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Octava Parte: INTRODUCCION A LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO_2

Ap 5:6-12
6
Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los
ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete
ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra.
7
Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.
8
Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos
se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso,
que son las oraciones de los santos;
9
y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus
sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo
linaje y lengua y pueblo y nación;
10
y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
11
Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y
de los ancianos; y su número era millones de millones,
12
que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las
riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
13
Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el
mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al
Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
14
Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron
sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos

Nuestro estudio de hoy es tomado de la teología de Lewis Sperry Chafer, para comenzar
el tema de la:

INTRODUCCION A LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO

Hemos dividido el tema general de los sufrimientos y muerte de Cristo en dos partes: (a)
Sus sufrimientos en vida, Y (b) Sus sufrimientos en la muerte.

En el programa pasado iniciamos este estudio de los sufrimientos de Cristo en vida


c1asificándose en:
(a) Los sufrimientos debidos a Su carácter Santo
(b) Los sufrimientos debidos a Su compasión y
(c) Los sufrimientos debidos a Su presciencia de la suprema tribulación de Su muerte sacrificial

En Este programa de hoy continuamos estudiando

LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO EN SU MUERTE

La posición central de la Cruz ha sido reconocida por todas las mentes devotas, desde el
día del primer Viernes Santo hasta los tiempos presentes. Las personas que no tienen su
fe puesta en la persona y obra de Jesús ven en la Cruz poco más que un "escándalo" (eso
es para los judío) y una "locura" (eso es para un gentil); mas para los llamados, así
judíos como griegos, es el poder de Dios (pues por ella queda libre para obrar Su poder
salvador) y la sabiduría de Dios, pues por ella queda resuelto el problema más difícil
que Dios tuvo jamás que afrontar, a saber: ¿cómo puede Dios permanecer justo y, al

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mismo tiempo, justificar al impío sin que éste ponga de su parte otra cosa que el creer
en Jesús?, así podemos leerlo en
1 Co 1:22-24 “22Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; 23pero
nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y
para los gentiles locura; 24mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder
de Dios, y sabiduría de Dios”
Ro 3:26 “con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el
justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”
Ro 4:5 “mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada
por justicia”

Cuando se nos dice que la Cruz es para los gentiles locura, no se insinúa que la
ridiculicen, sino más bien que las interpretaciones que dan a la muerte de Cristo son
necias, por no ser dignas del Hijo de Dios; y esta locura es común a toda interpretación
que se le dé, salvo la que está consignada en la Palabra de Dios, a saber, que se trata de
un sacrificio cruento ofrecido por el pecado por un sustituto que muere en lugar de los
pecadores. El Apóstol Pablo hacía de la Cruz el supremo motivo para gloriarse, pues
dice: "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por
quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" en (Gá 6:14).

Al respecto dice el Dr. Jaime Denney: "La mayor parte de los cristianos estarán prestos
a admitir que si la Redención, prescindiendo de toda definición técnica, significa algo
para nuestras mentes, en realidad lo es todo, pues es la más profunda y restauradora de
todas las verdades, ya que determina, más que ninguna otra, nuestros conceptos sobre
Dios, el hombre, la historia, e incluso la naturaleza; los determina porque, de alguna
manera, nos obliga a ponerlos todos de acuerdo con ella; ella es la inspiración de todo
pensamiento, el impulso y norma de toda acción, la clave, en último recurso, de todo
sufrimiento. Ya la llamemos un hecho o una verdad, un poder o una doctrina, es ahí
donde se muestra específicamente el hecho diferencial del Cristianismo, o sea, su
carácter peculiar y exclusivo; ella es el punto focal de la revelación, el punto en que
penetramos en lo más profundo de la verdad de Dios, y en el que caemos del modo más
completo bajo el poder de dicha verdad.

Para quienes así perciben, la Redención a través de la muerte de Cristo, es la


quintaescencia del Cristianismo, porque concentra en sí misma, como en un germen de
infinito potencial, todo lo que la sabiduría, el poder y el amor de Dios significan con
relación a los pecadores".

Con el mismo énfasis hablaba el gran teólogo calvinista, Francisco Turretino (1623-
1687), al escribir acerca de la importancia de esta muerte redentora que ella era "la
pieza clave de nuestra salvación, el ancla de la fe, el refugio de la esperanza, la norma
de la caridad, el verdadero fundamento de la religión cristiana, y el más rico tesoro de la
Iglesia de Cristo. Con tal que esta doctrina se mantenga en su integridad, el
Cristianismo mismo, la paz y la bendición de cuantos creen en Cristo están fuera del
alcance de todo peligro; pero si se la rechaza o se la deteriora de algún modo, toda la
estructura de la fe cristiana se hunde necesariamente en la decadencia y en la ruina"
(citado por R.W.Dale, The Atonement, 4a. ed., pág. 3).

No solamente está este tema de los sufrimientos y muerte de Cristo por encima de todos
los demás, como lo atestiguan los precedentes testimonios, y no solamente es el punto

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central de la verdad revelada, sino que también es una verdad eterna con relación al
pasado, Cristo es el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo (Ap 13:8
“Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el
libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”), así
mismo Cristo lo es con relación al futuro, ya que es el tema dominante de la gloria
venidera:

"Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus
sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo
linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes,
y reinaremos sobre la tierra. y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y
de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que
decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las
riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza" en (Ap 5:9-12).

Al entrar en el tema de los sufrimientos y muerte de Cristo, hay que considerar algunas
verdades importantes.

l. CONTRASTE ENTRE LA CRUCIFIXION y LA CRUZ. Hay que distinguir entre


la crucifixión, el mayor de los crímenes, y la Cruz, contemplada como el signo de la
gracia redentora de Dios, y que el Dr. R,W. Dale describe como "el momento más
sublime de la historia moral de Dios" (citado por Enrique C. Mabie, The Meaning and
Message o/ the Cross, p.23). ¿Podría concebirse un mayor contraste? Puede darse el
caso de pensar en los sufrimientos mortales de Cristo sólo desde el punto de vista de
que fueron causados por hombres, y esta concepción unilateral puede conducir a
extraños razonamientos. El Dr. Enrique C. Mabie cita lo siguiente para esclarecer esta
impresión:

"En la columna reservada a correspondencia, del Rev. R.J. Campbell de Londres, en The
British Weekly, un lector hizo hace poco la siguiente pregunta: “Dirijo una clase de
Biblia, entre cuyos alumnos hay algunos jóvenes que son excelentes y reflexivos.
Estamos estudiando la vida de Cristo, y pronto llegaremos a la crucifixión; ¿cómo me
las arreglaré para poner en claro que el acto de crucificar a Cristo fue un crimen y, al
mismo tiempo, la esperanza en que descansa el cristianismo?”

Y el Sr. Campbell, antes de proceder a la respuesta, hace la siguiente observación: "Esta


dificultad ocurre mucho más generalmente de lo que yo hubiera pensado”. Dicen que
Lord Beaconsfield intentó una vez describir la Redención de la manera siguiente: “Si
los judíos no se hubieran impuesto a los romanos en su plan de crucificar a nuestro
Señor, ¿qué hubiera sido de la Redención? Los inmoladores estaban tan predestinados
como la víctima; y ambos elementos fueron suministrados por la raza santa; ¿cómo
pudo ser un crimen lo que aseguró gozo eterno para toda la humanidad?”.

Un prominente ministro unitario de Nueva York, en un sermón predicado hace pocos


años en su propia iglesia, se expresó del modo siguiente al hablar de esta materia: “¿Qué
significa para el mundo la redención? Significa que el Padre Eterno o no quiere o no
puede acoger de nuevo en Su corazón a Sus hijos equivocados y errantes, a menos que
el unigénito Hijo de Dios sea matado, y nosotros, como dice el antiguo y terrible himno,
“somos sumergidos en este océano de sangre”.

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Es probable que la ceguera que Satanás impone a los no regenerados en relación con el
Evangelio como lo describe (2 Co 4:3-4 “3Pero si nuestro evangelio está aún encubierto,
entre los que se pierden está encubierto; 4en los cuales el dios de este siglo cegó el
entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la
gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”), y en el caso contrario la iluminación
que los nacidos de nuevo reciben, se centren en este punto crucial: el sentido de la
muerte de Cristo.

En el caso de los no regenerados, los hombres sólo ven un brutal asesinato y, puesto que
la víctima era inocente (es decir, una persona amable y admirable) hay ancho campo
para meditar en ciertas lecciones que pueden sacarse de tan trágica muerte. Con todo
esto, y aun de buena intención, la Cruz se convierte en locura. En el segundo caso, los
nacidos de nuevo, gracias a la iluminación que han recibido, pueden ver en la Cruz el
completo designio y el plan entero de la gracia redentora. Está escrito (¡y cuántos
pasajes podrían citarse!) que Cristo fue "puesto" (lo cual es una evidente alusión a Su
posición como víctima en la Cruz) para manifestar la justicia de Dios, de manera que
"El sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús" como lo describe (Ro 3:25-
26 “25a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para
manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados
pasados, 26con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el
justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”).

Puesto que los sufrimientos y la muerte de Cristo son el punto central de toda la verdad
revelada, y este punto puede ser apreciado de maneras tan diferentes (por una parte,
como el mayor crimen; por la otra, como "el momento más sublime de la historia moral
de Dios"). Sus sufrimientos y muerte exigen ser considerados con diligencia y oración,
por encima de todos los demás hechos del Universo.

Probablemente, ningún otro escritor ha expuesto con tanta fidelidad este gran contraste,
como el Dr. Enrique C. Mabie. La siguiente cita puede contribuir a aclarar este punto
que discutimos:

"Comienzo, pues, este estudio haciendo notar que la tragedia de la crucifixión de Cristo
en su terrible criminalidad, y la Cruz de la divina reconciliación en su singular majestad
moral, son de índole totalmente distinta.

La crucifixión, del lado humano, estaba ya iniciada en el primer pecado de nuestra raza,
mientras que la reconciliación, del lado divino, estaba desde toda eternidad en el
corazón de Dios aguardando el momento de ser activado, ya que Dios es lo que es en Su
santidad paciente. Es cierto que, en aquellas últimas horas del Calvario, la profunda
obra espiritual de la reconciliación se estaba consumando en la Cruz simultáneamente
con el crimen que los verdugos de Cristo estaban perpetrando en El; sin embargo, en su
espíritu y en su carácter moral, las dos actuaciones estaban, la una de la otra, a la mayor
distancia posible .. " Una imagen concreta, sacada del relato que el Nuevo Testamento
nos ofrece de la crucifixión, puede aclarar la distinción estudiada en este programa.

Todo lector atento que observe el informe sobre la ejecución de Jesús, se dará cuenta de
las distintas actitudes mentales de los diversos tipos de gente que estaban ante la Cruz.
Hay al menos cinco clases de personas cuyas actitudes eran fundamentalmente las
mismas: la turba vulgar, que "pasaba meneando la cabeza”; los gobernantes judíos, que

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habían consentido en la crucifixión; el insultante malhechor que rechazó a Cristo; los


soldados romanos, que no reconocían otro rey que el César; y los semisupersticiosos
mirones, que, al oír el grito de “Elí, Elí”, supusieron que Jesús llamaba a Elías.

Cada una de estas cinco clases pedían igualmente a Cristo a que demostrase que era
realmente el Mesías, descendiendo de la Cruz y Salvándose a Sí mismo.
 La turba decía: “¡Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas,
sálvate a tí mismo, y desciende de la cruz" como relata (Mr 15:29-30).
 Los gobernantes decían: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. El Cristo,
Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos" en el relato
de (Mr 15:31-32).
 El malhechor decía: “Si tú eres el Cristo, sálvate a tí mismo y a nosotros" de acuerdo
a (Lc 23:39).
 Los soldados decían: “Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a tí mismo” en (Lc
23:37).
 El supersticioso decía: “Dejad, veamos si viene Elías a bajarle” en (Mr. 15:36).

Observemos que cada uno de ellos decía realmente a Jesús: “sálvate a Ti mismo”. Todos
ellos vieron principalmente la tragedia de la crucifixión y supusieron que, en este
sentido, la Cruz marcaba el punto final en la vida de Jesús; a menos que Jesús emplease
Su poder milagroso para arrancarse del patíbulo, o sea, mantenerse vivo de una manera
sobrenatural, no creerían en El, pues quedaría completamente demostrado para sus
mentes que El no era lo que había pretendido ser: el Hijo de Dios, el Mesías de Israel, el
Salvador del mundo.

Ahora bien, frente a estas cinco clases, hay una sola brillante excepción, de alguien cuya
posición difería radicalmente de la de los tipos que acabamos de examinar, y se expresa
de un modo diferente: El malhechor que moría arrepentido, fue el primero, y el único
entre todos los que, según el Evangelio, abrieron su boca en la ejecución de Jesús, que
no dijo “sálvate a Ti mismo" sino “Sálvame”; y se dirigió a El usando el nombre
“Jesús”, es decir, el nombre salvífico, discerniendo quién y qué era realmente Cristo.

Sí, él fue el único que vio que allí se encerraba algo más profundo que lo que los
crucificadores adivinaban: que Jesús permitía que el santuario de Su cuerpo fuera
derribado, a fin de poder ser reconstruido; y que, si Jesús había de salvar a otros de las
necesidades espirituales en que se hallaban, El no podía salvarse a Sí mismo, sino que
tenía que soportar el peso que el pecado había echado en Sus hombros de Salvador; él
percibió que Jesús era en realidad “el Rey de Israel", "el escogido de Dios", “el buen
pastor" que ponía la vida por Sus ovejas, de manera que “podía volverla a tomar”.

Este malhechor arrepentido fue el primero y el único de los asistentes a la escena de la


crucifixión, que vio todo un nuevo reino situado más allá de la inminente muerte de
Jesús, en que él podía ser uno de los súbditos, y que este reino, sin embargo, había de
construirse desde el lado divino de todo lo que estaba sucediendo. El percibió, al menos
en esbozo, la resurrección futura y las gloriosas posibilidades en ella implicadas ... Sin
duda se le concedió espiritualmente, la visión propia de alguien que se halla a lomos de
las frontera que bordea el mundo celeste, y pudo así ver ambas vertientes del episodio
de la crucifixión, la bajamente humana y la noblemente divina; pero especialmente vio
con gran viveza la realidad de la reconciliación, y la vio desde el punto de vista
celestial, como Dios la ve, y como todos deberíamos aprender a verla; y exclamó en

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aquella oración modelo, que llevaba la impronta de su peculiar iluminación: “Jesús,


acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” como escribió (Lc 23:42); un reino
condicionado por lo que Cristo estaba ahora llevando sobre sus espaldas.

Este hombre, y sólo éste, en cuanto sabemos entre cuantos estaban cerca de Cristo en el
Calvario, percibió la reconciliación como acto de Dios, es decir, un acto deliberado y, a
la vez, permisivo, una reconciliación bien diferenciada de la criminalidad humana en la
crucifixión.

De cuantos seguidores de Cristo se hallaban presentes, probablemente no había ni un


discípulo, ni una mujer, que llegó a discernir la Cruz de la redención.

Por entonces ninguno de ellos llegó a comprender, como la comprendieron después a la


luz de Pentecostés; la Cruz de la redención.

Este moribundo, tan desdichadamente estigmatizado con el epíteto vulgar de “el ladrón
moribundo”, es realmente el creyente ideal; él y sólo él tuvo la visión correcta de la cruz
de la reconciliación; sólo él divisó algo más que los trágicos horrores del acto de la
crucifixión, absorto por una más amplia realidad, es decir, que Cristo, a pesar del
tratamiento que recibía de los hombres, estaba en verdad quitando el pecado del mundo,
como preparación de un reino espiritual situado detrás del momento culminante de Su
muerte. El malhechor arrepentido solicitó la membrecía en tal reino, privilegio de gracia
que inmediatamente le fue asegurado por la respuesta de Jesús: “De cierto te digo que
hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23:43).

Como hemos dicho anteriormente, la gente ciega e inconversa no puede discernir en la


muerte de Cristo sino la tragedia humana que ello implica, y en vano se esfuerza
sinceramente en revestirla de algún sentido espiritual; se le dramatiza, se multiplican los
crucifijos, se la exhibe en cuadros; predicadores y poetas se fijan en los aspectos físicos
de tal muerte y, muy a menudo, no descubren otra cosa que la angustia corporal que El
experimentó.

No ver en los sufrimientos de Cristo en su muerte a la Cruz de la redención, es lo típico


de una religión basada solamente en el crimen de la crucifixión y, en consecuencia,
vacía del verdadero concepto de la gloria de la Cruz.

La crucifixión encierra una tragedia que no puede minimizarse, pero esa tragedia no es
el fundamento de la redención, pues Dios no basa el don inconmensurable de Su amor
en el mayor de todos los crímenes, sino en la sublime verdad de que de tal manera amó
Dios al mundo, que ha entregado a Su Hijo Unigénito para que fuese el Cordero que El
mismo había provisto para el sacrificio. Cristo era el Cordero de Dios, no de Pilato, y
fue Dios, no Caifás, quien proveyó la sangre redentora.

Como puede suponerse, no hay punto alguno en la historia humana donde la soberanía
de Dios y la responsabilidad del hombre, o libre albedrío, se encuentre tan vivamente
yuxtapuestas como lo están en la crucifixión de Cristo. Del lado divino, la muerte de
Cristo estaba predeterminada de tal modo que Dios asume toda la responsabilidad por
ella, sin poder compartir con ningún otro la tarea de llevarla a cabo, pues éste era Su
designio desde toda eternidad.

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Estaba ya prefigurada en tipos establecidos por Dios y todos sus detalles habían sido
predichos por profetas capacitados por el Espíritu Santo.

En el Salmo 22 están registrados: el grito en medio del sufrimiento "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las
palabras de mi clamor? (v.l).

Las palabras exactas que los verdugos habían de pronunciar: "Se encomendó a Jehová;
líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía" (v.8);

el reconocimiento de la responsabilidad divina: "Y me has puesto en el polvo de la


muerte" (v.15);

las heridas de sus manos y de sus pies: "Horadaron mis manos y mis pies"(v.16);

el reparto de sus vestiduras y el sorteo de su túnica: "Repartieron entre sí mis vestidos, y


sobre mi ropa echaron suertes".

Con el mismo fin tenemos en el capítulo 53 de Isaías el relato de que fue en verdad
Jehová quien lo quebrantó, lo sujetó a padecimiento y puso su vida en expiación por el
pecado como podemos leer en (Is 53:10-11 “10Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado,
verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.
11
Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento
justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos”).

Isaías 53 nos recuerda que en el Antiguo Testamento, el pueblo ofrecía animales como
sacrificios por sus pecados. Aquí, el Siervo del Señor sin pecado alguno, se ofrece a sí
mismo por nuestros pecados. Él es el Cordero (53.7) ofrecido por los pecados de todas
las personas (Juan 1.29; Apocalipsis 5.6–14). El Mesías sufrió por nuestro bien,
llevando nuestros pecados para hacernos aceptos a Dios. ¿Qué podemos decir ante tanto
amor? ¿Cómo le responderemos a Él?

La expresión de Isaías 53:11 «Justificará mi siervo justo a muchos» nos habla de la


enorme familia de creyentes que serán justos, no por sus obras, sino por la gran obra del
Mesías en la cruz. Se tienen como justos porque han clamado a Cristo, el Justo, como su
Salvador y Señor (véanse Romanos 5.18; 2 Corintios 5.21). Se despojarán de su vida de
pecado y se vestirán con la bondad de Cristo (Efesios 4.22, 23).

Igualmente, la soberanía de Dios se refleja en las cuarenta y tantas veces que el verbo
cumplirse sale en el Nuevo Testamento y con referencia a la realización del designio de
Dios en la muerte de Su Hijo.

Del lado humano, los hombres estaban haciendo y diciendo precisamente lo que estaba
predicho de ellos, pero de tal manera que la responsabilidad caía sobre ellos solos.

Cristo fue rechazado por los Judíos, traicionado por Judas, condenado por Herodes, y
crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, mas tras la trama de todas estas acciones
humanas, se nos declara que era Dios quien estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo como consta en (2 Co 5:19 “que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al

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mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la
palabra de la reconciliación”).

Está escrito que Cristo fue hecho pecado (por el Padre, ciertamente no por Judas
Iscariote), para que almas perdidas pudieran ser hechas (por el Padre ciertamente no por
Poncio Pilato) justicia de Dios en El, como podemos leer en (2 Co 5:21 “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él”).

Dos hechos inconmensurables, tan lejanos entre sí como el este del oeste, fueron
declarados por Pedro en su sermón de Pentecostés:

"A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios,


prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole" (Hch 2:23). Así como no
hay nada que agradecer a Judas, a Herodes, o a Poncio Pilato, así tampoco hay base
doctrinal en lo que ellos pusieron de su parte; el poder transformador de la muerte de
Cristo no radica en la tragedia humana, sino en la reconciliación divina, porque la
muerte y la resurrección de Cristo son partes integrantes de una misma empresa divina
y, puesto que nadie puede afirmar que hombre alguno haya tenido parte en la
resurrección, tampoco ha podido tenerla en el cumplimiento del propósito divino sobre
la Cruz.

El siguiente es el comentario de la Biblia del diario vivir sobre el discurso de Pedro en


el pentecostés:
Todo lo que le sucedió a Jesús estaba bajo el control de Dios. Su plan nunca lo
interrumpió el gobernador romano ni algún oficial judío. Esto sobre todo animó a los
que enfrentaron opresiones durante el tiempo de la iglesia primitiva

Pedro empezó con una proclamación pública de la resurrección, en un tiempo en que


esto podía verificarse mediante muchos testigos. Esta fue una declaración enérgica
porque muchas de las personas que escuchaban a Pedro estuvieron en Jerusalén
cincuenta días antes de la Pascua y quizás vieron u oyeron acerca de la crucifixión de
este «gran maestro». La resurrección de Jesús fue la última señal de que todo lo que dijo
acerca de sí mismo era verdad. Sin la resurrección no tendríamos razón para creer en
Jesús (1 Corintios 15.14)

Pedro citó el Salmo 16:8-11, un salmo de David. Explicó que el autor no escribía acerca
de él mismo, porque David murió y lo sepultaron en (Hch 2:29 “Varones hermanos, se
os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro
está con nosotros hasta el día de hoy”). Sin embargo, lo que escribió fue una profecía
como dice (Hch 2:30-32 “30Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le
había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que
se sentase en su trono, 31viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma
no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. 32A este Jesús resucitó Dios, de lo
cual todos nosotros somos testigos”) De esta manera el apóstol Pedro hablaba del
Mesías que resucitaría. La audiencia entendió «corrupción» en (Hch 2:27 “Ni
permitirás que tu Santo vea corrupción”) como el sepulcro.

El énfasis aquí es que el cuerpo de Jesús no se dejó para que se deteriorara, sino que
resucitó y glorificó

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Después del poderoso y ungido mensaje de Pedro, la gente se conmovió profundamente


y preguntó: «¿Qué haremos?» como se relata en Hch 2:37-42
“37Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
Varones hermanos, ¿qué haremos? 38Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo. 39Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos
los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. 40Y con otras muchas
palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.
41
Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día
como tres mil personas. 42Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión
unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”

Esta es una pregunta básica que debemos hacernos. No es suficiente sentir tristeza por
nuestros pecados, debemos permitir a Dios que los perdone y luego debemos vivir como
perdonados. ¿Le ha hablado Dios mediante su Palabra u otros creyentes? Como la
audiencia de Pedro, pregúntele a Dios qué debe hacer y luego obedezca

Si quiere seguir a Cristo, Pedro dice lo que se debe hacer: «Arrepentíos, y bautícese
cada uno». Arrepentimiento significa cambiar la dirección de la vida del egoísmo y la
rebelión que van en contra de las leyes de Dios. Al mismo tiempo debe volverse a
Cristo, dependiendo de su perdón, misericordia, dirección y propósito. No podemos
salvarnos a nosotros mismos, solo Dios puede hacerlo. El bautismo nos identifica con la
obra de Cristo y con la comunidad de creyentes. Es una condición para ser discípulo y
un símbolo de nuestra fe

El Dr Mathew Henry comenta con las siguientes palabras este discurso de Pedro en
pentecostés
A partir de este don del Espíritu Santo, Pedro les predica a Jesús: y he aquí la historia de
Cristo. Hay aquí un relato de su muerte y sus sufrimientos, que ellos presenciaron unas
pocas semanas antes.

La muerte de Cristo, la escritura lo considera como un acto de Dios y de maravillosa


gracia y sabiduría.

De manera que la justicia divina debe ser satisfecha, Dios y el hombre reunidos de
nuevo, y Cristo mismo glorificado, conforme al consejo eterno que no puede ser
modificado.

En cuanto al acto de la gente; fue un acto de pecado y necedad horrendos en ellos. La


resurrección de Cristo suprime el reproche de su muerte; Pedro habla mucho de esto.

Cristo era el Santo de Dios, santificado y puesto aparte para su servicio en la obra de
redención. Su muerte y sufrimiento deben ser la entrada a una vida bendecida para
siempre jamás, no sólo para Él sino para todos los suyos. Este hecho tuvo lugar según
estaba profetizado y los apóstoles fueron testigos.

La resurrección no se apoyó sobre esto solo; Cristo había derramado dones milagrosos e
influencias divinas sobre sus discípulos, y ellos fueron testimonio de sus efectos.

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Salvación Parte 8 Introducción a los sufrimientos de Cristo_2
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Mediante el Salvador se dan a conocer los caminos de la vida y se nos exhorta a esperar
la presencia de Dios y su favor para siempre. Todo esto surge de la creencia segura que
Jesús es el Señor y el Salvador ungido

Revisaremos para el próximo programa el tema: “¿Quién mato a Cristo?

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Salvación Parte 8 Introducción a los sufrimientos de Cristo_2

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