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Elidan de Valaquia
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EL BRINDIS DEL GUARDA-TEMPLO
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Tyler´s Toast
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Entre 1830 hasta 1899, año en el cual subió al poder
Cipriano Castro, la masonería venezolana se mostró
abiertamente en la vida pública. El presidente Cipriano
Castro, a pesar de que no fue masón, profesaba un discreto
respeto y admiración por la masonería y por su papel
histórico, como también apreciaba la actividad moralista que
cumplía el movimiento de la escuadra y del compás, en
Venezuela. Durante las tres administraciones de José
Antonio Páez y en el gobierno de Antonio Guzmán Blanco,
los grupos masónicos jugaron papeles estelares.
Páez fue el fundador del Supremo Consejo
Confederado del Grado 33 y Guzmán Blanco construyó el
templo masónico de Caracas, que hoy es muestra decadente
de aquellos que se llaman a si mismo ¡Constructores del
Templo!
En vez de pensar en el Templo de Salomón, bien harían
arreglar, al menos la fachada de lo que fue, en los años
dorados de la masonería, la colmena de la sabiduría, la joya
arquitectónica de Jesuitas a Maturín, como se llaman las
calles cercanas al edificio.
En el siglo pasado pertenecían a la masonería todos los
líderes de la política, del ejército y de la sociedad caraqueña
y de otras ciudades del país.
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Antonio Páez, la visión revolucionaria de Ezequiel Zamora,
o el moderno liberalismo de Antonio Guzmán Blanco.
Durante el gobierno de Francisco Linares Alcántara, la
masonería empezó a perder altura. Se produjeron graves
contiendas entre Joaquín Crespo, Modesto Urbaneja,
Nicanor Bolet Peraza y otros líderes masones.
Aprovechando la ausencia del Ilustre Americano, como
se le llamaba a Guzmán Blanco, diversos grupos
comenzaron a lanzar feroces ataques contra la obra del
presidente “afrancesado”. Entre los amigos leales a Guzmán
Blanco, destacaba Rojas Paúl.
Todas estas pugnas de poder debilitaron a la Orden que
empezó a fraccionarse en grupúsculos opacos, como el de
Amengual y Villanueva y todos presenciaron el deterioro del
sonado espíritu de fraternidad, uno de los lemas de la
masonería.
La muerte prematura del general Alcántara, en el año
1879, facilitó el regreso al país de Antonio Guzmán Blanco,
que estaba en París. Sin embargo, el liberalismo estaba
agonizando y con él la masonería misma.
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En otro orden de ideas, los grupos liberales sentían ya
un agobio en la figura de Guzmán Blanco, de sus
“...genialidades, aciertos e impertinencias...” como luego
escribió Ramón J. Velásquez, irónicamente presidente de una
República agobiada, cien años después, por las mismas
impertinencias mas no por genialidades ni aciertos.
Al menos Guzmán Blanco hizo algo por la Educación
venezolana y sus fervientes críticos deberían considerar este
aspecto con más respeto y atención.
Las dos fuerzas beligerantes, los guzmancistas
conducidos por Rojas Paúl, Gonzalez Guinán, Pimentel, y
Bello y los amigos de Crespo, eran dos grupos difícil de
contentar. Joaquín Crespo, presidente en dos períodos,
soportó en el último, de 1882 a 1898, los embates de muchos
movimientos subversivos en los cuales resultaron
involucrados muchos masones, amigos suyos.
A pesar de todos los ataques, Crespo se consolidó en el
poder y adquirió gran prestigio diplomático.
En el liberalismo venezolano, comenzaron a perfilarse
tres grupos: los liberales amarillos de Amengual, Sanabria y
otros; los republicanos de Urbaneja y Bustamante y los
liberales blancos dirigidos por Aquiles La Roche, Fortuol
Hurtado, Horacio Velutini, Juan Bautista García y Rafael de
la Cova, que contaban con el discreto apoyo de Crespo.
Joaquín Crespo, a lo largo de su campaña legalista,
enarboló siempre una bandera blanca, pero esgrimía
argumentos inconsistentes para explicar su preferencia.
Los liberales blancos, más que masones, eran un grupo
eleccionario al servicio del general Crespo y su consistencia
se perdió luego del período de las elecciones de diciembre
1893.
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Por otra parte, los liberales amarillos se mostraron
abiertamente contra Crespo, pero luego trataron de
acercársele, por gestiones de la dirigencia masónica.
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sur de Valencia, acusó a Crespo de dictador y a Andrade de
extranjero afiliado al partido de los despotismos
tradicionales de Venezuela.
Estos insultos no tan elevados eran el eco de las
denuncias aparecidas en los periódicos El Monitor Liberal y
El Liberal que aseguraban que Ignacio Andrade había
nacido en Cúcuta el 31 de Julio de 1839.
Parece que tal práctica de acusar a los presidentes de
extranjeros y específicamente de colombianos, seguía
siendo un timo familiar a los venezolanos, en el mismo fin
del siglo pasado.
El 11 de marzo de 1898, el general Joaquín Crespo
llegó a Tocuyito, en su marcha hacia los llanos de Cojedes
para combatir al general Hernández, el cual había logrado
levantar en armas a más de 5.000 hombres.
El 16 de abril de 1898, cuando Crespo se dirigía hacia
Cojedes, fue víctima de los disparos de un grupo de
insurgentes. Su muerte provocó el comienzo de la guerra
civil. El 12 de junio, el general Hernández fue tomado
prisionero.
Este hecho determinó el fin de la guerra, pero no de los
apremios del gobierno de Andrade. Su primer y último
Mensaje al Congreso Nacional, presentado el 27 de febrero
de 1899 es un cuadro que trae a la memoria hechos
similares, pero con casi un centenar de años más viejos que
los presentados en aquellos días, por el Presidente Andrade:
La crisis del Tesoro Público, la baja del precio del café,
primer producto de exportación, etc. Donde digo “café”,
digo “petróleo”, donde digo “crisis”, dejo “crisis”.
En este mismo período se alza en armas Cipriano
Castro que definió a su movimiento revolución liberal
restauradora.
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¿Les recuerda algo todo eso?
¿Les suena, acaso, familiar?
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La Orden perdió de manera progresiva la influencia en
la vida nacional. No fueron suficientes las credenciales
históricas para despertar el respeto y la atención de la
juventud. Actualmente, la masonería es una sociedad
marginada de los grandes movimientos de opinión y sus
actividades se ven cada día más esqueléticas.
Pocos individuos de la sociedad actual desearían buscar
los misterios del hermético mirar de los masones, o sus
curiosos y llenos de sigilo, encuentros.
Las reuniones transcurren sin novedad y de cuando en
cuando, en la calle, observo, así parado, en la luz roja del
semáforo, cómo un digno y elegante personaje pasa la calle.
Imperturbable, entre gritos y empujones, se me parece a
Fermín Vale Amesti, ilustre amigo mío, como ilustre su
nombre, Gran Maestro de la masonería venezolana en la
década de los sesenta.
Debe ser un MM, un Maestro Masón. Su postura, su
tácita dignidad, su silencio interior, lo traicionan.
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sobre Trios, y - ¡adivina adivinador! – tuve que
iniciarme en la masonería y andar más de diez años
entre sus afilados afiliados, para saber y ver por mi
mismo, qué era aquello de lo que trataban en sus
sigilosas reuniones. Fui, por años, TYLER, ujier, o
guarda-templo en logias americanas de grato recuerdo
georgewashingtoniano100 y muchas veces, en las
mesas largas y llenas de copas de champán - como
dicen los venezolanos - se me ha pedido proferir el
“tyler´s toast”, el más bello de los discursos de
rememoración, con el cual cierro este breve escrito:
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