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Comisión Investigadora sobre Secuestro y Asesinato

Perpetrados contra los ex legisladores


Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini
Cámara de Representantes
República Oriental del Uruguay
Acta N° 8, 11 de junio de 1985

(Entra a Sala el señor Wilson Ferreira Aldunate)

SEÑOR PRESIDENTE.- Damos la bienvenida al señor testigo y hacemos constar la


metodología de trabajo de la Comisión. Hasta ahora los testigos han efectuado las
narraciones de los hechos vividos y luego los señores Diputados les formulan las
preguntas aclaratorias que estimen oportunas.

SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Agradezco a la Comisión la oportunidad que me


da de ayudar en lo que pueda al esclarecimiento de la muerte de estos dos compatriotas
tan queridos.
Mi intervención directa en los días que van desde el 18 al 20 de mayo creo que está
reseñada en una carta que entonces dirigí al Presidente de la Argentina y que supongo se
encuentra entre los antecedentes con que cuenta la Comisión. Apenas tendría algunas
cosas que agregar oportunamente a lo consignado en ese documento.
Cuando comenzamos nuestra vida en Buenos Aires – los dos desaparecidos, yo y
otros muchos compatriotas- en el año 1973, se buscó inmediatamente, hasta por razones
de seguridad, domiciliarnos en lugares lo más céntricos posibles. En aquel momento no
se soñaba ni siquiera con la posibilidad de que ocurriera lo que en la Argentina sucedió,
de modo que la seguridad estaba pensada un poco en función de la policía y fuerzas
militares uruguayas que pudieran intervenir en estos episodios. Pero tampoco nadie
asignó demasiada trascendencia a ese tipo de amenazas. Los hechos siempre nos fueron
sorprendiendo, sin que nadie pudiera preverlos nunca, a pesar de que se fueron sumando
episodios que debieran habernos preocupado más de lo que lo hicimos.
En los primeros días de octubre, seguramente el 13 de octubre, algunos militares
uruguayos, marinos, se apersonaron a mi esposa que estaba en Montevideo- donde
acababa de nacer una nieta nuestra- y le dijeron que tenía que sacarme inmediatamente
de Buenos Aires porque se preparaba entonces un atentado contra mi vida desde
Uruguay, aprovechando un poco la conmoción que en la Argentina había ocasionado la
muerte del General Prats, que había sido asesinado. Mi esposa primero se negó a creer y
luego preguntó a esos marinos informantes – cuyos nombres no tengo más remedio que
reservar, pero que eran de muy alta jerarquía-, “Ustedes, ¿me dan su opinión o me
proporcionan información.
Le respondieron: “No, información; saque a su marido inmediatamente de
Buenos Aires.”
Esa misma noche me reuní con Michelini y con Gutiérrez Ruiz. Me resistía a
abandonar Buenos Aires. Ellos, sin embargo, insistieron en que debía hacerlo. El
argumento que esgrimí fue el de: ¿Por qué esto que ustedes entienden válido para mí, no
lo es para ustedes?” Hicieron argumentos de carácter político: el hecho mismo de que
yo hubiera sido candidato a la Presidencia de la República –me acuerdo que Michelini
insistía mucho en esto- y que militara en filas de un partido tradicional creían que me
hacía un blanco más lógico. Tengo la seguridad de que debajo había no sólo argumentos
de esta naturaleza, sino una realidad que es muy dolorosa y es la de que no basta querer
irse, sino que además hay que poder. Con esto quiero decir que el hecho de que tanto
Gutiérrez Ruiz como Michelini tuvieran que sostener familias muy numerosas, los
obligaba a cerrar los ojos a la realidad, porque les impedía contemplar determinadas
soluciones. Yo partí hacia Lima –recuerdo exactamente la fecha, porque fue el mismo
día que un terremoto muy intenso sacudió aquella ciudad- el 4 de octubre de 1974,
permaneciendo allí seis meses. Volvía a Buenos Aires ante la necesidad de estar más
cerca de mi país.
Organizamos entonces nuestra vida continuando algo que ya habíamos iniciado
antes. Michelini en el hall del Hotel Liberty tenía diariamente una especie de agencia de
protección de compatriotas. Entrando al Hotel Liberty, al fondo de aquel hall, uno veía a
Michelini sentado alrededor de una pequeña mesa, rodeado de compatriotas que a veces
estaban en la misma mesa o en las mesas cercanas esperando su turno. Ellos iban a
plantear los más diversos problemas y él siempre tenía una actitud muy generosa; se
desvivía por ayudar a todos los que allí comparecían. Y la misma actitud cultivaba
Gutiérrez Ruiz que, al final, se transformó en una corriente de gente tan importante que
lo que inicialmente fue un pequeño lugar de reunión de compatriotas en la parte del café
Tortoni de Buenos Aires, que da hacia la Avenida Rivadavia, terminó ocupando
diariamente toda el ala del Tortoni, donde en un momento determinado asistían 70 u 80
compatriotas, al principio sólo nacionalistas, pero que luego, en esa corriente de
solidaridad que va generando el exilio y que pone su condición antes que la filiación
política, terminó también albergando compatriotas de todas las tendencias. Michelini
acostumbraba a ir muy a menudo por allí, del mismo modo que nosotros
acostumbrábamos a visitar sus reuniones del Liberty.
Cito estos hechos para decir que al cabo de poco tiempo pudimos comprobar que
entre aquellos compatriotas que rodeaban tanto la mesa de Zelmar, en el Liberty, como
en nuestras mesas del Tortoni, había un alto –digo alto, sí- porcentaje de espías
enviados por la dictadura uruguaya. En algún caso concreto pudimos individualizar a
algunos. Inicialmente parecían meras sospechas, porque siempre resulta difícil creer que
un compatriota que está allí, expresando solidaridad, en realidad, sea un espía. Pero, en
algún caso basados en datos tan indirectos como el solo hecho de que alguien formulara
excesiva cantidad de preguntas. Recuerdo que se le dijo a alguien que venía: “Bueno, no
aparezcas más por aquí”, y el individuo en cuestión respondió: “Muy bien”, y se retiró
sin siquiera argüir su inocencia o preguntar por qué esa actitud. Comprobamos que allí
había una actividad de espionaje bastante intensa.
Posteriormente, yo tuve ocasión de leer –y no tengo la seguridad de tenerlo en
mi poder todavía, porque en los episodios de 1976 la mayor parte de mis documentos,
papeles, cartas, muchos libros, desaparecieron, confiscados o robados por una patrulla
muy numerosa del Ejército argentino que allanó el establecimiento rural donde estaba
viviendo, al sur de la ciudad de Buenos Aires, en proximidades de La Plata, en una
localidad llamada Pardo-, que tuve ocasión de leer –creo que la Comisión quizá pueda
también obtenerla- la versión taquigráfica de las clases que en una llamada Escuela de
Seguridad Nacional, dictó un coronel del Ejército uruguayo sobre nuestras actividades
en el exterior, en la que se hacía referencia muy explícita a todos estos datos que acabo
de proporcionar. De modo que en estos cursos del ESEDENA se relataba la labor de
espionaje. De la versión taquigráfica de esas clases, que se distribuía entre los asistentes
a estos cursos –razón por la cual tuve acceso a estos documentos-, se desprende que allí
se repetía, con detalles cuidadosos, cosas exactas. De manera que había un espionaje
cierto. Todo esto mezclado, naturalmente, con toda esa otra parte de imaginación y de
calumnia histérica que presidía la literatura oficial de la época.
Más adelante, en el mes de octubre de 1975 –si me equivoco será por una
quincena- Michelini fue expulsado del territorio argentino por resolución emanada de la
Dirección de Migración o Migraciones de la República Argentina, que tenía su sede en
el puerto. En esa ocasión, Michelini concurrió a esa repartición acompañado del Juez
Losada, magistrado muy conocido y muy prestigioso de la República Argentina, que
tenía su sede en el puerto. En esa ocasión, Michelini concurrió a esa repartición
acompañado del Juez Losada, magistrado muy conocido y muy prestigioso en la
República Argentina –después abandonó la magistratura-, pues en aquel momento
poseía una cierta celebridad porque había dictado una sentencia muy sonada que había
seguir a la casa matriz la quiebra dictada contra sus filiales y había decretado la quiebra
del Swift. Ese Juez Losada acompañó a Michelini a esa repartición y el Director les
manifestó que había firmado el decreto de expulsión de Michelini sin leerlo. El doctor
Losada, ante esto, le dijo: “No, doctor, usted no puede darme esa versión porque no se
expulsa de territorio argentino a una figura política tan conocida, además periodista de
nota ahora también en Buenos Aires, sin leer el expediente”. Aclaro que estoy relatando
la versión que me dieron al día siguiente Zelmar Michelini y el doctor Losada. Ante esta
negativa a creer la versión, el funcionario, el Director de Migración, que era nuevo en su
cargo, manifestó: “Bueno, yo debo confesarles que, en realidad, firmé el decreto de
expulsión porque el expediente venía muy “pesado”, porque el expediente viene del
Servicio de Información del Ejército argentino, el SIDE argentino. Cuando viene de ahí
en estos tiempos, usted sabe que la cosa es muy dura”, y mandó pedir el expediente y lo
exhibió a los dos visitantes.
En ese expediente, el Servicio de Información del Ejército, sin dar fuentes –como es
fácil presumir, la fuente sería el Servicio similar uruguayo- indicaba que Zelmar
Michelini era importante dirigente del Movimiento Nacional de Liberación, Tupamaros.
Pero –y esto es lo que agrega un dato importante a esta referencia- en el expediente
figuraba no solamente esta información que elevaba directamente el Servicio de
Inteligencia del Ejército, sino también otra elevada por el gobierno uruguayo por todos
los canales correspondientes, es decir, Ministerio de Relaciones Exteriores, Presidencia
de la República, Presidencia de la Nación Argentina, Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, siguiendo todo el trámite administrativo. Y en esta comunicación
oficial, que llega a través de los Servicios del gobierno uruguayo, se repite la misma
información. No recuerdo –por eso no lo afirmo- si en esa segunda información se hacía
referencia solamente a Zelmar Michelini o también a Héctor Gutiérrez Ruiz. Me
atrevería a afirmar que es casi seguro que fueran ambos, pero no estoy seguro y como
no lo estoy, no lo digo. Diría que lo más probable, hurgando en mis recuerdos, es que se
refiriera a los dos, pero no podría asegurarlo.
Ustedes comprenderán que aquello era una condena de muerte, en momentos en que en
la Argentina se asesinaba a la gente por causas baladíes, simplemente por sospecha o
por parentesco, que era una causal de asesinato muy corriente. Hay familias enteras que
fueron barridas en una especie de venganza bíblica. Esto adquirió tal intensidad que la
represión y el asesinato llegaron aún a partidarios fervorosos del proceso militar
argentino por el solo hecho, a pesar de su solidaridad con los asesinos, de ser parientes
de las víctimas. De modo que en aquellos momentos decir en la Argentina que alguien
era dirigente tupamaro, era hacerlo morir.
Pero la cosa fue bastante más siniestra que eso, porque a esa sentencia de muerte se
agregó la necesidad de evitar que los condenados pudieran eludir que ella se cumpliera.
En el momento que se dispone esa información o poco después, el gobierno uruguayo
notifica a todas las Embajadas que el pasaporte de Zelmar Michelini no tiene validez y
que no puede viajar utilizando ese documento. De modo que se condenaba a muerte,
pero se le obligaba a permanecer en el lugar donde no podía eludir la condena.
SEÑOR PITA.- ¿No recuerda la fecha exacta, más o menos?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Es muy fácil localizar la fecha, y diré por qué.
En aquellos momentos nosotros, aprovechando algunas conexiones que teníamos en el
exterior que surgieron como consecuencia de un viaje que había realizado antes a
diversos países de América Latina y a los Estados Unidos de América, habíamos
gestionado un viaje de Zelmar Michelini a este país. El Jefe de los asesores
parlamentarios de Edward Kennedy- la memoria es muy curiosa, pero vamos a saltear el
nombre concreto pero estoy seguro que antes de terminar esta comparecencia va a
aparecer, porque es un nombre muy conocido- se interesó vivamente y Zelmar recibió
una invitación para visitar los Estados Unidos, Nosotros teníamos muy especial interés
en que realizara el viaje, no sólo por la importancia que necesariamente iban a tener las
declaraciones que formulara en los Estados Unidos, sino porque además era una forma
de ensayar la posibilidad de sacarlo de un Buenos Aires donde no nos daba mucha
tranquilidad su seguridad.
En ese momento sucede algo que realmente fue muy desagradable. La Embajada de los
Estados Unidos en Buenos Aires, ante la cual solicitó su vista, pidió información a la
Embajada de los Estados Unidos en Montevideo, trámite absolutamente regular. Hasta
aquí no hay nada anómalo, porque es de norma que las visas cuando se solicitan en un
lugar distinto al que fue expedido el pasaporte, son consultadas a la Embajada del lugar
donde el pasaporte fue otorgado. Lo que sí es anómalo es el hecho de que la Embajada
de los Estados Unidos en Montevideo haya consultado con el gobierno uruguayo el
otorgamiento de esta visa, cosa que violaba un deber de confidencialidad que se respeta
permanentemente en estos casos. Pero además en las circunstancias políticas que se
vivía, era evidente que significaba avisar al gobierno uruguayo que nuestro compatriota
estaba por viajar. Inmediatamente el gobierno uruguayo comunica la anulación del
pasaporte. De modo que la fecha de este viaje de Zelmar Michelini a Estados Unidos
fue ampliamente publicitada, por lo que se puede llegar con precisión a saber cuándo
ocurrió.
Para Gutiérrez Ruiz el problema era diferente, porque en virtud de que sus padres eran
españoles, podía contar con un pasaporte español, cono lo cual no estaba en la misma
situación.
No se realiza el viaje de Zelmar a los Estados Unidos y se suceden una serie de
episodios, de alguno de los cuales nos enteramos recién después.
Todos sentían la necesidad de crearse una falsa sensación de seguridad hasta
para sobrevivir y lo corriente era que los amigos se tranquilizaran los unos a los otros,
en vez de anunciarse los eventuales riesgos, Gutiérrez Ruiz tenía un pequeño comercio
en la calle Callao, en las inmediaciones de los Tribunales, donde se expendía vinos,
conservas; en fin, era una pequeña provisión que le permitía ayudarse a sobrevivir y
mantener a su familia. Fue citado, y él creyó que se refería solamente a un problema del
giro comercial, a la Secretaría de Comercio de la Nación. Esto ocurrió pocos días
después de lo que fue la caída de López Rega, por lo que es un momento muy
fácilmente individualizable. Cuando llegó allí –y repito, no nos dijo nada de esto; es
recién quizá 8 o 10 días antes de ser asesinado que nos relató este episodio cuando
vimos que el panorama se volvía muy sombrío- fue amenazado muy directamente de
muerte, se le acusó de connivencia con la sedición en el Uruguay y en la Argentina, ese
tipo de acusación de comunicado de las ocho...
SEÑOR HIERRO LOPEZ.- ¿La Secretaría de Comercio?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- En la Secretaría de Comercio.
...hasta que en un momento determinado, se levanta el tono de voz, ahí la cosa se
pone más violenta, entra un jefe y dice: “Bueno, esto está terminado; señor, quédese
tranquilo, aquí no ha pasado nada”, lo despide a Gutiérrez y el otro funcionario –que
hasta ese momento lo había atendido- se pone de pie y le dice: “Sí, usted se salva
porque nosotros ahora hemos perdido, pero por poco tiempo”. De modo que era una
amenaza muy directa. Pero –repito- cuando a uno le tocaba este tipo de cosas, le servía
sólo para aumentar su preocupación; no la trasmitía, porque había necesidad de crearse
una falsa sensación de seguridad.
Ese viaje que hice –déjenme ubicar un poco- a América Central, al que he
aludido, fue en el año 1975. A mi vuelta, “La Razón”, de Buenos Aires, había publicado
un despacho de agencias, bastante extenso, con declaraciones sobre la dictadura
uruguaya que yo había formulado en Caracas, luego de entrevistarme con el entonces
Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. Como dice, yo vivía a 300 kilómetros al
sur de Buenos Aires –y esa es la razón, no lo dudo, por la cual estoy actualmente vivo-
y recibí allí la visita de una comisión de la Policía Federal argentina. Eran dos
funcionarios, que recogieron a un policía que había en ese pequeño pueblito, Pardo,
quien los acompañó para indicarles el camino, pero con una terrible vergüenza –el
hombre se pasó cuatro días pidiéndome disculpas-, que me preguntaron, en un
interrogatorio muy curioso, de dónde había sacado yo el dinero para adquirir ese
pequeño establecimiento donde vivía. Yo contesté: que como me imaginaba que algún
día me iban a hacer esa pregunta, había adoptado las precauciones naturales de un
exiliado y que había vendido un campo que poseía en el departamento de Rivera, con
cuyo producido había comprado títulos de deuda argentina, que había depositado en el
Banco de la Nación; es decir, había cumplido con todas las tramitaciones imaginables
para tener el dinero perfectamente individualizado. Todo giró sobre esos datos. Me
preguntaron: “¿tiene algo contra usted el gobierno uruguayo?”. Yo contesté: “Ellos
dicen que no, pero no les creo”. Y ese funcionario que tenía un expediente en sus manos
en el cual reconocí claramente el recorte de La Razón de Buenos Aires con
declaraciones contra el gobierno uruguayo –recuerdo que estiré la mano para agarrar y
ver el expediente y él lo retiró diciendo: “No, no puedo mostrárselo”, se rió y me dijo:
“Hace muy bien en no creer”.
Por la índole de las preguntas subsiguientes, me pareció de toda evidencia que se
trataba de una Comisión encomendada por autoridades uruguayas; que se actuaba a
pedido de terceros. Es muy fácil darse cuenta cuando una tarea se cumple sin odio y sin
amor, simplemente para pagar favores recibidos y –repito- esto quedó confirmado por la
índole del interrogatorio. Este es el clima que vivíamos ahí.
Las cosas se volvieron más difíciles. Es casi imposible trasmitir la sensación, dar
una idea clara de aquella cosa del Buenos Aires de entonces, pero eran dos Buenos
Aires diferentes, superpuestos; era el Buenos Aires tradicional –nosotros cuando íbamos
a Buenos Aires vivíamos muy en el centro, se veía a las señoras que entraban al Colón,
en las funciones de gala, haciendo aquella exhibición de modas- y el de los asesinatos,
de un diputado doscientos metros más allá o un poquito más aquí –como vimos un día
con mi esposo-, de un hombre que fue acribillado con más de 30 tiros, en el Obelisco,
en una ciudad que trataba de ignorar esa violencia que se desarrollaba allí, a su lado;
coexistían, ignorándose, estos dos mundos. Y así, un poco nos contagió a todos
nosotros. No sé si ustedes habrán visto una película que se llama El Jardín de los Finzi
Contini; creo que todos nos construimos un jardín de los Finzi Contini sicológico, a tal
punto que 48 horas antes de la desaparición vivimos un episodio que da una idea de lo
que estoy diciendo. Ese día un helicóptero del Ejército argentino se situó sobre mi casa,
que estaba aislada en el medio del campo –estaba a un kilómetro de la vivienda más
cercana-. Y mi mujer que había ido a comprar pan al pueblo, volvió despavorida. Allí
nos encontró a mí y a mi hijo discutiendo los detalles técnicos del helicóptero: “¡Qué
notable, se queda quietito!”. “Mirá, los individuos miran para abajo”. Es decir, había
esfuerzo subconsciente muy fuerte por ignorar lo que se venía.
Luego vienen los episodios que ustedes conocen, precedidos por la reveladora
carta que le dirigió Zelmar a su compañero de redacción en La Opinión. Allí cita
concretamente al nombre del Ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay.
No lo ví durante los últimos 6 o 7 días que precedieron a su desaparición. El que
quizás pueda tener alguna referencia más precisa –no sé- es mi hijo, el senador Ferreira,
porque él estuvo después que yo en contacto con ambos; estuvieron en el café hasta
altas horas de la noche del mismo día en que fueron secuestrados. De manera que él
pudo haber recogido algún elemento, aunque no lo creo porque si no, si Zelmar hubiera
sido más explícito, me lo hubiera comentado. Pero, naturalmente, esta carta no se
escribe sólo por rumores; necesariamente tiene que haber recibido una información muy
concreta. Y lo que viene después lo tienen todos ustedes en esa carta, salvo alguna cosa
que desearía agregar ahora.
Cuando el 18 secuestran, primero, a Gutiérrez Ruiz y luego a Zelmar, dos
amigos me van a buscar a Pardo y llegan 15 o 20 minutos antes que una patrulla del
Ejército argentino muy numerosa, fuertemente armada, a guerra, que rodea el
establecimiento que yo ya había abandonado, situando nidos de ametralladoras, todo
ello mezclado con un episodio tragicómico. Adentro sólo había una mujer con sus
pequeñas hijas, que al ver moverse unos pastos –eran cincuenta hombres que avanzaban
cuerpo a tierra arrastrándose-, como no encontraba otra explicación, gritó a su marido,
que estaba cerca: “Manuel, Manuel, se escaparon los chanchos”, y era una invasión, que
se convirtió en un episodio de latrocinio, pero con algo muy curioso: No tengo la más
mínima duda de que en el equipo iban uruguayos. Y voy a decir por qué. En mi casa
había cosas de valor, que fueron desdeñadas; papeles que fueron seleccionados, unos sí
y otros no. Pero yo, durante mucho tiempo había ido armando una colección de unas
piezas, no de porcelana, sino una especie de loza, de no muy alta calidad –loza inglesa-,
con motivo del centenario de 1930. Quizá ustedes hayan visto algunas de estas piezas:
tienen en el centro el viejo escudo uruguayo, el que tiene las banderas, los cañones y
dice arriba: Centenario 1830-1930. Un poco por manía coleccionista había ido
comprando una tacita aquí, un plato allá, pero, repito, no se trataba de piezas de valor –
era loza simplemente- y que tienen valor sólo para un uruguayo. Desdeñaron piezas de
muy buena calidad, muchos objetos de valor, pero religiosamente, se llevaron –
recogieron todas las piezas en los más diversos ambientes de una casa que era muy
grande- todas las piezas de este juego que no tienen absolutamente ninguna
significación, salvo para un uruguayo. Eso me parece muy claro, así como señalé en la
carta que dirigí a Videla que en el operativo argentino del secuestro de Zelmar y del
Toba, la presencia de uruguayos es absolutamente innegable. Las dos cosas se veían: el
que era argentino, porque ignoraba cosas que un uruguayo no ignora y el otro, el que
indica, el que hace precisiones, que sólo un uruguayo conoce.
El 18 llegamos a Buenos Aires. Ahí hay una serie de episodios confusos,
dispersión por la ciudad. Yo logro albergarme en la casa de Hugo Navajas que era
entonces –había sido antes en Montevideo- en Buenos Aires Representante del
Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas y que hoy es Director General de ese
Programa y desde allí me mantengo en contacto con los demás, haciendo esfuerzos para
encontrar con vida a nuestros compatriotas.
El 19 mi mujer y uno de mis hijos –el mayor-, Gonzalo, se entrevistan –no era
fácil encontrar a la gente porque todo el mundo adoptaba tremendas precauciones de
seguridad- con Raúl Alfonsín y conciertan un encuentro de Alfonsín conmigo en horas
de la noche, en casa de un médico uruguayo, íntimo amigo de Gutiérrez Ruiz, que vivía
desde hace muchísimos años en Buenos Aires, el doctor Mario Capurro, que
actualmente está establecido en España, en Salamanca. Allí Alfonsín me relata –esto
públicamente no he querido decirlo públicamente por una elemental discreción por la
investidura del doctor Alfonsín- la entrevista con el general Harguindeguy, Ministro del
Interior de la República Argentina. Alfonsín fue cadete del Colegio Militar –después
abandonó la carrera militar- y en ese período conoció mucho al que luego sería general
Harguindeguy, al cual, porque era gordo, por irrisión, le decían el Flaco. Recuerdo que
Alfonsín me contó que le dijo: “Pero, Flaco, estoy muy preocupado por la desaparición
de estos distinguidos políticos uruguayos”, etcétera. El general Harguindeguy le habría
dicho: “No tengo ninguna información y no pueden ser mis servicios, porque si fueran
yo estaría enterado. Esto deben ser cosas entre ellos”. Alfonsín le expresó: “No,
hombre, no; se trata de dos figuras muy distinguidas, demócratas”, y cuando dijo
“demócratas”, el general Harguindeguy exclamó: “Cómo demócratas; tupamaros”. Con
esto se vino abajo la afirmación inicial de que no sabía de qué se trataba. Y luego,
ustedes conocen la culminación de este triste episodio. Por desdicha no tengo muchos
datos concretos para agregar, que no sean conocidos.
SEÑOR GARCIA.- En la Comisión habíamos recibido la versión de esa entrevista entre
el doctor Alfonsín y el Ministro del Interior argentino. Según esa versión en
determinado momento, cuando Alfonsín le dijo al Ministro de quiénes se trataba, éste
parece que le dijo: “¿Por quien me pides? ¿por dos cabecillas tupamaros?”, y le habría
exhibido un expediente en cuya carátula estaría el escudo nacional uruguayo.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Con precisión, mi recurso es el siguiente: Alfonsín
le habría expresado su inquietud a Harguindeguy, quien le contestó que no sabía de
quiénes se trataba e hizo repetir los apellidos, como que le sonaban por primera vez,
etcétera. Pero cuando le manifestó que eran dos conocidos demócratas, saltó y dijo:
“No, demócratas, no; tupamaros”. Y eso hubiera bastado para demostrar que estaba muy
enterado. Además, indicó dos expedientes que tenía sobre un escritorio detrás suyo.
Nunca oí esa referencia en el sentido que no sabía de quiénes se trataba e hizo repetir
los apellidos, como que le sonaban por primera vez, etcétera. Pero cuando le manifestó
que eran dos conocidos demócratas, saltó y dijo: “No, demócratas, no; tupamaros”. Y
eso hubiera bastado para demostrar que estaba muy enterado. Además, indicó dos
expedientes que tenía sobre un escritorio detrás suyo. Nunca oí esa referencia en el
sentido de que tuvieran o no escudo uruguayo. Lo que sí sé es que había papeles allí
referidos a los desaparecidos.
Lo demás, no tiene nada que ver con el hecho mismo de la desaparición. Son todos los
episodios que siguieron. Ustedes ya saben la cosa de burla sangrienta que tenía aquella
prohibición de denunciar. Eso ha sido ampliamente publicitado. Pero a ello se agrega la
actitud de vejamen deliberado en las dependencias policiales, los insultos a los
familiares, la prohibición de hacer los velatorios, la amenaza de filmar los velatorios, si
es que se hacían, a efectos de individualizar a los asistentes, hasta el intento macabro de
que fueran los familiares más directos los que concurrieran a reconocer los cadáveres y
una cosa realmente repugnante que era el trámite de recorrer las diferentes comisarías,
con los cuerpos en taxímetro, exhibiéndolos, al solo efecto de que se pusiera un sellito
en un papel. Una cosa que sólo se explica como una perversión.
Luego yo salgo de Buenos Aires. A pesar de mi prohibición, mi mujer va a buscar unas
camisas a un pequeño departamento que teníamos en Corrientes angosta –esa galería
que une Corrientes con Lavalle-, casi enfrente del Hotel Liberty, y una compatriota que
vivía en otro departamento, que la estaba esperando abajo, le dijo: “Señora, no suba que
hay gente adentro esperando; es una ratonera”.
Posteriormente, despedimos los cuerpos de los compañeros y el Embajador de Austria
logró sacarme de la Argentina.
SEÑOR PITA.- Usted relataba que el 1º o 2 de octubre de 1974 marinos uruguayos le
había advertido a su señora esposa de la trama de un atentado a su vida. No se escapa a
nadie que la identidad de los marinos es elemento muy importante para el trabajo de
esta Comisión. La pregunta es si usted podría aportar los nombres.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Es el...
Mi mujer estaba en el sanatorio, seguramente en IMPASA, donde acababa de nacer –
como dije- mi nieta y no había tenido tiempo aún de verla. Ahí llegó... Bueno, no creo
que haya inconveniente en que yo dé el nombre, porque al final de cuentas es una cosa
que hace honor al marino en cuestión. Se trata del capitán de navío Piñeyrúa, que es un
hombre de gran prestigio en la Armada y que en aquel tiempo todavía no se había
producido la depuración feroz que barrió a las tres cuartas partes de los capitanes de
navío. En aquella época todavía se contaba con fuentes de información en la Armada.
No creo que el capitán Bernardo Piñeyrúa pueda proporcionar más elementos, porque
naturalmente ese tipo de información nunca llega directamente; por su propia naturaleza
es una información cuya fuente luego resulta imposible de individualizar, pero...
Estoy haciendo un esfuerzo, pensando, para recordar algún dato que pueda ser
importante para la Comisión. Confieso que es un episodio en el que trato de pensar lo
menos posible.
SEÑOR PITA.- Usted se refería a algunos espías individualizados que concurrían
asiduamente al Tortoni.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Cuento un caso. Había un señor que yo conocía de
aquí, del Parlamento uruguayo, donde había sido durante muchos años cronista
parlamentario de El Debate, que iba mucho. Se trataba de un señor Britos. Este señor
era sicólogo del Penal de Libertad y aparece, en una gran cantidad de relatos, como el
destructor sistemático de la personalidad de los presos. Siempre, en todos los relatos de
los presos, posteriormente liberados, que uno recoge, aparece este señor como
protagonista importante. Este señor acudía cada quincena a la rueda del Tortoni. Iba
desde Montevideo llevando información política, expresaba su solidaridad política en
términos muy fervorosos y, además, aportaba denuncias sobre las condiciones en que se
encontraban los presos en el Penal de Libertad. Nos relataba cuidadosamente –recuerdo
que un día lo llevé a hablar con Michelini al Liberty- los episodios. Recuerdo uno. Nos
contaba de qué argucias tenía que valerse para salvar, a veces, la vida de algunos presos.
Nos dijo que en un momento determinado, en una celda de castigo, -seguramente era lo
que se conocía como la isla, aunque no fue esa la expresión que él utilizó, había un
preso que disponía de un colchón colocado en el agua, porque la celda tenía como una
pulgada de agua. Llegó a la conclusión que en esas condiciones el preso se iba a morir.
Entonces, relataba este señor Britos, con lujo de detalles, cómo se entrevista con el Jefe
del penal, al que le dice: “Mire, este preso se va a morir”, a lo que le responde: “Pues,
que se joda”. Insiste posteriormente, logrando respuesta más o menos similar y –sigo
con el relato de este señor Britos-, al final, nos dijo: “Fui a hablar de nuevo con el Jefe y
le hice notar que el colchón se iba a deshacer”. Entonces nos comentaba que la
preocupación por la exactitud del inventario era mucho más intensa que por la vida
humana, porque inmediatamente para salvar al colchón y no al preso se le sacó de la
celda. Es un relato que con lujo de detalles nos hizo este señor Britos, pero que
evidentemente era un informador.
SEÑOR GARCIA.- ¿Admitió frente a ustedes que era funcionario del penal?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Pero sí, nos decía cómo dirigía sus esfuerzos a
salvar los presos en lo que podía; que él ayudaba para evitar el carácter inhumano del
tratamiento. Pero es el personaje central del relato de cada uno de los presos que han
salido de Liberta y que lo presentan como un personaje poco menos que diabólico. En
esta película que se exhibió en Europa –y creo que aquí también-, “Los ojos de los
pájaros”, aparece y fue descripto con tal nitidez que el actor que lo interpreta es
exactamente igual que el personaje real. Este es un caso.
En cuanto a espías, agrego que...
SEÑOR FAU.- Perdón, no sé si me distraje en algún momento, pero esta persona, ¿era
habitué o iba esporádicamente?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Cada 15 días religiosamente llegaba con
información política del Uruguay, expresaba su gran solidaridad política y nos agregaba
–para dar validez a sus afirmaciones- alguna denuncia, que uno después descubre que
nunca eran las más graves. Cuando se compara con lo que realmente ocurría, uno se da
cuenta que lo único que existía era un propósito de lograr una cierta credibilidad.
Les agrego que en las actas de las clases del ESEDENA figuran numerosos datos,
mucha información, que procede de los servicios de espionaje, de los servicios de
Inteligencia. De manera que aquello estaba lleno. Debe haber mucho personaje menor
ahí, en esa cosa tan abyecta, pero no sería imposible que, haciendo un esfuerzo, yo
lograra individualizar concretamente a ese compatriota a quien un día Gutiérrez Ruiz
encaró y le dijo: “No vengas más”, por lo que bajó la cabeza y se retiró, en una clara
confesión de culpabilidad.
SEÑOR FAU.- ¿A este señor Britos le llegaron a hacer alguna advertencia de éstas o...?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No; simplemente era la presencia de un enemigo
disfrazado de amigo en una rueda. Eso es lo que yo señalo.
Luego en los informes de las clases del ESEDENA aparecen los detalles más
minuciosos de lo que habíamos o dejábamos de hacer; la forma de los pequeños carteles
que yo ponía o dejaba de poner en la puerta de mi departamento; es decir, todos
estábamos sometidos a una vigilancia muy estrecha por los servicios de seguridad
uruguayos. Eso es muy claro. Es más: es absolutamente imposible que contra Michelini
o contra Gutiérrez Ruiz o contra mí, pudiera realizarse en Buenos Aires una operación
de cualquier naturaleza, sin que ella fuera presenciada por el espía uruguayo que estaba
haciendo la custodia. Quiere decir que nada de lo que a estos dos compatriota pudiera
ocurrir pasaba desapercibido para un servicio muy poderoso y permanente de
inteligencia uruguaya en Buenos Aires. Piensen ustedes, simplemente, en la magnitud
del servicio, el esfuerzo que determinaba. Hasta creo que no cumplía, al final, bien sus
fines, porque recogía demasiada información. Cuando un servicio recoge exceso de
información, termina sin saberla procesar, porque recoge lo que importa y las tonterías y
las cosas intrascendentes; cuando se llega a este grado de control total de la vida de un
enorme número de compatriotas –y que es mucho más intenso cuando se trata de
compatriotas de peso político, como evidentemente lo eran los dos uruguayos
desaparecidos- es imposible suponer que cuando llegan a secuestrar a Michelini no
hubiera por lo menos tres espías uruguayos mirando. Es decir, que aún en la hipótesis
más benigna, en la hipótesis de la no complicidad o de la no intervención –en la que no
creo-, aún en esa, presenciaron y vieron, porque esa era su función: estaban viendo
permanentemente.
SEÑOR PITA.- El coronel uruguayo que daba clases sobre la actividad específica de
ustedes en la Argentina, ¿cómo se llamaba?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No me acuerdo. Tengo la propensión de olvidarme
de los nombres de todas estas ratas, pero tampoco debe ser difícil de individualizar.
Repito que mis papeles me los han robado y algunos que permanecen todavía está en los
cajones, porque no he tenido tiempo.
De cualquier manera las actas de las clases del ESEDENA andan por ahí y no debe ser
imposible para la Comisión obtenerlas. Creo que estos han sido de los instrumentos que
no han sido destruidos, porque circulaban en forma no demasiado reservada. A cada
alumno, a cada discípulo le daban los apuntes de clase.
SEÑOR PITA.- Quiero referirme al episodio de la comunicación de la anulación del
pasaporte de Michelini. Eso debió ser más o menos por octubre, ¿no?, del año 1974. Por
ese entonces, ¿quién era el embajador uruguayo?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No recuerdo.
SEÑOR PITA.- Nosotros recibimos el otro día en la Comisión al Embajador uruguayo
en Argentina en el momento del secuestro y asesinato de Gutiérrez Ruiz y Michelini.
Escuchamos un detallado testimonio del señor Magariños e inquirimos en forma muy
insistente los motivos por los que la Embajada uruguaya no había tomado contacto ni
ningún tipo de iniciativa para comunicarse con las familias tanto de Michelini como de
Gutiérrez Ruiz. En el caso de Michelini tengo entendido que fue un hijo de Michelini el
que habló con la Embajada, con el Embajador Magariños; en el caso del Toba, la
Embajada no tomó la iniciativa; no la tomó con ninguno de los dos. Me interesaba que
se explicitara el motivo por el que la familia, ni usted en particular, ni ningún otro
compañero –salvo el hijo de Michelini- tomaran contacto con la Embajada.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No sé si Matilde –la señora del Toba, que quizá
recuerde la fecha mejor que yo- les dio precisiones sobre esto, pero seguramente
alrededor de 12 a 15 días –preferiblemente entre 10 o 12 días antes- del 18 de mayo,
estaba Gutiérrez Ruiz en un café de la calle San Martín y salió a la acera en el momento
en que acertaba a pasar por allí el automóvil que conducía al Embajador uruguayo,
señor Magariños. Me contó Gutiérrez Ruiz que el Embajador se precipitó del automóvil,
bajó rápidamente, lo abrazó efusivamente y le dijo: “Hermano, por encima de
cuestiones políticas o lo que fuere, tú sabes que podés contar conmigo en cualquier
circunstancia. Te expreso mi más afectuoso –no digo solidaridad, pero utilizó un
término como “fraterno”, como diciendo que cualquier cosa que pudiera precisar-
“estoy absolutamente a las órdenes”. Seguramente en los diez días siguientes el
Embajador del Uruguay olvidó su fraternidad y no consideró necesario ponerse en
contacto con la familia de los compatriotas que según él quería tanto. Las dictaduras
tienen la virtud –si es que alguna tienen- por lo menos, de separar la paja del trigo.
SEÑOR PITA.- ¿La versión del encuentro con el Embajador Magariños fue trasmitida
directamente por Gutiérrez Ruiz y no por Matilde?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Sí, pero no dudo –y sé que lo hizo- que lo comentó
con Matilde porque cuando aparecieron los cadáveres y había problemas hasta para
recuperarlos, alguien en la casa de Gutiérrez Ruiz sugirió que Matilde hablara con el
Embajador. Y hasta recuerdo que yo dije en aquella oportunidad: “A ver en qué quedó
esa amistad y esa promesa de ayuda expresada tan emotiva y fervorosamente”. No
recuerdo bien en qué terminó; si Matilde habló o no. Creo que no, porque,
evidentemente no valía la pena hablar; se había pasado demasiado tiempo sin tener
noticias de nadie.
SEÑOR PITA.- Nosotros recibimos una versión de Monseñor Partelli sobre una
información que le llegó en forma anónima en un impreso aparentemente a mimeógrafo
enviado a su domicilio dentro de un sobre y en el que se relataba la realización de una
supuesta reunión de las más altas autoridades uruguayas producidas entre el momento
del secuestro de Gutiérrez Ruiz y Michelini y antes de la fecha de la aparición de los
cadáveres. En ese documento, aparentemente mimeografiado, de carácter anónimo que
le llegó a Monseñor Partelli se relataba la participación de varios jerarcas uruguayos de
la época, militares y civiles, en una reunión. Además, allí se afirmaba que se habría
realizado una votación sobre la suerte de los dos políticos uruguayos. Deseo saber si el
testigo tiene algo que aportar sobre esa versión que recibió la Comisión.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No, yo no tengo información ninguna a este
respecto. Simplemente recuerdo que la única expresión oficial del gobierno uruguayo
sobre la muerte de nuestros compatriotas –por cuya muerte se interesaron todos los
gobiernos del mundo, con la excepción del suyo propio- fue un comunicado que ustedes
recordarán en el que se señalaba a la población que no era cuestión de andar
enterneciéndose y emocionándose ante la muerte de estos dos uruguayos, porque tenían
un vínculo con la sedición o algo por el estilo. Es muy difícil conservar la serenidad
para hablar de estas cosas.
Todos pensamos en las muertes de Zelmar y el Toba porque nos llegan más
directamente, pero ¿y la muerte de los otros dos, de Rosario y de Whitelaw? A ellos los
mataron al sólo efecto de usar sus cadáveres para demostrar un entrevero, una
conmixtión ideológica, una complicidad. Al final de cuentas Michelini y Gutiérrez Ruiz
eran enemigos, los consideraban los enemigos. Estos otros dos son asesinados al solo
efecto de apuntalar un argumento. Todo esto es tremendo.
SEÑOR SERE.- Deseo preguntar si el señor Ferreira Aldunate puede aportar alguna
referencia de algún o algunos funcionarios de la Embajada uruguaya en Buenos Aires
que hubieran participado en los prolegómenos de todos estos hechos o en los días en
que se llevaron a cabo.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No sé qué dicen los archivos de las Embajadas o
de las cuentas, pero nadie ignora que en aquel momento habían establecidos en Buenos
Aires, con carácter permanente, funcionarios de alta jerarquía del Ejército y de la
Policía de Montevideo. Eso es conocido. Esos funcionarios cobraron viáticos; se
pasaron planillas de gastos; en fin, los documentos tienen que estar ahí, por algún lado,
en Relaciones Exteriores o en Defensa. No todo iba por cuenta de gastos confidenciales,
sino que –tengo la seguridad- iban a cargo de los rubros de gastos corrientes de la
Embajada o de...
SEÑOR SERE.- Mi pregunta iba dirigida al conocimiento de algún funcionario civil.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No; no, siempre traté cuidadosamente de ni
siquiera enterarme de quiénes eran Embajadores, ni Ministros, ni Consejeros o lo que
fuere.
SEÑOR SERE.- No hay duda que podía haber existido.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- ¡Quién puede dudar!
SEÑOR HIERRO LOPEZ.- Quiero hacer una consulta al señor Ferreira Aldunate que
lamentablemente está basada en una conjetura y no sobre datos confirmados. Por la
carta que publica Zelmar en La Opinión da la impresión que pensaba que podía cerrarse
el círculo en el sentido de un operativo de secuestro más que de asesinato. ¿Antes, a
través o después de los hechos, deslindando el dolor, piensa que el motivo original
pueda haber sido el secuestro para traer a los dos legisladores al Uruguay?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No, no. El objetivo del operativo fue matar; ni
siquiera hay un afán indagatorio. Eso es lo que surge con toda evidencia.
A veces, en ese tipo de operaciones en Buenos Aires, se secuestraba para obtener
información mediante interrogatorio primero y torturas después o ambas cosas a la vez.
Pero era evidente que los autores de esta operación sabían que no había nada que
indagar, porque todos los uruguayos sabían que ni Zelmar ni el Toba eran dirigentes de
operación subversiva alguna ni movimiento terrorista de ninguna clase. De modo que no
había nada que indagar ni averiguar y lo prueba el hecho de que no se molestaron en
llevar los documentos que podían ser incriminatorios.
No; no, fueron a matar. Se llevaron todas las cosas de valor, se llevaron los libritos de
las tiras cómicas de los hijos pequeños, se llevaron los relojes pulsera de los hijos de
Zelmar. Fueron a robar aprovechando. Pero no había ningún propósito indagatorio
porque los autores sabían que no había nada que indagar, lo cual ayuda a entender el
origen de la operación.
Para mí el dato más importante es lo que declara al Brigadier Klix, ex Comandante de la
Fuerza Aérea Argentina, a Philipe Lavrevieux, corresponsal de Le Monde en Buenos
Aires. Philipe Lavrevieux es actualmente encargado de relaciones públicas de la Oficina
del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados, en Ginebra, por lo que
puede ser fácilmente localizable; se trata de un hombre de una gran jerarquía moral e
intelectual. El me relató, con lujo de detalles, cómo esa noche el brigadier Klix,
Comandante de la Fuerza Aérea, le narra el operativo. Lavrevieux le interroga sobre
esto y él contesta: “Mire, esta es una operación uruguaya”. Y agrega esta cosa absurda:
“Todavía no sé si oficial o no”. Y se lo dice, por un lado, a Philipe Lavrevieux, y luego
en forma separada, quince o veinte minutos después, le reitera la misma versión al
corresponsal de Associated Press en Buenos Aires cuyo nombre no recuerdo, pero que
seguramente conoce Lavrevieux. Las cosas fueron así. Fue muy claro.
SEÑOR PRESIDENTE.- Concretamente, sobre la carta que Zelmar Michelini escribe y
deja al redactor responsable de La Opinión, ¿tenía usted conocimiento anterior a la
publicación de la existencia de esa carta?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- No; no. Yo no me cansaré de insistir sobre esto:
hay que situarse en el clima que estábamos viviendo.
Recién el señor Diputado Hierro López me preguntaba si la operación pudo estar
destinada inicialmente a un secuestro. Cuando desaparecieron Michelini y Gutiérrez
Ruiz, la reacción de todos nosotros fue de protesta ante la descortesía, porque
suponíamos que serían liberados esa noche. Entonces, nos parecía indignante la falta de
respeto con dos ciudadanos ilustres que la Argentina amparaba. A nadie se le pasó por
la imaginación que los pudieran matar. Era tan monstruoso que no nos cabía en la
cabeza. Recién comenzamos a preocuparnos cuando transcurrían las horas y la Policía y
el gobierno argentino negaban todo conocimiento del episodio. Cuando Zelmar dice que
si llega a aparecer en Montevideo debe saberse que no es por su voluntad, es porque a él
–como a ninguno de nosotros- se le podía ocurrir una cosa tan monstruosa como que
fueran a asesinarlos. Una cosa que costó mucha vidas -¡y costó muchas vidas!- fue que
nuestros compatriotas demoraron en habituarse a la convicción de que el monstruo actúa
monstruosamente; cada uno, para interpretar la conducta del otro, lo juzga de acuerdo
con sus propios patrones, con sus propios esquemas. Yo conocí mucha gente que murió
simplemente por la invocación de aquel estúpido argumento, que se reiteraba todos los
días: después de esto que han hecho, no se van a atrever a esto otro. Y la cosa era al
revés: precisamente, porque habían hecho lo de antes, resultaba más fácil lo de después.
En un principio se pensaba en falta de respeto, después en secuestro y en matar se
piensa recién cuando aparecen los muertos. Y eso es lo que explica la carta de Zelmar.
El sabe que algo se trama; evidentemente, recibió información.
Además, yo conocí mucho a Zelmar y aquí hay gente que también lo conoció muy de
cerca. Si había un individuo capaz de atribuir falsamente, así fuera a sus peores
enemigos, propósitos o intenciones, era Zelmar. Vivía en la obsesión cuidadosa de la
reputación de los demás. Es más: en muchas oportunidades le reproché, a veces
severamente, la excesiva benignidad que ponía en los juicios sobre los demás. Zelmar
saludaba a gente que no debía haber saludado, porque era incapaz de dejar a alguien con
el saludo “colgado”. Y en más de una oportunidad le oí exculpar algunas actitudes de
las cuales tenía él más que nadie motivos para sentirse dolorido del entonces Ministro
de Relaciones Exteriores doctor Juan Carlos Blanco, porque había tenido con Zelmar
una vinculación anterior muy estrecha que excedía el mero conocimiento.
En consecuencia, si Zelmar escribe esta carta indicando específicamente un nombre,
indica mucho más –lo digo con honradez- que si esa carta la hubiera escrito yo. Yo soy
un poco más emotivo en mis reacciones y muchas veces no tengo ese cuidado celoso
que Zelmar ponía en la relación con los demás. Si Zelmar indica un nombre en esa
carta, que es su carta de despedida, eso quiere decir mucho.
SEÑOR FAU.- Voy a hacer al señor Ferreira Aldunate una pregunta distinta que
contestará o no –porque es distinta- y que si no lo hace no me sentiré molesto.
Usted es un viejo parlamentario, con una rica experiencia parlamentaria; todos nosotros
somos diputados nuevos y en esto no tenemos experiencia, sino un profundo deseo de
saber lo ocurrido. Usted estuvo preso y por ello quizás no fue Presidente, pero no me
cabe ninguna duda es que sí hubiera sido senador.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Es lo que me hubiera gustado.
SEÑOR FAU.- Si usted fuera senador hoy, e integrara una Comisión Investigadora
sobre la muerte de Gutiérrez Ruiz y de Michelini, ¿a quién citaría a esta Comisión
Investigadora?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- En primer lugar, quiero decirles una cosa.
La última vez que estuve con Raúl Alfonsín en Buenos Aires –no esta última
oportunidad que se dio aquí, en la Barra de San Juan- yo le pedí su colaboración
personal y directa para facilitar las tareas de esta Comisión. Yo le dije que las
informaciones que pudiera solicitar una Comisión Investigadora al gobierno argentino
corrían el riesgo de llegar siempre tarde, porque la tramitación administrativa regular
hacía que cuando se llegara a buscar un expediente que se individualizaba en una
resolución concreta de la Comisión, lo más probable es que ese expediente hubiera
desaparecido en el momento de tener que llegar a él. El Presidente Alfonsín me
prometió, y más que me prometió me pidió, que trasmitiera a ustedes que cada vez que
quisieran tener alguna información que fuera individualizable y supieran qué es lo que
querían buscar o dónde querían buscarlo, que se lo hicieran saber directamente,
desprovistos de todo formalismo, porque él prometía encargar a persona de su más
absoluta y total confianza para que, antes de que se hiciera cualquier tramitación de
carácter oficial, capturara el documento o el dato para evitar que desapareciera. No dudo
que Alfonsín va a cumplir su promesa, máxime en este caso cuando se siente
emocionalmente muy comprometido en el episodio en el que, además, tuvo una
intervención muy decidida en momentos en que se requería valor en Buenos Aires para
hacer determinadas cosas. Así que esta primera información se la proporciono a la
Comisión. Es algo que me atreví a solicitar, porque me pareció menester contar con una
colaboración de este tipo para evitar que se llegara siempre tarde en la búsqueda de la
documentación.
En cuanto a nombres, no puedo acusar porque no tengo pruebas, ni siquiera indicios.
Pero digo, sinceramente, que si es hábito en la indagatoria en materia de Justicia Penal
evacuar las citas, hay algunas citas que son de evidencia, porque hay nombres que
aparecen repetidos –no sé si con justicia o no- en todas las informaciones que se dan
sobre este tema. Podría ser que fuera injusto, pero los nombres siempre son los mismos
y siempre se vuelve a un señor mayor llamado Gavazzo, y a un comisario Campos
Hermida y a la gente que movía estas coas en la vecina orilla.
SEÑOR LAMAS.- Deseo efectuar una pregunta cuya respuesta a lo mejor surgió de la
exposición realizada, pero no me quedó clara y es en cuanto al orden cronológico de los
tres operativos que se realizaron y que se vinculan al secuestro de Gutiérrez Ruiz, que
fue el primero, al de Michelini, que se habría producido una o dos horas...
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Dos horas largas.
SEÑOR LAMAS: ...y al operativo que se realiza en su establecimiento, que llegó más
tarde, posiblemente, entre otras cosas, porque usted estaba viviendo más lejos. ¿A qué
hora se realizó ese operativo en su establecimiento?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Yo no lo sé con absoluta precisión.
La historia aquí es así. Primero, se produce el secuestro de Gutiérrez Ruiz que insume
un larguísimo rato. Ahí hay una prueba palmaria –porque se exhiben credenciales- de
que es un operativo policial, hay que desterrar esa idea de que había algo parapolicial o
paramilitar. Aquí no había nada “para”; fue un operativo militar o policial o
probablemente ambas cosas, aunque seguramente militar hasta por la forma en que se
expresan en las comisarías de la zona. En segundo lugar, una hora y media o dos
después comparecen allí, interrumpen el tránsito en la calle Corrientes, copan el Hotel
Liberty, secuestran a Michelini, sin ningún apuro, frente a ENTEL, el lugar más
custodiado de la Argentina, con soldados con ametralladoras, que ven que, de pronto, a
contramano, interrumpen el tránsito en la calle Corrientes casi Florida, en el centro de
Buenos Aires. Durante largo rato copan el Hotel, secuestran. Quiere decir que la guardia
salió, indagó, se le exhibieron credenciales como había ocurrido antes en la calle
Posadas y Pasaje Cebes cuando secuestran a Gutiérrez Ruiz.
Ustedes deben colocarse un poco en la situación de esa familia cuyos pequeños hijos y
la madre se encuentran sentados frente al padre que está maniatado y encapuchado
durante varias horas, que ven cómo arrancan el teléfono y que profieren amenazas de
muerte –si avisan, matamos en el momento-, hay un momento de desesperada
incertidumbre y, al final, uno de los hijos sale a la calle y corre hasta este pequeño
departamento que teníamos en Buenos Aires –en Corrientes angosta- donde estaba mi
hijo Juan Raúl.
Logra despertarlo, y con gran dificultad, porque tiene sueño pesado y se había acostado
unas pocas horas antes, y le dice que secuestraron a su padre. Entonces, resuelven
avisarle a Zelmar. Juan Raúl se viste y con el hijo de Gutiérrez Ruiz corren hacia el
Liberty y cuando llegan allí, todavía estaba el hall del hotel en plena conmoción porque
no hacía veinte minutos que se habían llevado a Zelmar.
Como mi nombre había sido mencionado varias veces por lo que intervinieron en el
operativo, sobre todo en el caso de Gutiérrez Ruiz, dos compañeros –Enrique Schbengel
y Soares de Lima- toman un remise y van trescientos quilómetros al sur y me dicen:
“Deje su camioneta aquí, porque pueden individualizarla. Súbanse y nos vamos”. Y así,
con lo puesto, salimos hacia Buenos Aires. Y nadie se atrevió a volver allí hasta que mi
mujer lo hizo ya pasados quince o veinte días. El establecimiento está muy aislado, de
manera que mi mujer se limitó a hablar a Las Flores, que queda cerca, donde
conocíamos al representante de la Bullrich, esa sociedad de negocios rurales. Mi mujer
le pregunta: “¿Estuvieron?”, y le responden: “Sí, estuvieron”. “¿Voy?”. “No, no venga”,
una cosa así. Después nos enteramos de los detalles. En consecuencia, será media hora
más, una hora menos, dos horas más, dos horas menos, pero fue entonces que
estuvieron allí. Y con un gran despliegue de fuerza, con no menos de cincuenta
hombres. Siete u ocho días después volvió una pequeña partida de personal de civil. Por
esa razón no sabemos cuándo fue el saqueo, si en la primera o en la segunda visita; no
lo podemos individualizar claramente.
En todo esto hay un ingrediente de ineficacia que, a veces, es hasta inexplicable. Es
verdad que yo había omitido cumplir con el requisito que obligaba a notificar a la
Policía Federal nuestro cambio de domicilio. Lo había omitido por mera pereza, por
odio al trámite burocrático, a pesar de que mi mujer insistía en que había que cumplir
todas las reglamentaciones para no dar pretextos. Pero lo cierto es que quizás eso haya
que fueran al domicilio anterior, porque en Buenos Aires fueron a un departamento que
yo ocupaba antes en la calle Suipacha. Luego, inexplicablemente –y es lo que demuestra
la desconexión- llegan tarde al establecimiento éste, que llamábamos “la Panchita”, en
Pardo.
SEÑOR GARCIA.- ¿A qué distancia queda de Buenos Aires?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- A trescientos kilómetros; entre Las Flores y Azul.
Llegan tarde a pesar de que ya habían estado, porque ya relaté que en una oportunidad
había ido una Comisión de la Policía Federal a ese mismo lugar, pues yo vivía allí.
SEÑOR FAU.- Y lo del helicóptero.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Exactamente, y el helicóptero que había estado
antes.
Pero, no sé. ¡Había tantas operaciones simultáneas! Mataban la gente así, por
centenares; era una persecución masiva y eso es lo que explica muchas cosas.
Cuando llegamos a Buenos Aires, a las once u once y media de la noche –ya estaba
oscuro- fuimos a la casa de Schnebel y Barreiro, que eran los dos empleados de
Gutiérrez Ruiz en la pequeña provisión que tenía. Yo les dije: “Vamos a dispersarnos
porque ahora nada es seguro”. Me contestaron: “Pero, ¿con nosotros qué pueden tener?
¿Nosotros qué tenemos que ver? Trabajamos en una provisión, no somos dirigentes
políticos”. No me hicieron caso y a las tres de la mañana volvieron a sus casas y
encontraron una viejita en la esquina que les dijo: “Muchachos, ¿ustedes son los que
viven en el cuarto piso? No suban, porque los están esperando”. De manera que ya
había una redada. Se van al comercio del Toba, allí en la calle Callao, y por debajo de la
cortina metálica ven luz, de modo que allí había una ratonera. Voy a lo de Navajas, pero
una vez que aparecen los cadáveres considero que es mi deber avisarle yo a la mujer del
Toba, la espero –porque había salido-, concurro a los velatorios de ambos, donde
realmente se encuentra la Policía filmando. Simultáneamente, mi mujer va a buscar unas
camisas a ese otro departamento donde vivíamos entonces, en Corrientes angosta, y allí
también había una ratonera. Es una cosa hecha de errores –qué sé yo- y de azar.
Aquello fue tremendo. Ustedes asócienlo: Rosario Barredo, Whitelaw, pero Liberoff
desaparece más o menos en esos momentos –que era asiduo concurrente a nuestra rueda
del Tortoni- y muchos otros compatriotas que se quedaron entonces.
SEÑOR LAMAS.- Una última pregunta que tiene que ver con lo que usted sintió en el
momento en que los dos compatriotas fueron a su establecimiento. ¿Usted también en
aquel momento sintió que lo que había de por medio era un simple arresto o una
amenaza de detención o, por el contrario, que corría peligro su vida?
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Ni siquiera el riesgo de un arresto. Yo sentía la
sensación de que me estaban faltando el respeto, y esto era lo único que sentía. Ahí no
hay tiempo de pensar; esas cosas les pasan a otros; uno las descarta, no existen. Lo que
había era orgullo herido, que es lo que un exiliado desarrolla con más intensidad,
porque le han quitado todo lo demás. El exiliado se aferra a eso y, entonces, se trataba
aquí del orgullo herido: ¡Pero qué se han creído! ¡Qué me van a llevar a declarar a mí, a
Michelini o a Gutiérrez Ruiz! La indignación era porque creíamos que los estaban
interrogando, por la falta de respeto.
Yo recuerdo ese primer interrogatorio que me hicieron sobre el reportaje de La Razón,
etcétera –que evidentemente por las circunstancias en que se produce, por la forma de
interrogar, era una comisión encargada por el gobierno uruguayo-, al final me preguntan
si tengo algo que agregar- Recuerdo que me puse de pie y le dije: “Lo que tengo que
agregar es que usted le pregunte al que lo mandó, a ver si a Perón le fueron a preguntar
con qué plata había ido a comprar la Puerta de Hierro”. Le había visto cara de
peronistas. Pero la cosa se movía en estas coordenadas.
No; no, en aquel momento ninguno tuvo sensación alguna. Ni siquiera después que
aparecieron los compañeros muertos tuvimos la sensación de que también nosotros
corríamos peligro de vida.
SEÑOR PRESIDENTE.- Si ningún señor Diputado formula otra pregunta, agradecemos
las manifestaciones del testigo, señor Wilson Ferreira Aldunate y su deferencia al
contestar las preguntas que se le formularon, haciendo la salvedad que a medida que
vayamos avanzando en la investigación, quizás requiramos su presencia nuevamente en
la Comisión.
SEÑOR FERREIRA ALDUNATE.- Lamento no tener más cosas concretas que decir,
porque en estos casos no siempre las hay. Créanme que si algo deseo en la vida es que
ustedes tengan suerte.

(Se retira de Sala el señor Wilson Ferreira Aldunate)

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