Vita brevis: La carta de Floria Emilia a Aurelio Agustín
3.5/5
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About this ebook
Se sabe, aunque la Iglesia siempre ha pasado de puntillas sobre este hecho, que san Agustín, más tarde padre de la Iglesia latina, que vivió en el norte de África hace mil seiscientos años, tuvo en su juventud una amante que le dio un hijo al que amó con predilección. Vita brevis. La carta de Floria Aemilia a Aurelio Agustín es la carta manuscrita que supuestamente Floria Aemilia, su amante, le escribió al hilo de la lectura de sus Confesiones. En ella, con ironía y sarcasmo, critica a Agustín por haber abandonado el verdadero y auténtico amor humano para entregarse a uno divino, del que poco se sabe.
Gaarder quería darle voz y nombre a esta mujer real relegada por la historia, de la que solo sabemos por una breve mención en las Confesiones que Agustín de Hipona la echó de su casa tras muchos años de convivencia.
El resultado es una reflexión oculta tras una carta ficticia —un formato al que Gaarder ha recurrido en varias ocasiones— sobre los amores profundos pero imposibles.
Jostein Gaarder
Jostein Gaarder (Oslo, 1952) fue profesor de Filosofía y de Historia de las Ideas en un instituto de Bergen durante diez años. En 1986 empezó a publicar libros, y en 1990 recibió el Premio de la Crítica y el Premio literario del Ministerio de Cultura noruegos por su novela El misterio del solitario (Siruela, 1995). Pero fue El mundo de Sofía (Siruela, 1994) la obra que se convirtió en un auténtico best-seller mundial e hizo de su autor una celebridad internacional. Gaarder creó la Fundación Sofía, cuyo premio anual dotó económicamente a la mejor labor innovadora a favor del medioambiente y el desarrollo.
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Reviews for Vita brevis
167 ratings2 reviews
- Rating: 3 out of 5 stars3/5A fictional, philosophical letter from Saint Augustine's former lover, Flora Aemilia. The book is also known as 'Vita Brevis' which I like better than 'That Same Flower.' (Also the cover design here, with a tiny tiny picture of Augustine popping out of a naked woman's side is a bit silly).I read this a long time ago. I found it compelling except for the shakey framing device of the author 'discovering' the text of Flora Aemilia's letter to Augustine. I think it might have worked better without it.
- Rating: 2 out of 5 stars2/5Considering the many classical allusions in this work, it is fitting that the conceit — of assuming a female persona writing to her lover — should come from classical literature (Ovid's Heroides). That the conceit as used in Gaarder's book was so effective is clear from the number of readers who entertain the idea that the letter is genuine.This is a short work, so it obviously can't be expected to reach the same scope as Sophie's World or the Solitaire Mystery, but even so, it lacks the philosophical acumen of the former and the sheer creativity of the latter. I can give you the thrust of the letter in one sentence: life is short, so you should enjoy it while you can. Aside from perhaps a few choice moments, I don't think you'll get much more out of this book than out of that sentence. You're welcome to try, but then perhaps life is too short?
Book preview
Vita brevis - Jostein Gaarder
Índice
Cubierta
REFERENCIAS BIOGRÁFICAS SOBRE SAN AGUSTÍN
I FLORIA EMILIA SALUDA A AURELIO AGUSTÍN, OBISPO DE HIPONA.
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
Notas
Créditos
Cuando en la primavera de 1995 visité la Feria del Libro de Buenos Aires, alguien me recomendó que dedicara una mañana al famoso mercado de San Telmo. Tras unas intensas horas recorriendo los puestos, encontré refugio en una pequeña librería de viejo. Entre una modesta selección de manuscritos antiguos, mi mirada se detuvo en una caja roja que tenía una etiqueta con la inscripción «Codex Floriae». Algo despertó mi interés y la abrí cuidadosamente. En ella descubrí un montoncito de hojas manuscritas que parecían antiguas, muy antiguas; no tardé en comprobar que el texto estaba en latín.
En una línea aparte se leía un saludo inicial escrito en mayúsculas: «Floria Æmilia Aurelio Augustino Episcopo Hipponensis Salutem». Floria Emilia saluda a Aurelio Agustín, obispo de Hipona... Tenía que tratarse de una carta. ¿Sería realmente una carta dirigida a ese teólogo y padre de la Iglesia nacido a mediados del siglo IV y que pasó la mayor parte de su vida en el Norte de África? ¿Y se la enviaba una mujer llamada Floria?
Yo conocía bien la biografía de Agustín. Ningún otro personaje muestra con tanta claridad el dramático cambio cultural que tuvo lugar durante la transición entre la antigua cultura grecorromana y la cultura cristiana, que caracterizaría a Europa hasta nuestros días. La mejor fuente para conocer la vida de Agustín es, qué duda cabe, el propio Agustín. A través de sus Confesiones (escritas hacia el año 400) proporciona una visión única del agitado siglo IV así como de sus propios conflictos espirituales, relacionados con la fe y con la duda. Tal vez sea Agustín el individuo anterior al Renacimiento que más cercano nos resulta.
¿Qué mujer podía haberle escrito una carta tan larga? En la caja había al menos 70 u 80 hojas. Yo jamás había oído hablar de tal escrito.
Intenté traducir una frase más: «Me resulta curioso el saludarte con estos términos. Hace tiempo habría escrito sencillamente a mi pequeño y divertido Aurelio
». No estaba muy seguro de la traducción, pero al menos pude entender que se trataba de una carta de carácter muy personal.
De repente se me ocurrió una idea. ¿Podría ese escrito proceder de la que, durante muchos años, fue concubina de Agustín; es decir, de la mujer a la que, como él mismo escribe, se vio forzado a rechazar por haber elegido el celibato y la privación de todo amor sensual? Sentí un escalofrío, porque sabía muy bien que la tradición agustiniana lo único que conoce de esa desafortunada mujer, o de su larga convivencia con Agustín, es lo que él mismo escribe en sus Confesiones.
Al instante, tenía al librero a mi lado señalando la caja. Yo seguía petrificado por lo que creía haber descubierto.
–Muy interesante –me dijo en inglés.
–Sí, eso espero.
Me habían hecho ya algunas entrevistas para prensa y televisión, en relación con la Feria del Libro, y él me había reconocido:
–El mundo de Sofía, ¿cierto?
Afirmé con la cabeza; él se inclinó sobre la caja, la cerró y la colocó cuidadosamente sobre un pequeño montón de manuscritos, como dando a entender que no estaba muy interesado en vender éste. Tal vez se mostraba especialmente receloso al saber quién era yo.
–¿Se trata de una carta a san Agustín? –le pregunté.
Su sonrisa me resultó algo inquietante.
–¿Cree usted que es auténtica?
–No es algo imposible –contestó–. Sólo lleva en mis manos unas cuantas horas, pero, si supiera con seguridad que este escrito es en realidad lo que aparenta ser, no lo tendría aquí.
–¿Cómo lo consiguió?
Se echó a reír:
–No llevaría tanto tiempo en este negocio si no hubiera aprendido a proteger a mis clientes.
Empezó a apoderarse de mí una gran curiosidad, así que le pregunté:
–¿Cuánto pide por él?
–Quince mil pesos.
Me pareció una exageración pedir tanto dinero por un manuscrito que, aunque parecía ser una carta de la concubina de Agustín, quizá tuviera sólo unos cientos de años, pues en el mejor de los casos podría tratarse de una copia de una hasta ahora desconocida carta al padre de la Iglesia, o quizá de una copia de una copia aún más antigua. Aunque también podría haber sido escrita en algún convento latinoamericano hacia el siglo XVI o finales del XVII. Aun así, era algo que merecía la pena llevarse a Europa. Creo haber oído decir que en determinados ambientes conventuales se escribían de vez en cuando este tipo de cartas apócrifas escritas por santos o dirigidas a ellos.
Se disponía a cerrar la tienda, así que le di mi Visa.
–Doce mil pesos –dije.
Le ofrecía casi cien mil coronas por algo que tal vez no tuviera ningún valor como antigüedad, pero yo sentía una gran curiosidad por el manuscrito. Ya cuando hace muchos años leí las Confesiones de Agustín, había intentado ponerme en la situación de esta concubina. La visión que tenía Agustín del amor entre hombre y mujer me dejó unas profundísimas huellas. El librero, que había aceptado la oferta, dijo:
–Creo que lo mejor que podemos hacer es considerar esta compra-venta como una especie de riesgo compartido.
Puse cara de asombro porque no entendía lo que quería decir, y se apresuró a explicármelo:
–O estoy haciendo un negocio estupendo, o el de usted es mejor.
Aceptó la tarjeta de crédito y dijo con semblante sombrío:
–Ni siquiera he tenido tiempo de leer el manuscrito. Dentro de unos días, o se hubiera disparado de precio, o yo mismo hubiera tirado esta caja roja a esa cesta que ve usted ahí.
Miré la cesta que me señalaba, estaba llena de viejos libros de bolsillo. En un cartel se podía leer: «2