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El docente debe enseñar a sus alumnos y ofrecerles una enseñanza de calidad, para
lo cual deberá conocer la estructura interna de la materia a impartir, las características
psicológicas y evolutivas de la etapa del desarrollo en la que se encentran sus alumnos,
y las orientaciones pedagógicas y estilos de enseñanza más actuales, que le permitan
transmitir la información a sus alumnos de la manera más clara y sencilla posible.
En cuanto al papel del discente, queda resuelto que es aprender, tal y como queda
reflejado en la competencia básica de aprender a aprender, lo que nos lleva a
plantearnos qué deben aprender en cada etapa educativa nuestros alumnos, y cómo
lograr que adquieran dicha habilidad. Esto nos lleva a hacer una breve diferenciación
entre Educación Primaria y Educación Secundaria. En la primera, los infantes deben
adquirir ciertos hábitos de comportamiento, que les faciliten el aprendizaje de
posteriores conocimientos científicos, así como ciertos valores como el respeto al
maestro y las normas que representa, la diversidad de compañeros y culturas del aula y
el entorno natural. De modo que en la etapa de primaria los alumnos deben aprender a
obedecer, permanecer sentados, no molestar al compañero, levantar la mano para hablar,
prestar atención al profesor, hacer los deberes en casa y estudiar cuando sea necesario.
Todo ello bajo una sencilla coordinación entre padres y maestros, que deje bien claro a
los alumnos lo que es correcto y lo que no lo es. Mientras que en la etapa de Educación
Secundaria, de la que provenimos la mayoría de nosotros, los alumnos ya posean estos
hábitos de comportamiento y capacidad de estudio, para aprender una sólida base de
conocimientos científicos que les prepare para acceder al mundo universitario o, en su
caso, al mundo laboral.
Las funciones del profesor en el aula están sujetas a las características del contexto
histórico, económico y político, por lo que se revisan continuamente para responder a
las demandas sociales y a las necesidades de la propia comunidad educativa. Es por ello
que el profesor debe de estar inmerso en un proceso de formación continua y de cambio.
Para ello, la “manera de estar del profesor” consiste en interactuar con los alumnos,
como líder del grupo y mediador de conflictos, para orientar, ayudar y transmitir la
información relativa a cada situación a sus alumnos y para que ellos puedan construir
internamente el aprendizaje en clave positiva.
Para ello, las “expectativas del profesor” se comunican a los alumnos mediante el
“Efecto Pigmalion”, que se trata de hacer saber al alumno que se espera mucho de él,
para que éste responda en la línea de lo esperado. Y mediante el “Efecto Halo”, que
trata de transmitir buenas expectativas al grupo de clase, en las tutorías, o con los
propios compañeros en las juntas de evaluación.
Por lo tanto, las funciones del profesor en el aula se resumen en el grupo, líder y
mediador positivo, responsable del aprendizaje de sus alumnos y comprometido por
desarrollar el sentido crítico en sus alumnos.
Pero no debemos pasar por alto el concepto de “aula viva” y la función del profesor
en ella. Se trata de conseguir transmitir a los alumnos el gusto por el Saber, la pasión
por la Verdad y el afán de aprender.
Los auténticos educadores debemos tratar siempre con un cariño inmenso a nuestros
alumnos, debemos ser corriente de agua que fertiliza, energía que pone en movimiento,
para ayudarles a desarrollar su propia personalidad.
Tal como señala Cordero: “la profesión de educador es una tarea vocacional,
dirigida a formar al hombre como el ser humano y social, a modelar su carácter…”.
Mientras que Antonio Millán Puelles afirma que “…hay algunos hombres cuya forma y
manera de ir haciéndose consciente, precisamente, es ayudar a otros a su propia
humanización”. Se trata innegablemente de una vocación especial.
Libre es el que piensa por cuenta propia con la debida preparación y no repite
inconscientemente lo que otros le dicen, por lo que el profesor procura despertar en el
alumno el deseo de saber, de amar el Saber, considerándolo como un bien en sí mismo.
Los “factores de los que depende la ocupación del ocio” son muy variados, pues
influyen determinados aspectos como el estado de salud, la personalidad de cada
individuo, o el ambiente cultural en el que te encuentres.
Mientras que el “objetivo dentro del currículo de primaria para el área de Educación
Física” es conocer y valorar su cuerpo y la actividad física como medio de exploración
y goce de sus posibilidades motrices en relación con los demás, y como recurso para
organizar su tiempo libre.
Son muchos los “beneficios que aporta la actividad física para el ocio”, desde
adquirir unos hábitos saludables, practicar nuevas e interesantes experiencias, aprender
a colaborar y participar activamente en la clase, educar en valores, educar la inteligencia
emocional, conocerse a sí mismo y desarrollar sus propias habilidades sociales.
Son muchos los problemas actuales que preocupan hoy a las escuelas, desde la
violencia en el aula, la drogodependencia o el desinterés de profesores, padres y
alumnos por la educación. Esto deriva en una situación peligrosa, ya que no existe una
complementariedad entre lo que nuestros alumnos aprenden y lo que la sociedad les
exige. Por lo tanto este es el primer objetivo que debe tener un profesor del siglo XXI,
generar una mayor concordancia entre lo demandado y lo aprendido, que debe servirles
a los alumnos para constituir su presente y conformar su futuro con una mayor
concordancia entre sistema y medio.
Debe promover una educación en valores y una educación emocional que facilite a
los alumnos del siglo XXI la comprensión de sus sentimientos y emociones, así como
una alta capacidad comunicativa, y un pensamiento teórico y práctico. Todo esto se
resumen en enseñarles los cuatro pilares de la educación “aprender a conocer, hacer, ser
y a comprender al otro”, para que se reconozcan como protagonistas de la realidad
social en la que viven y convertirse en un futuro próximo en ciudadanos comprometidos
con su entorno.
Debe cumplir un perfil que necesita hoy la escuela, es decir, ser un buen orientador,
informando y aconsejando, pero facilitando el aprendizaje de la auto-orientación, así
como atender eficazmente las necesidades de todos sus alumnos y familias sin
excepción. Y con capacidad de liderazgo ante el grupo y de trabajo en equipo en el
departamento y demás gestiones del centro. En esta línea de actuación, Perrenaud
propone los siguientes objetivos del profesor del siglo XXI con el Plan de Bolonia son
gestionar la programación de aprendizaje, promover aprendizajes diversificados,
implicar al alumno y a los padres en sus aprendizajes, utilizar las NNTT, afrontar los
deberes éticos de la profesión y gestionar la propia formación contínua.
Un profesor del siglo XXI debe indagar sobre la conducta infantil y reflexionar
sobre sus propias estrategias educativas. Debe establecer un intercambio creativo de
ideas, centrado en el estudiante, desarrollar su capacidad crítica y su autoestima. Y debe
ser capaz adaptarse a la globalización sociopolítica y a las nuevas tecnologías,
favoreciendo experiencias en los alumnos positivas y significativas en los alumnos.
El orden que vamos a seguir para comentar cada uno de los autores será en primer
lugar Rousseau, seguidamente de Kant, y por último de Pestalozzi.
Afirma que “es más importante ser humano que ser sabio”, donde el más valioso de
todos los bienes es la libertad, por lo que el niño debe experimentar y descubrir por su
cuenta para aprender a medir las consecuencias de sus acciones y seguir su propia
conciencia, justa y moral, que es la voz del alma.
Escribe El Emilio, donde propone una instrucción privada hasta los 12 años, sin
contactos con la civilización, donde el niño pueda aprender por sí mismo, mediante una
educación negativa, donde “lo que pueda hacer el niño no lo hará el adulto”.
Kant (1724-1804) considera que el ser humano debe poseer una conducta moral
que le produzca felicidad, y ésta solo se consigue con la educación, gracias a la cual
logramos que “el hombre llegue a ser hombre”, disciplinado, cultivado y prudente.
Defiende que el niño debe aprender a pensar y a obrar por principios, y se muestra
totalmente contrario a los castigos infantiles.
Pestalozzi (1746-1827) logra fusionar los principios de Rousseau con los ideales de
la Revolución Francesa, uniendo la libertad en la naturaleza con el sentido del deber.
Defiende que es importante que el niño reciba una atención completa en el ambiente
familiar, ya que padres y maestros deben procurar conjuntamente el desarrollo moral de
los niños. Y en la escuela se debe continuar el amor que se ha generado en las familias,
ya que la educación de los sentimientos debe preceder a la educación intelectual.
Competencia lingüística: aprender a comunicarse con uno mismo y con los demás,
solucionando conflictos y estableciendo lazos afectivos.
Comenzando por las teorías de finales del S. XIX destaca el concepto de “Escuela
Nueva”, que comienza en 1875, como un movimiento complejo, que promueve una
conciencia educativa global, y finaliza en Europa en 1939, como un movimiento
organizado, en medio de un contexto socioeconómico marcado por la Industrialización,
la urbanización y el nacimiento de la burguesía liberal (con cierta preocupación
intelectual). Destaca John Dewey (1761-1865) como representante, quien difunde que
en las escuelas públicas deben convivir la “educación” y la “democracia”, como
respuesta a las exigencias de la sociedad. El profesor debe ser reflexivo y procurar cierta
conexión entre la teoría y la práctica en sus clases, para formar a los individuos en
relación a las necesidades de la sociedad industrial, justa y desarrollada del momento.
Uno de los mayores representantes de este siglo es Victor García Hoz, quien
defiende la “Educación Personalizada” para desarrollar en el estudiante la singularidad,
la autonomía y la apertura o capacidad de comunicación, ayudándole a superar las
propias limitaciones con iniciativa y liderazgo.
Finalmente, las tendencias educativas del S. XXI van encaminadas hacia un mejor
aprendizaje de los “alumnos”, hacia la consolidación de “centros educativos” como
espacios de aprendizaje, tanto para los alumnos, como para los padres, profesores y
directivos; y hacia una mejor “capacidad de trabajo” atendiendo eficazmente a los
diferentes tipos de familias y alumnos.