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Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
El restaurador y la madonnina della creazione
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El restaurador y la madonnina della creazione
una de las obras de la etapa colorista. Este tipo de información valía su peso
en oro y, en manos de Guillermo, seguramente se convertiría en la clave por
la cual ellos conseguirían finalmente la autentificación del cuadro por los
expertos, así desde que regresaran de inspeccionar los escenarios en los que
se desarrollaba el argumento de su maquinación, hacía dos meses,
Guillermo había permanecido encerrado en el taller, sacudido por
cambiantes estados de humor, haciendo soluciones, mezclas de pigmentos y
análisis, revolviendo el laboratorio una y otra vez hasta que finalmente,
había concluido todos los preparativos necesarios.
Pero desde que finalizara aquella labor, hacía tres semanas,
Guillermo no había tenido otra actividad más que mirar el lienzo vírgen, y
beber.
De alguna forma, que se escapaba al control casi total que Susana
ejercía sobre todo aquello relacionado con la galería, Guillermo había
conseguido llevar hasta el taller una ingente cantidad de vino y licor, y
desde hacía tres semanas, al principio sólo ocasionalmente pero de forma
constante en los últimos días, el sonido de las botellas vacías rodando por el
suelo y su tintineo al entrechocar habían sido audibles claramente desde las
salas inferiores, y Susana temía ahora que su joven restaurador, del que
podría haber dicho que siempre había resultado comedido en sus aficiones si
hubiera conocido alguna, hubiera perdido el control de sí mismo.
Había dos formas de acceder al taller. La primera consistía en el
amplio montacargas, desde el que se accedía directamente a la sala de
restauración, y la segunda a través de una angosta y oscura escalera que
apenas era utilizada y que requería, además, atravesar dos puertas
cortafuegos antes de llegar al mismo sitio. Por supuesto, nadie podía
recordar la última vez que había utilizado la escalera, pero en aquella
ocasión el montacargas parecía no funcionar y Susana tuvo que esforzarse
en recordar dónde estaba la escalera.
El primer tramo de la escalera aún era transitable, pero a partir del
segundo era imposible no tropezar con botellas y frascos vacíos y hojas
arrugadas, la mayoría con apenas una línea trazada con carboncillo. Tras
sobrepasar la primera barrera cortafuegos se abría un pequeño rellano de
apenas un cuatro o cinco metros cuadrados cuya visión sobrecogió a Susana.
Cientos de vidrios rotos orlaban peligrosamente el suelo y sobre las paredes,
pero especialmente sobre la segunda puerta, por la que se llegaba al taller,
Guillermo había estampado las más soeces expresiones, algunas de ellas con
Susana como objeto.
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Salvador Bayona
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