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CREACIÓN
Edición: MGE
Ilustraciones portada y contraportada: M.C. Escher
riosidad intolerable se tiende a la indagación en el tiempo pasa-
do, porque ella revelará la edad primordial, el tiempo del origen.
Porque la creación está permeada de inmortalidad. También
está hecha de muerte. Los hombres mueren, dijo Alcmeón de Crotona,
porque no son capaces de unir el comienzo con el fin. Esos hombres
mueren, pero la creación es inmortal. Los hombres que descubren su
íntimo mecanismo también lo son y así son sus obras. Máquinas de
la memoria y de la inmortalidad que surcan las venas de Macondo-
América Latina constituyendo su información genética, su genoma,
su posibilidad de resurrección en el escalofrío del amor y de la muerte.
Pero esto no es más que la oportunidad de reconquistar los
recuerdos, de volver a hacer consciente lo que apenas se acaba de
vivir, de fundamentar los cimientos de la memoria en la ciénaga de
la desmemoria, para volver a nombrar cada cosa y que regrese de
la muerte, ahíto de soledad, el trashumante curandero del olvido.
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II
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El mundo creado tan recientemente es ilimitado e intenso. Es
necesario Eros para cohesionarlo. Y Eros es más feroz que Ares, por eso
acontece primero en la serie de causalidades que llevan al hijo del fun-
dador continuamente a su momento original, a su punto de partida, a
su única conclusión posible y regeneradora, frente al pelotón de fusilamiento.
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Que los muertos de Macondo-América Latina entierren a sus
muertos, porque su texto creador deletrea claramente el secreto de
la inmortalidad, exhibe de manera pormenorizada las instrucciones
para alcanzarla, proporciona las claves para transmutar radicalmente
la experiencia temporal y recrear en un solo instante los metales de las
cuatro edades. El gitano y el fundador se han convertido en divinidades
en el tiempo de todos los días, en el espacio expandido de la casa pin-
tada de blanco. Por derecho del texto creador la creatura tiene dioses.
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En el árbol, en el castaño, el fundador logra el milagro.
Se convierte en inmortal, en raíz para siempre, porque ha unido
el principio con el final. Permanece atado, pero esto no es más
que una apariencia, porque ha alcanzado, se ha merecido la lib-
ertad; sin abandonar su cuadrado de tierra ha comprendido que
por más lejos que uno se traslade y por más tiempo que dure
el viaje siempre es lunes y siempre se está en el mismo lugar.
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III
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La estructura circular del ciclo de cien años, el ourobo-
ros del texto fundador obedece a la intuición del tiempo cíclico,
privilegiada sobre su aspecto de flujo. El flujo temporal se dispersa,
el ciclo temporal está contenido en la forma geométrica perfecta.
Pero es que sin esta concepción mística del tiempo que hace
palpitar el texto fundante no podría haber Macondo-América La-
tina. No hay peor etiqueta que la de “real maravilloso” porque el
adjetivo anula al sustantivo relegándolo a la tribu de lo fantasioso,
de la idea de la idea de la idea. ¿Qué no ven que es su arquetipo?
El texto fundante de Macondo- América Latina solamente podría
etiquetarse en árabe, solamente puede leerse como Um-al-Kitab,
madre del libro que de no ser reconocida produce una lectura de-
fectuosa, un muñón de videncia, una respiración incompleta.
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La jornada temporal del texto fundante de Macondo-Améri-
ca Latina es una jornada mítica. Un viaje al corazón de lo divino y si
esta palabra asusta, queda el recurso de recurrir a la etiqueta de lo real
maravilloso. Continuemos con el viaje temporal del texto, que lleva
de la mano desde el borde de la realidad a su corazón de maravilla.
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IV
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ño. Pero si el padre obtuvo la liberación y hasta la inmortalidad a
través de la transmutación de la experiencia temporal gracias a sus
propias ataduras, las palabras del poeta frustrado se amordazaron
a sí mismas, las imágenes poéticas fueron cauterizadas de encierro
y de olvido, y su soporte, el papel amarillento, entregado al fuego.
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tas de amor. Las hizo caminar hacia atrás. Las devolvió a la nada.
El acordeón humilla.
Definitivamente.
Indefinidamente.
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V
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Contra esa invasión ojiazul pelirroja y rubia sí hubiera valido
la pena levantarse, pero el revolucionario está irremediablemente
viejo y todos asumen por desgracia que la revolución preparó el
terreno para que esos depredadores rubios con aires de superio-
ridad se asentaran, con menos verdad y menos gracia que los gi-
tanos expulsados, con el espejismo de sus electrodomésticos, sus
máquinas vanas, sus membresías huecas para clubes exclusivos y
su tiempo aire que constituye una tributo más elevado e ineludible
que el diezmo de los conservadores, que el impuesto de los liberales.
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tas en el vacío que dejara el parricidio de las imágenes poéticas.
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El mundo se desencanta con cada clavo que fija un riel
de ferrocarril, con cada pozo que horada el vientre de la tierra,
con cada alambrada que sistematiza la vida de las aves de cor-
ral, con cada etiqueta y termómetro aplicados a un árbol fru-
tal. El árbol es desacralizado. Muere en él la adoración del cielo.
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VI
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Cuando la conciencia alerta de Macondo-América Latina
mira detrás de las máscaras encuentra la indescriptible energía
del hueco y en este reconocimiento ocurre lo realmente mágico
y extraordinario: el descubrir que la más constitutiva apeten-
cia de Macondo-América Latina es la de ese hueco porque ese
hueco no ha hecho más que apetecerla desde el principio de los
tiempos, desde la rutilante intuición de la belleza del hielo, de la
rotundidad del ser en la tarde espléndida de la mirada infantil.
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empapadas. Pero al acelerarse, al agotar las letras, el hueco se revela
celoso, con manos imposibles aferra por el cuello a los indagadores
y los regresa al punto de partida. Intentos fallidos, el hueco per-
siste, la soledad no ha hecho más que crecer y de esa manera se
mantiene sana, inmortal, alta, esbelta, incólume y sí, Urania por
los cuatro costados. Mariposas, tatuajes y sábanas trabajan para
la muerte. El hueco, la soledad y el silencio maquinan inmortali-
dad y libertad, fabrican un siempre tan puro como la visión del
hielo desde la pura y completa mirada de las soledades infantiles.
Tal vez una de las formas de la soledad sea la del árbol. Tal
vez por eso el hijo del fundador, uno de los más acabados portado-
res de su hueco escoge para morir el regazo del castaño y no el de
su madre fundadora. Porque así la grandeza de la imagen solitaria
no encuentra más techo o más límite que el mismo cielo. Porque
en el árbol solitario está la posibilidad de todas las letras, de todos
los alfabetos, porque los antiguos oráculos se escribían meticulosa-
mente en las hojas de los árboles, porque su rumoroso silencio es
la voz del hueco y porque sus ramas han mecido muchas muertes.
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haberla traicionado jamás, sus tempranos desposorios con la muerte
a través de la niña bisabuela del daguerrotipo son la grandeza impa-
rable del hijo del fundador. Sus diecisiete hijos son diecisiete apari-
encias marcadas con una cruz, ese otro árbol. Su hijo verdadero es el
hueco, que es su hija verdadera, la soledad, que es su madre y su espo-
sa y su padre, su pasado, su futuro, su profecía y su recuerdo, su tiem-
po-hielo luminoso encontrado y caído en su propio agujero negro.
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VII
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simple y bella criatura que se eleva al cielo en sus alas de sábanas,
porque no es el sentimiento que levanta el espectáculo circense, ni el
alboroto tintineante del gitano, sino la constatación de la grandeza del
cosmos en la percepción admirada de la infancia. Volar verdadera-
mente no es volar con alas o en un aeroplano. El que verdaderamente
vuela no despega la planta del suelo. Se queda plantado, -sembrado
que dicen los gitanos-, sembrado asombrado en su oportunidad úni-
ca: la fidelidad a esta fuente perdida en la memoria, la posibilidad
de seguir su invi- sible hilo de plata y con ella, hacerse manantial,
asombro confundido y lúcido en la misma fuente de su asombro.
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aje que conquista el tiempo duradero, el antes perfumado con
vapores de azúcar en el que los niños tardaban mucho para crecer.
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VIII
No lo permitamos.
Es urgente.
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Permitirlo sería nuestra perdición. Perdidos en el texto,
perdidos en Macondo-América Latina, a merced del sin sentido,
de los imperialismos transitorios, de la ignorancia. Participemos,
no nos quedemos a merced de quienes se han apoderado del texto
para desvirtuarlo, de Macondo-América Latina para venderla al
mejor apátrida postor, de nuestra lectura del texto fundador para
convertirla en estadística, en porcentaje que ensalza las ventas de
un negocio o en estrategia de “promoción del libro y la cultura”.
Es urgente.
Todo lo que tiene que ver con el ser, con la conciencia del
instante presente no puede ser pospuesto, no debe ser robado. Ese
instante que se nutre de hechos reales para convertirse en furiosa
máquina del recordar es nuestra propia conciencia. Ni la realidad, ni
el recuerdo, ni la conciencia están intencionados unívocamente para
que nos perdamos en ellos. Están ahí para que nos encontremos,
para que comprendamos que el extravío es una de las formas del
encuentro. Son el problema y la solución, la pregunta y la respuesta.
En lugar de volver los ojos hacia esa otra parte milagrera que
no está en ningún lado, a través del texto creador y transformador de
Macondo-América Latina podemos probar a mirar a los ojos de esos
problemas, fijarlos en la conciencia de que somos nosotros quienes los
hemos generado y llevarlos de regreso a su fuente, que es su solución.
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Epi-Logo
*Méthode, méthode, que me veux-tu? Tu sais bien que j’ai mangé du fruit de l’inconscient. Jules
Laforgue. Moralités légendaires. Mercure de France, p. 24. Citado en : Bachelard,
Gaston. La poétique de la rêverie. Quadrige. PUF. Paris, 2005.
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La fórmula de la creación
se terminó de imprimir en
mayo 2009
en la Ciudad de México