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A mara había esperado a que todas las luces se apagaran para que nadie la
descubriese. Aún así sabía que había guardias por todas partes. Sólo eran humanos, si
ella no quería ser vista no lo sería. Aún así tuvo cuidado, si los habían puesto como
guardias por algo sería. Llevaba esperando ése momento impacientemente. Hoy tendría
su primera clase con Caín y estaba deseando saber lo que le iba a enseñar. El imaginarse
a ella haciendo cosas sorprendentes la excitaba. Además, iba a volver a verle y quien
sabe lo que podría pasar. Sabía que no hacía bien en pensar en estas cosas, pero no
podía evitarlo. Había leído en secreto varios libros de los humanos y se había
emocionado al imaginarse a ella en esas situaciones. Sentía algo en su cuerpo que no
podía explicar y no había manera de librarse de aquella sensación. Como si algo la
oprimiese y hasta que no se liberara de esa opresión no se sentiría bien. Y con Caín
podía liberarse de todas aquellas cosas que la oprimían. Había quedado con él en el
mismo lugar de la otra vez, pero al llegar al barranco no encontró a nadie. En vez de
quedarse esperando, se internó en el bosque guiada por una intuición que no conseguía
explicarse. Cuando llegó a un pequeño claro donde los rayos de luna dibujaban
fantasías, le encontró apoyado sobre el tronco de un árbol, con los brazos cruzados y su
mirada acerada clavada en ella. A pesar de que para variar iba todo de negro, no le costó
ningún esfuerzo encontrarle.
—Veo que no te has arrepentido —la saludó.
—Hicimos un trato. Y sobre la información que me pediste… —el diablo no dejaba de
observarla — no hay mucho interesante que contar. Era hijo de Kazbeel y Eurifaesa1,
ambos asesinados por un demonio. También tenía una hermana que se llamaba Selene,
pero también murió…
—Cuando quieres consigues hacer rituales extraños —le reprochó el Caído. Ésta no
pudo evitar sonrojarse.
—No es mi culpa si no me dices qué quieres saber exactamente.
—Déjalo, lo mejor será que mantengas alejada de él.
<<Otro como Raphael>>, pensó—. ¿Pero por qué tengo que alejarme de él?
—Es peligroso. —fue lo único que explicó—. Bueno, ¿comenzamos de una vez?
—¿Qué es lo que me vas a enseñar? —le preguntó el ángel mientras se sentaba sobre
la fría hierba.
1
Tea, Tía o Teia (también escrito Thea, Thia o Theia), llamada también Eurifaesa. Rra, en la mitología
griega, la Titánide protectora de la vista y por extensión la diosa que dotaba al oro, la plata y las gemas
con su brillo y valor intrínseco. Tea se casó con su hermano Hiperión, dios del vigilante sol, con quien fue
madre de Helios (de quien se dice en su himno homérico que era hijo de Eurifaesa), Selene y Eos, el sol,
la luna y la aurora.
Caín se sentó junto a ella. Ahora que le veía bien estaba más pálido y sudoroso de lo
normal.
—Mi maestra es experta en dos sendas: la del Dolor y la de la Corrupción. A mí me
enseñó la segunda, pero aprendí por mi cuenta la de las Revelaciones Perversas.2 Como
esto se sale de lo normal, voy a enseñarte lo que crea más apropiado para ti de ambas,
aprovechando tu apariencia inocente y tu habilidad de crear dimensiones.
—¿Revelaciones Perversas? ¿Con ella haces que las mujeres te confiesen sus
fantasías? —rió la chica.
—La que está pervertida eres tú. En enoquiano se dice “Video Nefas”, es la de
penetrar en la mente. Mezclando ambas puedo crear ilusiones que es lo que a ti te sirve.
Ten en cuenta que esto no es nada fácil…
—Estoy preparada, no hay tiempo que perder.
—Como eres un ángel ya tienes el tercer ojo activado, por lo que nos ahorramos
muchos pasos como el de aprender a ver el mundo espiritual. Tú te tienes que centrar
en el quinto plano, que es el de la mente. A mí es el plano que me parece más hermoso,
pero para un ángel intentar meterse en la mente de un hijo de las tinieblas puede ser
mortal. Nunca le leas la mente a un Caído o a un Infectado, tienen un dolor y una
oscuridad que te destruirían. Y los demonios son demasiado retorcidos, un ángel nunca
se molestaría en intentar comprenderles, pero tú en ese sentido eres diferente —Amara
le escuchaba atentamente, asintiendo con la cabeza después de analizar cada palabra—.
La mente de cada ser es como un universo aparte. Sobretodo las nuestras, por lo que
quiero que te familiarices con este plano. Primero con el tuyo, para que comprendas
cómo está formada tu mente y si es posible, quiero que a nivel superficial accedas a la
mía, para que veas la diferencia.
—¿Empiezo ya?
—Claro. Aprovéchate de tu condición de ángel para trasladarte allí. Supongo que
estarás acostumbrada a meditar.
Amara obedeció y cerró los ojos. No parecía muy difícil. Ya se había inmaterializado
varias veces que consistía precisamente en pasar del plano material al etérico. Ahora lo
único que tenía que hacer era entrar en su mente. La verdad es que nunca se le había
ocurrido hacer eso. Desde el cuerpo podía acceder perfectamente a sus pensamientos, no
necesitaba meditar para entenderse a sí misma. Por otro lado comenzó a sentir
inseguridad. Últimamente su cabeza estaba plagada de pensamientos confusos. ¿Y si se
quedaba atrapada en ellos? Para eso estaban estas clases, para aprender a no hacerlo.
Intentó olvidarse de sus temores y concentrarse en encontrar la puerta a su mente. No
tardó en vislumbrar a lo lejos una luz muy brillante. Supo de inmediato que era allí a
dónde tenía que dirigirse.
Llegó un momento en que se sentía observada. Aquello parecía absurdo porque la que
estaba observando a su mente era ella y no al revés, pero por alguna extraña razón
percibía que esas redes cristalinas estaban vivas. Una de esas veces, resbaló y cayó al
suelo. Intentó incorporarse, pero estaba demasiado resbaladizo y siempre volvía a caer.
Sin darse por vencida, intentó volar, pero tampoco podía. Comenzaba a ponerse
nerviosa. Tenía que seguir avanzando como fuese. Si no podía levantarse, se deslizaría.
Gritó cuando sintió varios cuchillos cortar sus piernas. Éstas habían sido cubiertas de
cristal, parecía que se habían congelado, quedando incrustada en el suelo, pero esos
cristales por dentro cortaban, como si estuviesen compuestos de diminutos y afilados
cristalitos, y su sangre comenzó a brotar.
—Eres una estúpida —le espetó una voz que se le hacía muy familiar. Ante ella se
alzaba otra Amarael, más mayor, más mujer, toda vestida de negro—. No eres más que
una inútil —la seguía despreciando.
No había duda de que estaba perdida, tan perdida que no sabía cómo salir de ésa.
Recordó que Caín seguía a su lado en el plano material y que quizás él pudiese entrar en
su mente y salvarla.
—No seas estúpida. ¿De verdad piensas que él va a seguir allí esperándote? Como si
no tuviera nada mejor que hacer…
Si eso era así tenía que comprobarlo por ella misma. Abrió los ojos y volvió a sentir la
humedad de la hierba y la brisa nocturna acariciándola. Poco a poco fue recuperándose,
y en seguida todo parecía demasiado onírico para ser real, aunque le seguían doliendo
las piernas. A su lado se encontró desmayado al diablo.
—¡Caín!
Intentó despertarle, pero sus signos vitales eran muy débiles.
—A…ma...r... —fue lo único que consiguió decir.
La chica se sobresaltó cuando descubrió la mano con que le sostenía manchada de
sangre. Sin pensárselo dos veces, le abrió la camisa y se encontró con unos vendajes
encharcados de sangre que envolvían una herida en el vientre. Como iba vestido de
negro no se había dado cuenta de este detalle.
—Aguanta, voy a buscar a Raphael.
—¡No! —chilló él a la vez que se convulsionaba.
—Confía en mí. —fue lo último que le dijo antes de dejarle allí tendido. Era cierto que
no podía decírselo al arcángel porque le mataría inmediatamente, pero sí podía
conseguir su bastón. El caduceo de Hermes, con él podría curar cualquier herida. Tenía
que encontrar la forma de quitárselo sin que se diese cuenta.
Llegó lo más rápido que pudo donde le había dejado, pero se sobresaltó cuando en vez
de encontrar al joven de cabellos negros, lo que estaba tendido sobre la hierba era una
criatura horrorosa. Tenía la piel completamente quemada, todo en él había sido
consumido por el fuego. Se arrodilló junto a él y pasó delicadamente las yemas de sus
dedos sobre sus ampollas y costras. Él, al sentirla, entreabrió los ojos. Seguían siendo
tan fascinantes como siempre, a pesar del poco brillo que le quedaban. Ahora resaltaban
aún más sobre su rostro marchito.
—Ya estoy aquí. Aguanta.
No era la primera vez que sostenía aquel bastón. Cuando era más pequeña, Raphael le
había enseñado en alguna ocasión como usarlo. Sólo tenía que dejar fluir su energía a
través de él. Se concentró y los ojos de las serpientes, constituidos por pequeñas
esmeraldas, relucían más a medida que iban acumulando poder. Dirigió el caduceo
hacia el diablo y posó el extremo sobre su herida. El unialado aulló de dolor y un turbio
humo negro la hizo toser. Había ocurrido lo que se había temido: su poder sagrado le
quemaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ahora sí que no sabía qué podía hacer para
salvarle. Unos metros más lejos, apoyado sobre el tronco en el que Caín la había
recibido, Gabriel observaba la situación.
()
“Clic-clac”, “clic-clac”_jugueteaba Caín con el mechero entre sus mortíferos dedos.
De vez en cuando dejaba la llama prendida y perdía la mirada en su exótica danza,
como si observase el fogoso contoneo de una bailarina vestida de seda roja. Los demás
diablos esperaban ansiosos sus palabras, postrados a los pies de su condenado trono.
Aquella mirada perdida les aterrorizaba. Por la mente de su oscuro señor estarían
pasando pensamientos terribles. Agneta le observaba desde las penumbras. A veces
parecía que la llama derretía sus iris, transformándolos en mercurio. Otras, sin embargo
era el fuego el que parecía congelado en su gélida mirada. ¿Sería cierto lo que le había
dicho esa vieja alcahueta? ¿Sería él su hermano? Parecían tan diferentes… Mikael
poseía una larga y dorada cabellera. Muchas veces había llegado a la conclusión de que
de que si el sol brillaba tanto, era porque sus rayos se reflejaban en aquellos hilos
áureos. Y sus ojos… ¡Oh, qué ojos! Hacía mucho que no podía sumergirse en ellos,
pero los añoraba. Añoraba su cálido brillo y ese valor que se avivaba en ella cuando
percibía su fuerza. Por el contrario, aquella mirada metalizada inspiraba frío, frío y
miedo. Miedo porque sabías que él te estaba perforando cada resquicio de tu ser y sin
embargo, la mente de él resultaba inescrutable. Y su oscura melena no arrancaba luz,
sino deseos oscuros. Pero los radiantes y cálidos ojos siempre la habían rechazado y los
de plata líquida la habían acogido desde el primer momento. Eso no quitaba el hecho de
que él había matado a Mikael, a su Mikael, cosa imperdonable. Y él debía de ser
consciente de ello y por eso la habría llamado.
Finalmente, Caín salió de su ensimismamiento. Todos querían respuestas sobre lo que
había ocurrido en la ciudad. La mayoría habían sido espectadores de cómo algunos
edificios iban cayendo arrasados, pero no entendían lo que había pasado. Preferían
poner sus condenadas vidas a salvo. La curiosidad mató al gato, solían decir.
—La insolencia de estos arrogantes ángeles ha llegado demasiado lejos. Parece ser que
no tienen suficiente con habernos relegado a este trozo de tierra. No soportan ver cómo
con nuestro esfuerzo y sin ayuda de nadie hemos podido seguir adelante. ¡Pero no se lo
permitiremos! ¡Todo aquel que ose acercarse no verá la luz nunca más! —exclamó su
rey.
Sus súbditos le corearon. Hubo uno de ellos que esperó a que guardasen silencio para
dirigirse directamente a Caín.
—Por la información que he podido reunir, esos imbéciles del Cielo están buscando
algo que es nuestro. Pero no tenemos nada que temer, porque Caín El Fraticida, nuestro
oscuro amo y señor, nos protege.
Caín se levantó del trono y examinó fríamente al que había hablado. Sus ojos relucieron
malévolamente y se pudo escuchar el sonido de algo resquebrajándose. El diablo
comenzó a aullar de dolor. Su cuerpo parecía estar siendo sometido a un intenso campo
magnético que estaba separando las membranas de su cuerpo. Las hemorragias internas
eran tan grandes que la sangre borboteaba a través de unos orificios que tenía como
nariz, orejas, boca, ojos. Pronto el dolor no fue sólo interno, sino que la piel también
comenzó a abrírsele y las uñas se partieron por la mitad. Una fuerza invisible estaba
tirando de su cuerpo violentamente, desgarrándolo y desmembrándolo. La tortura no
cesó hasta que sólo quedó de aquella criatura un amasijo de huesos, piel
desmembranada y sangre.
—El próximo que vuelva a llamarme “fraticida”—proclamó en voz alta el Satán—
sufrirá un castigo seis veces más doloroso, largo y cruel.
Se hizo el silencio por unos instantes hasta que otro diablo se atrevió a hablar.
—Idolatrado sea nuestro oscuro satán Caín, padre de vampiros y de todos nosotros,
cuyo cuerpo mantiene Infernalia a la vez que resucitó para estar entre nosotros.
—REGIE SATANAS!
AVE SATANAS!
HAIL SATAN!
—REGIE SATANAS!
AVE SATANAS!
HAIL SATAN!
La diablesa asintió y tras una reverencia abandonó la sala para cumplir su cometido.
Caín les siguió dando órdenes para que arreglasen los desperfectos de la lucha contra
Lucifer.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó otro de ellos.
—Traédmela intacta— ordenó tras meditar la repuesta.
Finalmente todos tenían algo que hacer y el enorme y pesado portón se cerró
estrepitosamente tras la marcha del último diablo.
Sin darse cuenta la estaba llevando hacia su habitación. Al cerrar la puerta se quedaron
completamente a oscuras. No quiso demorarlo más tiempo. Si ese imbécil de Mikael
hubiese querido ella se le habría entregado de la misma forma. Él se lo perdía, en su
lugar disfrutaría su hermano.
Poco a poco sentía cómo su interior iba volviéndose plata, plata incandescente que el
sudor de sus cuerpos iba fundiéndola, para después ser arrancada por aquel magnetismo
mágico. Las argentinas partículas se fundieron en sus iris, quedando congeladas en
ellos.
()
Dos apesadumbrados ojos azules la observaban en busca de respuestas desde su afilado
puñal. Ireth dejó de contemplar su reflejo. Todavía no se había atrevido a limpiarlo y la
sangre de Caín se había secado. Llevaba deambulando por las estrechas callejuelas
desde entonces, sin saber qué rumbo tomar, con el arma entre sus manos. Por un lado no
quería volver a verle pero, ¿sería capaz? El diablo lo había sido todo en su vida. Él se
había apoyado en ella cómo único punto de apoyo, y a su vez, ella se había apoyado en
él. Era la única a la que le había revelado su dolor y la única que podía comprenderle.
Nunca le había importado su verdadero aspecto, le seguía amando igual y sin embargo,
lo último que le había llamado era “monstruo”. No se lo había dicho con esa intención,
no se refería a su aspecto, pero conociéndole lo habría entendido así. ¿Y si no conseguía
curarse? Intentó apartar aquellos pensamientos. Si regresaba, volvería a su cautiverio y
tendría que volver a soportar las largas y solitarias esperas hasta que él se cansase de la
compañía de otras y decidiese acudir de nuevo a ella.
Escuchó un aleteo sobre su cabeza y unas plumas negras lloviznaron. Alzó la mirada,
pero el ave había desaparecido. En frente suyo había ahora una mujer muy menuda. Las
raíces de su cabello eran de un rubio platino, pero éste crecía en forma de plumas
negras. Los rasgos de su cara eran muy afilados y su pequeño y fino labio superior se
curvaba en forma de pico.
—¿Claudia? Así que tú también eres una mujer…
Que el cuervo que siempre acompañaba a Caín sirviéndole fuese una mujer era algo que
viniendo de él ya no le sorprendía demasiado.
—Si estás pensando en volver con él, olvídalo. Está ocupado con Agneta y ha
ordenado que nadie moleste. —sorprendentemente su voz sonaba más dulce que un
graznido.
—No me lo puedo creer… Entonces, ¿ya está bien?
—Ese ángel le curó.
—Entonces ya no me necesita para nada —se sentía decepcionada, engañada y
aliviada a la vez.
—El amo es caprichoso, no va a dejar que una mujer se le escape tan fácilmente.
Dicho esto, unos diablos aparecieron por ambos extremos de la calle, rodeándola.
—¡Ahí está! —bramó uno de ellos en enoquiano.
Ireth no entendía muy bien qué estaba pasando, pero no iba a permitir que la atraparan.
La ventaja de ser mitad ángel es que podía utilizar esa parte de poder sagrado contra los
demonios.
Se abalanzaron contra ella desde ambas direcciones. Justo antes de que la golpearan
emitió una luz muy brillante que les cegó por unos instantes. Aprovechó ese tiempo
ganado para darse impulso sobre ambos y saltar hasta situarse sobre un tejadillo que
sobresalía. El callejón resultaba demasiado estrecho y no había espacio suficiente para
poder desplegar sus alas. Juntó sus manos y sopló suavemente, dirigiendo una brisa
azulada que rodeó a sus enemigos, dejándoles paralizados. Sonrió satisfecha cuando
comprobó que había resultado. No sintió al ser que se acercaba tras ella hasta que rodeó
su cuello con una fría cadena. Intentó deshacerse de ella pero, cuanto más forcejeaba,
más se clavaba cortándola la respiración. Probó a hacer magia, pero los eslabones
parecían estar hechos de una sustancia que anulaba sus poderes.
—Ya lo creo que vas a venir con nosotros tal y como el Amo Oscuro ha ordenado. —
Sus roncas palabras la abofeteaban mientras que sus amarillentos ojos se burlaban de su
inútil resistencia. Notó como unas afiladas garras le pusieron más cadenas en torno a sus
muñecas y tobillos y también algo la hicieron en la espalda para que no pudiese echarse
a volar—. Tienes suerte de que ordenara que llegases a él intacta —su aliento apestaba.
La cargó sobre sus hombros como si de un saco se tratase. La semidemonio cada vez
entendía menos. ¿Sería cierto que Caín les había ordenado aquello? Él no solía actuar de
esa forma y no la gustaba en absoluto.
—No creo que el Señor Oscuro tenga mucho interés en verme y menos cuando está
ocupado con otra.
—Cállate putita, que no llegas ni a puta —rió en una estruendosa carcajada.
El diablo sintió deseos de callarla con un pollazo en la boca, pero todavía apreciaba su
condenada vida por lo que se tuvo que conformar con golpearla en la espina dorsal para
no causarla ningún moratón en alguna parte visible. El viaje de regreso al castillo se le
hizo eterno a la prisionera. Ahora entendía por qué decían que los cuervos eran
portadores de malos augurios.
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Gabriel no lo tenía mucho mejor que su hermana, la mirada de los tres arcángeles y del
gran Serafiel se clavaban sobre él.
—¿Cómo has podido utilizar un objeto tan sagrado para la realización de magia
oscura? —le preguntó seriamente el primer ministro.
Sabía que aunque diese una respuesta convincente poco podría solucionar pues el
serafín ya estaba pensando en su sentencia y Raphael estaba ansioso por oírla. Hacer
magia negra era una clara señal de traición El Gran Médico no admitiría una penitencia
más leve que la extirpación de alas. En su relato de los hechos no había mencionado a
Amarael, a ella sí que no quería meterla en problemas, ya se encargaría de hacerla entrar
en razón. Gabriel intentaba defenderse como podía. Sabía que lo mejor para todo el
mundo sería que se entregase de una vez por todas, mas algo en su interior le impulsaba
a alargar aquel bonito sueño un poco más. Al no haber mencionado a la chica tenía que
omitirla de su versión y Raphael sabía que estaba mintiendo.
—Es cierto que hice magia negra, estaba preparando la siguiente clase. Mis alumnos
todavía no están preparados para enfrentarse directamente a ningún demonio por lo que
pensé que sería mejor que se enfrentasen primero a un poco de magia oscura.
—¿Y para ello robas mi bastón?
—¿No habría sido mejor que nos hubieses pedido permiso para hacer algo así? —
intervino Jofiel.
—Pensaba que la enseñanza de mis alumnos dependía por completo de mí. Vosotros
ya estáis bastante ocupados como para molestaros por algo tan banal.
—¿Banal? —el arcángel verde estaba algo más que furioso. Casi perdía el control.
—¿Qué tal llevas la búsqueda de Selene? —le preguntó el seraphín.
Demasiadas imágenes recorrieron su mente. Tuvo miedo de que hubiesen percibido
alguna de ellas.
—En el Gran Bazar de Turquía creo que la vi, pero escapó antes de que pudiese
cerciorarme —compartió con ellos los recuerdos sobre la mezquita, sólo las imágenes,
la conversación se la ahorró —. Todavía me llevará algo de tiempo —concluyó.
Serafiel asintió.
—Todavía eres necesario, Gabriel, por lo que no podemos prescindir de ti —Raphael
abrió la boca para protestar indignado, pero el seraphín le cayó con un gesto de su mano
—. Sin embargo, tus pecados no pueden ser pasados por alto. Tras la fiesta de
aceptación en los coros celestiales serás juzgado y me temo que Iraiael también.
Fue escuchar ese nombre y toda su serenidad se esfumó.
—¡No! ¡Eso sí que no! —sabía que Raphael estaba empezando a disfrutar con aquello
—. Ella no tiene la culpa de nada, todo es culpa mía, ¡el único culpable soy yo! Por
favor, se lo suplico, grandioso Serafiel, estoy dispuesto a asumir sus cargos por los dos,
pero a ella no la incluyáis en esto.
—Deberíamos concederle esta petición —propuso el arcángel Chamuel.
—Sabes perfectamente que ella tiene casi tanta culpa como tú, pero de acuerdo, si así
lo deseas sufrirás aparte de tu propio castigo el de ella. Será tu recompensa por haber
servido bien al Señor todos estos años. No hemos olvidado tus valientes actos.
<<Perdóname, Iraia>> El feliz sueño que había estado viviendo todo este tiempo
estaba llegando a su fin.