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Las revelaciones que se inician el 14 de Setiembre del 2000 exhiben la doble vida
del régimen de Fujimori. Su status adulterino. La evidencia e irrupción automática
de lo real. Y también las escaseces y limitaciones del Estado de Derecho. Un
Estado cuyos actos no dejaban de sustentarse en el derecho, y un Derecho que
aplicaba rigurosamente por las normas creadas por la autoridad elegida
directamente por el pueblo. Las consistencias e impecabilidad en la
argumentativa legal enmascaraban distintos niveles de ocultamiento y
tenebrosidad.
A los más perspicaces incluso los asaltó la radicalidad de una sospecha ingenua.
La posibilidad de que en la exposición descarnada del horror y la náusea de los
gobernantes y poderosos encontraban la familiaridad cotidiana de una epidemia
que no les era ajena. La epidemia nada fantástica de sus propias imposturas,
falsedades y la inautenticidad de sus dualidades individuales. La enfermedad
esencial del ser humano de no poder conseguir todo el tiempo el proyecto de su
propia autenticidad. El video Kouri-Montesinos les mostró el vértigo de su propio
tiempo. El síntoma de una modernidad apresurada, pragmática, utilitaria y
descreída.
Verse de pronto cara a cara en el espejo del paralelismo existencial tiene como
consecuencia la revelación de las precariedades de la representación misma. Y
por lo mismo la urgencia de bastarse y de prescindir de quien no tiene atributo
especial alguno que merezca que se le privilegie como representante. El
reconocimiento de que, a fin de cuentas, para constatar que los representantes
viven en una atmósfera tan enrarecida y viciosa como en la que cada quien está
sumergido, pues, en ese cada quien puede bastarse y los representantes sobran.
La vida política no entraña virtud sino el prosaismo propio de una naturaleza
esencialmente corrupta, en la que la representación no es otra cosa que un
mecanismo automático de reproducción de la misma naturaleza, del que es poco
lo que beneficia a cada individuo.
La condición electoral del sujeto está envilecida porque lo concibe como parte
insignificante de una maquinaria todopoderosa que lo sacrifica en el altar de una
representación tan supuesta como dudosa. La cadena significante en la que se
engancha el sujeto tiene un doble registro y un pacto. Sólo que el amo no dejó
que el elector lo sepa. El elector es un fusible que debe quemarse para que el
circuito prenda. Una vez en marcha el fusible quemado ya no cuenta y el circuito
no lo necesita. La suya fue una necesidad episódica y su condición la de un
objeto descartable. El Estado no le pertenece. Es un objeto apropiado por quienes
procuran, gestionan y consiguen la posición privilegiada de representantes. Pero
de representantes de sí mismos.
El individuo conoce el bien y el mal. Y cae en cuenta que él está más allá de la
convención que marca las diferencias. Y que o el poder es suyo, o no cabe
endosárselo a nadie. Y como la camarilla que se interesa en subsistir a costa de
la farsa no está dispuesta a compartir ni a debilitar el poder del que se ha
apropiado, todo el sistema colapsa. La vida política se anorexietiza. Acaba la
farmacéutica del proyecto moderno. La víctima se rebela contra el dios devorador.
Revelado su abandono efectivo y tramposo por el padre primordial el individuo
toma el poder que se le timó El individuo se encogerá de hombros. Y el mundo
político rodará al vacío de su propia existencia. Sin contar con criatura sísifica
alguna del Olimpo que reitere el rito. La roca quedará en la sima. Sin que nadie la
levante. No hay Sísifo, ni Olimpo, ni rito, ni Estado. El mito quedó descubierto en
su vacío. El símbolo se desvaneció. Y lo real se impondrá para siempre. El
hombre quedará solo y volverá al pánico, histeria, riesgos y amenazas propias de
su naturaleza. Pura presencia. Sin representación ni mandatos. Sin Orden y sin
Derecho.
1.- LOS MELLIZOS
Un mes después, cuando era evidente que Keiko Fujimori había roto fuegos
contra Montesinos, declaró nuevamente sobre el asesor de su padre. Lo
responsabilizó primero de facilitar videos en los que aparecían algunos miembros
de su familia en tomas totalmente privadas algunas y hasta bochornosas otras (3).
Y lo responsabilizó además de las amenazas que recibía contra su seguridad.
Uno y otro hecho dejaban ver que no obstante haber fugado del país los hilos de
su trama seguían operativos. Estos hilos y trama eran los que habían conseguido
facilitar el acceso a un video de su familia, y además a recibir una amenaza
contra su integridad física (4).
5
Esta referencia fue desmentida tanto por el asesor de Susana Higushi, que señaló que ella
no tuvo participación en esa acción ni fue quien le dio el video a Fernando Olivera (La República,
28 de Junio del 2001, p. 7), como por la propia Keiko Fujimori en declaraciones escuetas a los
medios televisivos aparecidas el 29 de Junio del 2001.
Involucrar a Keiko Fujimori no sólo la secuestra dentro de la red del discurso
falso, del fantasma, sino que le permite reeditar la responsabilidad del verdadero
responsable, cuya integridad también es puesta bajo fuego por el silencio. El
marino debe sobrevivir con la sensación de que en cualquier momento se
revelará su identidad y quedará expuesto como infractor del código de la mafia y
de la corrupción. Eso lo expondrá también a sus venganzas. No puede salvarse.
Ya es parte de la red. Él fue quien entregó a Montesinos y acabó indirectamente
con Fujimori. El FIM se valió de su descontento para desmantelar y atravesar el
síntoma. Para exponer el fantasma. El marino se convierte en el eje irreductible
del fin. Y el silencio de Montesinos ensordece sus reflejos. Lo aturde. Ambos
comparten el mismo núcleo inevitable, silencioso y siniestro del goce. Uno por
haber entregado al responsable de la mentira, y el otro por el calculado y dilatado
retraso de su reconocimiento. Un modo exacto en el que el silencio habla con
mayor y más violenta contundencia que la voz, y lo perturbe con mayor fuerza.
La relación entre los Fujimori y Montesinos se presenta, de este modo, como una
relación antagónica; no complementaria, ni armónica. Keiko Fujimori postula una
tesis maniquea. Alberto Fujimori es la encarnación de los bienes de la república,
en tanto que Montesinos está en una posición mefistofélica, diabólica. Fujimori
cumplió su papel conforme a la ley y en fidelidad a su compromiso con la
moralidad de todo hombre público. Fujimori se postula como un hombre de honor
y venerable, cuyo error capital fue su terquedad para no reconocer la malignidad
de su más cercano asesor.
Según esta otra tesis, la dialéctica entre ambos no era de opuestos en el goce,
puesto que ambos compartían los mismos secretos y el mismo compromiso con
una misma meta, sino una de relación antagónica, de contrarios, de enemigos
comunes de la ley. Montesinos generaba el goce de ambos en cada una de sus
esferas. La maximización del poder de Fujimori, y el gobierno de las conciencias
de la red de cómplices que camuflaba oficialmente al padre y dueño simbólico de
todos los goces. Fujimori representaba al padre primordial y encarnaba al
arquetipo de la fuente del poder. Montesinos, a su turno, era la madre proveedora
del goce que debía transformarse en poder. Fujimori el símbolo, pero Montesinos
el deseo.
Entre otros datos que llaman igualmente la atención están la noticia publicada en
el New York Times que daba cuenta del banquete ofrecido en un lujoso
restaurante de Tokio por el miembro de la Dieta japonesa, señor Torao Tokuda, en
el que se daba cuenta que entre los que tomaron el uso de la palabra estuvo el
Gobernador de Tokio Shintaro Ishihara, quien dijo que Fujimori era una persona
espléndida, que era víctima de un plan diabólico preparado por los Estados
Unidos (11). Sobre el mismo Fujimori decía otro asistente miembro de la Dieta
japonesa que estaba orgulloso del expresidente Fujimori y que tenía la impresión
que la misma persona por la que sentía tanto orgullo por que ningún otro japonés
había logrado estaría en peligro si retornara al Perú (12). Las acciones de gobierno
de Fujimori tienen respaldo, como se ve, en un sector influyente y poderoso del
Japón, que ignora y pasa por alto la responsabilidad que pudiera corresponderle
en los manejos ilícitos o, por lo menos, moralmente reprobables de su régimen.
Desde que Montesinos aparece en escena con el video Kouri del 14 de Setiembre
del 2000 aparecen aspectos ante la opinión pública que van delineando su
humanidad, muy al contrario que la falta de humanidad de Fujimori. Sí, Fujimori
no tiene corazón; no olvidemos que ha abandonado a su esposa e hijas, jamás
podrá humanizarse. La imagen que nos ha vendido es la de una persona que no
tiene ni alma ni afectos, y que si hacía sexo, eso es lo que hacía: sexo, just sex,
mañaneros a la volada, sin amor, sin compromiso, sin apachurre (13). Por el
contrario, Montesinos sí es digno de amor. Jacqueline Beltrán se enamoró y amó
a un hombre casado a sabiendas de la imposibilidad de una consumación en el
universo oficial de la sociedad. Era pasión lo que los unía, más allá de las
represiones de la convención matrimonial.
Nuevamente la dualidad entre la ley y el deseo. Pero así como Fujimori simboliza
la ley y su represión, y él mismo somete a su familia a la dureza de su rigor,
disciplina y silencios, Montesinos es quien escapa a su castración. Y en eso
ambos están en la posición jerárquica más alta. Fujimori es la ley para todos, pero
Montesinos es el único que tiene igualdad ante Montesinos. Es su alter ego. La
imposible insustituibilidad de su sombra. Fujimori no tiene más poder que el que
le asegura Montesinos. Fujimori no es nada sin Montesinos. Fujimori tiene el
poder de la ley porque Montesinos se lo ha gestionado y se lo administra.
15
La República, edición del 26 de Junio del 2001, p. 3. El procedimiento relativo a las
garantías respecto de un posible intento de envenenamiento, sin embargo, aparecen en la edición
de La República del 29 de Junio del 2001, en la p. 3. Este procedimiento suponía que los
alimentos debían ser probados, sucesivamente, por el cocinero, el oficial de la guardia penal, el
efectivo a cargo de la custodia de la puerta, y por el encargado de entregar los alimentos.
Aparentemente los controles serían tantos que posiblemente, o sería escasa la comida que le
llegaría finalmente a Montesinos, o la paila debiera ser bastante más generosa para que le llegue
lo indispensable para su nutrición.
16
Diario Liberación, edición del 26 de Junio del 2001, p. 3
17
Diario El Peruano, edición del 26 de Junio del 2001, p. 4
18
«El corazón de Montesinos», en la revista Somos, del diario El Comercio, 7 de Julio del
2001, p. 18
19
Adicionalmente al carácter huidizo de Fujimori se suman los resultados de las pesquisas
que continúan haciéndose, que harían sospechar de que tendrían cuentas millonarias en bancos
de Japón, Malasia, o Paraguay. Ver La República del 5 de Julio del 2001, pp. 2-3
Montesinos da poder y sabe demasiado sobre el poder. Fujimori es por
Montesinos. Pero Montesinos puede ser sin Fujimori. Su mundo puede subsistir y
mutar sin perder su identidad. Fujimori tiene sobre sí la condena de subsistir en la
posición rígida de la ley. Montesinos no tiene ni siquiera la condición de
funcionario público. No aparece registrada su relación con el Estado sino de
modo ocasional. Toda su existencia marchó en carril paralelo, sin la tiesura ni
severidades de la racionalidad formal, ni las formalidades de la racionalidad
burocrática. Fujimori no tiene este privilegio. No puede existir sino en el universo
simbólico. No le es dado mancharse con otro goce que el de cumplir la ley que él
mismo encarna.
Si Fujimori es gallina es por lo que no es, por lo que le falta. No se hizo cargo del
lío. Huyó del desafío. Se refugió en el corral y actuó como hembra cautelosa. A
diferencia de la performance de Fujimori, Montesinos espera que se exhibiera
mayor espíritu de lucha, que no oculte su disposición a quemar sus naves y a
derramar sangre. El gallito es el sujeto que se compra los pleitos por honores
ofendidos; el que está dispuesto a dejar su sangre en la arena para que no quede
como que acepta ser gallina. El gallo se jacta y se enorgullece de aceptar cada
desafío. La gallina, por el contrario, no es ostentosa y sus peleas se realizan sólo
cuando su nido está en peligro.
22
El Sublime Objeto de la ideología, p. 47
23
Freud, La interpretación de los sueños, Cap. VII
natural para la fantasía es la ideología. La ideología compacta y condensa las
creencias mediante un proceso inconciente similar al onírico, y en ella impera un
núcleo de goce que soporta el símbolo a través del discurso.
24
El Sublime Objeto de la Ideología, pp. 75
25
Ob. cit. p. 122
26
Ob. cit. p. 135-137
27
Ob. cit. p. 74
En el marco del psicoanálisis lacaniano la sociedad democrática es una
estructura institucional cuyo mecanismo normal de reproducción comprende el
momento de la disolución simbólica del edificio social, el momento de irrupción de
lo real. El soberano real-imposible es inaprehensible. La democracia, por eso, es
un orden político no precisamente performativo, porque no depende de lo que el
pueblo en su inocencia le adjudique a quien tiene una posición de poder en su
representación. La democracia se encuentra no en el plano de las atribuciones
simbólicas, sino en el de lo real. Ello signfica que la democracia es inalcanzable e
irrepresentable. La democracia es pues un orden disuelto, un orden agregado
accidentalmente y sin cohesión social. Como orden simbólico la democracia es en
realidad un referente discursivo, pero no una organización simbolizable. La
democracia es en realidad un no orden sino un núcleo anárquico de preferencias
agregadas al azar. No existe como un orden cerrado simplemente por que se trata
de un régimen abierto, y porque no existe un orden colectivo prestablecido. El
único orden en la democracia es la ficción de su representación y postulación
como símbolo.
De la universidad a la histeria
Durante los primeros años de su gobierno Fujimori tuvo como misión realizar una
campaña de adoctrinamiento de la población que tuviera como resultado la
generación de una corriente de opinión que le permitiera dar un golpe de estado.
El golpe de estado era necesario para que su gobierno fuera viable. La mayoría
insuficiente del parlamento no le daba capacidad de manejo. Se trataba de una
situación impredecible y la meta debía ser contar con un marco claro para
gobernar. El desorden debía regularse. La autoridad necesitaba un clima
favorable para gobernar, para imponerse y para dirigir al país. Y si el clima no
existía había que crearlo, fabricarlo y construirlo. Si la realidad era indómita,
debía disciplinarse. Las reglas y los actores debían modificarse. El golpe de
estado era la vía apropiada, y para darlo con éxito era necesario contar con el
apoyo convencido del pueblo.
Para dar el golpe de estado debía dar una lección. Debía enseñar al pueblo cuál
era la realidad negativa que tenía en su sistema político. Era necesaria una clase
en la que el pueblo pudiera aprender la lección que luego lo haría más dócil. Una
clase en la que las conciencias percibieran las cosas desde la perspectiva del
profesor. La visión y cultura del pueblo tenían que integrarse con la concepción
que necesitaba crear el Presidente de la República para conseguir respaldo a su
proyecto. Y esa concepción no debía verse como fabricada ni impuesta, sino
como objetiva y neutral.
Pero una vez adoctrinado el pueblo, el siguiente paso debía ser convencer a
todos que el suyo era exactamente el régimen que ellos querían. El régimen debía
probar que él era suficiente en sí mismo. Que la población podía ponerse en sus
manos. Que podía abdicar de sí misma. Darse toda al régimen. Abolirse y gozar
en el dominio del régimen y su Presidente. Dejar que el régimen gobierne y
domine clandestinamente. Para asegurar el cumplimiento de esta meta Fujimori
asumió el papel histérico de quien sólo encuentra sentido a su existencia
haciendo la voluntad del otro. Debía representar el papel de quien desespera por
querer lo que el otro quiere. Del discurso de quien se supone que sabe, del
discurso de la ciencia, se pasa al discurso de la histeria
De la histeria al Amo
Cumplida la primera meta estratégica con éxito indudable, borradas las huellas de
imposición arbitraria en el conocimiento de la realidad política, y ganada por el
pueblo la sensación de seguridad y de identidad con un orden menos turbulento
que el que se advertía en durante el período democrático inaugurado en 1980, el
siguiente paso debía ser convencer a la sociedad sobre la necesidad de adherir
rigurosamente al nuevo proyecto político. Un proyecto de orden y de
gobernabilidad con un nuevo fundamento constitucional, que necesitaba
prolongarse lo suficiente durante el tiempo.
32
Ob. cit., pp. 143-144
El primer discurso fujimontesinista interpelaba a la sociedad con la partitura de la
objetividad. Su estructura encubría el aparato iconoclasta contra la Constitución
de 1979, y contra la democracia partidaria sostenida hasta 1992. Asegurada la
comprensión de la situación a partir del posicionamiento de mercadeo del
régimen, el siguiente paso fue asumir un nuevo papel. El papel histérico.
Interpelar a la sociedad como si sólo ella pudiera darle las respuestas que él
necesitaba para gobernar. Es decir, preguntar actuando la posición histérica que
espera que se le ordene ser, querer y decir lo que el supuesto sujeto histérico
había registrado como conocimiento objetivo en la opinión pública. Le preguntaba
qué quería de él para que el interpelado creyera que el siervo necesitaba conocer
qué hacer y que continuara representando el rol de amo dueño del conocimiento.
Dueño del mismo conocimiento que el supuesto siervo se había dado maña de
hacerle creer que era natural, objetivo, neutral, e imparcial. Era el discurso de la
histeria.
″
Con el discurso de la histeria Fujimori actúa a partir del supuesto deseo del otro,
del pueblo, de ese extremo epistemológicamente inaprensible y ontológicamente
irrepresentable. Este es el extremo del receptor del discurso, de la opinión
pública. Quiere a partir de lo que quiere la opinión pública (de esa misma opinión
pública fabricada y preparada para que repita el registro previamente grabado por
el régimen con el discurso objetivo de la universidad).
33
Yannis Stavrakakis, Lacan and the political, p. 107
34
Loc. cit.
35
Ob. cit. p. 108
36
Ver sobre el particular Dos dimensiones clínicas: Síntoma y Fantasma, de Jacques-Alain
Miller. Ed. Manantial, Fundación del Campo Freudiano en Argentina, p. 53
El amo del Amo, o ¿quién es el artífice del fantasma colectivo?
37
Cfrse. su columna El Observador del 29 de Junio del 2001
Montesinos, finalmente, sólo cree en su propio goce. Su discurso oculta su pasión
por el control y goce del poder. La ideología de la representación es útil para
procesar el dominio. Las reglas de la representación no sirven finalmente a la
democracia, ni a los intereses, bienestar y valores de la ciudadanía. Son
manipuladas desde la realidad secreta para facilitar el goce del amo del Amo (lo
que quiere decir el goce de quien le dice a la sociedad qué es lo que ella quiere
elegir para actuar democráticamente).
¿Por qué filmar la entraña del poder? ¿Es que hay un mandato de dominio que
hace que pierda de vista su propios riesgos? ¿Por qué filmar todo lo que lo
inculpa a él mismo? ¿No era como autoincriminarse? ¿Qué buscaba al filmar todo
lo que lo lesionaba?
Los tres actores principales del libreto están unidos en la etiqueta democrática,
pero en cuanto el pueblo tenga acceso al espacio de significados prohibidos
reservado para el seductor y el adúltero el pacto pierde todo su sustento. Desde
que el pueblo conoce que su fidelidad fue violentada el fantasma del régimen
democrático se desvanece. La ficción queda expuesta al trauma de la realidad
que irrumpe súbitamente como el amo que domina y burla la relación fiduciaria
entre el electorado y sus mandatarios. La defraudación desnuda la estupidez del
38
Cuando ι ε κ examina el caso de la «mujer fatal» dice que a la vez que arruina la vida
de los hombres al mismo tiempo es víctima de su propia avidez de goce; está obsesionada por un
deseo de poder; manipula interminablemente a sus parejas, y es al mismo tiempo escalva de un
tercero ambigüo (…). Lo que le confiere un aura de misterio es precisamente el modo en que
resulta imposible situarla con claridad en la oposición del amo y el esclavo. En el mismo momento
en que parece llena de aplacer intenso, de pronto le revela que sufre inmensamente (…). Nunca
podemos estar seguros de si goza o sufre, de si manipula o es la víctima de una manipulación. En
Mirando al Sesgo, p. 112.
juego democrático. Este juego tenía sentido y tomaba su significación a partir de
la estrategia de dominio socialmente oculta.
Pero los enemigos no son tontos. El líder autocrático no ignora que él será
escrutado como enemigo. Tiene que maximizar sus esfuerzos de representación
para pasar por líder democrático. De ahí que maneje con sutileza la técnica de los
discursos. Debe ser el amo haciéndole creer al pueblo que el amo es él y que él
lo complace y lo sirve. Debe fingir la mímesis completa del acoplamiento entre su
voluntad y la voluntad del pueblo. Pero la voluntad del pueblo no debe ser sino la
que él le imponga. El amo le dice al pueblo qué es lo que quiere, aunque el
pueblo escuche que el amo quiere saber cuál es su voluntad.
La conducta perversa es parte del culto social, y por eso no puede extinguirse. El
pendejo es finalmente parte del santoral de la cultura popular en todas las clases
o grupos sociales. Sus desbordes son festejados y aplaudidos socialmente o
como parte de círculos de amigos. Es una forma viciosa de sabotear la
normalización de la sociedad a partir de pautas morales claras y francas. Su
existencia garantiza la pertinacia de su reproducción en la sociedad. No hay
incentivo para el fracaso del comportamiento vicioso. Por el contrario existen
incentivos esenciales para su permanencia y repetición.
Son las fuerzas interiores de la sociedad las que invisibilizan, las que avalan, las
que tratan como natural y como parte de la convención general las prácticas en
las que se mueve Montesinos para fabricar el fantasma detrás de la cual se
encubre. Son las formas inconcientes a cuya sombra se mimetiza el artífice del
fantasma para cumplir el más íntimo, impublicable e inconfesable de sus deseos.
Su voluntad de poder se ampara finalmente en el mismo régimen nocturno desde
el que emerge la voluntad de goce pleno e inagotable.
¿Qué significa ese núcleo a la vez tan íntimo para el sujeto, que es él más que él
mismo, y que resulta imposible de simbolizar? El sinthome es ese núcleo
insimbolizable de la realidad, por lo tanto carente de significante que pueda darle
forma, el atractor fundante y fundamental que genera la identidad del sujeto. Esa
fuente de identidad del sujeto es la fuerza que atrae y mueve las pulsiones, los
impulsos del sujeto, y también la fuerza irresistible que repele. Una de las figuras
que mejor se aproxima a esta naturaleza es la de la transgresión, una de cuyas
expresiones es la corrupción. Es una fuerza interior extraña insuprimible e
indetenible de la que dependen las pulsiones del sujeto.
40
El Sublime Objeto de la Ideología, pp. 110-111. De igual manera, en ι ε κ ; Mirando al
sesgo, pp. 219-221, donde se precisa que A diferencia del síntoma, el sinthome es un contenido
sin forma, es el goce a cuyo alrededor circunda y gira la pulsión. Es el núcleo de goce que atrae a
la vez que repele. El sinthome es el sostén de la consistencia del sujeto, lo que le da su unidad
independientemente de cualquier articulación con el universo simbólico El sinthome es el punto de
“lo que es en el sujeto más que él mismo”
por el test del sinthome. El discurso del gobernante no debe, si espera sostenerse
en lo Real, pretender su propia consistencia. La vida política no es una vida
suturada en la que los contrarios se complementan (plano imaginario). Pero
tampoco es cierto que los sean solamente diferentes. Los contrarios se fundan en
lo imposible de lo Real. No tiene sentido postularlos, verazmente, como
autosostenibles ni autosuficientes..
Una urgencia como la que expresa el presidente Paniagua para liberarnos ahora
de la corrupción y del autoritarismo favorece y precipita la convocatoria a
cónclaves y anfiteatros de aliñados ponentes y distinguidos cirujanos sociales, no
menos que la oferta recíproca en el mercado de seminarios, talleres y cursos
anticorrupción. El denominador común de la metástasis que será fecunda en
recetas y propuestas salvíficas. Una tras otra todas las cuales, es previsible, se
sucederán con la misma unción y sin mayor variación. Todas se presentarán con
el mismo carácter cosmético, decorativo, que tiene el devoto evangelio de los
redentores. Y quedará una y otra vez el problema sin erradicar. El problema es
irradicable. Se minimizará, se mimetizará, ocupará menos atención, pero no
dejará su naturaleza amenazante.
Si bien alcanzar lo Real de la identidad con los ideales que indican las utopías es
un imposible, lo que no es imposible, también según la corriente lacaniana, es
constatar la coincidencia de los polos opuestos; que cada polo es él mismo su
43
Lacan and the political, Yannis Stavrakakis, p. 110
opuesto y que el Ser se nos revela como Nada. Si bien lo Real no puede quedar
circunscrito y atorado en la pupila del hombre para siempre, lo que sí puede
registrarse es la imposibilidad de registrarlo. Ahí aparece el trauma que es causa
de todos los fracasos. Como lo dice ι ε κ , el objeto como real es en último
término el límite: siempre puede ser rebasado pero nunca puede ser alcanzado
(44).
Una lección que debe recordarse luego de haber constatado y atravesado los
síntomas del régimen, es asumir los riesgos de la posición psicopática, de la
cautela, a fin de no dejarnos arrasar por los torbellinos de la masificación de las
creencias ni la inducción eficaz de los mensajes que el poderoso dicta a través de
sus discursos, sean o no a través de medio audiovisuales. Es necesario
conservar la salud e independencia mental tanto frente al trauma y al horror de lo
siniestro, como frente a las propuestas acarameladas con las que el Estado
necesita granjearse su propia legitimidad. Evitar toda promiscuidad con el prójimo
es naturalmente una posición socialmente riesgosa. Sin embargo, no hay otro
modo de vivir auténticamente la conciencia de nuestra individualidad si no es
críticamente. Sin matices. Es cosa de réprobos, pero no hay otra medicina para
evitar la inmolación de nuestra vida en aras de la lógica inescrupulosa de la
popularidad de los gobernantes que, en grados más o grados menos, ofertan
utopías imperativas, en cuyo núcleo fuerte no dejan de reproducirse el deseo
perverso ni la fantasía de la pendejada. Contra la lógica de la popularidad Weber
propuso la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción. Ésa es la
dirección hacia la que indican las nuevas utopías.
44
El Sublime Objeto de la Ideología,. p. 225