You are on page 1of 55

La fórmula de la

CREACIÓN

María García Esperón

La creación de América Latina en


Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
La fórmula de la creación
(La creación de América Latina en

Cien años de soledad de Gabriel García Márquez)

María García Esperón


La fórmula de la creación

Edición: MGE
Ilustraciones portada y contraportada: M.C. Escher

(C) María García Esperón


1a. edición, 2009
Comentarios: mariagarciaesperon@gmail.com
I

El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre…

Los pueblos del libro no necesitan la propiedad


privada de la tierra. Se han hecho la patria de palabras. Am-
parados en ella viajan hacia la tierra que nadie prometió
pero que es huerto bien plantado en el libro de su fundación.

En él, las palabras son recientes para un mundo innominado,


mundo hallado por exiliados de espacio y de tiempo que, para no tener
que emprender el camino de regreso, escuchan un sonido en un sueño y
hacen un nombre de ese sonido y de ese nombre un pueblo: Macondo.

En la poesía de fundación homérica el nombre tiene reso-


nancias sagradas. Los hombres llaman a las cosas de tal modo, pero
los dioses conocen su otro nombre. Macondo es el nombre sagrado
de América Latina porque nació en el sueño de un sonido, porque
fue canción primero y como saben y ejecutan gitanos y chamanes:
el canto crea al mundo, que es redondo como una naranja porque
es la proyección circular del cantor-creador, ouroboros que muerde
su cola de cerdo para alimentar los inicios de miedo y de vitali-
dad, de materia oscura y apetencia celeste, para que todo vuelva a
empezar de nuevo cuando Macondo muerda la cola de su origen.

En el origen las cosas están desnudas de su nombre.


Crear es nombrar. Nombrar es señalar con el índice. El índice
se llama así porque muestra, demuestra, nombra, enumera…

El nombre puede ser el número. Número de palabras
que por progresión de Fibonacci se desenvuelve de la frase del
inicio colocada en un punto de la circunferencia del texto que,
claro está, es la mitad del asunto, in media res de la realidad pro-
funda, frente al pelotón del fusilamiento cuando dicen que pasan los
innumerables días en la piel de un efímero segundo infinito.

La creación no es desmemoriada. La creación es memo-


riosa en doble sentido. Guarda el recuerdo de su futuro para jus-
tificar la proyección de su pasado. El texto crea de este modo a
Macondo-América Latina, que al ser descubierta o fundada ya
tenía un pasado multiforme como Proteo, que al ser descubierta o
inventada ya contundente alucinaba un futuro deletreado por los
mil ojos de las palabras de esta materia que llamamos libro, texto,
obra… pero que al ser Argos mirado, es Argos mirador que se mira.

El texto proyecta mitos de memoria que pueden inte-


grarse, a la manera platónica, en una teoría general del cono-
cimiento. Para conocer el presente hay que remontarse al pas-
ado, considerándolo no como el antecedente del presente, sino
como su fuente, el manantial de donde brota. Así considerado,
el tiempo que va a recrearse a través del texto, a invocarse a par-
tir de la primera línea –Muchos años después- es un tiempo vivo.

Los mitos de memoria, ha dicho Jean-Pierre Vernant,


proporcionan más que una simple sabiduría o un conocimiento
de una determinada región del ser, una omnisciencia de tipo ad-
ivinatorio. Naipes y sueños prestan su estructura descabalada y
sin embargo fuerte y sólida para que el tiempo del texto propor-
cione ese sabor de videncia, su tesitura oracular. Saber qué pasará
muchos años después es secundario. De hecho, ya se sabe. La cu-


riosidad intolerable se tiende a la indagación en el tiempo pasa-
do, porque ella revelará la edad primordial, el tiempo del origen.

El poder de estar presente en el pasado es uno de los


principales dones de este texto, de este mito de memoria. Con-
fiere el poder de asistir al corazón de los acontecimientos, al nú-
cleo de los íntimos pensamientos de las personas de la saga.
Concede una revelación inmediata, un testimonio de primera
mano, un saberse partícipe y paralelo a los acontecimientos, que
se sucederán –y en el que sucederemos- a partir de su origen.

El pasado así invocado y reelaborado por la creación abre una


puerta hacia el otro mundo privilegiado de poetas, profetas y videntes.
Instaura una libertad, porque se puede ir y venir libremente. Se ha reve-
lado el secreto de los orígenes, y el pasado, el presente y el futuro, el tiem-
po en suma, aparecen como una dimensión del sagrado mundo oculto.

El texto plantea una iniciación. Un aprendizaje en el tiempo


de los orígenes, cuando el mundo era tan reciente…Propone por lo
tanto una anámnesis, un camino de memoria vertical y ascendente,
una reminiscencia existencial, estrictamente individual, irremediable-
mente colectiva que apunta, alquímica, a la transformación espiritual.

La creación no es intelectual. Es visceral, orgánica. Tiene


consciencia, claro. Sabe que la naturaleza angélica puede tam-
bién engendrar iguanas. Por eso, por su consciencia y sus vísceras
la creación tiene miedo. Pero no puede detenerse, debe abrir
la puerta del texto y a tientas, en la oscura noche del cotidiano
génesis, guiarse por el ciego olor para engendrar seres alados
que acabarán pariendo reptiles que serán abuelos de ángeles.



Porque la creación está permeada de inmortalidad. También
está hecha de muerte. Los hombres mueren, dijo Alcmeón de Crotona,
porque no son capaces de unir el comienzo con el fin. Esos hombres
mueren, pero la creación es inmortal. Los hombres que descubren su
íntimo mecanismo también lo son y así son sus obras. Máquinas de
la memoria y de la inmortalidad que surcan las venas de Macondo-
América Latina constituyendo su información genética, su genoma,
su posibilidad de resurrección en el escalofrío del amor y de la muerte.

La creación trenza sus dos espirales de muerte e inmortalidad


en su creatura. La hélice se tiende a lo largo del cuerpo circular de
la obra para que sin cesar se regenere. El libro comienza hablando
de alquimia porque de eso se trata la creación: de instaurar en la ex-
istencia una creatura capaz de transformar transformándose, capaz
de regenerar regenerándose, creación continua, creación a cada in-
stante, a cada instante creación en contacto con su propio misterio.

Macondo-América Latina no tiene fronteras.

Es un cuerpo indiviso. Se muere de su muerte en algún lado


para elevarse con el ala de su vida en otro.

Si se pusiera el oído sobre el texto, la obra, el libro, se es-


cucharía el sonido creacional que emite y al que estamos acos-
tumbrados, como se decía del sonido de las esferas celestiales.

Si se pusiera el oído sobre ese cuerpo indiviso de Ma-


condo-América Latina se escucharían sus arrullos y sus ester-
tores, sus armonías y discordancias, sus himnos y sus disfonías.

Ambos –tanto el texto como Macondo-América Latina- son


cajas de resonancia en las que vibran las muertes, los nacimientos,
las torturas y las esperanzas que padecen el creador y la creatura.

En la poesía de fundación la palabra es una lanza. Se clava en el
corazón del mundo antiguo para tener el pretexto sangriento de fun-
dar otro. Hay que dejar atrás a los fantasmas, a las visiones perturba-
doras de la sangre de las sombras. La pareja primordial se expulsa a sí
misma del gris paraíso y sale en busca de su propio colorido y fragante
caos. El muerto –lo muerto- queda detrás, con su lanza clavada, con
sus reivindicaciones convertidas en ceniza, con la apuesta saldada.

La pareja primordial está decidida a engendrar, a parir, a


fundar… No son simples buscadores de horizonte, no son conquis-
tadores, ni indianos, ni siquiera odiseos porque no tienen la menor
intención de regresar. Han hecho migajas de su nostalgia para ali-
mentar a las aves enjauladas que señalarán a otros el lugar de la fun-
dación, el ombligo de Macondo-América Latina, que es centro de
veras porque es el que posee los sonidos, el que se tiene de palabra,
el lugar donde el negro hollín termina por liberar al oro perdido.

En el origen, la materia ha hecho explosión y se crea también


el tiempo. Para sostenerlo, para seguir sus venas y sus arroyos de cre-
cimiento, sus nebulosas y cometas preñados de prolíficas bacterias, la
vida surgiendo del mar, la raza animal de los gigantes, la aparición del
hombre y su consciencia, la invención del fuego y la mano puesta en el
asombro del hielo en medio de una selva tropical es necesaria la memoria.

Pero la memoria no se comprende sin el olvido. ¿Cómo sa-


ber que se recuerda si nunca se ha olvidado? La enfermedad se auto-
genera porque quiere adelantase a la muerte. La enfermedad quiere
curarse en salud. Y en el incipiente Macondo-América Latina, justo
cuando las cosas comienzan a marchar y los relojes han sustituido
al canto de las aves y están maravillosamente acompasados, adviene
la epidemia del insomnio y su irremediable consecuencia, el olvido.


Pero esto no es más que la oportunidad de reconquistar los
recuerdos, de volver a hacer consciente lo que apenas se acaba de
vivir, de fundamentar los cimientos de la memoria en la ciénaga de
la desmemoria, para volver a nombrar cada cosa y que regrese de
la muerte, ahíto de soledad, el trashumante curandero del olvido.

Macondo-América Latina, mundo recién fundado olvida


demasiado rápido, pero reacciona a tiempo y a memoria para cu-
rar su juvenil Alzheimer y reconquistar su derecho a los recuerdos.

Y en este momento de su fundación, de su creación, de su


memoria virgen y su joven olvido, todavía no tiene cementerios ni
túmulos, cenotafios ni hemiciclos, ni altar de la patria, ni glorietas.

No hay lista de honor, ni cañonazos de duelo, ni ban-


deras en los ataúdes. No es necesario un corregidor, porque no
hay nada que corregir. Tampoco una revolución, porque no
hay nada contra lo cual levantarse. ¿Independencia? ¿De qué?
Si acaso del olvido, porque lo más realista e imperial es el re-
cuerdo de un pirata que trabajaba a destajo robando vientres de
barco para alimentar el vientre insaciable de una reina inglesa.

En este punto de la fundación, de la creación de Macon-


do-América Latina no hay un espíritu heroico libando sospechosos
honores, ni vivos que justifiquen sus miserias y sus sueldos en el al-
tar del héroe, bajo las bicentenarias, doradas letras. No hay con-
memoraciones, no hay acanaladas columnas, no hay vivas ni muer-
as… porque el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre.

10
II

repartía el espacio sin el menor sentido de sus límites.

América Latina es aprehendida como una imagen poética


y entonces se llama Macondo. Hecha de palabras, constituye no
solamente un nuevo ser del lenguaje, sino la semilla de un mundo.
Este mundo se expande en la alegría de hablar, en la pasión de con-
struir. La casa crece, blanca como una paloma, en gran medida gra-
cias a la pasión de la fundadora, a su sed de espacio interior, que
corresponde a la pasión del fundador, a su sed de espacio exterior.

Ambos se arraigan en estas dos dimensiones del espa-


cio que son expresión del crecimiento, de la voluntad de expan-
sión. El varón-raíz se convierte en árbol que protege con su som-
bra a la mujer-raíz convertida en casa. Los dos arquetipos –árbol
y casa, masculino y femenino- generan su cadena de metáfo-
ras. El hombre investiga y adquiere, la mujer cuida y atesora. El
hombre tortura la materia en el atanor, la mujer le confiere vida
y levanta miríadas de seres zoomorfos hechos de azúcar y calor.

El espacio asociado con los dos arquetipos no cesa de


crecer. Sus actividades tampoco, no cesan de expandirse. La
lógica y ritmo de este crecimiento son los del sueño. Los fun-
dadores se demandan a sí mismos en el texto permanecer en un
estado de abierto simbolismo. Cada cosa que tocan, cada ser
que traen a la realidad roza una faceta de lo sagrado. La funda-
dora defiende su derecho de imponer los nombres a los recién
nacidos y a los recién llegados, tan profundamente está compro-
11
metida con su labor simbólica, con el poder creador de su sueño.

Macondo - América Latina ha soñado y ha nacido de su


sueño. Y como ha nacido de su propio sueño, puede conver-
tirse en todo, las músicas del mundo sueñan en salón de la casa
blanca, en el jardín crecen las rosas de Europa, llegan las pal-
abras y los nombres y los apellidos en italiano, en francés, en in-
glés, en el idioma de la magia, en las profecías de Nostradamus.

Macondo-América Latina se sueña cosmópolis. Se vive an-


cha, ilimitada y libre, vislumbra sus inagotables calles que podrán ser
transitadas por el sufrimiento pero también por las alegrías; recoge
los pliegues de su propia aventura y entierra a su primer muerto,
que también ha sido su primer alcanzador de la inmortalidad.

Porque el cadáver y sus pútridas emanaciones, sus ron-


chas azules son sólo apariencias. Esencial es la toma de concien-
cia, el farfullado deletreo: He alcanzado la inmortalidad. Como
Empédocles, como Parménides, el iluminado retornado de
la muerte anuncia su verdad sencilla, encuentra su río arte-
ria no obstruida y sentencia con igual sencillez: Somos del agua.

Tan sofisticada como el agua es esa cosmópolis inocente,


pintada y vestida de blanco, pararrayos de canción, amorosa y
doliente. En su espacio ilimitado medran el deseo y el anhelo, la
garra de fuego que necesita tierra y orfebrería para llenar la aus-
encia del amor. El amor llena el mundo, con su poderío colma
el espacio sin límites, desencaja los corazones de la segunda gen-
eración, hija de los fundadores, los estrella en su sin sentido, los
macera, los destila poetas antes de que conozcan el alfabeto.


12
El mundo creado tan recientemente es ilimitado e intenso. Es
necesario Eros para cohesionarlo. Y Eros es más feroz que Ares, por eso
acontece primero en la serie de causalidades que llevan al hijo del fun-
dador continuamente a su momento original, a su punto de partida, a
su única conclusión posible y regeneradora, frente al pelotón de fusilamiento.

Las palabras han bebido de la realidad y la han creado.


Los jugos de los diferentes niveles del cosmos fluyen por arte-
rias no obstruidas. El fundador es rey y sacerdote. En este tiempo
primigenio, en ese despertar de Macondo-América Latina en y a
través del texto creador, rey viene del latín rex y del griego rhei
y significa fluir. Todo fluye –panta rhei- en el fluyente texto in-
fluyente y el axis mundi, el eje de este fluir es un árbol al que
está atado un memorioso-desmemoriado, un confundido lúcido.

Clavado en una cruz, compadecido y remediado, encadenado


a un árbol, ha sido convertido en letra. Ese cuerpo atado a un árbol
es la letra inicial expuesta al sol y a la lluvia, clavada en los elemen-
tos. Castaño y hombre, letra del alfabeto de los orígenes, pudo ser un
aleph pero es una psi, que es la letra RE de las tablillas micénicas en
Lineal B, en la escritura del origen de este texto y de todos los textos
occidentales, de las imágenes venerandas del principio, de las frág-
iles estatuillas de las que penden, colgados, imperios completos, con
sus flotas y sus cañones, sus rascacielos, sus obispos mitrados, sus le-
gionarios, sus cresos y sus telecomunicaciones excretantes de dinero.

El hombre-árbol, el hombre-letra comunica con la conciencia


creadora de todos los que fabrican, fabricamos Macondo-América La-
tina: et in Arcadia ego sum, la eternidad es el permanente presente.

Porque antes de ser convertido en letra, el fundador enloqueció,


esto es, encontró la cordura, la vidente experiencia del siempre es lunes.
13
El espacio sin límites, con su inexorable muerte a cues-
tas, le habló para revelar al eterno aspirante a alquimista su ter-
rible conquista: la transmutación de la experiencia tempo-
ral. Frente a todos, el fundador alcanza la comprensión del
nunc stans. Su fundación participa de la misma esencia.

Siempre es lunes, siempre lo ha sido y siempre lo será.

Había intuido que el tiempo y la música –que es una de


sus formas- eran máquinas, máquinas descompuestas en la per-
cepción. El instante sin articulación temporal, el ahora sin di-
visiones le cayó en las manos y destruyó sus defectuosos tall-
eres: el laboratorio del alquimista, el cuarto oscuro del fotógrafo.

Para que Macondo-América Latina se desenvuelva en sus im-


perfectas aunque bellas imágenes coloridas, en sus deficientes pero nec-
esarios intentos grises, es necesario que en el origen exista este loco lúcido.

Así como en el origen de la filosofía griega y el proyecto occi-


dental están los magos y iatromantes Parménides y Empédocles (en
ello insiste en estos días el filósofo británico Peter Kingsley), así en
la filosofía y el proyecto de Macondo-América Latina se encuentran
un gitano y un loco. Empédocles decide lanzarse al monte Etna para
demostrar su inmortalidad así como el gitano se funde con el agua,
como el fundador se funde con el árbol. El griego afirma en algún
momento haber alcanzado la inmortalidad con todas sus letras, de
manera explícita. Los incrédulos podrían aceptar que cuando menos
tuvo la experiencia. El gitano perdura en el texto para dar fe de su
inmortalidad y atestiguar y dar sentido al hecho de que el primero de
la estirpe está amarrado a un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas.


14
Que los muertos de Macondo-América Latina entierren a sus
muertos, porque su texto creador deletrea claramente el secreto de
la inmortalidad, exhibe de manera pormenorizada las instrucciones
para alcanzarla, proporciona las claves para transmutar radicalmente
la experiencia temporal y recrear en un solo instante los metales de las
cuatro edades. El gitano y el fundador se han convertido en divinidades
en el tiempo de todos los días, en el espacio expandido de la casa pin-
tada de blanco. Por derecho del texto creador la creatura tiene dioses.

El fundador del siempre es lunes exhibe en su cuerpo-letra


la verdad del espacio hecho tiempo y hecho cosmos. Si la mujer
fundadora dirige a ciegas la explosión del espacio sin límites, el
hombre disfruta, padece y trasciende a través de la vivencia de
su implosión. Es atravesado por el dardo del instante, abruma-
do por su inconmensurable peso indescriptible. Llora con el llan-
to de los viejos el reconocimiento de estar a merced del instante,
que es el conocimiento, la felicidad supremos: el de estar a mer-
ced de la realidad. Porque, ¿qué es la realidad sino espacio-tiempo?

En las manos de la mujer fundadora el espacio se ex-


tiende y se habita. A fuerza de extenderse y habitarse se
aleja de su centro y termina por hacerse ajeno e ilusorio.

Las habitaciones de la casa blanca se multi-


plican y algunos fantasmas se pierden irremediable-
mente en ellas, como se ha perdido el atado de los huesos.

En cambio, en el varón fundador el espacio se con-


trae, regresa al punto de donde surgió y se encuentra a sí mis-
mo en la experiencia del origen que es la más alta que se pu-
eda alcanzar, la más sublime, la más completa: Siempre es lunes.

15
En el árbol, en el castaño, el fundador logra el milagro.
Se convierte en inmortal, en raíz para siempre, porque ha unido
el principio con el final. Permanece atado, pero esto no es más
que una apariencia, porque ha alcanzado, se ha merecido la lib-
ertad; sin abandonar su cuadrado de tierra ha comprendido que
por más lejos que uno se traslade y por más tiempo que dure
el viaje siempre es lunes y siempre se está en el mismo lugar.

Los demás, con los aparente miembros libres, se esfuerzan


ciegos, están maniatados por los lazos de Eros que degradan a la
segunda generación y los límites indecisos del espacio de la funda-
dora, que necesita realizar ampliaciones porque aunque ha fun-
dado no se ha fundido, como su marido, en su propia infinitud.

Pero esos mismos lazos y esos mismos límites constituyen la


libertad suprema, escrita, inscrita en el único hombre completo, el
que contiene todo en sí, toda percepción, todo pensamiento, toda
libertad… atado por la piedad de los suyos, para que no se haga
daño, para que no lastime a nadie, para que no entorpezca las bo-
das, las ampliaciones del espacio de Macondo-América Latina.

Sentimientos tan ilusorios como el Eros degradado, aunque nec-


esario, de la segunda generación, como la casa hospitalaria y fresca, las
habitaciones multiplicadas en los daguerrotipos y el indeciso don con-
cedido a la fundadora, que repartía el espacio sin el menor sentido de sus límites.

16
III

y todos los relojes trabados en una hora interminable

Antes de que Macondo - América Latina se hiciera reali-


dad a partir de su propio sueño, la percepción mística del tiempo
en el pensamiento de occidente había sido relegada al cuarto de
los trebejos, a la periferia de la alucinación, a la choza del loco.

La creación ha crecido de sus correctas raíces, de ellas se


ha alimentado sin negarlas, como las negaron otras tradiciones de
occidente. La percepción mística del tiempo es algo que se concede
naturalmente a oriente, que se busca, se compra y se exhibe en con-
gresos donde monjes vestidos de azafrán comparten su tradición
con audiencias que han pagado en dólares por hacer un viaje
turístico al corazón disruptivo de la experiencia temporal, sin pas-
arles ni siquiera de manera remota por la mente que la percepción
mística del tiempo es también la raíz del pensamiento occidental.

El texto creador de Macondo-América Latina así lo ha de-


jado en claro y por eso su revolución creadora no aconteció sol-
amente en el lenguaje – después de todo, el místico cuando me-
jor comunica es en el silencio,cuando mejor escribe es en el “libro
mudo”- sino en todos los niveles de fabricación y producción de
modos vitales, de aproximación a la verdad y comisión de errores.

El texto fundador y fundante ha mostrado el tiempo frac-


cionado en porciones infinitas unidas por el misterioso corredor
de la esperanza, la que concede la gracia de la vida, su dulce per-
17
sistencia, en el último segundo frente al pelotón de fusilamiento.

El tiempo en la experiencia mística tiene trampas y ne-


gros agujeros y posee cuartos infinitos que pueden surcarse para
explorar una a una las venas de la realidad, que como enseña la
física cuántica –la última de nuestras religiones mistéricas- es capaz
de producir una alucinada cantidad de opciones al mismo tiempo.

Se puede morir en uno de los cuartos infinitos porque en otro se


está conversando con un muerto y en otro tomando el desayuno bajo
el árbol del castaño. Se puede morir, conversar y desayunar porque
en el hoy están todas las posibilidades en espera de ser actualizadas.

La percepción mística del tiempo puede ser aprehen-


dida por la física cuántica o por la poesía, aunque fuera del tex-
to -¿se puede estar fuera del texto?- toquemos madera para
conjurar sombras y concluyamos que el déjà vu y la inmor-
talidad y todo su resto de asociaciones son, nada más, literatura.

Sin embargo, es precisamente la literatura la que nos pro-


porciona desde el texto fundador un modelo temporal aproxi-
mado al de la tradición yoghi. Mediante prácticas de respiración
se intenta trascender el tiempo corriente para respirar en conso-
nancia con el tiempo cósmico. Y al fundir los dos ritmos en uno
solo se trasciende el mundo de las apariencias y se alcanza el fun-
damento de lo real. Así, los acontecimientos descritos en el texto
como insertos en el tiempo corriente, que parecen sucederse en
un engranaje de repeticiones irreparables y que hacen considerar
que el tiempo no pasaba, sino que daba vueltas en redondo están efectiva-
mente dando vueltas en torno a un centro inmovible, que no gira,
que permanece quieto, liberado del movimiento y del tiempo.

18
La estructura circular del ciclo de cien años, el ourobo-
ros del texto fundador obedece a la intuición del tiempo cíclico,
privilegiada sobre su aspecto de flujo. El flujo temporal se dispersa,
el ciclo temporal está contenido en la forma geométrica perfecta.

Los sistemas astrológicos del conocimiento común son


procesiones circulares de imágenes divinas. Los nombres pare-
cidos y las características de los fundadores y sus segundas, ter-
ceras y cuartas generaciones componen de alguna manera un
zodíaco circular. Los relojes mencionados en el texto como traba-
dos en su hora interminable son imaginados como redondos. Los
cuadrantes son paradójicamente circulares. Intuir el tiempo en
círculo es concebir, también de manera intuitiva, su cuadratura.

Pero es que sin esta concepción mística del tiempo que hace
palpitar el texto fundante no podría haber Macondo-América La-
tina. No hay peor etiqueta que la de “real maravilloso” porque el
adjetivo anula al sustantivo relegándolo a la tribu de lo fantasioso,
de la idea de la idea de la idea. ¿Qué no ven que es su arquetipo?
El texto fundante de Macondo- América Latina solamente podría
etiquetarse en árabe, solamente puede leerse como Um-al-Kitab,
madre del libro que de no ser reconocida produce una lectura de-
fectuosa, un muñón de videncia, una respiración incompleta.

Los textos de fundación de las principales tradiciones huma-


nas respiran la experiencia mística del tiempo que han tenido sus au-
tores-personajes, sean individuales o colectivos. Gilgamesh, Homero,
Elías, Juan y Mohammed han tenido revelaciones de lo que sus con-
temporáneos –sin el Libro- no pudieron tener, porque el hombre sin
el texto no es capaz de ver, saber o conocer el mundo de los nombres
verdaderos, de los dioses, de los hombres y de las relaciones entre ellos.

19
La jornada temporal del texto fundante de Macondo-Améri-
ca Latina es una jornada mítica. Un viaje al corazón de lo divino y si
esta palabra asusta, queda el recurso de recurrir a la etiqueta de lo real
maravilloso. Continuemos con el viaje temporal del texto, que lleva
de la mano desde el borde de la realidad a su corazón de maravilla.

Macondo-América Latina no puede hacer este vi-


aje sin la ayuda de una entidad trascendente, no puede hac-
erlo sin ayuda de lo divino porque es un viaje mítico. Un vi-
aje hacia el corazón maravilloso y maravillado de la realidad.

Si el texto creador ha impreso en su creatura la vocación del


viaje mítico esto no quiere decir que la haya coludido, seducido o in-
citado a un viaje imaginario a un paraíso artificioso de palabras. Um-
al-Kitab es el tiempo mismo, la estructura misma del tiempo que ha
sido percibido, experimentado, de manera mística. Un texto surgido
de la experiencia mística del tiempo no hace perder el tiempo, sino ex-
perimentarlo en su dimensión profunda, concebirlo y darlo a luz con la
misma fuerza, con la misma verdad que lo ha hecho la Madre del Libro.

Cada pueblo del libro ha tomado su propia decisión de


cómo vivir su libro. Macondo-América Latina vive ese proceso. A
ratos decide vivirlo como un modelo literario o un sujeto de cel-
ebraciones, de ediciones académicas, de referente histórico o
de alcancía de aniversario que engrosa el bolsillo de las aparien-
cias. Idea de la idea de la idea original, de ese modo ha triturado
su tiempo vivo, su tiempo generador de tiempo, su dinámica en-
altecedora de la realidad. Ha querido desarmar la máquina de
su misterio y al recomponerla ha entonado engañosas melodías.

Pero las máquinas desarmadas y las melodías engañosas for-


man parte de la misma dinámica del texto, fueron y han sido previstas
20
en los intentos del fundador al desarmar y rearmar la pianola e intentar
el daguerrotipo de Dios antes de lograr la sabiduría y la inmortalidad
clavado a su castaño, consolándose con el sueño de los cuartos infinitos.

El viaje o los viajes míticos que propone el texto fun-


dante de Macondo-América Latina están relacionados con
la estructura de la conciencia. Son viajes sin movimiento,
sin combustible, sin accidentes aéreos. Todos esos viajes, to-
dos esos hidrocarburos y las guerras y divisiones territoriales
que provocan, todos esos accidentes humeantes son aparentes.

El viaje supremo del texto, la jornada mítica de Macondo-


América Latina es inmóvil. La estructura de la conciencia humana es
inmutable. Inmutable soporta y comprende las mutaciones. Inmóvil
vislumbra los movimientos. Inmóvil como el núcleo del círculo tem-
poral en la experiencia mística del tiempo. Inmóvil y abrazada a su
castaño la conciencia del fundador puede trasladarse en el sueño de
los cuartos infinitos para retornar al cuarto de la realidad a su placer.

Del mismo modo el hijo del fundador, el de la viden-


cia inmóvil e inmutable puede decir: Esta mañana, cuando me traje-
ron, tuve la impresión de que ya había pasado por todo esto. Por eso es
consciente de su inmortalidad frente al pelotón de fusilamiento.

Porque detrás de sus párpados, en ese momento que tam-


bién es ilusorio tiene la imagen fundamental y brillante de la in-
fancia de la tarde espléndida en que lo llevaron a conocer el hielo,
experiencia transcurrida en el tiempo pero tiempo ella misma, como
tiempo es la conciencia que la recuerda, que se aprehende inmu-
table e inmóvil en el Macondo-América Latina al que quiere re-
gresar para que la fusilen porque ahí abrió la vidente mirada, ahí
se libró de la red de las apariencias, de la ilusión de los sentidos.
21
El viaje mítico inserto en el tiempo vivo del libro fundador y
fundante no es ficticio, no es argumentación, ni literatura ni teoría, es
praxis y su forma suprema: la realidad inmutable e inmóvil aprehen-
dida por una inmóvil e inmutable conciencia. El estado chamánico,
místico –“samadhi” dicen los yoghis- en el que no se está dormido ni
despierto, que parece sueño, pero no lo es, que exalta con su sabor de
verdad, de realidad, que punza con su color espléndido no percibido
solamente con la vista, que revela frente al pelotón de fusilamiento
que la muerte es una apariencia y que la tarde espléndida en que
te llevaron a conocer el hielo no ha dejado de ser porque ahí com-
prendiste que el ser es eterno y que ya habías pasado por todo esto.

La Madre del Libro Macondo-América Latina alum-


bra esta fundamental tradición, esta verdad de las fuerzas cre-
ativas que no solamente es “oficial” en el oriente de los yoghis,
o “secreta” en el occidente que compra misticismo turístico,
sino gracias a ella en el oriente occidente de Macondo-Améri-
ca Latina: la vivencia, la toma de conciencia de la trayectoria in-
móvil, del tiempo que fluye sin transcurrir hacia el punto y el in-
stante en el que todos los relojes están trabados en una hora interminable.

22
IV

Quiere decir… que sólo estamos luchando por el poder

En lugar del quieto vuelo chamánico y de la sabiduría alqui-


mista del fundador de Macondo-América Latina, su hijo destinado
a la videncia de la inmutabilidad, a la concentración implacable y
a la paz del espíritu elige el camino del poder, la vía de la violen-
cia. Su elección en el texto arrastra a la creatura a la desmesura
de la guerra sin ideas, al derramamiento de sangre sin sentido.

Sin quererlo verdaderamente, le ha llegado a la entidad


fundada por el texto el momento de matar al padre, de arrasar las
ideas que rigieron a la generación de la fundación, de colgar a los
dioses e imágenes de los pulgares para que agonicen lentamente a
la vista de todos, en ejemplar voluntad de aniquilación, aún a sa-
biendas que será la creatura misma la primera en reinstaurarlas.

En este momento de la dialéctica el parricidio se consuma


no directamente en la persona del fundador –que a fin de cuentas
alcanzó la inmortalidad como el profeta Elías en uno de los cuartos
intermedios del sueño de los cuartos infinitos- sino en los símbolos
y signos que lo acompañaron cuando Macondo-América Latina era
un pueblo desconocido para los muertos. Iglesia, campanarios, sota-
nas, hijos legítimos y matrimonios y santoral completo son fusilados
no por la voluntad de la creatura, sino por voluntad de la revolución.

Macondo-América Latina no acababa de comprender


sus símbolos de origen cuando la revolución lo obliga a fusilarlos.
23
No te fusilo yo, te fusila la revolución, le dice Macondo-América
Latina al hermano, al íntimo amigo, al camarada entrañable, al com-
padre, al suegro. La voluntad parricida es atraída por una diversidad
de polos, todos de signo masculino. Porque tiene un límite, conoce un
freno: la madre. Si la fundadora no sabía qué hacer con el espacio está
completamente segura sobre qué hacer con el hijo monstruoso, con
el bastardo asesino y brutal: lo mismo que habría hecho si hubiera
nacido con cola de puerco. Matar al engendro con sus propias manos.

La revolución de Macondo-América Latina es emprendida


contra un pasado al que nunca se le dio el tiempo de crecer. Contra
un padre que trajo pocas cosas y dio muy poco tiempo de su tiempo
a la infancia del revolucionario. Ese pasado es un daguerrotipo que
muestra a una niña con un lazo en el cabello y botines inocentes
sorprendidos por la muerte. Son símbolos muertos y nunca crecidos
los que son fusilados. La bisabuela es una niña. Qué lujo: una abuela de
catorce años o qué paradoja: una abuela de catorce años. La guillotina
de Macondo-América Latina no encuentra cabezas milenarias y em-
polvadas que hacer rodar; los rosarios de sus obispos no tienen cuentas;
sus aristócratas son demasiado recientes; sus ricos lo son de milagro.

De geográfica, la creatura se ha despertado como política.


Pero sus políticos son inmaduros, sólo pueden ser matarifes y ter-
minan por ser soldados. Sus coroneles son viudos que arrastran la
frustración de su lenguaje poético, que al igual que los símbolos de
su pasado, los sentidos de sus cimientos, no alcanzaron a crecer.

Las palabras descubiertas en su mundo primigenio, en la


peregrinación de su infancia, en la fundación de la casa y en la
repartición del espacio, han sido encerradas en un cofre del mis-
mo modo como el padre fuera maniatado y fundido con el casta-

24
ño. Pero si el padre obtuvo la liberación y hasta la inmortalidad a
través de la transmutación de la experiencia temporal gracias a sus
propias ataduras, las palabras del poeta frustrado se amordazaron
a sí mismas, las imágenes poéticas fueron cauterizadas de encierro
y de olvido, y su soporte, el papel amarillento, entregado al fuego.

El imposible parricidio -¿cómo matar al inmortal?- se con-


suma en el lenguaje. El origen de Macondo-América Latina en
la imagen poética fue rumoroso y prometedor en la magnífica
visión infantil del hielo. Pero demasiado pronto es negado y sac-
rificado en la lucha masculina por el poder, imantado natural-
mente al parricidio. Como éste no se puede cometer en la persona
del inmortal se procede a segar la imagen poética de los orígenes
y a sustituirla con la jerga revolucionaria, con sus mantras me-
canizados. Si esto no se hubiera hecho, si este parricidio del len-
guaje no se hubiera cometido, Macondo-América Latina no sería
lo que hoy es con su cuerpo doliente y preñado de las imágenes
poéticas a las que no se les dio tiempo ni oportunidad de nacer.

El testimonio de esas imágenes poéticas está concentrado


en el texto fundador de Macondo-América Latina. Él mismo es
el fruto logrado de la soledad. La soledad, madre de lo grandioso,
lo bello, lo eterno, fuente original de la poesía. Es tan hermoso lo
que promete, tan inagotable lo que levanta al soplo de sus prim-
eras líneas, de sus primeras letras, que está destinado a los espa-
cios infinitos del cosmos, a la oscura temperatura de la noche.
Las imágenes poéticas bullen en el texto fundador, eclosionan
para expresar el movimiento que va a amordazarlas, encabezado
por el hijo del fundador, que abjuró a través del fuego de sus car-

25
tas de amor. Las hizo caminar hacia atrás. Las devolvió a la nada.

Pudo hacer nacer de sí un mundo a través de la palabra


poética. Un mundo en el que pudo convertirse en cualquier cosa,
incluso en un hombre. Pero apostata de sus imágenes poéticas y
se entrega a la vorágine guerrera. Lo verdaderamente heroico, lo
admirablemente guerrero hubiera sido que a pesar de la vida, a
pesar del movimiento parricida de Macondo- América Latina per-
sistiera en su vocación de poeta. Se mitridatiza contra la poesía y
no tarda en manifestar los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia.

Esto lo hereda la creatura y aborta poetas. La demagogia revo-


lucionaria excluye el concepto de que el amor es la fusión de dos posi-
bilidades de creación de imágenes poéticas. Aleja el reposo del ánima
necesario para la ensoñación cuna de imágenes. Cauteriza también
la posibilidad del amor que se escribe. La revolución crea compañe-
ros o camaradas sin arquetipo, sin posibilidad de elevación ni de alas.

El origen de Macondo-América Latina profeti -zaba


amantes, grandes amantes de consecuencias griálicas y produ-
jo solamente asexuados seres enfundados en overoles caqui que
ignoran el temblor amoroso de las palabras, la vibración mis-
teriosa de su propio nombre en labios del otro porque han re-
cibido un lenguaje reducido, relegado a la prioridad de la lu-
cha por el poder, resignado a la igualdad políticamente correcta.

La ensoñación es vedada, ensordecida por el estruendo de los


cañones. Las grandes ensoñaciones que han hecho los amores inagot-
ables han sido proscritos en nombre de la realidad de la guerra. Y es
una guerra pequeña, una guerra de muertos sin ideales. La posibilidad
de engrandecer el universo vislumbrado en la fundación, el ahonda-
miento del espacio sin límites ha sido cercenada porque la ensoñación
26
primigenia se quedó clavada en el castaño y el peso de la realidad y de
la motivación del actuar se trasladó a la guerra. A esa guerra pequeña.

El parricidio ha sido consumado, de manera tan perfec-


ta que muy pocas conciencias de Macondo - América Latina al-
canzan a darse cuenta de qué fue lo que perdieron, lo que perdi-
mos, de qué fue lo asesinado. El texto fundador y la creatura se-
ñalan ese vacío en el lenguaje raquítico de los militares, en los
monosílabos de los poderosos, en su conciencia muerta para el
poder generador de las imágenes poéticas. En su incultura apabul-
lante y en su prisa por alejarse de todos los rostros de la poesía.

En esa ausencia de poesía, en esa orfandad de la imagen


poética se educa en las escuelas, asimiladas en el texto al cuartel.
(En un extraño experimento reciente en uno de nuestros países de
Macondo-América Latina los niños destacados por su rendimiento
académico fueron “premiados” con una estancia en un cuartel).

El civismo excluye la imaginación. La historia se cruza de


brazos al tener que mostrar héroes traidores al amigo y a la casa,
mancos, tuertos y cojos del alma en las páginas de libros que expul-
saron a las imágenes poéticas para ocuparlas con liberales o con-
servadores, con centra- listas o federales, con mochos y descreídos
que no lucharon por la libertad, los valores morales, la nación, el
terruño, Dios o la Razón sino simple y prosaicamente por el poder.

La revolución y su parricidio impidieron el porvenir que


se le abría al lenguaje en la primordial hora de la fundación. La
violencia se convirtió en el único porvenir posible. Sus motivacio-
nes han cambiado pero ninguna de ellas ha abierto la puerta para
que el lenguaje prometedor de Macondo-América Latina se dé
a luz a sí mismo y alcance su más alto destino, que es la poesía.
27
Aunque el texto fundador es el paradigma de ese alto destino,
aunque sus palabras están preñadas de mundos murmurantes, iridis-
centes, de posibilidades de realización en las imágenes poéticas y de
creación de un mundo a su imagen y semejanza, los goznes y resortes
de Macondo-América Latina, apuntan a los cuartelazos, a los guerril-
leros, a los secuestradores y a los narcotraficantes como las imágenes
existentes que siguen impidiendo la eclosión del lenguaje poético.
Llenan pantallas grandes y pequeñas y sus mediocres interpretaciones
facturan millones mientras que el poeta, llamado el Hombre, es recu-
erdo avergonzado, cobijado demagógicamente (“¡hay tanto talento
en nuestra América!”) en planes vergonzantes de defensa cultural por
decreto, exenciones engañosas de impuestos, sistemas de becas an-
quilosantes de la auténtica fuerza creadora, desbravadores de talento.

El acordeón humilla.

La espada, el fusil, el cuerno de chivo, el retén militar y los


guardaespaldas ensalzan.

La poesía puede esperar.

Definitivamente.

Indefinidamente.

No hay presupuesto o el presupuesto debe destinarse a man-


tener a raya al guerrillero o a adquirir más armas para el guerrillero,
a acotar el territorio del narcotraficante o a adquirir parte del carga-
mento del narcotraficante, a desmantelar las redes del secuestrador o a
pagar el monto del rescate. A pagar el tiempo aire del funcionario que
vela porque haya oportunidades y cauces para tanto-talento-que-hay-
en-nuestra- América… Quiere decir… que sólo estamos luchando por el poder.

28
V

deslumbrada por tantas y tan maravillosas invenciones

La tercera y la cuarta generaciones alumbradas en el texto


fundador realizan lo que están obligadas a hacer: perder de vista el
proyecto esencial, en el que el ser estaba todo implicado y extraviar-
se en los artificios e ilusiones que el mismo movimiento vital de Ma-
condo-América Latina le plantea como producto de sus decisiones.

Arrasado el ser primordial, cometido el parricidio, segada la


posibilidad de florecimiento en la verdad de las imágenes poéticas,
el espacio ilimitado es ocupado por la ilusión del cinematógrafo y
el vuelo de los globos aerostáticos. Todo llega en la estridencia de
esa como cocina que arrastra a un pueblo, ferrocarril que inserta en las
venas de la creatura la voracidad imperialista. Aparecen person-
ajes de cinematógrafo, ambiciosas caricaturas de tira cómica. Ideas
de la idea de la idea, degradación de la esencia, de la búsqueda
que ha sido sin remedio desvirtuada al descubrir el consumismo.

Voraces rubios, pelirrojos, ojiazules, gringos explotadores,


choque de voluntades, de creencias, de proyectos históricos y raciales,
de idiomas, de entonaciones religiosas. Imperialismo. Explotadores y
explotados. Ya es demasiado tarde porque la revolución del hijo del
fundador ha muerto, archivada en la tremenda desmemoria de la bu-
rocracia, los galones dorados y las condecoraciones y las botas man-
chadas de sangre y lodo yacen en los inaccesibles estratos del olvido.


29
Contra esa invasión ojiazul pelirroja y rubia sí hubiera valido
la pena levantarse, pero el revolucionario está irremediablemente
viejo y todos asumen por desgracia que la revolución preparó el
terreno para que esos depredadores rubios con aires de superio-
ridad se asentaran, con menos verdad y menos gracia que los gi-
tanos expulsados, con el espejismo de sus electrodomésticos, sus
máquinas vanas, sus membresías huecas para clubes exclusivos y
su tiempo aire que constituye una tributo más elevado e ineludible
que el diezmo de los conservadores, que el impuesto de los liberales.

Carecen de dimensión profunda porque son de estirpe


depredadora. No echan raíces, construyen canales para succionar las
riquezas naturales, los jugos, la savia, la sangre, el oro, las frutas del
continente hacia sus frías latitudes del norte. Pero Macondo-América
Latina los ha atraído para alimentarlos, para darles la satisfacción de
reafirmar su superioridad, lo civilizado de sus costumbres, lo puro de
sus alimentos, la salud de sus deportes, la liberación de sus mujeres.

En el vacío de imágenes poéticas originales se ha instalado


la imaginación de extranjería. Ante los ojos ciegos de los bisnietos y
tataranietos de los fundadores, ante los ojos ciegos de la fundadora
han venido ellos, los ojos azules a mirar a su modo y a imponer su
mirada en las imágenes de Macondo-América Latina. La creatura
lo acepta suspirando y trata de convertir en triunfo su sumisión. La
sirena de cabello negro gasta fortunas en teñirse de rubia y satis-
fecha canta en inglés porque de esa manera rubia y anglocantante
ha conseguido el éxito, una sucesión de cromos con una banda mu-
sical por debajo y que se repite igual a sí misma en multiplicados
puntos del globo. Éxito que es una más de las imágenes impues-

30
tas en el vacío que dejara el parricidio de las imágenes poéticas.

El paraíso del fundador, de la fundadora; el espacio en-


cantado, la geografía homérica del desierto poblado de erinias
del coronel, el tiempo de las Electras y Antígonas, de las Yermas
y Bernardas, que es el tiempo del sufrimiento, el tiempo aprehen-
dido de manera mítica se ha convertido en un pasatiempo, en el
pentagrama de notas estridentes que entonan en fonógrafos de
tecnología que va en escalada las Mias, las Marilyns y las Bridgets.

La gente de la tercera y cuarta generación prefiere pasar


el tiempo con juguetes que averiguar la índole de su estructura. Es
época de imágenes de cine y no de espléndidas visiones del tiempo
vivo del origen, que a fin de cuentas no son más que interiores. El
hielo dejó de ser una maravilla, un germen del universo encanta-
do, un prodigio de cristales y un anillo de alianza con la inmortali-
dad, para convertirse en el producto de un proceso tecnificado y
monótono, reglamentado y aseptizado en sus más mínimos detalles.

Por la casa esencial de Macondo-América Latina pasa el so-


plo de la frivolidad atraída por una falsa apariencia de abundancia.
Pero la fundadora sabe que esas apariencias son vanas. Está cie-
ga, ve con claridad porque huele y recuerda. La memoria le resti-
tuye la visión. Puede recordar con claridad y distinguir entre imá-
genes falsas e imágenes verdaderas. Conserva el sentido profundo
de la fundación pero no puede comunicarse con su tataranieta.

La nostalgia siempre estará en ella y a cada segundo ahondará


en las profundidades de su soledad. Porque recuerda de qué manera
estaban involucrados todos los niveles del ser, las más delicadas y do-
lientes fibras espirituales en el proceso de fundación en el tiempo, su
tiempo, original. Pero también sabe la fundadora que todos los seres
31
humanos no hacen sino lo que tienen que hacer porque cuando se dan
cuenta de que están atrapados por las circunstancias ya es demasiado
tarde. Sin embargo, siempre queda resonando en los días de la nove-
dad la voz cascada y verdadera de las abuelas: “En mis tiempos…”

Si la fundadora ya consideraba como falsos brillos y oro-


peles las apariencias exhibidas por los gitanos de la primera gen-
eración, si ya había que restregarse los ojos para no caer en la ilu-
sión de las alfombras voladoras, los reparos puestos a los globos
elevados con gas, al ferrocarril y al aeroplano son insalvables. Las
maravillosas invenciones son lo que tú quieras, pero no son esen-
ciales. La fundadora las siente gravitar como jirones de ilusiones,
transportes impulsados por gas que no hacen más que acentuar la
ilusión del movimiento, pues ella sabe que esencialmente no se va
a ninguna parte y que todos terminan por regresar a Macondo.

El mundo de Macondo-América Latina comienza a pin-


tarse de varios colores y a llenarse de estridencias venidas de to-
dos los rincones del universo. De paraíso original, de fundación,
ha acabado por convertirse en vertedero de productos cuestion-
ables, en oreja aturdida de música de mala calidad, en especta-
dora de apariencias, en consumidora y generadora de chatarra.

Por supuesto que por los corredores de la casa honda


y hospitalaria transitan las abuelas atareadas preparando ali-
mentos, pero la santa del mundo simple prefiere huir y fundirse
en las nubes y en la luz envuelta en sus alas de sábana. La sabi-
duría santificada en los fogones y sobre la mesa de planchado
ha perfeccionado el sumo arte de no existir para no atestiguar
los cambios superficiales que amenazan las entrañas del origen.


32
El mundo se desencanta con cada clavo que fija un riel
de ferrocarril, con cada pozo que horada el vientre de la tierra,
con cada alambrada que sistematiza la vida de las aves de cor-
ral, con cada etiqueta y termómetro aplicados a un árbol fru-
tal. El árbol es desacralizado. Muere en él la adoración del cielo.

El ritual foráneo de las curaciones higiénicas, de las vacunacio-


nes, de la administración de píldoras es también un procedimiento de
desencanto. Sólo los niños contribu yen a revertir la desacralización de
su mundo al convertir las píldoras medicinales en piezas que reaniman
un viejo juego de azar, último reducto del mundo encantado del origen.

La producción y el dinero circulante se incremen-


tan con los recién llegados, pero la sobreproducción ahoga,
el exceso de billetes acaso sirva para empapelar la casa.

La explotación del mundo natural acarrea la deshuman-


ización del hombre, abole sus profundos rituales de nacimien-
to y muerte, instaura la despreocupación de las músicas ligeras
y no puede evitar que se caven a golpe de sin sentido profundos
hoyos en los pechos humanos, inmensos vacíos en el corazón,
huecos y corredores de escalofrío donde pierden su rumbo los
actos más sencillos, donde la procreación engendra huérfa-
nos, seres sin destino y sin orientación, paridos por madres ado-
lescentes hasta la tumba, incapaces de trascender su egoísmo.

Las fundadoras y su segunda generación luchaban por auto


domarse; gambusinas de sí mismas no dudaban en zambullirse den-
tro de su propio doloroso hueco para encontrar el oro que las las-
timaba con su llamado sin arrastrar a los demás en su caída. La
superficialidad no tenía cabida en su mundo. La superficialidad es el
mundo de la cuarta y la quinta generación. Las fundadoras protago-
33
nizan estancias de tragedias griegas, el pudor es el guardián de su
desgarrador espectáculo interno. Sus sucesoras protagonizan, capí-
tulos de telenovelas, largas enredaderas de ociosa hierba, que aca-
ban por estrangular el sentido de la vida y su posibilidad de poesía.

Las palabras de las fundadoras son redondas como mone-


das, su sonido reverbera en ecos inagotables, pueden ser inter-
pretadas y visitadas como oráculos. Las de las sucesoras son chas-
quidos y onomatopeyas copiadas de sus telepersonajes baratos.
Los hijos de las fundadoras estaban seguros de pertenecer a su
árbol. Los de las sucesoras vagan con ojos de loco y sexos col-
gantes de pavos, sin la caridad de los fantasmas entrañables de
la familia, ni de las palabras ni de las manías reconfortantes sur-
cadas de venas y savia, manos árboles de los tatarabuelos árboles.

Son hijos de la superficialidad de sus madres, herederos


del vacío de las imágenes poéticas, presa de los psicoanalistas que
quieren curar sus propios traumas y cobrar por ello, consumidores
y proveedores de las drogas que arrasan Macondo-América La-
tina para asistir las necesidades inconfesables y ocultas de los ex-
plotadores del norte, que dejaron los rieles, los caminos y las vías
aéreas para poder surtir su miseria y alimentar su depravación, de
los que llegaron a un mundo primordial aturdido por guerras que
lo desangraron sin dar tiempo de comprenderlas y que en lugar
de dejar que los bisnietos y tataranietos de los fundadores fabri-
caran hacia atrás su lenguaje original, deshicieran el parricidio y
rescataran el brillo de sus imágenes poéticas, extendieron su feria
de baratijas y electrodomésticos, tintes rubios y falacias y dejaron a
esa humanidad de Macondo-América Latina ignorante, superficial
adolescente eterna, deslumbrada por tantas y tan maravillosas invenciones.

34
VI

tan segura de sí misma, tan aferrada a su soledad

La fuerza necesaria para acometer la jornada, el viaje


mítico que plantea el texto fundador a su creatura se encuentra
en el hueco en el pecho que posee a la hija de la fundadora, a la
mujer devoradora de tierra, a la tataranieta. La fuerza necesaria
para alumbrar este mundo que nos alumbra es un vacío que tiene
un nombre femenino, cósmico y telúrico, que da título al texto y
que quizá sea el otro nombre secreto de la creatura: soledad.

Aquel que es poseído por la soledad tiene por alma el univer-


so. El hueco, la insondable oquedad en el pecho convierte al ser hu-
mano que la porta en misterioso autor de este texto creador, porque
se ha convertido al mismo tiempo en autor de su propia soledad.
Es su propio aullido de lobo en celo, su propio ensordecedor trino
de incontables pájaros. La profunda naturaleza solitaria del ser hu-
mano, el dolor por todo lo que le falta o anhela se levanta en este
texto creador para llevar a su creatura de la mano hacia el lugar y
el tiempo donde ésta pertenece, en un regreso jalonado por el eros.

Como los fenómenos de la naturaleza, como los animales


salvajes, este eros es profundamente hermoso en la misma medida
en que es profundamente peligroso. Pero es la concentración de en-
ergía en nuestro ser, la llamarada que abrasa el presente y el futuro
y nos deja enfrentados a la soledad, máscara de la eternidad. Eros
para los griegos del principio era el cohesionador del cosmos; en el
texto fundador es el creador de la eternidad, el artífice de la soledad.
35
El eros degradado de la segunda, tercera y cuarta generacio-
nes no es más que un intento, un ensayo del eros refulgente y solitario
que aprehende al universo en el hueco del pecho, el sanctasanctórum
de esa soledad que se revela como la única fuerza creativa, la sola
madre fecunda, la amante que jamás sacia, y que no se cansa de elevar.

El eros de la obra fundante se extiende en una horquil-


la, “Y” griega de los pitagóricos, signo del cruce de cami-
nos en el que hay que elegir uno u otro; vías que son reali-
dades tan simples como cósmicas y que el ser humano ha re-
ducido a la moralidad: Venus Genitrix o Venus Urania.

El camino de Genitirix es tan valioso como el de Urania;


pero Genitrix conduce invariablemente a la vía subterránea e in-
fernal mientras que Urania apuesta también invariablemente a
la renuncia y a la inmortalidad. En la renuncia de Urania no hay
ascetismo ni filiación religiosa alguna. Hay sabiduría al recon-
ocer que más importante que la apariencia –dinero, poder, aman-
te- que puede llenar el hueco cósmico en el pecho es el hueco
mismo. Más importante que desahogarlo y llenarlo con los ju-
gos de Genitrix es mantener su pura oquedad, su dolor indesci-
frable, su fuerza de alta frente, su sonoro, sólido y solitario metal.

El texto fundante se trata de este hueco. No tiene reparo


en pregonarlo en su título. El texto fundante de Macondo-América
Latina se trata de su soledad constitutiva, de la pasión, del deseo,
del espanto amoroso, sentimientos-fuerzas asociados con la dialéc-
tica de la que está hecho ese hueco en el pecho del texto creador y
de su creatura. La sucesión de palabras y de imágenes, el recuen-
to de los deseos, los proyectos, los viajes, inventos y loterías son las
máscaras sucesivas que adopta la fuerza centrifugada del hueco.

36
Cuando la conciencia alerta de Macondo-América Latina
mira detrás de las máscaras encuentra la indescriptible energía
del hueco y en este reconocimiento ocurre lo realmente mágico
y extraordinario: el descubrir que la más constitutiva apeten-
cia de Macondo-América Latina es la de ese hueco porque ese
hueco no ha hecho más que apetecerla desde el principio de los
tiempos, desde la rutilante intuición de la belleza del hielo, de la
rotundidad del ser en la tarde espléndida de la mirada infantil.

Todo lo que necesitamos saber, todo lo que necesitamos vivir


se encuentra en ese hueco. El texto fundante apunta sus imanta-
das agujas hacia él. Sus descripciones meticulosas de los intentos
de Genitrix no hacen más que ahondarlo. Su prácticamente nulo
acercamiento a Urania, su inexistente enfoque griálico de la pasión
sexual –tema de Comedias y Quijotes y mesas, espadas y cálices
artúricos, Faustos y Gatopardos- es otro de los poderosos recursos
que colocan como polo y cáliz del deseo al hueco, a la soledad.

Agujero negro del texto creador, hueco sin más, absorbedor


de energías y de letras que fluyen hacia su negro y vacío vientre
profundo que es a fin de cuentas la profundidad con que el creador
del texto ha soñado al mundo. El mundo es infinito pero el soñador
que lo sueña también lo es. El hueco del soñador es tan grande que
ha soñado a su texto provisto de ese hueco, que a su vez ha creado a
Macondo-América Latina en torno del mismo hueco, dotándole de
la misma misteriosa e inagotable fuerza, la misma y misteriosa ava-
salladora pasión, el mismo y misterioso deseo desbocado y sin timón.

El ritmo soñador de los que sueñan que leen el texto fun-


dante se acelera y desboca al llegar a los pasajes donde el deseo
se llena de mariposas amarillas o de misteriosos tatuajes y sábanas

37
empapadas. Pero al acelerarse, al agotar las letras, el hueco se revela
celoso, con manos imposibles aferra por el cuello a los indagadores
y los regresa al punto de partida. Intentos fallidos, el hueco per-
siste, la soledad no ha hecho más que crecer y de esa manera se
mantiene sana, inmortal, alta, esbelta, incólume y sí, Urania por
los cuatro costados. Mariposas, tatuajes y sábanas trabajan para
la muerte. El hueco, la soledad y el silencio maquinan inmortali-
dad y libertad, fabrican un siempre tan puro como la visión del
hielo desde la pura y completa mirada de las soledades infantiles.

Apremian para propiciar un despertar, un conocer la esencia


de la soledad, de ese dolor: divina inteligencia y divino amor que per-
siguen a los soñadores fundados por el texto para alcanzarlos y hac-
erlos conscientes de que aquello que los persigue es, ni más ni menos,
aquello que los constituye, y que nacieron a través del texto para com-
prender ese misterio que o no tiene nombre o tiene nombres infinitos y
que esto es inexorablemente único e irrepetible porque para las estirpes
condenadas a cien años de soledad no habrá una segunda oportunidad sobre la tierra.

Tal vez una de las formas de la soledad sea la del árbol. Tal
vez por eso el hijo del fundador, uno de los más acabados portado-
res de su hueco escoge para morir el regazo del castaño y no el de
su madre fundadora. Porque así la grandeza de la imagen solitaria
no encuentra más techo o más límite que el mismo cielo. Porque
en el árbol solitario está la posibilidad de todas las letras, de todos
los alfabetos, porque los antiguos oráculos se escribían meticulosa-
mente en las hojas de los árboles, porque su rumoroso silencio es
la voz del hueco y porque sus ramas han mecido muchas muertes.

Solamente el árbol puede hermanarse con la visión del hielo.


La fidelidad a esta belleza, la pertenencia a la “orden del hueco” sin

38
haberla traicionado jamás, sus tempranos desposorios con la muerte
a través de la niña bisabuela del daguerrotipo son la grandeza impa-
rable del hijo del fundador. Sus diecisiete hijos son diecisiete apari-
encias marcadas con una cruz, ese otro árbol. Su hijo verdadero es el
hueco, que es su hija verdadera, la soledad, que es su madre y su espo-
sa y su padre, su pasado, su futuro, su profecía y su recuerdo, su tiem-
po-hielo luminoso encontrado y caído en su propio agujero negro.

Es la vieja conseja del hombre que se convierte en su pro-


pio abuelo, producto de relaciones y casamientos incestuosos
en algún grado con su correspondiente riesgo de la cola del cer-
do, pero como toda conseja o cuento de nunca acabar es un ar-
tefacto que expresa el irremediable humano destino inmortal.

En ese mundo nacido del ser humano, en ese mundo creado


también irremediablemente por el dolor insoportable del hueco, el ser
humano puede convertirse en todo, puede vivirlo todo, puede seguir
indistintamente a Genitrix o a Urania para descifrar los secretos de
ese mismo mundo y respirar en el mismo ritmo que su propio sueño.

La entidad creada, Macondo-América Latina se convierte así


en su propio abuelo, en el pasado de su felicidad, de su totalidad, de su
sentido completo que lentamente se construye, se redondea, único fu-
turo, fruto verdadero, redonda fruición afrutada cuyo aroma permea
los espacios invisibles del hueco. Lastimar al fruto o negarlo implica
lastimar o negar el pasado que se está construyendo en este mismo
verdadero instante, empujado por la fuerza implacable del hueco.
Esa fuerza se llama deseo y apetece en este mismo verdadero instan-
te el aroma y los jugos del fruto único futuro de la redonda fruición.

El hueco y su deseo han creado en el texto fundante de Macon-


do-América Latina una indetenible imagen poética en expansión. Ma-
39
condo-América Latina ha nacido de esa imagen. El hueco y Macon-
do-América Latina son complementos. Uno es la prueba del otro. Se
originan mutuamente, sin cesar. Son la sed y el agua; el aire y el pulmón.

Con la copa de la vida rebasada de pasado, con el inagot-


able hueco ensanchado y sediento del presente fruto futuro, la crea-
tura del texto creador, la entidad llamada Macondo-América Latina
adquiere el derecho de habitar su propia inagotable ensanchada
imagen. Ha ido al punto más oscuro de su hueco, al más frío, ha
espantado las interferencias que pretenden consolar de un mano-
tazo, como si fueran mariposas para conquistar la verdad que la
convence. Es al mismo tiempo contempladora y fabricante. Con-
templando ha abierto su propia imagen. Abriéndola la ha fabricado.
Escribiéndola la ha hecho recuerdo del futuro, vaticinio del pasado.

Ha nacido un universo de su hueco doloroso. Equivocán-


dose y trastabillando en los torpes ensayos de Genitrix lo ha logrado.
Cree que el deseo y la pasión y los otros síntomas del hueco se curan
y tratan en la cama, en el sudor y trasiego de los cuerpos y que esto
hay que escribirlo detalladamente y especiarlo con algunos símbolos
en los numerosos textos multiplicados que también ha alumbrado
la creatura, pero esto no implica un daño mayor porque muy den-
tro de su hueco está tan segura de sí misma, tan aferrada a su soledad.

40
VII

pisó conscientemente una trampa de la nostalgia

En varios sentidos puerta de entrada a otra realidad, el tex-


to fundador de Macondo-América Latina cumple la función que
en la antigua religión mediterránea tenía el “mundus”: poner en
comunicación diversos niveles de la realidad en las contadas oca-
siones del año ritual en las que se abría para contaminar de asom-
bro la cotidianeidad y recordarle su origen sagrado. La palabra
“mundus” es sencillamente mundo y fue adjudicada a este recur-
so religioso, según refiere Catón en sus “Comentarios de Derecho
Civil”, por “aquel otro mundo que está por encima de nosotros”.

Del mismo modo el texto abre la posibilidad de comuni-


car con otro nivel del ser –“aquel otro mundo que está por enc-
ima de nosotros”- y obtener de él tanto conocimiento como san-
ación. Lo asombroso es que una vez efectuada la lectura el estado
producido continúa traducido en una huella más profunda que la
que puede dejar la más impresionante de las películas –que no de-
jan de ser sucesión de imágenes y tienen frente a las palabras la
desventaja de no poder concentrar la totalidad en el instante.

La sensación psíquica y física de haber estado en otra par-


te, en un mundo por encima –o por debajo- de nosotros, es una
de las improntas que deja el texto fundador después de su lectura.

De esta manera, los mecanismos del texto producen en el


lector un estado de conciencia despierta que no es sino el alcanzado
41
por varios personajes en los niveles textuales. Su caer en trampas
de nostalgia, su darse cuenta de las vueltas del tiempo, su aprehen-
sión de los defectos temporales y tal vez el recurso más efectivo de
todos: la proyección de la infancia como el lugar psíquico que se
abre, como el “mundus”, sólo de vez en cuando para contaminar
de asombro la cotidianeidad, para recordarle su origen sagrado.

“Fábula de fuentes”, que dijo Guillén, las infancias de la fun-


dadora, de sus hijos y de la tercera y cuarta generación, apuntan en
la fuerza del texto a bucear en el manantial del ser que es la niñez en
el hombre. Del ser y del tiempo, pues es en la infancia que se con-
oce la eternidad. Antes los niños tardaban mucho para crecer, se dice la fun-
dadora en una de las muchas trampas de la nostalgia sembradas con
éxito en el texto para que Macondo-América Latina toque el corazón
de su infancia y beba en esa fuente intemporal de su propio ser.

El recuerdo de las imágenes de infancia puede ser tan


abrumador, tan doloroso, que la conciencia se niega a suscita-
rlo. Para seguir en el sinsentido de la guerra, el hijo del funda-
dor evita las trampas de la nostalgia. Pero pisa terrenos minados,
porque es portador del manantial de su origen y ese talismán de
la imagen infantil y poética del hielo es el que lo preserva de la
muerte frente al pelotón de fusilamiento. Es ese secreto de infan-
cia el que quiere develar y que pospone hasta el día de su muerte.

Porque hay que reencontrar ese secreto de infancia, recuper-


ar su lenguaje, volver a poseer su poderoso dinamismo, su escudo,
sus alas, su sublime voluntad de juego para poseer el más poderoso
recurso del texto creador: la admiración por el ser. La admiración en
lugar de la indiferencia. La admiración de la visión del hielo es más
poderosa que la constatación de las levitaciones de un cura y de una

42
simple y bella criatura que se eleva al cielo en sus alas de sábanas,
porque no es el sentimiento que levanta el espectáculo circense, ni el
alboroto tintineante del gitano, sino la constatación de la grandeza del
cosmos en la percepción admirada de la infancia. Volar verdadera-
mente no es volar con alas o en un aeroplano. El que verdaderamente
vuela no despega la planta del suelo. Se queda plantado, -sembrado
que dicen los gitanos-, sembrado asombrado en su oportunidad úni-
ca: la fidelidad a esta fuente perdida en la memoria, la posibilidad
de seguir su invi- sible hilo de plata y con ella, hacerse manantial,
asombro confundido y lúcido en la misma fuente de su asombro.

Uno de los profundos secretos de la infancia es la infinita liber-


tad que vive en su soledad. Poder invocar este recuerdo es un talismán
de la psiquis, una botella de agua viva que reanima, una intrusión bi-
enhechora del jardín original. Los dos miembros de la última gener-
ación del texto fundante se ven a sí mismos en el paraíso perdido del
diluvio. Lo que para los adultos es una calamidad para los niños es el
edén porque habitan y juegan en la ensoñación profunda de su libertad.

El texto fundador está plagado de trampas de nostalgia,


de oportunidades para que su creatura Macondo-América Latina
ponga en operación los procesos de memoria-imaginación, dupla
sin la cual no se pueden reedificar en su brillo y poder creativo los
recuerdos infantiles. Memoria e imaginación para recordar, para re-
editar los recuerdos y seguir construyendo el tiempo, para recordar
el brillo de diamante del hielo e imaginar el lugar del oro escondido.

La geografía de Macondo-América Latina vuelve a en-


cantarse en este viaje a la infancia. Sus exhaustos bananeros, sus
campos arrasados, las ensangrentadas minas, las plazas de la
muerte borradas de la memoria oficial son revertidos en este vi-

43
aje que conquista el tiempo duradero, el antes perfumado con
vapores de azúcar en el que los niños tardaban mucho para crecer.

La duración de la tarde de juegos, de las narraciones es-


cuchadas y leídas, de los sabores primeros, los colores, el bril-
lo del hielo se contrasta con lo vertiginoso de los viajes en tren o
en automóvil, con la ráfaga de metralla, con lo rápido que pu-
ede ser el asunto de matar a un hombre, de emboscar a otro,
de tramar la muerte de varios. Tiempo vivo contra deterioro,
sonrisa contra mueca, ensoñación contra actividad febril…

La reimaginación del pasado a través de la nostalgia, el en-


cuentro con la fuerza del ser a través de la evocación de los recuer-
dos de infancia, la batalla contra el tiempo descompuesto, el que
sufre tropiezos y accidentes, a favor del tiempo sano, de la duración
cálida, del arquetipo de la simple y sencilla felicidad se levantan
en el texto como herramientas de sanación del tiempo enfermo y
del deterioro que puedan aquejar a Macondo-América Latina.

Puede vivir los días de la ingobernabilidad, del secuestro, de


las mafias y de la pobreza, pero al mismo tiempo tener la raíz de la es-
peranza en ese otro mundo, en ese otro nivel de la realidad que es su
pasado reimaginado, sus primeras impresiones admiradas revividas.

Con un pie en esa otra realidad, en ese otro nivel que le


ha abierto el “mundus” de la evocación, su tiempo se renueva.
Pueden volver a florecer las imágenes poéticas, cada segundo
es una fracción ganada al tiempo descompuesto, un paso dado
en la conquista de la simple y sencilla felicidad de más arriba.

La trama social de Macondo-América Latina, formada por


individuos que no tienen el poder de cambiar a su gobierno, ni de
44
detener inflaciones y devaluaciones, ni de incidir en los ordenamien-
tos del banco de los capitales apátridas, sí tiene el poder de hundir
su raíz en esa otra parte, de poner un pie en ese otro sueño, de
estar constantemente en contacto con ese algo más que intuyeron
en su ensoñación, en su viaje psíquico al corazón de su infancia.

Los mecanismos del texto propician ese viaje. Un viaje


que se revela urgente, que no es para académicos o para seres pa-
cientes y meticulosos, porque es cuestión de vida o muerte. Todo
el ser está implicado en ese pasar hojas que susurran en el silen-
cio y que a cada vuelta parecen revelar la verdad que estamos
buscando, esa inmersión en el misterio, el “bothros” de Ulises
y de Eneas, el “mundus” de los Camiltnas y los Lars Porsenna y
los Spurinna y los Césares capaces de soñar y de escribir lo que
todavía no ha sucedido pero que sucederá de manera inflexible.

Se comprende que Ulises haya se haya asomado al mundo


de los muertos una sola vez y que los etruscos y romanos abrieran su
“mundus” solamente en contadas ocasiones –tres durante el año, se
dice. La develación y posterior remembranza de esos misterios no es
fácil de sobrellevar, aunque impliquen necesariamente un encuentro
con la soledad, que es la felicidad cósmica. Se entiende que el texto
también genere reticentes a la nostalgia, inmunes al asombro, vacu-
nados contra la urgencia porque para todo se puede estar prepara-
do, excepto para la felicidad y su dolor, más intenso que cuantos se
hayan podido experimentar. Quienes han tenido la visión inmediata
de su propio niño han corrido el riesgo de ahogarse en lágrimas ante
el recuerdo insoportablemente bello del momento en que con manos
pequeñas y ojos grandes abrieron el mundo a través de sus puertas
de sueño. El diluvio era el paraíso y la pobreza y el hambre el jardín
del edén, la luz se elevaba en chorros hacia arriba por las paredes cu-
45
biertas de hiedra y en cada rincón de la casa polvorienta, del terreno
abandonado, hilaba un hada su tela de oro. El niño sueña y encuen-
tra a lo grande. Sus imágenes poéticas se levantan como un árbol
de estrellas. Por eso el hijo del fundador, vidente de verdades en la
infancia, no lo puede soportar y genera una divergencia que es la re-
sistencia a la nostalgia, la negación a abrir las puertas de ese “mun-
dus”, de cerrarse a él porque puede padecer con más entereza los
horrores de la guerra que la dolorosa belleza de su infancia perdida.

Para Macondo-América Latina, siempre y cuando esté con-


sciente de que abre un “mundus”, el texto fundador es un apren-
dizaje de escritura, de lectura, de vida; sólo en el momento en que la
conciencia descifra su lenguaje y puede leer el texto se ha cumplido
su sentido; solamente si se han recorrido los caminos señalados y se
ha atravesado como niño el campo minado de la nostalgia cayendo a
conciencia en cada una de sus trampas y se han emprendido los innu-
merables viajes al centro de la infancia y de la soledad y se han visto
más sombras, más fantasmas que los descritos en el mismo texto y se
puede descifrar el instante en el que se está leyendo, que es el mismo
instante en el que se está viviendo… solamente entonces se puede
decir que se ha leído cabalmente este texto, que se ha vivido cabal,
conscientemente el macondo, latinoamericano destino porque se
ha pisado, también conscientemente, una de las trampas de la nostalgia.

46
VIII

acabándose a cada minuto, sin acabar de acabarse jamás

El texto creador anticipa mediante negaciones que el principio


y el fin son lo mismo. Alfa y omega a fin de cuentas. Serpiente ouroboros
que se alimenta de sí, que crea realidad a fin de que pueda ser recordada.

El objeto de una narración fundada en hechos reales en los


que nadie creía es en primer lugar la negación durante la mayor
parte del tiempo narrativo de esta identificación de alfa y omega,
de principio y de fin, para que la afirmación, el reconocimiento
de esta identidad ocurra en un momento privilegiado y luminoso.

Es la esencia de la creación, su fórmula inicial: “En el


principio…” Es en ese principio-comienzo en el que todo, ab-
solutamente todo, hasta la nostalgia por su pérdida, está pre-
sente. Es ese comienzo que homologa su principio con su fin.

El fin, la finalidad, el objetivo al que tiende ese comienzo


es la completa, cabal conciencia de que todo está presente “en
el principio”. De que el tiempo pasa, pero no tanto. La total concien-
cia del instante en que se conoce el hielo y su recuerdo frente al
pelotón de fusilamiento. Alfa y omega que no son literatura sino
realidad, ser, conciencia completa de que todo está presente en
el principio y lo verdaderamente urgente no es conocer el pasa-
do ni vislumbrar el futuro sino descifrar el instante presente en el
preciso momento en que se profetiza a sí mismo, que no es sino
el momento preciso en que se crea y se destruye, nace y muere.
47
Así, puede verse el futuro transparentado en el tiempo, como
un papel en la ventana de la realidad, pero esto es secundario, porque
el texto fundador es urgente de presente. Por eso se escapa a académi-
cos, filólogos, historiadores, ministerios culturales y comisiones de ani-
versarios, porque todas esas instancias atajan la urgencia y aconsejan
comedimiento, reposo, programación y planes. Método, en suma.

Aquí radica la fuente de su misterio, la razón de la esen-


cia creativa y fundadora de realidad del texto, porque agoniza-
mos en esa urgencia de hacer consciente el presente y de ter-
minar exactamente donde empezamos, de unir el principio con
el final, de hacernos ouroboros con el texto ouroboros que en-
cierra la fórmula de la creación de Macondo-América Latina.

Tanto en el texto creador como en el continente-identidad


creatura padecemos la ilusión de estar prisioneros; en el texto, ob-
nubilados de belleza literaria y entelarañados de nombres que se
repiten con la fuerza de los mantras; en la realidad por él creada o
fundada, confundidos por tener tanto que vivir, tanto que procesar,
tanto que comprender. Pero en el texto creador y en su creatura lo
que ocurre es la posibilidad de ser libres. Se puede ejercer la libertad
completa en esa trampa de la perfección literaria que es el texto,
en esa complejidad perfectible que es Macondo-América Latina.

El proyecto humano que surge del texto fundador es de los


más afinados que haya alumbrado tradición espiritual alguna. El
espejismo radica en confinarlo en la enciclopedia de la literatura o
en el ladrillo que sostiene el castillito del régimen político en turno.

No lo permitamos.

Es urgente.
48
Permitirlo sería nuestra perdición. Perdidos en el texto,
perdidos en Macondo-América Latina, a merced del sin sentido,
de los imperialismos transitorios, de la ignorancia. Participemos,
no nos quedemos a merced de quienes se han apoderado del texto
para desvirtuarlo, de Macondo-América Latina para venderla al
mejor apátrida postor, de nuestra lectura del texto fundador para
convertirla en estadística, en porcentaje que ensalza las ventas de
un negocio o en estrategia de “promoción del libro y la cultura”.

Es urgente.

Todo lo que tiene que ver con el ser, con la conciencia del
instante presente no puede ser pospuesto, no debe ser robado. Ese
instante que se nutre de hechos reales para convertirse en furiosa
máquina del recordar es nuestra propia conciencia. Ni la realidad, ni
el recuerdo, ni la conciencia están intencionados unívocamente para
que nos perdamos en ellos. Están ahí para que nos encontremos,
para que comprendamos que el extravío es una de las formas del
encuentro. Son el problema y la solución, la pregunta y la respuesta.

Podemos huir, siempre será una opción. Pero el tex-


to se descifra cuando se le planta la cara enfrente, cuan-
do el ojo develador se encara en el ojo del torbellino final
de los cien años, eólico ouroboros de la vida y de la muerte.

Es esa impresión de principio que deja el final del texto fun-


dador la que tiene que ser considerada de manera religiosa. Reli-
giosa original porque es un poderoso mecanismo de re-ligación: con
la psique, con el cosmos, con el ser. Lo que solamente se intuye en
momentos privilegiados, en esa vivencia se comprende de golpe. No
es un artificio ni un logro de la estética, es la revelación del misterio
esencial de la psique humana, del sentido del hombre en el cosmos,
49
la razón de su desear, de su apetecer, de su insaciable sed de conocer.

Es esa impresión de principio que deja el final del texto


fundador la que tiene que ser dimensionada como una transfor-
mación. Ha cambiado todo. Hemos cambiado por entero. Célula
por célula. Ha sido una jornada agotadora, el viaje más intenso y
largo que haya podido emprenderse jamás, porque recorre el in-
finito espacio que surca la voz de Macondo-América para lla-
marse a sí misma, para suscitarse o resucitarse. Una jornada he-
roica en la que el héroe es el propio texto fundante, en la que el
texto creador es la realidad creada. En la que texto y realidad se
han vuelto de revés para reconocerse identificados e idénticos.

El texto fundador es además de una máquina de memoria


un despertador de la conciencia, un avivador del ojo de la mente.
Se trata de no dejar nada por ser percibido, en el sentido de que
percibir es vivir. Es la conciencia despierta la que puede recoger
lo real, lo vivido para regresarlo a su origen. Decir que este ori-
gen es la propia conciencia puede resultar sobrecogedor, pero la
verdad siempre sobrecoge y los ángeles han sido y serán terribles.

El texto fundador se levanta sobre su propio agujero negro para


percibir la realidad. Toda la realidad. No solamente la de un pueblo
tropical, un continente descubierto o un planeta en el sistema solar. El
texto fundador es la toma de conciencia de que todo constituye una
unidad. Una simple unidad continua. Sin divisiones, sin separaciones,
sin etiquetas. Una simple unidad en que el pasado y el presente no están
separados sino contenidos en su unicidad sin divisiones en el ahora.

El ahora de Macondo-América Latina es nuestra preo-


cupación, nuestro problema. Lo vivimos con sus múltiples rami-
ficaciones problematizadas. Le huimos buscando paliativos y
50
ayuda y préstamos del exterior. Pero el ahora de Macondo-
América Latina es nuestra solución y nuestro alivio cuando deci-
dimos plantar cara a sus múltiples ramificaciones problematiza-
das y las regresamos una a una, concienzudamente a su fuente.

El texto creador y fundante contiene todas las pregun-


tas y todas las respuestas, o una sola pregunta y una sola re-
spuesta, porque su final sabor de principio y su primer atisbo
de final proporcionan la llave de la cárcel problematizada de
Macondo-América Latina: somos esa cárcel de problemas y
en nuestra mano está vivirla como libertad y como respuesta.

En lugar de volver los ojos hacia esa otra parte milagrera que
no está en ningún lado, a través del texto creador y transformador de
Macondo-América Latina podemos probar a mirar a los ojos de esos
problemas, fijarlos en la conciencia de que somos nosotros quienes los
hemos generado y llevarlos de regreso a su fuente, que es su solución.

La conciencia transformada por el texto puede llevar a


redondo y seguro término esta tarea, porque se encuentra con-
tinuamente alerta e inmóvil en su lugar de privilegio, en su con-
quistada fidelidad al origen, en ese punto de la circunferencia
del texto que es in media res de la realidad profunda, frente
al pelotón de fusilamiento de la vida, cuando dicen que pasan
los innumerables días en la piel de un efímero segundo infinito.

In media res es la estructura de los textos fundadores, sem-


brados a través de palabras en el presente asombrado que funde el
ayer de los recuerdos con el mañana de las expectativas y proyectos.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, (…) había de recordar
esa tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Futuro del después,
presente de la muerte, pasado de la vida de una imagen poética.
51
Alfa que es omega. Principio que es fin, instante de pa-
labras que concentra todo. Clave-llave de la puerta que te
toca para que abras la conciencia, para que comprendas que
a través del texto fundador percibes la realidad en su unici-
dad y totalidad y en su simple y única verdad: la realidad úni-
ca y simple y total se está percibiendo a sí misma a través de ti.

De los libros ha dicho Bachelard que son entidades que


están psíquicamente vivas. El texto fundador de Macondo-
América Latina lo está quizás más que ninguno porque no ha de-
jado pasar nada, ni siquiera la realidad de su propia destrucción.

Puede leerse a su través transparentadas las fuerzas de la


psique, las que anónimas construyeron los mitos de todas las culturas,
los pasos de salvación de todas las religiones; puede verse el tiempo de
diversas maneras porque da la impresión verdadera, simple y única de
que contiene todo, que no ha dejado pasar nada, que se ha atrevido
a percibir, a vivir, a hacer percibir, a hacer vivir todo, porque desde su
alfa hasta su omega va acabándose a cada minuto sin acabar de acabarse jamás.

52
Epi-Logo

Con Jules Laforgue, citado por Gaston Bachelard*, he co-


mido del fruto del inconsciente al volver, veinte años después de mi
primera lectura, a Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

Entonces, como ahora, he tenido la impresión de sumer-


girme en un texto sagrado en el que no existe la casualidad y en el que
todas las palabras, construcciones, giros y metáforas son necesarios.

He regresado al texto desde mi propia aventura como ama-


nuense de mensajes que también he expresado comiendo el fruto
del inconsciente. Construyo desde este retorno una historia psíqui-
ca de la creación de América Latina a través de Cien años de soledad.

Coloco el texto en un trípode simbólico sobre mis lecturas viven-


ciales de:

• Gaston Bachelard, para la comprensión de las imágenes poé-


ticas, de la ensoñación y de la infancia.

• Peter Kingsley para la articulación de una tradición espiritual y


de conocimiento de América Latina a partir de Cien años de sole-
dad.

• Jean Pierre Vernant para la aproximación a la memoria y al


tiempo míticos.

Todas las palabras y frases en cursivas pertenecen al texto de


Gabriel García Márquez.

*Méthode, méthode, que me veux-tu? Tu sais bien que j’ai mangé du fruit de l’inconscient. Jules
Laforgue. Moralités légendaires. Mercure de France, p. 24. Citado en : Bachelard,
Gaston. La poétique de la rêverie. Quadrige. PUF. Paris, 2005.

53
La fórmula de la creación

se terminó de imprimir en

mayo 2009

en la Ciudad de México

You might also like