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Alejandro Ramírez

http://cuentominicuento.blogspot.com/

LA MUERTE

Esperaba en el quirófano el inicio de la


cirugía cuando inesperadamente entró
ella. Era alta y esbelta, la mujer
perfecta. Se acercó y me dijo al oído que
me había llegado la hora, que había
venido a anunciármelo y a darme la
opción de negociarlo. Si no era yo, sería
un ser querido. Sus palabras me
llegaron directamente al alma y no sentí
incredulidad. Pensé durante unos
segundos y le ofrecí mi abuelo que ya
rondaba los 80 años y no tenía mucho
que perder.

Mientras me realizaban la operación, el


abuelo murió de forma repentina. Me
dejó como herencia una hermosa finca
en las afueras de la ciudad.
Casi dos años después volvió a
aparecer. Ya estaba montado en el carro
cuando la vi a mi lado. Me dijo que en
pocos minutos iba a morir en un
accidente, que aceptaba mi destino o le
daba algo a cambio. Salvo mi esposa y
mi bebé de seis meses, no tenía más
que ofrecerle. Pensé un poco más y le
ofrecí mi esposa.

Esa mañana Susana murió después de


resbalar en las escalas. Me legó un
generoso seguro de vida del cual
ignoraba su existencia.

Siete años después volvió. Estaba


haciendo las tareas con mi hija cuando
apareció y me dijo que un paro cardiaco
me mataría esa tarde. Que aceptara mi
destino o le diera algo a cambio. Sólo
me queda mi hija y a ella no la quiero
cambiar, le dije. No se preocupe, dijo, su
hija va a tener cuatro hijos y usted
puede ofrecerme uno de ellos. Lo
medité durante un lapso más largo y
juzgué que de 4 hijos que iba a tener
podría sacrificar uno por su padre.
Además podría terminar de educarla
mientras tanto, no era un mal negocio.
Acepté.

Pero esa deuda acabó con mi


tranquilidad. Lo único que me consolaba
era pensar en la pequeña fortuna que
me iba a reportar la muerte de ese
nieto.

CAJA DE PANDORA

Hace algunas noches me caí de la cama


a medianoche y me di un golpe en la
cabeza. No fue muy fuerte, pero sí
delicado. Ese golpe creo que liberó algo
en mi cabeza, una caja de pandora o
una especie de archivo de los
pensamientos proscritos. Desde
entonces no soy el mismo. Digo todo lo
que pienso sin cortapisas, sin
detenerme a reflexionar en las
consecuencias de mis palabras.

Si alguien me empuja en la calle, lo


insulto. Si el bus frena de forma brusca,
lanzo una exclamación de ira. En el
mercado, critico todos los productos de
forma indiscriminada. Entre amigos
hablo mal de las mujeres, todas me
parecen gordas o anoréxicas, procaces y
chismosas. Ni siquiera yo me libro de
mis mordaces palabras. Cuando cada
mañana me miro al espejo, no puedo
dejar de pronunciar en voz alta que soy
un obeso y miserable sacerdote de
provincia.

LA PRINCESA
Aburrida de la tediosa vida en el palacio,
de los sirvientes y las doncellas, la
Princesa decidió que quería otro destino.
Le ordenó a su padre que le hiciera
construir una inexpugnable torre y le
consiguiera un dragón.

Desde entonces la Princesa está


encerrada en la última habitación de la
torre, custodiada por un feroz dragón, y
a la espera de su príncipe azul que aún
no llega.

SOMBRAS, NADA MÁS

Después de 12 años decidí volver a


Medellín a disfrutar de todo el dinero
que había ahorrado en esos años de
arduo trabajo en Alicante, España.
Compré un apartamento en Envigado de
140 m2 por un precio irrisorio. Tenía garaje, cuarto
útil, piscina, jardín, etc.
Tardé varios días en amueblarlo e instalarme
definitivamente.
Desde la primera noche empezaron los ruidos.
Escuchaba que un hombre y una mujer hablaban y
al cabo de los minutos empezaban a discutir
violentamente. Esa noche no dormí ni fui capaz de
salir de la habitación. Sólo a la cuarta noche fui
capaz de controlar un poco el temor. Me acerqué a
la puerta y escuché: estaban ebrios, hablaban de
dinero, ella le reprochaba una traición y luego
gritos y golpes.
Tuvieron que pasar varias noches antes de que me
decidiera a esperar en la sala, el lugar de donde
provenían los ruidos. Me senté y a la misma hora
de siempre empezaron. Vi llegar la imagen
corpórea de ellos, quizá la sombra. Estaban
achispados y él hablaba y hablaba de un
cargamento que se había perdido; luego ella
recordó el nombre de otra mujer y empezaron a
discutir airadamente hasta que él la golpeó y la
dejó inconsciente. O muerta. La cargó y salió del
apartamento.
Salí al corredor y no los vi. Tenía la convicción de
que la escena continuaría en otro lugar. ¿Pero
dónde? Pensé en el garaje y bajé las escalas
corriendo. Cuando llegué, las sombras estaban
entrando al cuarto útil (un pequeño espacio cerrado
destinado a guardar los objetos en desuso). Abrí la
puerta tras él y vi que insertaba una llave en algún
lugar del suelo y se abría una compuerta que daba
paso a una caleta subterránea. Vacilé un par de
segundos y los perdí de vista. Cuando sentí que
tenía valor para bajar, descendí las escaleras y vi
los cuerpos en descomposición. Un revólver junto
a uno de los cuerpos insinuaba un suicidio o una
masacre.
Denuncié el caso y se llevaron los cadáveres. La
policía revisó el lugar y encontró muchos dólares y
droga.
Las sombras no regresaron.

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