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Epidemia de miedo
Julio Hernández López
Todo de un golpe: mediante un simple decreto, sin siquiera tomar la opinión del
congreso pripánicamente controlado, el ocupante de Los Pinos se otorgó a sí mismo
(a través de su dependiente, el secretario de Salud) facultades discrecionales
para aislar individuos, allanar casas y locales, hacer compras cuantiosas sin
licitación pública y suspender concentraciones públicas (¡Aguas: llegó la SS!).
Además, la crisis provocada por la influenza opacó y desequilibró las campañas
electorales en puerta, incrementó la desesperanza cívica, introdujo el virus de la
desconfianza y elevó el del conservadurismo en la plaza normalmente liberal del
Distrito Federal, colocó en las calles de esta capital del país a soldados en
misiones hoy solamente sanitarias, permitió que por televisión abierta de alcance
nacional (Televisión Azteca) se transmitieran misas católicas y tendió una cortina
de humo viral sobre temas polémicos en curso como las cuentas públicas de Fox, la
propuesta felipista del estado militar de emergencia, las amenazas de represión
neoporfirista en Cananea y el escándalo de la Lotería Nacional en Campeche (donde
Germán alegremente reinstaló como coordinador de la campaña panista a uno de los
acusados por el caso de soborno).
El tapabocas político y social tiene como antecedentes los manejos tramposos que
los mismos dictaminadores de hoy han hecho en temas como el narcotráfico, la
crisis económica y los préstamos recientes (sólo ayer, 205 millones de dólares del
Banco Mundial). La suspicacia colectiva va de los diez mil muertos por asuntos de
drogas al riesgo de fallecimientos por una epidemia tardíamente detectada y mal
manejada; del catarrito de Carstens y la fanfarronería original de Calderón a la
influenza porcina que en otras latitudes no ha provocado el estremecimiento que en
México; de la buena fe y la evidencia mediática de que el problema es real al
temor de que esté siendo utilizado políticamente por los siempre desesperados
ocupantes ilegítimos del poder mexicano, deseosos de trastocar los escenarios
electorales que en estos momentos les auguraban derrotas sonoras en comicios
federales y locales; de la creencia en las intenciones más o menos buenas de los
gobernantes a La doctrina del shock, el libro en que Naomie Klein demuestra que el
capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo
y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las
crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo
acompañadas de otras formas de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de
los policías, las torturas con electroshocks o la picana en las celdas de las
cárceles .
Pero, mientras son peras o son porcinos, el panorama político y social cambia en
México, con el virus del miedo reproduciéndose aceleradamente y con analistas
atentos en las alturas a las reacciones de la sociedad y los opositores al poder
ante decisiones que avanzan en la instalación de mecanismos de amedrentamiento
colectivo que inhiban participaciones electorales, que ante el peligro real o
exagerado fomenten el conservadurismo, que vayan arrinconando incluso la idea de
lo electoral y lo democrático y que permitan continuar con formas de control
arbitrarias, con prolongados estados de excepción, sea por razones médicas,
militares o sociales. ¡Hasta mañana!
juliohdz@jornada.com.mx
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