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El Templo y

Su Estructura
Contenido: Plan general de las basílicas constantinianas. Características y disposición general
de las iglesias orientales. El iconostasio. Diakonikon y próthesis. Solea, naves y nártex. La
decoración de la iglesia. Simbolismo teológico y litúrgico. El Mobiliario Litúrgico. Los
Vasos e Instrumentos Litúrgicos. Los Lienzos Litúrgicos. Vestiduras, Ornamentos e Insignias
Litúrgicas. Vestiduras E Insignias Sagradas. Los Libros Litúrgicos.

Las iglesias orientales, de modo especial las de rito bizantino conservan en su plan estructural el
modelo de las basílicas constantinianas. Construidas éstas, a su vez, según el delineamiento ge-
neral de las basílicas profanas, bueno será remontarse a ellas para comprender la disposición y
distribución de sus diversas partes.
Eran las basílicas profanas amplios edificios públicos, rodeados de pórticos, donde el pueblo
encontraba abrigo para tratar sus asuntos comerciales o judiciales, e incluso para distraer sus
ocios.
Su planta, de forma rectangular, se dividía en tres naves por medio de dos hileras de colum-
nas. Dentro de este plano, tres secciones aparecían bien característicamente determinadas: las
naves, el transepto —así llamado por hallarse emplazado más allá de la barrera (trans septum)
que separaba esta parte de la nave principal de las otras naves y de las dos extremidades de la
misma principal— que era el lugar destinado a los juristas, y, finalmente, el ábside, donde se co-
locaban el tribunal y los asientos para los jueces.
La nave central, más elevada que las laterales, permitía, a causa de su misma elevación, la so-
lución de un doble problema capital: la iluminación del edificio y la visualidad de las galerías
erigidas sobre las naves laterales y destinadas a los ociosos y los espectadores. Todo esto por lo
que respecta al interior del edificio; en cuanto a su exterior, las basílicas profanas se caracteriza-
ban por su extrema sencillez. Puede decirse que todo adorno quedaba reducido a una simple ven-
tana de forma circular (óculus) abierta en el frontispicio, correspondiente al encuadramiento de
las vertientes de la. techumbre, y al pórtico, levantado delante de la fachada, que daba una nota
de solemnidad al lugar de acceso.
Tal era, en esquema, el plan estructural de la basílica, conforme al cual se erigieron las anti-
guas basílicas cristianas, comúnmente llamadas constantinianas, y cuyo delineamiento, en lo
esencial, es fácil descubrir en las iglesias orientales antiguas y modernas.

Plan general
de las basílicas constantinianas
La distribución de las basílicas constantinianas, aun siendo subsidiaria en lo esencial de las ba-
sílicas profanas, cuya estructura general reproduce, recibieron sin embargo su característica pe-
culiar del nuevo uso a que se las destinó, a saber, las celebraciones del culto litúrgico.
En el fondo del ábside, un trono de mármol blanco (thronos o cathedra) señalaba el lugar del
obispo, presidente de la asamblea litúrgica. En derredor suyo se colocaban los sacerdotes for-
mando el llamado presbyterium (asamblea de ancianos) y que los griegos denominan synthro-
non. Los clérigos inferiores ocupaban el transepto, y allí cantaban y salmodiaban, alternando a
dos coros, de donde el nombre de choros dado a este lugar. En la parte superior de éste se coloca-
ba el altar; y a derecha e izquierda se elevaban dos tribunas o ambones desde los que se leía la
Epístola y el Evangelio. Las naves laterales estaban destinadas a los fieles: la derecha a los hom-
bres y la izquierda a las mujeres. La nave central quedaba libre, con el fin de permitir los movi-
mientos del clero. En el extremo de esta nave más cercano al coro, denominado solea o liminar,
recibían la comunión aquellos a quienes la entrada en el coro les estaba prohibida. Esto explica el
que dicho lugar estuviera más ricamente pavimentado que el resto de la nave. Las galerías supe-
riores estaban destinadas a las vírgenes y viudas consagradas a Dios, y de ahí el nombre de gine-
ceo con que se las designaba.
El nártex o pronaos, especie de pórtico cerrado, daba acceso al templo por medio de tres puer-
tas correspondientes a las tres naves. Era además el lugar destinado a los catecúmenos y a los pe-
nitentes de segunda clase (audientes) hasta tanto fuesen admitidos al bautismo o a la reconcilia-
ción, respectivamente
No sin frecuencia, el nártex estaba precedido por un atrio, especie de patio abierto y bordeado
de pórticos, en cuyo centro se colocaba una fuente (cantharon, labron, nymphaion, phialla), en la
que los fieles lavaban sus manos y rostro en señal de purificación.
En los pórticos de este atrio permanecían los penitentes de la primera clase (plorantes) hasta
pasar al grado de audientes. Finalmente, un segundo pórtico (exonartes), especie de peristilo
abierto, precedía, en algunos casos, al susodicho atrio. En este nártex exterior debían permanecer
los pecadores públicos, separados de la comunión de los fieles.
A todos estos diversos elementos del edificio basilical hay que añadir el secretarium, llamado
por los griegos diakonikón, que. corresponde a las sacristías, y el oblationarium o gazophyla-
kión, destinado a depositar las ofrendas de los fieles.
Tal era, en general, la estructura de la basílica constantiniana. Muy pronto, sin embargo, la ar-
quitectura cristiana vio ampliarse su horizonte. A las iglesias de plano basilical se añadieron en-
seguida los edificios de planta central con domo o cúpula esférica, tales como San Vidal de Ráve-
na, San Sergio de Constantinopla, etcétera. De la combinación de la planta central con la planta
basilical surgió un nuevo género arquitectónico: la iglesia de cúpula (tholos, trulos), cuyo máxi-
mo exponente fue Santa Sofía de Constantinopla. El desarrollo sucesivo y la adaptación funcio-
nal de los diversos elementos condujo al tipo, clásico en Oriente, de la iglesia en forma de cruz
griega.

Características y disposición general


de las iglesias orientales

Al hablar ahora de las iglesias orientales, queremos aclarar una vez más que tomamos como
modelo la basílica bizantina. A. ello nos mueven dos razones fundamentales: en primer lugar,
que, las iglesias de los otros ritos guardan, en general, su misma distribución y estructura; y en
segundo término, que sólo las iglesias mayores, de tipo basilical, y no las menores, pueden dar-
nos una, idea clara y completa de esa misma distribución y estructura.
La basílica bizantina ofrece, al que la observa desde el exterior, la forma de un rectángulo con
un anexo de forma absidal. Este anexo, colocado siempre en el lado opuesto a la entrada, está di-
rigido preferentemente, dada la orientación del edificio, hacia el Oriente, quedando, por tanto, la
entrada al Occidente. El simbolismo de esta orientación es palmario, como tendremos ocasión de
ver.
En cuanto al interior, la semejanza con el tipo basilical común es grande. Dos columnatas y
los cuatro grandes pilares que sostienen la cúpula dividen la basílica en sus diversos comparti-
mientos. El área del ábside, casi siempre sobreelevada con relación a la planta del edificio, se ex-
tiende en forma de hemiciclo, formando, propiamente, el santuario en el que se colocan el altar y
el trono del obispo. Este carácter sagrado del ábside está bien señalado por los diversos nombres
con que se lo designa: hagion bema (santo bema), hierateion (sagrario), hagia ton hagion (Santo
de los Santos).

El iconostasio

Ya hemos dicho más arriba que el ábside aparece al exterior como un anexo o apéndice del edi-
ficio. Pues bien: por dentro se encuentra también aislado del resto del edificio por una especie de
mampara fija de madera o mármol, ricamente decorada con imágenes sagradas. Es el común-
mente llamado iconostasio (eikonostasis). Debemos advertir, sin embargo, que este término no es
original, ni tampoco hasta punto oficial que haya desplazado otras denominaciones. Así, por
ejemplo, se le da a veces el nombre de katapésmata, indicando que, en su origen, consistía en
una gran cortina, recuerdo, a su vez, del velo existente en el templo de Jerusalén. Esta cortina
subsiste todavía entre los armenios. El término de cancela (kinklides) con que también se lo de-
signa, pudo ser exacto en otro tiempo en que estaba constituido por una especie de reja, pero
ahora resulta del todo inadecuado, ya que más que una reja de separación es un verdadero muro
cerrado. Otro tanto cabe decirse de los términos dryphakta y diástyla. El primero indica una ba-
rrera de madera y el segundo es una palabra clásica para significar una construcción con colum-
nas espaciadas por una distancia de seis módulos. Es evidente que al denominar diástyla al ele-
mento de que venimos hablando se amplía el significado clásico para designar, simplemente, una
barrera construida entre columnas.
En cuanto al nombre iconostasio (eikonóstasis, eikonostasion), su empleo es de fecha más re-
ciente. Es cierto que el término se encuentra ya en Codinus (De officiis aulae byzantinae, c. VI,
P. G., t. CLVII, col. 61 D.), pero en sentido bastante diferente. Se trata allí de un pedestal coloca-
do en una sala del palacio para poner sobre él, en la vigilia de Navidad, la imagen del Salvador y
otras imágenes. Según H. Brockhaus, el empleo definitivo del término iconostasio para designar
conjuntamente el muro que separa el ábside del resto del templo y las imágenes en él colocadas,
es de origen ruso. Entre los griegos, según dicho autor, iconostasio correspondería a cada una de
las tres partes en que se divide dicho muro, con sus respectivas imágenes; y templon seria el tér-
mino para designar todo el conjunto.
Conviene advertir que los modernos iconostasios, fruto de una progresiva evolución, están
muy lejos de su sencillo delineamiento originario y de evocar la idea exacta de lo que fue en un
principio. Parece ser que la excesiva acumulación de iconos fue causa, primero en Rusia y luego
en el resto del Oriente, de que la primitiva barrera fuera elevándose más y más hasta llegar a las
altas proporciones que caracterizan a los actuales iconostasios.
Mas como se han generalizado bastante ciertas inexactitudes respecto a dicha evolución, será
útil dar aquí algunas indicaciones históricas.
“La arquitectura de las antiguas iglesias que se han conservado —escribe S. D. Filimonoff—
nos demuestran que los iconostasios, tales como hoy día los conocemos, están lejos de corres-
ponder a una costumbre primordial, y que durante los primeros siglos del cristianismo las igle-
sias (el autor habla de las iglesias rusas, pero podemos hacerlo extensivo a todas las iglesias
orientales) presentaban un delineamiento más conforme con los principios del arte bizantino. Por
lo que al iconostasio se refiere —explica Filimonoff—, en un principio consistió en una reja baja
o cancela que aislaba el altar. Más tarde, en la edad de oro de Bizancio, la cancela fue sustituida
por una barrera baja en forma de columnata y arcadas, que soportaba un entablamiento bastante
bajo. En esta forma se conserva todavía en algunas iglesias de la región balcánica pertenecientes
a los siglos X al XIII. Dentro de los módulos artísticos de la iglesia bizantina, esta barrera tenía
fundamentalmente una función arquitectónica, pero ofrecía, por su parte, un magnífico pretexto
para colocar en ellas imágenes decorativas, como se hizo, en efecto. Los iconos portátiles tuvie-
ron también su lugar sobre los pilares de esta barrera. La Pintura, por su parte, constituyó el ele-
mento decorativo de los muros, brillantes con el esplendor de sus frescos y sus mosaicos.” (1)
Este texto de Filimonoff nos da una idea justa de los principios arquitectónicos y decorativos
del arte bizantino; en el que, escultura y pintura se armonizan . Si, para dar cabida al elemento
escultural nada se prestaba mejor que la barrera de mármol o piedra de que hemos hablado, sin
embargo ésta debía ser baja a fin de no impedir la visión del fondo del ábside en el que resaltaba
la maravilla de las obras pictóricas.
Esto nos permite concluir que no puede ser originario del arte bizantino ese tipo moderno de
iconostasio, elevado y abigarrado de pinturas. Su origen debe buscarse en una influencia ajena a
los cánones artísticos bizantinos. Y como dice Mouratoff: “No es temerario considerar esta revo-
lución introducida en el estilo original como un efecto de la influencia rusa, pues está en la más
perfecta armonía con las exigencias de su estética nacional.” (2)
Parece cierto que el origen exacto de esta innovación hay que buscarlo en Novgorod y en su
región, donde aparecieron los primeros iconostasios en madera, a fines del siglo XIV y principios
del XV. ¿Cómo, empero, pudo extenderse esta innovación en todo el Oriente? La explicación la
da suficientemente el hecho de la creciente influencia de los artistas rusos, junto con una tenden-
cia, popular muy acentuada a la exageración en el culto de las imágenes, que habían sobrevivido
a la victoria sobre los iconoclastas.
El iconostasio tiene tres puertas. En el centro, la puerta real o puerta santa, reservada a los
obispos y a los sacerdotes oficiantes; los diáconos no pueden franquearla sino en algunos mo-
mentos especialmente solemnes, durante el desempeño de su oficio. Si las hojas de las puertas no
son suficientemente elevadas para. ocultar totalmente el altar, lo que acontece con frecuencia, en-
tonces se añade una cortina (velothyron) que cierra la parte superior y que solamente se descorre
en aquellos momentos, previstos por el ceremonial, en los cuales pueden los fieles ver el altar. A
la derecha se halla la puerta diaconal, reservada, como su nombre lo indica, al diácono. A la iz-
quierda, está la puerta común, destinada a los clérigos inferiores.

1
FILIMONOFF: Le prob1ème de la forme originaire de l’iconostase dans les églises russes. Moscú, 1869. Histoire
de l’iconostase, idem.
2
MOURATOFF: L’ancienne peinture russe, pp. 100-107.
Diakonikon y próthesis

Las naves laterales, cuando se prolongan más allá del transepto, terminan en absidiolas. Estos
no forman capillas laterales, como frecuentemente sucede en Occidente, sino que forman parte
del santuario, que está de la parte de allá del iconostasio, y cada uno tiene su destino especial. El
de la derecha es el skevophylakión, en dónde se guardan los vasos y los ornamentos sagrados,
bajo la vigilancia de los diáconos; de aquí su otra denominación, más frecuente, de diakonikón.
La absidiola de la izquierda contiene la próthesis, pequeña mesa, especie de altar secundario, en
que se realiza, antes de la misa, la preparación del pan y del vino destinados para el sacrificio: de
ahí las denominaciones de paratrapezion (mesa lateral, altar lateral) y proskomide (oblación,
ofertorio), con que a veces se la designa.
Si las naves laterales no terminan en absidiolas, en ese caso el diakonikon y la próthesis se ha-
llan dentro del mismo santuario.
No lejos de la próthesis se halla la piscina (thalassidion, thalassa), más frecuentemente deno-
minada khoneuterion, en la cual se deposita el agua de las abluciones, la que ha servido para el
bautismo y las cenizas de los objetos benditos, pero que han tenido que ser quemados por hallar-
se fuera de uso. A veces las piscinas son dos: una en el santuario, la que acabamos de describir, y
otra en el nártex, bajo la pila bautismal, cuando ésta es fija. Si, por el contrario, la pila fuere mó-
vil, entonces, después de cada bautismo se va a vaciarla en la piscina del santuario, quedando su-
primida la del nártex.

Solea, naves y nártex

Delante del iconostasio, pero sólo en el espacio de la nave central, entre los dos coros, se ex-
tiende la solea (del latín solea, solium, solum; los griegos escribían también soleas), especie de
plano elevado una o varias gradas sobre el nivel del coro. En la solea se colocaban en otro tiem-
po los subdiáconos y los lectores, lo que exigía un espacio bastante amplio. En la actualidad, la
solea se reduce, con frecuencia, a una simple escalera de mármol colocada delante de la puerta
real; allí se colocan los fieles de uno en uno para recibir la comunión.
La parte central de la iglesia, comprendida entre el santuario y el nártex, lleva el nombre de
naos o de kyrios naos. En medio del pavimento del coro existe una placa de mármol con la repre-
sentación de un águila bicéfala: este lugar se denomina aetos y señala el punto en que debía colo-
carse el trono del emperador. Cuando las iglesias se hallan divididas en tres naves, las dos latera-
les se denominan klitos o meros. En una de estas naves laterales, la de la izquierda, se colocan las
mujeres cuando no existe el gineceo o galería superior colocada sobre esta misma nave. Por lo
demás, se deja la más amplia libertad, sobre todo en las iglesias pobres. Cuando éstas tienen una
sola nave, como suele suceder casi siempre, las mujeres ocupan el fondo, y los hombres la parte:
delantera, cerca del coro. No es raro, sin embargo, ver hoy en día. a hombres y mujeres mezcla-
dos.
El doble nártex de las iglesias primitivas apenas si se conserva hoy en día más que en los mo-
nasterios. En el interior o esonártex los monjes recitan la mayor parte de sus oficios, reservando
el coro solamente para el de Vísperas, Laudes y la Liturgia. Por razón se colocan sillas o escaños
en el esonártex, ya que en verdad hace las veces de oratorio monástico.
El nártex exterior o exonártex está destinado a preservar los fieles de la intemperie tanto a la
entrada como a la salida los oficios divinos.
No debemos confundir el nártex con el émbolos, pórtico situado a un lado de la iglesia y co-
rrespondiente al deambulatorio las iglesias occidentales.
La fachada de las iglesias, de líneas simplicísimas posee una o tres puertas, según el número
de naves, que dan acceso al interior. Delante de ella existe, generalmente, un pórtico (proaulia)
que recuerda el antiguo atrio.

La decoración de la iglesia

Las iglesias orientales no admiten otra decoración que la pintura y el mosaico. La escultura, al
menos la estatuaria, está prohibida, como consecuencia las largas y encarnizadas luchas icono-
clastas. Un plan de conjunto, no exento de grandiosidad, dirige la obra decorativa.
La iglesia bizantina de la Edad Media y también un buen número de iglesias más recientes de
Rusia, Siria, Egipto, etc., son asimismo libros abiertos que nos hablan a través del lenguaje elo-
cuente de sus pinturas y mosaicos.
Pero no se crea que sólo en la Edad Media se comenzó decorar en Oriente las iglesias. La cos-
tumbre es mucho más antigua. Ya en la segunda mitad del siglo IV la historia bíblica aparece re-
producida en cuadros sobre los muros de las iglesias y en las miniaturas de los manuscritos. El
templo venía a ser un catecismo viviente. Por tal razón, el autor del Tratado sobre las imágenes
contra Constantino escribía: “Si un pagano viene y te dice: Muéstrame tu fe..., condúcele a la
iglesia y hazle ver la decoración que la adorna. Si él te pregunta: ¿Quién es ese crucificado? ¿
Quién es ese hombre que resucita y que pisa la cabeza de ese anciano?... ¿ No es de la imagen de
donde sacarás entonces la doctrina para enseñarle que el crucificado es el Hijo de Dios muerto
por nosotros, que ese resucitado ha resucitado a su vez a Adán, y que con sus pies pisa el infier-
no?...” Estas palabras fueron escritas hacia fines del siglo VIII.
Un siglo después, un discurso de Focio con motivo de la inauguración de la Nueva Iglesia,
erigida en el palacio imperial por Basilio el Macedonio, nos permite apreciar más detalladamente
la distribución, en cierto modo clásica, de las pinturas y mosaicos, y su doble función: decorativa
e instructiva. ‘Sobre la bóveda —dice— una figura humana representa a Cristo. Diríase que ins-
pecciona la tierra, que medita su ordenamiento y su gobierno. El artista ha querido expresar de
ese modo, por medio de formas y colores, la solicitud del Creador respecto de nosotros. En las
pechinas una multitud de ángeles montan guardia alrededor de su Rey común. En el ábside que
domina el altar, la imagen de la Virgen brilla en todo su esplendor con sus manos extendidas ha-
cia los hombres en señal de su poderosa mediación... En fin, el coro de los apóstoles, de los pro-
fetas y de los patriarcas llena y embellece, con sus venerables figuras, el templo todo...” (3)
Por breve que esta descripción resulte, basta para darnos una idea del plan de conjunto que
presidía desde entonces toda la obra decorativa de las iglesias bizantinas. La gran figura del
Cristo Pantocrátor domina desde la cúpula, rodeado de una corte de ángeles, de profetas, de pa-
triarcas, de apóstoles y de mártires. La Virgen, por su parte, desde la cabecera del edificio, parece
recoger las alabanzas de los santos y las oraciones de los fieles para ofrecerlas a su Hijo. Y sien-
do la iglesia, por sobre todo, el lugar del sacrificio, esta idea viene pronto a plasmarse en el orden
3
MIGNE: P. G., tomo XCV, col. 293 C. D.
decorativo mediante la imagen del Cristo Pontífice, yuxtapuesta a la del Pantocrátor. Un cortejo
de espíritus celestes rodea al Sacerdote divino, llevando en sus manos los instrumentos del sacri-
ficio de la cruz y del altar: tal es la representación de la divina liturgia. Las figuras de Abel, Mel-
quisedec y Abraham, como evocación de los sacrificios preparatorios y simbólicos del Antiguo
Testamento, junto con las de algunos grandes pontífices de la Nueva Ley (Basilio, Gregorio,
Juan Crisóstomo, etc.) y de los diáconos Esteban y Lorenzo, forman la hierática corona de la di-
vina liturgia. Por último, siendo la misa, según el precepto del Salvador, la anámnesis o recuerdo
de todos los misterios de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su ascensión, se eligen di-
versos episodios de estos mismos misterios, los que se juzgan más elocuentes, según las fiestas
más destacadas presentadas por el calendario eclesiástico. No es raro, por otra parte, ver junto a
la representación de los triunfos del Cristo glorioso, el eco de los mismos en la representación de
los triunfos de la Iglesia, su Cuerpo místico. Así, con alguna frecuencia, puede contemplarse la
escena que reproduce el triunfo de la ortodoxia en los siete grandes concilios ecuménicos y otras
parecidas.
Los hechos y los documentos se presentan como prueba irrefragable de que este plan de con-
junto se ha fijado después de varios siglos de una tradición firme, y sobre la base de una indiso-
luble unión entre teología, liturgia y simbolismo A este respecto, resulta sumamente elocuente la
obra de Dionisio de Furna: Guía de la pintura (siglo XVIII), reproducción probablemente, de un
manual técnico de varios siglos de anterioridad, en el que se detallan las reglas de arte que deben
regir la decoración pictórica de los diversos monumentos.

Simbolismo teológico y litúrgico

En la iglesia tipo de la obra de Dionisio de Furna, uno de los rasgos sobresalientes lo constitu-
yen los diversos aspectos en que Cristo aparece representado Cristo Pantocrátor, Cristo Pontífi-
ce, Cristo Ángel del gran consejo, Cristo Vid mística, etc.
A nadie se le escapa la riqueza simbólica de estas representaciones; pero donde realmente el
sistema alcanza su máximo de expresividad es en el tema denominado La divina liturgia.
El autor de la Guía de la pintura lo describe del modo siguiente: “Una cúpula. Debajo, una
mesa sobre la cual está depositado el santo Evangelio; encima, el Espíritu Santo. El Padre eterno,
sentado sobre un trono, imparte con sus divinas manos la bendición, al tiempo que pronuncia es-
tas palabras, escritas sobre un cartel: Ante luciferum genui Te. Al lado derecho de la mesa, apare-
ce Cristo revestido de ornamentos pontificales y en actitud de bendecir. Delante de él, todos los
órdenes angélicos, con vestiduras sacerdotales, forman un círculo rodeando el altar. Un ángel, re-
vestido de diácono, presenta a Cristo una patena; otros dos lo inciensan, y otros dos, finalmente,
permanecen de pie con sendos candelabros encendidos. En el fondo aparecen otros ángeles cada
uno con un instrumento relacionado con el sacrificio de la Cruz: una esponja, una lanza, una
cruz, una caña.” (4)
No cabe duda de que nos hallamos ante un verdadero catecismo de imágenes o, por mejor de-
cir, ante una verdadera teología litúrgica. Cristo, único Redentor y Sumo Sacerdote de la Nueva
Alianza, prefigurado por los patriarcas, anunciado por los profetas, nacido entre nosotros, inmo-
lado sobre la cruz y perpetuando sobre nuestros altares un sacrificio, con el cual, al decir del
apóstol, “consumó a los santificados”, dando fin a los sacrificios rituales de la antigua Ley.

4
Guía de la pintura, PP. 229-230.
Pero a esta idea central conviene añadir algunos otros conceptos de orden secundario, aunque
no menos interesantes y elocuentes; nos referimos al simbolismo de la iglesia en cuanto tal.
Según San Máximo de Crisópolis, “la iglesia es la imagen de Dios, pues, a semejanza de El,
realiza la unión de todos los seres. Es el tipo (símbolo) del mundo: del mundo espiritual, por el
santuario; del mundo sensible, por la nave. Es la imagen del hombre, cuyo cuerpo está figurado
en la nave, y el alma en el santuario. Es, en fin, símbolo del alma, cuyas facultades sensibles es-
tán representadas por las naves, al tiempo que las facultades intelectuales lo están por el santua-
rio. En cuanto a los ritos sucesivos de la sinaxis sagrada, nos recuerdan las diversas fases de los
acontecimientos de la vida de Cristo.” (5)
De modo parecido se expresa San Germán: “La iglesia es el cielo sobre la tierra, el lugar en
que el Dios celestial mora. La iglesia representa la crucifixión, la sepultura y la resurrección de
Cristo... Ella ha sido prefigurada en los patriarcas, anunciada por los profetas, fundada en los
apóstoles, adornada en los obispos, consumada en los mártires...” (6)
Pero donde encontramos una exposición detallada de toda la simbología es en la obra de Si-
meón de Tesalónica, De sacro templo. En el capítulo CXXXI, titulado El templo, tipo de Dios
Uno y Trino, se expresa así:
“El templo, como casa de Dios, figura al mundo entero: pues Dios está en todas las partes y
por encima de todo. Para indicar esto, el templo se divide en tres partes: porque Dios es Trino.
Esto mismo estaba representado en el Tabernáculo, dividido también en tres partes, y en el tem-
plo de Salomón, el cual, al decir del apóstol, estaba dividido en estos tres compartimientos: el
Santo de los Santos, el Santo y el atrio... El santuario es el símbolo de las esferas celestes y su-
pracelestes, donde, se dice, está el trono de Dios inmortal y el lugar de su reposo. Esto mismo lo
representa el altar. Por doquier se hallan las jerarquías celestiales; pero entre ellas tienen su lugar
los sacerdotes. El pontífice representa a Cristo; el templo representa a este mundo visible; el pa-
vimento, las cosas de esta tierra y el paraíso terrestre; el exterior, las partes inferiores y aquellos
seres que no viven según la razón y no poseen ningún impulso hacia las cosas superiores... El
santuario recibe en su interior al Pontífice, que representa al Hombre-Dios, Jesús, que posee todo
poder en el cielo y en la tierra; los otros ministros sagrados representan a los apóstoles, y de
modo especial a los ángeles y arcángeles, cada uno según propio orden. Menciono a los ángeles
con los apóstoles, los pontífices y los sacerdotes, con el fin de manifestar que no hay más que
una sola Iglesia desde el momento que Dios ha descendido hasta nosotros y ha cumplido su mi-
sión entre nosotros y para nosotros. Por eso hay un solo sacrificio del Señor, una sola comunión
y una sola contemplación. Todo esto se realiza en el cielo y en la tierra. Pero con esta diferencia,
que en el cielo ya no existe velo alguno que nos oscurezca la claridad de las realidades divinas,
mientras que en la tierra, donde vivimos sujetos al yugo de esta carne corruptible, todo se nos
presenta a través de los velos de símbolos y figuras. El trono del santuario significa la ascensión
de Jesús al cielo, donde reina cual Soberano universal, sentado a la diestra del Padre. Las gradas,
por su parte, simbolizan las diversas jerarquías de ángeles, representados en los grados de la je-
rarquía eclesiástica.” (7)
Simbolismo del cielo y de las jerarquías celestes; simbolismo de Cristo, de su sacerdocio, de
su sacrificio, de su realeza; simbolismo de la comunión universal de los santos en Jesucristo. Ta-

5
SAN MÁXIMO: Mistagogia-, cap. XXIV. P. G., tomo XCI, col. 705.
6
SAN GERMÁN: Hist. eccles. et mystica contemplatio. P. G., tomo XCVIII, col. 384-385.
7
SIMEÓN DE Tesalónica: De sacro templo, cap. CXXXI. P. G., tomo CLV, col. 337-40.
les son las ideas que se superponen y entremezclan en la teología de los comentadores litúrgicos
y la de los decoradores de las iglesias orientales.

El Mobiliario Litúrgico

1) El altar y sus accesorios


En todas las épocas el Oriente griego tuvo, para designar el altar, un cierto número de nom-
bres, entre los cuales dos sobre todo se han hecho clásicos: thysiasterion (Hebr 13:10) y trapeza
Kyriou (Cor 10:21). Pero, hoy en día la expresión más usada es la de hagia trapeza.
El altar primitivo de las iglesias cristianas era, por lo general, una simple mesa de madera.
Esta clase de altar-mesa se conservó en las basílicas constantinianas; hoy, es todavía común entre
los orientales. Con alguna frecuencia, la plancha superior de la mesa descansa sobre un macizo o
sobre cuatro soportes de madera, dando al conjunto un aspecto de sepulcro. Otras veces, descan-
sa simplemente sobre cuatro columnas o bien sobre una sola, colocada en medio y denominada
calamos o bomos.
Cuando se consagra un altar se emplea, para unir la mesa a su pie, una mezcla de cera, almáci-
ga y mármol molido (keromastikós), a todo lo cual se añade un poco de polvo de reliquias.
Hasta el siglo IV, el altar se colocaba directamente sobre el pavimento, al nivel del plano del
ábside; pero a partir de esa época, se lo comenzó a colocar sobre una plataforma (grada). Asimis-
mo, desde el siglo IV, por decreto del Papa San Silvestre, se hizo obligatorio el construir los alta-
res de piedra y no de madera. Entre los orientales se observa todavía esta prescripción: la mesa
santa debe ser de piedra; el pie puede ser de otro material, pero debe estar revestido de láminas
de oro o de plata.
En cuanto al ornato del altar, conviene advertir que durante los primeros tiempos, a saber, du-
rante la época de las persecuciones, se pensó muy poco en ello; puede decirse que todo él se re-
ducía a una gran profusión de lámparas de cobre o arcilla. Pero, acabadas las persecuciones, se
pudo ya pensar en rodear al altar, elemento primordial del templo, de un mayor lujo. Téngase, sin
embargo, en cuenta que con esto no queremos decir que se convirtiera el altar en un receptáculo
de obras de arte. En realidad, sobre él solamente se colocaban los vasos sagrados y el santo
Evangelio, único que era juzgado digno de figurar junto a la Eucaristía. Este uso se observa así
entre los orientales. La decoración del altar, propiamente dicha, consistía en adornos de oro y
plata, de prederías y esmaltes, de lujosos y riquísimos tapices colocados delante o sobre el altar.
Entre los paramentos actuales, es preciso señalar el hyphasma, trozo de lino con la imagen, o
simplemente con el nombre, de uno de los cuatro evangelistas. El obispo lo coloca de modo fijo
en cada uno de los ángulos del altar después que éste ha sido consagrado. Sobre los hyphasmata
se extiende un primer mantel que por su nombre, katasarkion, recuerda el lienzo en que fuera en-
vuelto el cuerpo del Salvador. Este mantel está fijo por medio de unos cordones que, cruzando la
mesa del altar, se anudan alrededor del pedestal. Sobre éste se coloca otro segundo mantel, deno-
minado endyton, ependitês o ephaplôma. Durante la celebración del santo Sacrificio se despliega
un tercer mantel, el eilêton, que envuelve el antimension. Pero debe tenerse en cuenta que tanto
el eilêton como el antimension no son paramentos del altar propiamente dichos, sino más bien
lienzos sagrados destinados al momento de la celebración de los santos misterios.
El adorno característico del altar de las basílicas era, y sigue siéndolo todavía en casi todo el
Oriente, el kibôrion, llamado también trullion, pyrgós. Se trata de un baldaquino fijo, soportado
por cuatro columnas, que cubre el altar. Para provocar mayor veneración en el ánimo de los fie-
les, en los respectivos intercolumnios solían colocarse, en otro tiempo, unas cortinas que en de-
terminados momentos se corrían, ocultando de ese modo el altar Este uso parece haber ido desa-
pareciendo conforme se fue ampliando la estructura del iconostasio.
En algunos casos, bajo el kibôrion principal, existía, y aun existe en ciertas iglesias, un kibô-
rion más reducido cuyas columnitas se apoyan en los cuatro ángulos del altar: es el denominado
peristerion, porque allí se coloca la paloma eucarística (perístera)
Por regla general en las iglesias orientales existe un solo altar Esta unicidad de altar es el sím-
bolo elocuente de la unidad del Sacrificio. Por lo demás, la unidad de Sacrificio es también plás-
ticamente enseñada por el rito de la concelebración de todos los sacerdotes en el único altar de la
iglesia.
Sin embargo, la necesidad de facilitar, en los centros de mayor población, la asistencia a la eu-
caristía dominical y de otros días festivos, persuadió, con el tiempo, a tolerar en los domingos y
días de fiesta la celebración de dos y tres eucaristías en la misma iglesia. Estas liturgias no se ce-
lebran en el mismo altar, ni por el mismo sacerdote, ni sobre el mismo antimension, sino en alta-
res laterales.
Sobre la mesa del altar, junto con el libro de los Evangelios, se coloca la pequeña cruz “ma-
nual” con la que el celebrante bendice a los fieles en los ritos sagrados. Detrás de la mesa santa
se encuentra el tabernáculo (artophórion) para la reserva de las sagradas especies ,allí donde no
existe la paloma eucarística.
Detrás del tabernáculo, o encima de él, se coloca la cruz con la imagen del Crucificado, que
domina todo el conjunto del altar. Más tarde hablaremos de los flabelos (hexaptérigos), especie
de abanicos litúrgicos de metal que se colocan delante de los candeleros.
A la izquierda del altar se encuentra la próthesis. En ella se realizan los ritos de la preparación
del pan y del vino destinados al Sacrificio. La próthesis debe estar cubierta al menos con un
mantel, puesto que después de la comunión se transporte allí el cáliz, con lo que haya podido
quedar de la Sangre y del Pan consagrado, para efectuar su purificación. Con frecuencia, junto a
la próthesis se coloca un lavabo para uso de los ministros sagrados.
El ambón, especie de tribuna o de cátedra a la que se asciende por medio de uno o dos escalo-
nes, tenía en otros tiempos diferentes destinos. En la actualidad, éstos se reducen a dos: la lectura
solemne del Evangelio y la predicación. Antiguamente se erigía en medio de la iglesia, en el eje
de la nave: aquí tiene su origen el nombre de eukhê opisthambonos (oración teniendo detrás el
ambón), dado a la oración final que sirve de epílogo a las oraciones de la liturgia y que el sacer-
dote recita en el coro, delante de la puerta santa y vuelto hacia el icono de Cristo que preside la
primera fila de las imágenes del iconostasio; en otro tiempo, cuando el ambón se colocaba en
medio del coro, el sacerdote se encontraba al recitar esta oración teniendo al mismo tiempo el
iconostasio delante y el ambón detrás. Algunas iglesias tienen doble ambón, uno frente al otro.
En la parte delantera de los mismos y formando un atril para colocar el Evangeliario, suele po-
nerse un águila de madera o metal con las alas extendidas.
Debemos señalar aquí la importancia que tiene en las iglesias orientales la cátedra episcopal.
Se trata de la sede, más o menos rica, desde la que el obispo preside las asambleas litúrgicas y
predica la palabra de Dios al pueblo. El nombre de trono o cátedra refleja perfectamente esta do-
ble función que desde ella realiza el obispo. En realidad existen dos cátedras episcopales. Una, es
colocada en el fondo del ábside, detrás del altar, como en las antiguas basílicas. El obispo se
sienta allí cuando celebra la liturgia pontifical. A derecha y a izquierda, se colocan otras sedes
destinadas a los concelebrantes, de ahí el nombre de synthronon con que se designa a todo este
conjunto. El segundo trono o cátedra episcopal entre los griegos se coloca a la derecha de la
nave, del lado de acá del coro. Está protegido por un baldaquino y sobreelevado respecto del pa-
vimento por medio de dos o tres gradas. Este segundo trono recibe el nombre de archieraticós
thronos o también despótikon. En Constantinopla, sin embargo, este término se usaba para desig-
nar el trono reservado detrás del coro para el emperador. Cuando, empero, el patriarca comenzó a
ocuparlo con exclusividad se continuó denominándolo así. En las ceremonias no pontificales el
obispo toma asiento en una silla más sencilla y baja colocada cerca del despótikon y llamada pa-
rathronos; en Constantinopla lleva el nombre de gedekion, que es de origen turco. Su análogo
occidental es el faldistorio.
Entre los eslavos el segundo trono de ubica en medio de la nave central, sobre una tarima, mi-
rando hacia el iconostasio.
Desde la edad media comenzó a colocarse una serie de sillas a derecha e izquierda de la nave
destinadas al clero y a los cantores. Antes de esta época, tanto los fieles como los clérigos perma-
necían de pie. Sin embargo, a fin de que esta posición no resultara excesivamente molesta para
los que tenían que soportar así ceremonias de una considerable largura, se permitía llevar una es-
pecie de bastón (dekanikion) para poder apoyarse en él. Este uso se conserva aún en gran número
de iglesias coptas y maronitas, así como en muchos monasterios.
A la altura de las primeras sillas del coro se coloca un analogion, especie de pupitre destinado
para colocar sobre él los libros de los cantores.
Un elemento muy peculiar de las iglesias orientales es el kérostâtes. Se trata de un gran cande-
labro colocado delante de las imágenes del Salvador y de la Virgen. El grueso cirio que en él se
coloca permanece encendido durante las ceremonias religiosas. Las iglesias orientales se caracte-
rizan por una extraordinaria profusión de lámparas colocadas delante de las imágenes y del altar.
En medio de la iglesia, de modo que todos puedan verlo, se coloca el proskynetarion, un mue-
ble destinado a soportar el icono del santo cuya fiesta se celebra, o del titular de la iglesia. El
nombre de proskynetarion le viene de las reverencias o inclinaciones respetuosas (proskynema)
de que los fieles hacen objeto a dicho icono.

2) El baptisterio
Las fuentes bautismales se hallan constituidas por una piscina (loutron) en la que el bautizan-
do es sumergido totalmente, ya que se practica el bautismo por inmersión. También se denomina
a veces la fuente bautismal con los términos kolymbethra y fotisterion; este último, que significa
lugar de iluminación, nos recuerda el nombre especial conque los antiguos cristianos designaban
el bautismo, como sacramento en el que por primera vez se recibe la iluminación de la gracia di-
vina por la infusión del Espíritu Santo.
Cuando el baptisterio forma parte del edificio del templo se lo coloca, de ordinario, en el nár-
tex. Sin embargo, hoy en día existen muchas iglesias que no poseen pila bautismal fija; en este
caso, se sirven de una especie de pila bautismal móvil, que se coloca momentáneamente en el
nártex y, una vez terminado el rito bautismal, se la transporta hasta la piscina del santuario (kho-
neuterion) para depositar allí el agua usada en el rito sagrado.

Los Vasos e
Instrumentos Litúrgicos
Es necesario distinguir entre los vasos sagrados, directamente al servicio de la Eucaristía, y los
vasos no sagrados, que sirven a las diversas funciones del culto.

1) Vasos e instrumentos sagrados


Los vasos e instrumentos sagrados en el rito bizantino, son: el cáliz, la patena (diskos), la lan-
ceta, el asterisco, la cucharita, el artoforion o cofrecito para la santa reserva.
El cáliz (poterion) al distribuirse la comunión bajo las dos especies obliga a utilizar cálices de
mayores proporciones que los usados en los ritos occidentales.
El diskos o diskarion (patena) es grande y profundo, a fin de poder contener el pan destinado
al rito eucarístico. El diskos tiene a veces un soporte en forma de pie, sobre todo en las patenas
rusas. La parte interior aparece adornada en algunos casos con la escena de la Santa .Cena.
La lanceta (lónje) es un pequeño cuchillo cuya empuñadura termina por una cruz. En el rito
bizantino, único que hace uso de él, lo emplea el sacerdote cuando, en la próthesis, corta el pan
destinado al sacrificio. Primeramente la partícula central llamada “el cordero” y que está destina-
da a ser la hostia principal, y luego toda una serie de partículas en conmemoración de la Virgen
Santísima y de los Santos, así como las que serán dejadas como antidóron o pan bendito. El ori-
gen de este instrumento litúrgico parece remontarse al siglo XII.
El asterisco (estrella) es una especie de cruz de metal precioso, compuesta de dos láminas
cruzadas la una sobre la otra y unidas en su centro por un tornillito y terminando en forma de pie.
Del centro pende ordinariamente una estrellita que simboliza la de Belén. Este instrumento litúr-
gico se usa para colocarlo sobre la patena, de modo que el velo especial conque se recubre ésta
(diskokalymma.) no toque las partículas del pan.
La cucharita (labis): es de metal precioso destinada para distribuir con ella la comunión a los
fieles bajo las dos especies. En efecto, habiendo sido colocadas las partículas del pan consagrado
dentro del cáliz con la Preciosa Sangre, llegado el momento de distribuir la comunión el sacerdo-
te toma con la cucharita cada una de las partículas empapadas y las administra a los fieles.
Para la reserva del Santísimo, en el rito bizantino se emplea de ordinario un cofrecito de metal
precioso, aunque a veces, en las iglesias pobres, se lo ve también de madera, y lleva el mismo
nombre que el tabernáculo en el cual se lo encierra: artoforion. Allí donde se conserva todavía la
paloma eucarística (peristera) en lugar del tabernáculo, el cofrecito eucarístico se abre por la par-
te superior de la paloma. El Sacramento solamente se guarda con miras al Viático. Y sólo se re-
nueva la reserva una vez al año, el Jueves Santo. Para impedir que las sagradas Especies se co-
rrompan se las somete a la acción del fuego, después de la consagración, hasta llegar a desecarlas
totalmente. Este pan consagrado, previamente embebido en Preciosa Sangre y luego desecado es
el que se usa para administrar el Viático, habiéndolo rociado previamente con unas gotas de vino.

2) Vasos y objetos no sagrados


Recipientes para el agua bendita. — Los orientales, hacen uso abundante del agua bendita.
Los griegos le dan el nombre genérico de hagiasma: cosa bendita, y a la ceremonia de la bendi-
ción: hagiasmos. Para el agua se emplean diferentes recipientes; entre otros, una especie de pila
portátil llamada por los griegos hagiasmatarion. El aspersorio recibe el nombre de hagiaster o
rhantistron. En determinadas ceremonias, por ejemplo durante la Semana Santa, se asperja a las
personas y a los objetos con una agua especial llamada agua de rosa (rhodostagma). Para esta as-
persión se usa un frasco de metal de forma alargada y cuya abertura, muy estrecha, está cerrada
por un tamiz finísimo (kanion o bikion). Con el nombre de bikion se designa también la ampolla
destinada para el santo crisma; pero más comúnmente recibe ésta el nombre de alabastron.
Para el sacramento de la Confirmación el ministro realiza la unción con el dedo pulgar, pero
para el Euchelaion o Unción de Enfermos, así como para otras determinadas unciones hechas so-
bre la frente de los fieles con el óleo de las lámparas santas, el sacerdote se sirve de un pequeño
pincel, o simplemente de un pequeño utensilio en cuya extremidad se coloca un poco de algodón
y que recibe el nombre de aleiptron (instrumento para ungir).
El thermaion, también llamado orkiólion (vaso), sirve para contener el agua caliente o zeon
que después de haber sido bendecida por el sacerdote, el diácono vierte en el cáliz inmediata-
mente antes de la comunión.
El incensario oriental (thymiaterion). — Se lo maneja sólo con la mano derecha, tomándolo
por el borde de las cadenas e impulsándolo en sentido de vaivén hacia la persona u objeto que se
inciensa. Con frecuencia las cadenas están adornadas de pequeños cascabeles que sirven para ad-
vertir la presencia del diácono o del sacerdote cuando van a realizar la incensación.
En lugar del incensario de cadenas, en algunas ceremonias, procesiones, liturgia de presantifi-
cados, ritos funerarios en la casa del difunto, etc., se emplea un sencillo recipiente en el cual se
queman perfumes.
A estos vasos sagrados debemos añadir el teston, usado en la ceremonia del lavatorio del altar
el Jueves Santo; se emplea también para purificar los lienzos sagrados; el kherniboxeston (jarra y
jofaina para lavar las manos al obispo), y el poterion, copa especial en la cual, durante la ceremo-
nia del Sacramento del Matrimonio, el sacerdote bendice el vino que luego deben beber los des-
posados en un rito simbólico.
La cruz (stauros). — En los ritos orientales la cruz está confeccionada en metal o en madera.
La efigie del Salvador nunca aparece en ella esculpida, sino pintada, grabada o en relieve. Se dis-
tinguen: 1) la cruz del altar, la de la prothesis y la del diakonikon; 2) la cruz que domina el ico-
nostasio; es, por lo general, de gran dimensión, y aparece flanqueada por las imágenes de la Vir-
gen y de San Juan; 3) la cruz procesional, fijada sobre un asta de la que suele pender un velo de
seda; 4) la pequeña cruz “manual” que sirve para bendecir a los fieles y los objetos durante las
ceremonias; 5) una cruz, que contiene reliquias, sobre todo de la Vera Cruz, y que es llevada so-
bre una plataforma adornada de flores en las procesiones realizadas en honor de la Santa Cruz, y
expuesta a la veneración de los fieles; 6) la cruz pectoral de los obispos y de los archimandritas;
derivase ésta del encolpion, del que hablaremos al tratar de las insignias pontificales.
El rhipidion o hexaptérigon. — Es una especie de abanico de metal que el diácono agita en
determinados momentos sobre el cáliz y la patena. Suelen colocarse en las extremidades del altar,
al cual sirven de ornamento. A este mismo título de puro adorno son transportados en algunas
procesiones por diáconos, clérigos inferiores e incluso por niños de coro, colocados a ambos la-
dos del libro de los santos Evangelios o de las ofrendas destinadas al Santo Sacrificio, o, en fin,
de la Sagrada Eucaristía en la misa de los Presantificados.
Entre los eslavos están reservados a las funciones pontificales.
Los candelabros (kerostates). — En los ritos orientales se usan varias clases de candeleros:
1) el manualion, candelero en el que se coloca un cirio bastante grueso, llamado lampas, y que es
llevado en la mano por el lector en las ceremonias y en las procesiones;
2) el dikerion y el trikerion, dos pequeños candelabros, de los cuales uno tiene dos cirios, y el
otro tres que se cruzan entre sí. El primero significa las dos naturalezas de Cristo, y el segundo
las tres Personas de la Ssma. Trinidad. Después del trisagio de la misa pontifical, el obispo hace
la señal de la cruz con ambos sobre el Evangelio; después, teniendo el trikerion en su mano iz-
quierda y el dikerion en la derecha, se adelanta hacia la solea, cruza los antebrazos y canta por
primera vez, vuelto hacia los fieles, la fórmula siguiente:
“Señor, Señor, mira de lo alto del cielo, visita y fortalece esta viña plantada por tu diestra.”
A continuación, separando los brazos, bendice a la asamblea;
3) En el oficio de la vigilia de resurrección y durante la semana pascual el celebrante lleva en
la mano para las incensaciones de la Liturgia y el oficio divino, un candelabro de tres luces con
la cruz y la imagen del resucitado, adornado con flores.
4) finalmente, cuando el patriarca celebra el rito pontifical, se lleva delante de él un candela-
bro de dos brazos (dibampoulos). El origen de este candelabro parece ser la costumbre bizantina
de los tiempos imperiales que un lampadario colocado al lado del emperador le ofrecía un cande-
labro con dos cirios con los que bendecía a los presentes. Dicho candelabro significaba el doble
poder, civil y eclesiástico, que se reconocía al soberano.
A todos estos instrumentos litúrgicos debemos añadir, para terminar, el uso de las campanas
universalmente extendido, y entre éstas una conservada sobre todo entre los monjes, el séman-
tron.
Se la usa para dar la señal para los oficios divinos. Consta de una placa de madera o de metal
colocada a la entrada de la Iglesia y que el sacristán hace resonar golpeándola con un martillo de
madera cuando tiene que convocar para alguna hora del oficio divino. A veces existen dos sé-
mantron, uno de metal y otro de madera; en tal caso el segundo sirve para dar la primera señal y
el otro, para dar la señal de entrada,

Los Lienzos Litúrgicos

El antimension y el eilêton
El antimension, por su origen, está destinado a servir de altar portátil, haciendo las veces del
altar consagrado. Se trata de un lienzo de lino o de seda consagrado y adornado con reliquias. Su
fin primario, como se desprende de lo dicho arriba, era convertir en altar una simple mesa sobre
la cual se colocaba. “En circunstancias en que falta el altar ordinario, fijo, adornado de reliquias
y ungido con el santo Crisma, como acontece en los barcos, en los campos, en los oratorios, el
respeto debido a la Eucaristía hace pensar en el altar portátil. Recordemos que todos los ritos
orientales se sirven aún hoy en día de altares portátiles de madera, excepción hecha del rito bi-
zantino que, habiéndolos usado en otros tiempos, como consta por testimonios de San Teodoro
Estudita y de Nilo Kerameus, sin embargo desde ya hace mucho tiempo los ha reemplazado por
los antimension... el antimension consta de un lienzo de lino o seda de figura cuadrada de unos
50 a 60 cmts. de lado; sobre él se imprimen el descendimiento de la cruz o la sepultura de Jesús y
otros símbolos: la Trinidad, los profetas, los evangelistas, los santos doctores, los instrumentos
de la Pasión, etc. De la otra parte, una pequeña bolsita encierra las reliquias.
Podría decirse que el antimension es una “simplificación” del altar consagrado que se remonta
hasta el tiempo de las persecuciones iconoclastas (s. VIII), y se explica por la necesidad de pro-
veer a la celebración del Santo Sacrificio por aquellos sacerdotes que permanecían fieles a la or-
todoxia, en momentos en que la mayor parte de las iglesias se hallaban profanadas por la presen-
cia de ministros herejes o relacionados con la herejía.
La consagración del antimension se realiza por medio de ritos análogos a los de la consa-
gración de los altares. Entre los griegos va, generalmente, unida a la consagración de una iglesia.
Puede, no obstante, realizarse independientemente de ella si así lo exige la necesidad.
La función del eilêton queda prácticamente reducida a servir de envoltura exterior y protecto-
ra del antimension.

La esponja y los kalymmata


La esponja (en griego Mousa o Spongos) sirve al sacerdote y al diácono para reunir en la pate-
na las partículas de pan durante la preparación de la próthesis, para echarlas de la patena en el cá-
liz después de la consagración y para purificar los vasos después de la consagración. Téngase
presente que la esponja no excluye el uso del purificador, paño rectangular de tela, de color rojo.
Este es necesario al ministro sagrado para enjugarse los labios y para purificar los bordes exterio-
res del cáliz después de comulgar la Preciosa Sangre. (Después del Sacrificio, se introduce en el cáliz una
esponja más grande con el fin de impedir la penetración de ningún cuerpo extraño en su interior.)
Otras esponjas más grandes todavía se usan para lavar el altar el Jueves Santo y en los ritos de
la consagración del mismo. Estas esponjas son luego distribuidas por el obispo a los fieles. Es
esto algo que merece ser notado, sobre todo por el respeto que supone para con todo lo que tiene
o ha tenido alguna relación con la Eucaristía.
Los kalymmata son unos velos de seda ricamente bordados, con los cuales el sacerdote cubre
el pan y el vino contenidos en el cáliz y la patena. Son tres: el primero, próton kalymma, o velo
de la patena (diskokalymma), se lo coloca sobre la patena, pero de modo que no toque el pan.
Esto lo impide el asterisco, como ya dijimos anteriormente; el segundo velo, deuteron kalymma,
o velo del cáliz, cubre el cáliz; el tercero, o gran velo, llamado simplemente kalymma, o también
aér (aire) o nefele (nube), porque protege a los otros dos velos como la atmósfera cubre y protege
la tierra. Según San Germán de Constantinopla, el velo primero simboliza el sudario que cubrió
la faz del Salvador, el segundo simboliza el lienzo que cubrió su cuerpo y el tercero es símbolo
de la piedra que cubría la puerta del sepulcro.
En algunas ceremonias, el obispo, para proteger sus vestiduras sagradas, se reviste dc un lien-
zo denominado sabanon. Dichas ceremonias son señaladamente el lavatorio de los pies en Jueves
Santo y la consagración de un altar.
Este mismo nombre de sabanon lo emplean las rúbricas para designar el vestido de que debe
ser revestido el neófito después del bautismo.

Vestiduras, Ornamentos
e Insignias Litúrgicas

El ceñidor (zóna)
Es una faja de tela negra para los clérigos seculares (bordada entre los rusos), y un cinturón de
cuero para los monjes. Con esto se sujeta la sotana por la cintura. Los altos dignatarios eclesiásti-
cos llevan con frecuencia una faja de color morado o rojo, de modo especial en aquellas iglesias
enclavadas en los territorios que en otro tiempo pertenecieron al imperio austro-húngaro.

El konton
Se trata de una especie de sobretodo corto, de color negro. No tiene botones, y está dotado de
unas mangas relativamente largas. Está adherido al cuello por medio de un prendedor o bien por
unos cordones.
El rason
Es un vestido amplio y de mangas largas, análogo a la toga de los magistrados o de los profe-
sores de la Universidad. Los rusos lo llaman Rasa; los árabes, Djebbè. Este Raso, común a todos
los clérigos, es preciso distinguirlo del Raso especial de los novicios, llamado rasóforos.

El kamelaukion
En su origen, como lo indica el nombre, era una especie de tocado hecho con pelos de ca-
mello. Hoy en día, es un bonete cilíndrico, de unos 15 ctms. de alto. Entre los griegos, los cléri-
gos mayores lo usan adornando con un borde superior, mientras que los clérigos inferiores lo lle-
van sin ningún adorno. Este último es denominado, más comúnmente, skoufos. En la actualidad,
el kamelaukion puede ser de seda o de terciopelo, generalmente de color negro, aunque en Rusia
y en alguna otra parte las dignidades seculares (no monjes) lo usan de color morado. Por privile-
gio imperial, los arzobispos de Petrogrado, de Kiev y de Moscú lo llevan de color blanco.

El epanókamelaukion
Es un velo negro, muy ligero, que se añade al kamelaukion y que cubre la nuca, cayendo lue-
go sobre las espaldas, donde se divide en tres bandas. Es llevado por los los monjes. Sirve al
obispo (que timbien es un monje) en aquellas ceremonias en que no se usa mitra. En los archi-
mandritas y monjes es considerado como un signo de modestia y de renunciamiento religioso.
El origen de esta prenda, así como de la anterior, es monástico, y parece que en un principio
constituyeron una sola pieza. Los sacerdotes seculares, que no tenían derecho para usarla, se cu-
brían, durante los oficios y durante los preliminares de la misa, con una especie de casco de pelo,
de color violeta oscuro y de forma redondeada, ceñido en su parte inferior por una especie de tur-
bante que se prolongaba de manera más sencilla sobre la nuca y sobre la espalda.

El kazranion
Finalmente, fuera de la iglesia los obispos usan el kazranion (palabra de origen turco), es de-
cir, un bastón de madera, con empuñadura de plata o de marfil, que les sirve de apoyo y, al mis-
mo tiempo, de insignia. Lo usan también en la iglesia en las ceremonias en que- no oficia de pon-
tifical y en las que, por tanto, no usa el báculo pastoral (pateritsa).

Vestiduras E
Insignias Sagradas

Por vestiduras sagradas entendemos aquellas que usan los ministros en la celebración de los ofi-
cios litúrgicos.
Comenzaremos por las vestiduras correspondientes al primer grado de la jerarquía sagrada: el
Obispo.

Ornamentos del obispo


El stikharion (literalmente: hábito adornado de bandas), llamado también podêrês (que des-
ciende hasta los pies, término equivalente al latino talaris), es una túnica con mangas que caen
hasta los pies y cuyo único adorno es, hoy en día, una cenefa bordada en la parte inferior. Sus
mangas se estrechan en su dirección hacia las manos, quedando en su extremidad cortadas por la
parte inferior, de modo que se puedan unir por un lazo o por un broche.
En su origen fue una vestimenta civil muy usada por los romanos. Los ministros sagrados la
usaban, al igual que los demás, como vestido ordinario. Su nombre le viene de las franjas de púr-
pura con que ordinariamente estaba adornada la túnica romana con la cual se confundía. Con el
tiempo se introdujo un stikharion especial para las ceremonias sagradas. Este debía ser blanco.
San Juan Crisóstomo llama al stikharion litúrgico: khitoniskos. Este ornamento era de lino, de
seda o de cualquier otra clase de tela preciosa.
El simbolismo de esta vestidura sagrada es la pureza de que debe estar adornado el sacerdote.
Tal es la evocación propia del color blanco. Pero durante la Cuaresma, y en las fiestas muchas
veces se usan diferentes colores. Conviene advertir que, a pesar de que el color blanco es el ordi-
nario, sin embargo en la práctica, al menos en Constantinopla, se usa indiferentemente cualquier
color.
El stikharion es un ornamento litúrgico común a todos los clérigos. No obstante, el del obispo
poseía en otros tiempos ciertas particularidades Sólo él estaba adornado de “ríos” (potamoi), de
trigonia o triángulos y de gammatta, especie de cruces formadas por la yuxtaposición de letras
gamma. Los “ríos” eran unas rayas rojas y blancas que atravesaban la túnica de arriba abajo. De-
bían su nombre a las palabras de Cristo: “De su seno correrán ríos de agua viva.” (Juan 7, 38), y
significaban la abundancia de doctrina que el obispo debía expandir en derredor suyo. Las líneas
blancas y rojas simbolizaban el agua y la sangre que manó del costado de Cristo.
El epitrakheljon o peritrakhelion (de peri: alrededor, y trakhelos: cuello), es la estola propia
del obispo y del sacerdote. Su origen hay que buscarlo en el orarion o sudario, especie de pañue-
lo destinado a enjugar el sudor, y que en el siglo IV constituía una señal de dignidad para ciertos
dignatarios imperiales. Desde fines del mismo siglo, el concilio de Laodicea reservó su uso a los
clérigos superiores solamente. El epitrakhelion o estola es una larga banda de lino o seda, de
unos 10 ctms., que el obispo y el sacerdote llevan alrededor del cuello y cuyas extremidades caen
por delante casi hasta los pies.
Entre los rusos, la estola es más estrecha en la parte superior; entre los griegos, por el contra-
rio, es más ancha, adornada de una cruz y recortada en forma de semicírculo, a fin de adaptarla
más fácilmente al cuello. Las dos bandas que caen por delante están unidas entre sí por medio de
broches o de botones, o bien cosidas una con otra. Se adorna con cruces. La estola termina en
unas franjas orladas, símbolo de las almas sobre las que el sacerdote tiene responsabilidad.
La estola es el símbolo eminentemente sacerdotal. Siempre que el sacerdote, como ministro
de Dios, preside una oración pública, debe estar revestido de ella. Simeón de Tesalónica afirma
que “la estola es de tal modo necesaria al sacerdote en la celebración o presidencia de los oficios
litúrgicos que, en caso de no hallar una a mano, debe bendecir de inmediato un trozo de tela o in-
clusive una cuerda y ponérsela a modo de epitrakhelion.” (P. G., t. CLV, col. 868.). A partir de
entonces se le considera elemento consagrado.
El ceñidor (Zonâ, Zônarion, Zôster): Está constituido por una estrecha banda de tela del mis-
mo color que la casulla. Con él se ciñe el obispo y el sacerdote a fin de sujetar el stikharion y el
epitrakhelion. Está adornado, por lo general, con una o dos cruces y se sujeta por detrás por me-
dio de un broche o de un cordoncito. Los melkitas lo sujetan por delante cuando el prendedor o
broche es muy elegante.
Las epimanikia. Son dos manguitos adornados de una cruz, que cubren las extremidades de
las mangas del stikharion. Significan, según los liturgistas, el poder divino comunicado al sacer-
dote en el momento en que se dispone a celebrar los divinos oficios.
Su origen parece ser la costumbre de que el emperador bizantino, al entrar en el santuario para
recibir en la mano la sagrada Eucaristía, llevaba las manos cubiertas con guantes. El uso de éstos
les estaba también permitido a los clérigos; pero como éstos podían recibir la Eucaristía sobre la
mano descubierta, entonces los guantes dieron lugar a los manguitos. Hasta el siglo XII estaba
reservado su uso solamente a los obispos; pero luego se hizo extensivo a los sacerdotes y a los
diáconos. (8)
El epigonation: Es un losanje de unos 30 centímetros de lado, de tela fuerte y resistente, ador-
nado con bordados y una cruz o imagen. Se lo lleva colocado a la altura de la rodilla derecha con
la ayuda de una cinta pasada por el hombro izquierda o atada a la cintura.
Reservado hasta el siglo XII solamente a los obispos, fue más tarde concedido su uso al gran
protosnycello y a todos los dignatarios eclesiásticos.
Es posible que el epigonation derive de la máppula o servilleta que se usaba en Roma como
parte integrante de algunas vestiduras de ceremonias, como, por ejemplo, cuando el cónsul inau-
guraba los juegos del circo.(9)
Entre los rusos existe otra especie de epigonation alargado y rectangular, denominado nabe-
drensk (bolsa). Es la primera insignia concedida a los sacerdotes meritorios. Si el que es así hon-
rado obtiene además el derecho a llevar el epigonation ordinario, suspende entonces el nabe-
drensk sobre el costado derecho.(10)
El felonion: En el siglo V, dice Duchesne, la indumentaria de los personajes oficiales se com-
ponía esencialmente de un vestido interior, con o sin mangas, y de la pénula, amplio sobretodo
sin abertura delantera y sin mangas. Se pasaba la cabeza por una abertura realizada en medio y se
la podía recoger sobre los brazos cuando se quería hacer uso de las manos. Esta era también la
indumentaria del clero y de las personas de condición. A la túnica interior sucedió el
stikharion...; a la pénula sucedió el failonion que muy pronto fue de uso exclusivo de los sacer-
dotes y obispos. (11)
La túnica y la pénula estaban en uso entre el clero mucho antes del siglo V, pero en concurren-
cia con el manto de los filósofos (tribonion), hábito preferido por los ascetas. Así, San Pablo usa-
ba la pénula (II Tim., IV, 13); igualmente la usaban San Justino, San Gregorio Taumaturgo, Tertu-
liano, etc. Este último, en su obra De pallio, la recomienda como el vestido que mejor conviene a
los sacerdotes cristianos. Los ministros sagrados se servían de una y de otra vestimenta, tanto en
la celebración de los santos misterios como en la vida ordinaria. Se tenía, sin embargo, la precau-
ción de que los usados para las funciones litúrgicas fueran más decentes, limpios y esmerados
que los usados de ordinario. Su color era, por lo general, blanco. Este color no estaba permitido
fuera de las funciones sagradas. Sólo el patriarca de Jerusalén, según Metafraste, tenía el privile-
gio de vestir de blanco fuera de las funciones litúrgicas.(12)
En el rito bizantino ha quedado reservada exclusivamente al sacerdote en tiempo relativamen-
te reciente. Se le entrega todavía en forma simbólica (el pequeño felonio, muy recortado) al lec-

8
P. BERNARDAKIS: Les ornaments liturgiques chez les grecs, p. 131.
9
DUCHESNE: Origines du culte chrétien, p. 890.

10
10) P. BERNARDAKIS: op. cit.

11
(11) DUCHESNE: op. cit., p. 338.
12
(12) P. G., tomo CXIV, col. 645.
tor en la ceremonia de su ordenación como prenda del sacerdocio al cual aspiran, pero terminada
la ordenación no pueden hacer uso de él.
El polystaurion: En época muy antigua, pero que no es fácil precisar con exactitud, la casulla
del patriarca, y luego la de los metropolitanos, se cubría de una gran multitud de cruces, por cuya
causa se llamaba polystaurion. El polystaurion no era nada más que un felonio cubierto de cru-
ces. En las pinturas y mosaicos sirve para distinguir a los pontífices.
El sakkos: Cuando el polystaurion cesó de estar exclusivamente reservado a los patriarcas,
apareció el sakkos, ornamento de tal manera reverenciado entre los griegos que, al decir de De-
metrio Chomatianos, el patriarca solamente lo usa tres veces al año: Pascua, Pentecostés y Navi-
dad.
Algunos hacen remontar su origen hasta San Juan Crisóstomo; pero, en realidad, no fue intro-
ducido en la Iglesia, como casi todos los ornamentos de origen imperial, hasta una época bastan-
te posterior.
El sakkos es una túnica corta, en otro tiempo sin mangas, hoy con medias mangas, suntuosa-
mente bordada y abierta de arriba abajo por los costados. Las dos largas bandas que la constitu-
yen están unidas entre sí por cintas o por unos broches con pequeños cascabeles, a semejanza de
la túnica del gran sacerdote entre los hebreos. Su figura es muy parecida a la dalmática latina.
Primitivamente era la túnica de los emperadores, cuyo uso permitieron ellos a los patriarcas
exclusivamente. Más tarde, otorgaron este mismo honor a algunos obispos a quienes querían
honrar particularmente. Al parecer, fue después de la toma de Constantinopla por los turcos
(1453) cuando se hizo extensivo este uso a todos los obispos.
Desde el punto de vista del simbolismo, el sakkos recuerda el saco de penitencia del A. T. So-
bre las espaldas del emperador, significaba que el príncipe de la tierra se humillaba ante el Rey
del Cielo, reconociendo su total y pleno dominio sobre todo lo creado; sobre las del obispo, re-
cuerda el manto de burla con que cubrieron a Cristo los soldados romanos.
El omoforion (de omas: hombro; y fero: llevar): Ciertos funcionarios romanos llevaban enci-
ma de la pénula un palio de color vistoso. Era una especie de banda que servía para hacer cono-
cer a los demás su dignidad. El cónsul, en el acto solemne de la inauguración de las carreras,
cuando daba la señal para que los caballos empezaran a correr, lo llevaba puesto de una manera
que guarda cierta analogía con el modo de usarlo en la actualidad los dignatarios eclesiásticos
que gozan de él. Parece que esta pieza ornamental fue concedida por los primeros emperadores
cristianos a los obispos como insignia de su dignidad. Su color es igual al del conjunto de los or-
namentos que se usan.
Según Isidoro de Pelusa, el omoforion debe ser de lana y no de tela porque en él está simboli-
zada la oveja descarriada que el Señor ha venido a conducir sobre sus hombros al redil.(13)
Se usan dos clases de omoforion. El gran omoforion, que es una larga banda de tela, sobre la
cual se bordan unas cruces. El obispo se lo coloca alrededor del cuello, lo cruza en forma de án-
gulo sobre el pecho y hace descender las extremidades casi hasta la tierra, una por delante y otra
por detrás. El pequeño omoforion, cuyo origen es reciente, se coloca alrededor del cuello y cae
sobre el pecho solamente.
El obispo usa el gran omoforion desde el comienzo del Sacrificio hasta el fin de la lectura del
Apóstol. Se lo quita para la lectura del Evangelio “porque, representando al Buen Pastor, debe
deponer toda manifestación de grandeza cuando el Verdadero Maestro toma la palabra, como
acontece en el Evangelio”. (Simeón de Tesalónica, cap. 97 y 209, P. G., t. CLV, col. 294c y 422-
424).
13
San SIDORO DE PELUSIA: Epist. 137. P. G., tomo LXXVIII, col. 272.
El pequeño omoforion lo usa desde la oración del Querubicón hasta el fin de la Liturgia. Lo
deja, sin embargo, durante la gran entrada, y entonces uno de los sacerdotes lo lleva delante de
las ofrendas. También se sirve de él para las ordenaciones y para la mayoría de las funciones sa-
gradas.
La cruz pectoral (stauros): La usan los obispos y otros dignatarios (archimandritas, protoieréi,
etc.) y por privilegio imperial los sacerdotes rusos. La llevan suspendida del cuello por medio de
una cadena y reposa sobre el pecho. Esta cruz es un derivado del encolpion.
El encolpion (literalmente: objeto llevado sobre el seno): Es llamado también panagion, a
causa de la imagen santa que lo adorna. Se trata de un medallón grande, adornada con la imagen
de Nuestro Señor o de la Virgen Santísima, que el obispo lleva sobre el pecho al lado de la cruz
pectoral. Significa que el obispo debe honrar a Cristo y a su Madre con corazón puro y espíritu
recto. El encolpion era primitivamente un pequeño relicario que contenía un trocito de la verda-
dera Cruz o reliquia de los mártires.
Los cristianos primitivos lo usaban a modo de talismán protector y garantía del auxilio divino.
Su forma era unas veces ovalada y otras, de cruz. Más tarde, primó definitivamente la primera,
después de haber dado origen a la cruz pectoral y dejó de ser un relicario.
La mitra o corona (mitra o stéfanos): se trata de una especie de tiara o bonete esférico o cua-
drilobado, adornada de ricos bordados y de piedras preciosas y coronada de una cruz. La llevan
actualmente los obispos en las funciones pontificales.
En Rusia solamente llevan cruz en la mitra a partir de los metropolitanos, y el uso de la mitra
se hace extensivo a los archimandritas y algunos protoiréi.
Según los simbolistas orientales, la mitra significa la corona de espinas colocada sobre la ca-
beza de Cristo por los soldados del pretorio.
Acerca de su origen, los liturgistas no están de acuerdo. Balsamón, a quien siguen Nicéforo
Calisto y Simeón de Tesalónica, dice que antiguamente todos los obispos orientales celebraban
con la cabeza descubierta, a excepción de los Patriarcas de Alejandría, sucesores de San Cirilo,
que había recibido la mitra del Papa San Celestino cuando fue encargado de presidir el Concilio
de Efeso (431). (Cfr. P. G. CXXXVIII, col. 1048). Pero según algunos autores modernos, el Pa-
triarca de Constantinopla después de la caída del imperio de Bizancio, habría recogido la corona
imperial y la habría adoptado para las ceremonias sagradas. Lo que es cierto, sea lo que sea de
las diversas suposiciones anotadas, es que la forma de la mitra se asemeja realmente a la corona
imperial. Según el liturgista Papadopoulos, el uso de la mitra se hizo extensivo a todos los obis-
pos no antes del S. XVIII.
El báculo (poimantiké rhabdos: Bastón Pastoral). Popularmente se lo denomina también pate-
ritsa (bastón del padre, del anciano), dekanikion, baktería (bastón de apoyo). Termina en la parte
superior en dos pequeños brazos en forma de serpiente con las cabezas vueltas sobre sí mismas.
Primitivamente el báculo era un simple bastón de madera terminado en una cruz en forma de
T. A la madera sucedió luego el marfil, el ébano y, a veces, la plata; la parte superior era de mar-
fil o de metal esculpido.
El báculo simboliza el poder pastoral. Las dos serpientes, por su parte, simboliza la prudencia
que debe adornar a todo pastor en su labor de conducir la grey que el Señor le ha encomendado.
Los higúmenos o superiores monásticos llevan una especie de dekanikion terminado en dos cuer-
nos cuyas extremidades se vuelven hacia abajo. En Rusia, algunos archimandritas usan el báculo
como insignia de su jurisdicción.
El dikerion y el trikerion. Son los dos candelabros de dos y tres brazos de que ya hemos ha-
blado anteriormente. Constituyen las últimas insignias que toma el prelado después de haberse
revestido de los ornamentos pontificales descritos hasta aquí.
Debemos advertir que estos ornamentos solamente los emplea en su totalidad el obispo para la
celebración de la Divina Liturgia y en algunas otras ceremonias especialmente solemnes como la
bendición del agua el día de Epifanía, la ceremonia del epitafios hymnos en la tarde del Viernes
Santo y las segundas Vísperas de Pascua.
El mandyas. A todas las vestiduras sagradas enumeradas podemos añadir el mandyas que, jun-
tamente con el epirriptarion o epikhamenlaukion, el báculo, el epitrakelion y el pequeño omofo-
rion, lleva el obispo en diversas ceremonias a las que asiste como pontífice.
El nombre de mandyas es de origen persa y servía para designar un manto militar. Por exten-
sión se aplicó esta denominación al manto precioso que llevaban los emperadores bizantinos y,
más tarde, por derivación, al manto de los obispos. El origen más probable del mandyas episco-
pal, según Goar (Eukologion, p. 495) es el mandyas monástico que, a su vez, deriva del manto de
los filósofos adoptado por los primeros ascetas cristianos. Los obispos, elegidos de entre los
monjes, continuaban usándolo como un recuerdo venerado de su anterior estado, pero adornán-
dolo según las exigencias de su nueva dignidad. El obispo lo emplea en todas las ceremonias en
que no usa el omoforion, y además antes de la misa hasta el momento de revestirse de los orna-
mentos litúrgicos. Es un manto muy amplio y abierto por delante, que se vuelve a unir (abrocha-
do) en la parte inferior. En la iglesia rusa los archimandritas tienen el privilegio de llevar el
mandyas.
El aetos. El aetos o águila es una insignia del obispo. Se trata de un tapiz en el que está dibu-
jada o bordada una ciudad sobre la cual planea un águila con las alas extendidas e iluminadas por
los rayos del sol. Se pone este tapiz a los pies del prelado cuando oficia. La ciudad significa su
ciudad episcopal a la que debe amar y guardar y el mundo al que debe despreciar. El águila con
las alas iluminadas simboliza la pureza de que debe estar adornado, la elevación de sentimientos
y la ciencia teológica que debe poseer para poder instruir a sus fieles.
El aetos es usado de modo habitual solamente en Rusia en forma de pequeña alfombra; entre
los griegos su uso ha quedado reservado únicamente para la ceremonia de la consagración epis-
copal en un gran alfombra . Puesto sobre él, el nuevo obispo hace su profesión de fe leyendo en
determinados momentos las fórmulas adecuadas.

Los ornamentos del sacerdote y del diácono


Los ornamentos del sacerdote son: el stikharion, el epitrakhelion, el ceñidor (zona), las epi-
manikia y el felonion. Si goza de alguna dignidad eclesiástica, puede llevar el epigonation y el
kamelaukion. Se reviste de todos estos ornamentos para la celebración de la Liturgia, para las
Horas Reales, para las Vísperas del Viernes Santo, para el oficio de Epitafios y para las segundas
Vísperas de Pascua. Para todas las demás ceremonias usa solamente el felonion y el epitrakhe-
lion.
Las diferencias entre estos ornamentos sacerdotales y los episcopales son apenas considera-
bles y han quedado ya indicadas en su lugar. En cambio, creemos conveniente señalar las parti-
cularidades de los ornamentos diaconales. Son éstos: el stikharion, las epimanikia y el orarion.
El color está por regla general en concordancia con el del celebrante. Por lo demás, está casi
siempre hendido de arriba abajo por los costados. Las dos partes están unidas, en este caso, por
cintas o botones. Es también más estrecho que el del sacerdote y cae libremente hasta el suelo sin
estar sujetado por un ceñidor. En una palabra, el stikharion del diácono se asemeja mucho a la
dalmática latina, con la diferencia de que es más larga y se coloca directamente sobre el hábito
eclesiástico, sin alba y sin ceñidor.
Las epimanikia del diácono en lugar de cubrir las mangas del stikharion, cubren las de la sota-
na o hábito eclesiástico.
El orarion. La estola diaconal lleva el nombre de orarion. Sobre el origen de este nombre no
están de acuerdo los liturgistas. Unos lo hacen derivar de la palabra latina orare: orar, porque el
diácono, cuya insignia peculiar es el orarion, dirige la oración colectiva de los fieles; otros, con
Balsamon a la cabeza, la derivan del verbo griego oraó: ver, observar, porque el diácono es el
encargado de velar por el buen orden de las ceremonias; otros, en fin, como Simón de Tesalóni-
ca, del verbo oraidso: embellecer, adornar, porque este ornamento, distintivo especial de los diá-
conos, simboliza la belleza de los ángeles cuyas funciones desempeñan aquellos. No es fácil,
como se ve, hallar una explicación convincente y definitiva.
En la actualidad, el orarion es una banda de tela, ordinariamente de seda, estrecha y adornada
de bordados; sobre ella está escrita la palabra hagios en tres direcciones y, a veces, se las reem-
plaza por tres cruces. El diácono lleva el orarion fijo sobre el hombro izquierdo, y le cae hasta
los pies tanto por delante como por detrás. En momentos en que desempeña sus funciones litúrgi-
cas más características, tomando con la mano derecha la extremidad delantera la levanta hasta la
altura de la cara, en un gesto significativo de invitación a la oración.
Antes de comulgar, el diácono se coloca el orarion en forma de faja sobre la parte inferior del
pecho, luego la cruza en medio de la espalda y, pasándola por sobre los hombros la vuelve a cru-
zar por delante del pecho, sujetando las extremidades dentro del pliegue que le rodea la cintura.
Los simbolistas ven en esta ceremonia una invitación de lo que nos dice Ezequiel acerca de los
querubines que están ante el trono de Dios: que se velan sus rostros ante la majestad divina, en
señal de adoración y respeto. (Simón de Tesalónica, op cit., col. 381.)
A pesar de que el concilio de Laodicea (c. 22) reserva el orarion para los diáconos exclusiva-
mente, hoy en día lo llevan también los clérigos menores, pero siempre cruzado de la manera que
acabamos de indicar.

Los Libros Litúrgicos

Los libros eclesiásticos o litúrgicos, en el rito bizantino, son, propiamente hablando, doce. Al-
gunos aumentan su número a causa de ciertas subdivisiones introducidas por razones prácticas.
Trataremos de dar aquí una idea general de cada uno de ellos y de su contenido.

El typikon
Este libro merece ocupar el primer lugar en una enumeración científica y metódica, por razón
de su contenido. Es una especie de ceremonial en el que se hallan reunidas las rúbricas de los di-
versos oficios divinos de cada día del año. La reglamentación de los oficios y ceremonias, inau-
gurada por los obispos para sus respectivas diócesis, fue poco a poco completándose según los
usos de los monasterios. Así se formó el Typikon de San Sabas, el más célebre de todos, con el
del Sinaí. San Sofronio de Jerusalén habría completado el primero con el segundo; San Juan Da-
masceno lo habría retocado. Después de otros retoques sucesivos, para fijar los detalles, el typi-
kon de San Sabas vino a ser el gran regulador de las ceremonias sagradas para todo el Oriente.
No obstante, en siglos posteriores, una nueva influencia monástica vino a juntarse a la de San Sa-
bas y del Sinaí: fue la de San Teodoro Studita (759-826), que pasó especialmente a los monaste-
rios ítalo-griegos de Sicilia y de Calabria. El typikon actual de Constantinopla es el de San Sabas
notablemente modificado. Comprende: una introducción general sobre ciertas fórmulas o prácti-
cas comunes a un gran número de oficios; después de un examen detallado, día por día, del Pro-
pio de los Santos y del Propio del Tiempo; la reglamentación de los días de ayuno, etc.; un apén-
dice relativo a ciertas ceremonias peculiares de la Iglesia Patriarcal de Constantinopla, así como
al oficio del Acathisto, a las Ordenaciones, a la concelebración, a los funerales, y finalmente, una
tabla de ocurrencia y concurrencia de las fiestas fijas entre el 11 de enero al 25 de mayo, es decir,
el tiempo litúrgico que comprende el Triodion y Pentecostarion.

El Leiturgikón
Es el libro que contiene, en primer lugar, los tres Ordinarios de la Liturgia, o sea, las liturgias
de San Juan Crisóstomo, de San Basilio y de Presantificados. Después viene, generalmente, un
compendio de Eucologio o Ritual para la administración de los sacramentos más usuales: Bautis-
mo, Confirmación, Matrimonio, Unción y Confesión. Esto le ha valido, también el nombre de
Eucologio menor (Eucologion to mikron). Por razón de utilidad se inserta, a veces, las fórmulas
finales (apolyseis) de la misa y de los oficios que son propios de las principales solemnidades del
año; pero, especialmente, las Epístolas y Evangelios de las fiestas más importantes de cada mes y
las de lo que podríamos denominar Propio de los Santos: Ángeles, apóstoles, profetas, mártires,
pontífices y no pontífices, confesores, vírgenes, santas mujeres, y, finalmente, de los difuntos.
Todo esto hace del leiturgikón una especie de misal y ritual portátil.
Algunos hacen más larga la parte del Ritual introduciendo el rito de los Colybes, especie de
pastel que se bendice en honor de los difuntos; el menologio de los doce meses, especie de marti-
rologio resumido; el oficio de la Santa Comunión, etcétera.
Además de este liturgikón, existe el Liturgikón arkieratikón, que a las tres liturgias añade las
funciones propiamente episcopales: ordenaciones, consagraciones de los antimensia, etcétera.

El Eucologio
Se lo llama también el Gran Eucologio; contiene los ritos completos de los sacramentos y sa-
cramentales, más un Ritual-Bendicional que implica: el Ritual monástico; el Ritual de los difun-
tos; la consagración de una Iglesia; la bendición y consagración de objetos sagrados; Bendición
de las casas; Bendiciones para las diversas necesidades de la vida; Bendiciones de los animales,
de las plantas, etc.; Bendiciones y ceremonias para ciertos días determinados.

El Apóstolos
Es el libro que contiene las Epístolas y los Hechos de los Apóstoles correspondientes a todas
las fiestas del año. El nombre de Apóstolos tiene su razón de ser en que la mayoría de las períco-
pas contenidas en él están sacadas del Apóstol San Pablo. También se lo denomina Praxapósto-
los, por causa de los Hechos (Praxeis) de los Apóstoles, y, a veces, Biblion apostolikón: Libro
apostólico. A continuación del Apóstolos se imprime, con frecuencia, el Menologio.
El Apóstolos está dividido en dos partes correspondientes al Propio del Tiempo y al Propio de
los Santos. Las perícopas correspondientes al Propio del Tiempo se hallan distribuidas de la si-
guiente manera: desde Pascua hasta el lunes de Pentecostés están tomadas del libro de los “He-
chos de los Apóstoles” y forman una lectura seguida, desde el lunes de Pentecostés hasta el Sába-
do Santo, están sacadas de las Epístolas, propiamente dichas, y se suceden en cinco períodos de
ocho series, conforme a los ocho tonos de la música religiosa, y cada serie comprende siete perí-
copas, una para cada día de la semana.
Ahora bien, como toda esta división está hecha en función de la fiesta de Pascua cuya fecha
no es fija, se requiere la previa determinación de esta fecha para poder distribuir las diversas se-
ries, de manera que concuerden en sus períodos propios.
El Evangeliario (Evangelion o Tetraevangelion)
Como lo indica su mismo nombre, es el libro que contiene los cuatro Evangelios divididos en
perícopas según el orden en que deben leerse en la Liturgia Eucarística y en las Horas. Es el libro
del diácono, por excelencia, así como el anterior lo es del subdiácono. En el rito bizantino no se
pasa de un evangelista a otro, salvo raras excepciones en algunas grandes fiestas. Por el contra-
rio, se lee de manera seguida, durante un período determinado, todas las perícopas del mismo
evangelista. San Marcos, considerado como un resumen de San Mateo y de San Lucas, ocupa los
cinco primeros días de las siete últimas semanas reservadas a San Mateo y de las seis últimas re-
servadas a San Lucas. La lectura de San Juan dura siete semanas, desde Pascua hasta Pentecos-
tés; el de San Mateo dura once semanas, a partir del lunes de Pentecostés, más otras seis semanas
que comparte con San Marcos; de este modo la lectura de San Mateo llega hasta el Domingo
después de la Exaltación de la Santa Cruz; San Lucas llena el espacio de 19 semanas, a partir del
lunes siguiente a la Exaltación de la Cruz, y llega el primer domingo de Cuaresma. Sin embargo,
a partir de las 13 semanas, a San Lucas se le reserva sólo el domingo y el sábado, los otros cinco
días se lee el Evangelio de San Marcos. Sólo teniendo en cuenta esta división de las perícopas
evangélicas se pueden entender ciertas expresiones de las rúbricas, como por ejemplo, cuando
se refieren al domingo tercero de San Mateo o de San Lucas, etcétera.
A continuación del Evangeliario se imprime siempre el Evangelistarion, o sea el conjunto de
normas y tablas que regulan la lectura del Evangelio durante el año.
El Evangeliario, juntamente con el Eucologio y el Apóstolos, son los tres libros empleados
para la celebración de la Liturgia. El primero aparece con frecuencia ricamente decorado con me-
dallones de oro o plata, y permanece habitualmente colocado sobre el altar. Es el modo de honrar
a Cristo Doctor, paralelamente con Cristo Sacramento.

El Psalterion
Después de hablar de los libros empleados para la celebración de la Divina Liturgia, pasamos
a tratar de los empleados para la celebración de las Horas. El primero de ellos es el Psalterion,
que como lo indica su nombre, es la colección de los 150 salmos repartidos en kathismata o sec-
ciones. Este término de kathismata tiene su origen en la costumbre antigua de cantar los salmos
de pie, sentándose solamente en determinados momentos en que se interrumpía la recitación. La
palabra kathisma, que designa cada una de estas interrupciones, fue luego aplicada a cada grupo
de salmos que se recitaban entre cada una de las interrupciones. Hay 20 kathisma divididos en 3
staseis, terminados cada uno por la doxología: Doxa to Patrí...
Hoy en día, la recitación de los salmos se hace permaneciendo sentados, y solamente se levan-
tan para la doxología. La lectura de la Biblia, que tenía lugar antiguamente durante los kathisma-
ta, está ahora reemplazada por los troparios y los cánones, de composición eclesiástica. Estos
troparios y cánones han pasado a ser la parte más importante del oficio.
A continuación del kathismata 20, se encuentra el salmo 151, que no aparece en la Vulgata,
pero que sí se halla en la versión de los Setenta, y con algunas variantes, en las versiones siríaca,
árabe y etiópica. Se los denomina psalmos idiografos porque no pertenecen al Canon de la Escri-
tura. A continuación vienen las 9 odas o cánticos bíblicos introducidos en el oficio del Orthros,.
El libro termina con unas rúbricas sobre el uso del salterio.
El Horologion
Este libro contiene el rito ordinario de la celebración de las Horas con todas las oraciones que
le son propias; el calendario eclesiástico con los kontakia o troparios de cada día; un cierto nú-
mero de cánones u oficios votivos; las oraciones de la comunión, etc. Finalmente, en un apéndi-
ce, diversas piezas relativas al cómputo eclesiástico, el pascalion o tabla indicadora de la fecha
de la Pascua y de las fiestas movibles del año.

El Octoékhos (“Libro de los ocho tonos”)


En realidad, este nombre designa en la actualidad dos libros distinto: uno abreviado: el Pe-
queño Octoékhos, y el otro más amplio: el Gran Octoékhos.
El Pequeño Octoékhos contiene ocho oficios dominicales, uno por cada tono, a saber:
1) Stikheres o Versos de la Resurrección (Anctstásima) para las Vísperas del sábado;
2) Canon triadikós (a la Ssma. Trinidad) de Metrófanos de Esmirna, para el Mesonykitón o
Nocturno;
3) para el Orthros u Oficio de la Aurora, presenta una serie de troparios llamados Kathísmata
anastásima, y de Anabathmoi, versículos o antífonas de composición eclesiástica que son como
“elevaciones” inspiradas en los salmos;
4) un Canon anastásimos (sobre la Resurrección) de San Juan Damasceno, también para el
Orthros;
5) un segundo Canon a la Cruz y a la Resurrección (Stauroanastásimos) para el mismo oficio
de la Aurora;
6) un nuevo Canon en honor de la Ssma. Virgen; finalmente, una suerte de apéndice que reúne
once troparios de la aurora (troparia eothina) compuestos por el emperador León VI el Sabio, y
otra serie de troparios que preceden inmediatamente a Laudes (Ainoi), compuestos por Constan-
tino Porfirogénito.
El Gran Octoékhos, que es denominado más comúnmente Parakletiké, encierra, además del
oficio dominical del Pequeño Octoékhos, el oficio de los ocho tonos para cada día de la semana.
Esta colección constituye una obra aparte que San José el Himnógrafo organizó definitivamente,
con un total de 96 cánones, de los cuales 48 le pertenecen a él, otros 32 son de un tal Teófano y
los otros de diversos autores.

El Triodion
Contiene el propio de las diez semanas que preceden a la Pascua, y abarca, por tanto, desde la
dominica del “fariseo y el publicano”. El nombre le viene del hecho de que la mayor parte de los
Cánones de que consta cuentan solamente con tres Odas, en lugar de 9. Dos santos hermanos,
músicos por naturaleza, trabajaron de común acuerdo para componerlo: San Teodoro Estudita y
San José de Tesalónica.

El Pentecostarion
Consta del Propio del tiempo pascual, es decir, desde Pascua hasta el primer domingo después
de Pentescostés o domingo de “Todos los Santos”, inclusive. Es una obra que depende también
de la escuela de Studium, y tal vez se debe a los mismos autores que el anterior.
Los Menaia
El Propio de los Santos forma por sí solo una verdadera biblioteca, pues a pesar de que está
todo él reunido en una sola obra: los Menaia, sin embargo, ésta consta de 12 volúmenes, un Me-
naion para cada mes. Estos doce volúmenes tienen el Oficio de todas las fiestas de fecha fija des-
de el primero de septiembre hasta el 31 de agosto. Después se añaden algunas rúbricas extracta-
das del Typikón; y, finalmente, el texto del Acoluthia, cuya parte principal está constituida por el
Canon o composición himnográfica de 9 Odas. Entre la sexta y séptima Odas se intercalan las
noticias históricas, junto con el anuncio de la fecha del mes, anuncio de la fiesta del día, etc.,
todo ello terminado por una doxología al Padre, pidiéndole la gracia de la salvación por interce-
sión de los santos.
Cuando estas noticias históricas se hallan separadas de sus oficios respectivos y reunidas en
una colección especial, ésta lleva el nombre de Sinaxis (colección) o Menologio.

El Heirmologion
Es la colección de Heirmoi, palabra griega que significa, literalmente, “encadenamiento”. Con
este término ha sido designado el tropario sobre cuyo modelo se han compuesto otras series de
troparios dándoles su ritmo y su melodía. Esta colección de heirmoi se remonta a la época en que
se dejó de cantar la totalidad de los cánones y se comenzó a leer simplemente la mayor parte de
los troparios, cantando únicamente el heirmos de cada Oda.

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Panfleto Misionero #
Copyright (c) 1999 y Publicado por la Iglesia
Ortodoxa Rusa de la Santa Protección
2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068
Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

(templo_structura.doc, 10-23-99).

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