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Conferencia Zaragoza, 24-10-2008.

IV Jornadas de la Asociación Aragonesa de Rehabilitación Psicosocial y


de la Asociación Aragonesa de Salud Mental

Mesa 5: Medios de comunicación y estigma

La soledad y yo.
Lluís Brasó Ricart

Esta mañana vendrá alguien con una cámara para grabarme, ya me


avisaron hace unos días; me pidieron permiso, tanto mi madre como la
gente que me atiende me aconsejaron que me dejara. Con muy buenas
palabras y sonrisas, me convencieron de que mi relato y mi presencia
ayudarían a otras personas con los mismos problemas. Problemas
mentales, dicen ellos, trastornos, esquizofrenias, falta de adaptación,
imposibilidad de vivir con los demás, de comunicarme, de hablar, de estar
tranquilo. Mente partida, desquiciada, inútil para la relación y mucho
menos para la productividad social. Soy una lástima, un desecho, una
carga para la familia, y ahora lleno de lágrimas a los que un día creyeron
en mi nacimiento, hicieron proyectos con mi vida, y se ilusionaron con mi
porvenir.

No se que cara voy a poner delante de la cámara, cuando me encuentre


enfrente del director, que con tan buenas palabras quiso convencerme para
salir en su programa. Que sabrá él de mi vida, de mis interminables horas
al frente del reloj, de mi pequeño orden solitario, de mi obediencia a los
psicólogos, a los psiquiatras, a las pastillas de todos los días, a la
contención de mi espíritu. Que le voy a decir, que me va a preguntar, a
donde vamos a llegar. No seré capaz de explicarle lo me ha pasado, como
a partir de un día todo cambió; como a partir de un momento, la alegría se
desvaneció, se convirtió en nervio, en ansiedad, en el peor de los estados.
Aquel deseo adolescente de conocer mundo, de vivir, relacionarse con
otras culturas, trabajar, viajar, estudiar, dar la vuelta al globo e imitar las
novelas de aventuras, se fueron por el agujero de una mente obsesiva
permanente en donde no hay un segundo de tranquilidad.

Veo a las personas triunfantes, contentas, paseando por la calle; visten


muy bien y aparecen en la calle como en los anuncios de la tele,
estereotipos de la sociedad y seguros de su futuro. Yo no soy nada de eso,
yo estoy encerrado en mi mundo, luchando todos los días para no hacer
una barbaridad que no para de acosarme el cerebro.
Algunos que han salido de esta mísera prisión, me aconsejan paciencia,
me aseguran que al final puede verse la luz, que la tranquilidad de espíritu
puede llegar, como les ha llegado a ellos, que las rejas tienen un final;
pero mis voces, mis obsesiones, mis pasiones siguen todas las mañanas, no
consigo cerrar este cerebro enfermo, este inagotable infierno obsesivo. Me
gustaría decirlo delante de una cámara, pero no me atrevo; como va a
entender la gente, que no hay minuto en mi vida sin el mismo pensamiento
obsesivo, pendenciero, peligroso, trasgresor de la normalidad. Yo no me
muevo en la alegría de vivir, en la comprensión de los demás, en la ayuda
propia de los humanos; eso se fue hace ya muchos años. Yo soy extraño,
solo veo miradas y expresiones que se me hacen inquisitoriales.

No se que voy a decir delante de la cámara, seguro que me pondrán un


foco en la cara, y veré a gente preparando los cables y el objetivo. El
director se sentará tranquilo, con cara de entenderlo todo, y mi cabeza se
reirá de tanta tontería, porqué estará donde siempre, en el agujero de la
obsesión y el desespero de vivir sin vivir.

Este, es, someramente, el escenario en que se encuentra un realizador


antes de emprender una grabación con personas con enfermedad mental.
Aquí no hay normas, sus ojos delatan la inseguridad, el miedo, el
secretismo y la falta de colaboración.

Por supuesto, que para una persona poco acostumbrada a estos problemas
no le es fácil introducirse en estos temas. Yo tuve la gran suerte de
encontrar la ayuda de las personas que en aquellos momentos se
encargaban de los enfermos mentales del psiquiátrico de Zaragoza.
(Carmen, Reyes, Isabel…), que con sus ayudas, y más bien diría, con sus
delicadas insinuaciones, consiguieron el concurso de algunas personas
con enfermedad mental y sus propios familiares.

Después de elaborar un guión concreto para expresar documentalmente el


problema de la esquizofrenia, nos pusimos a trabajar para conseguir los
actores necesarios. No fue nada fácil, muchos se negaron y solo los
pudimos grabar en actividades diarias, pero sus palabras ante la cámara
eran sumamente escasas.

Así y todo no cejamos en el empeño, y tres de los enfermos tratados en el


psiquiátrico accedieron a nuestras rogativas, expresando sus sentimientos
y vivencias. Duro trabajo para ellos y nuestro profundamente
agradecimiento. Por otro lado, conseguimos también la colaboración del
Centro de Redondela, en Pontevedra, aunque allí, ya nadie quiso hablar,
aparte de uno de sus cuidadores.

Realicé una serie documental sobre Discapacidades Humanas para la


Fundación ONCE, en ella, aparte de la Esquizofrenia, entraban la
Discapacidad Visual, Auditiva, Síndrome de Down, Parálisis Cerebral y
otras muchas. Incluso el Autismo, discapacidad realmente impresionante
por sus características profundamente severas en la persona humana. Pero
donde encontré más resistencia de comunicación, sin duda, fue en la
esquizofrenia. Las personas con esta enfermedad no soportan la
comunicación, la rehuyen como el vampiro a la luz. Se encierran y no
confían en nadie.

Como podemos superar esta situación, sabiendo que su salvación es la


comunicación a la que se niegan. No permiten el acercamiento, creen que
todos los observamos y que estamos pendientes de ellos. Es inútil
convencerlos de lo contrario, más lo intentemos, más se cerraran en su
convicción. A los esfuerzos constantes y diarios de los profesionales en
esta materia, hay que agregar el concurso de los medios de comunicación.
Un ejemplo claro y productivo es Radio Nicosia, donde emociona escuchar
a la Princesa decir verdades como puños. Es esa la línea, pero claro, eso
es una gran excepción.

Todos sabemos que no se puede obligar a nadie a hacer lo que no quiere;


en especial, las personas con enfermedad mental son muy sensibles a
mostrar sus percepciones de la realidad y vivencias. Sus convicciones son
profundas y cada vez se alejan más del entorno. Discuten cualquier tema
con una seguridad aplastante, no permitiendo el diálogo ni la
conversación.

Por otro lado, nos encontramos con la resistencia familiar. Lo primero que
hace un progenitor, prácticamente como acto reflejo, es negar la evidencia
de que su hijo está enfermo. Lo niega y lo esconde. Por supuesto que es un
grave error, pero si alguno de nosotros estuviera en su situación
seguramente haríamos lo mismo. Se encierra el hijo y el progenitor con él.
El afectado/a no sale de casa y el padre o la madre, lo cubre y lo disculpa.
No se lo cuenta ni a sus más alegados. Incluso si alguno de sus amigos
conoce algo de esta terrible enfermedad. Esta primera etapa puede durar
bastante tiempo, perdiendo unos meses preciosos para iniciar su
recuperación.
Por supuesto, convencer a una madre o a un padre, para que su hijo salga
en un medio de comunicación, y así ayudar a otras personas en su misma
situación, y así superar el profundo estigma que esta enfermedad conlleva,
no es tarea fácil. Por lo pronto se necesitan profesionales de la imagen que
entiendan lo que pasa, sean sensibles a esta discapacidad y se muevan con
soltura entre estas personas. Por otro lado, el profesional debe de estar
rodeado de personas que traten diariamente con el enfermo y le den
confianza. Finalmente, los padres deben de estar convencidos que esta
actividad servirá para mejorar la vida de muchas otras personas.

Y por fín, un detalle, que a mí, personalmente es el que más me ha


molestado y he observado en los profesionales del medio. EL
PATERNALISMO. La gran mayoría de profesionales, en los medios de
comunicación, y no tengo porque excluirme, se acerca al mundo de la
discapacidad con un paternalismo que duele. Raro es el profesional que se
imbuye del problema, que realmente lo entiende. Una vez hecho el trabajo,
desaparece de su cerebro y se olvida de lo que ha dejado atrás. Por
supuesto en el caso de la esquizofrenia estamos hartos de ver el trato falaz
y necio que dan a esta enfermedad, abusando sensacionalmente de los
actos que alguna vez estas personas pueden cometer.

Creo firmemente que se habría de educar mucho mejor a los profesionales


de la comunicación que tratan estos temas. Con ello ganaríamos en
auténtico tratamiento científico y documental de esta enfermedad.

Bastantes problemas tienen ya los enfermos y sus respectivas familias,


como para que llegue alguien sin formación a pavonear sus virtudes, por
otro lado bastante frecuente en el mundo audiovisual. Hemos de ser
capaces de ponernos a su lado, comprenderles y saber transmitir a la
sociedad en general el verdadero problema; ese es a mi parecer el
auténtico reto de un verdadero profesional.

Lluís Brasó Ricart.

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