You are on page 1of 8

Ética a Nicómaco

La Ética a Nicómaco constituye uno de los pilares fundamentales del pensamiento


ético griego al lado de las otras vertientes, platónica y socrática, con las cuales
mantiene una relación crítica. La primera diferenciación que cabe hacer se refiere
a la ética como el gobierno de sí mismo, frente a la política, que es el gobierno de
la ciudad.

El Núcleo de la Ética

La cuestión central de la Ética, como gobierno de sí mismo, gira en torno a la


cuestión de la felicidad, en su doble carácter de bien privado (ética) y bien público
(política). El medio conducente por excelencia es la virtud, y el obstáculo por
excelencia que traba su acceso es la supremacía del vicio y de las pasiones.

La producción de la virtud es el resultado del ejercicio, de la acción; y de ahí que


las dos especies de virtud, la ética y la dianoética, es decir, la virtud moral y la
virtud intelectual, no se vinculan por una relación de causalidad, ya que una no
determina la otra.

El sujeto del deseo propuesto por Aristóteles es un sujeto que retrocede frente al
imperativo deseante y establece así un sujeto de la ética, es decir, un sujeto que
se gobierna a sí mismo.

El ideal de la felicidad es la concordancia del sujeto del deseo con el sujeto ético,
en el marco de una concordancia que sea la proporción entre la ética individual y
la ética pública.

La Virtud como Ejercicio

La ética se centra, entonces, en la descripción de los comportamientos y en las


consecuencias morales que pueden deducirse de ellos. Y al no existir una ciencia
de la ética, no puede existir una ley escrita sobre sus preceptos.

El estudio sistemático de la virtud y de la felicidad no conduce a ella, la virtud


moral es ejercicio y no conocimiento; y sólo por medio del ejercicio es posible
poseerla, porque, dice Aristóteles, no se nos confiere por la naturaleza sino por la
disposición.
El Eudemonismo

¿Cuál ha de ser el fin o bien supremo? Todo el mundo está de acuerdo: es la


felicidad. Lo que se quiere absolutamente por sí mismo y ya no se quiere por otra
cosa, es impostergable y no se subordina, es la felicidad. Los más ponen felicidad
en algunas de estas tres cosas: riquezas, honores (fama) y placeres, Aristóteles
mostrará que éstos no son verdaderos caminos a la felicidad. ¿Y cómo ha de
hacerlo? Mostrando que tales cosas no pueden ser buscadas o queridas por sí
mismas, ya que precisamente son un instrumento, un medio.

En cuanto a los honores (el reconocimiento de los demás, que no es el amor ni la


amistad, sino algo más exterior y más público) no valen nada si no van unidos al
mérito, a lo valioso. Quien busca el reconocimiento ajeno por encima de todo, lo
más fácil es que no tenga tiempo para hacerse digno de él.

De igual forma, el placer no puede ser perseguido como el fin último, porque es
inseguro e inconstante. El placer es como un adorno del bien, algo que se
sobreañade al bien como un premio o como una corona; pero si se separa de él y
se busca por encima, entonces se convierte en algo indigno.

Para Aristóteles la felicidad tiene que ser el resultado del correcto desempeño de
lo que es propio.

La excelencia o perfección de la actividad propia de cada cosa se dice en griego


arcaico, areté. Cualquier cosas puede tener areté: la virtud de un bolígrafo es
escribir bien, la de un árbol es dar un buen fruto… Ahora bien, lo propio del
hombre, ¿qué es? La razón, la inteligencia, como se dice en su definición
esencial: el animal racional. Así el hombre será feliz si se determina con virtud, es
decir, con excelencia, conforme con la razón.

Ahora bien, la idea de vivir conforme con la razón puede entenderse de dos
maneras: primero vivir guiado o gobernado por la razón; segundo, vivir dedicado a
la razón. Conforme con estos dos sentidos, habrá que hablar de dos tipos de
virtudes: las virtudes éticas, que son las que resultan de aplicar la razón a la vida,
de conducirse en la vida razonablemente; y las virtudes dianoéticas (de dianoia,
inteligencia), que son las que se refieren a la vida de dedicación a la razón
(virtudes intelectuales). Estos dos tipos de virtudes apuntan a dos tipos de vida:
las éticas se refieren al modo de vida del hombre activo, que conduce su vida con
prudencia (phrónesis); y las virtudes dianoéticas se refieren al ideal de la vida del
hombre contemplativo. La definición que da Aristóteles de la virtud es, “Virtud es
una disposición adquirida de la voluntad, consistente en un justo punto medio
relativo a nosotros, determinado por la recta razón, tal como la concretaría el
hombre prudente.
Disposición adquirida de la voluntad: quiere decir que no es un don de la
naturaleza, que no brota espontáneamente de ella, sino que es preciso adquirirla
por la repetición del acto, mediante el esfuerzo y la perseverancia.

La virtud ética más importante es la justicia, porque en ella el individuo busca no


sólo el bien propio, sino también el de los demás. El hombre más perfecto no es
el que emplea su virtud sólo en sí mismo, sino el que la emplea para otros. La
justicia se concreta en la obediencia a las leyes democráticas y en considerar a los
ciudadanos libres como iguales. La virtud de la justicia apunta a la política como
ámbito necesario para la realización plena.

Sobre la Felicidad

Toda Actividad Humana tiene un Fin

Tanto el arte como la investigación, y del mismo modo, la acción y toda búsqueda,
son concebidas siempre en dirección hacia algún bien. Por esta misma razón, el
bien fue definido correctamente como aquello hacia lo cual tienden todas las coas.
Sin embargo, pueden constatarse algunas diferencias entre los fines: algunos de
ellos consisten en acciones; otros, en cambio, consisten en actividades; y otros, en
obras.

La Ética Forma Parte de la Política

Si al realizar nuestras acciones, existe un fin deseable por sí mismo, y así otro
fines con arreglo a éste, y si no todas las cosas se desean para beneficio de otras;
es evidente que este fin habrá de ser el bien; y este bien, el bien supremo.

De hecho, esta ciencia parece ser la más autorizada y la más propia de todas las
ciencias: la Política; porque ella ordena el tipo de ciencias que convienen a las
ciudades y las que deben aprender los ciudadanos, y hasta qué grado deben ser
aprendidas.

La Ciencia Política No es una Ciencia Exacta

Cada hombre juzga bien las cosas que conoce, y en esto resulta ser un buen juez.
El hombre que ha sido bien educado en estas materias ha de juzgar
correctamente en lo que ha sido instruido y será también un buen juez en todos
los asuntos. Por ello, el joven no resulta apto para aplicarse a la lectura de la
ciencia política, dada su escasa experiencia en lo que concierne a las acciones de
la vida, porque las discusiones en materia política parten de ellas y se refieren a
ellas. Debido a la tendencia de os jóvenes de dejarse conducir por las pasiones,
su estudio será vano y no extraerá provecho alguno de su aplicación, puesto que
el fin que persigue la Política no es el conocimiento, sino la acción

Divergencias Acerca de la

Naturaleza de la Felicidad

Cabe preguntarse cuál ha de ser el bien que se propone alcanzar la Política y cuál
ha de ser el bien supremo que puede ser obtenido por medio de nuestras
acciones.

Tanto el pueblo como los hombres cultivados acuerdan que se trata de la felicidad
y, en virtud de ese acuerdo, se identifica el vivir bien y el obrar bien con el hecho
de ser feliz. Sin embargo, en lo que concierne a la naturaleza de la felicidad,
debemos decir que no rige un acuerdo unánime: tanto la muchedumbre como los
hombres cultivados suelen presentarla con diversos aspectos. Unos sostienen
que la felicidad reside en las cosas palpables y manifiestas, como es el caso del
placer, los honores o la fortuna; otros, en cambio, sostienen otros pareceres.
Asimismo, a un mismo hombre le pueden parecer distintas cosas: la salud será la
felicidad para el enfermo; y la riqueza, la felicidad para el pobre; y para quienes su
propia ignorancia admiten, la felicidad residirá en poseer la capacidad de quienes
proclaman grandes ideas y que exceden en mucho a su compresión.

Principales Modos de Vida

Los que corresponden a la especie más vulgar suelen identificar el bien y la


felicidad con el placer, y ésta es la razón por lo que se entregan a una vida de
licenciosa. Y en efecto, tal como sostenemos, hay tres formas de vida: la que
acabamos de mencionar, la vida política y, en tercer lugar, la vida contemplativa.

La generalidad de los hombres parece optar por una vida servil; sin embargo, sus
preferencias parecen encontrar algún fundamento respecto de esta especie de
vida al tomar por modelo la forma de vivir de muchos otros de posición elevada.
En cambio, si consideramos las formas de vida más prominentes, éstas nos
muestran que los hombres de refinamiento superior y los de disposición activa
identifican la felicidad con los honores, porque éste es, de algún modo, el fin al
que aspira la vida política. Incluso, aquellos hombres que aspiran a los honores
sólo pretenden persuadirse a sí mismos de merecerlos en razón de su virtud y
solicitan la aprobación de los honores prudentes; y es por éstos que pretenden
hacerse honrar y, también, por quienes los conocen; y eso por su virtud. Para
estos hombres resulta evidente que la virtud es algo superior; y tal vez, alguien
podría suponer que es ella el fin de la vida política, aun más que los honores.

En tercer lugar, corresponde referirnos a la forma de vida contemplativa, pero ésta


será examinada más adelante.

Refutación de la Idea Platónica del Bien

El “bien-en-sí-mismo” y con el bien particular ambos son bienes, y por lo mismo,


no difieren entre sí. Del mismo modo, un bien no será mayor por el hecho de ser
perpetuo, como una blancura no será mayor si perdura en el tiempo más que
aquélla que se desvanece en un día.

El Bien del Hombre es un Fin en Sí Mismo,

Perfecto y Suficiente

Sin embargo, el mejor de todos ellos parece ser algo perfecto. Si entonces existe
un solo bien perfecto, será ese bien el que buscamos; y si acaso existen varios de
esa especie, entonces habrá de ser el más perfecto de todos ellos.

Ahora bien, a aquel fin que se procura por sí mismo y no en razón de otros, lo
llamamos perfecto. De esta naturaleza parece ser la felicidad; porque la felicidad
es elegida por ella misma y nunca para beneficio de otra cosa.

Con el término autosuficiencia comprendemos aquello que por sí mismo vuelve


deseable la vida y que no requiere ser completado por nada, y sostenemos que tal
cosa es la felicidad.

Conforme a la opinión común, la felicidad es algo de la mayor perfección, ya que


ésta es el fin hacia el que tienden todos los actos.

Por lo que hemos expuesto, el bien propio del hombre reside, entonces, en las
acciones del alma practicadas conforme con la virtud; y si estas virtudes son
numerosas, entonces, será en conformidad con la más elevada y perfecta que
agregamos a lo largo de toda la vida.
La Felicidad es una Actividad

De Acuerdo con la Virtud

Dividimos así los bienes en tres clases: los llamados bienes exteriores, los bienes
del alma y los bienes del cuerpo. Sostenemos que los bienes del alma son los
más importantes y los más elevados, ya que todas las acciones anímicas quedan
referidas al alma. Asimismo, es correcto identificar ciertas acciones y actividades
con el fin, porque tales acciones corresponden a los bienes del alma y no a la de
los bienes exteriores. La felicidad consiste en la virtud o en alguna clase de virtud,
porque la actividad que se ejercita conforme con la virtud es propia de la felicidad.
La felicidad parece necesitar también de tal prosperidad y, por esta razón, algunos
identifican la felicidad con la buena suerte, mientras que otros la identifican con la
virtud.

La felicidad y la Buena Fortuna

La respuesta es evidente por nuestra definición, porque hemos dicho que la


felicidad es una actividad del alma con arreglo a la virtud. De los demás bienes,
unos son necesarios y otros son, por naturaleza, accesorios y útiles como
instrumentos.

Entonces, la felicidad requiere una virtud perfecta y una vida entera, ya que
muchas mudanzas y azares de toda especie ocurren a lo largo de una vida, y
puede ocurrir que el más próspero sufra grandes infortunios en su vejez.

La Felicidad y los Bienes Externos

La Felicidad de los Muertos y la Buena

O Mala Fortuna de los Descendentes

La buena o mala fortuna a los descendientes y amigos, que en nada afecta la


situación de los muertos, parece demasiado hostil y contraria a las opiniones de
los hombres.
Se ha de concluir que existe esta diferencia, o quizá que no se sabe si los muertos
participan de algún bien o de los contrarios. Parece, según esto, que si algún bien
o su contrario llega hasta ellos, es débil o pequeño, sea ya de un modo absoluto o
sea con relación a ellos; y si no, resultan ser de tal naturaleza y magnitud que son
incapaces de hacer felices a quienes no lo son, y aún menos de privar de la
felicidad a quienes disfrutan de ella.

La Felicidad, Objeto de Honor

Y no de Alabanza

Elogiamos al justo y al hombre valiente: y en general, al bueno, y a la virtud por


sus acciones y sus obras; elogiamos al robusto y al ágil, y a cada uno de los
demás por tener cierta cualidad natural y servir para algo bueno y virtuoso.

Lo mismo corresponde decir de los bienes. Nadie elogia la felicidad del mismo
modo que se elogia lo justo, sino que es alabada como algo divino y excelso.
Aunque se tratase de un bien, se debía a que se encontraba por encima de las
cosas dignas de elogio, del mismo modo que Dios y el bien supremo, a cuya
referencia el resto de las cosas resultan ser juzgadas. Y el elogio es lo que más
conviene a la virtud, porque, a causa de ella, los hombres llevan a cabo las
acciones más nobles y excelsas, siendo que los encomios convienen más a las
acciones del cuerpo, aunque también a las del alma.

El Alma, sus Partes y sus Virtudes

Puesto que la felicidad es un ejercicio del alma con arreglo a la virtud perfecta,
debemos ocuparnos de la virtud.

Parece también que el verdadero político se esfuerza en ocuparse, sobre todo, de


la virtud, y quiere hacer a los ciudadanos virtuosos y obedientes a las leyes.

Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, sino a la del alma; y decimos que la
felicidad es un ejercicio del alma.

Cuando se trata del padre y de los amigos, empleamos la expresión “tener en


cuenta”, pero no en el sentido de las matemáticas. Que la parte irracional es, en
cierto modo, persuadida por la razón, lo indica también la advertencia y toda
censura y exhortación. Y si hay que decir que esta parte tiene razón, será la parte
irracional la que habrá que dividir en dos: una, primariamente y en sí misma; otra,
capaz sólo de escuchar a la razón, como se escucha a un padre.
También la virtud se divide de acuerdo con esta diferencia: decimos que unas son
dianoéticas y otras éticas. De este modo, cuando hablamos del carácter de un
hombre, no decimos que es sabio o inteligente, sino que es manso o moderado; y
también elogiamos al sabio por su modo de ser y llamamos virtudes a los modos
de ser elogiables.

You might also like