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Egipto

Aunque el cansado verde


te imponga la emoción de haber, al fin, llegado,
no ves el delta desde la ventanilla del avión.
Es, todavía, un mapa. Es una fotografía,
más o menos nítida, en un libro caro.
Y cuando en el aeropuerto
ni el ruido brutal, ni la pesadez del sol,
ni la igualdad de todos los rostros
te disuadan de volver a uno y otro lado
la cabeza en busca de las pirámides,
tampoco estarás allí,
sino en el living de tu casa,
sentado frente al televisor,
esperando que terminen las tandas
y el programa comience.
Se queman los ojos pero no se vuelven astros
Se gasta la lámpara
sobre fórmulas y ecuaciones
cuando ya es la madrugada
y los chicos, borrachos, vuelven a los gritos
pateando tachos de basura.
El estudio te ha dado la noticia
de la regularidad falsa de las cosas
y la sospecha de reconocer, en el cielo de mañana,
un mapa de ruta, un diagnóstico de vida
más allá de nosotros,
una historia de lo que vendrá.
Pero cuando uno de los vagos
se hace el que canta Las estrellas, celosas,
nos mirarán pasar,
vos, nene, tenés que admitir
que a la hora de comprender el mundo
no es mejor tu afán
que el de ése.

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