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Nacimiento de las Estrellas.

Cuando habían transcurrido unos 2 500 millones de años después del Big Bang, las
galaxias empezaron a constituir condensaciones de gas bastante homogéneas. Las nubes
de gas, cuyo movimiento tiene una velocidad en función de la temperatura, comenzaron
a verse involucradas en una serie de corrientes o turbulencias, dando lugar a
condensaciones de partículas que se acabaron constituyendo en núcleos gravitatorios,
suficientemente importantes como para iniciar el proceso de acumulación de partículas.
Era el inicio de la creación de las estrellas, lo que denominamos protoestrellas, o
estrellas en formación.
En la actualidad con los modernos telescopios se observan en determinadas nebulosas
condensaciones que son estrellas en proceso de formación en distintos estadios
evolutivos, incluso con discos de polvo a su alrededor que acabarán formando planetas.
Tanto la nebulosa de Orión, como el Saco de Carbón, como la Cabeza de Caballo
también en Orión, son hogares galácticos en los que empieza la vida de las estrellas.
En cambio en la nebulosa del Cangrejo (M 1) encontramos los restos mortales de
una estrella lo que ahora vemos como una pequeña mancha en forma de neblina
brilló en el año 1054 durante casi un mes a plena luz del día cuando entró en
explosión la estrella y se convirtió en
supernova.

En el firmamento se advierte de vez en cuando la deflagración de alguna estrella que, de


improviso y en muy pocas horas, aumenta miles o millones de veces su luminosidad; en
la mayoría de los casos la estrella era antes imperceptible o había pasado desapercibida.
Este tipo de “apariciones” determinaron en otro tiempo que se las llamara estrellas
novas (nuevas) porque se suponían que “nacían”. Al descubrirse que hay otro tipo cuyas
explosiones son de mucha mayor intensidad, se clasificó un segundo grupo que recibió
el nombre de supernovas. En ambos casos, tras el súbito aumento de luz (muchas
magnitudes, aunque las primeras son más débiles y se caracterizan por un aumento del
orden de 10 magnitudes en el brillo de la estrella originaria, frente a las segundas que
liberan una energía millones de veces superior), la estrella sufre un paulatino descenso
que dura bastantes semanas y que acaba estabilizándose, cuando ya está muy débil,
después de unos meses.
Por lo tanto, no se trata de estrellas “nuevas”, sino todo lo contrario. Precisamente
ambos casos son los espasmos finales en la vida de las estrellas, casi al instante de su
muerte, pero se producen de manera y por motivos diferentes.
A las estrellas de tamaño medio, como el Sol les llega un momento en que buena parte
del combustible se ha consumido y su temperatura interna desciende. Entonces se
rompe el equilibrio hidrostático (la temperatura presiona al gas a expandirse mientras la
gravedad hace el efecto contrario; por eso las estrellas son esféricas). Al suceder esto, el
núcleo central se reduce enormemente, convirtiéndose en una enana blanca, de alta
temperatura, mientras expande bruscamente las capas más externas formando a su
alrededor una nebulosa que, muy impropiamente, se denomina planetaria; este es el
paroxismo que percibimos como el súbito aumento de brillo de una estrella “nova”.
Después la estrella irá disminuyendo lentamente su temperatura hasta ser una enana roja
y apagarse. Todo ello le ocurrirá al Sol dentro de unos cinco mil millones de años.
Un caso distinto es el de las supernovas, mucho más violentas ya que la luminosidad
puede aumentar bruscamente hasta mil millones de veces la solar, tratándose del
fenómeno más brutal que se conoce en la Naturaleza. Son estrellas de gran masa (más
de tres veces la solar) en cuyo núcleo después de helio se ha creado carbono y oxigeno.
Cuando el núcleo alcanza los seiscientos millones de grados, explota. En estrellas aún
mayores sucede con un núcleo de hierro. El resultado es la proyección al espacio de
buena parte de su materia, quedando como residuo un núcleo extraordinariamente
pequeño y denso, conocido como estrella de neutrones ya que, a causa de su enorme
presión los átomos pierden su estructura y únicamente subsisten los neutrones.
Finalmente, la estrella de neutrones sigue contrayéndose hasta que su luz, vencida por la
intensa fuerza de la gravedad, no puede salir de ella. Entonces se convierte en un
agujero negro, con un tamaño de muy pocos kilómetros, imposible de ver pero
detectable por los efectos que produce en sus vecinos.
Otro tipo de explosiones supernovas se da en el caso de que estén muy próximas entre sí
(en un sistema binario) una estrella “normal” y una enana blanca. Con su fuerza de
gravedad, la enana absorbe materia de su vecina y se la incorpora, lo que le ocasiona un
aumento de densidad y de temperatura hasta llegar a un punto en que colapsa, de forma
parecida al caso anterior, dando lugar a una explosión de casi toda su masa para
convertirse, también, en una estrella de neutrones y un agujero negro.
Aunque las supernovas son un fenómeno raro, ocurren varias veces cada siglo en
algunas galaxias, si bien en el caso de la Vía Láctea la última se observó en 1604.
Por ello, los astrónomos actuales esperan con ansiedad que vuelva a ocurrir en
cualquier momento un cataclismo de este tipo en nuestra galaxia, ya que su estudio
aportaría grandes contribuciones al conocimiento de la evolución estelar.

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