rusia se reconstruye y prefiere tratar con Euro-
pa. China recela de América. El mundo árabe lo tiene como
enemigo, aunque algunos de sus gobiernos sean aliados. Amé-
rica Latina quiere emanciparse de la tutela de EEUU. La gran
potencia económica y comercial de nuestro tiempo es, hoy por
hoy, la Unión Europea que, desde el 11–S ha pasado de ser
aliado incondicional, a observar la política exterior norteameri-
cana con desconfianza. EEUU no tiene aliados… como máxi-
mo, vasallos forzados. De hecho, el nacimiento mismo del Euro
y la existencia de la Unión Europea ya suponen una amenaza
para la hegemonía norteamericana. Un país así es inviable, es-
pecialmente a partir del momento en que sus FFAA evidencian
incapacidad para vencer y pacificar micropotencias (Hamid
Karzai sigue siendo llamado despectivamente «el alcalde
Kabul» y… su control ni siquiera se extiende a todos los ba-
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8 Lo que está detrás de Bush
I
El pensamiento anómalo
desde los orígenes
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Letrán, junto a Bernard Delicieux, Cola de Rienzi, Arnaldo de
Vilanova, Jean de Roquetaillade, Hugues de Digne, etc.
Esta corriente, prohibida por la ortodoxia romana, siguió
existiendo en la clandestinidad, refugiada –tal como refleja
Umberto Eco en su novela– en la orden franciscana. Al produ-
cirse la evangelización del Nuevo Mundo, la primera oleada de
misioneros enviados por Cisneros, estuvo compuesta precisa-
mente por monjes franciscanos surgidos de esta corriente…
La colonización y la conquista empezaban bajo el signo de la
mística.
Estos franciscanos fueron al Nuevo Mundo convencidos que
esa tierra debía ser el «paraíso perdido» del que hablaban las
escrituras. El propio Colón había escrito: «Nadie puede en-
contrar este Paraíso Terrenal, salvo que así lo quiera la
Voluntad divina»; era allí donde pensaba que encontrar un
«espacio nuevo» para la propagación de los Evangelios. Esto
implicaba la conversión de los paganos que se encontraran en
aquellas tierras. El descubrimiento –escribió a los Reyes Cató-
licos– «traerá pareja la salvación de tantos pueblos entre-
gados hasta ahora a la perdición». Así el anticristo sería ven-
cido definitivamente en el «nuevo mundo» y ello implicaría el
inicio del Apocalipsis, es decir, de la renovación del mundo.
Cuando Colón llegó a las Antillas creyó que había alcanza-
do el Edén. Estaba persuadido que la corriente del Golfo esta-
ba formada por los míticos «4 ríos del Paraíso». Llegó a escri-
bir: «Dios me ha hecho mensajero de un nuevo cielo y de
una nueva tierra, de la que había hablado en el Apocalipsis
San Juan, después de haberme hablado por boca de Isaías
y El me ha indicado el lugar para encontrarlo».
En 1494 Colón llega a Jamaica, identificando el lugar como
el «reino de Saba», país de la amante de Salomón y origen
mítico de los Reyes Magos. En la desembocadura del Jaina, en
la Isla Española, creerá haber descubierto el río Ofir, donde
Salomón se aprovisionaría de oro.
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XIII. De allí, en su afán explorador, llegarían a las costas de
Terranova. Jacques de Mahieu, muerto en 1992, director del
Instituto de Ciencias del Hombre de Buenos Aires y discípulo
de Alexis Carrel, descubría huellas vikingas en las riberas del
Amazonas y, por fin, sabemos, por confesión propia, que el
mismo Colón se benefició de exploraciones anteriores, con
cuyos protagonistas pudo hablar directamente y a cuyos ma-
pas tuvo acceso.
La cuestión es por qué hasta el siglo XVI no se empieza a
explorar sistemáticamente el Nuevo Mundo. No es, desde lue-
go por razones económicas. Mucho más antieconómico y pe-
ligroso era viajar por tierra hasta Cathay que saltar desde Ca-
narias y las Azores hasta el continente que luego se llamaría
América. La idea de que la tierra era plana y terminaba con el
horizonte de Finisterre no deja de ser una leyenda supersticio-
sa que influía sólo en los más ignorantes. Pero la humanidad
antigua no era precisamente ignorante. Ya hemos recordado
como los griegos en sus mitos (Atlas sosteniendo el globo del
mundo) y los egipcios en sus cálculos matemáticos con fines
constructivos, conocían perfectamente la forma de la tierra. En
cuanto el heliocentrismo tan denostado por la Iglesia y que oca-
sionó tantos problemas a sus difusores, no era una teoría que
fuera desconocida para los astrólogos, como mínimo a partir
de Caldea: ¿es preciso recordar que existieron astrólogos en
todos los tiempos y que en el tiempo de Colón mantenía gran
vigor y prestigio de ciencia infalible?
Si la exploración en dirección hacia el Oeste fue ignorada
hasta el siglo XVI se debió igualmente a razones que tienen
mucho que ver con concepciones míticas y místicas: los anti-
guos consideraban que el Occidente era la tierra de la muerte
(Occidente deriva de «occido», morir, sucumbir, caer, causar
la muerte, la perdición; «occidio–occidionis»: matanza, carni-
cería, exterminio).
El descubrimiento y la explotación del Nuevo Mundo que,
técnicamente era posible desde la navegación fenicia, fue blo-
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La «Nueva Atlántida»
En 1623, Sin Francis Bacon publicó un relato novelado que
tendría gran influencia en la formación de un estado de ánimo
favorable a la colonización del Nuevo Mundo. En efecto, «The
New Atlantis» relata la aventura de unos navegantes a quines
vientos adversos desplazan de su ruta y hacen recalar en una
isla gobernada por filósofos–científicos. El libro, de pocas pági-
nas, está escrito en un lenguaje escatológico, con citas frecuen-
tes a los Evangelios.
En «The New Atlantis», Bacon describe una sociedad se-
creta llamada «Casa del Templo de Salomón» situada en la
cúspide jerárquica de su Estado ideal. En la portada de su libro
incluye una filacteria con la leyenda «Tempora patet occulta
Veritas», «con el tiempo aparecerá la verdad oculta», alu-
sión, tanto a la prohibición de llegar más allá de las columnas
de Hércule.
La llegada de los protagonistas del relato a la Atlántida en la
obra de Bacon es seguida de un rito iniciático de purificación:
«después del día de vuestra llegada, debéis permanecer
internados por tres días», alusión inequívoca a los tres días
de muerte y resurrección de Cristo. Pero antes de desembar-
car, los marineros tienen que jurar que «no sois piratas, ni
habéis derramado sangre, legal ni ilegalmente, en los últi-
mos cuarenta días», el mismo período de purificación de Je-
sús en el desierto. No es raro que los expedicionarios a la vista
de este programa declaren: «Dios se ha manifestado, sin duda,
en este país». Y otro proclama «estábamos enterrados en lo
profundo, como Jonás lo estuvo en el vientre de la ballena
y ahora estamos entre la muerte y la vida, pues estamos
más allá del viejo mundo y del nuevo». Para Bacon, la Atlán-
tida es un estado intermedio entre la vieja Europa y la nueva
América, que considera muerte y vida respectivamente. La re-
ferencia al vientre de la ballena equivale a la cámara de medita-
ción, oscura, negra y cerrada, en donde tiene lugar la muerte
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ideal, profundamente democrática y basada en principios espi-
rituales.
A partir de la publicación de «The New Atlantis», la coloni-
zación inglesa cobra un impulso definitivo y los peregrinos del
«Mayflower» (1620) se vieron definitivamente reforzados.
La colonización del Paraíso
La colonización del territorio actual de los EEUU fue inicial-
mente obra de ingleses y, en general, de disidentes religiosos.
Los primeros que llegaron al Nuevo Mundo se consideraban
predestinados; tenían a Europa por excesivamente decadente
como para que la «Reforma» pudiera triunfar; era preciso, pues,
alcanzar un nuevo mundo y en él, hacer tabla rasa. En su ópti-
ca, el signo más claro de elección divina de aquella tierra para
una «segunda venida de Cristo» era que hasta ese momento
había permanecido velada a los ojos de los hombres.
En el «Mayflower» (Flor de Mayo) llegaron los «Padres
Peregrinos» –considerados como los fundadores de los EEUU–
y con ellos la imprenta y el puritanismo. Si bien es cierto que el
Sur de los EEUU fue colonizado por caballeros ingleses y el
Norte por puritanos y que, mientras los caballeros del Sur eran
de origen celta (galeses, escoceses e irlandeses, de carácter
independiente y apegados a sus tradiciones) y los del Norte,
anglosajones (buscando nuevas fórmulas de modernidad), to-
dos ellos consideraban su colonización como una empresa «po-
lítico–religiosa».
Ambos grupos –que, con el paso de los años y una vez
independientes terminarían por chocar en la Guerra de Sece-
sión– compartían la misma visión teológica que veía en la aventu-
ra hacia el Oeste (realizada en dos fases: de Europa a América
y de la Costa Este americana a la «nueva frontera» cuyo límite
eran las aguas del Pacífico) la trayectoria de la verdadera sabi-
duría ¿Acaso no había seguido el cristianismo la misma ruta: de
Jerusalén a Roma? Según esta concepción, que tuvo gran éxito
entre los teólogos protestantes del siglo XVII, la marcha hacia
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conducir a la aniquilación de la nación americana. El Dia-
blo entabla de ese modo una cruenta batalla contra la vo-
luntad de Dios, que ha elevado a los EEUU por encima del
resto de las naciones, como a la antigua Israel».
Los puritanos que colonizaron el Far–West no son en abso-
luto un invento de Hollywood; existieron realmente con todo su
carga de fanatismo. Obsesionados por la idea del pecado y de
su expiación, se pusieron en marcha para abrir una «nueva fron-
tera». Para ellos, los desiertos, los indios, las enfermedades y
los peligros que les acechaban eran la plasmación material de
los poderes demoníacos. Sus sufrimientos eran el camino para
su purificación y jalonaban la ruta hacia la «Tierra Prometida».
La formación de la mentalidad americana
Fue así como, poco a poco, cobró forma lo que hoy se
conoce como «american way of life», el estilo de vida america-
no. La «Tierra Prometida» sólo se podía alcanzar a través del
sufrimiento y el trabajo. Persistir en esa línea llevaría gra-
dualmente a un progreso indefinido cuya meta lógica era la
reconstrucción del Paraíso originario.
Cuando, los impulsos religiosos iniciales se atenuaron, per-
sistió la idea laica de progreso indefinido y de trabajo. El arrai-
go del calvinismo en EEUU fue inmediato; para esta doctrina la
fortuna y el éxito constituían el signo inequívoco con el que la
divinidad marcaba a los elegidos. El justo era el multimillonario,
el hombre de éxito, y el paria, en su miseria, aparecía como
culpable contra la ley de Dios.
Tales conceptos no podían sino terminar por hacer de los
colonos algo radicalmente diferente a la Metrópoli. Para ellos,
el problema teológico fundamental consistía en explicar como
el mal había aparecido en el Nuevo Mundo, considerado ini-
cialmente como reedición del Paraíso, e incluso como el Paraí-
so mismo. La explicación, de un maniqueismo exasperante, rela-
cionaba la entrada del mal el América con la presencia de colo-
nos católicos franceses y españoles. Eran ellos, decían, quie-
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nica también podían contribuir a hacer triunfar los valores evan-
gélicos.
Mientras, Europa languidecía en las convulsiones previas al
desplome del antiguo régimen absolutista. Los norteamerica-
nos eran considerados desde Europa, especialmente por la Ilus-
tración, como hombres simples, parecidos en su esencia al es-
tado de infancia e ingenuidad primitivas. Su situación y hábitos
contrastaban con la sofisticada decadencia de la nobleza de
polvo, peluca y rapé que detentaba el poder en Europa. Esta
era precisamente la virtud más apreciada por los puritanos: la
rústica simplicidad de gentes que rechazaban la cultura por
considerararla como muestra de un titánico satanismo. Puede
entenderse así el odio puritano hacia los jesuitas, grandes culti-
vadores de la inteligencia. Los «buenos salvajes» gozaban en el
viejo continente de una reputación exótica.
A lo largo del siglo XVIII, tras una larga guerra de emanci-
pación, las colonias norteamericanas se independizaron de la
metrópoli. La nueva sociedad allí creada, despertaba cierta
admiración en los ambientes intelectuales europeos, sin embar-
go, precisamente esa simplicidad primitiva, constituía una ba-
rrera infranqueable para que estas concepciones influyeran so-
bre Europa. Se les veía como gentes sencillas y piadosas, tole-
rantes, se les tuvo por granjeros–filósofos, hombres justos que
habían erradicado, el lujo, el privilegio y la corrupción; pero,
con todo, no dejaban de ser algo intraducible en Europa.
Debió de llegar un hombre providencial para establecer un
puente entre el Nuevo Mundo y la Vieja Europa. Ese hombre
fue Benjamín Franklin.
Franklin en Europa,
la revolución americana exportada
Franklin llegó a Europa con fama de hombre justo, simple y
sabio. La mayoría de cuadros nos lo pintan, en el último cuarto
del siglo XVIII, medio calvo, ralo el poco pelo restante; un
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Van Doren, igualmente, le reconoce este papel: «Para los fran-
ceses es el líder de su rebelión: la del Estado de Naturaleza
contra la corrupción del orden antiguo».
Benjamin Franklin fue, sin duda, el difusor de la Revolución
Americana en Europa. Ciertamente algunos de sus valores co-
incidían con los del Enciclopedismo, pero éste no dejaba de
ser una idea filosófica, por lo demás muy bien considerada por
la monarquía (D’Holbach, uno de los grandes enciclopedistas
franceses llamaba a Luis XVI –posteriormente guillotinado–
«Monarca justo, humano, benéfico; padre de su pueblo y
protector del pobre»). Al enciclopedismo le faltaba un modelo
de sociedad alternativo al «ancien regime», algún lugar en don-
de se hubiera ensayado y mostrase su capacidad para vertebrar
un nuevo modelo de organización social. A partir de la llegada
de Franklin a Europa, el fermento revolucionario adquirió un
modelo y un ejemplo a seguir.
Pero la prontitud con la que fue conocido Franklin en las
Galias es inconcebible si hacemos abstracción de un elemento
capital: la pertenencia del misionero americano a la
francmasonería y la excepcional importancia que tuvieron las
logias masónicas en el fermento de ideas intelectuales y en los
primeros momentos de la Revolución Francesa.
El partido masónico es tanto el partido de la revolución
americana como el de la revolución francesa.
El origen de la masonería americana
Los orígenes de la presencia masónica en EEUU son vi-
driosos. Se dice que había logias en 1620, cuando llegan los
«Padres Peregrinos». No está confirmado; más verosímil pa-
rece, sin embargo, la presencia de maestros masones entre los
colonos holandeses que llegaron a Newport (Massachusets)
en 1650. Las crónicas de la propia masonería difunden una
versión diferente. En 1704, Jhonatan Belcher, nacido en Boston,
fue iniciado en una logia de Londres. Jorge II lo nombró en
1730 gobernador de Massachusets y New Hampshire. Se suele
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los rebeldes en la guerra de independencia. Está históricamen-
te demostrado que sólo las más antiguas tomaron partido por
los rebeldes, mientras que las fundadas inmediatamente des-
pués de iniciarse el conflicto, lo hicieron a favor de los ingleses.
Se conocen a la perfección los nombres y las logias que se
decantaron hacia uno y otro bando.
El episodio que históricamente es considerado como el de-
tonante de los acontecimientos se sitúa en Boston en 1773. La
Compañía de las Antillas, dependiente del gobierno británico,
atravesaba una grave crisis; Lord North, primer ministro inglés,
hizo que se votara un impuesto sobre el té. Los colonos de
Boston, protestaron por este gravamen y asaltaron por sorpre-
sa tres navíos británicos arrojando 340 cajas de té por la bor-
da. La totalidad, sin excepción alguno, de los colonos que, dis-
frazados de indios, perpetraron la acción pertenecían a la Lo-
gia de San Andrés de la ciudad, dirigida por Joseph Warren...
Boston era, sin duda, la ciudad de mayor implantación
masónica en la época; su famosa logia estaba compuesta por
una amplia representación de la sociedad de su tiempo: aboga-
dos, clérigos protestantes y mercaderes. Warren, destacó des-
de los primeros momentos como uno de los líderes de la rebe-
lión de las colonias y murió en la batalla de Bunker Hill luchan-
do como voluntario. En 1825, contando con la presencia del
legendario Lafayette, la Gran Logia de Boston logró reunir a
5000 masones conmemorando la muerte de Warren.
La independencia americana:
triunfo del ideal masónico
El episodio del té de Boston muestra la importancia de la
masonería americana; pero no se trata de un caso aislado, sino
de una línea de tendencia que seguirá afianzándose en años
sucesivos hasta alcanzar su cenit en el momento en que, una
vez iniciado el movimiento independentista, los Estados Uni-
dos debieron forjar sus símbolos: la Declaración de Indepen-
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distinguido, extremadamente cortés. Visiblemente actuaba como
si fuera representante, de alguna sociedad secreta de carácter
místico e iniciático. Daba la sensación –o quería darla– de ha-
ber estado presente en acontecimientos antiguos que describía
con enorme precisión. Un hombre extraño, en definitiva.
En el libro de R.A. Campbell, «Our flag» se explica que al
discutirse el diseño de la bandera americana, Franklin rogó a
los presentes que escucharan a «su nuevo amigo, «el Profe-
sor», quien había accedido amablemente a repetir ante ellos
aquella noche lo esencial de lo que había dicho por la tarde
a propósito de la nueva bandera para las colonias». Predi-
jo la futura independencia y grandeza de los EEUU. Fue a este
desconocido al que se deben las orientaciones sobre las que
Washington y Franklin diseñaron la bandera de las barras y
estrellas.
El 4 de julio de 1776 tuvo lugar otra aparición de «el Profe-
sor» al producirse una discusión sobre la oportunidad de que
las colonias rompieran completamente o bajo ciertas condicio-
nes con la metrópoli. «!Dios ha dado América para que sea
libre!» concluyó su alocución a la que siguió la firma de la De-
claración de la Independencia. Nunca pudo conocerse la identi-
dad de «el Profesor», se marchó sin que nadie pudiera despe-
dirse de él.
La elaboración del gran sello de los EEUU fue, sin embar-
go, más laboriosa. Franklin, Adams y Jefferson fueron comi-
sionados para diseñar el sello. Cada uno de ellos aportó su
visión mesiánica particular: para Franklin la imagen de Moisés
conduciendo a los judíos a través del Mar Rojo era el episodio
bíblico que mejor sintonizaba con el sentir fundacional del nue-
vo país; Jefferson, por su parte, siguió en la misma línea repre-
sentando a los judíos marchando hacia la tierra prometida.
Adams, más clásico, pintó a Hércules blandiendo su maza, y
«eligiendo entre la virtud y la pereza» (tema característico) cuya
filacteria remitía a «The New Atlantis» de Bacon: EEUU era la
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primeros son verdaderas muestras de la mentalidad escatológica
y del mesianismo americanos.
La concepción del poder en los Estados Unidos está inspi-
rada igualmente en la iconografía masónica y en una de las in-
terpretaciones de los tres órdenes arquitectónicos clásicos: el
dórico, jónico y corintio, cada uno de los cuales representa
respectivamente a los poderes judicial, ejecutivo y legislativo.
El orden corintio se considera como expansivo, de ahí que fue-
ra asociado al poder legislativo; el orden jónico, cuyo capitel
está rematado por las volutas que recuerdan los cuernos del
morueco, es el poder de coordinación y liderazgo; finalmente,
el orden dórico, en su simplicidad y ausencia de aditamentos,
indica un poder restrictivo, esto es, judicial. Las tres partes de
cada columna, la base, el vano y el capitel, corresponden
respectivamente a los niveles local, estatal y federal. Todo el
conjunto comporta nueve divisiones orgánicas: Tribunal Muni-
cipal, Tribunal Estatal y Corte Suprema; Alcalde, Gobernador
y Presidente; y Ayuntamiento, Asamblea Legislativa Estatal y
Congreso Federal.
Estas tres columnas, con sus distintos órdenes figuran en
varios grabados masónicos de la época. El hecho de que en la
iconografía figure sobre los capiteles el Delta Luminoso es una
muestra añadida del mesianismo que condujo desde los oríge-
nes la política americana: una nación bajo Dios.
El mismo símbolo se repetirá en el dólar. Fue durante el
gobierno de Roosevelt cuando el Secretario de Agricultura,
Henry Wallace, tuvo la idea de incluir el Gran Sello en el rever-
so del billete de dólar. Tanto Roosevelt como Wallace tenían
años de militancia masónica a sus espaldas. Roosevelt perte-
necía a la Orden de los Shiners con el grado de Caballero de
Pitias; Wallace, por su parte, estaba interesado en el ocultismo
y las «búsquedas psíquicas» o espiritismo. Escribió: «Todo ser
es un Galahad en potencia». Ambos estaban persuadidos
que tras la gran depresión de 1929 América entraría en la «era
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cano que sigue manteniendo vivas las esencias del período de
los pioneros.
Dado que los negros, por tradición, no son admitidos en las
logias, existe una masonería especialmente dedicada a ellos.
Fundada en Boston en 1791 por un esclavo liberto proceden-
tes de Barbados, junto con otros 13 negros iniciados en una
logia militar inglesa, obtuvieron pronto una patente para consti-
tuir la African Lodge nº 459 que hasta hoy recluta entre la élite
negra. Hoy están extendidos a los 51 estados de la Unión y
tienen sucursales en Canadá, Hawai, Bahamas y Liberia.
Hombres del ejército, el cine, la industria e incluso entre los
cosmonautas, han declarado públicamente su filiación masónica.
Ciertamente, la masonería de hoy es, ante todo, una sociedad
filantrópica y un club social, más que una escuela de pensa-
miento. Tampoco es un centro de poder oculto; puede ser, como
máximo, un lugar de encuentro entre gentes que se ayudan en-
tre sí y, acaso, del que quien pretende ser alguien en la socie-
dad americana, no puede prescindir. Pero no es desde luego,
un centro de poder de primera magnitud.
Por lo demás, los franc–masones europeos no ahorran crí-
ticas a sus hermanos del otro lado del continente. Dicen de
ellos que las discusiones filosóficas están por completo ausen-
tes de las logias –lo cual, en el fondo, corresponde al espíritu
norteamericano, fundamentalmente pragmático–, comentan que
los altos grados masónicos obtienen sus credenciales por co-
rrespondencia y no son, en absoluto, muestra de un trabajo de
progresión personal realizado a través de la complicada jerar-
quía masónica. El título de «Caballero Kadosh» o de «Caba-
llero Templario» o el grado 18 de «Caballero Rosacruz» pue-
den adquirirse a cambio de unas decenas de dólares que dan
derecho al diploma, el uso del título en su tarjeta de visita, y
conocimiento a las palabras de paso, signos rituales de reco-
nocimiento, etc. Es decir, algo vacuo y sin significado iniciático.
El papel histórico de la masonería no ha sido otro que el de
facilitar la preparación ideológica para las «revoluciones del
Ernesto Milà 31
do de transición hasta la nueva era de Acuario, anunciado por
los astrólogos y los profetas. Un período en el cual, se iría con-
formando el poder de una nación líder –los EEUU– que guiaría
a la humanidad a través de ese nuevo período áureo, de forma
similar al establecimiento de Pax Romana, por la ciudad del
Lacio. Llama la atención la insistencia con la que algunos miem-
bros del stablishment norteamericano intentan comparar la Roma
patricia y augusta con los actuales EEUU. Berzezinsky destaca
incluso en su libro «El Tablero Mundial» que EEUU tiene hoy
desplegados en el extranjero los mismos soldados que Roma
tuvo en su mejor momento.
Según esta cosmogonía nos encontramos en el período de
transición de la Era de Piscis a la de Acuario. Los 250 años de
tránsito entre 1776 (fecha de la independencia Americana) y el
2016, serían el período que los EEUU necesitaban para po-
nerse al frente de los destinos de la humanidad e inaugurar la
«Pax Americana».
Así pueden entenderse algunos desarrollos últimos de la
política norteamericana, que no responden sólo a un afán
expansionista, sino a una voluntad escatológica y mesiánica de
guiar a la humanidad en esa nueva fase iniciada con el adveni-
miento del tercer milenio. En este contexto hay que incluir las
palabras de George Bush al término de la guerra del Golfo:
«Hoy podemos ver un nuevo mundo, la perspectiva de un
nuevo orden mundial. La guerra del Golfo ha sido el pri-
mer desafío a este nuevo mundo y nosotros hemos respon-
dido, mis queridos ciudadanos [...] Oímos tan a menudo
hablar del conflicto en el cual están nuestros jóvenes, del
fracaso de nuestras escuelas, del hecho que los productos
americanos y los trabajadores americanos son de segundo
orden. No lo creáis. La América que hemos visto en el Gol-
fo era de primer orden [...] Hemos visto la excelencia in-
cluso encarnada en el missil Patriot y en los patriotas que
los han hecho funcionar». Más adelante añadía: «Ningún sis-
* * *
Sabemos ahora cuál fue el espíritu fundacional de la nación
norteamericana. Sabemos cuales fueron las corrientes
mesiánicas que estuvieron presentes en los primeros pasos de
los EEUU. Pero, desde entonces, muchas cosas han cambiado
y, aunque el espíritu que se respira entre la población y los
mitos que asumen hoy son los mismos que los que movieron a
los colonos a independizarse de Gran Bretaña en el siglo XVIII,
no es menos cierto que han aparecido nuevas fuerzas ideológi-
cas, religiosas y sociales en escena que han aprovechado este
planteamiento y lo han reconducido en beneficio de sus pro-
yectos alucinados. Se diría que en los actuales EEUU el «pen-
samiento mágico» está presente en las esferas de poder. Inten-
tar elucidar cuáles son las fuentes y las componentes de tal
ideología es lo que nos proponemos en la segunda parte de
esta pequeña obra.
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34 Lo que está detrás de Bush
II
El extraño mundo de los
«filósofos»
Leo Strauss:
un pensamiento inquietante
La revista «Time» en su edición del 17 de junio de 1996,
nombra a Leo Strauss (1899–1973), alguién aparentemente
desconocido, como una de las figuras «más influyentes y po-
derosas en Washington». En noviembre de 2002, cuando es-
taba clara la voluntad agresiva de la administración Bush con-
tra Irak, Christopher Hitchens, defensor de la intervención,
publicaba «Machiavelli in Mesopotamia», un artículo en el que
escribía: «El arte del encanto de la explicación al cambio
del régimen en Bagdad es que depende de premisas y obje-
tivos que no se pueden explicar públicamente, al menos
por parte de la administración. Dado que Paul Wolfowitz
es de la escuela intelectual de Leo Strauss –y como tal apa-
rece en su disfraz de ficción de la novela «Ravelstein» de
Saul Bellow– se podría incluso suponer que disfruta de este
aspecto arcano y oculto del debate». El artículo nos puso en
la pista de un extraño filósofo cuyas ideas son compartidas por
la élite de la administración Bush. De hecho, un chiste publica-
do en un conocido semanario político aludía a los «Leo–cons»,
en lugar de los «neo–conservadores», pues, en efecto, el nú-
cleo ideológico del conservadurismo norteamericano actual está
inspirado por Leo Strauss.
Existen escuelas de pensamiento enfermizas y otras inquie-
tantes. Las enfermizas son meramente especulativas, verdade-
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ras masturbaciones mentales, que muestran ideas excéntricas
en relación al pensamiento racional y razonable. En cuanto a
las inquietantes son aquellas escuelas enfermizas cuyos parti-
darios y mentores han decidido llevarlas a la práctica a cual-
quier precio. Leo Strauss se sitúa como el artífice de una es-
cuela de pensamiento inquietante, no sólo por que su pensa-
miento es enfermizo, sino por que buena parte de sus discípu-
los iniciados constituyen lo esencial de la administración de
George W. Bush.
Nacido el 20 de septiembre de 1899 en Kirchain, en la
región de Hessen (Alemania) y fallecido el 18 de octubre de
1973, era hijo de Hugo Strauss y Jannie David, piadosos co-
merciantes judíos, habituales de la sinagoga de su ciudad; a los
17 años ya era sionista. Estudio bachillerato en Marburg y du-
rante la Primera Guerra Mundial fue reclutado por el ejército
en donde sirvió como intérprete. Acabado el conflicto, en 1921,
se doctoró en filosofía en la Universidad de Hamburgo.
Dirigió sus primeros pasos por el existencialismo y orientó
sus estudios hacia la fenomenología de Husselr y el
existencialismo de Heidegger. Su primer libro, sobre el filósofo
judío Spinoza, fue publicado en 1930. En un momento en el
que el antisemitismo aumentaba en Alemania, Strauss se había
especializado en la filosofía judía medieval y había sido contra-
tado en Berlín por la Academia de Investigación Judía. Provis-
to de una beca de esta istitución, abandonó Alemania 1932;
primero se estableció en París (donde se casó) y luego en
Cambridge en 1938. Su segundo libro, publicado cuando el
nacionalsocialismo ya se encontraba en el poder, en 1935, tra-
taba sobre Maimónides. En Londres, publicó un estudio sobre
la filosofía política de Hobbes. Acto seguido, pasó a EEUU de
donde no volvería a salir en toda su vida.
A partir de 1937 fue profesor en la Universidad de Colum-
bia y luego, de 1938 a 1948, enseñó Ciencias Políticas y Filo-
sofía en la New School for Social Research de Nueva York, en
Ernesto Milà 37
Cuando la Verdad es peligrosa
Leo Strauss es considerado como inspirador del «Contrato
con América» elaborado en 1994 como manifiesto del Partido
Republicano. Otros han considerado que el discreto movimiento
strausiano es el «mayor movimiento académico de los EEUU
en el siglo XX». Pero es difícil llegar hasta el fondo de este
movimiento y muy complicado acceder a la médula de su pen-
samiento, en primer lugar por que ninguno de sus libros ha sido
publicado en España (y apenas sólo un comentario en la Revis-
ta de Estudios Políticos) y, en segundo lugar, por la discreción
que muestran sus «iniciados». A decir verdad, si no se pertene-
ce al círculo de «iniciados» no se puede estar seguro de si se ha
llegado al núcleo central del pensamiento de Strauss. Ensegui-
da entenderán el por qué.
Al–Farabi fue un hombre excepcional. Había nacido en el
870 cerca de Farab en el actual Uzbekistán, residió en Bagdad,
Alepo y Damasco y es considerado por los historiadores ára-
bes como «el segundo maestro», siendo Aristóteles el primero.
De hecho, Leo Strauss, llegó a Al Farab examinando sus co-
mentarios sobre Aristóteles. En Bagdad asistió a las lecciones
del médico cristiano Yuhanna ibn Haylan, siendo condiscípulo
del también cristiano Abu Bisr Matta, traductor de Aristóteles.
Vivió también en Alepo y Damasco. Escribió un catálogo de
las ciencias, lógica, matemáticas, psicología, música y poética.
Sus comentarios a las obras de Platón y a las de Aristóteles,
son famosos. Muchas de sus obras se han perdido y, apenas
nos han llegado treinta en árabe, seis en hebreo y tres en latín.
Al–Farabi considera a Platón y Aristóteles como los fundado-
res del pensamiento filosófico. Al igual que otros neoplatónicos,
busca realizar una simbiosis entre ambos pensadores, afirma
que sólo pueden ser examinados como complementarios. Se
dice que tenía gran poder como músico sobre las audiencias,
como la primera vez que llegó a la corte de Damasco, cuando
consiguió con un instrumento hacer reír, provocar tristeza y
Ernesto Milà 39
conclusión de que los antiguos utilizaban frecuentemente distin-
tos niveles de lenguaje (Al–Farabi le indujo también esta idea)
el más profundo de los cuales está dedicado a aquellos esca-
sos y especiales seres capaces de comprenderlo. Si no hubie-
ran utilizado el secreto, los filósofos de la antigüedad, habrían
sido frecuentemente perseguidos y linchados por los ciudada-
nos. Nadie puede soportar la verdad si ataca lo más íntimo de
sus esperanzas, sin reaccionar airadamente.
La «Logia» o la «Cábala» straussiana
El propio Leo Strauss, al desarrollar ideas que, básicamen-
te son elitistas y contrarias a lo políticamente correcto, opues-
tas a la esencia de los valores típicamente americanos, se cuidó
mucho de expresarlas con claridad; creyó que solamente po-
dían ser expuestas a círculos cerrados y transmitidas de maes-
tro a discípulo. Este es el motivo por los que, en la actualidad,
los seguidores de Strauss ha recibido distintos nombres por
parte de observadores poco avezados que han visto en el apo-
yo mutuo de que hacen gala sus partidarios y el puesto que
ocupan en la cúspide de la administración americana, el signo
distintivo de una secta de poder: para unos se trata de una
«logia», otros han bautizado al círculo con el nombre de «la
cábala».
El procedimiento de transmisión de la «iniciación» seguido
por Strauss consistía en trabajar y mentalizar a los alumnos
destacados que realizaban con él los doctorados de fin de ca-
rrera. De ahí surgió un centenar de nombres, muchos de los
cuales pasaron a ser profesores universitarios que, a su vez,
realizaron otras «iniciaciones», mediante el mismo procedimien-
to, y así sucesivamente. De la misma forma que Al–Farabi uti-
lizaba el tres como número mágico, Strauss divide a sus estu-
diantes en tres categorías: los «filósofos», los «caballeros» (o
«gentiles») y el resto. Los primeros asumían la «verdad esoté-
rica» inherente a su filosofía, los segundos asumían sólo los pos-
Ernesto Milà 41
gión ni la moral, pero considera que tienen una capacidad de
movilización muy superior a la política. Strauss cree que reli-
gión y moral son un fraude elaborado conscientemente por los
sabios para tranquilizar a quienes no están dispuestos a cono-
cer la verdad. De Nietzsche extrae la concepción del «hombre
superior» que, para él, se identifica con el «filósofo», conside-
rando como tal a aquel que conoce la verdad.
Shadia Drury, autora de «The Political Ideas of Leo Strauss»
(1988) y «Leo Strauss and the American Right» (1997), afirma
que «Leo Strauss fue un profundo creyente en la eficacia y
la utilidad de las mentiras en la política». Naturalmente,
Strauss matizaba este concepto hablando de «mentira noble»,
utilizando la terminología platónica. Para Strauss los filósofos
antiguos suponen la cúspide del pensamiento universal, el par-
ticular Aristóteles y Platón, pero la interpretación que hace de
ambos es muy particular. En primer lugar, sostiene que en los
Diálogos de Platón, no es Aristóteles quien habla, sino
Trasímaco. Y Trasímaco es un personaje que atrae profunda-
mente a Strauss.
Había nacido en Calcedonia de Bitinia (Megara), en el
Bósforo, el año 450 a. C; excelente retórico y orador, estaba
interesado por la enseñanza de la ética y la política. Se conser-
va un fragmento de una intervención suya en la Asamblea
Ateniense, en el que Trasímaco aconseja armonía entre los par-
tidos, y evitar que sea el ansia de poder lo que legitime sus
luchas partidistas. Su realismo le llevaba a afirmar que la justi-
cia era el interés del más fuerte y que las leyes son dictadas por
los que ejercen el poder para beneficiarse de ellas. Así pues, la
justicia beneficia al gobierno establecido, esto es, al más fuerte
y los Estados justifican sus abusos mediante las leyes. El realis-
mo político de Trasímaco le lleva a considerar como es la jus-
ticia, no como debería ser, por que para él el núcleo de la cues-
tión en la vida social es el dominio del fuerte sobre el débil.
Platón pone en sus labios en «La República» estas frases: «La
Ernesto Milà 43
que los seres originarios no tenían forma de esfera, sin embar-
go así lo sostuvo en su diálogo «El Banquete», a efectos de
poder demostrar el origen de la atracción sexual. Los seres
andróginos y esféricos era, pues, una «noble mentira».
Los tres tipos humanos según Strauss
El tres es el número clave para Straus como lo fue también
para Al–Farabi. Cada individuo en la sociedad puede ocupar,
desde su perspectiva, tres estratos: «sabios», «señores» o «gen-
tiles» y «vulgo». Shadia Drury, comentarista de Strauss, nos los
define: «Los sabios son los amantes de la dura verdad des-
nuda y sin alteraciones. Son capaces de mirar al abismo
sin temor y sin temblar. No reconocen ni Dios ni imperati-
vos morales. Son devotos, por sobre todas las cosas, de la
búsqueda por sí mismos de los «altos» placeres, que procu-
ra simplemente el asociarse con sus jóvenes iniciados. El
segundo grupo, los gentiles, son amantes del honor y la
gloria. Son los más cumplidores de las convenciones de su
sociedad –es decir, las ilusiones de la cueva. Son verdade-
ros creyentes en Dios, en el honor y en los imperativos mo-
rales. Están listos y deseosos de acometer actos de gran
heroísmo y autosacrificio sin previo aviso. Los del tercer
tipo, la mayoría del vulgo, son amantes de la riqueza y el
placer. Son egoístas, holgazanes e indolentes. Pueden ins-
pirarse para elevarse por encima de su embrutecida exis-
tencia sólo por el temor a la muerte inminente o a la catás-
trofe».
Strauss, siguiendo a Platón, creía que el ideal político su-
premo es el gobierno de los sabios, pero tal gobierno es impo-
sible por que en las democracias formales es el «vulgo» y quien
decide y la ley del número le otorga siempre la ventaja. Así
pues será necesario recurrir a la mentira y a la simulación para
controlar y manipular al vulgo. Utilizando una cita ilocalizable
de Jenofonte, alude a que «el gobierno encubierto de los sa-
bios», es facilitado por «la abrumadora estupidez» de los
Ernesto Milà 45
terreno por que pertenece al dominio de lo «esotérico» es de-
cir, a aquello que solamente ha sido confiado a los «iniciados»,
así pues hay que utilizar los análisis globales de Strauss y la
función desempeñada por sus discípulos en el seno de la admi-
nistración Bush.
La tradición histórica norteamericana se basa en la percep-
ción de los EEUU como «Nación elegida por Dios». Eviden-
temente, Strauss no puede asumir este planteamiento, en tanto
que ateo impenitente. Sin embargo, es rigurosamente cierto que
uno de los jefes de filas actuales de los straussianos, Harry
Jaffa dijo que «EEUU es la Sión que alumbrará al mun-
do»…, lo cual dada la irreprimible tendencia de los straussianos
a la mentira, no puede asegurarse si es una proclama sincera o
simplemente otra «noble mentira», o incluso sino encubre otra
verdad más profunda.
Ahora bien, si es cierto que Strauss considera que en EEUU
existe la mayor acumulación de élites que puede entender sus
valores, la victoria de este país en la lucha por la hegemonía
mundial, sería considerada por él, más como un fracaso que
como un progreso, por que tendería a relajar a la opinión pú-
blica norteamericana y, por tanto, a aumentar el hedonismo y
cualquier otro rasgo distintivo de la «plebe». La extensión del
mercado y de la democracia a todo el globo acarrearía una
época de paz tan absolutamente idílica que el hombre quedaría
«emasculado». El «último hombre» nietzscheano terminaría in-
cluso por extinguirse y la trivialización de la vida que auguraba
Schmidt se generalizaría. Por eso es bueno imbuir en la plebe –
según Strauss– las ideas de patriotismo, honor y gloria y unir
todo esto a los sentimientos religiosos que destilan los norte-
americanos desde los orígenes. Así pues, es mejor que los EEUU
no construyan una «pax americana» que, finalmente, terminaría
arrastrándolos, sino que es mucho más adecuado implicarlos
en una «guerra permanente». Así, el objetivo final nunca sería
totalmente alcanzado, la meta iría avanzando a medida que el
Ernesto Milà 47
dío, colega suyo en la Universidad de Chicago y Premio Nóbel
de Literatura, que le escribiera una novela, más o menos, bio-
gráfica (Bellow había alcanzado fama como autor de «Herzog».
En 1965 obtuvo el «Premio Internacional de Literatura» y el
Premio Nóbel de Literatura en 1976). En esta novela, titulada
«Ravelstein», entre otros personajes, aparece Bloom con el
nombre de «Ravelstein», mientras que Strauss es «Davarr»
(«palabra» en hebreo) y el propio Bellow es «Chickie» («Polli-
to»).
La novela se inicia en el Hotel Crillon de París, en donde
Bloom organiza una cena para dos docenas de personas esco-
gidas. Al día siguiente, acompaña a Bellow a los lugares más
caros de París. Entre otras lindezas compran una americana
amarilla por 5000 dólares. Luego, en un café, Bloom derrama
sobre la prenda una taza de café y ríe histéricamente, mientras
Bellow intenta tranquilizarlo. Esta sarta de excentricidades sin
orden ni concierto sirven para pasar revista a algunas ideas de
anticipación: describe algo que se asemeja a Internet y un su-
cedáneo de teléfono móvil. Recordemos que estamos en 1992
cuando estos elementos tecnológicos eran absolutamente
inusuales. Entre otras anécdotas, explica que Bloom recibió
una llamada de Wolfowitz durante la guerra del Golfo. Éste le
dijo a Bloom que las tropas americanas no avanzarían sobre
Bagdad, el cual les animó a hacerlo. Los méritos literarios de
esta obra son modestos, sin embargo, valdría la pena recordar
que su intención era glosar la obra de Bloom y desvelar su
relación con las altas esferas norteamericanas. Sin duda, algu-
nos símbolos utilizados por Bellow seguramente requerirían un
estudio profundizado de las obras de Bloom y examinarse me-
diante el recurso al simbolismo (es evidente que la chaqueta
amarilla de Bloom alude al oro y que la mancha de café, impli-
ca el contraste con la muerte; en cuanto a la «risa incontrolada»
remite al descubrimiento de la dualidad como motor del mun-
do).
Ernesto Milà 49
pasar a ser profesores universitarios, han graduado a otros
muchos más.
Faltaba integrar en todo este popurrí doctrinal el culto a la
violencia. Este vino injertado por Alexandre Kojève.
ALEXANDRE KOJÈVE Y LAS RAÍCES
DE LA POLITICA OSTMODERNA
Raymond Aron cuenta en sus memorias que el 29 de mayo
de 1968, en plena «revolución», le llamó por teléfono a
Alexandre Kojève y le animó a que se interesase por lo que
estaba sucediendo. Kojève le dijo que los disturbios le produ-
cían repugnancia, según cuenta Aron, por que «nadie mata a
nadie». Probablemente si Aron hubiera conocido a fondo la
filosofía de Kojève, hubiera tenido esta respuesta presente sin
necesidad de formular la pregunta.
Shadia Drury, autora del mejor estudio divulgativo sobre
Strauss, abordó también de forma natural el pensamiento de
este nuevo eslabón en la cadena del pensamiento
neoconservador norteamericano. En efecto, su libro «Alexandre
Kojève: The Roots of Post–Modern Politics» evidencia la co-
rrelación entre ambos filósofos. Strauss y sus discípulos apre-
ciaban las obras de Kojève, a pesar de las discrepancias que
ambos reconocían. El punto de partida de Kojève es la
fenomenología de Hegel a partir de la cual realiza una digresión
sobre el tema de la esclavización del «siervo» por su «amo».
Ese sería el primer acto «verdaderamente humano» en la medi-
da en que «humanidad supone negar la naturaleza. Al arriesgar
su propia vida sometiendo al esclavo, el amo repudia su propio
temor a la muerte en aras del «reconocimiento» o «prestigio
puro», que según Kojève es algo puramente humano, no natu-
ral. De esta manera, el maestro deviene un verdadero ser hu-
mano por primera vez. El esclavo, en cambio, al someterse a la
servidumbre por miedo a la muerte, deviene subhumano. Si-
guiendo un análisis nietzscheano, con el devenir del tiempo, la
Ernesto Milà 51
mundo sin amos en el que todos son esclavos? ¿cómo? Me-
diante el terror a lo Roberspierre, «vehículo perfecto para
trascender la esclavitud» y, concluye Kojève: «Gracias al
Terror [con mayúscula] se realiza la idea de la síntesis final,
que satisface definitivamente al hombre». Y Drury añade:
«Stalin entendía la necesidad del terror y no tuvo miedo de
cometer crímenes y atrocidades, de la magnitud que fue-
sen. A ojos de Kojève, esa era parte integral de su grande-
za. Los crímenes de un Napoleón o Stalín, pensaba Kojève,
eran absueltos por sus éxitos y logros».
Georges Bataille era discípulo de Kojève. Drury lo sitúa en
relación a éste: «A juicio de Bataille, la condición semimuerta
de la vida moderna tiene origen en el triunfo incuestiona-
ble de Dios y sus prohibiciones, la razón y sus cálculos, la
ciencia y su utilitarismo… La primera tarea a realizar es
matar a Dios y sustituirlo con el Satanás vencido, puesto
que Dios representa las prohibiciones de la civilización.
Rechazar a Dios es rechazar la trascendencia y adoptar la
«inmanencia», lograda mediante la intoxicación, el erotis-
mo, el sacrificio humano y la efusión poética. Sustituir a
Dios con Satanás también significa sustituir la prohibición
con la transgresión, el orden con el desorden y la razón con
la locura».
Kojève creía, como Strauss, que la reducción del ser hu-
mano a bestia esclava era paralelo a la trivialización de la vida.
Ambos pensaban que en este proceso los EEUU estaban en
vanguardia. La economía terminaría destruyendo la política, para
ambos la política era el campo de batalla adecuado en el que
grupos humanos hostiles luchaban hasta la muerte (en esto es-
taban influido por Carl Schmidt). Para ambos, se es hombre y
se tiene dignidad sólo cuando se acepta la muerte como regla
del juego: por eso, solamente la guerra y el terror pueden dete-
ner la decadencia de la modernidad caracterizada por el hedo-
nismo absoluto, es decir por la animalización. La guerra puede
restaurar la condición humana.
Ernesto Milà 53
rompió las conversaciones con Yugoslavia y selló el destino de
este país en los absurdos bombardeos de la OTAN de 1998.
Alguien en la administración americana mintió al presentar el
asunto de la epidemia de ántrax como una operación orquestada
por Bin Laden, cuando en realidad había partido de un labora-
torio militar norteamericano; muchos mintieron sobre lo que
ocurrió realmente el 11–S y de dónde partió el cerebro crimi-
nal que ideó el atentado (por que hoy, a más de tres años del
crimen, todavía no se ha podido establecer que fuera Bin Laden
y, de hecho, los interrogantes abiertos hoy son muchos y, des-
de luego, más de los que se planteaban el 11–S de 2001), la
administración entera mintió cuando acusó a Saddam Hussein
de estar tras los atentados del 11–S y de proporcionar acogida
a Bin Laden… una ristra de mentiras que ha ocasionado miles
de muertos y una situación de violencia generalizada en Irak y
Afganistán. Existe un centro elaborador de mentiras que sirven
a un fin: el mantenimiento de la tensión internacional y la
extremización del sentimiento de miedo y de patriotismo de la
población americano. Y en ese centro encontramos a la «cába-
la» o a la «Logia» straussiana.
En realidad, solamente conocemos una teoría político–filo-
sófica que contemple con benevolencia el recurso a la mentira
y lo recomiende: el straussismo. Sus partidarios están inserta-
dos en la administración republicana:
– Rumsfeld de Donald, secretario de Defensa desde 2001.
Ha servido en casi todas las administraciones republicanas
desde el período de Eisenhower. Miembro de la RAND
Corporation. Enviado de Reagan para Oriente Medio. Co–
fundador del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano.
Miembro del CFR y de la Comisión Trilateral.
– Richard Bruce «Dick» Cheney, vicepresidente de los EEUU,
al igual que Bush, eludió ir a la guerra de Vietnam. Ha des-
empeñado diversos cargos en las administraciones republi-
canas desde Nixon. En 1995 fue nombrado presidente de
Ernesto Milà 55
su último libro Los desafíos a la identidad nacional de
América (2004) plantea la amenaza que supone la inmigra-
ción latina que supone «dividir los Estados Unidos en dos
personas, dos culturas y dos idiomas». Miembro de la
Comisión Trilateral.
– Dov Zakheim, consejero político y económico del gobierno;
sirvió en varios puestos durante la administración Reagan.
Subsecretario de la defensa a partir de 2001. Judío orto-
doxo.
– Newt Gringrich, ex presidente de la Cámara de Represen-
tantes y actual miembro de la Junta de Asesores Políticos
del Departamento de la Defensa.
– Douglas J. Feith, subsecretario de Defensa, uno de los más
firmes partidarios de la defensa del Estado de Israel. De
origen judío.
– Irving Kristol, considerado como el padre del
neoconservadurismo norteamericano y, sin duda, uno de los
más prominentes y respetados conservadores de origen ju-
dío. Trotskysta en su juventud. Miembro del Instituto Ame-
ricano de la Empresa. Hermano de William Kristol.
– Norman Podhoretz, miembro del CFR, del PNAC y del
Hudson Institute. Editor de Comentary, publicación mensual
del American Jewish Commtee. Procede del Partido De-
mócrata y de la organización ligada a este medio, Comité
para el Peligro Presente. Organizó con los republicanos de
Reagan la Coalición para el Mundo Libre.
– Stephen A. Cambone, subsecretario de defensa para la in-
teligencia, cargo creado en 2003 con la función de coordi-
nar a los distintos servicios de inteligencia. Adjunto de
Rumsfeld. Implicado en los malos tratos y torturas en la pri-
sión de Abu Ghraib.
Ernesto Milà 57
– Lewis Paul Bremer III, gobernador norteamericano de Irak
hasta junio de 2004, teóricamente encargado de la recons-
trucción y la ayuda humanitaria al país. Ha desempeñado
distintos cargos para las administraciones republicanas. Ex-
perto en seguridad interior y terrorismo.
– Robert Kagan, columnista de The Washington Post, y el
enviado especial del presidente Bush a Afganistán e Iraq,
Zalmay Khalilzad. De origen judío.
– John N. Bolton, subsecretario de defensa para control de
armas. Miembro del CFR
A nadie se le escapa que estas biografías tienen unos deno-
minadores comunes: existe entre ellas un porcentaje inusual de
miembros del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), lo cual
es hasta cierto punto lógico si tenemos en cuenta que este or-
ganismo elige a sus miembros entre la élite político–empresarial
norteamericana; algunos de ellos tuvieron una militancia
trotskysta en su juventud. Y, en cuanto a la reiteración de miem-
bros de origen judío puede derivar de la afinidad que pudieran
tener con el también judío Leo Strauss. Es, desde luego, mu-
cho más simple entender el apoyo desmesurado y fuera de toda
lógica que la administración Bush ofrece al Estado de Israel y a
su torpedeo continuo de los acuerdos de Camp David.
Un 25% de estos altos cargos de la administración Bush,
tuvieron en su juventud una común militancia trotslysta. El
trostkysmo fue la disidencia antiestalinista del comunismo creada
en torno a Leiva Bronstein, «Trotsky». Tras exiliarse de la URSS,
agrupó a los comunistas antistalinistas de todo el mundo en la
IV Internacional. Esta organización bien pronto se fraccionó en
distintos grupos, algunos de los cuales quedaron bajo la tutela
de la CIA. Buena parte de los dirigentes de la IV Internacional,
precisamente, eran de origen judío, habitualmente de judíos ag-
nósticos alejados de la sinagoga. El hecho de que se tratara de
militantes anti–estalinistas, hizo que, progresivamente, algunos
Ernesto Milà 59
Con razón o sin ella, entre 1948 (Golpe de Praga e inicio de
la Guerra Fría) y 1989 (Caída del Muro de Berlín y fin de la
Guerra Fría), los EEUU aparecieron como el campeón mun-
dial de las libertades, especialmente en Europa en donde más
se sentía el peligro comunista con los tanques del Pacto de
Varsovia a pocas horas de la frontera francesa. Pero todo esto
ha cambiado y ahora ya no hay excusa posible para las inter-
venciones agresivas de Norteamérica en el exterior. Desde que
terminaron los cuarenta años de Guerra Fría muchas cosas han
cambiado en EEUU.
La clase dirigente norteamericana es hoy una plutocracia
oligárquica que sirve a sus propios intereses. Es en el seno de
esta clase en donde se sitúa la élite de «filósofos» straussianos.
La teoría de la «guerra permanente» puesta en práctica por
los EEUU, ha demostrado que hoy, en 2004, éste país ya no
lucha por las «libertades democráticas» en todo el mundo…
sino por el control de las reservas mundiales de petróleo. Pero
esta nueva situación genera un cambio en las relaciones de
EEUU con el resto del mundo y la necesidad de otra política
interior. A nivel internacional, los EEUU se han visto progresi-
vamente aislados y desprovistos de aliados. Hoy deben afron-
tar la competencia de las potencias emergentes (Unión Euro-
pea, Rusia y China) y lo hacen con una mala situación interior
(un déficit brutal sin precedentes en la historia). A nivel interior,
deben procurar que la población –la «plebe» de los straussianos–
pese lo menos posible en la vida política del país. Deben limi-
tarse a votar: y lo pueden hacer, pero sometidos a un bombar-
deo constante de noticias e informaciones falsas. El control de
la mayoría de grandes cadenas mediáticas por parte de grupos
extranjeros ha hecho que muestren poco interés por intervenir
en la política interior, a diferencia de lo que ocurrió durante la
Guerra de Vietnam. Pero, para desgracia del stablishment la
aparición de Internet ha permitido la circulación instantánea de
informaciones de todo tipo, libre y sin control. De ahí que tras
Ernesto Milà 61
qué ocurrió en realidad el 11–S y por qué la administración no
hizo nada para evitar los atentados, aun cuando habían sido
alertados de su preparación.
En tanto que el pensamiento straussiano es muy precavido
con sus afirmaciones más conflictivas e insiste en la virtud del
secreto y de la iniciación de maestro a discípulo, resulta difícil
establecer donde termina la falta de escrúpulos y el maquiave-
lismo de sus representantes en la Administración. Es posible
que vaya mucho más allá de lo que ha trascendido: de hecho,
las iniciativas de los «filósofos» strausianos generan muertes…
muertes del enemigo ficticio y en el propio bando. A partir de
ahí, es posible intuir que la responsabilidad de los straussianos
el 11–S va mucho más allá de haber permitido simplemente un
«crimen noble» para justificar su irrupción en Afganistán e Irak
y el inicio del «conflicto permanente» que impedirá una situa-
ción de paz mundial. Esta situación, según su análisis, termina-
ría haciendo triunfar el reino del «último hombre» del que ha-
blara Nietzsche. Sólo el conflicto permanente, la apertura sin
fin de tensiones, la lucha contra micropotencias (Afganistán,
Irak, Irán, Siria, Corea, Cuba), harán posible que los «filóso-
fos» gobiernen sobre la «plebe», amparados en «mentiras no-
bles» y casus belli prefabricados.
Los actuales EEUU, a pesar de su debilidad económica, de
su tendencia a oponerse militarmente a potencias de tercera o
cuarta fila, de su voluntad imperial y del mesianismo inherente a
su tradición histórica, son hoy un peligro para todo el mundo a
causa de las teorías que inspiran a su clase dirigente
neoconservadora y que le separan del campo de las democra-
cias. Y eso es lo terrible: que a partir de ese momento, la Ley
de Doyle ya no tiene vigencia. En esto han desembocado los
razonamientos de Leo Strauss y sus discípulos. Una vez más el
sueño de la razón ha producido monstruos.
Ernesto Milà 63
mento de Estado norteamericano y fue el principal redactor de
los discursos del Secretario de Estado. Es miembro de la Fun-
dación Carnegie por la Paz y del extremadamente influyente
Consejo de Relaciones Internacionales (CFR), uno de los cen-
tros de planificación del «poder mundial» de los EEUU desde
el primer tercio del siglo XX. Kagan vive hoy en Bruselas, cer-
ca del núcleo de decisión de la OTAN. Además, le preocupan
particularmente las relaciones entre la Unión Europea y EEUU.
Seamos más claros: desprecia a Europa a quien considera como
un enemigo potencial que no ha sabido agradecer lo que EEUU
ha hecho por ella. Así lo ha dicho en varias entrevistas realiza-
das por la prensa europea.
Su último libro, Poder y Debilidad («Power and
Weakness«), está dedicado a examinar desde el punto de vista
de un conservador halconizado norteamericano la naturaleza
del «desencuentro» con Europa. Vale la pena seguir algunas de
sus tesis. Véanse algunas de las perlas cultivadas de esta pre-
ciosa obra: «Los que tienen más poder tienden a usarlo y a
creer en la legitimidad de ese poder», «Los países débiles
siempre han querido tener mecanismos para limitar el po-
der de los que lo poseen», «Son ustedes, los europeos, quie-
nes están aislados, porque los métodos que utiliza Europa
para relacionarse y entenderse con el mundo no pueden
aplicarse fuera de Europa», «El orden mundial se basa en
el poder (relativamente benévolo) de Estados Unidos, a lo
largo del siglo». «Si la única potencia que puede afrontar
las nuevas amenazas no tiene legitimidad, el mundo occi-
dental no podrá enfrentarse a ellas»...
Pero donde Kagan se muestra más iracundo es en la valo-
ración del papel jugado por las NNUU: «No hemos de ser
simplistas, no se hallará la legitimidad en el Consejo de
Seguridad. Tengan en cuenta que los presidentes norteame-
ricanos nunca creyeron en la ONU», «La mayoría de los
europeos cree que el Consejo de Seguridad de la ONU es la
Ernesto Milà 65
contra de la guerra. Kagan en su obra parece desconocer que
desde hace 2000 años, Europa ha sido el teatro de guerras y
enfrentamientos fratricidas, mientras que EEUU, desde la gue-
rra civil de 1860, solo ha sufrido los ataques del 11–S. El pue-
blo norteamericano desconoce los efectos de una guerra mo-
derna sobre su propio territorio. Europa es la voz de la expe-
riencia y de la sabiduría en esto de la guerra. Kagan sostiene
que las dos guerras mundiales del siglo XX han hecho posible
que los europeos trataran de crear un sistema en el que la gue-
rra quedara obsoleta, mientras que EEUU, al otro lado del
océano, vive en un mundo «mucho más peligroso en el que la
acción militar sí que está justificada».
Kagan olvida que no todo es potencia militar en el mundo
extremadamente complejo del siglo XXI. La UE es hoy la pri-
mera potencia económica y comercial del mundo. Kagan olvi-
da que la UE está camino de consolidar una misma actitud en
política exterior y de defensa y que sus 420 millones de habi-
tantes tienen un buen nivel cultural, están unidos por un conjun-
to de valores que definen la identidad europea y que confieren
credibilidad objetiva a Europa ante los efectos negativos de la
globalización. Kagan olvida –acaso por que le tiene absoluta-
mente sin cuidado– que la UE aporta el 60% de la ayuda oficial
al desarrollo y de la ayuda humanitaria mundiales y que en las
zonas castigadas de Bosnia–Herzegovina y Kosovo asume el
80% de la ayuda a la reconstrucción y el 80% de las fuerzas de
paz. En otras palabras: la UE es, mal que le pese a Kagan, un
actor internacional de primero orden. Alude irónicamente, a la
«misión civilizatrice» europea empeñada en jugar a la contra
con el poder americano, olvidando que es «débil». Para Kagan,
lo esencial de esa debilidad es el aspecto militar «el poder, la
fuerza militar de EEUU, ha producido una propensión a
usar ese mismo poder; la debilidad militar de Europa ha
producido una comprensible aversión hacia el ejercicio del
poder militar… un interés por habitar un mundo donde el
Ernesto Milà 67
«Nueva Roma»… muchas de sus características recuerdan a
Cartago, pero es que, además, EEUU son la inversión, el refle-
jo especular de la antigua grandeza de Roma. Roma se podía
jactar de ser civilizadora. El propio Brzezinsky en el primer
capítulo de su «Tablero Mundial», reconoce «cierta tosque-
dad» a la cultura norteamericana. A partir de ahí, puede dedu-
cirse que Kagan elude aspectos esenciales de la cuestión. Su
libro tiene la virtud de explicar el núcleo duro del pensamiento
conservador americano en versión apta para observadores eu-
ropeos. Porque Kagan, calla lo esencial: que esta geopolítica
expansiva, esta voluntad de poder fuera de toda medida, tiene
una médula mística que resulta evidente al examinar de cerca
las declaraciones de algunos líderes políticos y personajes pú-
blicos de la vida americana. Ya hemos visto una de las compo-
nentes de esta doctrina esotérica a través de Leo Strauss, apta
sólo para los «filósofos». Hemos terminado el capítulo anterior
diciendo que los «filósofos» difunden entre las masas una com-
binación de nacionalismo y religión, como mitos necesarios para
ejercer el control sobre las masas. No es raro que la base so-
ciológica del neoconservadurismo norteamericano esté forma-
do por los llamados «cristianos renacidos».
El papel de los «cristianos renacidos»
El historiador Gabriel Jackson escribía: «El factor más im-
portante en la opinión pública estadounidense, que no es
apreciado lo bastante ni por los liberales seglares estado-
unidenses ni por el mundo europeo en general, es la impor-
tancia de la cristiandad bíblica. Me quedé asustado recien-
temente al leer una encuesta Gallup que afirmaba que el
68% de las personas encuestadas creía en el diablo, que el
48% creía en el «Creacionismo», la creación directa del uni-
verso entero por Dios tal como se describe en el libro del
Génesis, más que en la evolución darwiniana, y que el 46%
se consideraban cristianos renacidos». Jackson, sin duda, se
sentiría más asustado si supiera que en 2003, el 90% de los
Ernesto Milà 69
tra el WTCV. Fue allí donde dijo, textualmente: «Yo realmente
creo que los paganos, los abortistas, las feministas, los ho-
mosexuales, las lesbianas, los derechos civiles (ACLU) y
People For The American Way, todos ellos tienen la culpa
de que Dios haya permitido que esto haya pasado [Las
Torres Gemelas]. Yo apunto mi dedo acusador en sus caras
y se lo digo».
Falwell organizó en los años 80 la «Mayoría Moral», uno
de los grupos que apoyaron decisivamente la elección de
Reagan como Presidente. La idea de Falwell y de la «Mayoría
Moral» es que los EEUU están en crisis por que han dado la
espalda a los valores originarios de la nación, aquellos que se-
llaron la alianza entre Dios y su pueblo –los EEUU, por su-
puesto–; las desgracias que los EEUU sufrieron el 11–S es
producto de ese alejamiento, de la misma forma que los per-
cances del Israel bíblico se debieron al mismo motivo y a la
ruptura de la «Alianza».
De Princeton a los telepredicadores
Para entender la situación actual de la nueva derecha reli-
giosa, es preciso viajar hasta principios del siglo XX cuando
Lyman Steward y un grupo de teólogos protestantes de
Princeton, publicaron una colección de doce folletos titulado
«Fundamentalism: a testimony of the truth». La palabra
«fundamentalismo» deriva de este grupo que proponía un estilo
de vida rigorista y dictado por las páginas de la Biblia. En los
tiempos en los que el progreso generaba problemas de identi-
ficación para los cristianos, los «fundamentalismos» presenta-
ban la vida austera y la observación de los preceptos bíblicos
como la forma más adecuada para afrontar la modernidad.
Políticamente, este grupo se convirtió en un ala del Partido
Republicano. En aquel momento afrontaron una lucha extre-
madamente dura contra los darvinistas en nombre del
«creacionismo». Su aceptación del texto bíblico, no solamente
en su sentido moral, alegórico o simbólico, sino también en su
Ernesto Milà 71
una estación de TV especialmente dedicada al fundamentalismo
religioso. El grupo decidió que el campo más adecuado para
su acción era la política. Como hemos dicho, participaron de-
cisivamente en la elección y en la reelección de Reagan, pero
en 1988, Pat Robertson se presentó a la nominación como
presidente y cuatro años después lo intentó Buchaban. Ambos
fracasaron en su empeño. Podían influir en la sociedad… pero
no dirigirla directamente.
Cuando subió al poder Bill Clinton, el grupo pareció langui-
decer de nuevo, pero se trataba de un espejismo. De hecho, al
producirse el episodio Levinsky, tras la Coalición Cristiana que
desempeñó lo esencial de la agitación, se encontraban Dick
Chenney y Ronald Rumsfeld, mucho más diestros en el manejo
de las campañas de alta política. Con Bush, los fundamentalistas
tocaron de nuevo poder e impusieron a la administración un
programa que el propio Bush compartía sin fisuras. Todos par-
tían de la vieja idea de que los EEUU son la nación elegida por
Dios, el nuevo pueblo elegido, los judíos de la modernidad,
ideas que les llevaban a una mezcla de mesianismo enfermizo y
unilateralismo exasperado, teniendo como trasfondo en políti-
ca interior una reacción brutal contra el laicismo. Su programa
exigía el retorno a la religión a la escuela, la protección de la
familia, la lucha contra el divorcio, el aborto, la homosexuali-
dad y el feminismo. El 13–S, Bill Graham resumió esta ideolo-
gía llamando al «arrepentimiento» de los norteamericanos, sus
pecados habían causado el castigo de Dios –los ataques del
11–S– si querían prevenir nuevos atentados debían aceptar el
reinado de Dios, el arrepentimiento de sus pecados colectivos
y… la defensa del derecho del Estado de Israel a existir en las
fronteras conquistadas durante la «Guerra de los Seis Días» en
1967.
El «Destino Manifiesto» como referencia
Cuando estalla la guerra de independencia de los EEUU,
Francia y España ayudan a los colonos. La ayuda española
Ernesto Milà 73
provocar incidentes que terminaban con el exterminio o la ex-
pulsión de los indígenas. Mayor importancia tuvo la guerra contra
Méjico, con la caída de El Alamo permitida por el ejército nor-
teamericano para justificar la intervención posterior contra el
vecino país al grito de «Alamo Revenge» (vengar el Alamo)
que supuso la pérdida de 1/3 de su territorio. A partir de ese
momento, EEUU fue un país transoceánico que abarcaba des-
de el Atlántico al Pacífico y desde el Río Grande a la frontera
canadiense.
La segunda oleada expansiva partió de las tesis racistas de
John Fiske, Strong, Burgess y Mahan, en las que se sostenía el
supremacismo anglosajón. La «raza anglosajona» y su lengua
eran consideradas superiores a las de sus vecinos y a cualquier
otra. Estos escritos, descaradamente racistas y que harían pa-
lidecer a los xenófobos del siglo XXI, prepararon la interven-
ción en Centro América y la aparición de la doctrina Monroe
que, finalmente, fue el centro de esta segunda oleada expansiva.
La Doctrina Monroe, establecía que el territorio de América, ni
del Norte, ni del Centro, ni del Sur, podía ser colonizada por
europeos. O dicho de otra manera: «América para los ameri-
canos… del Norte». Durante este período el expansionismo
tuvo como hitos principales los sucesivos intentos de invasión
de Cuba a partir de mediados del XIX y la construcción del
Canal de Panamá con el dominio efectivo sobre territorio pa-
nameño. En 1841 ya se produjeron dos locos intentos de inva-
dir Cuba por parte de 150 aventureros de EEUU que partie-
ron desde Miami. Poco después, el presidente Quincey Adams
exponía que «Cuba caerá en manos de EEUU como fruta
madura». Y en 1858, cuando se aproximaba la guerra civil, el
«Manifiesto de Ostende», rubricado por tres diplomáticos nor-
teamericanos destinados en Europa, reiteraba el derecho de
apoderarse de Cuba si España no accedía a vender la isla.
Luego vino la guerra civil, el proceso de reconstrucción, un
momento en el que España todavía poseía una flota eficiente y
Ernesto Milà 75
trucción de Europa a cambio de eliminar aranceles proteccio-
nistas y tener a los países vencidos (Alemania y Japón) por
meros protectorados durante décadas.
Finalmente, la caída del comunismo y la doctrina oficial del
stablishment, suponía consagrar a la «hiperpotencia» norteame-
ricana como una garante de la paz y la estabilidad mundial. O
tal era la pretensión que debía realizarse mediante la
globalización económica. Pues bien, en todo este impulso ex-
pansivo la doctrina del «destino manifiesto» ha sido siempre el
eje central de la política norteamericana en función de la cual se
justificaban las operaciones intervencionistas.
Esta tendencia hacia el «expansionismo» fue observado por
Alexis de Tocqueville cuando escribió: «Mientras no tenga
delante más que países desiertos o poco habitados, mien-
tras no halle en su camino poblaciones numerosas a través
de las cuales le sea imposible abrirse paso, se la verá ex-
tenderse sin cesar. No se detendrá en los límites trazados
por los tratados, sino que desbordará por todas partes esos
diques imaginarios. Cuando Tocqueville escribía estas líneas,
lo hacía influenciado por el «espíritu de la frontera» que llevaba
a los nacientes EEUU a extender la colonización hacia el Oes-
te. Tocqueville no percibió que la importancia futura de los EEUU
derivaría de que, por primera vez en la historia, aparecía una
nación capaz de unir el desarrollo del capitalismo con la cons-
trucción nacional. Esa combinación hizo que la frontera no se
detuviera cuando los colonos llegaron al Atlántico sino que pro-
siguiera en los cuatro círculos de expansión que hemos defini-
do.
En 1777, John Jay aseguraba que el norteamericano era el
primer pueblo favorecido por Dios al tener ocasión de elegir su
forma de gobierno. Sólo tres años después, Samuel Cooper
aludía a la «misión providencial de EEUU de transformar
gran parte del globo en asiento del conocimiento y la liber-
tad». Por su parte, John Adams, quien reemplazó a Washing-
Ernesto Milà 77
po, que alude a las ideas de siempre con estas palabras: «Úni-
ca entre las naciones, los EEUU han reconocido la fuente
de nuestro carácter como cosa divina y eterna, no cívica o
temporal. Como nuestra fuente es eterna, somos diferen-
tes. No tenemos otro rey que Jesús…». Esta ideología ha es-
tado siempre viva en la derecha estadounidense y ha sido evo-
cada por George Bush, padre e hijo, muchas veces han hecho
referencia a «nuestra superioridad moral» para justificar las
intervenciones político–militares en cualquier parte del mundo.
Declaraciones de este estilo no habría llamado la atención en
otro tiempo, hoy, además de una muestra de subjetividad, es
también la evidencia de una ignorancia histórica palmaria y
rallana en el analfabetismo estructural.
De tal estado de espíritu deriva la doctrina del «destino ma-
nifiesto» formulada por el periodista John O’Sulivan justifican-
do la anexión de Tejas, que llevó a la firma del Tratado de
Guadalupe–Hidalgo. La idea es que los americanos tenían el
derecho e incluso la obligación de expandir su dominio sobre el
continente, ya que se consideraba que era la «voluntad de Dios».
La formulación de O’Suivan venía en el momento adecuado:
se trataba, por una parte, de justificar las «guerras indias» y el
exterminio del pueblo indígena. De otra parte, tenía mucho
que ver con el proceso de los países sudamericanos y centro-
americanos por su independencia. La Doctrina Monroe se ha-
bía anticipado en 1823, dos años después de que España re-
conociera la independencia de México. El concepto de Desti-
no Manifiesto es la siguiente vuelta de tuerca de la misma polí-
tica. En apenas cuatro años, a partir de 1840, los EEUU dupli-
caron su territorio nacional. Este empuje fue considerado como
parte de un proceso inexorable querido por «la Providencia» e
impulsó a O’Sulivan a formular su teoría según la cual esta ex-
pansión territorial era el «destino manifiesto» que culminaba en
la «dominación de todo el continente». Luego se formularía la
«doctrina Monroe» que consagraría esta tendencia. No todos
Ernesto Milà 79
a las comunicaciones (el telégrafo) parecían espectaculares.
Ambos inventos fueron aplicados para mejorar la comunica-
ción entre los distintos Estados de la Unión. En ese contexto
cobró fuerza y peso la corriente «expansionista e
intervencionista» que desde entonces siempre ha estado viva
en los EEUU. Ciertamente, los EEUU tenían tierras desocupa-
das y no era preciso conquistar otras lejanas para dar asiento a
nuevos colonos. Aunque los inmigrantes afluían sin cesar desde
Irlanda, Alemania e Italia, los contingentes llegados no eran
suficientes. En ese contexto apareció la corriente
«expansionista» que tomaba como referencia algunas frases del
segundo presidente de los EEUU, Thomas Jefferson, y propo-
nía la adquisición o conquista sin fin de nuevos territorios para
cumplir el «destino manifiesto». Esto, proseguían, serviría, no
para debilitar la Unión, sino para que las generaciones futuras
pudieran disponer de abundantes recursos económicos. Entre
estos sectores se encontraban algunos teóricos del esclavismo
de los Estados del Sur. Nuevos Estados, con nuevos esclavos,
aumentarían el poder político de los Estados del Sur, pues, no
en vano, tales Estados solo podían situarse al Sur, es decir, más
próximos al área de influencia de lo que luego sería la Confe-
deración americana. Sólo así, los EEUU podrían competir con
el comercio británico, especialmente por el control de los mer-
cados asiáticos, algo que estaba en mente de los expansionistas
desde que fue arrancado a México el territorio de California y
se podía contar con el puerto de San Francisco como base
para la expansión por el Pacífico hacia Asia. La crisis económi-
ca de 1837 en la que un exceso de producción agrícola hundió
los precios, dio nuevos argumentos a los expansionistas para
que se buscaran nuevos mercados en el exterior y, para ello,
había que disponer de bases en todo el mundo. Por esas fe-
chas, Inglaterra era la pesadilla de la nueva nación, especial-
mente en los Estados del Sur. En 1843, el Sur denunció que
Inglaterra estaba promoviendo la abolición de la esclavitud en
Ernesto Milà 81
nicaragüense estuvo dictada por el aventurero al servicio de la
administración norteamericana. Costa Rica comprendió que era
la siguiente ficha del dominó centroamericano. El 20 de no-
viembre de 1855, el presidente don Juan Rafael Mora Porras
proclamó: «Costarricenses: la paz, esa paz venturosa que,
unida a vuestra laboriosa perseverancia, ha aumentado
tanto nuestro crédito, riqueza y felicidad, está pérfidamen-
te amenazada...». Walker respondió negando que tuviera
ambiciones sobre Costa Rica y acto seguido mandó al coronel
Louis Schlessinger, otro «filibustero», para que exigiera «una
franca explicación sobre la política que ha estado obser-
vando Costa Rica con respecto del actual Gobierno de Ni-
caragua». Schlesinger, por cierto, no era coronel, sino cabo
austríaco, perseguido en Alemania por desfalco y robo. La
comisión no fue recibida por los dignatarios costarricenses lo
cual fue tomado por Walker como una ofensa personal y le
incitó a reclutar más filibusteros. En marzo de 1856, cuando la
amenaza era innegable, el presidente Juan Rafael Mora Porras
convocó a los costarricenses: «…¡A las armas! Ha llegado el
momento que os anuncié. Marchemos a Nicaragua a des-
truir esa falange impía que la ha reducido a la más
oprobiosa esclavitud. Marchemos a combatir por la liber-
tad de nuestros hermanos…!». Walker resultó derrotado y
con él la ambición de incorporar territorialmente Centroamérica
a los EEUU.
El conflicto político–militar tuvo un carácter de lucha de «li-
beración nacional». No se opuso solamente al «filibusterismo»,
sino también y sobre todo, a la doctrina Monroe y a la teoría
del «Destino Manifiesto». La guerra centroamericana de 1856–
1857 fue un percance inesperado en la política expansionista
norteamericana, pero también supuso el primer choque evi-
dente entre dos concepciones específicamente norteamerica-
nas: la de los granjeros aislacionistas que no querían saber nada
de aventuras internacionales y preferían no actuar, ni siquiera
Ernesto Milà 83
Platt, aprobada por el Senado estadounidense en 1901, en vir-
tud de la cual Cuba debía aceptar el derecho de intervención
de EEUU para «preservar la independencia cubana y man-
tener un gobierno que protegiera la vida, la propiedad y las
libertades individuales». «Con el fin de cumplir con las
condiciones requeridas por Estados Unidos para mantener
la independencia de Cuba y proteger a su pueblo, así como
para su propia defensa el gobierno de Cuba venderá o al-
quilará a Estados Unidos el territorio necesario para el
establecimiento de depósitos de carbón o de estaciones
navales en algunos puntos determinados». Algo más de un
siglo después, la base de Guantánamo sigue siendo testimonio
ignominioso de esta política. Cuba pasó de depender de Espa-
ña a depender de EEUU que intervino militarmente en la isla en
1906, 1912 y 1917, siendo hasta 1934 un mero protectorado.
«En el hemisferio occidental, la adhesión de Estados
Unidos a la doctrina Monroe puede obligarlo, en casos fla-
grantes donde se encuentre frente a determinada mala con-
ducta o a determinada incapacidad, a ejercer, aunque se
resistiera a hacerlo, un poder internacional de policía», tal
era el corolario de la doctrina Monroe, enunciado en 1903 por
Theodore Roosevelt. Con los mismos argumentos –el respeto
a las «obligaciones internacionales» y «la justicia para con los
extranjeros» (que enmascaraba intereses económicos e inver-
siones de EEUU), «aportar el progreso y la democracia a los
pueblos atrasados», etc– los marines desembarcaron en Méxi-
co, Guatemala, Nicaragua, Colombia, Ecuador. En 1912, en
un lapsus o quizás como muestra de la ebriedad que provoca el
poder, el presidente Taft declaró: «Todo el hemisferio nos per-
tenecerá, como de hecho, ya nos pertenece moralmente, en
virtud de la superioridad de nuestra raza», lo que traducido
quiere decir que la defensa de la soberanía nacional de territo-
rios que entran dentro del campo de aplicación de la Doctrina
Monroe o que, por algún motivo, obstaculizan la realización
del Destino Manifiesto, se convierten en una rebelión contra la
Ernesto Milà 85
Oriente. En 1893 reclamaron las Islas Hawai. El almirante
Belknap lo justificó con estas palabras: «Parecería que la na-
turaleza creó ese grupo de islas para que fuese ocupado
como puesto avanzado, por así decirlo, de la Gran Repú-
blica». Y el congresista Henry expresó en la misma línea: «Las
queremos porque se hallan más cerca de nuestro territorio
que de cualquier otra nación». Reclamaron el archipiélago
de Hawai y lo obtuvieron. Una vez allí, miraron a Filipinas. El
ex secretario Denby explicó: «Estamos extendiendo las ma-
nos para tomar lo que la naturaleza nos ha destinado». El
problema era que Filipinas no tenía ninguna relación de conti-
güidad con el territorio de los EEUU. No era problema, el se-
nador Beveridge añadió: «¡Nuestra Armada las hará conti-
guas!». Y de Filipinas a la masa continental China. El propio
Beveridge añadió: «las islas Filipinas son nuestra puerta de
acceso a China». Antes, el comodoro Perry había forzado la
puerta de Japón.
En 1902, Woodrow Wilson intentaba justificar este impulso
expansionista aludiendo de nuevo a la doctrina del Destino
Manifiesto: «Esta poderosa presión ejercida por un pueblo
que se desplaza constantemente hacia nuevas fronteras, en
busca de nuevos territorios, de mayor poder, de la total
libertad de un mundo virgen, ha gobernado nuestro curso y
como un Destino ha plasmado nuestra política». La reali-
dad era mucho más prosaica: los EEUU, tras haber enlazado
los dos océanos mediante ferrocarril y a través de la construc-
ción del Canal de Panamá, después de haber agotado las posi-
bilidades de expansión en el territorio americano, buscaron plas-
mar su mesianismo en el exterior. Las grandes crisis de la histo-
ria del siglo XX no son otra cosa más que el producto de los
desajustes internacionales provocados por el expansionismo
norteamericano. Fue así como el tiempo pasó.
Ernesto Milà 87
de documentos para explicar «lo que el liderazgo estadouni-
dense entraña». Así mismo disponen de una web.
William Kristol, Presidente del PNAC
Oficialmente tienden a agrupar «voluntades de ciudada-
nos norteamericanos que apoyen una vigorosa política de
implicación internacional de EEUU». Cuando alguien les
pregunta sobre sus próximas actividades, suelen contestar que
están realizando «debates útiles en torno de la política exte-
rior y de defensa y el papel de EEUU en el mundo». Algo
que, en principio, no parece excesivamente inquietante.
Sin embargo, cuando sabemos que su presidente es William
Kristol, las cosas dejan de estar tan claras. Kristol era, entre
otras actividades, asesor de la compañía Enron que protagoni-
zó la quiebra fraudulenta más multimillonaria en la historia de
los EEUU. De Kristol suele recordarse que era el «cerebro de
Dan Quayle», vicepresidente de los EEUU con Bush. Kristol
destacó desde entonces como politólogo (licenciado en
Harvard) ultra conservador, profesor de Ciencias Políticas,
actual consejero principal del ala neo conservadora del Partido
Republicano de los Estados Unidos, periodista y director del
semanario «Weekly Standard». En este semanario de circula-
ción restringida y discreta, pero no por ello menos influyente,
Kristol da cabida a Robert Kagan, otro de los estrategas así
mismo influyentes, de la administración Bush, a quien ya hemos
aludido. Su padre, Irving Kristol, había sido otro prominente
conservador, editor de «Public Interest» que apoyó la campa-
ña anticomunista del senador McCarthy. Junto con Norman
Podhoretz fundaron el University Center for Rational
Alternatives. Tras una breve estancia del joven Kristol en el
Partido Demócrata, en 1976 pasó al Republicano y tuvo un
cargo de segunda fila en la Administración Reagan, para ser
luego el «cerebro de Dan», vicepresidente con George Bush.
Cuando se desplomó la administración conservadora y subió
Bill Clinton a la presidencia, Kristol pasó a la empresa privada.
Ernesto Milà 89
constantemente amenazas de falsas alarmas de nuevos ataques
e instigando la guerra contra Irak y la pasividad ante Israel.
Es importante recordar que sin los sucesos del 11–S el pro-
grama del PNAC jamás habría podido pasar del estado de
proyecto irrealizable. Son los atentados del 11–S y sólo ellos
los que permiten «adelantar las líneas» norteamericanas, pri-
mero a Afganistán y luego al más importante Irak. Por que son
las gentes del PNAC las que elaboran e imponen su línea polí-
tica y sus objetivos a la administración Bush, la cual, sin ellos,
sería en la actualidad, una administración huérfana de tutelas
políticas y sin otra tutela ideológica que el conservadurismo
furibundo y miope de los cristianos renacidos y los «reveren-
dos» furibundos. En efecto, estos últimos aportan votantes, pero
es el PNAC quien maneja el timón de la administración.
Por cierto, Kristol, es miembro del Consejo de Relaciones
Exteriores, CFR, al igual que todos los miembros prominentes
del PNAC.
Objetivo prioritario:
«resolver» la cuestión iraquí
El suceso que motivó a los neoconservadores que fundaron
el PNAC fue el fin de la Segunda Guerra del Golfo en Iraq.
Con el poder de Sadam Husein debilitado, los
neoconservadores creyeron que sería eliminado permanente-
mente. Por el contrario, el anterior presidente Bush animó a la
oposición iraquí a alzarse contra el gobierno del Baas. Como
su rebelión fue echada por tierra por el ejército iraquí, Bush
ordenó al ejército de EEUU que no interveniera, eligiendo, al
contrario, una estrategia de «contención» hacia Sadam.
En 1992, Paul Wolfowitz, entonces vicesecretario de De-
fensa, redactó un escrito sobre el futuro de la hegemonía norte-
americana en el mundo y cómo podría prepararse para afron-
tar el final de la guerra fría. El documento, de carácter interno,
tardó en filtrarse, pero, finalmente se supo que el centro de las
reflexiones de Wolfowitz giraban en torno a la posibilidad de
La Doctrina Rumsfeld
En el fondo la llamada «doctrina Rumsfeld» apenas es otra
cosa que un programa para la modernización de las fuerzas
armadas norteamericanas. Sin embargo, es evidente que una
modernización en profundidad, debe de hacerse en función de
los objetivos estratégicos a alcanzar. Y en este sentido, dicha
doctrina no es sino, en última instancia, un programa que dise-
ña la orientación en política exterior de la administración Bush.
Hay en dicha doctrina elementos que conciernen exclusivamente
a las fuerzas armadas, pero, en la medida en que dicho ejército
es la punta de lanza de una política expansionista de carácter
mundial, estamos ante una obra excepcionalmente clara y que
Ernesto Milà 91
en el fondo no es sino un desarrollo complementario y una ac-
tualización de la doctrina Brzezinsky, aplicada a las reorganiza-
ción de las fuerzas armadas.
Desde la Segunda Guerra Mundial hasta prácticamente nues-
tros días, el Atlántico ha sido considerado prácticamente como
un océano anglosajón y el centro del comercio mundial, como
antes lo fue el Mediterráneo. No en vano, inicialmente, la OTAN
orientaba su actividad hacia el Atlántico Norte. Sin embargo,
Rumsfeld advierte que buena parte del crecimiento económico
internacional se ha desplazado hacia el Océano Pacífico.
En esa zona se está concentrando una acumulación de fuer-
zas productivas sin precedentes en la historia. Pensemos en el
coloso chino y en su crecimiento económico sostenido desde
hace diez años, especialmente concentrado en Manchuria y en
las zonas costeras de su Este, pensemos en los llamados «dra-
gones asiáticos» o en el desarrollo discreto pero constante de
Australia, en la costa Oeste de los EEUU, especialmente en
California y en Chile, pensemos en el Japón, incluso pensemos
en que el Pacífico es el Océano con mayores riquezas naturales
sumergidas y con el menor índice de explotación lo que ten-
dremos como resultado es que el eje de la economía mundial
se está desplazando hacia el Pacífico y que, en cualquier caso,
el crecimiento demográfico de aquella zona genera la posibili-
dad de abrir unos prometedores mercados que, además, están
próximos a las fuentes de materias primas.
Pero la geografía del Pacífico, caracterizado por la disper-
sión de los territorios en islas más o menos pequeñas, salvo
Australia y Nueva Zelanda, hace que se modifiquen los crite-
rios militares. En efecto, en esas zonas las grandes acumulacio-
nes acorazadas que serían efectivas en las planicies
centroeuropeas, resultan completamente inútiles en las islas del
Pacífico. Allí se trata de responder al desafío generado por
grandes distancias y pequeñas islas. Por lo demás, lo más im-
portante de esta estrategia consiste en reconocer que tras la
caída de la URSS, la OTAN ya no puede ser la punta de lanza
Ernesto Milà 93
De hecho, puede entenderse la coexistencia de estos dos
niveles de objetivos. Rumsfeld, cuando inició su teorización y
Bush cuando la aceptó, se encontraron con la oposición del
complejo militar–industrial que veía mermados en un primer
momento sus beneficios. Rumsfeld, en efecto, lo que estaba
proponiendo era una reducción de los gastos de defensa, pro-
poniendo armamentos mucho más sencillos que los utilizados
hasta entonces. Mientras que el Pentágono sostenía a finales
del 2000 que su presupuesto debía casi duplicarse si se pre-
tendía prolongar la hegemonía americana, Rumsfeld proponía
justamente lo contrario: estabilizar el presupuesto de defensa,
optimizando inversiones, precisamente para alcanzar el mismo
objetivo.
En efecto, Rumsfeld desaconsejaba la construcción de nue-
vos superportaviones tipo Nimitz, joya de la corona de la US
Navy, con un valor de 4.000 millones de dólares cada uno y
2.000 millones anuales en gastos de mantenimiento. Para el
Secretario de Defensa se trataba impulsar la construcción de
pequeños barcos lanzamisiles, extremadamente maniobrables
e incomparablemente más baratos. La USAF, por su parte,
debía autolimitar sus pedidos de cazabombarderos F–22 y can-
celar proyectos excesivamente costosos (como el Joint Strike
Figher que en el 2001 debería absorber 850 millones de dóla-
res), mantenerse con el material actual y confiar en los nuevos
UAV (aviones no tripulados) mucho más baratos, polivalentes
y rentables.
Estas propuestas, y las limitaciones presupuestarias consi-
guientes, eran lo suficientemente audaces como para que el
Pentágono y el complejo militar–industrial, pusieran el grito en
el cielo. Fue entonces cuando se produjo el «providencial» ata-
que a las Torres Gemelas y se restableció la normalidad. Las
«necesidades de la lucha contra el terrorismo» abrieron nue-
vos frentes bélicos: la modernización propuesta por Rumsfeld
se realizaría sin que el complejo militar–industrial viera merma-
Ernesto Milà 95
rra Fría y ésta ha terminado, en consecuencia, las viejas amis-
tades tienen menos sentido en el tiempo nuevo. De ahí que la
administración Bush haya situado la redefinición del papel de la
OTAN entre sus prioridades.
El documento RAD
El documento RAD insistía en la necesidad de que EEUU
interviniera en el Golfo Pérsico asegurándose una posición in-
discutible y preferencial. Para ello era preciso rematar el traba-
jo realizado en 1989–90 en Irak y derribar a Saddam Hussein:
«EEUU ha buscado durante décadas jugar un papel más
permanente en la seguridad regional del Golfo. Mientras
que el irresuelto conflicto con Irak proporciona la justifica-
ción inmediata, la necesidad de una presencia importante
de fuerzas estadounidenses en el Golfo trasciende la cues-
tión del régimen de Sadam Husein». Se volvía a insistir en lo
escrito por Wolfowitz ocho años antes: «En la actualidad
EEUU no tiene rival a escala global. La gran estrategia de
EEUU debe perseguir la preservación y la extensión de
esta ventajosa posición durante tanto tiempo como sea
posible». Pero también se recogían algunas consideraciones
sobre armamentos nuevos ya realizadas por Rumsfeld en su
documentos; en efecto, se pedían «Nuevos métodos de ata-
que –electrónicos, no letales, biológicos– serán más exten-
samente posibles; los combates igualmente tendrán lugar
en nuevas dimensiones: por el espacio, por el ciber–espa-
cio y quizás a través del mundo de los microbios; formas
avanzadas de guerra biológica que puedan atacar a
genotipos concretos pueden hacer del terror de la guerra
biológica una herramienta políticamente útil».
Lo más curioso de este documento es el «te lo digo para
que no me lo digas» que incluye inopinadamente. En efecto, el
documento RAD, bruscamente alude a que la transformación
estratégica de los EEUU será difícil y «estará carente de al-
gún suceso catastrófico y catalizado, como un nuevo Pearl
Ernesto Milà 97
de Bush pretendía tomar el control militar de la región del Gol-
fo, y ello con independencia de que Saddam Hussein estuviese
en el poder. Dice: «Estados Unidos ha estado buscando du-
rante décadas representar un papel más permanente en la
seguridad regional del Golfo. A pesar de que el conflicto
todavía no resuelto con Irak ofrece una justificación inme-
diata, la necesidad de una presencia sustancial de fuerzas
armadas estadounidenses en el Golfo trasciende el tema
del régimen de Saddam Hussein». Esta «gran estrategia esta-
dounidense» debe ser puesta en marcha «tan pronto como
sea posible en el futuro», dice el informe. Añade también que
la «misión fundamental» de Estados Unidos consiste en «de-
clarar y ganar de forma decisiva múltiples guerras simul-
táneas». Esto último es irrelevante… lo importante es la insis-
tencia en que el PNAC deberá ponerse en práctica «tan pron-
to como sea posible». Hasta el 11–S no era posible. A partir
de entonces, fue imparable. Es impensable que quienes diseña-
ron los atentados del 11–S no calibraran los contenidos del
PNAC e ignoraran que, precisamente, su acción iba a servir
como excusa esperada para aplicar el proyecto «tan pronto
como sea posible».
El informe describe las fuerzas armadas estadounidenses en
el extranjero como «la caballería de la nueva frontera esta-
dounidense». Wolfowitz y Libby, especialmente, no podían
ignorar que la Unión Europea y la Rusia en vías de reconstruc-
ción, suponían handicaps para la dominación norteamericana,
de ahí que propusieran que Estados Unidos debiera «impedir
que las naciones industriales desarrolladas pongan en en-
tredicho nuestro liderazgo o incluso aspiren a un papel re-
gional o global más importante». Para ello era preciso re-
forzar la alianza con países europeos (especialmente con Gran
bretaña y en segundo lugar con Aznar en España); eliminar a
las NNUU de cualquier iniciativa de paz en el mundo que, a
partir de ahora, debería ser propuesta y liderada por los EEUU;
mantener la presencia en el Golfo Pérsico aun a pesar de que
Ernesto Milà 99
del total está compuesto por antiguos trotskystas, también
straussianos.
Dentro del marxismo, el trotskysmo es un género cuyos
militantes siempre han tenido unos rasgos particularmente defi-
nidos y completamente distintos a otras sectas igualmente mar-
xistas (maoístas, marxistas–revolucionarios, marxistas–
leninistas, castro–guevaristas, cristiano–marxistas, revisionistas,
eurocomunistas, etc.). En efecto, los trotkystas siempre se han
caracterizado por sus estudios milimétricos sobre situaciones
políticas concretas. Han tenido una particular tendencia a
escindirse en capillas casi hasta el infinito, han insistido espe-
cialmente en el examen de las coyunturas internacionales y…
en su mayor parte, sus dirigentes, han sido de origen judío aun-
que completamente secularizados. Por lo demás, el trotskysmo,
es hoy un movimiento político muy minoritario, compuesto por
chicos extremadamente jóvenes y unos cuantos gurús ya en la
senectud o a poco de alcanzarla. ¿Y el resto? El recorrido de
estos militantes ha sido siempre muy similar: en tanto que
trotskystas, su actitud era irreconciliable con los partidos co-
munistas ortodoxos, tenidos como stalinistas o neo–stalinistas.
Esto les llevó, o bien a infiltrarse en los Partidos Socialistas
(Lionel Jospin, por ejemplo, era un antiguo trotskysta que llegó
a jefe de gobierno, tras entrar en el PS como infiltrado) o bien
a adoptar posturas, primero anticomunistas y luego… libera-
les. Hay entre los antiguos trotskystas una especie de inercia
que les lleva siempre a aceptar el fatum al que les conducen
sus reflexiones ideológicas… siempre y cuando se adapten a
sus gustos o a sus intereses personales. De hecho, frecuente-
mente, los trostkystas tienden a ideologizar cualquier tipo de
comportamiento que adopten…
El trotskysmo norteamericano, ha nutrido de militantes a
todas las corrientes políticas norteamericanas: desde los secta-
rios de extrema–derecha agrupados en torno a Lyndon
Larouche, hasta los caucus del Partido Demócrata, pasando,
Introducción ...................................................................... 5
I. El pensamiento anómano desde los orígenes ............... 9
El mito de la Tierra de la Muerte ............................. 11
La «Nueva Atlántida» ............................................. 14
La colonización del Paraíso .................................... 16
La formación de la mentalidad americana ................ 18
Franklin en Europa,
la revolución americana exportada .......................... 20
El origen de la masonería americana ........................ 22
La independencia americana:
triunfo del ideal masónico ....................................... 24
La masonería americana
a finales del siglo XX .............................................. 29
II. El extraño mundo de los «filósofos» ........................ 35
Leo Strauss:
un pensamiento inquietante ..................................... 35
Cuando la Verdad es peligrosa ............................... 38
La «Logia» o la «Cábala» straussiana ...................... 40
La «noble mentira» ................................................. 41
Los tres tipos humanos según Strauss ..................... 44
La Guerra, nuestra Madre ...................................... 45
«El cierre de la mentalidad americana» .................... 47
Kojéve y las raíces de ls política postmoderna ........ 50
Straussianos en la administración Bush .................... 53
Algo ha cambiado en EEUU: las libertades ............. 59
III. El pensamiento de los «gentiles» y del «vulgo» ........ 63
Robert Kagan: un hombre que habla claro .............. 63
El papel de los «cristianos renacidos» ..................... 68
De Princeton a los telepredicadores ........................ 70