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SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO FALANGISTA
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SÍNTESIS DEL PENSAMIENTO FALANGISTA
nombramiento dura unas pocas horas, ya que cuando se produce, Franco tiene decidida la
unificación dela Falange con los tradicionalistas (cuyos líderes naturales llevaban varios
meses negociándola sin haber llegado a un acuerdo definitivo) y la lleva a efecto mediante
el famoso Decreto de Unificación. Entonces nace F.E.T.-J.O.N.S. (Falange Española
Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista).
La Falange incorpora al Estado nacido del 18 de julio un fuerte contenido social y
revolucionario. Es mucho lo que se hace en este sentido... y también mucho lo que queda
por hacer. La nueva situación nacida del final de la Segunda Guerra Mundial (con un
dominio absoluto de la ideología liberal y capitalista en el mundo occidental) y la progresiva
claudicación de sectores cada vez más influyentes del Régimen, hacen que la revolución
sea incompleta.
Por eso, cuando muere Franco, los diversos grupos falangistas nacidos al amparo del
nuevo sistema de partidos, empiezan a vivir discrepancias que llevan al actual estado de
fragmentación de la comunidad falangista. Cada uno de esos grupos tiene su propia lectura
del pasado y sus propios planes para el futuro.
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III. FUNDAMENTOS
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observamos cómo la articulación de las mayorías - sobre todo en los actuales regímenes
demoliberales- descansa en un conjunto de falacias, manipulaciones y procedimientos
publicitarios de deformación de las conciencias, que convierte a esas supuestas mayorías
en una base bien endeble para la decisión de las grandes cosas.
Pero por otro lado, denunciamos con energía los déficits participativos de nuestras
sociedades.
Por eso, el nacional-sindicalismo propone más participación en y a través de los
ámbitos naturales de convivencia, sin la intermediación de ese verdadero secuestro de la
voluntad popular que se esconde tras la práctica corrupta, escandalosa, cínica y liberticida
de los partidos políticos.
Por tanto, el sistema que proponemos se resolvería en una coexistencia de dos
niveles:
1. El de los principios últimos, básicos, -abstracto constituyente de cualquier sociedad
articulada, que es derivación directa de la naturaleza, de la razón humana y del proceso
histórico de consolidación del corpus de la Tradición-, que debe estar sustraído a la acción
de las mayorías formales.
2. El de la vida diaria de gestión y administración de las sociedades humanas, en el
que debe prevalecer el principio participativo y orgánico.
En cuanto a esta representación orgánica, hay que decir que constituye,
históricamente, el nervio indiscutible de toda la construcción. José Antonio -y, con él, los
demás líderes de la primer Falange- afirman que la representación ha de canalizarse no a
través de los partidos políticos, sino a través de las unidades naturales de convivencia:
Familia, Municipio y Sindicato.
Se trata de un sistema con honda raigambre en nuestro pasado más glorioso; y tiende
al establecimiento de una sociedad viva, articulada, donde el hombre no se sienta
extraviado entre una afirmación extrema -y profundamente falsa- de su individualidad y la
lejanía de un poder político que vive al margen y por encima del propio entramado social.
Este poder político debería, muy al contrario, enramarse en los ámbitos más próximos al
individuo, como son el familiar, el profesional o el municipal.
En todo caso, la representación orgánica se resolvería en una estructura piramidal, en
la que los ciudadanos elegirían a sus representantes en sus ámbitos naturales de
convivencia para luego éstos elegir a otros superiores en los niveles sucesivos: local,
provincial, regional y por último, para la constitución de Cortes, nacional.
Además, los cauces de representación serían dos: el político, a través de
corporaciones y organizaciones ciudadanas, y el sindical, que consolidaría en su máximo
nivel y por ramas de producción, los grandes sindicatos de productores como organismo
supremos de dirección de la economía nacional dentro del marco legal.
Interesa aclarar, volviendo a los principios, que un sistema así sólo sería nacional-
sindicalista en tanto en cuanto sus normas supremas, con penetración efectiva en todos los
ámbitos de la vida, estuviesen inspiradas en los principios permanentes de orientación
cristiana, nacional y social que describimos en otros apartados. La encarnación de dichos
principios en engranajes jurídicos y políticos es importantísima, pero podrían alumbrar -de
igual forma- instituciones diferentes y siempre mudables y contingentes.
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V. LA PATRIA.
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no caben en el sistema injusto que tenemos montado para el disfrute exclusivo de los más
aptos o de los más afortunados?
La doctrina de José Antonio fue, en este punto, tan imaginativa, tan compleja, tan
exacta, que hoy no sólo es que tenga vigencia, sino que sigue esperando a encontrar una
vigencia nueva y definitiva en nuestras construcciones mentales y en nuestros hábitos.
Esa doctrina -magistral y poéticamente expresada en multitud de escritos y discursos-
tiene, al menos cuatro ejes que se resuelven en cuatro contrastes: Patria frente a territorio,
metafísica intangible frente a apariencia deleznable, razón frente a sentimiento y Patria de
todos frente a Patria de unos pocos privilegiados.
1.- Patria frente a territorio. El concepto gramatical y -hoy también- jurídico-
constitucional de nación es minimalista por definición. Se hace estribar su esencia en
características eminentemente fisicas y sentimentales: el paisaje, la lengua, el clima, el
folklore, el culto a lo familiar y a los antepasados. Se convierte, por tanto, el nacionalismo
en una exaltación colectiva del individualismo.
En este terreno, dice José Antonio con justísima razón, los patriotas tenemos muy poco
que oponer a los nacionalistas. Sentimiento contra sentimiento, el de lo inmediato es
siempre más fuerte. Por otro lado, situar nuestro combate dialéctico en el terreno
pantanoso del llamado hecho diferencial, es darlo por perdido de antemano: negar la
existencia de una lengua catalana o de unas instituciones forales vasco-navarras supone
realizar un inútil ejercicio de ignorancia que deslegitimará, por débiles, nuestras posiciones.
La diferencia está, pues, en el concepto. La esencia de la Patria española radica,
precisamente, en que supo asimilar y trascender lo particular y proyectarlo hacia lo
universal; recoger los materiales imprecisos de lo tribal e introducirlos -unidos en diversidad
riquisima y admirable- en la historia; así, el vasco, el catalán o asturiano mientras vivieron,
trabajaron y murieron en sus lares, al entrar en la historia, sólo supieron y quisieron hacerlo
como españoles, dando a la Humanidad en su ejercicio -metafísico y heroico- de
españolidad, algunas de sus jornadas más memorables.
Esta es la riqueza incomparable del concepto de Patria: el marco colectivo de
inmersión fecunda de los destinos individuales en la corriente formidable de la historia
concebida como proceso espiritual perfectivo.
2.- Metafísica frente a realidad aparente. ¿Qué tenía ante sus ojos un español de los
años treinta? Postración, conciencia de una derrota humillante, abandono, desgana,
apatía, casticismo y folklorismo de la peor especie. ¿Y hoy? ¿Quién podría afirmar hoy el
orgullo legítimo de ser español ante el presente espectáculo de modorra colectiva y de
abdicación entreguista de nuestra mejor alma?
El silencio de España es como el silencio de Dios: curte los músculos de nuestras
convicciones más profundas. Aspirar los aromas sensuales de lo regional es fácil: supone,
tan sólo, sucumbir a la exaltación egocéntrica y soberbia de lo que somos y de lo que
significamos como individuos de una especie animal sofisticada. Lo patriótico exige, por
contraste, una fe metafísica en algo -el genio y la entraña nacional- que sabemos que está
ahí, agazapado en lo más profundo de una existencia deleznable, pero que no vemos. Es,
en definitiva, exigencia y convicción metafísica.
3. Razón frente a sentimiento. El nacionalismo nace -en pleno siglo XIX- de la
exaltación romanticista de los sentimientos más elementales de pertenencia
El patriotismo, por el contrario, es en José Antonio categoría clásica y racional. Tiene la
exactitud y la precisión de las verdades matemáticas. Atesora toda la sabiduría
sedimentaria de las afirmaciones superiores. Confiere a la existencia humana -al contrario
de lo que sucede con esos regionalismos que, contradichos, pueden desencadenar
tragedias sangrientas que el fundador de la Falange predijo y que nosotros constatamos
hoy- el equilibrio apacible y profundo de lo ecuánime y de lo consolidado por el tiempo
histórico.
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El desafío intelectual que supone la doctrina social falangista, que combina sabiamente
las aspiraciones más profundas de justicia social con un respeto inmaculado a la libertad, a
la propiedad -en su auténtica dimensión- y a los demás pilares de la civilización cristiana,
es de primer orden.
La Falange rechaza el modelo liberal de organización de la economía por basarse en
un concepto falso de la libertad: al declarar libres e iguales a todos los hombres, deja a los
más débiles en situación de inferioridad; les concede, en definitiva, el derecho de trabajar o
no trabajar o el de hacerlo en las condiciones que libremente estipulen entre sí, olvidando
que con ello lo que realmente se consagra es el derecho de los menos astutos, o de los
menos listos a morirse de hambre en medio de su maravillosa libertad.
Por eso, la Falange cree que el Estado no puede permanecer al margen de las luchas
económicas entre los hombres; debe ser un Estado activo que imponga en cada caso los
imperativos de la Norma Justa en la libertad, en principio respetable, del mercado.
Sin embargo, el nacionalsindicalismo, participando en gran medida de las aspiraciones
justas del socialismo histórico, se aparte de éste por tres razones:
1. Por su visión materialista del mundo y por su carencia de principios últimos que
sitúen los anhelos de justicia sobre bases sólidas que les confieran carácter absoluto.
2. Por su estatalismo radical. Por su negación de lo individual y por la absorción de lo
humano en la maquinaria fría y distante de lo colectivo. A pesar de que el socialismo ha
utilizado, en su práctica invariable consistente en echar mano de todo aquello que le
pudiese conferir legitimidad retórica, los conceptos de libertad y hasta, en algún sentido, de
autodeterminación individual, lo cierto es que sus recetas económicas y políticas han
abundado en esta dirección, sobre todo cuando han sido puestas en práctica.
3. Por su igualitarismo a ultranza, que le ha llevado a obviar - seguro que
conscientemente- la fina pero evidente distinción intelectual que debe establecerse entre lo
que supone una afirmación rotunda de la igualdad de dignidad, derechos y oportunidades
entre todos los hombres, y esa otra igualdad aritmética que convierte lo que es apariencia
de justicia suma en la más profunda de las injusticias que puedan concebirse.
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En el terreno de las aspiraciones lo principal es, para nosotros, la afirmación de la
dignidad humana. Es exigencia de esta dignidad que todo hombre, por el mero hecho de
serlo, disfrute de una dotación material suficiente para el honesto desarrollo de su
existencia.
Y todo esto, que no deja de ser una bonita declaración de principios asumible por
cualquier movimiento político, se desarrolla en la Falange en forma de una actitud moral,
un talante sociopolítico y una decisión finalista que paso a exponer:
a) Actitud moral: Recordaba Ramiro Ledesma cómo el signo de la economía
contemporánea es el deseo de enriquecimiento; deseo que ha crecido vertiginosamente en
las sociedades y en los individuos porque unas y otros han visto con sus propios ojos cómo
dicho enriquecimiento ha dejado de ser una quimera improbable para pasar a convertirse
en una posibilidad nada desdeñable.
Y frente a ese fenómeno, no queda más remedio que definirse. Nosotros, los
falangistas, aunando -casi sin quererlo- lo que constituye la moral evangélica de exaltación
de la pobreza y un concepto eminentemente político y filosófico de las cosas, denunciamos
la idolatría nueva del dios-dinero, que hace a los hombres egoístas, individualistas y que
los sume en la infelicidad.
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VII. ESTILO
La Falange no es, tan sólo, una organización política. Respondiendo, como se dijo, a
una visión coherente de la vida y procurando la transformación de la sociedad partiendo del
hombre (que es, para ella, lo fundamental) tiene su estilo y su talante.
Estilo -que exige a sus propios militantes y desea inculcar a todos los españoles- que
se define muy bien en las palabras de José Antonio en las que habla de un ideal religioso y
militar de vida.
Como manifestación del estilo religioso nos imponemos la ascesis, el sacrificio, la
austeridad, la visión espiritual de la vida, la compasión con todos (sobre todo con los más
débiles), la moderación en las costumbres, la fidelidad a la palabra dada y la honestidad en
todas las parcelas de nuestra vida.
Lo militar nos presta el espíritu de abnegación, de entrega, la disciplina y el ánimo
dispuesto siempre al servicio, aún a costa de los mayores esfuerzos.
¿Y qué tiene que ver con nuestro estilo la violencia?
Ni por sus postulados filosóficos ni por su historia podemos definir a la Falange como
una organización violenta.
La Falange -como toda doctrina política y a caso con un mayor nivel de legitimidad
histórica- admite la violencia como mal menor, en casos extremos de ataque a realidades y
valores justos y dentro de los limites estrictos de lo que sería una doctrina católica de la
violencia justa, establecida firmemente por Santo Tomás y conservada en vigencia plena
hasta nuestros días.
La Falange no se recrea en la violencia. Las llamadas de José Antonio a la mesura, y
hasta al heroísmo cristiano, en la utilización de la violencia defensiva son constantes y
salpican toda su trayectoria de una forma que fácilmente se puede comprobar acudiendo a
sus textos.
Históricamente, fueron bastantes los muertos que la Falange tuvo que sufrir entre sus
filas -a manos de violencia izquierdista- antes de empezar a dar respuesta a esas
agresiones. No hay historiador de la Segunda República que pueda mantener lo contrario.
La actitud, mesurada hasta el exceso, de los mandos falangistas -con José Antonio a la
cabeza- en esta cuestión, le mereció al movimiento sarcasmos crueles en la prensa
derechista, que se mofó de los falangistas -llamándoles frailangistas- y del propio José
Antonio, a quien apodó Juan Simón `el enterrador', por la paciencia franciscana con la que
enterraba a sus muertos llamando a sus seguidores a la paciencia y al perdón.
La respuesta, cuando se produjo, fue limitada y siempre justificada. Y estuvo, sobre
todo, presidida por un talante de repugnancia --en el Jefe Nacional y en sus seguidores
más fieles hacia esa fuerza a la que las dolorosas circunstancias del momento les habían
obligado.
Nada impidió, naturalmente, que en los tiempos convulsos de la Guerra Civil, las
pasiones se desatasen en uno y otro bando y que entonces, va sin cuartel, muchos
españoles que se vistieron camisa azul cuando los falangistas de la primera hora estaban,
casi en su totalidad, en la cárcel o ante el pelotón de fusilamiento, llevasen a cabo actos de
violencia que -más o menos justificados dentro de la brutalidad general de la hora histórica-
en nada superaban a los del otro bando.
Aún hay más: nuestra actual actitud ante la retahíla permanente de infundios,
difamaciones e insultos con que se nos obsequia desde los medios de comunicación sin
que se nos conceda -tan siquiera- un elemental derecho de réplica, es de un heroísmo
dificil de comprender por quienes no sufren en sus carnes tales ofensas a la dignidad
propia. Pero ese es el camino de la Falange.
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