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Daniel Medvedov

SATSANGHA
PEÑAS en MADRID

Madrid
2009

En Madrid, si no perteneces a una peña, eres


nadie.
Hay grupos de todo tipo, desde los amantes del
Real Madrid hasta las peñas de música folclórica
argentina. Pero en la India, las “peñas” espirituales
se llaman SATSANGH, o satsangha y se crean en
torno a un maestro. De hecho, SANGHA es la
palabra sánscrita que designa al “grupo”, en general,
y satsangh. es el grupo volcado hacia la práctica
espiritual, bajo el mando de un guía. Sin guía, un
grupo, o una peña, se convierte en una mera reunión
de arrimados, sujetos sin rumbo, sin norte, sin tema,
aunque los participantes compartan el interés por un
tema elegido.
He observado como hablan los invitados en
reuniones de todo tipo. Cada quien emite sus
palabras, nadie escucha, todos gritan y, a la larga,
todo acaba como siempre: el té está frío, las mesas
vacías, los más vivos ya se retiraron. ¿Para qué
reunirse entonces? Hay ciertas normas en el
satsangh: habla quien tiene algo que decir y el
maestro de ceremonia ofrece la palabra, o la quita.
Mientras alguien habla, los demás escuchan.
Esto debería ser norma en todos los encuentros,
de peña, de familia, de grupo, o peña de
extraterrestres, o de cualquier reunión.
Escuchar al que habla, ¡Qué elegancia!

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Pero no, no es fácil. El respeto para con el otro
es, como decía y escribía en un otro texto, con título
relacionado con la consideración, es una
consecuencia, no el resultado de una petición.
Yo mismo, en mis reuniones con los alumnos,
he tenido grandes dificultades para obligar a todo el
mundo que escuche al otro, pues todos tienen su
historia, aunque sea necio e ignorante el que habla.
De casualidad puedo hacer eso todavía, a mi
mesa, con mi hijo, mi hija y mi mujer, y mi loca
sobrina, con todas las incomodidades que ello
genera. Mi niña, de unos once años, ya me manda a
callar, aunque sea elegantemente, cuando pretendo
explicarle, al preguntarme qué quiere decir tal o cual
palabra, y yo empiezo con explicaciones de griego,
sánscrito, latín y qué se yo, una jerga u otra.
- ¿Me puedes decir, por favor, qué quiere decir eso y
ya?- espeta la niña. No quiero que me expliques
nada, no quiero griego y nada, ¿O.Kei?
-O. Kei.- respondo, y mejor me callo.
En fin, consideración, cariño, amor – cosas que
no se piden y si hay, hay, pero no abunda.
Luego de las clases de la noche, íbamos todos a
comer con el maestro Su. ¡Qué mesas! Nos llevaba
siempre a restaurantes chinos, en Caracas, en los
cuales hablaba con el cocinero y de pronto, en la
mesa, aparecían los manjares más inauditos de la
vieja China del imperio de los Han. Siempre invitaba

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el maestro, y cada noche nos reuníamos unos quince,
muchachas y muchachos.
Fueron encuentro tipo “peña” de kung fu y
medicina china, pero las conversaciones de
sobremesa tocaban los más insólitos temas, desde
poner los cuernos hasta cuanto tipos de sabores hay
y cómo nombrarlos. Comer en la misma mesa con
un tipo genial y escucharle como pregunta a todos
sobre sus vidas, ideas y opiniones, quedándose él
mismo discretamente en la sombra y sacando de uno
la verdad como en un parto, es ciertamente como
estar al lado de Sócrates.
Detesto la presunción y como yo, cualquiera lo
siente igual, hasta la naturaleza misma rebaja lo que
resalta demasiado - con excepción de la jirafa - y
eleva a los discretos. Tener criterio en una
conversación de grupo es como alcanzar aquél saber
que permite a alguien cortar una torta en pedazos,
tipo sector, para que alcance a repartir a todo el
mundo que está mirando. El maestro es el gran
repartidor. En crisoledad no necesitas de grupo,
pero la solitud y la soledad requieren un tipo de
calor humano que solo se puede encontrar en el otro,
en la comunión sin motivo, peña espontánea, y
natural. Hay que luchar en contra de lo artificial en
los sentimientos, aunque las respuestas artificiales
parecen de naturaleza automática y aparentan estar
llenas de un sabor lejano. Me encantaría participar
en una peña de lectura de la firma personal. Me

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imagino rúbricas e improntas, cual más curiosa que
otra, descritas y analizadas por un experto.
O en una peña de la Odisea, en la cual se pueda
hablar de las hazañas del héroe polimecánico.
O, qué se yo, una peña de juegos infantiles, o de
aritmología y geometría, de etimología, o mitología,
junto a un tipo parecido a Joseph Campbell. No es
fácil encontrar gente interesada en materias que a ti
mismo te ponen. Los amantes del tango, empezando
y terminando con mi sobrina ANCA, tienen peñas
fantásticas. Tal vez el I Ching y el Tao Te Ching
merecerían sendas peñas en Madrid.

¡Eh!-¡Peñola mía!- como decía Cervantes en la


PEN-última página del Quijote, ¿De donde vendrá
esa palabra “peña”? Ya sé, ya sé que es “piedra”
pero me encantaría leer las palabras de los sabios
etimólogos. En Covarrubias, sorpresa, no veo nada,
¿será que no sé buscar? Joan Corominas, el Salvador
de las Palabras, y peña de los etimólogos, dice así:
“PEÑA- 945 –[(ese es el año en que se asomó la
palabra en los documentos escritos-(nota mía)] – Del
latín PINNA,- “ALMENA”: las rocas que erizan la
cresta de un monte peñascoso se compararon a las
almenas de una fortaleza.
Las palabras derivadas de “peña” son:
• PEÑASCO
• PEÑÓN
• PIÑÓN- “ruedecilla engranada” del francés
pignon, propiamente “rueda almenada” y este

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del latín vulgar PINNIO, -ONNIS, derivado de
PINNA
• DESPEÑAR
• DESPEÑADERO
• PINÁCULO (esto pareciera “piña en el culo¨ pero no es nada de eso, con perdón de
los puristas. Nota mía, no de Corominas, pues, ese galán era un caballero serio, no como otros)

Me informa la misma sobrina antes nombrada,


que el PINO PIÑONERO es el único que tiene piñas
con semillas comestibles, presente en todo el litoral
mediterráneo.
Mi hija me insultaría al oír todas esas
disquisiciones del latín. Pero vale la pena acudir a
los ilustres, te abren las puertas hacia otros
despeñaderos de las palabras, un encanto de la
búsqueda y del entendimiento.
Puedo ahora, por fin, después de tantas
andanzas, puedo decir algo genial: mira que una
PEÑA en Madríz, es como un mecanismo de ruedas
dentadas, en el cual hay ruedas mayores y también
ruedecillas, pero si le quitas una, aunque sea la
mínima, el aparato se entrinca, deja de funcionar y
pierde todo encanto. Así pasa con los grupos de los
humanos, también.

Miento y me desmiento. No puedo pasar de


Covarrubias, lanzo de nuevo la mirada por entre sus
hojas y he aquí que se me había escapado el
comentari (lo dejo así, en catalán, no le agrego la /o/, aunque fue un lapsus litterae) de
este ilustre varón, sobre la PEÑA, pues era
imposible que no lo hubiera:

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“PEÑA- Piedra grande, viva (¡!) y levantada en
forma aguda. y assí se dixo del nombre latino
pinna,ae. Proverbio: Dádivas quebrantan peñas.
Peñascos, peñas grandes, en los montes y en las
riberas del mar.
PEÑÍSCOLA (yo agrego aquí, de mi propia cosecha el famoso PENIS),
lugar en el reino de Valencia, península, penne
insula Chersonessus (esa última palabra sé que es el griego para “península”).
Peña de Francia, es una sierra entre Salamanca
y Ciudadrodrigo,(sic), adonde cerca de los años
1490 se halló una imagen muy devota de nuestra
Señora, y en el mismo lugar se edificó una yglesia y
se fundó un monasterio de frailes dominicos. (no hay que
olvidar que Santiago de Covarrubias escribía eso en 1611, sin Internet, ni enciclopedias). Es muy

frecuentado este santuario, del cual hay particular


historia.”

Gracias a la bella doctora en filología, María


Teresa Pajares, “miembra” - según dice la ministra
de Igualdad de la Mujer, nueva peña ministerial de la
España de nuestros días- María Teresa, amiga y digo
de nuevo, “miembra” de una gran peña de música
argentina que yo mismo frecuento como arrimado,
pues gracias a ella tengo el covarrubias prestado, en
mi casa, y lo abro con fervor, para gozo de mis
lectores y afinados amigos que me leen.

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Decía con sorna Samuel Butler Yeats, en su
diario, -recuerda, este caballero es el premio Nóbel
de “Las Cuatro Estaciones”- que un escritor debería
estar agradecido por ser leído por sus amigos y
basta.
Nosotros sí tenemos una Peña de Afijos en
Madrid, de la cual, personas más serias y más
ilustradas se retiraron, como fue el caso de la amiga
Concha, profesora de griego, a raíz de mi
comentario acerca de Heidegger. Dije una vez, en la
sobremesa, que Heidegger era un idiota, en
cursivas, por su etimología de la palabra “amor” y
mira, eso provocó algo más que una gripe porcina.
Pero los que se retiran de una peña están
desterrados para siempre de las tierras de cultivo de
la amistad.”Llámala, me decía la profesora, llámala.
Pero yo jamás llamaría a un retirado.
El retirado debe llamar y rogar de rodillas a ser
aceptado de nuevo, en la citada “peña de afijos”, en
el puesto y categoría de PTERNOGLYPHOS, o
“cortajamónes”, “rascajamónes” (famoso nombre de rata en
BATRACOMIOMAKHIA)-. Tengo un rosario entero de esos

resabidos, y de resabiados, un pináculo. La última


palabra de la anterior oración, se suele definir en
griego clásico así: pterighion tú hieru, kiríos opu
eferen o diabolos ton Iesun diá ná tón peiráxe.
Quien no sepa griego ¡que venga a la Peña!
El mismo Covarrubias decía, al citar cosas en latín
sin traducir, que aquél que no sepa latín ¡que se las
apañe con lo mejor que menos entienda!

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En griego, peña es algo así como PÉTRA, o
LÍTHOS, y en hebreo, me recuerdo del propio
Nuevo Testamento, que piedra es CEPHAS y por
ello los cristianos pertenecen a la Peña de Cephas,
Pedro, el Apóstol, pues asimismo dijo Jesús a Pedro,
¡el Peñón! ¡Así te quiero, como una peña, y sobre
ella construirás mi iglesia!-(Iesus dixit).
Es que si me tocan los cojones, me sale el
erudito por todos los poros, para el espanto de los
intelectuales. Con las excusas merecidas, retorno a
mi amado y dilecto amigo, Covarrubias:

“Peñafiel (no me lo nombres -diría la Casa del Rey, no me lo nombres, por intrometido), en
Castilla la Vieja, villa muy noble de los duques de
Osuna, de donde toman título de marqueses, los
primogénitos de aquella casa.
En este lugar se celebró un Concilio Toledano,
el año 1302, adónde presidió el arçobispo de Toledo,
don Gonçalo.
Peñaflor, pueblo pequeño entre Córdoba y
Sevilla, que antiguamente fue ILÍPULA, ciudad
fuerte y populosa, la cual destruyeron los moros
quando entraron en España.
Despeñar, despeñadero.”

Don Covarrubias le gana en sabor, a Don


Corominas, aunque éste último, junto a otros, le tire
al Sebastián, mil flechas y saggitas irónicas.

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¡Ya sé! Voy a crear en Madríz una peña de los
fantasmas, en la cual invitaré a todos los muertos
etimologistas, en sendas sesiones de espiritismo con
cañas de cerveza, para reírnos de sus ñiki-´ñaqis
lingüísticos! Cuando Dante entró en la peña de los
muertos, en el propio infierno, los sin rumbo le
preguntaron molestos a Virgilio quién era el
arrimado vivo que osaba pasar por allí. Virgilio dijo:
“Éste, vade mecum.” – o sea, “va conmigo”.
“Pues, - dijeron los muertos- si va contigo cárgalo
en la espalda, porque no pueden pasar los vivos por
el camino de los muertos.”
Al boca-sucia de Camilo José Cela ni por
pienso que lo invite a la peña de los fantasmas, pues
nos dejaría a todos K.O. con su diccionario secreto
de palabras malsonantes, ¡nadando en cardúmenes,
en dos volúmenes!
Este escrito mío sería una suerte de SÁTIRA
y HUMOR, pues los americanos de SCRIBD lo
catalogarían como “texto creativo”, para salir al paso
de las definiciones arbitrarias.
No, mejor que peña de fantasmas sería fundar
una peña de astronautas frustrados, o tal vez una de
comedores de mierda, pues encontraría bastante
miembros y miembras, en este ancho mundo.

Yo pertenezco a la Peña de los Tablalleros de


la Cabra Redonda, y nos reunimos en el sol del
mediodía, a la medianoche, cuando se encuentran las
dos manecillas del reloj.

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Hacemos, es cierto, un círculo vicioso, pero
mágico, en torno al Rey Arturo, y cada vez que
ocurre el encuentro, se cuenta el cuento llamado “Lo
que más quiere una mujer”. Es la gran Peña del
Grial, y de EXCALIBUR, de Percival y de la Dama
del Lago.
La ceremonia de apertura de los encuentros
comienza con las siguientes palabras: “Escucha,
hombre de la peña de los necios, a lo mejor así,
aprendes algo de los antiguos.”
El joven rey Arturo andaba
contento por los profundos y
salvajes parajes de su amado
Camelot, y de repente, en un claro
de bosque, es sorprendido por un
inmenso caballero verde, el dueño
fantasmagórico del mundo
visinvisible de los montes.
-“¿Quién eres” – dijo el Rey,
imperturbable.
-“¿Y tú, joven amigo, respóndeme
primero, por la cortesía que los
iletrados deben a los portadores
de espada, - ¿Quién, acaso, eres?”
-espetó el inmenso hombre verde,

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que andaba a caballo, sobre una
montura azul-celeste.
-“Soy el rey Arturo y no me escapa
la ironía de tus palabras,
mequetrefe marciano que invades
mis propiedades, sin temor a ser
decapitado.”- gritó molesto Arturo.
-“¿Decapitado? ¿Con qué acaso
pretendes “decapitarme”?”- dijo el
gigante.
En ese preciso instante, Arturo
saltó hacia atrás, horrorizado: su
espada, la bella EXCALIBUR, no
estaba a su cinto. La había dejado
“en casa”, o sea, en el palacio,
pues pensó que sólo salía a dar un
paseo por sus propiedades. (Aquí, voy a
hacer un inciso, con las debidas disculpas para con los
apurados. Eso me recuerda la pregunta que me hicieron los
ancianos doctores en un hospital, en la China, el Hospital de
Veteranos de Taipei, en la década de los ochenta. Era el
examen de graduación como médico: “¿Usted es médico,
ya?”- me preguntó el más venerable de los profesores.
“¡Sí!”- dije, “¡Soy médico!” – pues era el ritual de
graduación. Pero no estaba preparado a oír otra pregunta,
que me dejó frío:

”Si es médico, ¿Dónde están sus instrumentos?”.

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Había dejado en la casa mis instrumentos médicos del
kit de viajero. No pude rematar respuesta alguna.

“Si no tiene instrumentos, no es médico.


¡Venga usted, para graduarse, el próximo año,
pero, le imploramos, traiga consigo, sus
instrumentos,
doctor! Y llévelos, cárguelos siempre, a pesar de
todas las
incomodidades que de ello resulte, pues el
cocinero
¡Carga sus cuchillos y el carpintero sus tornillos!”

Desde entonces, ya han pasado casi treinta años, no


me alejo de mi pequeño necessaire médico que cargo
colgado en la correa, a pesar de los insultos de la mujer que
me recrimina por cargar mil cosas en los bolsillos.
Y ni qué hablar de los rollos y tardanzas que he
tenido que resolver en la aduana de los aeropuertos. A
Arturo le pasó lo mismo que a mí en ese examen final.)
El Caballero Verde sonrió
irónicamente y dijo:
“Un rey, señor, carga su espada al
cinto, no la deja en su casa. Si eres
Arturo, como pretendes, ¿Dónde
está EXCALIBUR? ¿Sacas a la
brillante espada de la peña, para
dejarla en la alcoba, como a una
escoba detrás de la puerta? ¡No sé
qué diría mi amigo Merlín si
estuviera presente! Para hacer
honor al maestro-mago, te
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perdono, por ahora y te doy un
año para que me busques la
respuesta a una pregunta que me
tiene desastrado.”
“¿Qué pregunta?”- dijo Arturo,
avergonzado.
“La pregunta es la siguiente, y
exijo una respuesta clara y
contundente, no quiero palabras
baratas, ni cuentos de
saltimbanquis, sino enseñanza
verídica sacada de la experiencia,
como sacaste tú a EXCALIBUR de
la peña.
He aquí la pregunta:

¿Qué es lo que más quiere


una mujer?”

Ahora, puedes irte, pero


recuerda, de hoy dentro de un
año, a la misma hora, son las doce
del mediodía, y en el mismo sitio,
espero verte con la respuesta
entre los dientes y además, con
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EXCALIBUR al cinto, “majestad”,
no dejes más tu poder en la
alcoba.”
El Caballero Verde se alejo y
desapareció en la niebla y Arturo,
atónito y avergonzado, retornó a
su castillo.

Reunió enseguida a los


Tablalleros de la Cabra Redonda
(yo sufro de dislexia, no se
extrañen) y cuando todos estaban
reunidos, levantó la mano y les
contó la historia. Cada uno
empezó a decir sobre lo que más
quiere una mujer, aquello que más
les parecía:
que dinero, que ropa bella, que no
se qué muy grande, que eso y lo
otro, pero ninguna de esas
respuestas le pareció a Arturo
digna de salvarle la vida, pues era
la vida misma aquello por lo cual

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tenía que lidiar dentro del plazo
justo de un año.
Hallar la respuesta a un
enigma como ese enigma, no era
fácil. ¿Qué quiere realmente la
mujer? – rumiaban los caballeros y
el más pintado entre todos,
Lancelot, dijo: “Arturo, majestad,
en el bosque del norte vive una
bruja que debe saber la respuesta.
Manda allí a Percival, pues es
apuesto y probo. Estoy seguro que
hallará la respuesta.
Semejante pregunta dejaría
perplejo hasta al hombre más
sabio de la tierra, ni que hablar de
princesas, prostitutas, jueces,
monjes, o cocineros. Pero la vieja
sabe sus cosas y Percival resolverá
el pago como mejor le convenga.
Ni siquiera Merlín puede decirnos
algo, pues se enredó con los
hechizos de Morgana, y díme,
acostarse con su propia hermana,

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no es de aquí, o de allá. Así que a
Merlín no le preguntes.”
De este modo habló
Lancelot, el Caballero de la
Armadura Brillante, que tuvo sus
enredos con Guinevere o Ygrene,
(YGRENE es ENERGY al revés) o Ginebra, lo
sabemos todos.
Acto seguido, Percival se armó
de paciencia y salió hacia el
bosque de la bruja. Para hacer un
cuento largo, corto, diremos que
llegó Percival, atravesando mares
y mil senderos de bosque, a la
pobre cabaña de la bruja y le
contó toda la historia.
La Vieja dijo que si, pero con
la condición de que él, se casara
con ella.
Percival apretó los dientes y
aceptó. Ese era un reto verdadero,
pues la anciana era realmente
espantosa, y además de jorobada,
coja y tuerta, olía un poco mucho,
a azufre, y a otros miasmas.
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El joven Percival la miró
valientemente, y dijo que sí. Había
cosas peores en la vida, pensó.
Nunca se tropezó con un reto de
esa naturaleza amorosa.
Un poco reticente, se quedó en la
pobre cabaña y pronto llegó la
noche.. “¡Ponte cómodo, esposo
mío! – dijo la vieja. “¿Cómo, ya
somos marido y mujer?” – dijo algo
asustado Percival. “Por supuesto.
Nada de ceremonia aquí, en la
espesura del bosque. Al decirme
SÍ, eso es SÍ, nada más que
mascar.” – dijo la vieja bruja.

Percival se metió en la cama


de hojas secas y de repente, sintió
a su lado el cuerpo maravilloso de
una bella joven. “No prenda el
cirio, Percival, acostúmbrate a la
penumbra, soy Viridiana, la Virgen
“Verde” del Bosque de la Osa
Mayor y estoy embrujada por el
Caballero Verde de los bosque de
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Camelot, que me quiso de esposa
y por rechazarle, me tiró ese
encantamiento encima. Estoy aquí,
contigo, hasta el alba, pero cuando
cante el gallo, me tengo que
transformar de nuevo en vieja
coja, tuerta y jorobada. ¿Cómo
quieres que yo sea, para ti, díme –
bella y atractiva en la cama, de
noche, y de día, vieja y jorobada,
además de tuerta y coja, o al
contrario?

Percival, mudo de espanto,


y un poco enredado, le dijo sin
pensar: “Como te guste, Viridiana.

Haz lo que te plazca, yo me


conformaré, pues, ahora, que me
cuentas tu historia, te amo
profundamente y tu forma e
imagen exterior no enturbia, ni
aumenta mi amor hacia ti, pues el
amor es perenne como la hierba”
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Viridiana no dijo una palabra más
y, en esa noche, los dos hicieron
muchas holganzas en la choza. Por
la preservación de la Peña de los
Tablalleros de la Cabra Redonda,
Percival hubiera hecho cualquier
sacrificio. Dama en el bosque,
cocinera en la cocina, y salvaje en
la cama vegetal, eso era Viridiana
para él.
Cuando cantó el gallo, la joven se
levantó y Percival la contemplaba
embelesado. Viridiana era la
misma bella mujer que se había
acostado al lado suyo, anoche. Y
ahora, de día, había guardado su
garbo y hermosura.

“Tiene que ser que haya decidido


guardar su bella apariencia de día,
pues para las mujeres eso es muy
importante, diría que es crucial.” –
pensó Percival.
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“Y de noche pues, me lo tragaré
con soda y vaselina. Ya estoy
curado en las adversidades.”
Percival estaba errando en sus
consideraciones. La niña siguió
siendo bella para siempre y nunca
más cambió su apariencia. Días
después, casi pasa el año del trato
de Arturo con el Caballero Verde,
Percival le pregunta a Viridiana lo
siguiente:”No es por nada, ¿pero
qué pasó? veo que eres la misma
de aquella primera noche, no me
decías que tienes que cambiar?”
“No, no, Percival, amado mío. El
hecho de que me hayas dado la
potestad y la oportunidad de que
yo misma elija lo que deseaba
elegir, ha sido ese el más bello
regalo.
Es este el conjuro que anuló el
hechizo del Caballero Verde, pues
al irse, luego de encontrarnos por
casualidad en el bosque, me dijo lo
siguiente: “Cuando un joven
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alcance amarte así vieja y tuerta
como vas a ser, gracias al hechizo
del tiempo, sólo entonces te
salvarás del embrujo que te he
tirado.” Lo que realmente quiere
la mujer es ser la soberana de sus
propias decisiones.
Percival respondió: “Tengo que
salir, ajuro, a darle la respuesta al
Rey, pues mañana lo espera el
Caballero Verde en el bosque del
palacio. “Ve, amigo querido,
esposo mío, ve y abraza a tu rey
de mi parte.”- dijo Viridiana.
Percival salto en la silla y el caballo
lo llevó por mares y bosques al
palacio del rey. Cuando Arturo oyó
la historia, una lágrima de cristal
cayó en el suelo y se transformó
en el diamante Koh-y-Nor, que hoy
está en poder de la corona de
Inglaterra.
El Rey armó al cinto a
Excalibur, es más, no necesitó
armar nada, pues llevaba ya, para
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arriba y para abajo, su bella
espada. Había aprendido la
amarga lección del bosque.

Era el día del encuentro.


Salió Arturo hacia el bosque y a las
doce en punto del mediodía, el
Caballero Verde hizo su aparición,
envuelto en una luz tenue.
“Veo a EXCALIBUR. Algo he ganado
con la prueba. Ahora bien, dime,
¿Tienes la respuesta?”- dijo el
gigante.
“Sí. La respuesta es: “Lo que más
desea una mujer es ser dueña de
sus propias decisiones”- dijo
Arturo, calmadamente.
“!Eso te lo dijo Viridiana, Cabrón
de Peña cagada, tiene que ser esa
quien te lo haya dicho, dicho, dicho,
dicho, dicho, y se perdió en la
dicho............

espesura. . ......

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A salvo, el Rey Arturo retornó
a su palacio para agradecerle a
Percival, pero, ¡qué va!- el
caballero, raudo y veloz,
emprendió el camino de vuelta a
su palomita del bosque,
despidiéndose a la francesa, a la
inglesa, o a la española, como
haré yo ahora, para estar a tono y
acorde con esos amigos míos de la
peña. Así fue, así es, así será.
En la peña de los comilones,
hay sujetos que engullen la
comida directamente del plato, sin
usar
cubiertos, ni servilletas,
inventadas hace medio milenio por
Leonardo da Vinci, mientras era
maestro cocinero del Duque de
Milan. Otros emiten ruidos y olores
escabrosos y hablan a lengua
suelta con la boca llena de
manjares. Están perdonados: ¡Es la
Peña de las Comilonas!

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No te quedes sorprendido ni
estupefacto: cada quien coma
como quiera, pues nadie tiene
derecho de velar el bocado del
otro!
- ¡Vaya contrariedad! ¡Ese cuento
de la Viridiana nos deja a todos
pasmados y atónitos!.
¿Vosotros, bandidos holgazanes,
qué hubieran preferido y qué
alternativa, pues no habían allí
varias opciones, sino una sola
elección, pues, qué hubieran
elegido?
La elección que hizo un amigo
mío de la Peña de Mujeres
Emancipadas, la dejo para
después, pero antes de oírla
tomen su decisión, es un juego de
mayores.
El noble amigo mío, que
usaba mucho la palabra “mismo”,
me contó que en una ocasión, le
ocurrió lo mismo que a Percival y
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él mismo respondió a la mujer
que la dejaría elegir por si misma.
Al oír esto, ella no dijo nada, se
quitó la ropa y - como en los
cuentos de los esquimales, que
invitan a sus huéspedes a dormir
con la esposa, pero sólo para que
ella les de un poco de calor
humano mas no para hacer no se
qué cosas debajo de la piel de oso
polar - se metió en la cama.
En la mañana, la bella mujer
siguió siendo bella y mi amigo
pensó: “. . . es seguro que decidió
ser bella de día y anciana bruja, de
noche. . .”
Pero no, no fue así: la niña
siguió siendo ella, con la misma
hermosura, de día, de noche, de
medianoche y de mediodía, en el
alba, en el crepúsculo, en el sol de
los venados, entre dos luces, como
quieran y como más rabia les dé. .
.

26
Debido a la elegancia de ese
astuto caballero amigo mío, pues
no sé cómo llamar su insondable
bondad y sabiduría, la mujer
estaba contenta: el hombre le
había respetado su parecer y le
había permitido así romper el
hechizo que le había tirado algún
Ogro Verde, tiene que ser alguno
como SHRECK, molesto por
haberlo rechazado en sus
pretensiones de ser su compañero.
Ser dueña de sus propias
decisiones es lo que más quiere
una mujer. ¿Y cuál sería la
moraleja de esa grata historia
ejemplar?
Pues, créanme, no hay
moraleja, en las palabras mismas
está el sentido profundo de su
misterio.
27
¿Con qué ilustrar este decente escrito?
Busco en los archivos, pero no encuentro algo
que me guste. Busco en los Archivos Akáshicos y
tampoco encuentro nada.

Entonces dibujaré yo la imagen, y haré la


TETRAKTYS, pues hablo de la tetrada de la peña
de los pitagóricos, que me salva y me cuida de los
cabrones:

*
* *
* * *
28
* * * *

29

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