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María García de Fleury

UN VENEZOLANO EJEMPLAR,
JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

Universidad Nueva Esparta


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INDICE

PROLOGO

INTRODUCCION

PRIMERA PARTE: JOSE GREGORIO EL HOMBRE

CAPITULO 1:- LA FAMILIA


CAPITULO 2 .- EL JOVEN ESTUDIOSO
CAPITULO 3 .- EL MEDICO
CAPITULO 4.-EL PROFESOR
CAPITULO 5.- EL ESCRITOR
CAPITULO 6.- EL POLITICO
CAPITULO 7.- EL RELIGIOSO

SEGUNDA PARTE: JOSE GREGORIO EL SENTIDO DE LA VIDA Y LA MORAL

CAPITULO 8.- SU VISION DEL SER HUMANO


CAPITULO 9.- SU ACTITUD FRENTE A LA VIDA
CAPITULO 10.- EL HOMBRE VIRTUOSO
CAPITULO 11.- EL SANTO

TERCERA PARTE: RECONOCIMIENTOS A JOSE GREGORIO HERNANDEZ

CAPITULO 12.- EL FINAL DE LA VIDA DE JOSE GREGORIO


CAPITULO 13.- HOMENAJES

CUARTA PARTE CONCLUSION

BIBLIOGRAFIA

PROLOGO
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INTRODUCCION

“El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan darle a las


generaciones futuras razones para vivir y razones para esperar”.
(Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 31)

El proceso de globalización caracteriza el horizonte del siglo XXI. Es un fenómeno


complejo en sus dinámicas. Tiene efectos positivos, como la posibilidad de encuentro entre
pueblos y culturas, pero también aspectos negativos, que corren el riesgo de producir
desigualdades, injusticias y marginaciones.
Esta globalización rápida y compleja se refleja también en las instituciones educativas, las
cuales corren el peligro de ser instrumentalizadas por las exigencias de las estructuras productivo-
económicas, o por prejuicios ideológicos y cálculos políticos que ofuscan su función educadora.
Esta situación pide a la escuela y a la universidad, reafirmar con fuerza su papel específico de
estímulo para la reflexión, el análisis crítico y el compromiso a promover la dignidad de la
persona humana, a través de una educación integral, del aprendizaje de un diálogo vital entre
personas de culturas, religiones y ámbitos sociales diferentes.
El creciente desarrollo y la difusión de las nuevas tecnologías ponen a disposición medios e
instrumentos inimaginables hasta hace unos pocos años; al tiempo que plantean interrogantes
acerca del futuro del desarrollo humano. La amplitud y profundidad de las innovaciones
tecnológicas chocan con los procesos del acceso al saber, de la socialización, de la relación con la
naturaleza; y prefiguran cambios radicales, no siempre positivos, en amplios sectores de la vida de
la humanidad. Es esencial preguntarse acerca del impacto que tales tecnologías provocan en las
personas, en las modalidades del proceso educativo, en las comunicaciones y en el porvenir de la
sociedad.
Frente a tales cambios y a las complejas situaciones culturales del comienzo del siglo XXI,
la escuela y la universidad tienen un papel significativo para la formación de la personalidad de las
nuevas generaciones. Usar responsablemente las nuevas tecnologías, en especial la de Internet,
exige una adecuada formación ética de manera que esas tecnologías se utilicen con discernimiento
y sensatez para el bien de todos.
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Los educadores están frente a la responsabilidad de vivir el presente como un tiempo donde
los principios y valores son aspectos resaltantes del clamor universal para el desarrollo de
sociedades más humanas, solidarias, con mayor desarrollo y paz. Esta tarea exige la valentía del
testimonio y la paciencia del diálogo. A la vez, es un deber ante las tendencias culturales que
amenazan la dignidad de la vida humana, especialmente en los momentos cruciales de su
comienzo y su conclusión, la armonía de la creación, la existencia de los pueblos y la paz.
Se puede medir cuan auténtica o no es una cultura, cuál es el valor del ethos que lleva
consigo, o sea, la solidez de su orientación moral, por su razón de ser en favor del ser humano, por
la promoción de su dignidad a cualquier nivel y en cualquier contexto que lleva indefectiblemente
al desarrollo y al bien común
En la actualidad, la educación confronta una serie de retos sociales tales como las amenazas
a la vida y la familia, las manipulaciones genéticas, la creciente contaminación ambiental, el
saqueo de los recursos naturales, el drama no resuelto del subdesarrollo y de la pobreza que
afectan a poblaciones enteras del mundo. Son cuestiones vitales para todos, necesarias de afrontar
con una visión amplia y responsable, promoviendo una concepción de vida respetuosa de la
dignidad del ser humano y de la creación. Eso significa formar personas capaces de dominar y
transformar procesos e instrumentos en sentido humanitario y solidario.
Ello implica la misión de los educadores de llevar al aula de clase el discernimiento y la
formación en el sentido moral y crítico, como aspectos fundamentales y necesarios del proceso
educativo. Si esto lo unen a la experiencia de la relación con Dios, apuntarán hacia lo esencial
del ser humano, despertarán la exigencia de encuentros auténticos, renovarán la capacidad de
asombro, harán comprender la necesidad de ocuparse del otro, a quien se le descubre como
hermano.
La necesidad de la mediación cultural de la fe religiosa es una invitación para los
educadores, los docentes y profesores universitarios a ponderar el significado de su presencia en el
aula. Las nuevas situaciones en que trabajan, en ambientes a menudo secularizados y en número
mermado en las comunidades educativas, requieren expresar claramente su aportación específica
en colaboración con otras vocaciones presentes en la escuela. Se vive un tiempo donde es preciso
elaborar respuestas a las preguntas fundamentales de las jóvenes generaciones y presentar una
clara propuesta cultural que explicite el tipo de persona y sociedad a las que se quiere educar, y la
referencia a la visión antropológica inspirada en los valores auténticos, en diálogo respetuoso y
constructivo con las distintas concepciones de la vida.
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El tercer milenio clama por que se considere la prioridad de la persona y su interrelación con
la sociedad; la búsqueda de la verdad; la síntesis entre ciencia, cultura, fe y vida y la propuesta
eficaz de una visión del ser humano respecto al proyecto de Dios. La escuela y la universidad
deben preguntarse acerca de cuáles son las orientaciones éticas fundamentales, los principios y
valores que caracterizan la experiencia cultural de una determinada comunidad.
El autor de la cultura es el ser humano, quién a pesar de tener tendencias al mal, incluso
cuando hace creer a los demás que posee una libertad sin límites, tiene necesidad de purificación y
salvación.
Resulta evidente que los docentes, maestros, profesores… desempeñan una misión social de
importancia vital en cuanto que, al educar, colaboran en la creación de nuevas y mejores
sociedades. Esta misión exige compromiso de santidad, generosidad y cualificada profesionalidad
educativa para que la verdad ilumine el crecimiento de las jóvenes generaciones y de toda la
humanidad.
Al comienzo del nuevo milenio, en el contexto de profundos cambios que embisten al
mundo educativo y escolar, la Universidad Nueva Esparta desea dar un aporte al respecto a través
de la vida de un venezolano ejemplar, José Gregorio Hernández.
El filósofo y poeta Ralph Waldo Emerson decía: “Toda la historia universal se concreta en la
biografía de unas pocas personalidades notables.”
Centrándonos en Venezuela podemos decir que la histora de este país se concreta en la
biografía de algunas personalidades entre las cuales está José Gregorio Hernández, cuya imagen
está presente en la conciencia colectiva y que ahora, a través de este libro, queremos presentar
como arquetipo real y concreto presente en el alma de los venezolanos de forma imperiosa,
imposible de ocultar o minimizar. Un hombre que se destacó como profesional de la medicina,
como educador y sobretodo como un ícono de la espiritualidad católica, un hombre, un santo que
supo conocer el sentido de su vida y vivir de acuerdo a los principios y valores de su catolicismo.
Un hombre que, con la óptica del Evangelio le permitó situar a los jóvenes y las jóvenes de forma
crítica frente a las preguntas acerca de quién soy, para qué estoy en la vida, así como frente a los
problemas del consumismo, el hedonismo, infiltrados en la cultura y el modo de vivir.
José Gregorio Hernández es un símbolo de influjo bienhechor. Un hombre producto de su
época, quien se apoyó en la fe católica, en el conocimiento y en las ideas de sus predecesores, las
incrementó y utilizó para el bien de todos, para obtener grandes logros
Su vida se puede sintetizar como la de una persona que no se dio por satisfecho con seguir
acarreando pacientemente la carga del pasado, de ser una simple reproducción del medio ni de ser
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un número dentro de la masa anónima, sino que trató afanosamente de conquistar su propia
libertad, de descubrir y vivir el sentido de su propia vida, de perfeccionarse como ser humano en
la entrega al servicio de los demás. Esto lo hizo capaz de ejercer una gran influencia sobre el
entorno en que vivió y de imprimir en el ambiente venezolano una parte de su propio yo que
perdura a través de los años después de su muerte.
Vivimos un tiempo cargado de retos y nuevas posibilidades. Ello debe estimular a los
educadores, comprometidos con la misión educativa, a invertir no sólo en conocimientos
académicos y científicos sino en la formación integral de los alumnos. Esta formación integral
está llamada a dar razón de la esperanza que la anima.
En estos tiempos de desorientación cultural y de renovación para el sistema educativo, es
necesario resaltar el verdadero concepto de lo que es enseñar y educar. No hacerlo es correr el
riesgo de frustrar la inextinguible necesidad de verdad del corazón humano.
La UNIVERSIDAD NUEVA ESPARTA, en su empeño de brindarle una formación integral
a sus alumnos, quiere aprovechar la ocasión de la celebración de sus quince años de fundada, de
los cincuenta años de las Instituciones Nueva Esparta y de los ciento cuarenta años del natalicio de
José Gregorio Hernández, para reflexionar sobre el significado de la educación y la labor del
educador, a través de la vida y personalidad de este notable venezolano.
Este trabajo es producto de la investigación realizada por alumnos y profesores de esta Casa
de Estudios a través de la cátedra de “Principios, Historia y Crítica de las Religiones” dirigida por
María García de Fleury.

Caracas, Septiembre 2004


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PRIMERA PARTE.
JOSE GREGORIO EL HOMBRE

CAPITULO 1: LA FAMILIA

En Isnotú, pequeño pueblo del estado Trujillo, Venezuela, dedicado a la agricultura y a


cortar madera, Dios se hizo presente de una forma especial en el seno de la familia de Benigno
Hernández y Josefa Cisneros de Hernández, con el providencial nacimiento de su primogénito
José Gregorio el 26 de octubre de 1864. Ni sus padres y menos sus vecinos sospechaban el destino
que Dios tenía reservado para este niño.
José Gregorio fue bautizado en la Iglesia Católica del Santísimo Nombre de Jesús de
Escuque, el 30 de enero de 1865 por el Presbítero Sinforiano Briceño y sus padrinos personas muy
cristianas, Don Tomás Lobo y Doña Perpetua Enriquez. El Sacramento de la Confirmación lo
recibió de manos del Obispo de Mérida Monseñor Juan Hilario Boset, en diciembre de 1867. Su
padrino fue el Presbítero Francisco de Paula Moreno.
Creció en un hogar de profunda piedad cristiana, con una larga genealogía. Por línea
materna, descendía de españoles y estaba emparentado con el cardenal Francisco Jimenez de
Cisneros, quien había sido confesor de la reina Isabel La Católica, fundador de la Universidad de
Alcalá y gran impulsor de la cultura de su época. Por línea paterna, del linaje de su tío bisabuelo,
era pariente de Francisco Luis Febres Cordero Muñoz, eminente educador, escritor, miembro de la
Academia Ecuatoriana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia de la Lengua
Española.
En la familia Hernández Cisneros, colmada de amor y de piedad de Dios, los hermanos José
Gregorio, Isolina del Carmen, Sofía, Benjamín, César y Josefa Antonia, recibieron sus primeras
enseñanzas de catecismo, desarrollaron la devoción a Dios y a la Virgen, conocieron la historia
sagrada, aprendieron a leer, asi como los principios básicos de las matemáticas. A falta de
sacerdote, y de escuelas públicas, su mamá los ponía al corriente de lo que todo niño a esa edad
necesita saber para comprender mejor el mundo que lo rodea.
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Su padre y su madre se esforzaron en enseñarles las tres cosas básicas que toda persona que
desea triunfar en la vida debe vivir: 1.-evitar el mal, 2.- practicar el bien y 3.-buscar perfeccionarse
cada vez más. Es decir, su hogar fue su escuela básica de formación.
Josefa Antonia de Hernández fue en Isnotú un ejemplo de mujer pues además de cumplir
con su tarea de esposa y de madre de seis hijos (el mayor murió pocos meses después de haber
nacido) asistía regularmente a la Iglesia, se dedicaba con esmero y amor a ayudar a los necesitados
en especial a los enfermos, los huérfanos y los pobres. De aquí procede ese pensamiento que
tantas veces se le oyó a José Gregorio repetir sobretodo cuando hablaba con madres de familia:
“Una madre es la que más influjo tiene sobre sus hijos. Los consejos y el cariño que les transmite
desde niños son asimilados como la leche de sus pechos. Podrán los hijos sufrir avatares en la
vida. Por muy pervertido que uno haya llegado a ser, en un momento determinado recuerda la
memoria de su madre, sus enseñanzas y torna nuevamente al buen camino.”
Su madre murió cuando José Gregorio tenía apenas ocho años. Le tocó a su padre mantener
la unión familiar.
La experiencia dolorosa de la muerte de su madre puso fin a su infancia quien le dejó como
legado, una gran ternura que siempre recordaría, una enseñanza religiosa coherente sin fisuras que
lo acercó a Dios a través de las oraciones y las nociones del catecismo y una fe naciente que se
arraigó tanto en la práctica de los sacramentos y cumplimiento de los ritos y celebraciones, así
como en el ejercicio de la caridad. Más tarde él mismo diría: Mi madre que me amaba, desde la
cuna me enseñó la virtud, me crió en la ciencia de Dios y me puso por guía a la santa caridad.
A lo largo de toda su vida, José Gregorio siempre tuvo fresco el recuerdo de su madre como
mujer amable, valiente y decidida, cariñosa y simpática, más amable por madre que por mujer.
Después de la muerte de su madre el 29 de agosto de 1872 fue matriculado en la única
escuela privada que existía en el lugar. Leía y escribía mucho. Se dedicó a estudiar pues sabía que
el estudio es el medio para crecer como ser humano.
Un tiempo después su padre volvió a casarse con doña doña Hercilia Escalona, a quien José
Gregorio apoyó, ayudó y respetó. De este matrimonio, adquirió nuevos hermanos: María Avelina
del Carmen, Pedro Luis, José Benigno, Angela, Hercilia y Cira María.
Se puede decir que José Gregorio era un niño de espíritu curioso, despierto, pesador,
ordenado. Su corazón siempre despierto al bien, obediente, compasivo y generoso. De su padre
heredó la constancia y el tesón, así como la nobleza que obliga a reconocer en cada persona todo
lo que es y tiene, sin envidias ni recelos.
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Don Benigno era un hombre seco, pero cabal en sus juicos acerca del prójimo. No hablaba
mal de nadie y trabajaba sin descanso para alimentar a los suyos.
Para José Gregorio fue un duro golpe la muerte de su hermano José Benjamín. De allí en
adelante su vida se hizo más seria al contacto con los grandes sufrimientos y decepciones que le
tocó vivir. La muerte de su padre, así como la de su hermana Josefina, fueron otra de las pruebas
muy dolorosas de su vida familiar. A partir de entonces, quedó como jefe de la numerosa familia
de sus hermanos, hijos de su madre, y de la nueva esposa de su padre con sus nuevos hermanos.
Reflejando el concepto de la importancia de la unión familiar, a lo largo del tiempo se fue
llevando a Caracas a todos sus hermanos para vivir con él. Invitó también a una tía paterna a quien
llamaba “Mana Luisa”, mujer virtuosa, desinteresada y amable que actuó como madre del hogar
de los hermanos Hernández. Trasladó también a su madrastra y a sus otros hermanos. Para todos
se convirtió en el padre y consejero.
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CAPITULO 2 .- EL JOVEN ESTUDIOSO

Su maestro, Pedro Celestino Sánchez, fue el responsable de modelar gran parte de la mente
del niño José Gregorio y fue quien vió en él un joven que había nacido para las ciencias y las
letras. Pedro Celestino Sánchez agotó rápidamente su repertorio pedagógico y viendo en él un
gran entusiasmo y afán por continuar sus estudios, habló con su padre.
Con poco más de trece años, Don Benigno accedió a que José Gregorio continuara estudios
en Caracas y fue puesto al cuidado de los señores generales Jesús Romero y Francisco Vázquez,
diputados del Congreso. Con sus recomendaciones llegó en calidad de interno al colegio
“Villegas” bajo la tutela del Dr. Guillermo Tel Villegas. Entre sus pertenencias llevaba una
estampa de la Virgen del Rosario patrona de Isnotú, a quien con mucho fervor le rezó durante toda
su vida.
En el colegio Villegas fue modelándose en los conocimientos de ciencia y filosofía. Poco a
poco todos sus maestros notaron las cualidades extraordinarias del joven. Se hizo amigo de doña
Pepita Perozo de Villegas, quien sentía un gran afecto por él y veía como el joven José Gregorio,
viviendo tan cercano a muchos atractivos mundanos, luchaba por resistirlos y se mantenía recto
tanto en sus enseñanzas católicas como en las virtudes recibidas de su madre, haciendo gala del
dominio de si mismo, de la austeridad y la dedicación al estudio. Todo esto lo llevó a ser elogiado
por sus profesores y compañeros en repetidas ocasiones y a ser el ganador, durante tres años
seguidos, de la medalla de aplicación y conducta.
José Gregorio ponía gran empeño en sus estudios en el Colegio Villegas, pues era consciente
de los esfuerzos de su padre para mantenerlo en Caracas.
Estando en primer año de Filosofía, lo nombraron encargado de la cátedra de Aritmética,
cargo que desempeñó muy bien en opinión de todos . Al poco tiempo se graduó de Bachiller y en
1882 ingresó en la Universidad Central de Venezuela a estudiar Ciencias Médicas tal como le
había prometido a su papá. En realidad, José Gregorio se sentía muy atraído por el Derecho pues
quería, a través de las leyes, defender a los demás y abogar por los más pobres pero su padre le
pidió que estudiara Medicina de manera de poder regresar a Isnotú y trabajar en el campo de la
salud, un campo tan necesario para la gente del lugar y con escaso personal bien preparado.
Durante sus dos primeros años en la Universidad Central de Venezuela, continuó viviendo
en el Colegio Villegas, donde para ayudarse trabajaba como inspector. Hacia 1884 su padre
mandó a dos de sus hermanos, César y Benjamín, a estudiar comercio. Por ello se mudó del
Colegio Villegas y los tres hermanos pasaron a vivir juntos en la casa número tres de las esquinas
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de Madrices a Ibarra propiedad de los esposos Puyol-Patri.
Destacando su gusto por la música, José Gregorio se compró un armonio y recibió clases de
piano. En casa de su compañero Santos Aníbal Dominici compartían grandes tenidas de piano. La
situación económica lo apretó en muchas oportunidades por lo que, junto con sus estudios de
medicina, se vió en la necesidad de dar clases particulares para ayudarse a si mismo y a sus
hermanos. Llegó hasta a aprender de un amigo sastre a hacer ropa masculina y se hizo sus propios
trajes.
Eran tiempos históricamente de grandes retos. Políticamente, entre 1881 y 1892, se estaba
viviendo el segundo gobierno de Guzmán Blanco, quien había aprobado por las Cámaras una
Constitución, copiada de la de Suiza, que reducía el número de Estados a nueve y fijaba en dos
años el período presidencial. Le siguieron los gobiernos de Joaquín Crespo, el tercer gobierno de
Guzmán Blanco, el de Juan Pablo Rojas Paúl y el de Andueza Palacios, todos los cuales dirigieron
al país en una era de paz y tranquilidad por espacio de dos años cada uno.
Para José Gregorio, a nivel personal fue un tiempo de retos. En los primeros días de
Universidad, tuvo que soportar burlas por su forma de ser. Era el tiempo en que los estudiantes,
por moda intelectual, influenciados por el enciclopedismo francés, se rebelaban contra la Religión,
en nombre de la Ciencia, se hacían libertinos en sus costumbres y descreídos en las ideas
religiosas considerándolas como un atraso en los pueblos modernos y civilizados. Sólo la recia
educación en valores y virtudes cristianas que había recibido y profundizado José Gregorio, lo
ayudaron a perseverar en sus principios. Su cercanía a la Misa y la Comunión frecuente le
ayudaban a alcanzar paz y tranquilidad. Más tarde sus compañeros llegaron a respetarlo y no se
atrevían a burlarse de él, ni pronunicar palabras indebidas frente a él. Su personalidad y firmeza le
hizo obtener las más altas calificaciones e hizo que todos aplaudieran sus progresos.
A mediados del tercer año de medicina, José Gregorio cayó gravemente enfermo producto
de la fiebre tifoidea. Eso lo mantuvo alrededor de un mes en cama. En algunos momentos se
temió por su vida. Su tiempo enfermo lo soportó con la mayor serenidad y humildad. Nunca se
quejó de las molestias ni de los tratamientos médicos. Como conocía al Padre Juan Bautista
Castro, lo mandó a llamar para que lo atendiera espiritualmente. Al ver su estado de salud, el
Padre Castro le sugirió imponerle el Sacramento de la Unción de los Enfermos. José Gregorio
aceptó pues decía que deseaba hacer en todo momento la voluntad de Dios.
Aprendió de su enfermedad y convalecencia lo importante de tener gente querida alrededor
cuando uno se siente mal, aprendió a ver el sufrimiento con nuevos ojos de fe, a descubrir que el
alma tiene capacidad para elevarse por encima de lo material y del dolor. Comprobó que hay una
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existencia del alma más allá de la muerte, que permite tener esperanza en un futuro mejor cuando,
después de morir, resucitemos a la vida plena en Cristo, siempre y cuando hayamos cumplido con
la misión encomendada por Dios aquí en la tierra. Por eso fue capaz de escribir: “Las
enfermedades son la verdadera prueba, en la cual se demuestra claramente nuestra nada...y
ahora me entrego con más resignación a la voluntad de Dios”.
Al ser dado de alta se sentía con mayores bríos y alentado por tantas personas que cuidaron
de él, se puso al día en sus estudios con mucha dedicación y puntualidad. No sólo volvió a su vida
de estudiante, sino también a la de los amigos y de la alegría juvenil disfrutando del baile, la
música y las recreaciones sanas como forma de descansar y recuperar las energías para seguir
cumpliendo con sus responsabilidades.
Los textos de la facultad de medicina le parecieron insuficientes y atrasados y pidió a
Francia las obras más completas y recientes en materia médica. Su interés intelectual no era sólo la
ciencia sino todo aquello que fuera interesante estuviera en español, inglés o francés. Así leía y
estudiaba con avidez libros de poesía, arte, literatura, filosofía, historia ... conocimientos que le
fueron siempre muy útiles en su vida profesional.
Sus compañeros reconocían sus virtudes de íntegra honestidad, espíritu de mortificación, de
servicio y rectitud de conciencia. Su vida era un ejemplo para sus compañeros universitarios.
Estaba convencido de que: ”En el hombre el deber ser es la razón del derecho, de manera que el
hombre tiene deberes, antes de tener derechos”.
Siempre que no interrumpiera con sus estudios, José Gregorio asistía a las retretas de los
Domingos en la tarde en la Plaza Bolivar. Con sus amigos compartía pasatiempos. Le gustaba
reunirlos, tocar piano y cantar.
En sus años de universitario José Gregorio fortaleció su caracter cristano devoto con una
gran disciplina interior combinada con una caridad para con los demás cada vez mayor.
Tenía veintitrés años cuando culminó brillantemente sus estudios universitarios. Presentó su
examen de grado, que fue memorable pues no fue examinando sino orador a voluntad en cada una
de las preguntas que se le formulaban.
El 29 de Junio de 1888 obtuvo el título de Doctor en Medicina con calificación de
“sobresaliente” en medio del reconocimiento y cariño de sus profesores, compañeros y amigos.
Tenía apenas veintitrés años. Su amigo Santos Dominici se lo celebró con una fiesta bailable llena
de alegría.
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CAPITULO 3 .- EL MEDICO

Tal como se lo había prometido a su padre, con el título de médico en la mano se dispuso a
regresar a su tierra natal para cuidar de los más necesitados, a pesar de que en Caracas le
ofrecieron varios empleos muy buenos, entre ellos el Dr. Dominici le ofreció ayudarlo
económicamente para que montara un consultorio. Agradecido le escribió una carta que aun se
conserva y que decía: “Cómo le agradezco su gesto, Dr. Dominici. Pero debo decirle que mi
puesto no está aquí. Debo marcharme a mi pueblo. En Isnotú no hay médicos y mi puesto está
allí, allí donde un día mi padre y mi madre me pidieron que regresara para que aliviara los
dolores de la gente humilde de nuestra tierra. Ahora que soy médico me doy cuenta que mi puesto
está allí, entre los míos.”
En el mes y medio mientras arreglaba todo lo del viaje José Gregorio alquiló una
habitación en la Pastora que le servía de dormitorio y consultorio médico provisional. Su fama
crecía y su clientela cada día era mayor. A la hora de que los demás lo necesitaban su caridad no
conocía límites y se entregaba a todos llegando inclusive hasta a repartir su propia comida. Decía:
“La santa caridad llena el alma de los más excelsos sentimientos y genera acciones grandiosas
que inmortalizan al hombre.”
Una vez en Isnotú se dedicó a curar a los enfermos pero se encontró con una población
llena de tabúes y que en ocasiones desconfiaban de la ciencia moderna. Viajó por los pueblos
cercanos y se mantuvo en contacto por carta con sus amistades de Caracas. Les escribía
contándoles lo difícil que era curar a la gente porque había que luchar con las preocupaciones e
ideas tan arraigadas como por ejemplo la creencia en las gallinas y vacas negras, en remedios que
se hacen acompañados de palabras misteriosas. Contaba acerca del mal estado en que estaba la
botica y que el boticario era un aficionado a la farmacia y a la medicina.
En ese tiempo, el entonces Presidente de la República Dr. Juan Pablo Rojas Paúl decretó la
creación del Hospital Vargas de Caracas dando el primer paso para la modernización de la
Medicina en el país y rindiéndole homenaje al Dr. José María Vargas ilustre sabio médico,
reformador de los estudios de medicina y ex-presidente de la República. El Presidente Rojas Paúl
se comprometía a “darle asilo generoso al desvalido y fecundo campo de estudio y observación
para la ciencia”. Por ello resolvió: “Por cuenta del Gobierno Nacional se trasladará a la ciudad de
París, un joven médico de nacionalidad venezolana, graduado de Doctor en la Universidad
Central, de buena conducta y de aptitudes reconocidas, con el fin de que curse allí, teórica y
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prácticamente las especialidades de Microbiología, Bacteriología, Histología Normal y Patología
Fisiológica y Experimental”.
La elección recayó sobre José Gregorio Hernández a quien le enviaron de inmediato una
comunicación a Isnotú fechada 31 de julio de 1889. José Gregorio aceptó la invitación, regresó a
Caracas y salió rumbo a Francia para establecerse en Paris donde estudió, trabajó e investigó en
los laboratorios de bacteriología del célebre Dr. Strauss. Una de sus investigaciónes consistió en
un trabajo original sobre vacunas químicas.
Al mismo tiempo trabajaba en los hospitales franceses mejorando sus conocimientos a
través del contacto directo con los médicos clínicos. Profundizó la Fisiología en el laboratorio del
Dr. Charles Richet y la Histología en el laboratorio del Dr. Mathias Duval. Recibió una medalla
por su destacada labor en la Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de París.
Buscando siempre el equilibrio entre el estudio, el trabajo y el descanso, se compró un
violín, el cual tocaba con entusiasmo.
Al finalizar sus estudios fue premiado con una medalla especial por haber sido el mejor
alumno en su especialidad. Agradecido contestó: “Al recibir esta medalla, que las sabias manos
de mi querido profesor el Dr. Strauss ha prendido en mi pecho, juro en nombre de este sagrado
templo del saber, donde tantas luces y conocimientos he atesorado, aplicarlos para el bien de la
humanidad y en beneficio de nuestros semejantes.”
Se destacó por su integridad en los estudios y el correcto aprovechamiento del tiempo para
el cual fue encomendado por su Patria.
Con un profundo respeto por su religión, que en muchos casos tuvo que defender, sostenía
que la ciencia lo acercaba a Dios pues a medida que profundizaba en ella, comprendía lo
maravilloso de la creación de Dios. Su práctica piadosa y profundo apego a la oración a través de
la cual daba gracias a Dios por la creación y la ciencia fue un hecho que notaron y destacaron sus
maestros europeos.
A los estudiantes venezolanos que residían en París, les llamaba la atención que José
gregorio, siendo amigo de todos y muy deferente con ellos nunca participaba de sus parrandas.
Unicamente se reunía con ellos fuera de los hospitales, en las clases y en los días de festejo
nacional para Venezuela. Es simpático mencionar que entre las petenencias de José Gregorio se
encontró un papel donde había escrita una invitación para celebrar el 5 de julio, que decía: “Amigo
Hernández: en este día de gloria para nuestra patria, te esperamos para celebrarlo en casa de .... Te
prometemos que seremos formales y que no te enfadarás. Tuyos, la colonia estudiantil venezolana
de París.”
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De París debió haber viajado a Berlin en Alemania para hacer estudios de Histología
Patológica, tal como lo decía la beca. Nada se sabe de su estancia en Berlin, a no ser su dominio
de la lengua alemana.
Estuvo en Madrid, España, asistiendo a algunas clases del Dr. Santiago Ramón y Cajal,
conocido como el padre de la Histología moderna.
El gobierno venezolano, notificado de todos sus adelantos quiso que se regresara para
comenzar a trabajar y le encomendó adquirir los instrumentos necesarios para desarrollar en el
país el laboratorio Nacional de Fisiología experimental. Por disposición presidencial, debía
establecerse en el Hospital Vargas de Caracas. Para ello, José Gregorio tomó como modelo el
laboratorio de la Facultad de Medicina de Paris.
Al llegar a Venezuela se instaló tanto el primer laboratorio de Fisiología Experimental como
las cátedras de Histología Normal, Patológica y Bacteriológica dándose inicio a la verdera etapa
científica de la medicina venezolana con el estudio de microorganismos, los estudios de
microscopio y de hematología. Cultivó y coloreó los microbios e hizo la vivisección. El
microscopio lo puso en manos de la juventud médica.
A las pocas semanas, a principios de noviembre de 1891, el Presidente de la Republica dictó
un decreto mediante el cual se establecía en la Universidad Central de Venezuela los estudios de
histología normal y patológica, fisiología experimental y bacteriología. Al dia siguente el Ministro
de Instrucción Pública dictó una resolución en la que se nombraba al Doctor José Gregorio
Hernández como catedrático de esas materias. En realidad estas cátedras habían sido creadas
especialmente para él, pues era el único verdaderamente capacitado para desempeñarla. Este
acontecimiento convirtió a José Gregorio en un verdadero precursor de la medicina científicas en
Venezuela.
Dando un ejemplo de abnegación poco común, José Gregorio se presentó a desempeñar su
labor a la mañana siguiente del nombramiento, prestando juramento como profesor ante el rector
de la universidad el 16 de noviembre de 1891. Durante treinta años fue profesor de estas cátedras
en la Universidad Central de Venezuela.
El reconocimiento oficial a la ciencia del doctor Hernández, sumado a los modernos
conocimientos y a la valiosa experiencia que había adquirido en Europa, le garantizaron una
favorable acogida en los medios profesionales y aristocráticos de Caracas.
Además de esas cualidades indiscutibles, en opinión de muchos, fué su carácter amable y
comprensivo lo que le granjeó de inmediato una gran clientela en todas las esferas sociales de la
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capital. En opinión del Dr. Santos Aníbal Dominici, "impuso su valimiento científico a las pocas
semanas de su actuación médica".
Convencidos de su pericia y de su eficacia profesional, muchos médicos caraqueños no
vacilaron en consultarle, incluso al pie del lecho de sus propios enfermos. Al cabo de cierto
tiempo, algunos doctores más viejos comenzaron a transferirle sus pacientes, llegando a contar el
Dr. Hernández con una de las más extensas clientelas de la Caracas de aquellos tiempos.
Los métodos modernos que empleaba a la hora de emitir sus diagnósticos, y lo acertado de
éstos, le dieron a su opinión profesional una validez indiscutible. Era un conocedor profundo de
los medios de exploración y un experto en la interpretación de los exámenes de laboratorio. Buen
fisonomista, con clara visión médica, diagnosticaba con facilidad porque dominaba fácilmente los
complejos entretejidos de la medicina interna.
El Dr. Perera dijo que la revolución científica y médico-social que produjo José Gregorio
Hernández “es la más grande realizada en nuestra Patria, después de aquella que lograron imponer
con la pluma y el fusil los creadores de la nacionalidad.”
Por su parte, el Dr. M.A. Fonseca señaló: El Dr. José Gregorio Hernández trabajando
asiduamente durante años, afinó primorosamente sus sentidos y se hizo dueño absoluto de cada
uno de los innumerable y delicados elementos que facilitan y aun permiten la observación, cuyo
olvido o ignorancia son desastrosos a la cabecera del enfermo, y se encuadró dentro de los grandes
lineamientos de un clínico esclarecido.” Y agregó: “Conocedor profundo de los medios de
exploración, experto en requisas de laboratorio, buen fisionomista, de clara visión médica y
dilatada experiencia, diagnosticaba con facilidad y desenvoltura yse movía gallardamente, sin
trasteos, en los anchos dominios de la Medicina general. (Fonseca, Dr. M.A. Cultura Venezolana, Número
8, Julio-Agosto)
Fue fundador de la Comisión de Higiene Pública del Ministerio de Sanidad y Asistencia
Social. En 1893 representó a Venezuela en el Primer Congreso Médico Panamericano realizado en
Washington donde presentó un trabajo sobre los glóbulos rojos. Tuvo tanta acogida que el
Congreso Médico decretó que la Cátedra de Bacteriología que José Gregorio había fundado en
1891 era la primera a nivel de toda América.
A raíz de éstos logros, el escritor Francisco de Sales Pérez escribió en el periódico de
Caracas llamado “El Cojo Ilustrado” con fecha 15 de agosto de 1893, lo siguiente:
“Muy joven como es el Dr. José Gregorio Hernández, su corta vida aun no ofrece
datos para una extensa biografía, pero notorios son su saber, la inteligencia, la ejemplar
modestia y la vida austera del joven médico que en tan corto tiempo ha conquistado
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merecido renombre entre nosotros, esto constituye suficiente motivo para que su retrato
figure en la galería de los médicos veneolanos que se viene publicando...He aquí un
hombre que tiene una cualidad digna del mayor elogio. Es un médico que habla bien de
los otros médicos...sabe además una ciencia que no se aprende en las academias: sabe
hacerse amar. El hombre vale por sus obras; los hombres que se consagran al apostolado
de la medicina pertenecen a todos los pueblos: su patria es este inmenso valle de
lágrimas que se llama mundo. Sacerdote del dolor, va caminando por entre los ayes de
la humanidad y sus hermanos son todos los que sufren.”
El entusiasmo de José Gregorio por la medicina era tan grande que el Dr. Rísquez padre lo
nombró “el sabio niño” cuando se creó la Academia Nacional de la Medicina en 1904. Fue
invitado a participar como uno de sus primeros miembros y a ocupar el sillón número veitiocho de
la Academia Nacional de Medicina.
Como buen científico, José Gregorio continuó estudiando por su cuenta, lo que le permitió, a
lo largo de su ejercicio profesional, mejorar sus conocimeitnos. Se ejercitaba como excelente
cirujano.
José Gregorio fue pionero de la medicina psicosomática. Unió siempre la enfermedad con el
enfermo. Por eso, para cada caso hacía un estudio particular. Enseñó la solidaridad con el
necesitado, practicando en aquel entonces lo que hoy es un llamado imperioso de la iglesia
venezolana: comunicarse y compartir. Según palabras del Dr. Luis Razetti, su buen amigo, para
José Gregorio “la medicina es un sacerdocio del dolor humano. Siempre tiene una sonrisa
benévola para la envidia y una gran tolerancia para el error ajeno. Fundó su reputación sobre la
pericia, la ciencia, la honradez y la abnegación”.
Su fama de médico muy competente se extendía al punto de que fue nombrado médico
particular del Presidente de la República. Fue médico de grandes personajes del momento como
fueron el General Crespo, Andueza Palacios, Andrade, Máquez Bustillos, Gil Fortoul y al mismo
tiempo, de todos los pobres de Caracas a quienes no sólo los atendía gratis sino que también les
compraba los remedios siguiendo el ejemplo que había aprendido de su papá quien era farmacéuta
y a quien vió muchas veces escalando la montaña en Isnotú para atender a los campesinos y
regalarles las medicinas. Algunos pobres decían de él: “Nos ha mal acostumbrado pues da el
remedio para el cuerpo, pero también nos llega al alma”.
Cobraba por la consulta a domicilio Bs. 5,oo (cinco bolívares) y a los pobres nunca les
cobraba.
Un día en la vida del Dr. José Gregorio Hernández consistía levantarse, ir a Misa en la
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Iglesia de La Pastora donde con gran recogimiento comulgaba y le pedía a Dios por todos sus
enfermos al tiempo que le agradecía todas las personas que lo querían, en especial su familia,
pedía por el Papa, la Iglesia y la paz del mundo. De allí salía a visitar a una serie de enfermos y
regresaba a su casa a comerse un desayuno el cual constaba de pan, mantequilla, queso y guarapo
de papelón. Volvía a salir a visitar a aquellos enfermos que lo habían llamado por teléfono.
Pasaba por el Asilo de Huérfanos de Dos Pilitas a Portillo, por el Hospital Vargas, visitaba a los
enfermos del Asilo La Providencia y a los del Asilo de Niños Pobres en la esquina de las Piedras.
Antes de regresar a su casa para almorzar pasaba por la Iglesia de Santa Capilla para hacerle
una visita al Santísimo y rezar el Angelus. Después de almuerzo se sentaba en el corredor a
conversar con sus hermanos Isolina y César, pues siempre fue muy unido a su familia y se
preocupaba mucho por ellos. En la tarde seguía viendo pacientes, preparaba clases e iba a la
Universidad a dictarlas.
En la noche después de cenar frugalmente tomaba tiempo para la oración, para hacer un
examen de conciencia y pedirle perdón a Dios por las fallas cometidas, en especial por las faltas
de amor proponiéndose no volverlo a hacer.
En más de una oportunidad tuvo que salir a medianoche a cuidar a algún enfermo. Ejercía la
medicina como un apóstol del bien. No alardeaba del bien que hacía. Practicaba la caridad a
manos llenas sin importrle la situación social y cultural de la gente.
Su comportamiento profesional siempre fue muy ético. Nunca se oyó a otro médico
criticarlo o hablar mal de él.
Recibió cariñosamente el título de “Médico de los Pobres” pues, producto de su profundo
cristianismo, supo relacionarse con los demás destacando la íntima dignidad de cada ser humano.
La vida de José Gregorio Hernández evidencia que el mensaje evangélico posee una notable
importancia para el vivir social y que es comprensible hasta para quien vive en una sociedad
competitiva.
De él se comentó en una revista: “Es un médico que habla bien de los otros médicos y sabe
además una ciencia que no se aprende en las academias: sabe hacerse amar”.
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CAPITULO 4.- EL PROFESOR

A los 27 años ya era profesor de la Universidad Central de Venezuela. Fue profesor


universitario desde 1891 hasta 1916. Junto a la docencia, José Gregorio continuó con el ejercicio
profesional.
“Su faceta de Maestro, fue una de las más notables de su personalidad.” (Cardenal Humberto
Quintero, Homenaje al Maestro 11 junio 1965 p.1133).
La misión del verdadero maestro, no consiste en suministrar enseñanzas, sino en despertar y
estimular entre sus discípulos el estudio y la investigación personal.

El educador, el testigo de la verdad, como dice Kierkegaard, no debe hacerse admirar,


sino que tiene que hacerse imitar. Ser admirado y ser imitado no son dos términos
absolutamente excluyentes. De lo que se trata es de que la natural admiración ante lo bueno
invite a la imitación. Esto se produce, de acuerdo a los estudiosos de la enseñanza, en primer
lugar, cuando el profesor no es frío, glacial, distante, falto de cordialidad o de humanidad en el
trato. En realidad, es realmente admirable aquel que ofrece una imagen realmente imitable y
que estimula.

La primera condición, por tanto, es que el profesor sea cálido, cordial, humano,
asequible. En segundo lugar, con la prudencia que cada situación concreta exija, el profesor
debe mostrar, con sus propias dificultades, que la práctica del bien, que el ejercicio de la
virtud, resulta ardua a todos, que hay que vencerse, aunque no siempre se logre. En este
sentido, el que los alumnos adviertan algún defecto en el educador no es algo negativo, aunque
él deba procurar siempre dar buen ejemplo, pero jamás de modo artificioso, para tener
realmente autoridad moral, necesaria para educar.

Gracias a esta autoridad, los alumnos pueden sentirse libres cuando se les exige que se
sujeten a las normas de conducta, de disciplina y a las obligaciones del trabajo académico.
Reciben y entienden el sentido y la finalidad de estas normas y de esa disciplina. Se trata a
alguien como a un ser libre cuando se le da a conocer el porqué del acto que se le pide. Una
imposición sin motivación se convierte en un reto, en una invitación a la rebeldía. Aquí hay
que recordar que la confianza, más que pedirla, hay que merecerla.

Es necesario también hacer comprender que la disciplina es necesaria en cualquier


colectividad. Y en un plano más concreto, ayudar a que el educando entienda la finalidad de
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las normas a las que debe sujetarse, de manera que ni de lejos parezcan arbitrariedad y abuso
de poder» (Burton, William. Conducción de las actividades de aprendizaje, pp. 185-189).

Todas estas características las vemos reflejadas en José Gregorio como maestro. Como
profesor llevó nuevos aires juveniles al área de medicina. Educaba en la ciencia, en la verdad
de la vida y formaba para la libertad; poseía el doble aspecto educativo y formativo. Hacía
comprender a sus alumnos en poco tiempo, lo que a él le había costado horas de estudio para
llegar a ver claro.

Sabía que en la Universidad la diversidad de personas era grande pero que, aun así, se
podían anudar lazos muy fuertes, capaces de superar todo lo que pueda dividir. Estaba convencido
de que la educación es cosa de corazón y de que, sólo mediante la relación personal se puede
poner en marcha un auténtico proceso formativo. Planes de estudio, programas, organización de
material, por muy importantes que sean, valen poco si no son vivificados por la personalidad
dinámica del profesor. A través de su ejemplo, trataba de que sus alumnos encontraran valor y
gusto por las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro.
Concebía la educación como adquisición, crecimiento y posesión de libertad. Trataba de
educar a cada alumno en la forma de librarse de los condicionamientos que le impiden vivir en
plenitud como persona, en formarse una personalidad fuerte y responsable, capaz de asumir
opciones libres y coherentes. Buscó lograr el crecimiento integral de los jóvenes de su tiempo,
comunicando la convicción de que no puede haber auténtica liberación si no hay conversión del
corazón. Con él se instauró el estudio de los fenómenos mediante la observación y las
apreciaciones biológicas que se podían verificar por una experimentación sistematizada y
científica.
Sus clases eran visitadas a menudo por diferentes personas e incluso estudiantes quienes se
asombraban con la elegancia con que explicaba sus clases, asi como por el excelente uso de los
recursos y métodos nuevos en la investigación. Su forma amena, su academicismo, mezclado con
su madurez juvenil le imprimía a su trabajo y a sus discípulos mucho interés y deseos de alcanzar
grandes avances en sus estudios.
Preparaba cada clase con esmero. Era puntual para comenzar y finalizar sus clases. Rompió
con la tradición de dictado y copia en clase. Exponía con dominio de conocimientos haciendo que
los estudiantes pusieran atención y reflexionaran. Era estricto pero justo y bueno. En clase no
permitía las risotadas sin sentido ni los aplausos aunque estos nacieran de una intención sana. En
un día de inicio de curso los alumnos lo recibieron con un gran aplauso y les dijo: “A las clases se
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viene a aprender. Quien crea lo contrario, que no vuelva a molestar...”. Su intención clara era
hacerles ver que al profesor no debe hacerse admirar, sino que tiene que hacerse imitar.

Estaba claro que antes de ser maestro, se es hombre. El conocimiento que tenía del ser
humano y del mundo lo encontramos plasmado en aquél dicho griego: “Soy hombre y nada
humano me es ajeno”. Era consciente de que el maestro, no es un ser ideal, sino real, con
necesidades, aspiraciones y problemas. Esta condición humana explica que al profesor no se le
pueda pedir que sea perfecto, pero sí que se esfuerce por vivir con dignidad, porque se educa,
sobre todo, con el ejemplo. La conducta digna del maestro constituye su recomendación más
positiva y su fuente de prestigio y autoridad.

El Dr. Razetti dice del profesor José Gregorio Hernández: “Como profesor, sus
discípulos lo aman porque les da con paternal cariño alimento bien sazonado de ciencia
práctica; y lo respetan porque ven en él un maestro ilustrado que conoce y domina la materia
que enseña.”

A la condición de ejemplaridad del maestro le seguía la de autoridad. Esta autoridad es


una necesidad más allá de toda decisión caprichosa del profesor, exigiendo de él que sea fiel a
la responsabilidad que le ha proporcionado la autoridad educativa. La autoridad del maestro es
requisito exigido para que el alumno logre su autonomía. En la medida en que el educador se
subordina a las exigencias de su responsabilidad educativa, en esa misma medida la representa
y queda constituido en auténtica autoridad.

A este respecto hay una historia donde uno de los alumnos se dedicó a imitar y burlarse del
profesor doctor Hernández mientras escribía en la pizarra y explicaba. El doctor, se alejó de la
pizarra y dijo con tono serio mientras los veía a todos: “Esta es una clase libre. Si hay alguno que
no le guste puede retirarse, pero yo no puedo tolerar esto, señores…” Nadie habló ni una palabra,
nadie se salió. En adelante no hubo quien se atreviera a faltarle el respeto. Se había impuesto por
su dignidad y su carácter.
Hay otra anécdota de unos alumnos que había suspendido por haber tenido más de cuarenta
faltas de asistencia en el año. Estos lo esperaban armados con palos a la salida de la Universidad.
Muchos se enteraron de lo que sucedía y el Dr. Dominici, Rector en ese tiempo se ofreció para
acompañarlo. José Gregorio le respondió: “No hombre, no, si me acompañas, aquellos señores
van a pensar que tengo miedo...” Sin embargo, el Dr. Dominici lo siguió a corta distancia
sabiendo que los estudiantes eran capaces de cualquier cosa. Al salir, los cinco alumnos se
enfrentaron con el Dr. Hernández profiriéndole gritos y amenazas. Se les quedó mirando
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serenamente uno a uno y les dijo: “Ustedes pueden hacer lo que quieran ...Yo me he limitado a
cumplir con mi deber. Unicamente me haré la ilusión de que me ha atropellado una carreta.” Y
se retiró pasando en medio de ellos sin que nadie se atreviera a intentar nada. Esta anécdota corrió
por toda la Universidad, con los comentarios consiguientes acerca de la valentía y el buen humor
de este hombre que no le temía a nadie, que por su vida coherente e íntegra, infundía respeto,
autoridad y admiración.
En otra oportunidad se encontró con uno de esos estudiantes que sólo estudian para los
exámenes, quien le dijo antes de entrar a clase: “Dr. Hernández espero que no vaya a poner unas
preguntas muy difíciles”. A lo que José Gregorio le respondió: “Señor ..., ¿cuál es su profesión?”
y el muchacho le respondió “Soy estudiante” El Dr. Hernández con fino humor le dijo: “Pero
hombre, señor ..., dígame en confianza, ¿por qué no la ejerce?”
Estos ejemplos, como tantos otros hacen ver que enseñar no es cosa fácil. La enseñanza
exige conocimientos amplios y perspicacia sutil, aptitudes definidas y una personalidad que se
caracterice por su estabilidad, firmeza y dinamismo... La labor docente es una de las más
complejas entre las actividades profesionales. En verdad, para ser ejecutada con perfección, es,
entre los trabajos humanos, uno de los más difíciles.
Como buen maestro, José Gregorio siempre tenía tiempo para despejar las dudas e
inquietudes de sus alumnos en quienes estimulaba el espíritu de investigación, de honradez y de
búsqueda de la verdad. Los animaba a poner en alto el nombre de Venezuela, a servirle a su país y
a ser útiles a sus semejantes especialmente a los pobres.
A través de sus clases y conversaciones con los alumnos, contribuía, no sólo a aclarar dudas
y orientar en materia científica, sino también a orientar a esa juventud universitaria hacia un pleno
desarrollo de su capacidad de amar y a una madurez integral de su personalidad. Su forma de
relacionarse con colegas, alumnos, el personal en general de la universidad y la gente en la calle,
brindaba un testimonio importantísimo frente a una cultura con tendencia cada vez más a banalizar
el amor humano y a cerrarse frente a la vida.
Se mantenía en constante estudio para poder tener sus clases al día con los avances más
nuevos. Era un lector incansable y estudioso consuetudinario, procurando siempre la mayor suma
de conocimientos en todas las áreas de la cultura y en especial de la ciencia. Sus alumnos lo
respetaban y admiraban porque veían su ejemplo de hombre de grandes virtudes, de fe,
responsabilidad, dedicación, entrega y sabiduría.
Demostró que la Ciencia y la Religión son compatibles y que la Religión le da bases a la
ciencia. A la hora de dar un juicio siempre lo hacía en base a sus principios cristianos aunque
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hubiera alguno que difiriera. Educar personas verdaderamente libres es ya orientarlas a la fe. Era
de la opinión que la búsqueda de sentido de la vida propicia el desarrollo de la dimensión religiosa
de la persona.
Se preocupaba por guiar y estimular a todos los estudiantes. A aquellos que sobresalían por
su inteligencia e interés académico y no tenían medios económicos, José Gregorio les buscaba la
forma de ayudarlos a continuar sus estudios. Siempre tenía tiempo para animar a los que tenían
dificultades pero hacían esfuerzos por superarse.
La labor que desplegó en la Universidad lo hizo acreedor del título de “Nuestro Maestro”.
De él decían sus discípulos que era: “el más sagaz de los maestros y el más pedagogo de los
profesores, de sabiduría experimental, verdadero biólogo, sabio que tiene una medida justa y
prudente para apreciar el valor de los progresos científicos; hombre que, amando la ciencia, no la
exagera y perfeccionando la obra experimental, no la confunde”. “Era el hombre mas severo, más
justo y más bueno que he conocido”.
Dejó un modelo de vida universitaria. Fue ejemplo de universitario correcto, honesto,
sencillo, humilde, laborioso, sincero en la práctica de la virtud y del bien, sin alardes, sin distingos
de personas y sin esperar recompensas. Valiente y distinguido en la práctica constante del buen
ejemplo, que fue de sus ideales como la más hábil táctica para la conquista de almas. Era muy
disciplinado en el manejo de su tiempo; tenía tiempo para todo incluyendo la asistencia diaria a la
Misa antes de ir a sus clases. Nunca hizo alarde de los honores que le tributaban.
Vivió y practicó lo que en la actualidad constatan las instituciones educativas cada vez con
más frecuencia, especialmente en las sociedades occidentales, y es el hecho de que la dimensión
religiosa de la persona se ha convertido en un eslabón perdido, no sólo en la carrera educativa
propiamente escolar, sino también en el camino formativo más amplio iniciado en la familia. Sin
él, el recorrido educativo en su globalidad acaba resintiéndose pesadamente, dificultando toda
búsqueda acerca de la verdad. Lo inmediato, lo superficial, lo accesorio, las soluciones
prefabricadas, la desviación hacia lo mágico y los sucedáneos del misterio tienden, a acaparar el
interés y no dejan espacio a la apertura a lo trascendente.
Actualmente, incluso por parte de docentes que se declaran no creyentes, se nota la urgencia
de recuperar la dimensión religiosa de la educación, de formar en principios y valores firmes, de la
necesidad de formar personalidades capaces de administrar los poderosos condicionamientos
presentes en la sociedad y de orientar éticamente las nuevas conquistas de la ciencia y la técnica.
El 15 de junio de 1906 solicitó su jubilación, la cual le fue otorgada. Sin embargo, continuó
dando clases, mostrando que jubilarse, no es motivo para olvidarse del pasado, sino para estar
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presente en el futuro. De manera brillante José Gregorio fue capaz de cumplir todas sus
obligaciones en la Universidad, así como ayudar a sus enfermos con inmensa abnegación y
extrema puntualidad.
En 1917 volvió a los bancos de estudio para capacitarse y actualizarse en Europa y Estados
Unidos, regresando a Venezuela para aportar sus nuevos conocimientos.
El compromiso educativo, fue para José Gregorio vocación y opción de vida, un camino de
santidad, una exigencia de justicia y solidaridad especialmente con las y los jóvenes más pobres,
amenazados por diversas formas de desvío y riesgo. Al dedicarse a la misión educativa en la
Universidad, contribuyó a hacer llegar al más necesitado el pan de la ciencia y la cultura
permitiéndole realizarse integralmente, alcanzar un nivel de vida acorde con su dignidad y abrirse
al encuentro solidario con los demás. Tal compromiso lo enraizaba en un patrimonio de sabiduría
pedagógica que le permitía reafirmar el valor de la educación como fuerza capaz de ayudar a la
maduración de la persona, acercarla a la fe y responder a los retos de una sociedad compleja.
Porque comunicaba el saber y ayudaba a asimilarlo, en no pocos casos los alumnos veían a
su profesor el Dr. Hernández como guía seguro en la universidad, en la profesión y en la vida. Por
eso el maestro necesita carácter, prestigio y autoridad. No usurpa la autoridad. Ésta emana de la
influencia ejercida por su personalidad. La verdadera autoridad del profesor consiste, más bien, en
el ascendiente, respeto y cariño de unos alumnos que ven cómo se entrega a su labor; que se
sienten comprendidos; que nunca hiere y siempre anima; que sanciona sin ofender; que es justo,
porque da a cada uno lo que le corresponde; que a su alrededor hay trabajo, aprendizaje,
tranquilidad y buen humor. Esto sólo puede ser el reflejo fiel de una vida interior rica y armónica
La validez de este principio la confirma la historia. Desde siempre la vida del educador ha
entretejido un diálogo constructivo con la cultura circundante, unas veces interpelándola y
provocándola, otras veces defendiéndola y custodiándola, y, en todo caso, dejándose estimular e
interrogar por ella, con una confrontación en algunos casos dialéctica, pero siempre fecunda
cuando se tienen y viven los principios y valores claros y firmes.

A José Gregorio Hernández se le considera un verdadero profesor pues es profesor


quien, voluntaria y profesionalmente influye en la vida de otros mediante la enseñanza, con el
fin de ayudarlos a perfeccionarse cada vez más. Un verdadero profesor es el que suscita el
máximo desarrollo del espíritu humano, pues la esencia del acto educativo consiste en la
enseñanza de valores y principios vitales, así como en la valorización de la vida, tanto a nivel
individual como social.
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CAPITULO 5.- EL ESCRITOR

Hablaba, además del español, inglés, francés y alemán. A estos idiomas le unió el latín y el
griego. Esta riqueza cultural lo llevó a dominar diversos géneros literarios como la poesía y el
cuento. Así como apuntes de música que usaba para enseñar a sus sobrinos la teoría que después
ejercitaban bajo su enseñanza y vigilancia.
Visión de Arte es el nombre de un cuento donde habla sobre los estados alucinantes de un
escritor que, agobiado por el cansancio experimenta el desencantado y el miedo. En el, exalta la
poesía, la cual consideró como la mejor de todas las bellas artes.
En su cuento En un Vagón describe el diálogo moralizante de un tío para con un joven
próximo a graduarse de bachiller donde le habla acerca de la libertad humana, el libre albedrío, las
inclinaciones humanas y la conciencia. La madre, del joven, que está con ellos, facilita la
conversación hablando acerca de las enseñanzas del catecismo y el papel de la conciencia moral.
Todo ello ocurre en un viaje imaginario dentro de un vagón de tren.
Fue un escritor del bien, sin vanidades ni soberbias, sin envidias ni rencores, sin odios ni
acechanzas. Poseía una acendrada cultura intelectual y científica, hizo alarde de su anhelo de
comunicación a través del género epistolar. De él quedan numerosas cartas que reflejan una
pureza de lenguaje y una sintaxis en forma elegante, lógica y sencilla. En ellas abría su corazón,
decía lo que pensaba y sentía, en ocasiones hacía reflexiones sobre si mismo sobretodo cuando le
escribía a su amigo Santos A. Dominici. De regreso a su pueblo natal Isnotú le escribió diciéndole:
“No me he vuelto a afeitar. Figúrate que fisonomía tan respetable la que ahora ostento, llena de
una barba que cada día aumenta unos milímetros y todo ello me agrada mucho, porque me
divierte verme tan horroroso. La gente de aquí nada nota, porque los jóvenes no acostumbran
hacer uso de la navaja; esto tiene la ventaja de que uno se quema menos con el sol ...” (Santos
Dominici, Epistolario, p.33)
En sus cartas se puede encontrar tanto el amor por su familia como su generosidad,
desprendimiento y su ser de educador formador en todo momento. Lo que es constante en todas
ellas agregaba alguna buena recomendación o algún punto formativo.
A su hermano César el 13 de mayo de 1908 le decía: “...tu comprendes lo doloroso que es
para mi la separación de mi familia a quien quiero entrañablemente ... Con el alquiler de la casa
en la esquina de Pajaritos, que te dejo, puedes hacer los gastos de la familia tuya ... no debes
emplearlos en más nada que en eso ... porque la educación de los muchachitos es cara y con
dificultad...pero podrás hacerlo. La casa de la esquina de Mijares se la dejo a la otra familia ...
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Todas las cosas que quedan en mi casa se deben repartir entre todos ...les ruego a todos me
dispensen de todo lo que los he hecho sufrir...” (Hernández Briceño, p 1185)
En carta a Benjamín Hernández Briceño, Nueva York el 12 de noviembre de 1917
comentaba: “ ...me alegro de que tengas la sortija; deseo que siempre la tengas puesta, pues ella
representa la historia de nuestros padres, tan llenos de virtudes, y obliga hasta cierto punto, a
imitarlos...tú estudia para ser un buen médico, y es buen médico el que sabe curar a sus enfermos,
lo cual se empieza a aprender no en el laboratorio, sino en el hospital; el laboratorio es
simplemente un auxiliar, pero la clínica es lo esencial...” (Hernández Briceño, p 1427)
Otra muestra de su actitud desprendida frente a lo material fue el hecho de que cuando murió
su padre, Don Benigno, José Gregorio se encontraba estudiando y trabajando en París. Muy
adolorido por ésta pérdida, escribió una carta donde nombró al esposo de su hermana Sofía, su
cuñado Temístocles Carvallo, como su apoderado en cuestiones legales y le entregó toda su
herencia a sus sobrinos.
Escribió una serie de artículos sueltos en el periódico de mayor circulación de aquél tiempo
llamado “El Cojo Ilustrado”. En ellos hacía énfasis en la necesidad de practicar el bien, la virtud,
la honradez, la sinceridad y la autenticidad. Llamaba a los niños, jóvenes, adultos y viejos,
estudiantes, patronos, obreros, amas de casa, gobernantes y gobernados a ser personas justas,
morales y orientadas al bien. Mantuvo una producción y publicación de artículos nacionales e
internacionales de primera línea.
En materia de filosofía escribió “Los Maitines” y en 1912 escribió un libro titulado
“Elementos de Filosofía” pues consideraba que: “Es necesario poseer una formación filosófica,
como condición previa al estudio de cualquier materia científica, de manera de ir amoldadno
todo conocimiento científico a aquella estructura filosófica, sin la cual no deberá administrarse
ninguno de aquellos conocimientos, sino condicionalmente”.. “En el niño observamos que tan
luego como comienza a dar indicaciones del desarrollo intelectual, empieza a ser filósofo; le
preocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve”.... “El hombre ha de
poseer una filosofía obligatoria personal y propia, que ha de ser durante su vida norma de su
inteligencia, aquella de la cual ha de servisrse para poder existir como ser pensador.”
Este libro Elementos de Filosofía, se lo dedicó al alma venezolana y constituye una obra
notable donde expone con gran claridad, sus convicciones filosóficas. Justificó escribiendo:
“...publico hoy mi filosofía, la mía, la que yo he vivido; pensando que por ser yo tan venezolano
en todo, puede ser que ella sea de utilidad para mis compatriotas, como me ha sido a mí,
constituyendo la guía de mi inteligencia. También la publico por gratitud...” (Hernández Briceño, p
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800) Esta obra tuvo tanto éxito que en un año publicó dos ediciones. “Constituye la enseñanza

viviente del sabio maestro que se apresta a ayudar a todos a saber pensar, sentir y amar” de
acuerdo al Pbro. Dr. Pedro Pablo Barnola.
En un escrito inédito que titula “La Política” brinda atinadas apreciaciones sobre los
distintos gobiernosdel País; sobre las condiciones para el buen gobierno de los pueblos católicos;
sobre la importancia de una administración previsora; sobre las necesidades de la educación; sobre
la amistad y armonía de las naciones hispanoamericanas aún con la España misma.
Fueron varios los trabajos científicos publicados junto con sus discípulos en el avance de lo
estudios médicos del país. Estas publicaciones eran muy importantes pues se necesitaba llenar el
vacío en materia de literatura científica que fuera compatible con los programas universitarios
En el ambiente internacional sus investigaciones fueron muy respetadas por su originalidad
y seriedad científica, tal como lo demostró su ponencia en el Primer Congreso Panamericano de
Medicina en Estados Unidos. Esto hizo que sus investigaciones influyeron en especialistas
norteamericanos donde sus acertados diagnósticos y estudios ayudaban a quienes tenían
diagnósticos de tuberculosis.
Entre las publicaciones científicas se encuentran "Elementos de Bacteriología" (1906),
"Sobre la Angina de Pecho de Naturaleza Palúdica", “La Nefritis de la Fiebre Amarilla”, “El
Tratamiento de la Tuberculosis con aceite de Chaulmogra”, “Terapéutica”, “La Bialharziosis en
Caracas”, “Anatomía Patologíca de la Fiebre Amarilla” y “Elementos de Embriología”.
En todos sus trabajos e investigaciones, como ya se dijo, demostró que la ciencia y la
religión son compatibles y que la Religión le da bases a la ciencia. Escribió: “...Dios es el creador
del mundo y su providencia ... es evidente que la materia y todos los seres reales que existen en el
mundo han tenido un principio...y como ellas no han podido producirse por sí mismos; es claro
que fueron sacados de la nada, es decir, fueron creados por Dios...” (Hernández Briceño, p 1159)
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CAPITULO 6.- EL POLITICO

José Gregorio Hernández fue un apóstol de la justicia social en Venezuela. Su figura


ejemplar, surge como ejemplo y modelo de conducta ciudadana y profesional, como un reclamo
permanente para el cambio de los patrones actuales de conducta (ambiciones mercantilistas y de
poder, afán desmedido de lucro, corrupción). Siempre buscaba el perfeccionamiento en todo: en su
capacitación profesional, en su actividad ciudadana, en su creciente cultura, en su actitud ante la
vida y ante la eternidad. Mientras más conocimientos adquiría y más experiencia acumulaba, más
conciencia tomaba de lo ínfimo de la criatura humana ante la inmensidad de lo creado y de su
Creador. Desarrolló este camino idóneo de humildad para servir a sus semejantes y acercarse más
a Dios.
Siempre amó a su tierra y a su Patria con gran devoción, por eso su mayor aspiración fue
capacitarse para servirla. El que Venezuela haya llegado a ganarse el respeto de las naciones de
América y Europa por su valer y salir del anonimato en el que estaba envuelta, se debe entre otros
a la labor de José Gregorio Hernández junto con otros compatriotas como el Dr. José María
Vargas, el Dr. Luis Razetti y el Dr. Santos Dominici.
Como venezolano integral, se interesó por los problemas sociales. Sus opiniones duras y
medulosas, se hicieron oír, cuando motivos políticos llevaron al gobierno a cerrar la Universidad.
Su venezolanismo no impidió que su pensamiento y sus escritos demostraran el amplio
conocimiento de las relaciones internacionales.
Rechazó los partidos políticos cuando detrás de ellos se escondía un egoísmo mal
disimulado en el cual algunos de sus miembros lo que buscaban era usarlos como peldaños para
adquirir una cuota de poder en su propio beneficio.
Su patriotismo no era simple palabrería. Hechos y documentos dan fe de ese sentimiento
patriótico que siempre le acompañó. Fue el primero de su parroquia en alistarse en las milicias
cuando la invasión de una escuadra anglo-alemana en 1902 al puerto de la Guaira, con el pretexto
de cobrarle deudas a Venezuela.
José Gregorio era hijo de su deber. Encaminaba su labor a los tres fines fundamentales de
toda criatura racional, sea cual fuere su condición o estado: evitar el mal, practicar el bien y tender
a la perfección. Escribió: “...El deber, considerado subjetivamente es la obligación de practicar el
bien. Considerado objetivamente es el mismo bien en cuanto hay que practicarlo... Se llama virtud
aquella disposición constante al cumplimiento del deber con inteligencia, amor y libertad. La
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virtud exige la práctica reiterada, porque es evidente que un solo acto bueno no engendra la
virtud; debe haber el conocimiento del bien, es necesario amarlo como tal y tener la voluntad de
ejecutarlo...” (Hernández Briceño, p.1136)
Estas ideas lo atraían con un deseo intenso hacia la perfección y lo estimulaban a poner
todos los medios para lograrla: el trabajo, que ocupa y dignifica nuestras potencias; la pureza
irreprensible de las costumbres; el desprecio por las cosas terrenas; la meditación que ilustra el
espíritu; el silencio que lo fortalece; la práctica constante de toda virtud; en fin, la aspiración a la
santidad.
Su venezolanismo lo esparció en toda su actividad social, literaria y profesional. Su ejemplo
de abnegación, cariño por las tradiciones patrias, por las glorias nacionales y el amor por sus
compatriotas enfermos y pobres, su padrinazgo espiritual en materia educativa, el cumplimiento
exacto de la leyes y el valor de su personalidad, lo convirtieron en una gloria nacional.
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CAPITULO 7.- EL RELIGIOSO

El encuentro con Dios es siempre un acontecimiento personal, una respuesta al don de la fe


que, por su propia naturaleza, es un acto libre de la persona. El auténtico espíritu cristiano es el
seguimiento de Dios por la fe, es reconocer y vivir que Jesucristo es el camino de la propia
espirtualidad. Es conocer a Jesús como la esencia más profunda del amor a Dios. La
espiritualidad cristiana se traduce en un estado de conciencia individual eminentemente subjetivo
que varía de una persona a otra como varían en cada quien las huellas digitales. Todas ellas de
forma absolutamente individual y personal.
José Gregorio consideraba que cada persona es capaz de orientar su vida y, con la ayuda de
la gracia de Dios, tender a su fin siguiendo la llamada divina. Para él, la opción fundamental por
Cristo fue una verdadera y propia elección de la libertad y se vinculó profundamente a sus actos
particulares de cada día.
Cada ser humano está llamado a formar la conciencia, a hacerla objeto de continua
conversión a la verdad y el bien. Para ello, no solo es condición necesaria conocer la ley de Dios,
sino tener las actitudes virtuosas que hagan posible la connaturalidad entre la persona y el
verdadero bien.
Es imposible medir la espiritualidad cristiana de alguien. Lo que sí se puede hacer es medir
y evaluar el reflejo de esa espiritualidad en sus actos a lo largo de su vida, en sus manifestaciones
de amor, de fe, de solidaridad y ayuda y atención al prójimo, su comportamiento en el estado en el
que Dios le ha colocado en el mundo.
“La religión profesada por los venezolanos ha sido siempre la católica. Desde 1834
declaró el Congreso no estar prohibida en Venezuela la libertad de cultos y jamás ha sido nadie
molestado en el país en sus creencias religiosas, pero la profesión católica ha continuado
siempre rigiendo la conciencia de la nación.” (Navarro, Nicolás E., Anales Eclesiásticos Venezolanos,
p.XIX) Por ello, es lógico que desde pequeño, José Gregorio aprendiera en su hogar las
devociones a Dios y a la Santísima Virgen y luego cuando vivió en Caracas, lejos de su familia,
mantuvo, aun siendo un jovencito de apenas trece años, el cumplimiento de sus deberes
espirituales y para con la Iglesia.
La educación religiosa dada por su padre y su madre lo preparó para una firme adhesión a la
fe, para buscar y orientarse en el descubrimiento del misterio del propio ser y de la realidad que lo
rodeó, hasta llegar al umbral de la fe. Usó los medios necesarios para seguir profundizando la
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experiencia de la fe como son la oración, los sacramentos, el encuentro con Cristo en la Palabra,
en la Eucaristía, en los acontecimientos, en las personas.
José Gregorio se dejó guiar por el Espíritu Santo, atento siempre a lo que Dios le pedía. Fue
un cristiano consciente de su proceder tanto en la Iglesia como fuera de ella. Todos los que lo
conocieron dan testimonio de ello.
Tenía y vivía una intensa vida interior. Buscaba tiempo y lugar propicio para hablar con
Dios de forma constante. En sus oraciones se encontraba con Cristo, meditaba, profundizaba,
hacía suyo y estudiaba para luego salir a trabajar con responsabilidad en coloquio constante con
Dios que era su guía y mejor Maestro.
Con afán de perfeccionamiento personal, en sus idas diarias a Misa en la Iglesia de las
Mercedes, conoció lo que era la Orden Tercera de San Francisco, una orden seglar para personas
que desean vivir la espiritualidad de San Francisco de Asís, pero no en conventos sino en sus
casas. Se unió a ellos y compartía la lectura del Evangelio y las oraciones tanto con personas muy
selectas de la ciudad como con gente muy humilde.
José Gregorio encontró en la Virgen María el modelo, el icono de la esperanza profética por
su capacidad de meditar prolongadamente la Palabra en su corazón, leer la historia según el
proyecto de Dios, contemplar a Dios presente y operante en el tiempo. Encontró en la vida de la
Virgen María la sabiduría transparente que une armónicamente el éxtasis del encuentro con Dios y
el mayor realismo crítico ante el mundo. Por ello, su devoción a la Santísima Virgen era algo
sustancial para su vida espiritual.
A diario rezaba el Rosario y con frecuencia rezaba el Magnificat esas palabras dichas por la
Virgen María cuando fue a visitar a su prima Isabel embarazada de San Juan Bautista y que
aparecen en el Evangelio de San Lucas capítulo1 versículos 46 al 55. Es la profecía por excelencia
de la Virgen, que resuena siempre nuevo en el espíritu de la persona entregada a Dios y a los
demás, como alabanza perenne al Señor que se inclina sobre los pequeños y los pobres para darles
vida y misericordia.
Fue un gran devoto de la Virgen María en su advocación como Virgen de las Mercedes
patrona de la ciudad de Caracas, que se venera en la Iglesia de los Padres Capuchinos. De ella
tenía una imagen en su oratorio particular. Sabía que la Madre de Dios, la Virgen María toma
diversos nombres para que la gente profundice más en lo que Dios quiere de cada uno de nosotros.
Usando el nombre de “Mercedes” que quiere decir “misericordia”, la Virgen María enseña a todos
sus devotos que el ser misericordioso es una condición esencial para entrar en el Cielo.
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De la Virgen de las Mercedes, aprendió esa ternura que debe hacernos prójimo del
miserable, del que sufre. Aprendió a llenarse de compasión por todas las personas conocidas o no.
Por eso, cuando sabía que alguien tenía alguna necesidad salía a buscarlo para ver cómo podía
ayudarlo sin necesidad de que lo llamaran. Practicaba así el verdadero amor de Dios.
Tenía una veneración muy grande a San José, debajo de cuya imagen se sentaba en el
consultorio para recetar a sus pacientes. Sus otras dos grandes devociones fueron por San
Francisco de Asís en quien buscaba imitar su sencillez y por Santa Teresa de Jesús.
José Gregorio aspiraba a una santidad eminente por el cultivo exquisito de su interior y los
ejercicios más austeros de perfección crisitana. Sus principios, valores y creencias las obtenía y
cultivaba a través de la oración, los sacramentos y las lecturas de vidas de la historia de santos, en
especial de Santa Teresa de Jesús a quien admiraba profundamente.
Hubo una materia que estudió durante toda su vida, que practicó, divulgó y puso en práctica
todos los días: el Evangelio. No dejaba pasar ninguna oportunidad en sus conversaciones con la
gente, en sus clase e incluso en sus ponencias científicas para dar un mensaje de fe y enseñar la
verdad de Dios. Si tenía dudas, consultaba con algún sacerdote, en especial con su director
espiritual Monseñor Juan Bautista Castro. Decía: “La cultura espiritual es más necesaria que la
intelectural. Todo hombre puede vivir sin conocimientos humanos, pero es muy posible que se
desaliente de la vida si carece de los rudimentos que le explican las razones de su existencia.”
La interiorización del Evangelio, la práctica de los sacramentos hizo de José Gregorio
Hernández un hombre virtuoso por encima de toda circunstancia o entorno adverso.
La virtud como tal, es la disposición personal constante y firme de hacer el mayor esfuerzo
posible por dar lo mejor de si, utilizando simultáneamente los sentidos y el espíritu. La persona
virtuosa busca, elige, y en consecuencia decide, hacer el bien en acciones concretas con la
finalidad de acercarse a Dios. Las virtudes son esencialmente reguladoras del comportamiento,
ordenan la emociones y al ejercitarlas constantemente, el ser humano logra obtener el bien para si
mismo y para los demás.
El ejercicio de la medicina lo convirtió en su apostolado cristiano consultando a menudo la
Biblia y tratados espirituales para no solamente curar el cuerpo sino el alma de sus pacientes. Su
trabajo como médico, como profesor universitario e investigador no lo apartaron de la Misa y
Comunión diaria, ni del servicio a los pobres, para los cuales siempre tenía disposición,
procurando el alivio para sus dolencias, sacrificando su descanso e incluso su vida familiar.
Aun cuando la cultura circundante, en muchas ocasiones no lo ayudaba, su testimonio de
vida era nítido e inequívoco, claro e inteligible para todos, mostrando que la ciencia y la
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espiritualidad, puede decirle mucho a la cultura, en cuanto ayuda a encontrar la verdad del ser
humano. Fueron muchas las ocasiones en que personas se le acercaban para pedirle ayuda o
consejo y él les animaba a ir a la Iglesia y contarle el problema a Dios, con la seguridad de que a
los pies de Cristo siempre iban encontrar una respuesta, una luz a sus problemas.
Después de haberse jubilado de su puesto de catedrático universitario, de haber realizado
valiosos aportes tanto a a la medicina venezolana como mundial por sus trabajos de investigación
y después de serias reflexiones sobre su papel desempeñado en la vida, decidió abandonar la
medicina y la educación para ingresar a la orden religiosa de los Cartujos.
Con permiso de Monseñor Juan Bautista Castro, viajó al pueblo de Lucca en Italia donde
solicitó su entrada en la Congregación religiosas de la Cartuja de Farneta. El prior de la Orden lo
recibió gustoso, se realizó la ceremonia de su recibimiento y José Gregorio comenzó el noviciado.
En menos de un año tuvo que abandonarlo y regresar a Venezuela, pues la fragilidad de su cuerpo
le impedía cumplir las tareas diarias de la Congregación.
Con profunda tristeza regresó al país y pidió su ingreso en el Seminario de Caracas.
Tampoco duró mucho tiempo como seminarista por la cantidad de personas que lo iban a buscar
para solicitarle su ayuda profesional y personal. Un tiempo después viajó a Italia para ingresar al
Seminario Pío Latino. Su estado de salud se debilitaba cada vez más y no tuvo otra opción sino
regresar a Venezuela.
Veía frustrada su tercer intento de demostrarle a Dios que era capaz de todas las renuncias
por El, pero Dios lo quería en el mundo. Monseñor Juan Bautista Castro le hizo ver, a través de
diversos diálogos, que donde Dios lo llamaba era a “vivir en el mundo sin ser del mundo”. Su
deseo de consagrarse como sacerdote y entrar a la vida religiosa no era la misión que Dios tenia
reservada para él. Dios lo quería entre sus semejantes como ejemplo y al servicio de los demás.
Ante tales argumentos decidió obedecer. La obediencia, su espíritu resignado a la voluntad
divina, le dió fuerzas para vencer las dificultades y el abatimiento que sufrió en esos momentos de
su vida. Su equilibrio y paz interior, así como la fortaleza de su voluntad llamaba la atención y
respeto de sus semejantes.
José Gregorio fue un verdadero ejemplo de las virtudes teologales : Fe, Esperanza y Caridad
las cuales tienen su origen, motivo y objeto en Dios y garantizan la presencia de Espíritu Santo en
las facultades del ser humano, constituyendo la base del comportamiento moral . También lo fue
de las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, así como de las morales:
obediencia, humildad, pobreza y castidad. El ejercicio constante de todas ellas, como lo hizo José
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Gregorio, supone en el ser humano, una búsqueda de la perfección y la adopción de una manera de
vivir en concordancia con los valores morales.
En lo que concierne a las virtudes teologales fue un hombre de fe, de intensa vida interior y
apego a la Iglesia católica.
En tiempos turbulentos donde el positivismo campeaba entre los profesionales de la época,
le tocó luchar en un medio hostil a toda inspiración religiosa. Amaba y admiraba a la Iglesia.
Obedecía los mandatos del Papa y de los Obispos pues consideraba a la Iglesia Católica como la
única Iglesia fundada por el propio Jesucristo y manifestada en aquél pasaje del Nuevo
Testamento donde Jesús le dijo a Pedro: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia ...”
(Mateo16,18) Reconociéndose miembro activo de la Iglesia, aprovechaba aun la más pequeña
oportunidad para hablar con sus alumnos, sus colegas, amigos y políticos sobre los aspectos
positivos de la Iglesia, sobre las encíclicas papales en materia social y de cómo la Iglesia se
preocupaba por el respeto a la dignidad humana. Se hizo amigo de sacerdotes y de monjas cuando
todos ellos eran severamente criticados y perseguidos por algunos que se decían cristianos
liberales. En Carta de José Gregorio al Dr. Dominici desde Curazao le dice: “Las monjas hacen
todo con una heroicidad que sólo da el Catolicismo”.
En circunstancias contrarias a la fe católica como en algunas que tuvo que enfrentar
dentro del gremio médico donde privaban la racionalidad y el ateismo, supo conjugar sus
creencias con el modernismo y la tecnología de su profesión. Sin buscar discutir con nadie
mantuvo sus opiniones de manera firme, como en el caso de las divergencias acerca del origen
del hombre con el Dr. Luis Razetti, propulsor de la filosofía evolucionista, el positivismo en la
ciencia, e incensante predicador materialista. José Gregorio Hernández señaló en su cátedra
universitaria y en diversas declaraciones: “para explicar el origen de la vida hay dos doctrinas
la creacionista y la materialista; yo soy creacionista.” (Izquierdo, José, artículo Yo soy Creacionista,
Periódico El Universal, 23 de Julio 1968)
El Dr. José Izquierdo ratifica esta posición en declaraciones dadas al periódico El Universal
el 23 de julio de 1968, cuando dijo El Dr. Hernández jamás sostuvo polémica alguna con el Dr.
Razetti, ni con cualquier otra persona: su sabiduría, su santidad y su modestia, bastaban como
refutación a la incesante prédica materialista del Dr. Razetti. Eso era suficiente argumento.”
El propio Dr. Luis Razetti, quien siempre estuvo en desacuerdo con las ideas de José
Gregorio Hernández, comentó en una ocasión: “Católico ferviente, hijo sumiso de la Iglesia de
Roma, el Dr. José Gregorio Hernández, sacrifica todo ante el altar de su ideal religioso.” Esto
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explica porqué fue firme en mostrarse en desacuerdo con toda actividad espiritual alejada de la
Iglesia.
Altamente disciplinado, sólido, sin fisuras en el espíritu no se dejo arrastrar por las
tribulaciones ni por las tentaciones. Practicó la templanza en forma consistente, supo moderar sus
impulsos y emociones y no se dejó atraer por bienes y glorias mundanas o el placer de los
sentidos. Practicó el ayuno y el sacrificio como disciplina del cuerpo y espíritu. Fue un modelo
ejemplarizante y evangelizante para sus alumnos y colegas.
Fue humilde, no obstante su privilegiada formación intelectual para la época y las
oportunidades de sobresalir que le brindaba la sociedad venezolana. No buscó honores ni
riquezas, ni el aplauso, ni el placer mundano, prefería pasar inadvertido. Vivió la pobreza con
sencillez y sentido evangélico, no tuvo apego a los bienes materiales. Podía considerársele como
un asceta. Fue extraordinariamente generoso con los pobres pues conocía sus carencias y
necesidades.
El ejercicio de la fuerza de voluntad en la búsqueda del perfeccionamiento humano, la
práctica de su fe cristiana, su amor a Dios y la castidad fueron la esencia de su vida.
Para José Gregorio, la vida cristiana era una lucha constante por llegar a la perfección. Fue
un hombre como los demás pero convencido de que tenía que dar un testimonio vivo de la fe
católica que profesaba.
La caridad fue la característica predominante en su vida. Esta provenía de su amor al
prójimo y de su amor a Dios. Firme en sus convicciones, enseñaba con su palabra y ejemplo la
práctica de la verdadera caridad cristiana tanto a sus pacientes como a sus colegas, alumnos y
familiares.
Su generosidad y su confianza en Dios lo llevó a ofrecer su vida para que se acabara la
Primera Guerra Mundial y se restableciera la armonía entre las distintas sociedades. Por eso,
cuando, se firmó la paz dijo: “Ahora se que me voy a morir pronto, porque Dios aceptó el
sacrificio que le ofrecí: Darle mi vida con tal que se acabara esa guerra tan cruel.” (De Gema,
Rev.P. Eduardo, El Siervo de Dios Doctor José Gregorio Hernández Cisneros, p 253)
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SEGUNDA PARTE.
JOSE GREGORIO EL SENTIDO DE LA VIDA Y LA MORAL

CAPITULO 8.- VISION DEL SER HUMANO

La persona humana se define por la racionalidad, es decir, por su carácter inteligente y libre,
y por la relación con otras personas. El existir-con el otro implica tanto el nivel del ser de la
persona humana, hombre/mujer, como el nivel ético del obrar. La existencia de la persona se
presenta como una llamada y una tarea a existir el uno para el otro.
José Gregorio Hernández enseñó con su vida que toda persona experimenta su propia
humanidad en la medida en que es capaz de participar de la humanidad del otro, portador de un
proyecto original e irrepetible cuya realización puede producirse únicamente en el contexto de la
relación y el diálogo con el otro en un horizonte de reciprocidad y de apertura a Dios, proximidad,
apertura solidaria a cada persona.
Para él, cada ser humano mediante el estudio y la investigación, contribuía a perfeccionarse
a sí mismo y a la propia humanidad. Estaba convencido que educar en libertad era humanizar y
que, toda institución educativa, fiel a su cometido, debía buscar el desarrollo pleno de la
personalidad de cada alumno. Afirmaba el estudio como camino para el encuentro personal con la
verdad, “lugar” para el encuentro con Dios mismo. En esta perspectiva, consideraba que el saber
ayuda a motivar la existencia y puede ser una gran experiencia de libertad para la verdad,
poniéndose al servicio de la maduración y la promoción en humanidad del individuo y de la
comunidad entera. Con circunspección ayudaba a orientar las opciones pedagógicas buscando
favorecer la solidaridad frente a la competencia, la ayuda al débil frente a la marginación, la
participación responsable frente al desinterés.
Dejó claro que un compromiso de esa índole pide a los educadores una comprobación
puntual de la calidad de su propuesta educativa, así como una constante atención a su propia
formación personal, cultural y profesional.
Otro campo, igualmente importante de humanización que vivió José Gregorio fue el de la
educación no formal en los diversos contextos sociales cada vez que hacía alguna visita médica.
En estos ambientes, además de examinar y recetar, siempre conversaba con los pacientes y
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familiares atento al crecimiento moral, espiritual y religioso de cada uno, potenciando la
socialización y superando la discriminación.
Existen varios anécdotas que describen claramente ésto. Por ejemplo, cuando una epidemia
azotó la ciudad, la actitud de José Gregorio llamaba la atención de todos pues entraba en las casas
para tratar de curar o sencillamente aliviar el dolor de los afectados y acompañarlos a bien morir
aun cuando corría el riesgo de poner en grave peligro su propia salud. No sólo los atendía con su
medicina, sino que también les hablaba del amor de Dios, los invitaba a pedir perdón por sus
acciones malas y a reconciliarse con Dios.
Conociendo bien la piscología humana y por su amor tan grande a los demás veía más allá
de lo que la simple vista permite. Por eso, cuando un día le hablaron de un niño muy enfermo, se
presentó en la casa humilde donde vivía. Después de auscultarlo y revisarlo salió de la casa
adonde regresó un rato más tarde cargado de alimentos, chucherías y un juguete. Conversó con el
niño, jugó con él, ambos se rieron y cuando vió que su pacientico había prácticamente
“resucitado” con su medicina tan “original”, calmó a la mamá diciéndole: “Su hijo lo que tiene es
“tristeza de la miseria”. Con esas “medicinas” que le dejé ya se puso bueno.”
Otro día lo llamaron de urgencia para atender al General Juancho Gómez, hermano del
General Juan Vicente Gómez. Fue de inmediato, lo examinó, lo recetó, habló con él y el paciente
se empezó a recuperar rápidamente. Uno de los Generales que acompañaban a Gómez le dijo:
“¡usted lo resucitó!” Pero José Gregorio le respondió: “Sólo Dios resucita, mi general”.
José Gregorio Hernández, hizo de su vida una propuesta y un modelo de convivencia
alternativo al de una sociedad masificada o individualista. Concretamente comprometido con el
encuentro, la escucha, la comunicación, los alumnos, pacientes y familiares en general, percibían
los valores cristianos de José Gregorio, de forma vital.
Vivía el compromiso de dar calidad a la vida de la comunidad donde estaba, como lugar de
crecimiento de las personas y de mutua ayuda. El signo de la fraternidad se podía percibir con
transparencia en cada momento de su vida.
José Gregorio tenía una visión de la sociedad centrada en la persona humana y sus derechos
inalienables, en los valores de la justicia y la paz, en una correcta relación entre individuos,
sociedad y Estado, en la lógica de la solidaridad y la subsidiariedad. Su visión humanista cristiana
de la sociedad le permitió luchar por encaminar la promoción de todo hombre y de todo el ser
humano.
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CAPITULO 9.- SU ACTITUD FRENTE A LA VIDA

Desde muy joven José Gregorio dio testimonio de ser una personal servicial, limpio en sus
costumbres, responsable en el cumplimiento de sus deberes y obligaciones, prudente al actuar, con
juicio sereno con respecto a las personas y situaciones, convirtiéndolo en líder y haciendo que su
popularidad creciera paso a paso.
Supo responder la pregunta acerca del misterio de la vida, que toda persona se hace, pues el
estilo de educación que recibió y fomentó, lo hizo capaz de suscitar las cuestiones fundamentales
sobre el origen y el sentido de la vida pasando por la búsqueda de los porqués más que de los
cómos. De aquí la necesidad que tenía de verificar el modo de proponer los contenidos de las
diversas disciplinas para poder desarrollar esas cuestiones y buscar respuestas adecuadas.
A los jóvenes los animaba a huir de lo obvio y lo banal, sobre todo en el ámbito de las
opciones de vida, de la familia, del amor humano. Para esto usaba una metodología de estudio y
búsqueda que habituaba a la reflexión y al discernimiento. A pesar de que José Gregorio sabía
que esto se concreta en una estrategia desde los primeros años de vida, consideraba que a los
jóvenes también se les podía cultivar la interioridad como lugar donde ponerse a la escucha de la
voz de Dios, donde cultivar el sentido de lo sagrado, decidir la adhesión a los valores, madurar el
reconocimiento de las propias limitaciones y del pecado y experimentar una creciente
responsabilidad hacia todo ser humano.
Estaba conciente de que cuando el plan original de Dios para la familia se oscurece en las
conciencias, la sociedad recibe un daño incalculable pero cuando la familia refleja el proyecto de
Dios, se transforma en un laboratorio de amor y de auténtica solidaridad
Desde su niñez hasta su muerte, testimonió la importancia de la vida en familia como
palestra donde se entrena para entablar relaciones positivas entre los diversos miembros y buscar
soluciones pacíficas de los conflictos. La familia es un objetivo fundamental para la construcción
de una sociedad pacífica y armónica pues conlleva la exigencia del mutuo reconocimiento, el
respeto y la valoración de la originalidad y diversidad de cada quien. Además, desarrolla y
alimenta actitudes positivas, como la conciencia de que toda persona puede dar y recibir, la
disponibilidad para la acogida del otro, la capacidad de diálogo sereno y la oportunidad de
purificar y clarificar las propias vivencias mientras se intenta comunicarlas y confrontarlas con el
otro.
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Como hombre de familia, José Gregorio potenció a diario sus relaciones con sus padres,
hermanos, cuñados, familiares y amigos considerándolos como microcosmos en el que se ponen
las bases para vivir responsablemente en el macrocosmos de la sociedad.
Esta realidad familiar es patrimonio de la humanidad, inscrita en el corazón del hombre. Por
eso, veía con tristeza el progresivo deterioro de las relaciones interpersonales, por motivo del
funcionarismo de los roles, el apuro, el cansancio y otros factores que crean situaciones
conflictivas.
Aprovechó cada posibilidad de contacto con su propia familia y con las familias de sus
pacientes para convertirla en ocasión propicia de profundización con ellos en temas significativos
en relación a la vida, al amor humano, a la naturaleza de la familia y para dar razón de la fe
católica.
De su época de estudiante en la Universidad hay varias anécdotas que muestran quién era.
Entre ellas es muy conocida el que en una ocasión sus compañeros viendo que la vida de José
Gregorio giraba en torno a estudiar, a trabajar en el laboratorio e ir a la Misa, lo invitaron a una
fiesta, que según le dijeron, era muy formal, pero donde habían invitado a una serie de prostitutas
entre las que estaba una muy célebre llamada “La Chatton”. Tenían todo planeado y lo dejaron
sólo con la célebre “maestra”, pensando que le sería imposible no caer en la tentación. Con mucha
seguridad en si mismo, José Gregorio conversó largamente con “la Chatton”. Al regresar los otros
jóvenes, la Chatton se les enfrentó diciéndoles: “Ustedes son unos bandidos. Por pura burla me
dejaron con un verdadero santo...Estoy arrepentida de mi vida de pecado. Si supieran las cosas
que me ha dicho ese hombre.”
Para él: “Estimular las pasiones es menguar el ser moral del hombre”...“Las pasiones son
buenas, si estimulan la inteligencia y respetan la voluntad”. “La perfección moral supone
respetarse y desarrollarse en todos los sentidos”.
José Gregorio no se dejó encerrar en la sociedad que vivía. Como hombre de esperanza sabía
que tenía necesidad de insertarse en el mundo, pero también romper con él en determinados
momentos. La esperanza pide profecía y compromete a adherirse o disociarse de un contexto de
condicionamientos que llevan a nuevas formas de esclavitud. Esta forma de estar en la historia
requiere una profunda capacidad de discernimiento, facilita la lectura de los acontecimientos y
dispone para la conciencia crítica. Cuanto más profundo y auténtico sea este compromiso, tanto
más posible es captar la acción de Dios en la vida de las personas y en los acontecimientos de la
historia. Una capacidad de esa índole encuentra su cimiento en la reflexión y la oración, que
enseñan a ver a las personas y cosas desde la perspectiva de Dios. Es lo contrario a la mirada
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superficial y al activismo incapaz de detenerse en lo importante y esencial. Cuando faltan la
contemplación y la oración, y los educadores no están exentos de este riesgo, merma la pasión por
educar, la capacidad de luchar por la vida y por la superación de cada ser humano.
A José Gregorio no se le escapó la aportación de las mujeres en favor de la vida y de la
humanización de la cultura su disponibilidad para cuidar de las personas y reconstruir el tejido
social disgregado y lacerado a menudo por tensiones y odios. Partiendo del ejemplo de su madre
constató como, muchas iniciativas de solidaridad, incluso entre pueblos en guerra, nacen del genio
femenino que en toda circunstancia fomenta la sensibilidad por lo que es humano. Por ello, la
presencia y la valoración de la mujer fue esencial para él cuando se trataba de buscar solidaridad,
apoyo, ternura, arreglo pacífico de los conflictos, la unidad en la diversidad.
Guardaba especial respeto y reverencia por los sacerdotes y por las religiosas, que entregan
sus vidas en aras de la caridad, que se ocupan de los huérfanos y de los enfermos sin familia.
Cientos de testimonios de quienes le conocieron dan fe de su santidad como hombre, como
médico, como ciudadano.
José Gregorio no se reservarba tareas exclusivas. El servicio a los demás y la humildad era
uno de los rasgos de su actitud frente a la vida.. Así por ejmeplo, junto con las recetas, muchas
veces salía personalmente a comprar las medicinas para pacientes con pocos recursos económicos.
Siempre daba a sus pacientes consejos cristianos de fortaleza y lucha para sanar. Lo específico de
su vida, consagrada a Dios y a los demás, estuvo en ser signo, memoria y profecía de los valores
del Evangelio. Se caracterizó por introducir en el horizonte educativo, médico y social el
testimonio radical de los bienes del Reino de Dios.
Cuando su razón no comprendía, su fe aceptaba. En el nudo de la corbata se colocaba un
alfiler en forma de cruz porque decía: “Tener un ideal es aspirar a lo perfecto”.
Como médico, durante todo su ejercicio profesinal se esforzó por lograr la excelencia en los
conocimientos académicos para poder servir más y mejor a los enfermos de todas las clases
sociales habiéndose comportado de manera especial con los pobres y necesitados a quienes lejos
de cobrarles por sus servicios profesionales, además les proporcionaba las medicinas necesarias.
Como maestro y escritor lo hacía con pureza de lenguaje, con sintaxis elegante, de forma
sencilla y lógica, buscando dejar una enseñanza que le sirviera al lector para convertirse en una
mejor persona. Daba ejemplo con su vida y con su palabra e hizo gala de su gran cultura científica
e intelectual.
Nunca se desligó de la situación político-social y económica que vivía el país por más que
estuviera dedicado a la ciencia, a escribir y haber viajado mucho. Amó mucho a su patria
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Venezuela tratando siempre de darle lo mejor pero alejado de la política pues sabía que su mejor
contribución era practicar su medicina lo mejor posible siendo una persona honesta, responsable y
cumplidora.
Es ejemplarizante conocer que José Gregorio utilizó las innumerables y variadas
oportunidades como profesional, para ponerlas al servicio del más necesitdo sin guardar nada más
que la tranquilidad de que cumplía con su deber como cristiano, a sabiendas que evitando el mal y
haciendo el bien, era la mejor manera de acercarse a Dios.
Fue un venezolano generoso y desprendido. Pudiendo vivir holgadamente como muchos de
sus compañeros con una consulta privada sin pasar trabajo escogió servir todo el tiempo y estar a
la disposición del que lo necesitaba de día o de noche. Fue capaz, en un momento de su vida,
dejarlo todo pensando que Dios le pedía una vida monástica más apartada de los hombres. Sin
embargo, no fue así. Dios le dejó ver que su misión en la vida era estar en la calle al servicio de
sus hermanos aliviándoles los males del cuerpo y del alma; dándoles ejemplo vivo de lo que es ser
un cristiano auténtico al servicio de Dios.
Con un metro sesenta de estatura, de contextura normal, ojos grandes, mirada serena,
profunda y bondadosa, de modales finos, José Gregorio Hernández, fue un hombre que de
carácter firme y exigente. Sus ojos reflejaban el afecto y la bondad hacia los demás, siempre tuvo
una sonrisa en su rostro pues decía que “..la sonrisa es esencialmente distinta de la risa. La
sonrisa es la manifestación voluntaria y expresiva de un sentimiento del alma...” (Hernández
Briceño, 1958,p1131)..
Tenía una tolerancia llena de caridad para el error humano y fue benévolo frente a los que lo
envidiaban. Alimentó el contacto con la gente, fomentó amistades, se preocupó por los problemas
de la Patria, se inquietó por las circunstancias políticas reinantes. A sus familiares, amigos y
pacientes los trató con gran respeto y cariño viendo en ellos el rostro de Jesús. Llevaba la paz a
los enfermos, mitigaba y consolaba al doliente, prodigaba las mismas atenciones tanto a altos
personajes del Gobierno, la política y la sociedad como al más humilde de los pobres. Para él ricos
y pobres, todos eran hijos de Dios. Estaba pendiente de ayudar personal y monetariamente a los
pobres, necesitados y menesterosos.
A diario se vestía con un flux oscuro, chaleco, reloj de oro de tapa y cadena y un sombrero
tipo bombín. Todo, a la usanza de la época. “Vivió en el mundo”. Tuvo las mismas tentaciones
que cualquier otra persona y las enfrentó porque sabía lo que era dominarse a si mismo y andar
por el camino recto con hombría y virilidad sin apartarse de sus creencias, orgulloso de su fe,
siendo testimonio vivo de lo que es vivir lo que se cree.
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No hubo heroísmos extraordinarios en su vida. Vivió conscientemente, alerta a lo que Dios
le pedía preparándose cada día para cumplir cabalmente sus deberes diarios. Era y sigue siendo un
ejemplo a imitar.
A lo largo de casi cincuenta años de vida el Dr. José Gregorio Hernández aplicó el concepto
de filosofía entendida como el estudio racional del alma, del mundo de Dios y sus relaciones.
“Ningún hombre puede vivir sin filosofía” (Hernández, José Gregorio, Elementos de Filosofía, p.5)
En todas las ramas de la medicina a las que se dedicó, buscó aplicar el estudio de Dios hasta
el límite que fija la razón, la esencia o naturaleza del alma y la existencia del mundo de la materia
y de la vida. Así por ejemplo consideraba que la evolución orgánica y el creacionismo bíblico y
dogmático no eran opuestos: “Esta doctrina de la evolución concuerda perfectamente con la
verdad filosófica y religiosa de la creación, a la vez que explica admirablemente el desarrollo
embriológico de los seres vivos, la existencia en ellos de órganos rudimentarios, la unidad de
estructura y la unidad funcional de los órganos homólogos.” (Hernández, José Gregorio, Elementos de
Filosofía, p.103)
Decía que los fenómenos psicológicos son actos del alma con facultad de efectuar
actividades sensitivas, intelectuales y volitivas. Consideraba que el alma no actuaba sola sino en
unión con el cuerpo y ambos, cuerpo y alma, formaban al ser humano.
Definió los sentimientos de tres tipos: personales como la esperanza, la desesperación y el
consuelo; altruistas como el amor, la benevolencia o la caridad de un carácter superior como los
sentimientos religiosos o estéticos.
Aprovechaba cualquier oportunidad para hablar de religión. Hablando dde sentimientos
decía: “Los sentimientos son emociones producidoas por un efecto psicológico, esto es, por una
idea, por una volición o por el simple recuerdo. La idea de separarme de mi país me produce un
sentimiento de tristeza, la resolución de cumplir mi deber, me da un vivo sentimiento de gozo; el
recuerdo de la Pasión de Jesucristo, inunda mi alma de un profundo sentimeinto religioso.”
(Hernández, José Gregorio, Elementos de Filosofía, p.21)
Concisas y claras eran sus explicaciones a fenómenos trascendentales para la vida diaria,
como lo muestra esta filosofía del lenguaje: “El lenguaje es un conjunto de signos que emplean los
hombres para comunicarse sus ideas. Se llama signo cualquier fenómeno sensible revelador de
fenómenos que los sentidos no perciben. Un grito es el signo del dolor. La balanza es signo de la
justicia ... Pero como despues que apareció el primer hombre en la tierra tenía el uso del
lenguaje, considerado desde el punto de vista histórico, es más probable que el lenguaje le
hubiera sido revelado por Dios en el momento de la creación.” (Hernández, José Gregorio, Elementos
de Filosofía, p.61-63)
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Trató el tema de la mística y las visiones sobrenaturales de los santos como algo totalmente
diferente del histerismo y la hipnosis. Los estudió como médico, con un método de análisis de
bisturí y de investigador científico. En especial estudió el caso de Santa Teresa de Jesús y decía
que una vez que ella salía de los éxtasis de oración tomaba la pluma y la que antes era tan ajena a
toda literatura, ahora producía sus incomparables escritos, con los cuales se reveló al mundo
maestra sin igual en Teología mística, historiadora eminente, eximia poetisa ... No existe, pues,
ninguna identidad, ni siquiera la más leve entre los llamados éxtasis histéricos y los verdaderos
éxtasis de los santos, que consisten en un arrobamiento de las facultades intelectuales, producidos
por la contemplación sobrenatural; el confundirlos, es indicar de una maanera cierta que no se
conoce suficientemente alguno de los dos estados.”(Hernández, José Gregorio, Elementos de Filosofía,
p.65-67)
Como buen conocedor de la música y de las bellas artes pensaba que éstas elevan el alma y
ennoblecen la inteligencia. Sin embargo alertaba que “...cualquier obra de arte, escultura, pintura
o poesía, que despierte las bajas pasiones, las innobles pasiones del hombre, en una palabra, que
sea opuesta a las leyes eternas e inmutables de la moral, no puede ser calificada de obra artística,
porque no realiza el noble fin de la belleza ideal, que es dar placer a la inteligencia y
ennoblecerla.” (Hernández Briceño, 1968 p.1133)
En el aspecto ético decía que la moral es una ciencia que estudia el bien en sí y las leyes que
deben seguirse para practicarlo. El bien lleva a que los hombres actúen de buena forma y
conviene a la naturaleza racional del hombre y el mal es una distinción fundada radicalmente en la
esencia de las cosas.
Decía: “El error no está en el objeto, puesto que todo lo que existe es verdadero; no está
tampoco en el concepto, porque el concepto, como todo lo que existe, es igualmente verdadero.
El error quien lo produce es el juicio emitido, porque al emitirlo se afirma una relación que no
existe en la realidad.
El juicio, es pues, la primera operación intelectual que puede conducir al error. La idea
sólo puede ser falsa, si se la considera con relación al objeto, es decir, al hacer el juicio, poque
puede representar al objeto de una manera inexacta.
La esencia del error consiste en interpretar mal una representación intelectual; pero como
para hacer esa interpretación es necesario un razonamiento, se deduce que también conduce al
error cualquier raciocinio falso o vicioso.” (Hernández, José Gregorio, Elementos de Filosofía, p. 91 y 95)
Trató de ser como San Francisco de Asís, un hombre de paz. No tenía enemigos ni
perseguidores políticos y si alguno tuvo, nunca lo acusó. Los perdonaba y se reconciliaba con
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ellos. Su responsabilidad frente a los compromisos en materia de educación, de medicina y
religiosos demuestran la riqueza de su vocación específica. Su sentido cristiano le daba una paz
que muchos le preguntaban cómo la adquiría. José Gregorio tiene una respuesta para ello al decir:
“Si alguno opina que esta serenidad, esta paz interior de que disfruto, a pesar de todo, antes que
a la Filosofía se la debo a la Religión santa que recibí de mis padres, en la cual he vivido y en la
que tengo la dulce esperanza de morir.” (Hernández, José Gregorio, Elementos de Filosofía, p.7)
Hizo de su trabajo una oración, no malgastaba el tiempo y aun en medio de tanto trabajo
encontraba tiempo para escribir algunos párrafos literarios y realizar trabajos científicos. Su
filosofía, su ciencia y su arte, eran una escala para subir a Dios o para llevar a los demás hacia
Dios. Decía el Dr. Razetti acerca de José Gregorio Hernández: “Católico ferviente, hijo sumiso de
la Iglesia de Roma, sacrifica todo ante el altar de su ideal religioso. Para él no hay verdades en la
ciencia, sino aquellas que no contradicen el Dogma.” (Razetti, Luis, Un libro del Dr. José Gregorio
Hernández. Nota bibliográfica Homenajes p.90)
Su contacto con personas muy diversas social, intelectual, moral y culturalmente, le enseñó
que hay que proveer en las jóvenes generaciones los elementos necesarios para desarrollar una
visión intercultural, pues en la relación armónica con los distintos pueblos, razas y culturas se
experimentan conocimiento mutuo, respeto, estima, enriquecimiento. Esa comunicación suscita
también en quien la recibe la capacidad de una respuesta enriquecedora.
José Gregorio era proclive a considerar la diferencia cultural como riqueza y a proponer
caminos transitables de encuentro y diálogo. De aquí su facilidad para tratar a todos, desde los
pacientes más pobres del lugar hasta las personas más cultas y a los personeros del Gobierno,
encontrando en cada uno una estima y aprecio por él. Muestra de ello fue que el día de su muerte,
después que las hermanas de San José de Tarbes amortajaron su cuerpo, decidieron no llevarlo a
su casa pues era pequeña, sino más bien trasladarlo a la casa de sus hermanos José Benigno,
Avelina y Hercilia Hernández, que era más grande y estaba ubicada en el número 57 en la avenida
Norte, entre las esquinas de Tienda Honda y Puente de la Trinidad.
La noticia de su muerte corrió rápidamente por toda la ciudad de Caracas y la reacción
popular fue la de volcarse a ofrecer sus últimos respetos al Doctor Hernández. El volumen de
personas fue tan grande que las autoridades tuvieron que intervenir para organizar el desfile
incesante de dolientes. Toda la noche estuvieron presente pacientes y amistades en la capilla
improvisada en la casa de la avenida Norte acompañando por última vez al médico y al amigo que
tanto bien les había hecho en éste mundo.
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Conociendo su amor a la Iglesia y a los Sacramentos, el entonces Arzobispo de Caracas
Primado de Venezuela Monseñor Felipe Rincón Gonzáles llevó a cabo un Oficio de Difuntos de
cuerpo presente al cual concurrieron sus familiares y un gran número de representantes de diversas
organizaciones religiosas.
Su féretro fue trasladado en un grandioso desfile, al paraninfo de la Universidad Central de
Venezuela por un grupo de estudiantes. Dos largas hileras de colegas y estudiantes precedían el
cortejo fúnebre. Cada uno de estos portaba una corona floral para el maestro virtuoso que les había
enseñado una nueva forma de ver la vida.
Al llegar al Paraninfo de la Universidad, se estableció una guardia de honor en torno al ataúd
integrada por cuatro alumnos los cuales eran reemplazados cada media hora. Las ofrendas florales,
que según algunos sumaban más de mil coronas, fueron colocadas en el salón central del
Paraninfo y en otros salones.
De la Universidad Central de Venezuela lo trasladaron a la Catedral de Caracas en medio de
una inmensa manifestación popular. Los caraqueños se abrieron a la reciprocidad, al amor, la
entrega, al agradecimiento, desbordando las avenidas en un verdadero mar humano para
acompañar a quien tantas veces recorrió sus calles llevando salud, consuelo y ayuda. De la
Catedral fue llevado en hombros hasta su morada final en el Cementerio General del Sur. Fue un
reconocimiento multitudinario, cálido, espontáneo a quien supo unir a las más diversas personas
en armonía y hacer crecer como seres llenos de dignidad personal a ricos y pobres, enfermos y
sanos, viejos y niños, adultos y jóvenes; sabios e ignorantes, estudiantes y profesores.
En una sociedad donde todo tiende a estar garantizado, la forma de vida escogida libremente
por José Gregorio, asumió un estilo de vida sobrio y esencial al promover una relación justa entre
las personas, el medio ambiente y Dios.
La libertad y el desprendimiento frente a las cosas lo hizo disponible sin reservas para un
servicio educativo de la juventud, convirtiéndolo en signo de la gratuidad del amor de Dios, en un
mundo donde el materialismo y el tener parecían prevalecer sobre el ser. Viviendo los principios
y valores cristianos supo superarse a si mismo, llevar una vida de entrega y solidaridad que se
contraponía a las formas de individualismo autosuficiete que proclamaba la sociedad de su tiempo.
Este modo de plantear la existencia, cimentado en la generosa respuesta a la llamada de
Dios, es una invitación a todos los educadores y profesionales a orientar su existencia como una
respuesta a Dios, partiendo de la realidad propia.
El perfil de una persona entregada a los demás como José Gregorio hace aflorar con claridad
el compromiso profesional a la naturaleza de la propia vida. Esto requiere la promoción, dentro de
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la vida de cada uno, de un renovado amor por el empeño cultural que consienta elevar el nivel de
la preparación personal, lo cual hacía José Gregorio constantemente a través del estudio diario, la
lectura de las revistas y publicaciones científicas más recientes y, por otra, de una conversión
cristiana permanente haciendo de Jesús, su camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). Es una elección
de vida difícil, pero no imposible, alejada de la comodidad pero que permite aceptar los desafíos
del momento presente y superarse personalmente.
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CAPITULO 10 EL HOMBRE VIRTUOSO

La base de la personalidad se funda siempre en las cualidades humanas. Dios no obra nunca
en contra de la naturaleza. José Gregorio Hernández tuvo su personalidad propia y a través de ella
desarrolló una serie de virtudes a lo largo de su vida. Es importante tener presente que no nació
con ellas, sino que las desarrolló a fuerza de dominio personal, constancia, esfuerzo y de
recomenzar muchas veces cuando se daba cuenta que había vuelto a cometer algún error.
Las virtudes sobre las que se apoyaba era básicamente las virtudes teologales de fe,
esperanza y caridad. A estas les unía las cuatro virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza
y templanza.
La verticalidad de su fe lo hizo despreciar los respetos humanos que buscan de cierta forma
ocultar a Dios. Rezaba siempre el Credo de rodillas como acto de supremo respeto a todas las
verdades que en ella se contienen y como el extracto de las doctrinas de Jesucristo en el
Evangelio. Manifestaba esta misma fe en todo lo que hacía en el día a día. Antes de las comidas
las bendecía y al finalizar daba las gracias a Dios; rezaba el Angelus tres veces al día ...todas
prácticas religiosas heredadas de sus padres.
Se recuerda una ocasión en que un enfermo con dolores muy fuertes gritaba en contra de
Dios y el Dr. José Gregorio Hernández le dijo: “Así no...no...Diga conmigo: Dios mío, Jesús
mío...” este era su apostolado. Por eso muchas personas decían que solamente su presencia los
aliviaba físicamente, por sus palabras tan pacientes, llenas de fe y santidad; así como sus gestos
paternales frente a los enfermos. Parecía que algo sobrenatural emanaba de él que curaba cuerpos
y aliviaba almas.
La esperanza la manifestaba con una tenacidad y perseverancia en todo lo que hacía.
Muestra de su esperanza son esas palabras suyas que escribió: “Siempre he deseado la muerte que
nos libra de tantos males y nos pone seguros en el cielo.”
La caridad para con el prójimo fue su distintivo. De aquí el título que le dieron del “Médico
de los Pobres”. Para los enfermos su caridad era inagotable. Los recibía y atendía gratis, les
regalaba las medicinas. Trataba por igual a los que pagaban sus honorarios como a los que no lo
hacían. No le importaba la lluvia ni el viento cuando iba donde un enfermo en un rancho o en el
palacio gubernamental. No le importaba el cansancio ni el trasnocho cuando algún alumno venía a
consultarle algún problema de clases o necesitaba unas explicaciones de más.
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La prudencia, parecía una norma de vida. Esta prudencia provenía de su paz interior y
equilibrio personal, lo que le permitía aplicar su sabiduría y ser ecuánime aun en las situaciones
más difíciles sin alterarse ni precipitarse en su decisión u opinión. Trataba de evitar todo aquello
que pudiera dañar o hacer sufrir a alguna persona. Como si nunca quisiera dar un paso que no
estuviera medido y contado, consultaba con frecuencia con las personas que consideraba como
doctos conocedores en las actividades de la vida.
La justicia en él era irreprochable y consideraba fundamental para la vida. Distribuía todo
por igual, sin predilecciones, procurando la mayor armonía. En la universidad, era el profesor
inflexible e insobornable, que en los exámenes daba las notas con una justicia inapelable,
procuraba que el esfuerzo fuera recompensado y castigaba la pereza. Para nadie tuvo preferencias,
trató de ser siempre equitativo. Su hora diaria dedicada a los enfermos pobres era siempre
respetada sobre todo otro compromiso.
La fortaleza, la mostró en diversos momentos superando tentaciones, halagos y en especial
cuando decidió dejar todo a un lado pues creía oir la voz del Señor que lo llamaba a seguirle como
sacerdote. Esa fortaleza de espíritu lo llevó a ser perseverante y paciente.
La templanza, fue la otra virtud cardinal que sobresalió en él. Era un hombre con un gran
dominio sobre sí mismo, parco en las comidas, guardaba ayunos y abstinencias.
Su generosidad, solidaridad y desprendimiento de los bienes de la tierra, hacían que su
conducta fuera austera. Todo lo regalaba a la familia y a las personas necesitadas. Cada persona
enferma era para él Cristo paciente que se le acercaba a pedirle curación.
En su habitación brillaba la sencillez y la limpieza. Tenía pocos muebles; en la cabecera de
su cama de alambres con colchoneta muy delgada, tenía una pila de agua bendita y un nicho con
las imágenes de la Virgen de las Mercedes y el Niño Jesús. Tenía un cuadro del Sagrado Corazón
de Jesús, una mesa de noche, un escaparate, una silla y un estante.
Comía siempre a la misma hora y todos alimentos sencillos y naturales. Después de la
muerte de su padre, siempre se visitó de negro y con trajes que él mismo hacía.
Como complemento y consecuencia natural de todas estas virtudes, se destacó por su
humildad. Nunca consintió la figuración ni el halago: prefirió pasar desapercibido ante los honores
del mundo. En una ocasión a una anciana de La Pastora le dijo: “es muy poco lo que hago.
Además usted puede hacerlo tan bien como yo. Dios es igual para todos. Cuando uno se acerca
a él El también se arrima a uno. De ese modo las cruces y los afanes de la vida se convierten en
medios de santificación.”
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El Cardenal venezolano José Alí Lebrún lo definió diciendo: “La vida del Dr. José Gregorio
Hernández es la intensa búsqueda de un hombre de fe que quiere, ayudado por la gracia, seguir
muy de cerca el ejemplo y la doctrina de nuestro Señor Jesucristo.”
La virtud que más le caracterizaba era la caridad. Cumplía especialmente el mandamiento
del amor a Dios y al prójimo. Consideraba el pecado como el mayor mal que le podía sobrevenir
al hombre y cuidaba que nadie oyera salir una palabra deshonesta de sus labios. Huyó siempre de
las murmuraciones y críticas y de toda conversación menos digna.
Uno de los rasgos mas sobresalientes de su personalidad fue la exquisita sensibilidad que
supo dar a su vida para hacer la misericordia. Era tal su desprendimiento, que, aun cuando pudo
como médico haber hecho una gran fortuna en Caracas, debido a su fama como doctor y por lo
solicitado que era, no tuvo nunca sino lo necesario para una vida honesta de él y de los familiares
que con el convivían.
El hombre virtuoso, sabe llegar a otras personas y adentrarse en el corazón de los amigos.
De él dijo el Dr. Sales Pérez en un artículo de periódico: “¿Quién que trate al Dr. Hernández
puede libertarse de estimarlo? El alma más bella es la que en su camino por la vida no haya tenido
quien le mire torvamente por una falta de su carácter o por escasez de simpatía ... Esta era el alma
del Dr. Hernández, que en frase del mismo culto escritor, “sabía una ciencia que no se aprende en
ninguna academia: Sabe hacerse amar...” (de Sales Pérez, F., El Cojo Ilustrado, julio 1983)
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CAPITULO.- 11 EL SANTO

José Gregorio Hernández, ese hombre delgado, con aspecto pálido y frágil, con mirada
dulce, lleno de amor, servicialidad y compasión por los demás, que a todos les brindaba atención y
cariño, fue considerado como “santo” aun cuando estaba en vida.
Hay quienes piensan que los santos son figuras altas, hieráticas, en los noichos de las
Iglesias. Los santos son personas que concientizan su necesidad de perfeccionarse y desarrollar
sus cualidades y capacidades en dirección hacia Dios. El santo es una persona que sabe ser
verdadero ser humano, en cada momento de su vida, usando la inteligencia para sublimarse y
cumplir con su destino eterno. Es santo quien cumple con su deber de cada día, allí donde Dios lo
ha colocado para vivir.
La vida diaria de José Gregorio era continuación de aquella Misa, que con gran fervor oía en
la Iglesia de Las Mercedes todas las mañanas y de aquella comunión en la cual intimaba con su
Señor. Ello le permitió desarrollar una espiritualidad muy fina, llenarse de sentimientos nobles y
deseos de santidad, que no son otra cosa sino deseos de vivir unido a la voluntad de Dios.
Su profesión médica la convirtió en un rito sacerdotal pues pensaba y actuaba como si detrás
de todas las cosas viera un camino abierto a sus ansias de santidad. No perdía oportunidad para
confesar y defender sus creencias, lo mismo en la cátedra que en la amigable conversación. En sus
escritos, se siente rezumar aquella fe y aquella tensión para que todas las personas conocieran la
verdad y se adhirieran a ella. Para José Gregorio todos sus actos eran apostólicos. Se había
impuesto la misión de buscar su perfeccionamiento en los distintos órdenes, pero, por encima de
todo eso, quería caminar hacia la santidad.
Era un hombre vertical en su fe, evangelizando con su palabra y con su ejemplo,
despreciando los respetos humanos. Si con algunos creía que había que ejercitar su apostolado
seglar, era con sus enfermos, a los que valía tanto con sus auxilios científicos, como con la ayuda
a la resurrección de su fe dormida.
Para el catolicismo en Venezuela, José Gregorio Hernández fue un paladín de primera fila.
Supo defender el catolicismo más con su ejemplo de abnegación y caridad, con el sacrificio de su
vida que con palabras y discusiones de las cuales él decía que no quedaba más nada sino el sabor
agrios de la contradicción y el mal sabor frente al egoísmo de quienes defienden agresivamente su
punto de vista y su orgullo como algo más importante que el descubrir la verdad
En su vida no hubo prodigios extraordinarios ni grandes heroísmos. Fue un hombre que supo
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cuál era el sentido de su vida y vivió conscientemente su cristianismo.
José Gregorio tiene muchos seguidores que le piden su intercesión para conseguir favores
con Dios. Las personas escriben contínuamente en los periódicos y revistas notas de gratitud a “al
médico de los pobres” por favores concedidos: enfermedades que desaparecen, almas angustiadas
que retornan a la alegría, empleos que se obtienen, familias que recobran la paz … Personas con
toda seriedad y confianza cuentan de los sucesos fuera de lo común que llaman la atención a
médicos y hombres de ciencia.
Por su ejemplo y sus intercesiones, en torno a José Gregorio Hernández se ha desarrollado
toda una devoción. Una devoción es correcta cuando acerca a Dios y logra mejorar la vida de la
persona progresivamente, teniendo claro que Cristo es el único y principal mediador entre Dios y
los hombres. Por esto, la devoción a José Gregorio es buena si invita a conocerlo, a saber más de
él, de su vida y anima a seguir los pasos de Cristo como él lo hizo.
La fama de santidad que tuvo durante su vida, se propagó después de su muerte, no solo en
su patria sino en los países vecinos. Es por eso que la Curia Arzobispal de Caracas, por iniciativa
de Monseñor Lucas Guillermo Castillo, Arzobispo de Caracas, inició la causa de Beatificación y
Canonización, celebrando el proceso informativo entre1949 y1958.
José Gregorio Hernández se convertía en el primer Doctor en Medicina venezolano en busca
de llegar a la gloria de los altares de la Iglesia Católica.
En Roma se nombró como Postulador General de la Causa, al Reverendo Padre Carlos
Miccinelli, quien designó a Monseñor José Rincón Bonilla, Vice postulador para Venezuela de la
Causa de Beatificación del Siervo de Dios, Dr. José Gregorio Hernández. Más adelante se nombró
como Postulador de la causa a Monseñor Dr. Marcelo Venturi y el Vice-postulador, Monseñor Dr.
Jorge Urosa Savino. Este último, remitió a la Santa Sede numerosas cartas postulatorias de
personalidades y entidades civiles y eclesiásticas, en las que se solicitaba que esta causa fuera
introducida ante el pleno de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos. Se hizo también
el proceso informativo en La Habana (1957) y un proceso complementario en Caracas (1961).
Al iniciarse la causa de Beatificación, el 23 de octubre de 1975 sus restos fueron exhumados
y trasladados a la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, en Caracas.
Luego de varios decretos, el 1º de agosto de 1980 se publicó el decreto de la autenticidad del
proceso. Finalmente, el 16 de enero de 1986, por sus virtudes, la Iglesia lo elevó de Siervo de Dios
a Venerable a través de un Decreto donde se describen las virtudes heroicas de José Gregorio
Hernández médico y profesor de la Universidad de Caracas.
Cuando Monseñor Urosa Savino fue nombrado obispo de Valencia en 1990, lo sucedió en la
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vice-postulación monseñor Mario Moronta. Desde 1996 hasta el año 2000, se encargó del proceso
el Padre Alejandro López Cardinale. A partir de agosto del año 2000, el encargado de la
postulación fue monseñor Jorge Villasmil encargado de demostrar un nuevo milagro del Dr.José
Gregorio Hernández para que la Iglesia universal lo reconozca como Beato y de allí pase al título
de Santo.
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TERCERA PARTE
RECONOCIMIENTOS A JOSE GREGORIO HERNANDEZ

CAPITULO 12.- EL FINAL DE LA VIDA DE JOSE GREGORIO

Este médico y educador ejemplar murió a los cincuenta y cinco años arrollado por un
automóvil, el 29 de junio 1919, en Caracas en la zona de La Pastora, entre las esquinas de
Amadores y Urapal.
Era Domingo, día de obligación para todo católico de ir a Misa. José Gregorio se levantó
como todos los días a las cinco de la mañana y después de bañarse y rezar el Angelus, salió de su
casa ubicada en el número tres entre las esquinas de San Andrés y Desbarrancado y se dirigió a la
Iglesia de la Divina Pastora para participar en la Misa y de allí salió a visitar a algunos enfermos
de la Parroquia y a sus pacientes.
A mediodía regresó para almorzar y descansar. Al poco rato, le avisaron que una señora
anciana estaba muy grave. José Gregorio tomó su sombrero y partió enseguida a verla en su casa
que quedaba entre las esquinas de Amadores y Cardones. Después de examinarla y diagnosticarla
salió hasta la farmacia Amadores, pues era la que le quedaba más cerca, para comprarle las
medicinas necesarias para darle pues la señora era muy pobre.
Entre las esquinas de Amadores y Urapal se encontraba estacionado un tranvía. En el
momento en que salía José Gregorio de la farmacia con las medicinas otro tranvía subía desde la
esquina de Guanabanos hacia Amadores. José Gregorio fue a cruzar la calle por delante del tranvía
que se encontraba detenido, sin percatarse de que un automóvil se aceraba en esa dirección,
sorprendido por la aparición inesperada del transeúnte el chofer no pudo detener a tiempo el
vehículo que conducía a 30 Km. por hora y José Gregorio recibió el fuerte impacto que lo lanzó
por el aire contra un poste telefónico; golpeándose en su caída con el filo de la acera. Este golpe,
de acuerdo con el informe forense, le ocasionó la muerte pocos minutos más tarde, pues le fracturó
la base del cráneo y le provocó una hemorragia interna.
Sus últimas palabras fueron : “¡Virgen Santísima...!”
Así moría el Dr. José Gregorio Hernández, ilustre médico, educador ejemplar y católico
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fervoroso, formando parte de todas esas personas de nuestra Venezuela a quienes la vida le es
arrebatada cuando menos lo piensa.
El Sr. José E. Machado historiógrafo y bibliotecario nacional para entonces,escribió un
epitafio en su lápida que dice:
“Médico eminente y cristiano ejemplar.
Por su ciencia fue sabio y por su virtud fue justo.
Su muerte asumió las proporciones de una desgracia nacional. Caracas que
le ofrendó el tributo de sus lágrimas, consagra a su memoria este sencillo
epitafio que la gratitud dicta y la justicia impone.“

En la fachada de la Farmacia Amadores hay una inscripción que dice:


“El 29 de Junio de 1919
se extinguió en éste sitio el
Dr. José Gregorio Hernández.
Su vida fue lumbre de ciencia y caridad.
Su recuerdo perdura en el corazón de Caracas”

Parece que el Dr. José Gregorio Hernández no ha podido quedarse tranquilo después de
muerto. Existen una serie de relatos que narran que dicen haberlo visto y que se ha presentado a
los pacientes que lo invocan, vestido de negro, sonriente y que ha dejado recetas escritas por él
mismo después de muerto.
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CAPITULO 13.- HOMENAJES

El 12 de diciembre de 1905 el Gobierno de Venezuela le otorgó la Medalla de Honor de


Instrucción Pública en consideración de los servicios y aportes de José Gregorio a la enseñanza en
general y a la medicina en particular.
A su muerte, en 1919, se creó el Premio José Gregorio Hernández el cual se otorgaba cada
dos años (la última vez se otorgó en 1983); se colocó una lápida en el cementerio y se entregó un
retrato al óleo del Dr. Hernández, el cual fue colocado en la Cátedra de Fisiología Experimental,
Histología y Bacteriología de la Escuela de Medicina, cátedra creada por el Dr. Hernández en
1890.
En 1919, un grupo de caballeros incrustaron una estrella de mármol en el brocal de la acera
donde ocurrió la tragedia, en la esquina de Los Amadores, parroquia La Pastora, en Caracas.
En 1932 un grupo de artesanos, vecinos y amigos de La Pastora, al saber que la estrella de
mármol del brocal de la acera, había sido quebrada, resolvió colocar una placa de mármol en la
pared de la botica de Amadores. Aún se conserva en el sitio.
El 25 de abril de 1941, en el barrio Cotiza, se inauguró un hospital municipal de 500 camas
destinado a enfermos sin recursos, con el nombre del Dr. José Gregorio Hernández.
El 24 de junio de 1942, se inauguró en el Edo. Trujillo el hospital José Gregorio
Hernández.
En 1947, profesores y alumnos del Instituto de Medicina Experimental solicitaron al
Consejo de la Facultad dar el nombre del ilustre profesor Dr. José Gregorio Hernández al Instituto
que era sede de la Cátedra de Fisiología y de Investigaciones, lo cual fue aprobado y tramitado. El
nombre de José Gregorio Hernández fue colocado en letras de hierro forjado en el 2º piso del
edificio, en la fachada este de su entrada principal.
En 1950 se colocó allí una escultura de bronce realizada por el escultor Francisco Narváez,
con la efigie del Dr. Hernández y una leyenda.
En 1951, se creó el Instituto Médico del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, Dr.
José Gregorio Hernández. De allí se cambia su sede al edificio Las Brisas, lugar que todavía
ocupa y desde el cual ha rendido una encomiable labor.
El 19 de noviembre de 1973, en Los Magallanes de Catia, se inauguró el magnífico
Hospital General del Oeste Dr. José Gregorio Hernández. En el frente del hospital, fue colocada
una estatua del Dr. Hernández, realizada por la escultora venezolana Marisol Escobar y una
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réplica de la misma estatua fue enviada a Isnotú y se encuentra ubicada a la entrada de la
población.
Junto a esto son innumerables los escritos, agradecimientos y libros dedicados al Dr. José
Gregorio Hernández.
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CUARTA PARTE
CONCLUSION

Es muy interesate ver como personas de todos los estratos sociales e incluso las contrarias
ideológica y/o políticamente se expresaban de José Gregorio Hernández con todo respeto y
admiración y ver como, cada quien a su manera, admitían que era un hombre de Dios.
A pesar de todas las dificultades que tuvo dentro de su entorno social, económico, político y
cultural de su época no decayó nunca en sus creencias cristianas ni en su espiritualidad. Supo
mantener su fe religiosa y que lo reconocieran como persona de gran peso moral.
José Gregorio se ha dado a querer por su pueblo no por propagandas o por influencias de
amigos, sino por lo que fue en si, por su bondad y desprendimiento, por ser cristiano humilde que
invita a imitarlo.
Como hijo y hermano siempre estuvo muy cerca de los suyos. Atento a todas sus
necesidades tanto materiales como espirituales.
Cumplió como médico esforzándose hasta el último día de su vida en mantener su ciencia al
día, en investigar y pasar todos sus conocimientos científicos a sus colegas médicos y a la
curación de sus pacientes todos por igual. Desarrolló la investigación como su aporte serio a la
ciencia, vigiló atento la formación de sus alumnos y se ocupó personalmente de los enfermos y
todos los necesitados. En este sentido es muy descriptiva la frase que de él dijo una señora que
vivía en La Pastora: “El Dr. Hernández no era un profesional de esos que le miran a uno y
secamente le dicen que compre ésto o aquella medicina o que guarde cama tantos días. El era un
amigo y su sonrisa invitaba a vivir y a sanar.” (Díaz Alvarez, Manuel, El Médico de los Pobres)
Como investigador científico se destacó por encima de sus colegas con una serie de
investigaciones que hicieron que su fama fuera internacional.

Como profesor sabía que el mayor bien que podía hacerle a sus alumnos y a su Patria era
enseñándoles con verdad, despertando en ellos el espíritu de la investigación, la correcta
disciplina y la responsabilidad frente al deber. Enseñó que el cometido del profesor
universitario es uno de los más complejos, pues la enseñanza exige responsabilidad, autoridad y
ejemplaridad. El oficio de profesor universitario es la respuesta a la llamada para desarrollar el
espíritu humano y valorar la vida individual y social, empezando por el esfuerzo propio de vivir
con dignidad.
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Este oficio de profesor es lo que convierte, o debe convertir, a la universidad en taller
luminoso de la cultura y en conciencia moral de la sociedad. Universidad entre cuyos objetivos
están, la transmisión y discusión de los conocimientos más avanzados en todos los campos;
investigación orientada hacia el incremento de los conocimientos, sin abandonar la posibilidad
de resultados prácticos e inmediatos; y preparar científica y técnicamente profesionales a nivel
superior. O, dicho por Ortega y Gasset: la universidad está llamada a “enseñar a ser hombre
culto; enseñar a ser buen profesional, y ser un centro de investigación.” (Ortega y Gasset en Flitner,
Wilhelm. Manual de Pedagogía General. p 88)

De la vida del Dr. José Gregorio Hernández podemos deducir que la educación, en todos
sus niveles, más que ser transmisión de valores, es valorización de la vida por medio de la
cultura. El sentido de la cultura es el perfeccionamiento del hombre. Esto hace que el acto
educativo sea un acto esencialmente ético. Por esto, cuando el profesor-educador se exige y
exige a los alumnos, su exigencia tiene este sentido ético, y esa exigencia guarda proporción
con lo que el profesor da. De este modo, la actuación del profesor inspira confianza en la
medida en que tiene confianza en sí mismo, en el poder de la educación y en la impronta
perfectiva de la formación universitaria. En la medida en que estima la perfectibilidad de los
alumnos y sabe actuar de modo que aun el menos brillante de sus alumnos conserve el
sentimiento de su propio valor, aunque sólo sea porque ha comprendido que debe mejorar su
actitud, revisar sus criterios, elevar sus miras... o porque tiene la certeza de que el profesor le
brindará más ayuda. Este es el carácter ético del quehacer educativo, éste es su fin, y es lo que
compromete al educador, llamado a educar en la libertad y para la libertad, porque está
educando personas, seres libres, para ayudarles a ejercitar su libertad, a realizar de modo pleno
el acto propio de la libertad, que es el amor.

Su entusiasmo en la preparación de sus clases y en la asistencia a las mismas, mostró que


todo profesor universitario vive la juventud varias veces. Puede poseer, a la vez, la alegría de
la juventud, la esperanza del futuro, la experiencia de los años y la prudencia de la madurez.
Sólo un profesor puede percibir antes que nadie, en toda su fuerza, la luz del sol que mana de
la juventud; vivir su dicha como un presente, del que tan pocas veces es consciente la misma
juventud debido a una falsa perspectiva, y que el adulto vive solamente como algo pasado,
desaparecido hace tiempo.

De las consideraciones de José Gregorio Hernández como profesor podemos deducir


varias funciones que le son propias a un educador y a una institución universitaria. La función
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profesional, creadora, de investigación, de aplicación a la realidad, social, consultiva e
internacional

La función profesional, formando al alumno en un nivel superior de conocimientos y


razonamiento del porqué de su actuación profesional.

Función creadora al buscar estimular la imaginación y el ingenio en los distintos campos


del saber y la ciencia como por ejemplo las letras, artes y las diferentes maneras de expresarse,
comunicarse y producir en base a la técnica y la ciencia.
Función de investigación haciendo que el alumno desarrolle una actitud amigable hacia los
cambios producto de la realidad humana viéndola como aquello que lo que la rodea sean mejor
conocidas, a fin de que se adopten las previsiones que exigen las nuevas necesidades y
realidades de la vida social.
Función de aplicación a la realidad, al aprovechar los resultados de la investigación, y
llevarlos a la vida diaria.
Función social al estar en contacto con la realidad que lo rodea y poder palpar de primera
mano las necesidades sociales de la comunidad y del país. La universidad está llamada a indagar
los fines y medios para la sociedad. Debe ser, así mismo, una escuela de la comunidad, ya que su
deber consiste en atender las necesidades de la comunidad en la cual está ubicada. Así, la
universidad, en sus estudios, debe partir de lo particular (problemas concretos de la comunidad),
dirigirse a lo universal (estudio de los mismos problemas en otras partes y otros países con
carácter general) y volver a lo particular (orientada ahora a proponer soluciones que remedien o
atenúen las dificultades de la comunidad). El Dr. Hernández intervino directamente en la solución
de los graves problemas sociales que se vivían en su tiempo, poniendo en práctica sus valores
cristianos y ejerciendo su profesión sin meterse en política.
Función consultiva al reforzar la función social, de manera que las autoridades legislativas
y ejecutivas, así como las distintas comunidades, puedan consultar a la universidad cada vez
que se presenten problemas de importancia que afecten a la comunidad.
Función internacional. Orientada al estudio objetivo y científico, y por lo mismo
desapasionado, de situaciones y problemas que se presentan entre las naciones. La universidad
podrá ser el lugar común, el campo neutral de estudio de las divergencias entre los grupos
humanos.
En materia de religiosidad, José Gregorio Hernández probó que se puede ser un gran maestro,
un gran hombre de ciencia reconocido nacional e internacionalmente y al mismo tiempo ser un
hombre de profunda fe, es decir de confianza absoluta en Dios, de Misa diaria y de práctica
UNE JGH 60
intensa de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, así como las virtudes cardinales:
prudencia, justicia, templanza y fortaleza.
Si se le define con el término de que fue un hombre servicial, se puede decir que el Dr. José
Gregorio Hernández vivió a plenitud las obras de misericordia de las que habla el Evangelio de
San Mateo capítulo 25 del 34 al 43: “Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento; vestir
al desnudo; recibir al extraño; visitar a los enfermos y socorrer a los presos” y enterrar a los
muertos. Cumplió también con los obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe; dar
buen consejo al que lo necesita; corregir al que está equivocado; perdonar las ofensas; consolar al
triste; sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar a Dios por los vivos y los muertos.
En otras palabras, vivió su ser de bautizado promoviendo la práctica de la vida cristiana,
expresando su amor al prójimo, luchando por acercar a las personas a la salvación, por dar a
conocer a Cristo y por extender su Reino. A través de la solidaridad con todos promovió lo que
hoy conocemos como la civilización del amor y la conversión del corazón de cada persona para
que vuelva a Dios.
Era un hombre íntegro, coherente como lo es todo aquél que actúa según lo que piensa.
Guiado siempre por la palabra de Dios, sereno, responsable de sus actos y tendencias naturales,
sabedor de que si nosotros no actuamos Dios no puede hacer nada en nuestro favor. Tenía una fe
activa, dinámica que le exigía cada vez más y él supo responder.
Sabía que el ser médico, investigador, maestro, pedagogo, filósofo no es sino ser un simple
instrumento de la acción divina en medio de la sociedad.
Fue un hombre como pocos han caminado por esta tierra José Gregorio. Jamás buscó fama.
Realizó su trabajo con ejemplar dedicación y mística de santo. Decía que: “una fe que no se hace
cultura es una fe no acogida en plenitud, no pensada en integridad, no vivida en fidelidad”.
(Hernández Briceño, 1968 p.1133)
Fue un apóstol en el mejor sentido de la palabra: sembró su vida de obras, que fueron
semillas de bien y de amor para su sociedad y para su Patria. Su vida fue un testimonio
permanente porque fue un incansable dispensador de verdad, de bien y de vida. Ayudó a elevar la
vida de los hombres dignificándola. Sirvió responsablemente en su puesto, siendo un instrumento
activo en las manos del Señor. Supo entender que su puesto estaba en el mundo como seglar
comprometido para ser fermento de Evangelio en los medios en que le tocó vivir. Era un hombre
de Dios.
UNE JGH 61
José Gregorio Hernández hizo de Venezuela un mejor país pues supo combinar su ser
profesional con su ser cristiano. Ejerció su profesión con responsabilidad y honestidad viviendo
intensamente su fe en Jesucristo y en la Iglesia.
Con ejemplos como este y el de una serie de otros venezolanos que se han destacado por esa
grandeza intangible de la moral, lo cultural, lo intelectual, lo social, lo educativo sabemos que si es
posible vivir la más grande de las fortalezas de todo ser humano y de toda sociedad una
espiritualidad consciente y dinámica lista para enfrentar los cambios de una sociedad donde las
comunicaciones y tantas otras cosas materiales han pasado a ser “pan nuestro de cada día” y que
sentarse a hablar con Dios o quedarse en silencio para escuchar y sentir a Dios es algo inusual.
La vida de José Gregorio Hernández es muestra de la vocación del ser humano llamado por
Dios para servirle en todas las personas sin distingo de posición social, cultural o económica, en
cualquier tiempo y en cualquier circunstancia.
Su vida enseña que los desafíos del contexto actual de la sociedad venezolana, dan nuevas
motivaciones a la misión de los educadores a vivir los consejos evangélicos y llevar el humanismo
de las bienaventuranzas al campo de la educación, de la escuela y la universidad. Su propuesta de
la más alta humanización del hombre y de la historia es proyecto que cada cual en esta tierra
puede hacerlo suyo.
Es difícil enumerar toda la hazaña de vida del Dr. José Gregorio Hernández sólo se puede
decir que nació y vivió como un santo que ayudó a muchas personas, que pasó por la vida
haciendo el bien con una profunda espiritualidad que lo llevó a ser un cristiano ejemplar y más aun
un modelo a seguir. Los venezolanos lo veneran como un católico integral, un perpetuo
paradigma de ser humano en quien se destacan las virtudes cristianas las cuales aplicó en su vida
profesional, familiar y personal. El Dr. Luis Razetti dijo ante el féretro de José Gregorio: “El Dr.
Hernández nos ha legado el hermoso ejemplo de cómo se puede conquistar la verdadera
popularidad dentro de los estrechos límites de la honradez y la virtud.”
Venezuela y en general el mundo entero necesita la presencia de personas como José
Gregorio Hernández, capaces de dedicarse establemente a la ciencia, al mundo académico, al
servicio de Dios, de los hermanos y del bien común.
Todo universitario, alumno, profesor e institución educativa, puede tomar el ejemplo de José
Gregorio Hernández para proyectarse sobre sus comunidades haciendo un aporte científico,
humanitario y social en busca del bien común de la sociedad.
UNE JGH 62

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Sousa, Yaidelyn; Di Campli, Dorana; Di Marzo, Camila; Díaz, Adrián; Díaz, Jesús; Díaz, Ruben; Espinosa,
Analit; Farina, Mariana; Figueroa, Guillermo; García, Douglas; García, Juan Pablo; Gentile, Jonathan; Gómez,
Victoria; González, Jonathan; Gordon, Juan Carlos; Guzmán, Irene; Gutiérrez, José Alejandro; Guzmán,
Marle; Lochi, Christian; López, Diego; López, María Alejandra; López, María Carolina; Herrera, Luis Iván;
Macdonald, Tibisay; Madrid, Dany; Martínez, Maria Gabriela; Martinez, Orlyana; Martino, Angelo; Medina,
María Alejandra; Morales, Desiree; Morentin, Karina; Navas, Paola; Oreadi, Norma; Ortiz, Joel; Osuna,
Delmar; Pérez, Andreína; Perna, Marianella; Polanco, Alexis; Quiroz, Kiscel; Raffensperger, Frank; Rosa,
Gianantony; Rubera, Erick; San Martín, María Fernanda; Santana, Cristina; Segovia, Rolando; Silva, Oswaldo;
Tovar, Luis; Tudela, Macarena; Tumino, Genevieve; Vieira, Neidy; Zamacona, Estibaliz.

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