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Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica

niño muy pequeño, que reclama atención continuamen-


te, que se altera ante la presencia del nuevo hermanito, o
que miente para ocultar sus propias faltas; y todavía se
da en el anciano que exige ser tenido en cuenta, y que se
enoja si no le consultan sobre temas que, quizá, ya no
conoce. Por eso la virtud de la humildad tiene mucho
que hacer en el hombre carnal, desde que nace hasta que
muere. Hace notar San Agustín que si el orgullo es el
4ª PARTE primer pecado que aleja de Dios al hombre, él es también
el último en ser totalmente vencido (ML 36,156).
La humildad nos libra del mundo, pues «todo lo que
El crecimiento hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concu-
en la caridad piscencia de los ojos y orgullo de la vida» (1 Jn 2,16). La
humildad nos hace salir de los engaños del mundo, en-
fermo de vanidad y de soberbia, falso y alucinatorio, lle-
no de apariencias y vacío de realidades verdaderas.
La humildad nos libra del influjo del Maligno, que es
el Padre de las Mentiras mundanas, y que tienta siempre
1. La humildad al hombre a la autonomía soberbia –«seréis como Dios»
2. La caridad (Gén 3,5)–, y a la desobediencia orgullosa ante el Señor
–«no te serviré» (Jer 2,20)–.
3. La oración
4. El trabajo Humildes ante Dios
5. La pobreza «El principal motivo de la humildad es la sumisión a
Dios. Por eso San Agustín, que la entiende como pobre-
6. La castidad
za de espíritu, la considera dependiente del don de temor,
7. La obediencia por el que reverenciamos a Dios» (STh II-II, 161,2 ad
8. La ley 3m). El humilde conoce que todos sus bienes y cualida-
des vienen de Dios. En efecto, «es propio del hombre
todo lo defectuoso, y propio de Dios todo lo que hay en
el hombre de bondad y perfección, según aquello de
Oseas (13,9): «Tu perdición, Israel, es obra tuya. Tu
fuerza soy yo»» (161,3). El hombre, sin Dios, sólo es
capaz de mal. Y sólo con Dios, es capaz de todo bien.
Más aún, la bondad del hombre, por grande que sea,
apenas es nada comparada con la bondad de Dios. No
1. La humildad hay más perfección absoluta que la de Dios –«uno solo
es bueno» (Mt 19,27)–, pues la del hombre es siempre
relativa. Y si bien es cierto que «el virtuoso es perfecto,
su perfección, comparada con la de Dios, es apenas una
sombra: «Todas las cosas, ante Dios, son como si no
AA.VV., arts. «Christus» París 26 (1979) 389-495; P. Adnès, existieran» (Is 40,17). Así pues, siempre al hombre le
humilité, DSp 7 (1969) 1136-1187; J. L. Azcona, La doctrina conviene la humildad» (161, 1 ad 4m).
agustiniana de la humildad en los «tractatus in Ioannem», Ma-
drid, Augustinus 1972 (=«Nouvelle Revue Théologique» 1976, De hecho los más santos, es decir, los más perfectos, son los más
713ss); F. Varillon, L’humilité de Dieu, París, Centurion 1974 humildes. Ellos son los que mejor comprenden y sienten que toda su
(=«Nouv. Revue Théologique» 1975, 566ss). propia bondad es puro don de Dios, y que tal bondad apenas es
nada en la presencia gloriosa de la Bondad divina. Es la humildad de
la Virgen María en el Magnificat, y la humildad de Jesús, que todos
sus bienes los atribuye al Padre, de quien recibe todo. A Dios, pues,
Libres en la verdad de la humildad sólo a El, sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos (1 Tim
1,17; Ap 5,12-14).
Derivada de la templanza, la humildad es la virtud que
modera el deseo desordenado de la propia excelencia,
dándonos un conocimiento verdadero de nosotros mis- Humildes ante los hombres
mos, principalmente ante Dios, pero también ante los La humildad sitúa a la persona en su propia verdad
hombres. Por la humildad el hombre conoce su propias ante los hombres. Siempre podremos «pensar que los
cualidades, pero reconoce también su condición de cria- demás poseen mayor bondad que nosotros, o que noso-
tura limitada, y de pecador lleno de culpas. Ella no per- tros tenemos más defectos, y humillarnos ante ellos»
mite, pues, ni falsos encogimientos ni engañosas pre- (161,3). Después de todo, en tanto que conocemos con
tensiones. El que se tiene a sí mismo en menos o en más certeza nuestras culpas, nunca estaremos seguros de que
de lo que realmente es y puede, no es perfectamente haya culpa real en los otros. Así pues, «considerad siem-
humilde, pues no tiene verdadero conocimiento de sí pre superiores a los demás» (Flp 2,3).
mismo. La humildad nos guarda en la verdad. Pero ade-
San Martín de Porres, cuando su convento dominico de Lima
más nos libra de muchos males. pasó por un grave apuro económico, se presentó al prior, y le
La humildad nos libra de la carne, es decir, nos libra sugirió que le vendiera como esclavo. En otra ocasión, cuando un
de la vanidad ante los otros y de la soberbia ante noso- fraile enojado le llamó «perro mulato», contestó que tal nombre le
tros mismos. Esta actitud de vanidad y orgullo, tan mala cuadraba perfectamente, pues él era un pecador, y su madre era
negra. Eso es humildad.
como falsa, es congénita al hombre carnal: se da ya en el
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Parte IV - El crecimiento en la caridad - 1. La humildad
rico Nietzsche, para el cual la humildad es una inversión
La virtud fundamental de valores producida por la tradición judeo-cristiana, en
la que se hace mérito de la ignorancia y de la debilidad, y
La humildad es el fundamento de todas las virtudes se consagran como virtudes la impotencia y la cobardía.
por dos razones principales:
1. Porque toda perfección es gracia de Dios, y no da En el Antiguo Testamento
el Señor sus dones al hombre en tanto éste se enorgulle- El Señor inició en Israel la revelación de la humildad.
ce de ellos y los recibe como si procedieran de sí mis- Los anawim, es decir, los hombres inferiores y depen-
mo. En efecto, «Dios resiste a los soberbios y da su dientes, más aún, los oprimidos (Is 32,7; Sal 37,14; Job
gracia a los humildes» (Prov 3,34; Sant 4,6; 1 Pe 5,5). 24,4), son los preferidos de Yavé (Ex 22,24; Dt 24,14s).
Por eso el edificio entero de la vida espiritual se cimenta Es ésta una misteriosa constante en los profetas (Is
en la humildad y, como dice Santa Teresa, «si no hay 3,14s; 10,2; 57,15; Am 2,7; 8,4; Zac 7,10), lo mismo
ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el que en la literatura sapiencial (Prov 14,21; 22,22; 31,9.
Señor subirle muy alto, para que no dé todo en el suelo» 20). Efectivamente, los desvalidos, los hombres que no
(7 Moradas 4,9). En este sentido, «la humildad, en cuanto encuentran ayuda ni consuelo en este mundo, son los
quita los obstáculos para la virtud, ocupa el primer puesto que más fácilmente buscan y hallan en el Señor refugio
[entre las virtudes]: ella expulsa la soberbia, a la que Dios y fortaleza (Is 29,19; Job 36,15; Sal 25,9; 149,4). Son
resiste, y hace al hombre someterse al influjo de la gra- los anawim, pobre gente, gente humilde, que busca en
cia divina. Y desde este punto de vista, la humildad tiene Dios su salvación, y en él la encuentran, no en los hom-
razón de fundamento del edificio espiritual» (STh II-II, bres (Sal 40,18; 102,1; Sof 2,3; Is 41,17; 49,13; 66,2).
161,6). Son el Resto fiel, pobre y humilde, que pone en el Señor
2. Porque Dios siempre «santifica en la verdad» (Jn su confianza (Sof 3,12), y no en el hombre. «Maldito el
17,17), y ésta falta donde no hay humildad. Santa Tere- hombre que en el hombre pone su confianza, y de la carne
sa era muy sensible a esta veracidad de la humildad: hace su apoyo, y aleja su corazón del Señor» (Jer 17,5).
«Una vez estaba yo considerando por qué razón era nues- El Mesías salvador, él mismo, será humilde, tomará
tro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y me forma de Siervo (Is 42,1s; 53), se presentará ante el
puso delante –a mi parecer sin considerarlo, sino de pron- pueblo humildemente, «montado en un asno», la montu-
to– esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la hu- ra de los pobres (Zac 9,9), tendrá la gran mansedumbre
mildad es andar en verdad; que es verdad muy grande de Moisés (Núm 12,3; Eclo 45,4), y será enviado preci-
no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser samente para la salvación de los pobres y desvalidos (Sal
nada; y quien esto no entiende, anda en mentira» (6 72; Is 11,4; 61,1).
Moradas 10,8). La humildad, en efecto, libra de toda Cuando la versión de los LXX traduce los anawim de los judíos por
clase de engaños, mentiras e ilusiones. «El alma humilde prays, praytes –por ejemplo, en Zac 9,9–, disminuye un tanto el sentido
y no curiosa ni interesada en deleites, aunque sean espi- social-pasivo del término hebreo, y acentúa el sentido helénico moral-
rituales, sino amigo de la cruz, hará poco caso del gusto activo, propio de la virtud de la humildad y de la mansedumbre, que por
que da el demonio», que es todo mentira (Vida 15,10), y otra parte será el sentido predominante en el cristianismo.
tampoco podrá ser engañada por un confesor inepto o
malo (34,12), pues la humildad le guarda en la verdad y En el Nuevo Testamento
en la paz. La humildad se revela plenamente en el Evangelio. Ya
La humildad es virtud grata a todos, incluso a los malos, cosa en el umbral del mismo, Juan Bautista se inclina ante el
extraña. Otras virtudes, como la pobreza o la castidad, resultan que viene detrás de él, y se declara indigno de soltar sus
odiosas para los que aman el lujo y el vicio; pero la hermana humil- sandalias: «Conviene que él crezca y que yo disminuya»
dad, servicial y amable, ajena a toda prepotencia, resulta amable (Mt 3,11; Jn 3,30). Aquel ensalzamiento de los humildes
para todos, buenos y malos, lo que no quiere decir que los malos la (tapeinoi), anunciado y prometido por los profetas, se
quieran para sí mismos.
realiza en la humildad (tapeinosis) de la Virgen María, la
En el paganismo «esclava del Señor» (Magnificat, Lc 1,46-55), y llega a
su plenitud en Jesucristo. En efecto:
La antigüedad pagana conoció el ideal moral de la mo-
deración –«nada en exceso», «mesura en todo» (me- 1. Jesús es «anaw», pobre y humilde. De una familia
triotes)–, apreció la afabilidad de carácter (praytes), y la modesta, nace en un lugar para animales, sufre exilio en
actitud ordenada e indulgente, lejana de todo desenfreno Egipto, vive largos años en un pueblecito ignorado de la
(epieikes). Los paganos reconocieron la maldad de la montaña galilea, no adquiere títulos académicos, elige
soberbia, y supieron ver en el conocimiento propio la como compañeros a gente sencilla, entra en Jerusalén
clave de la sabiduría –como decía la inscripción del tem- sobre en un jumento, muere desnudo y difamado en una
plo de Delfos, «conócete a ti mismo»–. Más aún, desde cruz, y es enterrado en un sepulcro prestado. Pero apar-
el punto de vista religioso, ya en tiempos de Homero te y además de estas circunstancias exteriores, interior-
eran usuales expresiones como «con la ayuda de la divi- mente Jesús es «suave y humilde de corazón (prays kai
nidad», y en no pocos autores –Sócrates, Platón o Cle- tapeinos)» (Mt 11,29). Siendo rico, se hizo pobre, para
antes–, hallamos oraciones de súplica. enriquecernos en su pobreza (2 Cor 8,9). Siendo divino,
se hizo humano, y aceptó la humillación de la muerte, y
Parece, sin embargo, que predominó en el paganismo muerte de cruz (Flp 2,6-11).
una ética voluntarista, cerrada al don de Dios. Para
Séneca el alma sólo se debe a sí misma su propio res- 2. Jesús ha sido enviado «para evangelizar a los po-
plandor (Ctas. a Lucilius IV, 41,6). Y según Epícteto, el bres (ptojoi)» (Lc 4,18), y él mismo ve en ello un signo
sabio no tiene nada que pedir a Dios (Conversaciones I, de su condición mesiánica (7,22; Mt 11,5). De hecho,
6,28-32; II, 16,11-15). Por eso no es raro en el antro- Jesús será acogido sobre todo por la gente sencilla y
pocentrismo griego el desprecio hacia la humildad, la cual humilde, en tanto que los sabios y poderosos le rechaza-
frecuentemente es considerada como una pusilanimidad rán y le llevarán a la muerte (Lc 10,21; Jn 7,48-49; 1
abyecta, que debe ser evitada en el pensamiento y en la Cor 1,26-28).
acción. A esta visión regresa el pensamiento de un Fede-
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Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
mildad personal, que no es sino experiencia de la gracia
divina, no se cansan de exhortar la humildad a los fieles:
El Evangelio de la humildad «Humillaos ante el Señor y El os ensalzará» (Sant 4,10),
Jesucristo proclama bienaventurados a los pobres de «humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para
espíritu, a los mansos, es decir, a los «anawim», los po- que a su tiempo os ensalce. Echad sobre El todos vues-
bres de Yavé (Mt 5,3-4; Lc 6,20), y con unas u otras tros cuidados, pues El tiene providencia de vosotros» (1
expresiones, anuncia continuamente en su evangelio la Pe 5,6-7).
ley primaria de la humildad: Humildad ante los hombres. «Os encargo a cada uno
Los niños. El Reino de los cielos es de los que se ha- de vosotros no sentir por encima de lo que conviene
cen como niños, pertenece a los que se dejan enseñar y sentir, sino sentir con modestia (sofrosine), cada uno
conducir por Dios, porque no se apoyan en sí mismos, según Dios le repartió la medida de la fe» (Rm 12,3). En
sino en la sabiduría y la fuerza del Salvador (Mt 18,1-4; el interior del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, unos
19,14; Lc 18,17). deben alegrarse con las cualidades de los otros, conside-
rándolas como propias, lejos de toda envidia: «Vivid uná-
Los menores. Jesús enseña que al final seremos juzga- nimes entre vosotros, no seáis altivos, sino allanaos a los
dos acerca de nuestra actitud hacia «los más pequeños», humildes» (12,16).
con los que él se identifica. Y nos enseña también que si La humildad es en la enseñanza apostólica una modalidad de la
queremos ser grandes, debemos hacernos como el me- caridad fraterna, que ha de vivirse como una participación en el
nor (Mt 18,1-4; 20,26; 25,40. 45; Lc 9,48). abatimiento (kenosis) del Verbo encarnado. «Tened todos el mismo
Los últimos. El orden visible del mundo presente está pensar, la misma caridad, el mismo ánimo, el mismo sentir. No
hagáis nada por espíritu de competencia, nada por vanagloria, antes
completamente trastocado. Por eso Cristo, el Verifica- llevados por la humildad [tapeinofrosine, neologismo paulino], te-
dor universal, hará finalmente que los últimos sean los neos unos a otros por superiores, no buscando cada uno su propio
primeros, y los primeros los últimos. Entonces Lázaro, interés, sino el de los otros. Tened los mismos sentimientos que
el pobre despreciado, será exaltado, y el rico que ahora tuvo Cristo Jesús», que se humilló hasta la muerte para el bien de
es ensalzado y halagado por todos, será humillado. Sa- todos (Flp 2,5-8; +1 Pe 2,21; 3,8; 5,5). «Revestíos de entrañas de
biendo esto, los discípulos de Jesús, en principio, tende- misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad,
soportándoos y perdonándoos mutuamente, siempre que alguno
mos a sentarnos en el último lugar del banquete del mundo. diere a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así tam-
Y cuando estamos de hecho ignorados, menospreciados bién perdonaos vosotros» (Col 3,12-13). Humildad y caridad, pa-
y proscritos, reconocemos que en este mundo, total- ciencia y perdón, forman una misma actitud para los que viven en
mente falseado, estamos donde nos corresponde, y da- Cristo: «Vivid con toda humildad, mansedumbre y paciencia,
mos gracias a Dios por haber sido felizmente recluídos soportándoos unos a otros con caridad, solícitos de conservar la
en el sitio de Jesús (Lc 13,30; 14,10; 16,19-31). unidad del espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,2; +Gál 6,1-2).
Los humillados. El término anaw procede del verbo En el monacato primitivo
anah, estar curvado, inclinado, abrumado, y una etimo-
logía semejante corresponde a la palabra humilde, que La humildad es una de las claves fundamentales de la espi-
viene de humus, tierra. Pues bien, el Evangelio de la sal- ritualidad monástica. Ella es «la puerta de Dios», «el terre-
vación trae consigo que el Salvador levanta a los humil- no donde Dios ordenó ofrecer el sacrificio» (Verba
des, y abaja a los orgullosos y soberbios (Mt 23,12; Lc seniorum Juan Colobós 15,22; Poimén 15,37). Muchas
14,11; 18,14). anécdotas ejemplares inculcan entre los monjes este sumo
aprecio por la humildad, y presentan a ésta como la ar-
Los servidores. Jesucristo, en este mundo, no buscó madura en la que se estrellan los ataques del Maligno. En
su propia gloria, sino que, tomando forma de siervo, se una de ellas se cuenta que el diablo, en forma de ángel, se
puso a los pies de los hombres, para darles ejemplo (Jn apareció un día a un monje: «Soy el ángel Gabriel y te he
8,50; 13,12-15; Flp 2,7). El no vino a ser servido, sino a sido enviado». El monje contestó humildemente: «Mira
servir y a dar su vida para la salvación de muchos (Mt si no has sido enviado a otro. Yo no soy digno de que se
20,27-28; Mc 10,43-45; Lc 22,26-27). Y ésa es la norma de me envíe un ángel». Y el demonio hubo de retirarse con-
todos los discípulos de Cristo. fundido (Verba sen. 15,68).
Los pecadores. No vino Jesús a llamar a los justos, El horror a la fama es en los monjes una de las muestras
sino a los pecadores. Por eso los que se tienen por jus- más frecuentes de humildad. Las continuas huidas de
tos, como el fariseo, permanecen en su pecado, en tanto muchos monjes santos han de explicarse no sólo como
que los que se reconocen pecadores, como el publicano, una búsqueda de mayor soledad, sino como una fuga de
alcanzan la gracia divina de la salvación (Mt 9,13; Lc los halagos del pueblo que les veneraba. San Antonio y
5,32; 18,9-14). San Pacomio, para evitar honores póstumos, no quisie-
En todas estas enseñanzas evangélicas se presenta la ron que fuera conocido el lugar de su sepultura. También
humildad como la actitud fundamental cristiana, por la es norma de humildad entre los monjes no juzgar a na-
que se abre el corazón a la gracia de Dios. El Evangelio die, pues «quien reconoce sus pecados, no ve los de los
de Jesús es el Evangelio de la humildad. demás» (Apotegmas Moisés 16).
Para Casiano la humildad es, sencillamente, «la maes-
En los apóstoles tra de todas las virtudes, el fundamento firmísimo del
Humildad ante Dios. Todo es gracia, todo es don de edificio celeste, el don propio y magnífico del Salvador»
Dios (Sant 1,17). El hombre, por sí mismo, «es nada» (Collationes 15,7). Concretamente, el progreso en los
(Gál 6,3), y si no lo reconoce, vive en la mentira. San grados de la humildad va en estricta correspondencia
Pablo pregunta al soberbio: «¿qué tienes tú que no lo con el crecimiento en la perfección de la caridad (San
hayas recibido? Y si lo recibiste ¿de qué te glorias, como Benito, Regla cp.7; San Bernardo, Sobre los grados de
si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4,7). De sí mismo humildad y de orgullo; Santo Tomás, STh II-II, 161,6).
confiesa: «por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Cor En este sentido amplio, puede por tanto decirse con San
15,10); «yo he servido al Señor con toda humildad» (Hch Basilio que la humildad es «la virtud total», la «toda vir-
20,19). Y los apóstoles, partiendo de esta profunda hu- tuosa» (panaretos: MG 31,645. 1377).
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Parte IV - El crecimiento en la caridad - 1. La humildad
frailes menores, por ejemplo, son fundados por San Fran-
cisco «para servir al Señor en pobreza y humildad» (II
En San Agustín Regla 6,2), y su vocación se cifra en «seguir las huellas
Así lo ve también San Agustín: «La humildad es casi la de la humildad de Cristo» (Celano, II Vida cp. 109,
única disciplina cristiana» (ML 39,1538-1539). Por ella n.148). Pero habremos de limitarnos aquí a sintetizar en
el hombre, reconociéndose criatura y pecador, se abre a la doctrina de San Juan de la Cruz las numerosas ense-
la acción del Espíritu Santo y al crecimiento en todas las ñanzas que los maestros espirituales nos han dado sobre
virtudes y dones. En la doctrina agustiniana sobre la hu- la humildad.
mildad hallamos una buena síntesis de toda la doctrina Por los apegos desordenados el hombre se arraiga en
de los Padres. sí mismo, en lugar de fundamentarse en Dios. Y en este
Cristo es la fuente de la humildad. El es para los hom- sentido puede decirse que la perfecta humildad está en
bres «Magister humilitatis verbo et exemplo» (38,415). el total despojamiento de los apegos desordenados que
Lo es por su encarnación, «porque siendo Dios, se hizo la persona pueda tener a ideas o costumbres, a sensacio-
hombre» (37,1203), y lo es por su pasión en el calvario, nes o sentimientos, a modos y maneras, a personas o
pues «fue crucificado por ti, para enseñarte la humil- cosas. Precisamente «en esta desnudez halla el alma es-
dad» (35,1391). La humildad será, pues, en adelante para piritual su quietud y descanso, porque, no codiciando
los cristianos el fundamento de todo el edificio de la vida nada, nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia
espiritual (38,441. 671). abajo, porque está en el centro de su humildad; porque
cuando algo codicia, en eso mismo se fatiga» (1 Subida
La humildad muestra al hombre su necesidad de Dios.
1,313).
Particularmente en los escritos antipelagianos, San
Agustín afirma apasionadamente que el hombre, dejado Los cristianos principiantes sólo adelantan si van por
a sus propias fuerzas, perece necesariamente, destroza- el camino de la humildad. Entonces, si son humildes,
do por sus culpas (38, 855). Y es precisamente por la no se fían de sí mismos, y buscan dirección espiritual,
humildad por la que el hombre se abre a la gracia de pues «el alma humilde no se puede acabar de satisfacer
Dios, y reconoce que «es El quien justifica» (38,756). sin gobierno de consejo humano» (2 Subida 22,11). Y si
La humildad agustiniana es, pues, antes que nada una son humildes se dejan llevar por Dios: «Humilde es el
actitud profundamente religiosa: «pia sub Deo humilitas» que se esconde en su propia nada, y se sabe dejar a
(34,441). Es la humildad de María, esa actitud que abre Dios» (Avisos 4,172). Por otra parte, si son humildes,
el corazón humano a la riqueza de los dones divinos, en no se atreverán a pecar; pero si la fragilidad humana les
tanto que los poderosos, por su soberbia, quedan pobres hace caer, no por eso rabian o se angustian o se desani-
y vacíos de esos dones (38,1315). man, sino que «en las imperfecciones en que se ven caer,
con humildad se sufren» (1 Noche 2,8). Ni siquiera los
Por la humildad conoce el hombre su propia verdad,
dones especiales que de Dios puedan recibir les enorgu-
conoce y reconoce que es un hombre, que es criatura,
llecen: saben bien que «todas las visiones y revelaciones
que está enfermo y débil, que es un pecador (35,1604;
y sentimientos del cielo y cuanto más ellos quisieren pen-
38,488. 756). La soberbia en cambio produce una falsi-
sar, no valen tanto como el menor acto de humildad, la
ficación total del hombre, el cual, renegando de su pro-
cual tiene los efectos de la caridad» (3 Subida 9,4). En
pia condición de criatura, quiere hacerse, al menos en la
efecto, humildad y caridad son hermanas que van siempre
acción, «su propio principio» (Ciudad de Dios XIV,13,1).
juntas: «el alma enamorada es alma humilde» (Avisos 1,28).
Según esto, la soberbia es «un perverso amor de sí mis-
mo» (34,437), y hace del hombre un simulacro de Dios, En los adelantados hay todavía un «cierto ramo de
«una perversa semejanza de Dios» (36,895-896). Y si soberbia oculta», una cierta satisfacción de sí mismos o
por don de Dios el hombre llega a una alta perfección del propio grupo, que denota claramente la imperfección
espiritual, es decir, a una gran semejanza con Dios, en- de la humildad. Por eso hay que afirmar que los perfec-
tonces es cuando ha de tener una especial humildad, para tos sólamente alcanzan la total humildad en la vida místi-
vencer la tentación siempre posible de la soberbia, si no ca. San Juan de la Cruz muestra de modo muy convincente
quiere perderlo todo (40, 420-421). cómo «éste es el primero y principal provecho que cau-
sa esta seca y oscura noche de contemplación, el cono-
San Agustín, con los Padres, contrariando la opinión
cimiento de sí y de su miseria... El alma antes no conocía
más frecuente entre los maestros paganos, enseña que
su miseria, porque en el tiempo que andaba como de
la humildad es magnánima, porque abre el hombre a la
fiesta, hallando en Dios mucho gusto y consuelo y arri-
fuerza de Dios. Precisamente lo que empequeñece al
mo, andaba más satisfecha y contenta, pareciéndole que
hombre es la soberbia, pues en ella queda el hombre re-
en algo servía a Dios»... Pero es ahora cuando llega a la
cluido a sus propias fuerzas miserables. Por eso «es enim
humildad perfecta «del conocimiento propio, no se te-
superbia non magnitudo, sed tumor» (39,1676). Es el
niendo ya en nada ni teniendo satisfacción ninguna de sí,
orgullo lo que deja al hombre por debajo de sí mismo,
porque ve que de suyo no hace ni puede nada. Y esta
pues le separa de Aquel que está por encima de todas las
poca satisfacción de sí y desconsuelo que tiene de que
cosas (37,1946). «Lo que está inflado, está vacío»
no sirve a Dios tiene y estima Dios en más que todas las
(39,1567).
obras y gustos primeros que tenía el alma y hacía, por
En fin, el misterio pascual de Cristo es la clave de la más que ellos fuesen, por cuanto en ellos se ocasionaba
humildad cristiana. Si la gloria del Resucitado tuvo su para muchas imperfecciones e ignorancias» (1 Noche 12,2).
principio en la humillación de la cruz (37,1454), también Coincide esto exactamente con aquello que ya vimos de Santa
el hombre llamado a participar de la grandeza divina ten- Teresa, cuando tratamos del examen de conciencia: «Es como el
drá que «aprender primero la humildad de Dios», parti- agua que está en un vaso, que si no le da el sol está muy clara; si da
cipando de la cruz de Cristo (38,671). en él, se ve que está todo lleno de motas». Antes de verse el alma
iluminada por tanta luz divina cree que «trae cuidado de no ofender
San Juan de la Cruz a Dios y que, conforme a sus fuerzas, hace lo que puede; pero
llegada aquí, que le da este Sol de Justicia que la hace abrir los ojos,
En todos los movimientos espirituales la humildad ha ve tantas motas que los querría volver a cerrar... se ve toda turbia»
sido siempre una inspiración evangélica fundamental. Los (Vida 20,28-29). En efecto, sólo en la contemplación mística alcan-
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za el cristiano la perfecta humildad. No hay completa humildad sin Cristo, viendo en ella «un yugo suave y una carga ligera»
vida mística. (Mt 11,30). Ni se le pasa por la mente la tentación de
Sin embargo, a esa intensa luz contemplativa no que- poner su lógica sobre la lógica del Logos divino, que es la
dará el alma encogida por el conocimiento propio, pues que la Iglesia enseña. Sabe perfectamente que la sabidu-
«alumbrará Dios el alma no sólo dándole conocimiento ría humana se desvanece ante la sabiduría de Dios. Por
de su bajeza y miseria, como hemos dicho, sino también ejemplo ¿qué hombre prudente hubiera organizado la re-
de la grandeza y excelencia de Dios» (1 Noche 12,4). dención de la humanidad por la locura y el escándalo de
Señalemos, pues, para terminar, las notas que carac- la Cruz? (1 Cor 1,17-2,16)... Pero los soberbios no en-
terizan el espíritu de humildad y la actitud de la soberbia tienden nada de esto, y se recluyen indefinidamente en la
en referencia a varios puntos importantes de la vida es- aparente lógica de su estupidez, prefiriéndola a la sabidu-
piritual. ría de Dios.
Oración de petición. –El que es consciente de sus pro-
Humildes ante Dios pias miserias, en todos sus empeños pone por delante la
Fe. –La fe es la forma primordial de la humildad. En oración de súplica. Por el contrario el soberbio, cerrado
efecto, sólo en la humildad comprende el hombre que en en su autosuficiencia, pretende las cosas sin la ayuda de
este mundo está perdido, que su mente es indeciblemen- Dios, y sólo como último recurso acude a la oración de
te vulnerable al error, y que únicamente en la Iglesia, petición, haciéndolo entonces con exigencia, es decir,
haciéndose discípulo de Cristo, puede llegar a encontrar tratando de mandar sobre la voluntad divina; así pues,
el camino cierto de la verdad por «la obediencia al Evan- «no pide, o pide mal» y tarde (Sant 4,2-3). Por eso el
gelio» (Rm 10,16; 2 Tes 1,8). Según esto es claro que humilde, siempre suplicante, con poco esfuerzo y gran
los soberbios no pueden llegar a la fe (+Lc 10,21), pues paz, consigue mucho sin cansarse apenas, en tanto que
antes que hacerse discípulos de Cristo y de su Iglesia, el soberbio, con grandes ansiedades y esfuerzos –si es
Madre y Maestra, preferirán incluso reconocer que es- que se digna hacerlos–, apenas consigue nada, pero se
tán perdidos, que no conocen la verdad, es decir, que cansa mucho.
son escépticos o agnósticos. Y aún es posible que lle-
guen a mostrarse orgullosos de su situación. Humildes ante los hermanos
Obediencia. –Como un niño va tranquilo de la mano Juicios. –El soberbio ignora la viga en su ojo y ve la
de su padre, aunque no sepa ni a dónde va ni por dónde, paja en el ojo del otro (Mt 7,3): tiende a excusar sus
así el humilde camina su vida procurando obedecer en culpas, para las que halla mil atenuantes, y juzga con
todo los mandatos de su Padre, es decir, dejándose con- dureza a los demás. En cambio el humilde «todo lo excu-
ducir por El. En cambio el soberbio no puede obedecer sa, todo lo cree, todo lo tolera» (1 Cor 13,7), y sabe
al Señor, pues se fía más de los pensamientos y caminos suspender su juicio: «ni aun a mí mismo me juzgo... Quien
humanos que de los juicios y normas divinos. Por eso lo me juzga es el Señor. Así pues, tampoco vosotros juz-
que caracteriza a los cristianos es precisamente que, acep- guéis antes de tiempo, mientras no venga el Señor, que
tando el espíritu filial de Cristo, han pasado de ser «hijos iluminará los escondrijos de las tinieblas y hará manifies-
rebeldes» (Ef 2,2) a ser humildes «hijos de obediencia» tos los propósitos de los corazones» (4,3-5).
(1 Pe 1,14). Veracidad. –La mentira procede casi siempre de la so-
Ley. –El humilde ama la ley, que de un modo patente y berbia, es decir, del deseo de ocultar un mal personal o
cierto le indica aquello que el Espíritu Santo quiere obrar de aparentar un bien propio inexistente. Por eso sólo el
en él, librándole así de perezas y engaños. Y no sólo humilde puede ser plenamente veraz. El humilde tiende a
acepta las leyes de la Iglesia, sino que a sí mismo se da ensalzar los méritos ajenos y a ocultar los propios, mien-
ciertas normas para asegurar su vida en la verdad y el tras que el soberbio se duele del bien ajeno, oculta sus
bien. Un sacerdote humilde, por ejemplo, es fiel a las propias fallas cuidadosamente, y se cuida bien de difun-
normas canónicas, pastorales o litúrgicas de la Iglesia, y dir y amplificar sus méritos reales o supuestos.
no querrá desobedecerlas, pues eso sería preferir su pro- Humildes ante nosotros mismos
pio juicio o el de otros amigos al pensamiento de la Igle-
sia; y sería también confiar más en la eficacia del medio Intención. –Jesús insiste continuamente en la pureza
humano, que en la gratuidad de gracia de Dios. El sober- de intención, en la limpieza del corazón. ¿Por qué hace-
bio, en cambio, aborrece la ley, y aunque su vida perso- mos una obra, para qué?... Es la intención la que da o
nal va bien torcida, no quiere admitir regla alguna para quita mérito a nuestras acciones. Por eso en el Sermón
dibujar su trazo. Y seguro de sus propios juicios, recha- del Monte, por ejemplo, Jesucristo enseña cuidadosa-
za sujetar su acción a la norma, a no ser cuando ésta mente a sus discípulos para que hagan sus ayunos, ora-
coincide con su apreciación personal. ciones y limosnas «no delante de los hombres, para que
os vean», sino para agradar al Padre celestial, «que ve en
Magisterio eclesial. –«Tengo por cierto –escribía Santa los escondido» (Mt 6,1-13; +23,1-12). Sólo la humildad
Teresa– que el demonio no engañará, ni lo permitirá Dios, puede asegurar la pureza de la intención, pues el que
al alma [humilde] que de ninguna cosa se fía de sí y está hace las cosas por vanidad –para que le vean– o por
fortalecida en la fe... y que siempre procura ir conforme soberbia –para satisfacción de sí mismo–, vacía las obras
a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, de su significación verdadera, y anda así en la mentira.
como quien tiene ya hecho asiento fuerte en estas ver- Es, por ejemplo, el seminarista que reza en el Seminario
dades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda para que le vean, pero que en vacaciones abandona la
imaginar –aunque viese abiertos los cielos– un punto de oración, porque ya no le ven o porque quienes le ven se
lo que tiene la Iglesia» (Vida 25,12; +13). Sabe el humil- ríen de ella.
de que la mente humana puede fácilmente quedar sujeta
a terribles engaños, y que sólo consigue permanecer li- Paz y descanso. –El humilde, como «anda en verdad», no
bre en la verdad dejándose enseñar por Dios. El humil- va agachado, encogido en menos de lo que es, ni va
de, por ejemplo, no juzga la doctrina de la Iglesia sobre agrandado con un esfuerzo continuo, fingiendo una altu-
el matrimonio, sino que trata de vivirla con la gracia de ra mayor que la suya, sino que camina en la verdad de su
130
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 1. La humildad
ser, en paz y descansado; y eso le permite llegar muy Paciencia. –El hombre humilde sabe sufrir sus pro-
lejos. Por otra parte, la humildad hace que la persona pios defectos, y en su lucha por superarlos, sabe tam-
acierte con su propia vocación, y el seguimiento fiel de bién esperar. No tiene prisa, que es una forma de avidez
la misma facilita muchísimo el curso de la vida. El so- y de ansiedad, es decir, de soberbia: no conduce, por
berbio, en cambio, encogido o agrandado, y siguiendo ejemplo, su coche con velocidad temeraria, como si qui-
tantas veces un camino vocacional que no es el suyo, no siera dominar el espacio y el tiempo, y como si le co-
conoce sino la inquietud y el cansancio. rrespondiera predominar sobre los otros conductores.
No es exigente con los demás; no se impacienta, por
Humildes en la actividad ejemplo, si el médico o el funcionario se demoran en
Confianza. –El humilde no apoya su vida en sí mismo, recibirle, porque es humilde. Tampoco es susceptible, y
sino en el amor de Dios providente, y vive confiado, no se indigna cuando sufre alguna hostilidad o menos-
como un niño que se confía a sus padres. El soberbio, precio. Tiene mucho aguante, y las penas o injusticias
en cambio, apoyado en sus propias fuerzas o en las cria- no le hunden ni desesperan, porque es humilde y está
turas con las que espera poder contar, está siempre lleno convencido de que, a pesar de todo, el Señor «no nos
de temores, inquietudes y ansiedades. No podría ser de trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga se-
otra manera. Recordemos el camino de la infancia espi- gún nuestras culpas» (Sal 102,10). De todos estos espí-
ritual, tan bellamente expresado en la espiritualidad de ritus carece el soberbio.
Santa Teresa del Niño Jesús. En el abismo de su miseria
–ella no puede nada– es precisamente donde se le mani- Humildes ante el pecado
fiesta mejor la misericordia del amor de Dios –todo es Tentaciones. –El soberbio, fiado en sus propias fuer-
gracia–, y por eso, como San Pablo, ella se goza en su zas, no teme aceptar los usos del mundo, y poniéndose
pequeñez, se gloría en su debilidad, porque le basta la en graves ocasiones de pecado, peca gravemente, pues
gracia del amor de Cristo, y sabe que cuando está más «el que ama el peligro caerá en él» (Ecli 3,27). Más aún,
débil, es entonces más fuerte (2 Cor 12,5-10). después de haber pecado se enorgullece de sus culpas, y
Magnanimidad. –Los humildes, como cuentan con hace ostentación de las cadenas que le mantienen escla-
Dios, se atreven a grandes cosas, tanto en lo personal vizado al pecado, como si de preciosos collares y pulse-
como en otras actividades exteriores. Saben que son «he- ras se tratasen (+Rm 1,32). El humilde, consciente de
chura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer aque- su debilidad, rehuye la tentación y la vence con la gracia
llas buenas obras que Dios de antemano preparó para de Dios, que auxilia a los humildes. Por otra parte, nada
que en ellas anduviésemos» (Ef 2,10). Teniendo una idea aprende el soberbio de sus caídas, pues o no las recono-
verdadera de sí mismos, quedan libres de muchísimas ce o echa de ellas las culpas a otros. En cambio el humil-
autolimitaciones: «Yo no valgo para», «yo no puedo pres- de aún de pecados muy pequeños, casi sin culpa, saca
cindir de», etc. Y por otro lado, libres de vanidad, no le enseñanzas grandes. Le decía Santa Teresa a una reli-
tienen miedo ni al fracaso ni al ridículo. La humildad, giosa: «Yo pienso que Dios la deja caer en estas faltas sin
pues, es magnánima, es decir, se atreve a grandes co- pecado –que en ellas no le hay– para que se humille y
sas. Los soberbios en cambio ignoran la magnanimidad, tenga por donde ver que no está del todo perfecta» (Fun-
pues no cuentan más que con sus propias fuerzas, y éstas daciones 18,10).
las conocen mal; por eso o hacen planes insensatos, que nunca Pecados. –El humilde, cuando peca, reconoce su cul-
podrán realizar, o los hacen sumamente mediocres, acomoda- pa, y como ama, se duele sinceramente de haber ofendi-
dos a sus fuerzas miserables, ya que no cuentan con otras. do a Dios y a los hermanos. El soberbio no reconoce sus
Bien decía San Juan Crisóstomo que «aquél que se pecados, culpa de ellos a otros o a las circunstancias, y
cree grande, en eso mismo es mediocre, pues tiene por si alguna vez se siente culpable, no se duele de sus cul-
grande lo que es pequeño» (MG 61,15-16). Los más pas ante Dios o ante el prójimo, por amor, sino ante sí
humildes –Francisco, Ignacio, Vicente... Teresa de mismo, por vanidad herida, por la frustración de sus
Calcuta– son los que realizan las obras más grandes. planes o por vergüenza ante los otros. Y eso explica que
Los más humildes son los que tienen el espíritu de la después del pecado el humilde experimenta «la tristeza
Esclava del Señor y pueden decir con ella: «me felicita- según Dios», que lleva a la conversión, en tanto que el
rán todas las generaciones, porque el Poderoso ha he- soberbio se ve abrumado por «la tristeza según el mun-
cho obras grandes por mí» (Lc 1,48-49). do», que no lleva sino a la muerte (2 Cor 7,10). Por otra
parte, mientras que el humilde tiende a asumir sus res-
Prudencia. –El humilde «no pretende grandezas que ponsabilidades culpables, el soberbio tiende a culpar a
superan su capacidad» (+Sal 130,1), sabe preguntar y los otros.
pedir consejo, admite informaciones y correcciones,
Cuando, por ejemplo, unos padres ven graves pecados y defi-
busca con empeño un director espiritual o consejero, no ciencias en sus hijos, si son humildes, lamentan sobre todo el mal
asume un cargo para el cual no es capaz, sabe retirarse a ejemplo y la mala educación que les han dado, las omisiones, la
tiempo o encomendar una labor suya a otro más idóneo, falta de oración de súplica en su favor, y así ven más a sus hijos
en una palabra, es prudente. El soberbio ni pregunta, ni como víctimas que como culpables. Los padres soberbios, por el
se aconseja, ni admite correcciones, de modo que toda contrario, echan pestes de sus hijos –«son unos desagradecidos,
su vida –elección de estudios, de cónyuge o de casa, unos degenerados, después de todo lo que hemos hecho por ellos»–
educación de los hijos, negocios, todo– está lleno de erro- , y ni se les ocurre pensar que de los males de sus hijos ellos son
probablemente los mayores culpables.
res y de culpas. Es el joven que, contra el consejo de
parientes y amigos, se mete obstinadamente en un nego- Corrección. –El humilde aprende siempre, cuando acier-
cio ruinoso, del que amigos y parientes habrán de sacar- ta y cuando yerra, y aprende también de los otros, por-
le. Es el hombre que opina con énfasis acerca de cues- que recibe sin envidia sus ejemplos y atiende sus razo-
tiones que realmente ignora. Es la abuela que se obstina nes sin molestarse. El soberbio, por el contrario, no apren-
en seguir mandando. Es el ignorante que trata de alec- de nunca, pues no reconoce sus culpas, ni sabe corre-
cionar al que sabe más que él, y así quiere «enseñar a girse a sí mismo, ni tampoco admite correcciones de los
nadar a la trucha»... demás.

131
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
Vigor ascético. –Mientras que los humildes se ajustan modo alguno cuando se refieren a la colectividad en que
a una vida rigurosamente ascética, los soberbios consi- está integrado. Es evidente: habiendo soberbia corporati-
deran ésta completamente innecesaria, e incluso perju- va, no puede ser perfecta la humildad personal...
dicial. Resulta curioso en esto observar cómo los más Se da también el caso de aquél que es humilde en su
santos son los que han sido más conscientes de la nece- persona, e incluso en su grupo, pero padece en cambio
sidad de una disciplina severa de vida. soberbia de especie, referida claro está a la especie hu-
Cuando San Bernardo, por ejemplo, con sus compañeros, se mana. La soberbia de especie, por ejemplo, no le permite
retira a Claraval y allí emprenden una vida de gran rigor penitente, reconocer que la mayoría de los hombres andan perdi-
familiares y también otros monjes ponen en duda si tanta peniten- dos, ni le deja ver que muchos de ellos son realmente a
cia es necesaria para la santidad. ¿Acaso la santidad necesita para
producirse unos medios ascéticos tan severos? ¿Dónde aconseja la los ojos de Dios cadáveres ambulantes. No puede admi-
Escritura el ocultamiento del propio nombre, tantas vigilias y ayu- tir la miseria humana, ni la soberbia le autoriza a recono-
nos, tantas mortificaciones en el comer y el vestir, tan severo cer la necesidad absoluta que tiene el hombre de un Sal-
recogimiento de los sentidos, tan austera limitación de los placeres vador que le abra los ojos y, tomándole de la mano, le
honestos? Por supuesto que jamás un medio ascético será necesa- alce y le salve por gracia. No entiende tampoco que las
rio para la santificación, pues ésta es siempre gratuita; pero San leyes humanas puedan causar en el pueblo enormes des-
Bernardo a estas objeciones responde siempre desde la humildad
más profunda. Cuando en su Apología explica por qué pasó de trozos si no se rigen por las leyes de Dios, el Señor sobe-
Cluny a la más estricta reforma cisterciense, le confiesa a su amigo rano, proclamadas por Cristo Rey. Tiene puesta su fe en
Guillermo, abad cluniacense de Saint Thierry: «No fue porque esta un cierto humanismo autónomo y, en nombre de la tole-
Orden [de Cluny] no fuera justa y santa, sino porque siendo yo rancia y del mal menor, lo considera justo, necesario e
«carnal, vendido como esclavo al pecado» [Rm 7,14], sentía en mi incluso salvífico... Pero el hombre específicamente so-
alma una debilidad tan grande, que necesitaba de una medicina más berbio no puede ser personalmente humilde.
fuerte» (IV,7). Consideraciones semejantes, esta vez referidas a la
debilidad de otro, expone San Bernardo en su Carta a Roberto, un La humildad perfecta es una humildad total: es perso-
primo suyo que había desertado de Claraval y se había refugiado en nal, corporativa, nacional y de especie humana.
un monasterio donde pretendía cuidar con tanta solicitud su cuer-
po como su alma. La misma humildad ascética se aprecia en Vocaciones humildes y serviciales
Humbelina, hermana de San Bernardo, que de ser una casada rica y
bella había pasado a ser una pobre, oculta y mortificada religiosa. Si la humildad escasea, los cristianos no seguirán las
Ella decía a las monjas que consideraban excesiva su austeridad vocaciones más humildes, aunque sean llamados por Dios
ascética: «Para mí, que he vivido tanto tiempo entre las vanidades a ellas. Y así éste, en lugar de ser un buen maestro, será
mundanas, ninguna clase de penitencia puede ser excesiva» (A. J. un mal catedrático. Aquel otro hubiera podido colaborar
Luddy, San Bernardo, Madrid, Rialp 1963, 83-84). La cosa es en una obra grandiosa, como secretario de otro, pero no
clara: la falta de vigor ascético es antes que nada falta de humildad,
es decir, soberbia, si no personal, al menos soberbia corporativa o
quiso servir, y se quedó en negociante rico y amarga-
de especie. do...
Incluso puede suceder que en ambientes escasos de
Humildes para amar humildad lleguen a desaparecer ciertas vocaciones hu-
Amor a Dios. –La humildad, que lo ve todo como don mildes, como por ejemplo la de los Hermanos legos; és-
del Creador y gracia del Redentor, no puede menos de tos, en efecto, con menos formación intelectual, menor
llevar al amor de Dios y al agradecimiento religioso. La autoridad en la comunidad, y dedicación habitual a labo-
soberbia, en cambio, que es un perverso amor de la pro- res sencillas, son, según la apreciación mundana, gente
pia excelencia o de la excelencia de la especie humana menor, gente humilde, religiosos subordinados, sujetos,
en general, inhibe por completo el amor a Dios y toda en parte al menos, a la dirección de otros. Así pues, en
gratitud hacia El, y presta al hombre la gloria que sólo a determinados ambientes, ya no habrá Hermanos santos,
Dios es debida (+Rm 1,23-25). como Martín de Porres, Alonso Rodríguez o el Hermano
Amor al prójimo. –El humilde ama a los hermanos a Gárate. Ya no habrá coadjutores, es decir, colaboradores:
pesar de los defectos que tengan, pues estima mayores ya San Bernardo no contará con el abnegado fray Geofredo de
los suyos propios. Sabe amar, incluso con especial amor, Auxerre, ni Santo Tomás se verá auxiliado, en sus inmensas
a los más modestos y oscuros, sin acepción de perso- tareas intelectuales, por el fiel fray Reginaldo. Y es que la so-
nas, pues no busca en el amor ventajas, prestigios o berbia generalizada, en el nombre de la igualdad, destru-
gratificaciones sensibles, ni tampoco pretende acercar- ye la misma posibilidad de estas vocaciones humildes y
se al sol que más calienta. Pero el soberbio no ama sino subordinadas. Con ello todos salen perdiendo: Bernardo
a los que le estiman –y ni siquiera esto es seguro–, se y Geofredo, Tomás y Reginaldo, la Iglesia y el mundo.
siente autorizado a retirar su amor de los defectuosos o Innumerables son las vocaciones falseadas por la so-
de quienes le han ofendido, y procura arrimarse sobre berbia o la vanidad, y ello introduce en la vida de los
todo a aquellos que pueden participarle prestigio, poder hombres no sólo grandes sufrimientos, sino también di-
o riqueza. ficultades numerosas e indebidas para la santificación.

Humildad personal, corporativa y de especie La humildad ha de ser pedida


La humildad, para ser perfecta, ha de ser una estima Supongamos que un hombre acepta la doctrina de la
verdadera de lo humano que está referida no sólo a la humildad. Es un primer paso bien importante, pero no
persona concreta, sino también a su grupo y nación, e suficiente, pues la humildad más que una doctrina es un
incluso a la especie humana. Y no decimos esto en vano. espíritu. Ahora bien ¿dónde podrá el hombre adquirir el
En efecto: espíritu de la humildad? ¿En el mundo? Imposible, pues
Se da a veces el caso de que alguien es humilde en la «todo lo que hay en el mundo es codicia de la carne,
consideración personal de sí mismo, pero que en su codicia de los ojos y orgullo de lo que se tiene» (1 Jn
autoestima corporativa, esto es, en referencia al grupo 2,16). ¿En sí mismo? Tampoco, pues el hombre es so-
al que pertenece, es soberbio. Su yo es humilde, pero su berbio y carnal desde su nacimiento, y «lo que nace de la
nosotros es orgulloso. Este admite, por ejemplo, ciertas carne es carne» (Jn 3,6). ¿Dónde podrá, pues, el hombre
correcciones hechas a su persona, pero no las tolera en adquirir el espíritu de la humildad? Sólamente en Cristo,
132
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 2. La caridad
que siendo el Hijo humilde y fiel, por la comunicación Catecismo, amor a Dios 2093—2094ss, amor al prójimo 2196ss, per-
del Espíritu Santo es para el hombre la fuente de la hu- dón de ofensas 2838-2845.
mildad. No hay otra. «Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón» (Mt 11,29). La humildad es el don
de Cristo, es su gracia de filiación. Un don que el hom- El misterio del amor
bre debe pedir. Dios es amor, y el hombre, que es su imagen, es amor (1 Jn
4,8; Gén 1,27). Por eso el hombre es hombre –es decir,
Juicio final de humildes y soberbios es imagen de Dios– en la medida en que ama, y se frus-
La Biblia, desde el fondo de los siglos, contempla el tra y deshumaniza en cuanto no ama. La ley de la gracia
ensalzamiento final de los humildes y el abatimiento defi- confirma la de la naturaleza cuando da al cristiano la
nitivo de los soberbios. En aquel Día «los ojos orgullo- vocación suprema de amar a Dios y al prójimo (Mt 22,36-
sos serán humillados, será doblegada la arrogancia hu- 40). El amor, pues, es el misterio más profundo de la
mana; sólo el Señor será ensalzado aquel día, que es el vida, la íntima clave esencial de todo ser viviente.
día del Señor de los ejércitos; contra todo lo orgulloso y El lenguaje del amor en el Nuevo Testamento, como en el Anti-
arrogante, contra todo lo empinado y engreído, contra guo Testamento, es muy variado y elegido. Los griegos disponían
todos los cedros del Líbano, contra todas las altas to- de cuatro términos para designar el amor, pero el Nuevo Testamen-
rres, contra todos los navíos opulentos... Será doblega- to no emplea ni stergein, amor de padres a hijos, ni eran y eros, el
do el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del amor impuro. Usa en cambio filein (el amare latino), amor familiar
y amistoso (Mt 10, 37), a veces poco sano (6,5; 23,6), a veces
hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día, y los especialmente tierno e íntimo; por ejemplo, cuando Jesús pregunta
ídolos pasarán sin remedio... Cesad, pues, de apoyaros a Pedro si le ama, Pedro emplea este verbo en las tres respuestas, y
sobre el hombre, cuya vida es solo un soplo» (Is 2). Jesús en la pregunta tercera (Jn 21,15-17). En todo caso, agapan y
Dios nos ha revelado, tanto en el Antiguo como en el Nuevo agape (diligere, caritas, en latín) será la expresión que prevalece en
Testamento, que en «el Día del Señor» final se producirá la caída el Nuevo Testamento y en la tradición para designar el amor más
irrevocable de la Babilonia mundana, llena de soberbia, fornicaciones alto y noble, el más profundo, que radica fundamentalmente en la
y riquezas, y el ensalzamiento definitivo de los humillados y opri- voluntad, y que a veces puede faltar del sentimiento (para designar,
midos (Ap 18). De tal modo que «muchos de los primeros serán por ejemplo, el amor a los enemigos, se usa este término, y no
los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros» (Mt filein).
19,30). Hay tantas clases de amor como niveles en el ser. En el
Es de fe que la exaltación final del Cristo glorioso en amor sensible la sensibilidad se complace en el bien sen-
esta tierra traerá consigo la victoria de los que, por ser siblemente captado. Mientras que en el amor espiritual
suyos, se ven ahora humillados. En efecto, «ahora so- es la voluntad la que se adhiere al bien captado por el
mos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo entendimiento. Y este amor espiritual puede ser interesa-
que hemos de ser. Sabemos que cuando [Cristo] aparez- do («amor concupiscentiæ»), si el que ama busca prin-
ca, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual cipalmente su propio interés, o benevolente («amor
es» (1 Jn 3,2; +Rm 8,18; 2 Cor 3,18; Col 3,4; Flp 3,21; benevolentiæ»), si el amante busca sobre todo el bien
1 Pe 1,5). Así pues, éste es el plan de Dios sobre los del amado.
hombres: «El que se ensalzare será humillado, y el que Las tres modalidades señaladas del amor son buenas,
se humillare será ensalzado» (Mt 23,12). en principio, y las tres –como en el caso de los esposos–
pueden darse juntas. En todo caso, el amor benevolente
es más noble y duradero que el interesado, y el amor
espiritual es más profundo y fuerte que el sensible. Aten-
ción especial merece el amor que llamamos de amistad,
por el cual dos personas, conscientemente, se unen por
el amor benevolente, con cierta comunicación de bienes
mutua (STh II-II,23,1-2; 80 ad 2m). Es éste el amor
más unitivo, pues «cuando alguien ama a alguien con
amor amistoso, quiere para él el bien como lo quiere
para sí mismo, es decir, le capta como si fuera un otro
yo» (I-II, 28,1).
En la amistad se unen, hemos dicho, dos personas: no hay amis-
2. La caridad tad si sólo una ama, ni puede haberla, por ejemplo, entre una per-
sona y un perro. La amistad es amor de benevolencia, aunque
también puede implicar otra clase de amor. No es un amor secreto,
sino consciente y mutuamente declarado. Por último, es la amistad
un amor que lleva consigo cierta comunicación mutua: la más im-
portante, la comunicación personal de conversación y relación
AA.VV., charité, DSp II,I (1940) 507-691; D. Barsotti, La reve- amistosa, pero también la comunicación de ayuda, consejo, colabo-
lación del amor, Salamanca, Sígueme 1966; J. Coppens, La doctrine ración y prestación de bienes.
biblique sur l’amour de Dieu et du prochain, «Ephemerides
Theologicæ Lovanienses» 40 (1964) 252-299, P. Delhaye-M. Las causas y efectos del amor, sobre todo de amistad,
Huftier, L’amour de Dieu et l’amour de l’homme, «Esprit et vie» son bien conocidos. El amor nace de la bondad, de la
82 (1972) 193-204, 225-236, 241-250; J. Egerman, La charité semejanza y del trato amistoso. Es la bondad del amante
dans la Bible, Casterman, París-Tournai 1963; A. Feuillet, Le y la bondad del amado lo que impulsa el movimiento del
mystère de l’amour divine dans la théologie johannique, París, amor; las cualidades de inteligencia, nobleza y hermosu-
Gabalda 1972; S. Lyonnet, Amore del prossimo, amore di Dio,
obbedienza ai comandamenti, «Rassegna di Teologia» 15 (1974) ra del amado, enamoran al amante, que se enamora co-
174-186; S. Ramírez, La esencia de la caridad, Madrid 1978, nociéndolas –no puede amarse lo que no se conoce, ni pue-
Bibl. de Teólogos Españoles 31; C. Spicq, Agape dans le Nuevo de amarse mucho cuando apenas se conoce–. El amor, por
Testamento, París, Gabalda 1958-1959, I-III (=Agape en el N.T., otra parte, produce, entre otros efectos, la unidad: el amor
Madrid, CARES 1977); Charité et liberté selon le N. T., París, Cerf une a los que se aman, más aún, «el mismo amor es tal
1969. unión o nexo» (STh I-II, 28,1). El amor se da entre se-
133
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
mejantes, y si no son muy similares, produce semejan- Aún más abiertamente que el Libro de la Creación, el
za. Y estos efectos fundamentales, unión y semejanza, Antiguo Testamento nos revela a Dios como amor. El
crecen con el intercambio personal y la mutua relación Señor ama a su pueblo como un padre o una madre aman
amistosa. a su hijo (Is 49,1S; Os 11,1; Sal 26,10), como un esposo
La unidad producida por el amor es afectiva, en cuan- ama a su esposa (Is 54,5-8; Os 2), como un pastor a su
to que los que se aman tienden a querer u odiar las mis- rebaño (Sal 22), como un hombre a su heredad predilec-
mas cosas; y efectiva, pues los que se quieren procu- ta (Jer 12,17). Nada debe temer Israel, «gusanito de
ran, en cuanto sea posible, estar juntos –son «insepara- Jacob», estando en las manos de su Dios (Is 41,14),
bles»–. Esta unión no siempre podrá ser física, pero pues «los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en
siempre es espiritual: el amado, ausente o presente, está los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas
siempre en el corazón del amante (Flp 1,7), como el de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre» (Sal
amante está en el amado, y hacen suyas mutuamente las 32,18-19). Hasta el hombre pecador debe confiarse al
cosas del otro. «Por eso el amor se dice íntimo» (I- Señor, pues él le dice: «Con amor eterno te amé, por eso
II,28,2). te he mantenido mi gracia» (Jer 31,3).
Entremos, pues, a estudiar la caridad, que es amor Pero es en Cristo en quien llega a plenitud la epifanía
sobrenatural de amistad, por el que Dios se une a los del amor de Dios. En él «se hizo visible (epefane) el
hombres, y éstos entre sí. Y lo haremos siguiendo el amor de Dios a los hombres (filantropía)» (Tit 3,4).
orden que nos dio Jesús (Mt 22,36-40) y también San «Tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo»
Juan (1 Jn 4,7-5,4): 1. –Dios es amor, 2. –Dios nos amó (Jn 3,16). Lo dio en la encarnación, y aún más en la
primero, 3. –nosotros amamos a Dios, y 4. –nosotros cruz. «En esto se manifestó la caridad de Dios hacia
amamos al prójimo. nosotros, en que envió Dios a su Hijo unigénito para que
nosotros vivamos por él. En eso está la caridad, no en
Dios es amor que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó y envió a su Hijo, víctima expiatoria por nuestros
Dios tiene verdadera voluntad (Vat.I 1870: Dz 3001;
pecados» (1 Jn 4,9-10). Este es «el gran amor con que
STh 1,19,1), con la que elige, quiere, decide, manda,
nos amó» Dios (Ef 2,4). En efecto, «Dios probó
impulsa, y sobre todo ama, ama con inefable potencia
(sinistesin, demostró, acreditó) su amor (agapen) hacia
de amor. En efecto, «Dios es amor» (1 Jn 4,8. 16): es
nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por no-
amor intratrinitario (ad intra) y amor a la creación ente-
sotros» (Rm 5,8).
ra (ad extra). El Padre celeste es amor, ama infinitamen-
te en sí mismo la bondad, verdad y belleza de su propio Por todo ello hay que decir que los cristianos somos
ser, y de este amor procede el Hijo divino por genera- los que «hemos conocido y creído la caridad que Dios
ción: «El Padre ama al Hijo» (Jn 3,35;+10,17), en Jesu- nos tiene» (1 Jn 4,16), y que todos los rasgos funda-
cristo reconoce «el Hijo de su amor» (Col 1,13; +Mt mentales de la espiritualidad cristiana derivan de este co-
3,17; 12,18; Ef 1,6). El Hijo es amor, como bien se nos nocimiento de la fe:
reveló en Jesús (Jn 14,31). Y el Espíritu Santo es amor, Obediencia. Los cristianos nos atrevemos a obedecer a Dios,
es el amor que une al Padre y el Hijo eternamente, amor incluso cuando ello nos duele o nos da mucho miedo o no lo enten-
divino personal y subsistente, fuente de todo amor y de demos, porque estamos convencidos del gran amor que nos tiene.
todo don. Vemos sus mandatos y la posibilidad de cumplirlos como dones
gratuitos de su amor. «Esta es la caridad de Dios, que guardemos
El Espíritu Santo es el amor. Así nos los muestra la Revelación sus preceptos, que no son pesados» (1 Jn 5,3).
divina (Rm 5,5) y la tradición teológica y espiritual. San Agustín
nos dice: «Dilectio, quæ ex Deo est et Deus est, proprie Spiritus Audacia espiritual. Los cristianos nos atrevemos a intentar la
Sanctus est» (ML 42,1083). Y el concilio XI de Toledo (a.675) perfecta santidad porque estamos convencidos de que Dios nos
confiesa como fe de la Iglesia que el Espíritu Santo «procede a la ama, y que por eso mismo nos quiere santificar. Aunque nos vea-
vez de uno y de otro [del Padre y del Hijo], y es la caridad o mos impotentes y frenados por tantos obstáculos internos y exter-
santidad de ambos» (Dz 527). Por eso Santo Tomás enseña que nos, «si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no
«en lo divino el nombre de amor puede entenderse esencial y per- perdonó a su propio Hijo, sino que le entregó por todos nosotros
sonalmente. [Esencialmente es el nombre común de la Trinidad]. Y ¿cómo no nos ha de dar con él todas las cosas?» (Rm 8,31-32).
personalmente es el nombre propio del Espíritu Santo» (STh I,37,1). Confianza y alegría. Si el miedo y la tristeza parecen ser los
El Espíritu Santo es el supremo don. La Escritura nos revela que sentimientos originarios del hombre viejo, la confianza y la alegría
el término don conviene personalmente al Espíritu Santo, como son el substrato vital del hombre nuevo creado en Cristo. La nece-
nombre suyo propio (Jn 4,10-14; 7,37-39; 14,16s; Hch 2,38; 8,17. sidad de amar y de ser amado es algo ontológico en el hombre –imagen
20). Tener en cuenta esto es muy importante para comprender de Dios-amor–. Los niños criados sin calor y amor de madre tienen
bien la naturaleza de la caridad y su relación ontológica con el un menor crecimiento espiritual y físico (lo mismo mostró el Dr.
Espíritu Santo. Dice Santo Tomás: «El amor es la razón gratuita de Harlow, en experiencias de 1930, con monos rhesus). Los anciani-
la donación. Por eso damos algo gratis a alguno, porque queremos tos privados de amor, mueren antes. En el mundo, hay miedo y
el bien para él. Lo cual manifiesta claramente que el amor tiene tristeza. En el Reino, confianza y alegría, porque «hemos conocido
razón de don primero, por el cual todos los otros dones gratuita- y creído la caridad que Dios nos tiene» (1 Jn 4,16).
mente se dan. Por eso, como el Espíritu Santo procede como amor, ((Algunos cristianos dudan del amor que Dios les tiene. Quizá
procede como don primero. Y en ese sentido dice San Agustín que creen que Dios ama a la humanidad, en general, pero no se saben
«por el don del Espíritu Santo, muchos otros dones se distribuyen personalmente conocidos y amados por Dios. Estos habrían de
entre los miembros de Cristo»» (I,38,2). decir con San Pablo: «Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y
se entregó por mí» (Gál 2,20).
Dios nos amó primero El sufrimiento personal o ajeno suele ocasionar ese inmenso error.
La creación es la primera declaración de amor que «Dice el Señor: «Yo os amo». Y objetáis: «¿En qué se nota que nos
amas?»» (Mal 1,2). Las penas, las injusticias, humillaciones y frus-
Dios nos hace. En ella se ve claro que Dios «nos amó traciones, son para muchos como nubarrones negros que ocultan el
primero» (1 Jn 4,19), pues antes de que él nos amara, sol del amor divino.
no existíamos: fue su amor quien nos dio el ser, y con el
Y el pecado también ocasiona esta misma ignorancia del amor de
ser nos dio bondad, belleza, amabilidad. Su amor nos Dios. «Siendo yo tan malo, es imposible que Dios me ame». «Se-
hizo amables. Y ahora el Señor «ama cuanto existe» (Sab ñor, apártate de mí, que soy hombre pecador» (Lc 5,8). Quien así
11,25), y toda criatura existe porque Dios la ama. piensa olvida que Cristo, precisamente, vino «a llamar a los peca-
134
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 2. La caridad
dores» (Mc 2,17), y que «siendo nosotros pecadores, murió por En el itinerario espiritual del alma el punto de partida es un
nosotros» (Rm 5,8). desamor a Dios tan grande que es preciso avanzar mucho para
Algunos cristianos menosprecian el amor que Dios les tiene. llegar al verdadero amor de Dios. Cuando Santa Teresa describe el
Creen en ese amor, pero no les importa apenas nada; no les da ni camino ascendente de la oración, hace falta llegar a la oración de
frío ni calor. Ellos apreciarían el amor de tales o cuales personas, o quietud, en el umbral de la vida mística, para que se encienda el
se alegrarían si su salud mejorase o si aumentara su sueldo; pero alma en tal amor: «Es esta oración una centellica que comienza el
que Dios les ame, eso es cosa que les tiene sin cuidado. Ahora bien, Señor a encender en el alma del verdadero amor suyo. Y si no la
como un amor lo apreciamos según el valor que damos a la persona mata por su culpa, ésta es la que comienza a encender el gran fuego
que nos ama, esa actitud manifiesta un horrible menosprecio o que echa llamas de sí, del grandísimo amor de Dios que hace Su
desprecio hacia Dios.)) Majestad tengan las almas perfectas» (Vida 15,4). Sólo una
«centellica»... ¡Qué pequeño será, pues, el amor de quienes todavía
Nosotros amamos a Dios son «amigos del mundo» (Sant 4,4), y aún tienen el corazón «divi-
dido» (1 Cor 7,34)! ¡Qué lejos están de amar a Dios con todas sus
«Este es el más grande y primer mandamiento» (Mt fuerzas, con el corazón entero!
22,38): «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, Y cuando el cristiano se va enamorando de Dios, ya «el vacío de
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu la voluntad es hambre de Dios tan grande que hace desfallecer el
mente» (Lc 10,27; +Dt 6,5). Este amor del hombre a alma» (Llama 3,20). Queda la voluntad vacía de criaturas, pues no
Dios será siempre respuesta al amor de Dios al hombre, puede amarlas si no es en Dios. San Ignacio de Loyola, en 1538,
que fue primero, en la creación y en la cruz. Y nunca escribía desde París a su hermano Martín: «El que ama algo por sí
mismo y no por Dios, no ama a Dios de todo corazón».
será excesivo, pues como dice San Bernardo, «no hay
más que una forma de amar a Dios, amarle sin tasa» Por eso los que están con el alma desmayada de ham-
(ML 182,983). bre y sed de Dios, cuando escuchan decir a Jesús: «si
alguno tiene sed, venga a mí y beba» (Jn 7,37), respon-
El Antiguo Testamento enseña a amar a Dios con todas las fuer-
zas del alma (Dt 6,5; 13,3), como al Creador grandioso (Sir 7,32), den como San Columbano:
como al Esposo unido a su pueblo en Alianza conyugal fidelísima «Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a
(Cantar; Is 54,4-8; 61,10; 62,4s; Jer 2,2. 20; 31,3; Ez 16 y 23; Os esa fuente. Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar
1-3; Sal 44; Sir 15,2; Sab 8,2). Los verdaderos israelitas merecen ser cada vez más. Te pedimos que vayamos ahondando en el conoci-
llamados con el altísimo nombre de «los que aman al Señor» (Ex miento de lo que tiene que constituir nuestro amor. No pedimos
20,6; Jue 5,31; Neh 1,5; Tob 14,7; 1 Mac 4,33; Sir 1,10; 2,18-19; que nos des cosa distinta de ti. Porque tú eres todo lo nuestro:
34,19; Is 56,6; Dan 9,4; 14,38; Sal 5,12; 68, 37; 118,132; 144,20). nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nues-
Amor y obediencia, por supuesto, van inseparablemente unidos. tra bebida, nuestro Dios. Infunde en nuestros corazones, Jesús
Por eso la expresión completa es: «los que aman al Señor y guardan querido, el soplo de tu Espíritu, e inflama nuestras almas en tu
sus mandatos» (Dt 5,10; 7,9; +Jn 14,15; 15,10). En los salmos este amor, de modo que cada uno de nosotros pueda decir con verdad:
amor a Dios tiene expresiones conmovedoras: «yo te amo, Señor, “Muéstrame al amado de mi alma”, porque estoy herido de amor.
tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios Que no falten en mí esas heridas, Señor. Dichosa el alma que está
mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi así herida de amor. Ésa va en busca de la fuente, ésa va a beber, y, por más
baluarte» (17,2-3; +30,24; 114,1). que bebe, siempre tiene sed, siempre sorbe con ansia, porque siem-
En el Nuevo Testamento Jesús enseña lo mismo, que a Dios hay pre bebe con sed. Y así siempre va buscando con su amor, porque
que amarle con todas las fuerzas del alma (Mt 22,34-40; Mc 12,28- halla la salud en las mismas heridas». Y así encuentra la fuente, si
34; Lc 10,25-28), pero lo enseña sobre todo en la cruz: «Conviene no se pierde entre las criaturas, «porque esta fuente es para los que
que el mundo conozca que yo amo al Padre, y que según el mandato tienen sed, no para los que ya la han apagado» (Instruc.13, Cristo
fuente de vida, 1-3).
que me dio el Padre [la cruz], así hago» (Jn 14,31). Y además –y
aquí está la novedad decisiva– Jesús desde el Padre nos comunica el Es de ver cómo aquella centellica de amor, si el alma
Espíritu Santo para que podamos amar a Dios con la fuerza de se va por el amor concentrando más y más en Dios, su
Dios (Rm 5,5). También los cristianos, como los verdaderos israe- centro (Llama 1,13), incendia completamente el alma, que
litas, somos «los que aman a Dios» (Sant 1,12; Rm 8,28; 1 Cor ya «se ve hecha como un inmenso fuego de amor que nace de
2,9). Cabe señalar, sin embargo, que el gran deber de amar a Dios,
fuera del primer mandamiento citado, no tiene frecuentes aquel punto encendido del corazón del espíritu» (2,11). Y cómo
formulaciones explícitas en los evangelios (Jn 5,42 es de sentido el amor a Dios transforma al hombre y lo eleva del mundo.
dudoso), aunque sí implícitas (por ejemplo Lc 15,11-32; Jn 17,21- «Quienes de veras aman a Dios –describe Santa Teresa–, todo lo
26). San Juan dice, en cambio, con frecuencia en su evangelio que bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo
hay que amar a Jesús, y que ese amor exige cumplir sus manda- lo bueno alaban, con los buenos se juntan siempre y los favorecen
mientos (Jn 8,51-52; 13,34-35; 14,15. 21-24; 15,10. 12; +1 Jn y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar.
2,15; 4,12. 20-21; 5,2-3). ¿Pensáis que es posible, quien muy de veras ama a Dios, amar
Es evidente que el hombre carnal necesita absoluta- vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites,
ni honras, ni tiene contiendas, ni envidias; todo porque no pretende
mente para amar a Dios «un corazón nuevo y un espíritu otra cosa sino contentar al Amado. Andan muriendo porque los
nuevo» (Ez 36,26-27). Y esto es lo que desde el Padre ame, y así ponen la vida en entender cómo le agradarán más» (Ca-
recibe en Cristo: «La caridad de Dios ha sido difundida mino Perf. 40,3).
en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha Y andan muriendo porque el Señor no es amado. ¿Cómo el
sido dado» (Rm 5,5). El es quien nos hace posible amar a cristiano enamorado de Dios no estará agonizando en este
Dios en Cristo, esto es, con todo el corazón. mundo, viendo tanto pecado contra Dios? Con qué razón
En efecto, el hombre en gracia es templo de la Trinidad dice San Pablo: «No quiera Dios que yo me gloríe sino
divina, y «así ama el alma a Dios con voluntad y fuerza en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mun-
del mismo Dios –escribe San Juan de la Cruz–, la cual fuerza do está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál
es en el Espíritu Santo, en el cual está el alma allí trans- 6,14). ¿Qué amor de Dios tienen quienes aman este mundo
formada. El le da su misma fuerza con que pueda amar- presente, tal como es? «Adúlteros ¿no sabéis que la amis-
le. Y hasta llegar a esto no está el alma contenta, ni en la tad del mundo es enemiga de Dios? Quien pretende ser
otra vida lo estaría, si no sintiese que ama a Dios tanto amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4).
cuanto de él es amada» (Cántico 38,3-4). Con este amor San Ignacio de Loyola dice: «cierto no tengo por cristiano aquel
del Espíritu Santo, el alma sabe que «está dando a Dios a quien no atraviesa su ánima en considerar tanta quiebra en servi-
al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva cio de Dios N. S.» (Cta. 12-II-1536).
del alma a Dios. Esta es la gran satisfacción y contento Santa Maravillas de Jesús, carmelita descalza (+1974), expresa
del alma, ver que da a Dios más de lo que ella en sí es y con frecuencia esta agonía en sus cartas de conciencia: «Realmente
vale. Es amar a Dios en Dios» (Llama 3,78-82). no me puedo sufrir en estos tiempos en que los suyos [los cristia-
135
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
nos] habían de serlo tan de veras. El ver las ofensas de Dios parece porque nos da su Espíritu para poder cumplirlo (Rm 5,5).
llegan a lo más íntimo del alma; se enciende allá dentro como un
amor callado, en oscuro, pero tan fuerte que a veces parece irresis-
Por otra parte, frente a una relativa sobriedad al hablar
tible»... «No puedo tampoco con esta frialdad de mi corazón, con del amor a Dios, el Nuevo Testamento parece centrarse
este ver que vivo aun, viendo al Señor tan ofendido... Ve, Padre, no en el amor al prójimo como en el único precepto. En éste
le amo, no le sé amar, ni lo sabré nunca, ¿para qué quiero la vida?... insiste Jesús en la última Cena (Jn 13,34; 15,12), y lo
¡Ay, Padre, no me concederá el Señor un poquito de su santo mismo hacen los apóstoles: «Toda la Ley se resume en
amor!»... «Luego, es un tormento de que el mundo corresponda así este solo precepto: «Amarás a tu prójimo como a ti mis-
al Señor, de no poder saciar sus deseos de que todas las almas se le mo»» (Gál 5,4; +Rm 13,8-9; 1 Jn 2,7; 3,11; 2 Jn 5). Esta
entreguen... Y luego es ver la propia miseria tanto mayor que de
ninguna criatura» (M. Maravillas de Jesús, Madrid 1975, 238-239). es «la ley de Cristo» (Gál 6,2).
Al menos de oídas, sepamos qué es amar a Dios. Y Amor a Dios y amor al prójimo
tengamos la humildad de reconocer la miseria de nuestro
amor, para que la humildad nos lleve al amor verdadero... Es Dios quien nos mueve internamente por su Espíritu
a amar a los hombres. En sí mismo tiene Dios, en su
La caridad nace de la fe. Así como las Personas divi- propia bondad, la causa de su amor a los hombres: por-
nas «se conocen» (Jn 10,15; 17,25), así el cristiano «co- que él es bueno, por eso nos ama, con un amor difusivo
noce» a Dios (17,3). Y esta gnosis admirable hace posi- de su bondad. De modo análogo, los que hemos recibido
ble el excelso amor a Dios de la caridad sobrenatural. La el Espíritu divino, amamos a los hombres en un movi-
fascinante epifanía que enamora al hombre de Dios y le miento espiritual gratuito y difusivo, que parte de Dios.
saca de sí mismo por el amor es «la ciencia de la gloria Así nosotros amamos al prójimo con total y sincero amor,
de Dios, que brilla en el rostro de Cristo» (2 Cor 4,6). porque Dios, que habita en nosotros, nos mueve interna-
La caridad es verdadera amistad con Dios. Hay entre mente con su gracia a amarles. De este modo, nuestro
Dios y el hombre mutuo conocimiento, amor mutuo de amor a los hombres participa de la calidad infinita de la
benevolencia, fundamentado en la participación de la filantropía divina.
naturaleza divina (2 Pe 1,4). Ya no somos para el Señor San Juan enseña claramente que el amor a Dios es fuente del
siervos, sino «amigos» (Jn 15,15; STh II-II,23,1). amor al prójimo. Esa primacía es eficiente y ejemplar: «El dio su
vida por nosotros, y nosotros debemos dar nuestra vida por nues-
«La caridad ama a Dios inmediatamente, y mediante tros hermanos» (1 Jn 3,16); «si de esta manera nos amó Dios,
Dios ama las criaturas» (II-II,27,4). El acto de enten- también debemos amarnos unos a otros» (4,11). Es una primacía de
der se cumple con que lo conocido esté mentalmente en naturaleza: «Todo el que ama a Aquel que le engendró, ama al nacido
el cognoscente; pero el acto de la voluntad, el amor, se de él» (5,1). Y es una primacía de mandato: «Nosotros tenemos de
perfecciona por la unión con el mismo objeto. Pero eso, él este precepto, que quien ama a Dios, ame también a su hermano»
quien por la caridad «se adhiere al Señor, se hace un (4,21). Todo, en fin, parte de que «Dios es amor» y de que «él nos
amó primero» (4,8. 16. 19).
espíritu con él» (1 Cor 6,17).
Es Dios mismo quien causa la amabilidad de los hom-
La caridad tiende a amar a Dios totalmente (II-II,27,5-
bres. En realidad, no es posible que amemos al prójimo
6). No todos nuestros actos podrán ser actualmente
imperados por la caridad, pero sí todos ellos podrán ser por sí mismo, sin referencia a Dios, pues nuestro próji-
mo no tiene en sí mismo ni su razón de ser, ni su razón
virtual o habitualmente realizados bajo su influjo. El amor
de ser amado. Tampoco puedo amar al prójimo por mí,
de la caridad es un amor sin límites, que tiende a im-
pregnar todos los planos y fuerzas de la personalidad pues eso sería tomarlo como ocasión para ejercitar mi
caridad y perfeccionarme. Al prójimo le amamos por Dios,
humana, también la sensibilidad y el subconsciente. Aun-
que es la causa permanente de su amabilidad.
que, eso sí, el amor a Dios será genuino tanto si la sen-
sibilidad está inundada de gozo (Lc 10,21), como si se Amor a Dios y a los hombres son inseparables, hasta
siente abandonada y despojada (Mt 27,46). el punto de que un amor se verifica por el otro. Dios no
acepta la ofrenda de nuestro amor si no estamos unidos
La caridad nos hace vivir en Dios. «Dios es caridad,
y el que vive en caridad permanece en Dios y Dios en por el amor a nuestros hermanos (Mt 5,21-24). Por una
parte, «si uno dijere «Amo a Dios», pero aborrece a su
él» (1 Jn 4,16). Cuando por el amor el hombre se centra
hermano, miente» (1 Jn 4,20; +3,17). Y por otro lado,
y concentra más y más en Dios, «llegará a herir el amor
de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, «conocemos que amamos a los hijos de Dios, en que
amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos» (5,2).
que será transformarla y esclarecerla según todo el ser y
La veracidad de un amor es garantía de la realidad del
potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta
ponerla que parezca Dios» (Llama 1,13). otro (+3,14; Jn 13,35).
El amor cristiano al prójimo es amor en Cristo. No
Nosotros amamos al prójimo podemos amar a los condenados, definitivamente sepa-
«Amarás al prójimo como a ti mismo», nos dice Dios rados de Jesucristo. Amamos a los hombres en cuanto
en el mandamiento segundo, que Jesús declara semejan- que están en gracia de Dios o en cuanto, al menos, están
te al primero (Mt 22,39). El mismo precepto cobra en el llamados a ella. Y no podemos amar a Cristo, si no ama-
Evangelio otras formulaciones análogas: «Como yo os mos a los hombres, miembros actuales o potenciales de
he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34; su Cuerpo.
+15,12). «Cuanto quisiéreis que os hagan a vosotros los De este modo, Cristo aparece como el mediador absoluto, no
hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la sólo entre los hombres y Dios, sino también entre los hombres y
Ley y los Profetas» (Mt 7,12; +Lc 6,3 1). los hombres. Este admirable cristocentrismo de la caridad fraterna
es muy notable en la doctrina de San Agustín: «Amad a todos,
También la Ley mosaica prescribía: «Amarás a tu prójimo como incluso a vuestros enemigos: no porque sean hermanos, sino para
a ti mismo» (Lev 19,18), y el hombre, por su misma naturaleza, se que lleguen a serlo. Si amas a uno que todavía no cree en Cristo,
inclina hacia ese amor: «Todo animal ama a su semejante, y el estás reprendiendo su vaciedad. Tú ama, y ama con amor fraterno:
hombre a su prójimo» (Sir 13,19). En todo caso, el Antiguo Testa- no es tu hermano aún, pero le amas precisamente para que llegue a
mento no vincula formalmente, como lo hace Jesús, el amor a Dios serlo. De modo que todo nuestro amor fraterno se dirige a los
y el amor al prójimo, aunque sí vincula ambos mandatos de modo cristianos, a todos los miembros de Cristo. Dilata tu amor por todo
implícito (Os 4,1; 6,4; 10,12; 12,7; Miq 6,8). Sin embargo, el man- el orbe, si quieres amar a Cristo, pues los miembros de Cristo se hallan
damiento de Jesús es un precepto nuevo, completamente nuevo, extendidos por todo el mundo. Si sólo amas una parte del cuerpo,
136
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 2. La caridad
estás dividido; si estás dividido, no estás en el cuerpo; si no estás en pecado, no en estado puro–, fe-caridad es gracia. Ahora
el cuerpo, tampoco estás unido a la cabeza» (SChr 75,428-430). bien, naturaleza y gracia, aunque realidades distintas, no
El amor al prójimo tiene una cierta primacía de ejer- son cosas separadas o contrapuestas. La gracia perfec-
cicio sobre el amor a Dios mismo, aunque éste sea el ciona y eleva la naturaleza, y la caridad perfecciona y
amor primero y más excelente. Esta tradicional doctrina eleva la filantropía.
halla también en San Agustín un maestro eximio: «El amor Es posible, y así lo enseña San Pablo, que un hombre
a Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el dé su hacienda o la misma vida corporal, y que, si lo
amor al prójimo es el primero en el rango de la acción. hace sin caridad, no le aproveche eso para la vida eterna
Quien te impuso este amor en dos preceptos, no habría (1 Cor 13,3). Luego se distinguen filantropía y caridad.
de proponerte primero el amor al prójimo y luego a Dios, En el mismo sentido dice Santo Tomás: «Quien tiene
sino al revés, primero a Dios y después al prójimo. Pero caridad a Dios, con la misma caridad ama al prójimo;
tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces pero uno puede amar al prójimo sin tener la virtud de la
mérito para verle» (CCL 36,174). caridad, con otra clase de amor» (STh II-II, 18,2 ad
Es la misma doctrina de Santa Teresa: «Cuando yo 3m).
veo almas muy diligentes en atender la oración que tie- San Agustín insiste en la novedad de la caridad cristiana. Los
nen y muy encapotadas cuando están en ella, me hace cristianos «escuchan y guardan estas palabras: “Os doy un manda-
ver cuán poco entienden del camino por donde se alcan- miento nuevo; que os améis mutuamente”. No como se aman quie-
za la unión [con Dios]. Y piensan que allí está todo el nes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres
negocio. Que no, hermanas, que no; obras quiere el Se- simplemente porque son hombres, sino como se quieren todos los
que se tienen por dioses e hijos del Altísimo, y llegan a ser herma-
ñor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún nos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor
alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te com- con que él los amó. Este amor nos lo concede [es, pues, gracia,
padezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti, y si dada con el Espíritu Santo] el mismo que dijo: “Como yo os he
fuere menester, lo ayunes porque ella lo coma. Cuando amado, amaos vosotros mutuamente”. Pues para esto nos amó
os viéreis faltas de esto, aunque tengáis devoción y re- precisamente, para que nos amemos unos a otros; con su amor hizo
galos y alguna suspensioncilla en la oración de quietud – posible [como causa eficiente y ejemplar] que nos vinculáramos
estrechamente y, como miembros unidos por tan dulce vínculo,
que algunas luego les parecerá que está todo hecho–, formáramos el Cuerpo de tan espléndida Cabeza» (CCL 36,490-
creedme que no habéis llegado a la unión, y pedid a nues- 492).
tro Señor que os dé con perfección este amor al próji-
mo» (5 Moradas 3,11-12). Filantropía y caridad se distinguen en razón de moti-
vo, fin, medios, eficacia y premio.
((Algunos secularizan el amor al prójimo, como si no tuviera su
fuente en el amor a Dios y en el amor de Dios a los hombres. Pablo Por el motivo. El amor filantrópico ama al hombre por
VI decía al CELAM: «Nos parece oportuno llamar la atención sí mismo, por sus propios valores naturales –salud, be-
sobre la dependencia de la caridad para con el prójimo de la caridad lleza, fuerza, bondad, inteligencia–, sin relación con Dios.
para con Dios. Conocéis los asaltos que sufre en nuestros días esta Por eso es amor que se debilita o cesa cuando disminu-
doctrina de clarísima e inimpugnable derivación evangélica. Se quiere yen o desaparecen esos valores. El amor caritativo, por
secularizar el cristianismo, pasando por alto su esencial referencia
a la verdad religiosa, y a la comunión sobrenatural con la inefable e el contrario, sin ignorar o menospreciar tales valores del
inundante caridad de Dios para con los hombres. [Y esto se hace] hombre, le ama movido por Dios mismo, como una irra-
para librar al cristianismo de «aquella forma de neurosis que es la diación gratuita y difusiva de su bondad.
religión» (H. Cox)» (24-VIII-1968).
Por el fin. La filantropía pretende el bien natural y
Otros, o los mismos, reducen e identifican el amor a Dios con un temporal del hombre amado, pero la caridad, al mismo
amor absoluto y desinteresado al prójimo. Varios protestantes (D.
Bonhoeffer, el obispo anglicano J. A. T. Robinson, Honest to God, tiempo que esos bienes, y más todavía, busca para él el
Londres 1963), y algunos autores católicos que presentan ciertas bien sobrenatural y eterno, que va unido a la glorifica-
versiones de teología de la secularización y de teología de la libera- ción de Dios en el mundo.
ción, de tal modo identifican el primer y el segundo mandamientos,
como si siempre que se amase a los hombres se amase necesaria- Por los medios. La filantropía es amor que, para obte-
mente a Dios, y como si Dios no fuera en sí mismo el objeto ner sus fines, usa medios exclusivamente naturales. La
primario e inmediato de la caridad evangélica. Estas enseñanzas se caridad emplea medios naturales y sobrenaturales. Unas
apartan de la tradición católica, pues las sagradas Escrituras, exa- religiosas, por ejemplo, dedicadas a la asistencia social
minadas en su conjunto, «no identifican sin más el amor a Dios y el emplean para su dedicación oraciones, casas, huertos,
amor al prójimo» (Coppens 298). sacramentos, virginidad, medicinas y cuanto consiguen,
Para otros el hombre debe ser amado en sí mismo, no por Dios, como y lo hacen de tal modo que los mismos medios naturales
si la referencia a Dios debilitara o vaciara la autenticidad de ese amor. son empleados según la nueva lógica de la fe y la nueva
Ahora bien, si alguien nos dijera «Amad a vuestros hermanos, pero
prescindiendo de que tienen alma», pensaríamos que estaba loco.
prudencia de la caridad.
¿Qué ganan con eso nuestros prójimos? ¿Como les podremos amar Por la eficacia. La filantropía no muestra gran efica-
si prescindimos de lo que en ellos es más real y precioso? De modo cia, pues es amor enfermo del hombre adámico. Suele
análogo, ¿cómo podremos amar a nuestros hermanos prescindien-
do de la relación que tienen con Dios? Privados nuestros prójimos ser amor reducido a la familia o a los amigos, a un cierto
de Dios, realmente «se quedan en nada». Por otra parte, en ese sector social o ideológico. Amor frecuentemente intere-
supuesto siniestro, ¿cómo podremos amar al niño no nacido, al sado, ávido de gratificaciones sensibles, y que cesa fá-
loco o al criminal, al subnormal o al interminable agonizante que cilmente con lo adverso, y es capaz de pervertirse en
para la comunidad es un puro lastre? Con razón considera San grandes crímenes –abandonos, traiciones, abortos, di-
Ignacio que Dios da una gracia muy grande cuando el alma viene a vorcios, eutanasias, riquezas injustas ampliamente con-
«inflamarse en amor de su Creador y Señor, y consecuentemente
cuando ninguna cosa creada sobre la haz de la tierra puede amar en
sentidas–. Pero la caridad –históricamente lo tiene bien
sí, sino en el Creador de todas ellas» (Ejercicios 316).)) probado– es un amor excelsamente eficaz: es fuerte, fiel,
paciente, desinteresado, gratuito, universal, maravillosa par-
Filantropía y caridad ticipación en el maravilloso amor de Dios (1 Cor 13,4-7).
Filantropía y caridad son dos clases distintas de amor, Por el premio. La filantropía no consigue el bien eter-
que conviene distinguir. En tanto que razón-filantropía no de sus amados, ni tampoco logra la vida eterna para
es naturaleza –y, por supuesto, naturaleza herida por el el filántropo que no funda su amor en Dios (1 Cor 13,3).
137
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
Pero los actos de la caridad, aunque sean mínimos, el tud teologal, una virtud específica, pues aunque tenga
don de «un vaso de agua fresca» (Mt 10,42), aunque objetos materiales muy diversos, el motivo de su amor –
estén realizados «en lo secreto» y nadie los advierta, re- la razón formal que lo especifica– es siempre el mismo:
ciben un premio inmenso del Padre celestial, «que ve en la inmensa Bondad divina, considerada en sí misma o en
lo secreto» (6,1-18; +Lc 14,12-14). cuanto comunicada a nosotros o a nuestros prójimos
((Algunos exaltan la filantropía y menosprecian la caridad, como (STh II-II,23,3-5).
si «el amor al hombre por el hombre» fuera más genuino y eficaz La caridad es amor «afectivo» que debe producir un
que «el amor al hombre por Dios». Hace unos años, valga el ejem- obrar «efectivo» tanto hacia Dios como hacia los her-
plo, una institución católica difundía un cartel en el que se leía: «El
amor... es de Dios. La caridad... de la señora condesa». Traducido: manos. «Todo árbol bueno da buenos frutos» (Mt 7,17).
«El amor, simplemente el amor, es lo que vale, pues la caridad Un amor se conoce por sus obras. El amor a Dios lleva a
apenas vale de nada». Nunca la palabra caridad había tenido cotiza- obedecerle: «Esta es la caridad de Dios, que guardemos
ción tan baja. Los autores del Nuevo Testamento, por el contrario, sus preceptos» (1 Jn 5,3; +Jn 14,15; 15,10). Y lo mismo
desecharon las palabras griegas más usuales para hablar del amor, y el amor a los hombres: ha de ser efectivo. «No amemos
prefirieron emplear la palabra más preciosa agape. Pero éstos, de palabra y de frases, sino de obra y verdad» (1 Jn
siguiendo el movimiento inverso, desechan la palabra caritas
(agape) y dan su preferencia a la palabra amor, que en nuestra 3,18), «que no está el reino de Dios en palabrería, sino
sociedad puede referirse a diez realidades distintas. Exaltan la fi- en eficacia» (1 Cor 4,20).
lantropía y la naturaleza y menosprecian la caridad y la gracia.)) La virtud de la caridad es la más excelente, ella es «el
((En la historia de la Iglesia, la consideración de la filantropía ha camino mejor» (1 Cor 12,31), es superior a la fe y la
conocido dos errores contrarios entre sí: esperanza (13,13), pues durará eternamente (13,8). Como
–Unos han negado la posibilidad misma de la filantropía. El ya vimos más arriba, en ella se cifra la perfección cristia-
amor del hombre o es viciosa concupiscencia o es caridad sobrena- na, pues ella une al hombre con Dios en comunión
tural (Bayo 1567: Dz 1934-1938; jansenismo 1690: 2307). Todo transformante. El hombre, dice San Agustín, se hace lo
lo que puedan obrar o amar los infieles y pecadores –que no están que ama: «Si amas la tierra, eres tierra; pero si amas a
en gracia de Dios– es pecado (1925, 1935, 1940). En esta visión,
por ejemplo, todo lo que haga una mujer que vive en adulterio – Dios ¿qué diré, sino que eres Dios?» (ML 35,1997; +STh
sacrificios por su amante, desvelos por sus hijos, cuidados en la II-II,23,6 ad 1m).
enfermedad–, todo es pecado y solo pecado, perfectamente inútil La caridad activa e impera con la fuerza de su amor
para la gracia y la vida eterna. todas las virtudes, y así se hace benigna, paciente, y no
La Iglesia, por el contrario, no cree que todos los actos del peca- miente, ni roba, ni mata (1 Cor 13,4-7; Rm 13,8-10):
dor o incrédulo sean pecados, ni que todo amor en ellos sea egoís- «Que todas vuestras obras sean hechas en caridad» (1
mo y culpa. Cree que los actos buenos que hagan tienen un valor
dispositivo ante la gracia, y contribuyen a eliminar los obstáculos
Cor 16,14).
que se oponen a ésta en la persona. Por eso la caridad es llamada la forma de todas las
–Otros piensan que toda filantropía es caridad, o en otras pala- virtudes (II-II,23,8), no porque su esencia se confunda
bras, que todos los actos moralmente buenos son salvíficos, son con la de éstas, que tienen su esencia distinta y propia,
meritorios de vida eterna. Los extremos se tocan: éstos, como los sino porque la caridad –impera y mueve todas las virtu-
anteriores, vienen a negar la posibilidad de la filantropía; vienen a des, estimulándolas a sus buenas obras específicas; –
concluir también que el amor o es concupiscencia pecaminosa o finaliza en Dios, en la unión con Dios, que es su fin
caridad salvífica.
propio, el ejercicio de todas las virtudes; –y da mérito a
La respuesta teórica a esta doctrina ya la hemos expuesto: no todas ellas, las cuales, ejercitadas sin caridad, no ten-
toda filantropía es caridad; es evidente que puede haber un amor
filantrópico no caritativo. drían valor salvífico, pues «el mérito de vida eterna per-
tenece primordialmente a la caridad, y a las otras virtu-
La consideración práctica de la cuestión debe llevarnos a señalar
que en realidad muchas de las acciones ingenuamente considera-
des en cuanto que sus actos sean imperados por la cari-
das caritativas son meramente filantrópicas o incluso simplemen- dad» (I-II,114,4).
te egoístas. Si un cristiano, a pesar de oración, sacramentos y La caridad es amor que debe crecer siempre, más y
demás, no tiene buen cuidado en rectificar la intención y motivar más. Ha de crecer doblemente: ejercitándose en actos
bien sobrenaturalmente sus acciones, fácilmente ejercitará su «ca-
ridad» por el ansia de ser querido, por afán de manipular personas
cada vez más intensos, y teniendo sobre todas las demás
o dominar grupos, por sentirse eficaz e imprescindible, o por hacer virtudes un influjo e imperio cada vez más actual –no
algo, sin más, y matar así el tiempo. Esto los maestros espirituales meramente habitual– y más extenso, esto es, más univer-
lo han sabido de siempre, y hoy lo saben perfectamente los psicó- sal en todos los actos de todas las virtudes.
logos. Pues bien, si eso le puede suceder fácilmente a un cristiano, ((Algunos dicen: «Lo que importa es la caridad», y descuidan
también y más le puede ocurrir al pecador o al incrédulo, que están las otras virtudes, laboriosidad, oración, castidad, obediencia, etc.
sin Dios. Pero sin la práctica de tales virtudes no se puede ni amar a Dios, ni
Y sin embargo, no obstante ser esto tan sabido, todavía algunos amar al prójimo, como es obvio. Al tratar de la perfección cristiana,
consideran con ingenuidad ignorante que cualquier amor al próji- ya vimos cómo su constitutivo esencial es la caridad, y el integral,
mo es verdadera caridad sobrenatural. Y esa credulidad se hace todas las virtudes bajo el imperio de la caridad.
extrema en los ingenuos aludidos cuando ven que una persona ama
sin estar motivada por dinero o sexualidad: como si en tales casos Algunos ignoran que la caridad afectiva es falsa si no es también
ya, automáticamente, resultara superfluo todo discernimiento es- efectiva. El que dice amar a Dios, pero no hace lo que él manda, se
piritual. Ignoran así que, además del dinero y del sexo, hay innume- engaña. «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando»
rables ídolos potentísimos –soberbia, afán de popularidad, auto- (Jn 15,14). Igualmente, el que dice amar al prójimo, pero no hace
admiración, etc. –, a los que el amor falso puede ofrendar perdura- por él lo que podría para ayudarle en su necesidad, miente: «¿Cómo
blemente su más aromático incienso.)) mora en él la caridad de Dios?» (1 Jn 3,17).
Otras personas hay, en cambio, que aman a Dios y al prójimo
La virtud de la caridad realmente, pero que dudan de su amor, porque no pueden hacer
obras externas en favor de Dios y del prójimo. A éstos –enfermos,
La caridad es una virtud infundida por la gracia en la ancianos, agobiados por el trabajo, ignorantes– hay que recordarles
voluntad, con la que amamos a Dios por sí mismo con que la caridad radica fundamentalmente en la voluntad, y que en ella
todas nuestras fuerzas, y al prójimo por Dios, como Cristo puede producir muchos actos internos de gran valor para la gloria
nos amó. Algunos identificaron la caridad con el Espíri- de Dios y la santificación de los hombres. Después de todo, la
tu Santo (Pedro Lombardo) o bien con la gracia san- caridad de Cristo llegó «hasta el extremo» (Jn 13,1) precisamente
tificante (Escoto, Belarmino); pero la caridad es una vir- en la cruz, en la pasión, cuando estaba clavado de pies y manos,
138
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 2. La caridad
pasivo, sin poder hacer nada, sino solo amar y padecer. mente la inclinación del sentimiento quede integrada en
Hay otros que radican más la caridad en el sentimiento que en la la poderosísima inclinación de la voluntad. Por eso la
voluntad, lo cual les lleva a muchos otros errores. Dudan de su perfecta caridad suele sentir una inmensa simpatía por
amor a Dios cuando no sienten ese amor, sino que sienten frialdad Dios y por todos los hombres, también por los malos o
o incluso repugnancia sensible por las cosas de Dios. A éstos hay desagradables. Las antipatías sensibles hacia ciertas per-
que recordarles que el amor se fundamenta en la voluntad: por la
voluntad el hombre quiere, ama, elige, da y se entrega. Por tanto,
sonas suelen darse en los cristianos principiantes, pero
independientemente de lo que el cristiano sienta o deje de sentir, no en los perfectos, pues tales antipatías sólo perduran
ama al Señor en la medida en que quiere hacer su voluntad: «El que si en algún punto la voluntad se hace cómplice de ellas:
recibe mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama» (Jn 14,21; ahí encuentran su arraigo. Pero si la voluntad no con-
+14,15; 15,10). Y algo semejante sucede respecto a la caridad al siente en la antipatía que la persona siente hacia alguien,
prójimo. Ciertamente, el amor de la voluntad tiende a arrastrar se va extinguiendo ese sentimiento negativo, y va cre-
consigo la inclinación del afecto sensible, pero, como es patente, no ciendo en la afectividad una simpatía profunda y dura-
siempre lo consigue, sin que ello lesione verdaderamente la cari-
dad.)) dera.
Quien se imagina que la caridad es un amor frío, volitivo, pero no
Cualidades de la caridad al prójimo sensible y afectivo, no conoce el Corazón de Cristo, ni ha leído la
vida de los santos. Un San Pablo, por ejemplo, tenía en su caridad
Estudiemos algunas de las cualidades fundamentales «los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5), y así
de la caridad, esto es, del amor a los hombres según el escribe en sus cartas: «Como a hijos os hablo» (2 Cor 6,13), «para
Espíritu de Jesús. que conozcáis el gran amor que os tengo» (2,4). «Ya os he dicho
El amor al prójimo es gratuito. «La caridad no es inte- cuán dentro de nuestro corazón estáis para vida y para muerte»
resada» (1 Cor 13,5). Como la luz ilumina radiantemente, (7,3). «Os llevo en el corazón. Testigo me es Dios de cuánto os amo
a todos en las entrañas de Cristo Jesús» (Flp 1,7-8).
por una exigencia íntima de su propio ser, así ama Dios,
por una fuerza difusiva de su propia bondad, y así ha de Universalidad de la caridad
amar el cristiano, sin que su amor exija el estímulo exte-
rior de una gratificación sensible o de una ventaja intere- Debemos amar a Dios, a todos los hombres, a toda
sada. Esta gratuidad generosa es la nota más esencial de criatura, sin que ninguna quede exceptuada (STh II-
la caridad. Por eso San Pablo insiste en ella: «Nadie bus- II,25). La caridad en Cristo, al hacernos participar del
que su propio provecho, sino el de los otros» (10,24; amor de Dios, da a nuestro amor la calidad excelsa de la
+33). Vivamos todos en caridad, «no atendiendo cada uno a gratuidad, y por ello mismo de la universalidad.
su propio interés, sino al de los otros» (Flp 2,4; +21). «Cada Amemos a Dios, que es infinitamente amable, y a to-
uno cuide de complacer al prójimo, para su bien, para su dos los hombres, pues son imágenes de Dios, y partici-
edificación, que Cristo no buscó su propia complacen- pan de la amabilidad divina. No hay dos caridades; una
cia» (Rm 15,2-3). sola caridad, con un motivo formal único, ama a Dios
La caridad procura con el prójimo una amistad por su bondad, y al prójimo por la bondad de Dios que
perfectiva. Recordemos que el amor interesado busca la hay en él. «¿Y quién es mi prójimo?», le preguntan a
unión con el otro por el provecho propio. El amor bene- Jesús. En la antigua Ley, prójimos eran los connacionales
volente quiere para el otro un bien que no necesariamen- (Lev 19,17-18). Pero Jesús, en la parábola del samarita-
te le una a nosotros –como una persona que le da a otra no, amplía totalmente aquella concepción: «El que hizo
un dinero para ayudarle a montar un negocio en un lugar misericordia», responde a la pregunta. Aquél a quien nos
lejano, y no sigue relación con ella–. Pues bien, la cari- acercamos movidos por la caridad, ése es nuestro próji-
dad quiere con amor de amistad, procurando a los otros mo: «Ve también tú y haz lo mismo» (Lc 10,30-37).
un bien que les una a nosotros, y para siempre, también Hemos de amarnos a nosotros mismos, como amados de Dios y
en la vida eterna: «a fin de que viváis en comunión con como bienes suyos (STh II-I1,25,4), e igualmente a nuestros cuer-
nosotros, y esta comunión nuestra es con el Padre y con pos (25,5). Si al prójimo le hemos de amar «como a nosotros
su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1,3). mismos», es claro que debemos amarnos a nosotros mismos.
Hay amistades de base natural –entre familiares, vecinos–, que Hemos de amar a los pecadores. Precisando más: «Hemos de
han de ser sobrenaturalizadas para que tengan la calidad de la cari- odiar en los pecadores lo que tienen de pecadores, y amar lo que
dad. Y hay amistades que parten ya de una base sobrenatural –el tienen de hombres, capaces todavía de bienaventuranza eterna.
párroco y sus feligreses, por ejemplo–. Unas y otras sólo vividas Esto es amarles verdaderamente por Dios con amor de caridad»
en fe y caridad alcanzan su plenitud sobrenatural, perfectiva y (25,6). Amar al pecador en cuanto pecador, sería hacernos su peor
santificante. Las segundas, eso sí, suelen alcanzar su perfección enemigo (25,7).
más fácilmente que las primeras, en las que se suelen implicar otras Hemos de amar a los enemigos. «Habéis oído que fue dicho
motivaciones más sensibles e interesadas. Eso explica, por ejem- «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo». Esta segunda frase
plo, que frecuentemente un sacerdote tenga más faltas de caridad no es de la Ley, pero así entendían los judíos tal mandato (Lev
con sus familiares que con sus feligreses. 19,18). En realidad la Ley mandaba hacer el bien y socorrer en la
La caridad ama al prójimo con todas las fuerzas. El necesidad al enemigo (Ex 23,4-5; Job 31,29; Prov 24,17. 29; Sir
segundo mandamiento es semejante al primero, y el pri- 28,1-11). «Pero yo os digo: “Amad a vuestros enemigos y orad por
los que os persiguen”, para que seais hijos de vuestro Padre, que
mero manda que el hombre ame a Dios «con todo tu está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman ¿qué
toda tu mente» (Lc 10,27). Así hay que amar al prójimo, recompensa tendréis? ¿No hacen esto también los publicanos? Y si
como Cristo nos amó (Jn 13,34), en una forma extrema- saludáis sólamente a vuestros hermanos ¿qué hacéis de más? ¿No
da (13,1), con locura, como Cristo crucificado (1 Cor hacen eso también los gentiles? Sed, pues, perfectos, como perfec-
1,23). En efecto, «él dio su vida por nosotros, y noso- to es vuestro Padre celestial» (Mt 5,43-48). Cristo, en la cruz,
oraba por los enemigos que le estaban matando (Lc 23,34), y lo
tros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos» mismo hizo Esteban (Hch 7,60).
(1 Jn 3,16).
Hemos de amar a los ángeles, a los santos, a los difuntos, y no
Amar al prójimo con todas las fuerzas del alma, bajo la sólo a las personas del mundo visible. La caridad es universal, y se
acción del Espíritu Santo, es amarle con voluntad y con extiende a todas las personas de este mundo o del otro, menos a los
sentimiento. Es cierto que éste, inculpablemente, puede demonios y a los condenados, que están definitivamente fuera del
faltar a veces en el amor de la caridad. Pero, dada la amor de Dios. Entre ellos y nosotros hay un «abismo» infranquea-
unidad de la persona humana, lo normal es que final- ble (Lc 16,26; +STh II-II,25,11).
139
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
Hemos de amar a las criaturas irracionales. No puede darse «la Pedro, Santiago y Juan le fueron particularmente ínti-
caridad como amistad con la criatura irracional, pero es posible, sin mos (Mt 17,1; Mc 5,37; 14,33). También tuvo especial
embargo, amar en caridad las criaturas irracionales, como bienes amor y relación con otras personas, como con Marta,
que para otros queremos: es decir, en cuanto por caridad queremos
cuidarlas para gloria de Dios y utilidad del hombre. Y así también María y Lázaro (Jn 11,5).
Dios las ama en caridad» (II-II,25, 3). En la vida de los santos hallamos también con cierta
frecuencia intensas y fecundas amistades particulares,
Orden de la caridad vividas como don de Dios. San Juan Crisóstomo tenía
La caridad es universal, se dirige a todos los seres, desde joven una conmovedora amistad con San Basilio
pero dada la limitación del hombre, en el ejercicio con- (Seis libros del sacerdocio I,1-7). San Francisco de Sa-
creto de la caridad hay un orden objetivo de priorida- les tuvo con Santa Juana de Chantal una amistad tan
des, que debe ser respetado (STh II-II,26,1). Entre Dios profunda como abnegada y prudente. En fin, las amista-
y nosotros, es claro que debemos amar a Dios más que a des particulares de la caridad se reconocen fácilmente
nuestra propia vida, nuestros familiares, amigos o bie- por los buenos frutos que producen en los propios ami-
nes propios (Lc 14,26. 33). Entre nosotros y el prójimo, gos y en su entorno. Las malas amistades particulares,
debemos amarnos más a nosotros mismos. Es Dios quien desviadas del amor de Dios, también se reconocen por
pone al hombre el amor a sí mismo como modelo del sus frutos: tibieza espiritual, mentiras, alejamiento de Dios,
amor al prójimo; pero el ejemplo es mayor que su imita- disgregación de la comunidad, y tantos otros males.
ción (II-II,26,4 sed contra). ((Son innumerables los errores sobre el orden de la caridad.
En todo caso, conviene matizar bien este principio con Hay quien juzga que su bien espiritual cierto debe ser postpuesto el
algunas observaciones complementarias. El bien sobre- presunto bien espiritual ajeno, con lo cual se pierden ambos bienes.
Aquél estima que lo primero de todo es cuidar el bien material del
natural propio debe preferirse al bien sobrenatural del prójimo, y no se ocupa lo debido en procurar su mejora espiritual.
prójimo. No es, pues lícito cometer el más leve pecado, Aquéllos –son muchos– consideran que los bienes propios materiales y
aunque ello, presuntamente, trajera consigo un gran bien superfluos –viajes caros innecesarios, tratamientos de belleza, etc. – pue-
espiritual para nuestro hermano (26,4). Ni será lícito ex- den prevalecer lícitamente sobre los bienes materiales del prójimo
ponerse directamente a ocasión próxima de pecado, para más estrictamente necesarios. Otros consideran egoísta que la cari-
conseguir bienes materiales o espirituales en favor de dad bien ordenada empiece por uno mismo. No comprenden que en
nuestro hermano (Laxismo 1679: Dz 2163), como no esa norma fundamental, y no contra ella, se cumple el bien del
prójimo. Si le preguntamos –con cuidado– a una señora cómo pue-
fuera en gran necesidad y con suma precaución. Ahora de querer a su hijo malo y feo, nos contestará: «Porque es mi hijo»,
bien, el bien sobrenatural del prójimo debe ser antepuesto y tiene toda la razón. El amor de esa mujer a sí misma y a su marido
a nuestro propio bien natural. Todos nuestros bienes tem- es principio del amor que esa mujer tiene a su hijo. Tan cierto es
porales deben subordinarse al bien eterno de nuestros esto que, sin aquel amor primero y primordial, no habría nacido
hermanos. Así obró Cristo en la cruz. Así obraron los siquiera el niño.))
santos. ((No pocos cristianos hoy ignoran o niegan que deben amar
Por otra parte, la virtud de la prudencia debe regir especialmente a los cristianos, que son para nosotros verdaderos
prójimos en el Cuerpo místico, verdaderos hermanos y coherede-
siempre el ejercicio de la caridad, y ella, la prudencia ros en Cristo de la vida eterna. Este error apenas habría podido ser
sobrenatural, no la de la carne, es la que sabe discernir comprendido en la Iglesia primitiva, que tuvo una vivencia tan
los medios que mejor conducen al fin pretendido. Pues profunda de la fraternidad de los santificados como hijos de un
bien, la prudencia, cuando se presentan ciertos conflic- mismo Padre. San Pablo exhortaba: «Hagamos bien a todos, pero
tos, al menos aparentes, en el ejercicio de la caridad debe especialmente a los hermanos en la fe» (Gál 6,10; +Rm 12,13; 2 Cor
tener en cuenta algunos criterios, como necesidad, ex- 8-9). La Dídaque (4,8), recogiendo un argumento del Apóstol (Rm
15,27), y siguiendo el ejemplo de la primera comunidad apostólica
celencia y proximidad. (Hch 2,42-47; 4,3235), establece: «No rechazarás al necesitado,
Necesidad. Este criterio, en ocasiones, afecta en mucho las nor- sino que comunicarás en todo con tu hermano, y de nada dirás que
mas antes señaladas, pues los bienes necesarios del prójimo – es tuyo propio; porque si os comunicáis en los bienes inmortales
materiales o espirituales– deben ser preferidos a los bienes super- ¿cuánto más en los mortales?» (+Cta. Bernabé 19,8).
fluos propios. Debemos, por ejemplo, privarnos de unas vacacio- San Agustín, y en general los Padres, reservaba con cuidado el
nes caras, para ayudar a un hermano gravemente necesitado. En la nombre de hermano para los cristianos –no sea que se devaluara el
visita, por ejemplo, de un sacerdote que viene con poco tiempo, término, como sucede hoy, y terminara por no expresar nada–. A
renunciaremos a consultar con él algunos temas, si vemos que otra los paganos, dice, «no les llamamos hermanos, de acuerdo con las
persona tiene más necesidad de hablar con él. En fin, la caridad Escrituras y con la costumbre eclesiástica», ni tampoco a los ju-
debe inclinarse especialmente –como la misericordia del Padre– díos: «Leed al Apóstol, y os daréis cuenta de que cuando él dice
hacia los más necesitados. hermanos, sin añadir nada más, se refiere a los cristianos» (por
Excelencia. Debemos amar especialmente a los más santos, que ejemplo 1 Cor 6,5s) (CCL 38,272). Pues bien, a los hermanos, a los
son los más amados de Dios, y los que más participan de la amabi- verdaderos hermanos, se les debe un amor especial. Así, por ejem-
lidad divina. En otro sentido, debemos también tener especial amor plo, la comunidad de bienes que los Hechos narran se produjo en
y delicadeza hacia las personas constituidas por Dios como supe- Jerusalén entre los hermanos cristianos, no con los otros ciudada-
riores nuestros: Obispo, padres, párroco, maestro. El mismo bien nos.))
comunitario exige este especial amor. Un pecado contra la caridad
es más grave si lesiona a estos superiores, que si va contra herma- La caridad imperfecta
nos o iguales.
El cristiano principiante ama con una caridad imper-
Proximidad. La caridad, en principio, debe amar especialmente a fecta, en la que se mezcla el egoísmo o la mera filantro-
los más próximos, es decir, a aquéllos que la Providencia divina ha
confiado especialmente al ejercicio de nuestra caridad: familiares, pía. El egoísmo es pecaminoso, contrario a la caridad.
vecinos, colaboradores, hermanos en la fe. La filantropía no es mala, pero para un cristiano es
deficitaria, es algo relativamente malo –en cuanto que el
Las amistades particulares entre los hombres entran,
cristiano está llamado a amar en caridad–, o si se quiere,
sin duda, en el orden providencial del amor de Dios, y
es algo sólo relativamente bueno –en cuanto que el cris-
suelen ser para la comunidad –familiar, eclesial, cívica–
tiano principiante, en ciertos actos, todavía no es capaz
ocasión de grandes bienes. Cristo quiso tener especial
de un amor más alto y fuerte–. Por lo demás, los sínto-
amistad con los Doce, haciéndolos compañeros suyos y
mas de la caridad imperfecta son muy claros:
llamándoles amigos (Mc 3,14; Jn 15,15). Y entre ellos,
140
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 2. La caridad
Escasa gratuidad. La caridad imperfecta no es un amor contra, es cosa de sospechar acerca de su veracidad: lo
radiante y seguro, como movido por Dios. Todavía se más probable es que en el ejercicio de la caridad el influ-
mueve por motivos menos santos, y por eso tiene no jo del Espíritu Santo se vea impurificado, debilitado, re-
pocos defectos. Decae cuando falta el agradecimiento o sistido por la persona, que en parte se deje llevar por
cuando la respuesta ajena no es la esperada. Pasa factu- motivaciones carnales.
ra por los servicios prestados, incurre en adulaciones va-
nas o en tolerancias permisivas, «busca agradar a los hom- Obras de la caridad
bres» (Gál 1,10), sufre variaciones y pasa con facilidad La capacidad del hombre «aumenta por la caridad,
del entusiasmo y la dedicación al desengaño y distancia- pues por ella el corazón se dilata, y siempre queda ca-
miento. pacidad para posteriores aumentos» (STh II-II,24,7 ad
Escasa universalidad. Al no ser del todo gratuita, la 2m; +28-29). El ejercicio de la caridad produce en el
caridad imperfecta incurre frecuentemente en acepción hombre una semejanza creciente con el Padre celestial,
de personas o de grupos sociales (Sant 2,1-12). Este se que es caridad. El hombre sale de la cárcel de su propio
junta con aquél, no con los otros. Aquél con este grupo, egoísmo con las alas del amor a Dios y al prójimo.
pero de los demás no quiere saber nada, no se encuentra Por lo demás, las obras de la caridad hacia el prójimo tie-
cómodo con ellos. Uno ama a los ricos, que son más nen una variedad maravillosa, que apenas hace posible su
agradables, y cuyo trato puede traer ventajas. Otro ama clasificación y descripción (II-II,30-33). Lo intentare-
a los pobres, entre los que fácilmente se siente superior mos, sin embargo, ateniéndonos a los textos del Nuevo
y venerado –hasta que se canse de ellos o se sienta de- Testamento.
fraudado–.
Misericordia. –«Sed misericordiosos, como vuestro
Inversiones del orden de la caridad. El ejercicio de la Padre es misericordioso» (Lc 6,36). «Vosotros, como
caridad imperfecta trastorna con frecuencia, más o me- elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entra-
nos gravemente, el orden de la caridad querido por Dios. ñas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre,
No pocas veces la caridad deficiente es generosa y ale- paciencia, soportándoos y perdonándoos mutuamente»
gre con los extraños, pero dura y fría con los familiares (Col 3,12-13). La virtud de la misericordia inclina la vo-
y próximos; es solícita del prójimo, pero se olvida de luntad a la compasión y a la ayuda del prójimo en sus
Dios; o intenta amar locamente a Dios, pero descuida el necesidades. La misericordia conviene absolutamente a
amor concreto a los hermanos; sacrifica el bien espiri- los hijos de Dios, pues ella es el rasgo predominante del
tual propio al presunto y engañoso bien del prójimo; co- rostro de Dios hacia los hombres. Es actitud propia de
mete, en fin, muchos errores, algunos de los cuales pue- los que viven en Cristo, pues, como dice Juan Pablo II,
den tener consecuencias graves. «él mismo la encarna y personifica, él mismo es, en cierto
La imperfecta caridad hacia los familiares cae frecuentemente sentido, la misericordia» (enc. Dives in misericordia 30-
en dos deficiencias contrarias. Por una lado, las mayores brusque- XI-1980, 2).
dades, indelicadezas y faltas de caridad se suelen cometer contra
ellos, olvidando que si Dios nos los ha puesto especialmente próxi- Beneficencia. –Jesús «pasó haciendo el bien» (Hch
mos es para que los amemos con especial delicadeza. Por otra lado, 10,38), y él nos enseñó: «Haced bien y prestad sin espe-
la caridad imperfecta fácilmente circunscribe su ejercicio a los más ranza de remuneración» (Lc 6,35), «haced bien a los
próximos y familiares, lo que sin duda no es conveniente. Recorde- que os odian» (6,27). También los Apóstoles insisten en
mos el consejo de Jesús: «Cuando hagas una comida o una cena, no ello: «Hermanos, no os canséis de hacer el bien» (2 Tes
llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los 3,13); «mirad, que ninguno vuelva a nadie mal por mal,
vecinos ricos, no sea que ellos a su vez te inviten y tengas ya tu
recompensa. Cuando hagas una comida, llama a los pobres, a los
sino que en todo tiempo os hagáis el bien unos a otros y
tullidos, a los cojos y a los ciegos, y tendrás la dicha de que no a todos» (1 Tes 5,15), «especialmente a los hermanos
puedan pagarte, porque recibirás la recompensa en la resurrección en la fe» (Gál 6,10). La caridad, a la hora de hacer el
de los justos» (Lc 14,12-14). bien, muestra una inventiva admirable, siempre atenta a
Excesiva conformidad con el cáracter propio. El modo las necesidades ajenas, siempre alerta a las nuevas posi-
personal de ser influye mucho en la caridad imperfecta bilidades concretas del amor (Rm 12,3-8; 1 Cor 12,7-
de los principiantes. El trabajador activista reza poco y 26; Ef 4, 7-13. 25-32; 1 Tes 4,11-12; 1 Tim 5,10; Tit
siempre está haciendo cosas, que piensa hacer movido 3,14).
por la caridad. El contemplativo silencioso, siguiendo su Comunicación de bienes. –La caridad comunica con
temperamento, no quiere meterse en líos de actividad, y el prójimo todos los dones, materiales o espirituales, re-
se dedica a rezar, argumentando que es «la mejor parte, cibidos de Dios. La limosna comunica los primeros, el
que no le será arrebatada» (Lc 10,42). apostolado los segundos. La ley de los vasos comuni-
El conciliador, que siente horror psicosomático por toda con- cantes debe estar siempre vigente en la comunión de los
frontación personal, se muestra altamente ecuménico, pasa por lo santos, es como la sangre que circula por el Cuerpo mís-
que sea, y no deja de admirar en sí mismo sus notables dotes para tico de Jesús (Rm 15,1-3; 1 Cor 10,33; 2 Cor 8,13-14;
la causa de la unidad. El polemista visceral, que sólo se siente vivo Gál 5,13; Col 3,16; 1 Tes 5,11).
cuando arremete contra algo, defiende a los disidentes en tiempos
ortodoxos, y cuando la heterodoxia está de moda, se constituye en Corrección fraterna. –«Si pecare tu hermano contra
campeón de la fe y martillo de herejes. El vanidoso se muestra ti, ve y repréndele a solas. Si te escucha, habrás ganado
activo o contemplativo, ortodoxo, heterodoxo o ecuménico, según a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo a uno o a
la cotización de estas figuras en la cambiante bolsa de prestigios dos, para que por la palabra de dos o tres testigos sea
vigente en el momento. fallado todo el negocio. Si los desoyere, comunícalo a la
Y, por supuesto, todos estos elementales procesos psi- Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o
cológicos son convenientemente racionalizados, de tal publicano» (Mt 18,15-17; +Lc 17,3).
modo que la persona, dándose el gusto de seguir su ca- La corrección fraterna puede hacer al prójimo mucho bien. Sin
rácter, tenga la gratificación adicional de creer que obra embargo, no suele convenir que los principiantes se ejerciten en ella
en caridad, es decir, bajo la moción del Espíritu Santo. con excesivo celo, y los mismos adelantados deben practicarla con
sumo cuidado. En algunos, dice San Juan de la Cruz; al corregir a los
Digamos, en fin, que cuando la caridad impulsa casi hermanos, suele haber «soberbia oculta, alguna satisfacción de sus
siempre a obrar según el propio carácter, y casi nunca en obras y de sí mismos. Y de aquí les nace cierta gana algo vana (y a
141
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
veces muy vana) de hablar cosas espirituales delante de otros, y des: «Yo soy su superior, a él le corresponde acercarse», etc. Si el
aun a veces de enseñarlas más que de aprenderlas, y condenan en Hijo de Dios hubiera andado en ésas, aún estaríamos sin redimir. El
su corazón a otros cuando no los ven con la manera de devoción bajó, se abajó y vino hasta donde hacía falta que descendiera (Flp
que ellos querrían, y aun a veces lo dicen de palabra» (1 Noche 2,1). 2,5-8).
Así como se enojan con sus faltas y procuran librarse de ellas más
por quitarse su molestia que por amor a Dios (2,5), también inten-
Hay que perdonar setenta veces siete, de todo cora-
tan quitar del prójimo sus faltas, sobre todo porque les molestan. zón, al instante, no ofendiéndose, evitando la ofensa, sin
Estos ven con más facilidad la paja en el ojo ajeno que la viga en el hacer caso de dignidades, para custodiar la unidad
propio (Mt 7,3). Estos, en su excesivo celo, resultan enojosos con fraterna, que, con la Presencia eucarística, es lo más
frecuencia e inoportunos, pues les falta discernimiento espiritual, precioso que tiene una comunidad eclesial –familia, pa-
que es cosa de perfectos. Así, al pobre neurótico medio desespera- rroquia, grupo cristiano–. Un jarrón que no se cuida,
do, acaban de hundirlo diciéndole que «un santo triste es un triste fácilmente recibe un golpe y se rompe, pero no tan fácil-
santo», o que no escandalice con su tristeza, que es impropia de un
cristiano: «¡Más sufrió Cristo en la cruz!»... mente se recompone. Por eso, «soportáos y perdonáos
La imprudente inclinación a la corrección fraterna y al prematu-
mutuamente, siempre que alguno diere a otro motivo de
ro apostolado es para Santa Teresa «tentación muy ordinaria de los queja: como el Señor os perdonó, así también perdonáos
que comienzan» (Vida 7,10). Es la tentación de «desear que todos vosotros» (Col 3,13). «Sed unos con otros bondadosos,
sean muy espirituales. El desearlo no es malo; el procurarlo podría compasivos, y perdonáos unos a otros, como Dios os ha
ser no bueno, si no hay mucha discreción y disimulación en hacerse perdonado en Cristo» (Ef 4,32).
de manera que no parezcan que enseñan; porque quien hubiere de
hacer algún provecho en este caso, es menester que tenga las virtu- Servicio. –Jesucristo, anunciado como Siervo de Yavé
des muy fuertes, para que no dé tentación a los otros» (13,8). (Is 49,3s; 52,13s; 53), «ha tomado forma de siervo»
San Pablo encomienda la corrección fraterna sobre todo a los (Flp 2,7), y «no ha venido a ser servido, sino a servir y
pastores: «A los que falten corrígelos delante de todos para infun- dar su vida en redención de muchos» (Mt 20,28). De
dir temor a los demás. Delante de Dios, de Cristo Jesús y de los esta condición de esclavo de Dios y siervo de los hom-
ángeles elegidos, te conjuro que hagas esto sin prejuicios, guardán- bres ha de participar por la caridad el cristiano (doulos,
dote de todo espíritu de parcialidad» (1 Tim 5,20-21: adviértase la en el lenguaje del Nuevo Testamento, mira sobre todo la
gran fuerza y solemnidad con que hace esta recomendación; +2 sujeción total al Señor, mientras que diakonos suele refe-
Tim 2,24-26; 3,16). Y también encomienda a los perfectos esta
función de corregir: «Hermanos, si alguno fuere hallado en falta,
rirse más al servicio solícito de los hermanos). Pues bien,
vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedum- por una parte siervo es el que está al servicio de otro, y
bre, cuidando de ti mismo, no seas también tentado» (Gál 6,1). mientras el señor busca sus propios intereses, lo propio
Honrar a los otros. –«Vuestra caridad sea sincera, del siervo es procurar los intereses de su señor: así Cris-
amándoos unos a otros con amor fraternal, honrándoos to lava los pies de sus discípulos (Jn 13,5-15). Por otra
a porfía unos a otros» (Rm 12,9-10). «Cada cual consi- parte, siervo es el que carece de derechos propios, pues
dere humildemente que los otros son superiores, no aten- mientra que el señor tiene derechos, es propio del siervo
diendo cada uno a su propio interés, sino al de los otros» esclavo carecer de ellos: así Cristo «maltratado y afligi-
(Flp 2,3-4). do, no abrió la boca, como cordero llevado al matadero,
sin que nadie defendiera su causa» (Is 53,7-8). Pues bien,
Perdonar. –Apenas conoce el arte de la caridad quien Jesús, el santo Siervo de Dios y de los hombres, nos dio
es torpe para perdonar. Perdonar es dar reiteradamente, ejemplo de las dos cosas, para que nosotros hagamos
dar de nuevo el amor, con sobreabundancia generosa. también como él hizo (Jn 13,15), pues «le basta al siervo
No podemos ser hijos de Dios, que constantemente nos ser como su señor» (Mt 10,25).
perdona, si no perdonamos. No podemos guardar la uni-
dad, siendo como somos pecadores, si no sabemos per- Según esto, hacerse por la caridad siervo de nuestro
donarnos. Tan importante considera Jesús esta faceta prójimo implicará fundamentalmente esas dos cosas:
de la caridad, que la incluye en el Padrenuestro, síntesis Servicialidad. «El que entre vosotros quiere ser el primero, sea
de su evangelio (Mt 6,12), la ilustra con parábolas con- vuestro servidor» (Mt 20,27). «El mayor entre vosotros hágase
como el menor, y el que manda como el que sirve» (Lc 22,26). El
movedoras (Mt 18,21-35; Lc 15,11-32), y la urge inclu- hombre carnal se tiene por superior y ve a los otros como inferio-
so con tonos amenazadores: «Si vosotros perdonáis a res, de los que procura sacar provecho; pero el cristiano ve a los
otros sus faltas, también os perdonará a vosotros vues- hermanos como superiores (Flp 2,3). El carnal va a lo suyo, pero el
tro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres espiritual no busca su interés, sino el de los otros (1 Cor 2,4;
sus faltas, tampoco vuestro Padre os perdonará vues- 10,24). «Siendo del todo libre, me hago siervo de todos para ganar-
tros pecados» (Mt 6,14-15). «Con la medida con que los a todos» (9,19).
midiéreis seréis medidos» (7,2). Carencia de derechos. «Yo os digo: no resistáis al mal, y si
alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra; y al
Hay que perdonar «setenta veces siete», pues si el Padre nos que quiere litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el
perdona «diez mil talentos» ¿cómo no perdonaremos a nuestro manto, y si alguno te requisa para una milla, vete con él dos» (Mt
hermano «cien denarios»? (Mt 18,21-34). Debe «perdonar cada 5,39-41). Santa Teresa del Niño Jesús comenta: «entregar el manto
uno a su hermano de todo corazón» (18,35). No vale decir: «Yo creo que quiere decir: renunciar una a sus últimos derechos, consi-
perdono a mi hermano, pero no quiero verle más», pues si así derarse como la sierva, la esclava de las otras» (Manus. autobiog.
hiciera el Padre con nosotros, nos iríamos todos al infierno. IX,33). Hasta ahí llega la servicialidad de la caridad de Cristo. En
Hay que perdonar al instante, sin dar tiempo a la herida para que efecto, «da a todo el que te pida, y no reclames de quien toma lo
se encone. Cuando se tarda en perdonar, se acumulan las ofensas y tuyo» (Lc 6,30). Si «nosotros debemos dar nuestra vida por nues-
se separan las personas. Un perdón muy rápido es aquel que per- tros hermanos» (1 Jn 3,16), ya se comprende que no habremos de
dona no ofendiéndose; es un perdón simultáneo a la ofensa; el que estar luego en actitud de reivindicar nuestros derechos aunque
así perdona, al no ofenderse, ni siquiera se ve en la necesidad de sufra la caridad –cuando ésta se favorece con ello, entonces sí–.
actualizar un perdón, y si ha de perdonar, su perdón es tan profun- ¿No quedamos en que el esclavo no tenía derechos? ¿Qué hay,
do y cordial que ni se entera de haber perdonado. Más rápido entonces, que reclamar? Por eso «es de todo punto una falla vuestra
todavía es el perdón previo, aquél mediante el cual se evita la el que entre vosotros tengáis pleitos. ¿Por qué no preferís sufrir la
ofensa, se logra que no se produzca. Es el caso de la mujer bonda- injusticia? ¿Por qué no el ser despojados?» (1 Cor 6,7). Este Evan-
dosa, que cuando llega su marido hecho un basilisco, en lugar de gelio, que es locura y escándalo para el hombre viejo, lo predicaron
reprocharle sus modales y salir al choque, le trae una bebida y las firmemente los Apóstoles, «siervos de Dios» (1 Pe 2,6), «siervos
zapatillas. de Cristo» (Ef 6,6), sin avergonzarse de él (+1 Cor 7,20-24).
Hay que perdonar olvidando las ofensas, evitando recordarlas, ((En los últimos años, felizmente, la espiritualidad católica ha
pues es un mal pensamiento. Perdonar sin hacer caso de dignida- insistido en la servicialidad humilde de la caridad, pero, en cambio,
142
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 2. La caridad
muchos rechazan que la caridad, como servicio, incline en lo posi- 14,4.10.13).
ble a renunciar los propios derechos. Es cierto, sin duda, que la
misma caridad, mirando precisamente al bien común, manda a ve- Maledicencias. –«De la abundancia del corazón habla
ces exigir ciertos derechos. Pero también es cierto que no pocas la boca» (Mt 12,34). Las secretas aversiones, las envi-
veces, en este mundo desordenado y violento, el bien común se ve dias y desprecios, los juicios temerarios, todo sale fuera
favorecido por la renuncia de ciertos derechos personales. Y la y se expresa más o menos por la maledicencia y la mur-
caridad debe estar pronta a reconocer estos casos, que dan ocasión muración. Por eso, aún más que con la boca y con lo
a participar en la cruz del Siervo de Dios y de los hombres.)) que se dice, hay que tener cuidado con el corazón, con
lo que se siente, pues si con la gracia de Cristo lo purifi-
Pecados contra la caridad camos de toda aversión, ni siquiera habrá luego tenta-
La caridad nos libra de muchas maldades con la fuer- ción de malas palabras. Como elocuentamente enseña el
za santa de su amor. Todos los pecados son contrarios a apóstol Santiago, quien gobierna su lengua, se domina
la caridad, y ella los vence, pero consideremos aquí aqué- todo entero. Pero además, «de la misma boca proceden
llos que más directamente la lesionan (STh II-II,34-38). la bendición y la maldición. Y esto, hermanos míos, no
debe ser así. ¿Acaso la fuente echa por el mismo caño
Odios. –«El que no ama permanece en la muerte. El agua dulce y amarga?» (Sant 3,2-12). A veces conside-
que odia a su hermano es un asesino» (1 Jn 3,14-15; ramos que nuestras habladurías no tienen mayor impor-
+2,9. 11; 4,20). El cristiano debe guardar su corazón de tancia; pero ¿y si esas mismas cosas las dijeran de noso-
cualquier odio, por pequeño que sea –como se debe apa- tros, qué sentiríamos, cómo reaccionaríamos? No ha-
gar al instante la chispa que puede originar un incendio– blemos de los otros como no quisiéramos que ellos ha-
, y ha de ahogar toda antipatía en el amor de Cristo, no blasen de nosotros (Lc 6,31).
consintiendo en ella, ni menos expresándola de palabra.
Acepción de personas. –«Hermanos, no juntéis la acep-
Discordias. –«Las obras de la carne», dice San Pablo, ción de personas con la fe de nuestro glorioso Señor
son «odios, discordias, celos, iras, rencillas, disensiones, Jesucristo», pues si honráis en vuestra asamblea al rico
divisiones, envidias, homicidios» (Gál 5,20-21). Todo bien vestido y menospreciáis al pobre mal presentado,
eso lesiona o mata la caridad. «Quienes tales cosas ha- «¿no juzgáis por vosotros mismos y venís a ser jueces
cen no heredarán el reino de Dios» (5,21). El que toda- inicuos?» (Sant 2,1-4). La acepción de personas es un
vía anda con peleas, envidias y discordias es en Cristo juicio falso, por el cual la persona se inclina hacia aqué-
como un niño, es carnal, vive a lo humano (1 Cor 3,1- llos que estima más valiosos –sabios, ricos, bellos, fuer-
3). Y a veces estas miserias proceden de motivos pseudo- tes–, dejando de lado a los otros.
religiosos: «Hay entre vosotros discordias, y cada uno Daños al prójimo. –«La caridad no hace mal al próji-
de vosotros dice: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de mo» (Rm 13,10). El que ama a su hermano no le hace
Cefas, yo de Cristo»... ¿Acaso está dividido Cristo?» daño ni perjuicio alguno: no le roba, ni le miente, ni adul-
(1,11-13). tera injuriándole, ni le miente o engaña (13,9-10). La
Ofensas. –«Yo os digo que todo el que se encolerice caridad no permite tampoco hacer daño al prójimo en
contra su hermano, será reo ante el tribunal; y quien venganzas pretendidamente justas: «Que ninguno vuelva
dijere a su hermano imbécil, será reo delante del Sane- a nadie mal por mal, sino que en todo tiempo os hagáis el
drín; y el que le dijere insensato, será reo de la gehenna bien unos a otros y a todos» (1 Tes 5,15). «No volváis
del fuego» (Mt 5,22). No nos damos cuenta del precio mal por mal, procurad el bien a los ojos de todos los
inmenso de aquello que dañamos tantas veces con lige- hombres. No os toméis la justicia por vosotros mismos,
rezas ofensivas. «Mirad que, si mutuamente os mordéis antes dad lugar a la ira [de Dios]: «A mí la venganza, yo
y os devoráis, acabaréis por consumiros unos a otros» haré justicia», dice el Señor. Por el contrario, «si tu ene-
(Gál 5,15). «No salga de vuestra boca palabra áspera, migo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de
sino palabras buenas y oportunas. Alejad de vosotros beber; que haciendo así amontonáis carbones encendi-
toda amargura, arrebato, cólera, indignación, blasfemia dos sobre su cabeza». No te dejes vencer del mal, antes
y toda malignidad» (Ef 4,29. 31). vence el mal con el bien» (Rm 12,17-21).
Juicios temerarios. –«No juzguéis y no seréis juzga- Escándalos. –«Al que escandalizare a uno de estos
dos, porque con el juicio con que juzgáreis seréis juzga- pequeños que creen en mí, más le valiera que le colga-
dos, y con la medida con que midiéreis se os medirá. sen del cuello una piedra de molino de asno y le arrojaran
¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos!
viga en el tuyo?» (Mt 7,1-3). ¿Quiénes somos nosotros Porque no puede menos de haber escándalos, pero ¡ay
para juzgar a nuestro hermano? «Ni aun a mí mismo me de aquél por quien viniere el escándalo!» (Mt 18,6-7).
juzgo –decía San Pablo–. Cierto que de nada me arguye «Habéis sido llamados a la libertad, pero cuidado con tomar la
la conciencia; pero no por eso me creo justificado: quien libertad por pretexto para servir a la carne, antes servíos unos a
me juzga es el Señor. Tampoco, pues, juzguéis vosotros otros por la caridad» (Gál 5,13). Se puede escandalizar al prójimo
antes de tiempo, mientra no venga el Señor, que ilumina- con obras malas: afirmando en su presencia criterios contrarios al
rá los escondrijos de las tinieblas y hará manifiestos los Evangelio, ridiculizando a una persona ausente, aprobando una
propósitos de los corazones» (1 Cor 4,35). conducta pecaminosa, asistiendo a un lugar indecente, viendo un
programa obsceno en la televisión, en fin, de tantas maneras. Tam-
Nosotros, por una parte, juzgamos mal, por aparien- bién es posible escandalizar con la omisión de obras buenas: no
cias. Sin embargo, «la mirada de Dios no es como la teniendo oración, ni lecturas buenas, ni frecuencia de sacramentos,
mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, ni limosna, ni catequesis o alguna forma de apostolado. Incluso,
pero Yavé mira el corazón» (1 Sam 16,7). Pero es que cuando falta la prudencia o sobra el amor propio, ciertas obras
buenas pueden «ser tropiezo para los débiles» (1 Cor 8,9).
además, por otra parte, nosotros no tenemos ninguna
autoridad para juzgar. «¿Quién eres tú para juzgar al siervo Pues bien, si escandalizas a tu prójimo, «perecerá por tu ciencia
el hermano por quien Cristo murió. Y así, pecando contra los her-
ajeno? Para su amo está en pie o cae. Y tú ¿cómo juzgas manos e hiriendo su conciencia, pecáis contra Cristo. Por lo cual, si
a tu hermano? o ¿por qué desprecias a tu hermano? Pues mi comida ha de escandalizar a mi hermano, no comeré carne jamás
todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios. No por no escandalizar a mi hermano» (8,11-13; +Rm 14).
nos juzguemos, pues, ya más los unos a los otros» (Rm
143
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
Testamento es muy explícito en este tema.
El Apóstol sabe que la comunión no se extiende a los
Caridad y comunión
no-creyentes, y por eso manda: «No os unzáis al mismo
El pecado rompió la unidad humana primitiva, la dis- yugo con los infieles. ¿Qué tiene que ver la rectitud con
gregó completamente en mil partes: enfrentó a los her- la maldad?, ¿puede unirse la luz con las tinieblas?, ¿pue-
manos, separó a los pueblos, confundió las lenguas (Gén den estar de acuerdo Cristo y el diablo?, ¿irán a medias el
11), introdujo una profunda división dentro del hombre fiel y el infiel?, ¿son compatibles el templo de Dios y los
mismo, metiendo la contradicción y la incoherencia en ídolos? Porque nosotros somos templo de Dios vivo» (2
sus pensamientos y voluntades, sentimientos y proyec- Cor 6,14-16). «Lo que sacrifican los gentiles, a los de-
tos. Al romper el hombre su unión con Dios, destrozó la monios y no a Dios lo sacrifican. Y no quiero yo que
clave de la unidad con los otros y consigo mismo. vosotros tengáis parte con los demonios» (1 Cor 10,20).
Cristo es el reunificador de la humanidad disgregada. El Sobre los malos cristianos da normas muy severas:
da su vida «para juntar en la unidad a todos los hijos de «Apartáos de todo hermano (=cristiano) que vive desor-
Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52). Jesucristo, como denadamente y no sigue las enseñanzas que de nosotros
único Maestro, único Pastor y Sacerdote único (Mt 23,8- habéis recibido» (2 Tes 3,6); «no tengáis parte con ellos»
10; Jn 10,16; Heb 7,28), nos congrega «en la unidad del (Ef 5,7). Y precisa: «Os escribí que no os mezclarais
Espíritu mediante el vínculo de la paz. Sólo hay un Cuerpo con los fornicarios. No, ciertamente, con los fornicarios
y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o
vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo, con los idólatras, porque para eso tendríais que saliros
un Dios y Padre de todos» (Ef 4,3-6). Cristo nos unifica de este mundo. Lo que ahora os escribo es que no os
orando al Padre: «Que todos sean uno, como tú, Padre, mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de herma-
estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en no (=cristiano), sea fornicario, avaro, idólatra, maldicien-
nosotros» (Jn 17,21). Y así «esta comunión nuestra es te, borracho o ladrón; con éstos, ni comer» (1 Cor 5,9-
con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1,3). Cristo 11 ).
nos reune a todos atrayéndonos hacia sí mismo, cuando Especial reserva conviene tener hacia los cristianos
está levantado en la Cruz (Jn 12,32). Y nos reune comu- heréticos o cismáticos, es decir, hacia quienes, fallando
nicándonos el Espíritu Santo (Hch 2,1-12), pues «todos en la fe o en la caridad, causan desgarramientos en la
nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para comunión de la Iglesia: «Estad en guardia contra ésos
constituir un solo Cuerpo» (1 Cor 12,13). Nos reune en que crean divisiones y escándalos opuestos a la doctrina
la Eucaristía: «Porque el pan es uno, somos muchos un que habéis aprendido; apartáos de ellos, porque ésos no
solo Cuerpo, pues todos participamos de ese único pan» sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su propio estóma-
(10,17). En fin, Jesucristo nos reune en la santa Igle- go» (Rm 16,17; +Tit 3,10). Habrá que intentar corregir
sia, que «es en Cristo como un sacramento, o sea, signo al escindido de la unidad (2 Tes 3,14-15), pero si se re-
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad siste a la corrección de la Iglesia, será preciso aplicarle la
de todo el género humano» (LG 1; GS 42c). La unidad y excomunión: «Sea para ti como gentil o publicano», dijo
comunión que formamos en Cristo, ciertamente, no es el Señor (Mt 18,17). En ocasiones, sólo con la excomu-
una unidad cualquiera. nión es posible guardar la comunión. Así lo entendieron
San Pablo exhorta frecuentemente a mantener, defender y acre- y practicaron los Apóstoles (1 Cor 5,5; 1 Tim 1,20).
centar la unidad de la Iglesia, la cohesión interna de las comunida-
des cristianas. Tened «todos el mismo pensar, la misma caridad, el ((Algunos consideran que la comunión, como la caridad, debe
mismo ánimo, el mismo sentir» (Flp 2,2). «Alegráos con los que se extenderse a todos, al menos a todos los que la quieran. Es decir,
alegran, llorad con los que lloran. Vivid unánimes entre vosotros» piensan que la excomunión es siempre contraria a la caridad.
(Rm 12,15-16). «Tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de Estiman que la «unidad» debe mantenerse en la Iglesia «a costa de lo
la caridad y de la paz será con vosotros» (2 Cor 13,11; +Rm que sea». Quienes así piensan se oponen a las normas dadas por
12,18). Esta es la unidad familiar que debe haber entre «hermanos Jesús y por los Apóstoles, hoy vigentes en la Iglesia (Código de
amados de Dios» (1 Tes 1,4; +Heb 13,1). Como se ve, esta exhor- Derecho Canónico, cc.915, 1331, 1364).
tación «amad la fraternidad» (1 Pe 2,17), se opone no sólo al cisma Caridad, paz y unidad son palabras vacías cuando no van uni-
y a la herejía, sino también a un pluralismo salvaje y disgregador. das a la verdad. Jesucristo es «la Verdad» (Jn 14,6). La comunión
«La muchedumbre de los que habían creído tenían un eclesial de los santos debe ser custodiada con el mismo celo con que
se guarda la eucaristía: en ambos casos se trata de librar el Cuerpo
corazón y un alma sola» (Hch 4,32). Estas palabras hay de Cristo de todo desgarramiento o profanación. Sin embargo, esta
que entenderlas no sólo en su sentido afectivo, sino tam- obligatoria función, que corresponde sobre todo a los Obispos,
bién en un plano ontológico más fundamental. En efec- implica a veces en su ejercicio no pocas persecuciones y sufrimien-
to, el amor de la filantropía une en comunidad a un con- tos. En el siglo IV, por ejemplo, cuando muchos obispos –hay quien
junto de individuos que, participando de una misma na- dice que la mayoría– cedían al arrianismo, que negaba la divinidad
turaleza humana, tiene cada uno numéricamente un alma de Cristo, o no lo enfrentaban claramente, algunos obispos –como
San Hilario o San Atanasio– que combatían fuertemente tal herejía
propia, un principio vital individual. En cambio, el amor eran considerados con frecuencia como perturbadores de la unidad
sobrenatural de la caridad establece una comunión de y de la paz de la Iglesia. Por eso San Hilario advierte que «aquéllos
santos, cuya alma, cuyo principio vital, es único: «un que se jactan de su paz, esto es, de su unidad impía, no actúan como
solo Espíritu» (Ef 4,4). En este sentido fundamental, obispos de Cristo, sino como sacerdotes del Anticristo» (ML 10,
que hace posible y exige los otros sentidos, los cristia- 609).
nos tenemos «un alma sola» si permanecemos en la ver- Y en el siglo XVII argumenta Pascal de modo semejante: «¿No es
dadera fraternidad cristiana, que es la Iglesia de Cristo. manifiesto que como es un crimen turbar la paz donde la verdad
reina, es también un crimen permanecer en paz cuando se destruye
Por otra parte, caridad y comunión no son coextensivas. la verdad? Hay un tiempo en que la paz es justa, y otro en que es
La caridad se extiende a todos los hombres, y la comu- injusta. Está escrito que «hay tiempo de paz y tiempo de guerra»
nión llega sólamente a todos los hombres que están vi- (Ecl 3,8), y es el interés por la verdad el que los discierne. Pero no
viendo en Cristo, esto es, que permanecen en el amor de hay tiempo de verdad y tiempo de error; por el contrario, está
Cristo, guardando sus mandatos (Jn 15,9-10). Los que escrito que “la verdad de Dios permanece eternamente” (+Sal 116,2;
rechazan a Cristo y los cristianos que son infieles, ellos Jn 12,34). Por eso Jesucristo, que dijo haber venido a traer la paz
(14,27), dijo también que había venido a traer la guerra (Mt 10,34).
se marginan de la comunión de los santos. El Nuevo Nunca dijo él que había venido a traer la verdad y la mentira. Así
144
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
pues, la verdad es la primera regla y el fin último de todas las
cosas» (Pensamientos 949).))
((Algunos vinculan necesariamente la comunión de caridad y la
proximidad física. Pero el nexo a veces es falso. No siempre au-
menta la comunión con mayor proximidad. Si varias personas, por
ejemplo, se juntan para vivir en una casa, quizá se deteriore la
comunión que las unía.
Otros vinculan la caridad con el hacerse semejante a personas
o ambientes. Pero el nexo puede ser falso. Al tratar del mundo ya
vimos que confundir unido-semejante y separado-distinto es un
error que lleva a muchos errores. Los mundanos son muy semejan-
tes entre sí, en el fondo al menos, y están muy separados. La
caridad es lo que une, y ella debe discernir cuándo conviene y en
qué ser distinto o semejante.
3. La oración
Otros, en fin, vinculan comunión de caridad y cantidad de comu-
nicación entre las personas. A más comunicación verbal, más co-
munión interpersonal. Quienes así piensan, consideran (extractamos
de una revista de espiritualidad) que «compartir la fe es compartir
el alma, el espíritu, los sentimientos más profundos; es manifestar –Estudios bíblicos: AA.VV., Bibbia e preghiera, Roma,
la vida interior, los problemas, las virtudes y los vicios para dejar- Teresianum 1962; A. González, La oración en la Biblia, Madrid,
nos guiar, conducir, animar o corregir por el grupo hermano. Es Cristiandad 1968; A. Hamman, La oración, Barcelona, Herder
entonces cuando se vive la perfecta hermandad». O cuando se 1967.
produce el desastre que rompe la unidad fraterna. Entre privacidad
y comunicatividad hay un delicado equilibrio, muy diverso según –Estudios históricos: AA.VV., L’expérience de la prière dans les
personas, vocaciones, grupos y circunstancias. La moda del grandes religions, Louvain-la-Neuve 1980; C. Cristiano, La
desnudamiento anímico en grupo tuvo su auge, pero ha remitido en preghiera nei Padri, Roma, Studium 1981; A. Hamman, Prières
gran medida, al verse los resultados lamentables, en ocasiones des premiers chrétiens, París, Desclée de B. 1981; J. A. Jungmann,
traumatizantes. Una vez más, era una moda, sólo una moda. Es Histoire de la prière chrétienne, Fayard 1972.
evidente que no siempre a más comunicación corresponde más –Otros estudios: AA.VV., La preghiera, Milán-Roma, Ancora-
comunión vital. De otra suerte, cartujos y cistercienses quedarían Coletti 1967, I-III; AA.VV., La prière du chrétien, «Communio» 10
excluídos de la comunión de los santos. (1985) 1-129; A. Bandera, Orar en Cristo, Madrid, PPC 1991; C.
En todas las posiciones aludidas –merece la pena señalarlo– se Bernard, La prière chrétienne, Brujas, Desclée de B. 1967;
evita la necesidad del discernimiento, vinculando en forma necesa- Contemplazione, azione, mística, Roma, Gregoriana 1971; B. Bro,
ria la caridad a ciertos modos, maneras o condiciones exteriores. Enséñanos a orar, Salamanca, Sígueme 1969; J. Galot, La prière,
Pero siempre la virtud de la prudencia debe guiar el ejercicio de la intimitè filiale, Desclée de B.1966 (trad. Bilbao, Desclée de B. 1969);
caridad, eligiendo modos, frecuencias y condiciones concretas. Algo R. Marimón, La definición teológica de la oración, Puerto Rico,
sí podemos establecer como principio cierto y universal: Lo que Cor Iesu s/f.; J.-H., Nicolas, Contemplazione e vita contemplativa
más nos une a Cristo, eso es lo que más nos une a los hermanos. nel Cristianesimo, Libr. Ed. Vaticana 1990; A. Royo Marín, Teolo-
Y según las personas, vocaciones y circunstancias, «lo que más une gía de la perfección cristiana, BAC 114 (1968,5a ed.) nn.475-597;
a Cristo» será más o menos proximidad o lejanía, semejanza o N. Silanes, Oración cristiana, oración trinitaria. Testimonio de
diferencia, comunicatividad o silencio. Como decía Santa Teresa: los grandes orantes, «Rev. de Espiritualidad» 48 (1989) 273-312.
«En todo es menester discreción» (Vida 13,1).)) –Véase también Sagrada C. Doctrina de la Fe, Sobre algunos
aspectos de la meditación cristiana (15-10-1989): DP 1989,155.
El arte de amar El Catecismo: vocación de todos los cristianos a la oración (2685-
Los cristianos hemos de ser expertos en el arte de amar a 2690), oración y virtudes (2656-2658), petición e intercesión (2629-
2636, 2735-2741), oración continua (2648, 2698) y perseverante
Dios y al prójimo, pues en ello está la perfección cristiana, (2742-2745), oración vocal y meditativa (2700-2708), contempla-
y por ello nos conocerán como discípulos de Cristo (Jn ción (2709-2720), los lugares (2691, 2696), y dificultades para
13,35). Debemos motivar en caridad toda nuestra vida, orar (2725-2733).
pues «sólo la caridad edifica» (1 Cor 8,1). Hemos de
aprender también a expresar nuestra caridad, pues, como La oración de Cristo
dice Santa Teresa del Niño Jesús, «no basta amar, es Jesucristo orante, dedicado inmediatamente al Padre,
necesario demostrar el amor» (Manus. autobiog. IX,31). ora con perfecto conocimiento y amor: «Nadie conoce al
En fin, en la vida de la caridad hemos cuidar también Padre, sino el Hijo» (Mt 11,27); «yo y el Padre somos
los pequeños detalles –saber escuchar, aprender a son- una sola cosa» (Jn 10,30). Ora al Padre con la absoluta
reír, no interrumpir una conversación, no hacer ruido certeza de ser escuchado: «Yo sé que siempre me escu-
cuando otros duermen, etc.–, pues si somos fieles al chas» (11,42). Y es en la oración donde la conciencia
amor en lo poco, lo seremos también en lo mucho (Lc filial de Jesús alcanza su plenitud: «Es preciso que me
16,10). ocupe en las cosas de mi Padre» (Lc 2,49); «yo no es-
Y como es el Espíritu de Jesús el que ha de perfeccio- toy solo, sino yo y el Padre, que me ha enviado» (Jn
narnos en la caridad, pidamos con la Iglesia: «Señor, 8,16).
concédenos amarte con todo el corazón, y que nuestro La mediación sacerdotal de Cristo, en la que se realizó
amor se extienda también a todos los hombres. Por Je- nuestra salvación, se cumplió en la función reveladora
sucristo nuestro Señor» (4º dom. T. ordinario). por la predicación del evangelio, en la función sacrificial
obrada en la cruz, y en la función orante, según la cual
Cristo glorificó al Padre e intercedió sin cesar por los
hombres presentando «oraciones y súplicas con pode-
rosos clamores y lágrimas» (Heb 5,7; +Jn 17,4.15.17).
Y ahora, en el cielo, Cristo continúa alabando al Padre e
intercediendo ante él siempre por nosotros, como sacer-
dote perfecto (Heb 7,24-25; 9,24; 1 Jn 2,1). Los hom-
bres, pues, somos salvados por la predicación, el sacri-
ficio y la oración de Jesucristo.

145
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
Conocemos bien los rasgos fundamentales de la oración de empleados, funcionarios o soldados, no sería esencial en nuestra
Cristo, que unas veces era en el gozo y la alabanza (Lc 10,31), vida la oración, es decir, la intimidad amistosa con el Señor: bastaría
otras en petición y súplica, con angustia, tristeza y sudor de sangre con que cumpliésemos las ordenanzas del Reino. Pero sucede que
(22,41-44), y siempre entregando su voluntad amorosamente al los cristianos lo somos en cuanto hemos sido llamados a ser «hijos
Padre: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (22,42). Jesús de de Dios» (1 Jn 3,1), «familiares de Dios» (Ef 2,19), «amigos» de
Nazaret era un hombre orante, que «se retiraba a lugares solitarios Cristo (Jn 15,15); y no puede haber relación familiar ni amistosa sin
y se daba a la oración» (5,16), poniendo en práctica su doctrina: trato íntimo y frecuente. Por eso sin oración, no hay vida cristiana.
«Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (18,1). Oraba a Y por eso la familia, la escuela, la parroquia, el movimiento que no
solas, pues aún sus discípulos no habían recibido el Espíritu de suscitan la oración en sus miembros, no están dando propiamente
filiación divina (Jn 7,39; Rm 8,15). Y se entregaba especialmente a una formación cristiana, ni están capacitando para el apostolado.))
la oración en los momentos más importantes de su vida y de su
ministerio: bautismo (3,21), elección de los Doce (6,12), confesión
Una actividad es cristiana cuando procede de la con-
de Pedro (9,18), enseñanza del Padre nuestro (11,1; +22,32; Mc templación y conduce a ella. La actividad que no tiene su
6,46). Merece la pena señalar que su transfiguración en el monte se origen en la fe contemplativa y que incapacita para la
produjo «mientras oraba» (Lc 9,29). oración, no es acción propiamente cristiana. El concilio
Acción y contemplación se alternaban y unían armoniosamente Vaticano II –el más atento a las realidades temporales de
en la vida de Jesús. «Enseñaba durante el día en el templo, y por la todos los concilios– quiere que «lo humano esté ordena-
noche salía para pasarla en el monte llamado de los Olivos» (21,37). do y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la
Durante la actividad intercalaba breves oraciones, algunas de las acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futu-
cuales recogen los evangelios (10,21; Jn 11,41-42; 12,27-28). La ra que buscamos» (SC 2). Y Pablo VI, en la homilía de la
distribución de sus horas la hacía Jesús con perfecto dominio y
flexibilidad, sin dejarse llevar ni por los íntimos deseos ni por las
misa conclusiva del concilio, declara: «El esfuerzo de
circunstancias exteriores. Unas veces, renunciaba a un retiro pro- clavar en El la mirada y el corazón, eso que llamamos
yectado para estar con la gente que le buscaba (Mc 6,31-34); otras contemplación, viene a ser el acto más alto y pleno de
veces, ponía límite a su actividad exterior, para entregarse a la espíritu, el acto que también hoy puede y debe jerarquizar
oración: «Después de haberlos despedido, se fue a un monte a la inmensa pirámide de la actividad humana» (7-XII-
orar» (6,46). Al final de su vida pública, la acción disminuye hasta 1965).
cesar y la contemplación aumenta de forma absoluta: «Ya no anda-
ba en público entre los judíos» (Jn 11,54). Jesús está ya siempre La oración cristiana
orando, en la Cena, en Getsemaní, en la Cruz.
Cristo oraba con los salmos (Sal 39,8-9: Heb 10,5-7; Mt 26,30; La oración cristiana es una relación personal, filial e
Sal 40,10: Jn 13,18; Sal 21,2; 30,6), y era consciente de que daba inmediata del cristiano con Dios, a la luz de la fe, en
cumplimiento a cuanto los salmos habían dicho de él (Lc 24,44). Y, amor de caridad. Ya comamos, ya bebamos, ya hagamos
según la costumbre de su pueblo, adoptaba ciertas actitudes exte- cualquier otra cosa, siempre debemos hacerlo todo para
riores al orar, elevando las manos, mirando a lo alto, de rodillas, Dios, con una ordenación de amor hacia su gloria (1 Cor
rostro en tierra (Mt 26,39; Lc 22, 41; Jn 11,41; 17,1). 10,31; Col 3,17; 1 Pe 4,11), y así, mediatamente, todo
La oración de los cristianos en nuestra vida debe unirnos a Dios. Pero lo propio y
peculiar de la oración es que ella nos une a Dios inmedia-
La oración cristiana es una participación en la ora- tamente, focalizando en él, en el mismo Dios, todo cuan-
ción de Cristo. «Yo os he dado el ejemplo, para que vo- to hay en nosotros, mente, corazón, memoria, afectivi-
sotros hagáis también como yo he hecho» (Jn 13,15). dad y cuerpo.
Pero nuestra oración es oración de Cristo no sólo por- San Juan Clímaco entiende la oración como «conversación fami-
que la hacemos siguiendo su ejemplo, sino porque él nos liar y unión con Dios» (MG 88,1129). Evagrio Póntico como «ele-
comunica su Espíritu, que ora en nosotros (Rm 8,14- vación de la mente a Dios» (Pseudo-Nilo: 79,1173; +San Juan
15. 26). Cristo ora en nosotros, los cristianos, o como Damasceno: 94,1089). San Agustín la ve como «conversación del
dice San Agustín, precisando más: «El ora por nosotros corazón» con Dios (ML 34,1275). San Ignacio de Loyola, como un
como sacerdote nuestro, El ora en nosotros como cabe- «coloquio», es decir, como un diálogo (Ejercicios 53-54). Santa
za nuestra, El es orado por nosotros como Dios nues- Teresa de Jesús entiende que orar es «tratar de amistad, estando
muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama»
tro. Reconozcamos, pues, en El nuestras voces, y reco- (Vida 8,5). Y Santa Teresa del Niño Jesús dice: «Para mí la oración
nozcamos su voz en las nuestras» (ML 37,1081). es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un
El pueblo cristiano, en su condición sacerdotal, está grito de gratitud y de amor, tanto en medio de la tribulación como en
destinado a la oración, a alabar a Dios y a interceder medio de la alegría. En fin, es algo grande, algo sobrenatural que me
dilata el alma y me une con Jesús» (Manus. autobiog. X,17).
por los hombres. Los primeros cristianos entendieron
bien esto, y «todos perseveraban unánimes en la ora- La oración cristiana tiene estructura trinitaria. –Ora-
ción» (Hch 1,14), de modo que la Iglesia primitiva da la mos al Padre: «Cuando oréis, decid: Padre» (Lc 11,2).
fisonomía inequívoca de una comunidad orante (2,42). Eso es lo que dice en nuestro interior el Espíritu Santo
En este sentido decía Pablo VI: «¿Qué hace la Iglesia? que nos hace hijos: «¡Abba, Padre!» (Rm 8,15). En efec-
¿Para qué sirve la Iglesia? ¿Cuál es su momento esen- to, Cristo «nos enseñó a dirigir la oración a la persona del
cial? ¿Cuál es su manifestación característica?... La ora- Padre» (Santo Tomás, In IV Sent. dist.15,q.4, a.5,q.3,
ción. La Iglesia es una sociedad de oración. La Iglesia es ad lm). Y esa es la práctica constante de la Iglesia en su
la humanidad que ha encontrado, por medio de Cristo liturgia. –Oramos en Cristo, con él, por él: «El está pre-
único y sumo Sacerdote, el modo auténtico de orar. La sente cuando la Iglesia suplica y canta salmos» (SC 7a).
Iglesia es la familia de los adoradores del Padre “en Es- –Oramos por el Espíritu Santo, que viene en ayuda de
píritu y en verdad” (Jn 4,23)» (22-IV-1970; +3-II-1978). nuestra flaqueza y ora en nosotros de modo inefable (Rm
((La espiritualidad que no valora y fomenta la oración no es
8,26). Por otra parte, que ésta sea la condición de la
cristiana, es falsa. No es evangélica la espiritualidad que mira con oración cristiana, no impide, por supuesto, que se dirija
recelo la oración –como si ella normalmente fuera una forma de también a Jesús, al Espíritu Santo, a la Virgen, a los san-
evadirse de la realidad–; que considera la oración como algo que tos y a los ángeles; pero siempre, finalmente, la oración
conviene sólo a ciertas personas o grupos; que en la unión entre deberá remitirse al Origen sin principio, al Padre celeste
contemplación y acción asigna siempre a la oración una importan- que está en lo escondido y ve en lo secreto (Mt 6,6), al
cia secundaria. En esta concepción voluntarista y ética de la vida Padre de las luces, de quien procede todo bien (Sant
cristiana hay un enorme error de fondo. Si los cristianos hubiéra-
mos sido llamados al Reino en la exclusiva calidad de siervos, 1,17).

146
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
La oración es primariamente obra del Espíritu Santo amarga (Sant 3,9-11; +5 Moradas 3,10-12). Gráfica-
en la mente y el corazón del hombre. No es, pues, la mente lo dice San Agustín: «En vano me honras, te dice
oración una acción espiritual que comienza en el hombre la Cabeza desde el cielo. Como si alguien pretendiera
y termina en Dios, sino una acción que comienza en besarte la cabeza pisándote los pies. Me honras por arri-
Dios, actúa la mente y el corazón del hombre, y termina ba y me pisas por abajo. Y es mayor el dolor por lo que
en Dios. O dicho con otras palabras: la oración es un pisas que la alegría por lo que honras» (ML 35,2060).
misterio de gracia. La oración –como todos las obras de ((Algunos buscan la unión con Dios en la oración, sin hacer
la vida cristiana, y más si cabe– es gracia. Y la gracia la mucho caso del ejercicio de virtudes. Gnósticos, Hermanos del
da Dios. Por eso todo cristiano puede tener oración, pues libre espíritu, alumbrados, quietistas y no pocos grupos del pasa-
Dios quiere dársela, quiere entrar en amistad íntima con do o del presente incurren, con unos u otros matices, en este error.
él, su hijo, su amigo; y todo cristiano debe aprender a Pero, como dice San Juan de la Cruz, «para hallar a Dios de veras
no basta sólo orar con el corazón y la lengua, sino que también, con
ejercitarse en aquella oración concreta que Dios le vaya eso, es menester obrar de su parte lo que en sí es. Muchos no
dando, y no en otra. querrían que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal, y por
((Quienes ven la oración ante todo como una actividad del hom- El no quieren hacer casi nada que les cueste algo» (Cántico 3,2).))
bre, aunque sea hecha con el auxilio de la gracia divina, fácilmente la Todas las virtudes son necesarias para la oración, pero
dejan cuando se ven cansados o distraídos, valoran en exceso la
eficacia de los métodos, y hacen vanas evaluaciones de la misma: algunas lo son especialmente, y en la oración, por otra
«Hoy me ha salido bien», «Hoy ha sido un desastre»... Esta actitud parte, se desarrollan con particular ventaja.
implica varios errores, y lleva a otros, como entender que la más Penitencia. –Los judíos creían que no era posible ver
genuina oración es aquélla que es más espontánea, ignorando así a Dios sin morir, y tenían razón (Gén 32,31; Ex 19,12.
que la oración del cristiano es genuina ante todo en la medida en que
recibe su impulso del Espíritu Santo. Ya San Juan de la Cruz decía 21; 33,20; Is 6,5). El cristiano carnal, como un droga-
que «hay muchas almas que piensan no tienen oración y tienen dicto privado de su droga, se siente morir cuando en la
muy mucha, y otras que creen tienen mucha y es poco más que oración se ve privado de imágenes, sensaciones, ideas y
nada» (prólogo Subida 6).)) palabras, que son su alimento; y pronto se ve privado de
todo eso, si persevera en la oración: en cuanto sale de
Ejercicio de virtudes y oración Egipto, ha de atravesar el Desierto, si quiere llegar a la
«Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8). Je- Tierra prometida. Él está cebado a las cosas del mundo
sucristo, y también los maestros espirituales cristianos, visible, pero en la oración ha de volver sus ojos a lo
al tratar de la oración, no centran el tema en la cuestión invisible (2 Cor 4,8; Col 3,2). Él es carnal, pero «Dios es
de los métodos oracionales, sino que insisten sobre todo espíritu, y los que le adoran han de adorarle en espíritu y
en el ejercicio de las virtudes cristianas, que hacen posi- en verdad» (Jn 4,24). Y por todo eso la oración es para
ble levantar el vuelo de la oración. Como un globo que, el cristiano carnal la más terrible penitencia, y en ella
cortadas sus amarras, se eleva poderosamente hacia la agoniza y muere, eso sí, acompañado de Jesús, el cual
altura, así el cristiano, que tiene en sí al Espíritu Santo, «entrado en agonía, oraba con más fervor, y su sudor
con su inmensa fuerza ascensional, se eleva con toda vino a ser como gotas de sangre que caían sobre la tie-
sencillez hacia las mayores alturas místicas, en cuanto rra» (Lc 22,44).
por el ejercicio firme de virtudes y dones se han ido En cualquier actividad, por noble y cristiana que sea,
cortando las amarras de sus apegos desordenados. Se el yo carnal se las arregla para hallar alguna manera de
eleva necesariamente, porque el Espíritu se lo da, y ya compensación –trabajando, predicando, cuidando enfer-
nada lo impide. Trata amistosamente con el Señor con mos–. Pero le resulta mucho más difícil hacer esas tram-
íntima facilidad de amigo, de hijo. Sin mayor necesidad pas en la oración por la suprema espiritualidad de su
de métodos, que, sin embargo, sobre todo a los comien- naturaleza.
zos, han podido serle de alguna utilidad –y esto no tanto
Santa Teresa de Jesús, hablando de cierta fase de su vida, decía:
por los modos que ofrecen, sino porque a través de ellos «No sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no acome-
ha podido conocer la naturaleza verdadera de la oración.– tiera de mejor gana que recogerme a tener oración» (Vida 8,7). Los
Oración y vida de virtudes crecen juntas, simultánea- trabajos que hay que pasar a veces en la oración son «grandísimos,
mente. La vida de la oración no puede ir adelante sin una y me parece es menester más ánimo que para otros muchos traba-
jos del mundo» (11,11).
progresiva liberación de pecados y apegos; y si ésta se
produce, el alma queda necesariamente mejorada en la ((Algunos huyen de la oración para refugiarse en la acción, y
oración. Por eso, para ir adelante en el camino de la ésta es la debilidad de la carne, aunque el espíritu esté pronto (Mt
26,41). Otros hay que consideran la oración como una cómoda
oración lo principal es, sin duda, evasión de la realidad, y esto ya es peor, porque es caer en la
1.–no pecar: «La primera piedra –dice Santa Teresa– mentira. Ellos son los que andan evadidos de Dios, que es la Reali-
ha de ser buena conciencia y librarse con todas sus fuer- dad fontal, y perdidos en acciones irreales, que no tienen a Dios
zas de pecados veniales, y seguir lo más perfecto» (Ca- por principio y fin, haciéndose así ellos mismos cada vez más
irreales. A éstos les dice Santa Teresa: «¿Es mucho que, quitando
mino Perf. 8,3; +STh II-II,24,9); y con ello, los ojos del alma de las cosas exteriores, le miréis algunas veces a
2.–crecer en virtudes: «No todo el que dice “¡Señor, El?» (Camino Perf. 42,3). Y es que temen a la oración como a la
Señor!” entrará en el reino de los cielos [ni llegará a la muerte, y la huyen, racionalizando y haciendo teología posterior
contemplación], sino el que hace la voluntad de mi Pa- de su huida (+Vida 8,6).))
dre, que está en los cielos» (Mt 7,21). El verdadero orante es necesariamente un hombre pe-
Lo mismo, en palabras de Santa Teresa: «No pongáis vuestro nitente, abnegado de sí mismo, y a la hora de morir lo
fundamento sólo en rezar y contemplar, porque si no procuráis hará con facilidad, pues habiendo perseverado durante
virtudes y ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas» (7 Mo- su vida en la oración, ya ha adquirido largamente la cos-
radas 4,10). Y en las virtudes crecer especialmente en tumbre de morir.
3.–el amor al prójimo: Dios rechaza la ofrenda de nues- Fe y caridad. –En la oración, a la hora de elevar el
tra oración si no estamos en caridad con nuestro herma- corazón a Dios, sólamente la fe y la caridad son las alas
no (Mt 5,23-24). No es conciliable amor a Dios en la sobrenaturales capaces de levantar ese vuelo inmenso, y
oración y desamor al prójimo en la vida ordinaria, pues de poco valen allí otras fuerzas y trucos. Y esas alas,
no puede salir de una misma fuente agua dulce y agua sobre todo a los comienzos, han de batirse con poderosa
147
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
intensidad, si es que el vuelo ha de ser durable y alto. Así ritu para que pidamos así en su nombre: «Cuanto pidiéreis
se hacen ágiles y fuertes. En efecto, nada acrecienta al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis
tanto la fe y la caridad como el ejercicio perseverante de pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que
la oración. El verdadero orante es hombre lúcido en la sea cumplido vuestro gozo» (Jn 16,23-24). Pedimos en
fe, que sabe ver en la oscuridad, y ardiente en la caridad, el nombre de Jesús cuando queremos que se haga en
pues sabe amar aun cuando nada siente. nosotros la voluntad del Padre, no la nuestra (Lc 22,42);
Humildad. –Es en la oración, normalmente, donde el cuando pedimos con sencillez, como él nos enseñó a
cristiano tiene más honda experiencia de su indigencia hacerlo: «Orando, no seáis habladores como los gentiles,
radical, pues mientras que en las obras exteriores siente que piensan que serán escuchados por su mucho hablar;
quizá que algo puede, en la oración pronto comprende no os asemejéis, pues, a ellos, porque vuestro Padre co-
que nada puede sin el auxilio del Espíritu Santo. Nada noce las cosas de que tenéis necesidad antes de que se
requiere y nada produce tanta humildad como la ora- las pidáis» (Mt 6,7-8; +32).
ción. Cualquier altivez y autosuficiencia, cualquier ((A veces se hace mal la oración de petición, se hace con exigen-
autoafirmación vana, o muere en la oración, y el hombre cias, como queriendo doblegar la voluntad de Dios a la nuestra, con
respira en Dios y vive, o se niega a morir, y entonces amenazas incluso. Así, pervertida, la oración de petición es muy
inhibe la oración y la hace imposible. dañosa: apega más a las criaturas, obstina en la propia voluntad, no
consigue nada, genera dudas de fe, produce hastío y frustración, y
Por el contrario, el verdadero orante es humilde, pues conduce fácilmente al abandono de la misma oración.))
sólo es posible orar con «el vientre pegado al suelo»,
«como agua derramada» ante el Señor (Sal 43,26; 21,15; Pidiendo a Dios, abrimos en la humildad nuestro co-
129,1), en la actitud del publicano, golpeándose el pe- razón a los dones que él quiere darnos. El soberbio se
cho al fondo de la iglesia, sin atreverse a levantar la mi- autolimita en su precaria autosuficiencia, no pide, a no
rada hacia el altar (Lc 18,13). En la oración se encuentra ser como último recurso, cuando todo intento ha fraca-
al Señor cuando en ella, humildemente, sólo se le busca sado y la necesidad apremia; y entonces pide mal, con
a él, y no se le exige nada, ni ideas, ni sentimientos, ni exigencia, marcando plazos y modos. En cambio el hu-
luces, ni consolaciones, ni palabras confortadoras, que milde pide, pide siempre, pide todo, en todo intento lleva
no son más que eventuales añadiduras, únicamente inte- en vanguardia la oración de súplica. Y es que se hace
resantes si Dios las da (Mt 6,33). Tampoco hemos de como niño para entrar en el Reino, y los niños, cuando
orar «para ser vistos» por los otros (6, 5), ni siquiera algo necesitan, lo primero que hacen es pedirlo. San Pa-
para ser vistos por nosotros mismos. La oración, en fin, blo nos da ejemplo: él pedía «sin cesar», «noche y día»
sólo es posible en la humildad. (Col 1,9; 1 Tes 3,10).
Paciencia perseverante. –Jesucristo insiste en esta San Agustín, frente a los autosuficientes pelagianos, clarificó
bien esta cuestión: «El hecho de que [el Señor] nos haya enseñado
actitud como fundamento necesario de la oración: «Es a orar, si pensamos que lo que Dios pretende con ello es llegar a
preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Lc 18,1; conocer nuestra voluntad, puede sorprendernos. Pero no es eso lo
+21,34-36; Mt 26,41). En la oración hay que estar como que pretende, ya que él la conoce muy bien. Lo que quiere es que,
las vírgenes prudentes, esperando al Esposo (25,1-13), mediante la oración [de petición], avivemos nuestro deseo, a fin de
como la viuda que reclamaba su derecho (Lc 18,1-8), que estemos lo suficientemente abiertos para poder recibir lo que
como aquél que de noche importunaba a su amigo (11,5- ha de darnos» (ML 33,499-500). «En la oración, pues, se realiza la
conversión del corazón del hombre hacia Aquél que siempre está
13). En la oración hay que tener con Dios tanta pacien- preparado para dar, si estuviéramos nosotros preparados a recibir
cia como la que él tiene con nosotros. lo que El nos daría» (34,1275). «Dios quiere dar, pero no da sino al
que le pide, no sea que dé al que no recibe» (37,1324).
La oración de petición
Dios da sus dones cuando ve que los recibiremos como
J. Caba, La oración de petición, Analecta biblica 62, Romadones suyos, con humildad, y que no nos enorgullecere-
1974; A. González ob.cit. 107-118,167-179; arts. de D. Z. Philips,
F. X. Durrwell, N. Haman, P. Hitz, «Lumen Vitæ» 22 (1967) mos con ellos, alejándonos así de él. Es la humildad,
225-244; 23 (1968) 221-319. expresada y actualizada en la petición, la que nos dispone
a recibir los dones que Dios quiere darnos. Por eso los
Petición, alabanza y acción de gracias son las formas humildes piden, y crecen rápidamente en la gracia, con
fundamentales de la oración bíblica, que no se contra- gran sencillez y seguridad. Y es que «Dios resiste a los
ponen, sino que se complementan. La petición prepara y soberbios y a los humildes da su gracia. Humillaos, pues,
anticipa la acción de gracias, y en sí misma es ya una bajo la poderosa mano de Dios, para que a su tiempo os
alabanza, pues confiesa que Dios es bueno y fuente de ensalce. Echad sobre El todos vuestros cuidados, puesto
todo bien. Y la acción de gracias brota del corazón cre- que tiene providencia de vosotros» (1 Pe 5,5-7).
yente, que pide a Dios y que recibe todo bien como don
de Dios. Por eso los tres géneros de oración se La oración de petición tiene una infalible eficacia.
entrecruzan y exigen mutuamente (por ejemplo, Sal Es, sin duda, el medio principal para crecer en Cristo,
21,23-32; 32,22; 128,5-8). No menospreciemos, pues, pues la petición orante va mucho más allá de nuestros
la oración de súplica, como si fuera un género inferior méritos, se apoya inmediatamente en la gratuita bondad
de oración, que, después de todo, el Padre nuestro, la de Dios misericordioso. De ahí viene nuestra segura es-
oración que nos enseñó Jesús, se compone de siete pe- peranza: «Pedid y recibiréis» (Jn 16,24; +Mt 21,22; Is
ticiones. Pero eso si, pidamos bien. 65,24; Sal 144,19; Lc 11,9-13; 1 Jn 5,14).
Pidamos en el nombre de Jesús (Jn 14,13; 15,16; 16,23- Dios responde siempre a nuestras peticiones, aunque
26; Ef 5,20; Col 3,17). Esto significa dos cosas: 1, orar no siempre según el tiempo y manera que deseábamos.
al Padre en la misma actitud filial de Jesús, participan- Cristo oró «con poderosos clamores y lágrimas al que
do de su Espíritu (Gál 4,6; Rm 8,15; Ef 5,18-19), y 2, era poderoso para salvarle de la muerte, y fue escucha-
pedir por Jesús (Rm 1,8;1,25; 2 Cor 1,20; Heb 13,15; do» (Heb 5,7). No fue escuchado por la supresión de la
Hch 4,30), esto es, tomándole como mediador y aboga- cruz redentora –«aleja de mí este cáliz» (Mc 14,36)–;
do (1 Tim 2,5; Heb 8,6; 9,15; 12,24). «Nosotros no fue escuchado de un modo mucho más sublime –«pero
sabemos pedir lo que nos conviene» (Rm 8,26), y pedi- Dios, rotas las ataduras de la muerte, le resucitó» (Hch
mos mal (Sant 4,3), pero Jesús nos comunica su Espí- 2,24)–.
148
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
((Algunos piensan que la oración de petición es vana, pues nada –La alabanza, por otra parte, es la cumbre de la oración judía.
influye en la Providencia divina, que es infalible e inmutable. Ahora Muchas alabanzas se inician como eulogía (102;103), y así termi-
bien, si consideran superflua la petición, puesto que la Providencia nan los cuatro primeros libros del salterio (40,14; 71,18-19; 88,53;
es inmutable, ¿para qué trabajan, si lo que ha de suceder vendrá 105,48). En los himnos de alabanza suele darse una forma clara:
infaliblemente, como ya determinado por la Providencia? Déjenlo una invitación entusiasta inicia el canto –«Alabad al Señor» (146)–, una
todo en manos de Dios, no oren, y no laboren. Por el contrario, a invitación que puede llenar el canto entero (150); en seguida, el
los cristianos nos ha sido dada la doble norma del trabajo y de la cuerpo del salmo, con los motivos para la alabanza, que fundamen-
petición, y sabemos que con uno y otra estamos colaborando con talmente son creación, providencia y redención; y una conclusión,
la Providencia divina, sin que por eso pretendamos cambiarla o que a veces vuelve al tema inicial del invitatorio.
sustituirla.)) Nuevo Testamento.
Pidamos a Dios todo género de bienes, materiales o –La acción de gracias es la forma predominante de la oración
espirituales, el pan de cada día, el perdón de los peca- cristiana (A. González 179). Es el agradecimiento a causa de Cris-
dos, el alivio en la enfermedad (Sant 5,13-16), el acre- to, que se expresa con el verbo eucharisteo. Casi siempre San Pablo
centamiento de nuestra fe (Mc 9,24). Pidamos por los inicia sus cartas con una gran acción de gracias (Rm 1,8; 1 Cor 1, 4s;
amigos, por las autoridades civiles y religiosas (1 Tim etc.). Los cristianos estamos llamados a «vivir en acción de gra-
cias», como en una actitud permanente, que ha de expresarse en
2,2; Heb 13,17-18), por los pecadores (1 Jn 5,16), por todo lo que hagamos (1 Cor 15,57; 2 Cor 4,15; Ef 1,16; 5,20; Col
los enemigos y los que nos persiguen (Mt 5,44), en fin, 3,15-17; 1 Tes 5,18; 2 Tes 2,13). Esta es la actitud orante de los
«por todos los hombres» (1 Tim 2,1). Pidamos al Señor bienaventurados celestes (Ap 11,17). Y entre tanto desagradeci-
que envíe obreros a su mies (Mt 9,38), y que nuestras miento hacia Dios («¿No han sido diez los curados? Y los nueve
peticiones ayuden siempre el trabajo misionero de los ¿dónde están?», Lc 17,17), la Iglesia es en este mundo una perma-
apóstoles (Rm 15,30s; 2 Cor 1,11; Ef 6,19; Col 4,3; 1 nente eucaristía: «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber
Tes 5,25; 2 Tes 3,1-2). y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre
Santo, Dios todopoderoso y eterno».
Nuestras peticiones, con el crecimiento espiritual, se –La alabanza cristiana, junto a la acción de gracias, nace de un
irán simplificando y universalizando. Y acabaremos pi- conocimiento nuevo de la bondad de Dios en Cristo, y se expresa
diendo sólo lo que Dios quiere que le pidamos, en per- en un canto nuevo (Ap 5,9;14,3), aunque adopta las formas de la
fecta docilidad al Espíritu –«y así, las obras y ruegos de tradición judía. Himnos, como el Magnificat, el Benedictus, el Nunc
estas almas siempre tienen efecto» (3 Subida 2,9-10)–. dimittis, se parecen mucho a los antiguos himnos (Lc 1,46-55. 68-
En fin, pidamos el Don primero, del cual derivan todos 79; 2,29-32). Jesús con los suyos rezó los salmos hallel prescritos
para el rito pascual (Mc 14,26). Pero pronto surgen nuevos him-
los dones: pidamos el Espíritu Santo (Lc 11, 13 ). nos, puramente evangélicos (Jn 1,1-18; Ap 5,12-14; Flp 2,5-11;
Pidamos unos por otros, haciendo oficio de interceso- Col 1,13-20; 1 Tim 3,16; 2 Tim 2,11-13), eulogías maravillosas,
res, pues eso es propio de la condición sacerdotal cris- dirigidas al Padre por su Hijo (Rm 1,25; 2 Cor 1,3s; 11,31; Ef 1,3s;
tiana (1 Tim 2,1-2). Así oró Cristo tantas veces por no- +Mc 14,61; Lc 1,42; 2,34), y también doxologías, que cantan por
Cristo la gloria (doxa) del Padre celeste (Rm 11,36; 16,27; Gál 1,5;
sotros (Jn 17,6-26), también en la cruz (Lc 23,34; +Hch Heb 13,20-21; Ap 5,13). Con el paso del tiempo, la doxología fue
7,60). Así oraban los primeros cristianos en favor de haciéndose explícitamente trinitaria, como en la forma litúrgica tra-
Pedro encarcelado (12,5), o por Pablo y Bernabé, envia- dicional: «Dios (Padre) eterno y misericordioso... por nuestro Se-
dos a predicar (13,3; +14,23). ñor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, en la unidad del
Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén».
Pidamos a otros que rueguen por nosotros, que nos
encomienden ante el Señor. Así estimulamos en nues- Los hombres, creados para alabar al Creador, están
tros hermanos la oración de intercesión, que «es una tristes porque «no le glorificaron como a Dios, ni le die-
forma de oración de las más atestiguadas en el Nuevo ron gracias» (Rm 1,21; +1,22-32). Y, por el contrario,
Testamento, particularmente en las cartas de San Pablo» se llenan de alegría cuando sus voces y sus vidas alaban
(A. González 171). De este modo, no sólo recibimos la a Dios: «Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: camina-
ayuda espiritual de nuestros hermanos, sino que los aso- rá, oh Señor, a la luz de tu rostro» (Sal 88,16; +12,6;
ciamos también a nuestra vida y a nuestras obras. 104,1-3).
La oración continua
Acción de gracias y alabanza B. Bro, La rueda de molino y la cítara. Orar un instante, orar
Glorificar a Dios es la misión de Cristo en el mundo, siempre, Salamanca, Sígueme 1985; P. Y. Emery, La prière au coeur
como él mismo lo declara (Jn 17,4), y ésa misma es la de la vie, París, Seuil 1982; J. Lafrance, Perseverantes en la oración,
misión de la Iglesia. Los cristianos –nos dice San Pe- Madrid, Narcea 1984; El Rosario. Un camino hacia la oración incesante,
ib. 1988.
dro– somos «linaje elegido, sacerdocio real, nación san-
ta, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os Israel vive en oración continua, y con verdad puede
llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe 2,9). El decir en sus salmos: «Bendigo al Señor en todo momen-
pueblo de Dios es en medio de los pueblos un pueblo to, su alabanza está siempre en mi boca» (33,1); «a Ti te
sacerdotal, que reunido en Cristo, debe alzar al Padre estoy llamando todo el día» (85,3), «siete veces al día te
con la fuerza del Espíritu salmos, himnos y cánticos es- alabo» (118,164), «tengo siempre presente al Señor»
pirituales, agradeciendo todo a Dios (Ef 5,18-20). (15,8; +24,5; 33,2; 34,28; 43,9; 67,20; 87,2; 95,2; etc.).
Las tres horas prescritas de oración (54,18; Dan 6,10)
La glorificación de Dios es el alma de la oración bíbli-
ayudan a Israel a vivir en oración continua, esto es, a
ca.
aminar en la presencia del Señor» (Sal 114,9).
Antiguo Testamento.
La Iglesia vive también en oración continua, fiel al
–La acción de gracias suele tener forma de himno y también de
eulogía: «Bendito seas Señor, que hiciste»... Brota de la contem-
ejemplo y a las enseñanzas de Jesús y de los Apóstoles.
plación de Dios en la creación o en sus intervenciones históricas de En efecto, Cristo nos mandó «orar siempre», en todo
salvación. En los salmos, o en cánticos equiparables a ellos –de tiempo (Lc 18,1; 21,36; 24,53). Lo mismo enseñaron
Isaías, Jeremías, etc. – se hallan formidables muestras de gratitud los Apóstoles: hay que orar siempre, sin cesar (Hch 1,14;
religiosa. Las oraciones de acción de gracias no tiene forma muy 2,42; 6,4; 10,2; 12,5; Rm 1,9s; 12,12; 1 Cor 1,4; Ef
definida, pero suelen comenzar por una invitación a celebrar los 1,16; 5,20; 6,18; Flp 1,3s; 4,6; Col 4,2; 1 Tes 1,2s; 2,13;
beneficios obrados por Dios, pasando luego a la descripción de los 5,17; 2 Tes 1,11; 2,13; Flm 4; Heb 13,15), noche y día (Lc
mismos, que ha de motivar al orante.
2,37; l8,7; Hch 26,7; 1 Tes 3,10; 1 Tim 5,5; 2 Tim 1,3).
149
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
La Iglesia primera vivió el ideal de la oración continua. En tro Señor Dios en todas las cosas, es más fácil que no a
Roma, hacia el 215, la Traditio Apostolica de San Hipólito, tras levantarnos a las cosas divinas más abstractas, hacién-
disponer las Horas diarias de la oración, concluye: «Así vosotros, donos con trabajo presentes a ellas, y causará este buen
todos los fieles, haciendo esto, no podréis ser tentados ni os perde-
réis, ya que siempre guardáis memoria de Cristo» (n.41). Y en ejercicio, disponiéndonos, grandes visitaciones del Se-
Alejandría, por los mismos años, San Clemente describe así la vida ñor, aunque sean en una breve oración» (Cta.al P.
de los cristianos espirituales (aún no había monjes; escribe para el Brandao I-VI-1551).
común de los fieles): El cristiano guarda de Dios «memoria conti-
nua: ora en todo lugar, en el paseo, en la conversación, en el descan- Las jaculatorias
so, en la lectura, en toda obra razonable, ora en todo» (MG 9,469). Anónimo, El peregrino ruso, Madrid, Espiritualidad 1976; San
Y en Antioquía, otro de los grandes centros del cristianismo prime- Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, cp.13, BAC
ro, San Juan Crisóstomo propone el mismo ideal: «Conviene que 109 (1953) 101-105; Manuel González, Obispo, Mi jaculatoria
elevemos la mente a Dios no sólo cuando meditamos en el tiempo de hoy, Madrid, EGDA 1983, 7ª ed; A. Rayez, jaculatoires, DSp
de la oración, sino también que juntemos el anhelo y el recuerdo de VIII (1972) 66-67.
Dios con la atención a las otras ocupaciones» (64,461-464).
Los santos han vivido la oración continua, también aquellos de Las jaculatorias tienen una arraigada tradición en la
vida activa y ajetreada. Santa Catalina de Siena, viviendo con su Iglesia –y también se hallan formas equivalentes de orar
familia, en una casa llena de parientes y amigos, atendiendo mu- en otras religiones–. Jesús, ya lo vimos, intercalaba a
chas relaciones, ocupándose en misiones importantes y delicadas, veces breves oraciones estando en acción. Y los anti-
vivía la oración continua: nunca abandonaba su «celda interior» guos monjes de Egipto, como señala San Agustín con
(Diálogo introd.; III,4,3; V,7,2). San Ignacio de Loyola nos confie- elogio, practicaban estas frecuentes y breves invocaciones
sa de sí mismo que «siempre y a cualquier hora que quería encon-
trar a Dios, lo encontraba» (Autobiografía 99). Y de él nos cuenta
a Dios como una de sus formas preferidas de oración
el padre Nadal: «Sabemos que el P. Ignacio había recibido de Dios (CSEL 44,6 ). Las jaculatorias son como flechazos (ia-
la singular gracia de ejercitarse siempre que quería y de descansar culum = flecha) que el orante lanza a Dios. Es la manera
en la contemplación de la Santísima Trinidad; pero, además, tam- de oración más fácil, más asequible a todos.
bién la de sentir en todas las cosas, en todas las acciones y conver- Para San Francisco de Sales este modo de orar «no es difícil, y
saciones, la divina presencia y la amorosidad de las cosas espiri- puede alternarse con todos nuestros quehaceres y ocupaciones sin
tuales y la de contemplarlas, siendo al mismo tiempo contemplati- quebrantarlos. [El rezo de jaculatorias] puede suplir la falta de
vo en la acción (lo que él solía explicar diciendo que a Dios se le todas las demás oraciones, pero la falta de éstas no puede ser
había de hallar en todo)» (MHSI, Nadal IV, Madrid 1905, 651). reemplazada con ningún otro medio» (Intr. vida devota 13).
La oración continua nos hace vivir en amistosa rela- El Espíritu Santo ora siempre en el corazón del cristia-
ción con el Señor. Ciertamente, entre dos amigos, la no, y su voz es tan suave y constante –«bendito seas,
amistad pide largas y frecuentes conversaciones; pero Señor», «hágase tu voluntad», «ven en mi ayuda»...–
también es cierto que a veces, si lo anterior no es posi- que muchas veces no se da cuenta la persona de que está
ble, la amistad se mantiene y crece con frecuentes rela- orando. Pues bien, las jaculatorias, voluntariamente fo-
ciones personales breves. Pues bien, es posible que Dios mentadas al comienzo de la vida espiritual, abren el cora-
no le dé a un cristiano la gracia de tener largos ratos de zón a esa oración incesante del Espíritu, y hacen de la
oración, pero es indudable que quiere dar a todos sus vida cristiana una ofrenda permanente, un continuo cla-
hijos, sea cual fuere su vocación y forma de vida, esa mor de esperanza enamorada.
oración continua que nos hace vivir siempre en amistad
filial con él. Siempre es posible la oración de todas las Los grados de la oración
horas, esto es, vivir en la presencia de Dios. AA.VV., Santa Teresa, maestra di orazione, Roma, Teresianum
El orden de necesidad de los diversos tipos de oración puede ser 1963; AA.VV., Introducción a la lectura de Santa Teresa, Madrid,
sujeto a diversas apreciaciones. Si reducimos estos tipos a tres: a) Espiritualidad 1978; Ermanno del Smo. Sacramento, I gradi
oración de todas las horas, b) Horas litúrgicas, c) oración de una della preghiera mistica teresiana, en AA. VV., De contemplatione
hora (o del tiempo que sea), unos, al menos en el orden de la mistica teresiana, Roma, Teresianum 1963,497–517 (=«Ephe-
pedagogía espiritual, proponen el orden c-a-b, y con buenas razo- merides Carmeliticæ» 13, 1962, 497-517); Daniel de Pablo Maroto,
nes; otros prefieren fomentar en la vida espiritual del común de los Dinámica de la oración cristiana, Madrid, Espiritualidad 1973;
fieles el orden b-c-a; otros, c-b-a... y en todos hay razones válidas. San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, lib.VI; J.
Nosotros preferimos a-b-c, al menos, se entiende, cuando esto sea González Arintero, Los grados de oración, en Cuestiones místi-
posible: Primero de todo, la oración continua, sin la que no se cas, Madrid, BAC 154 (1956) 539-649; Tomás de la Cruz, La
puede vivir. En seguida, las Horas litúrgicas, la oración de la Iglesia, oración, camino a Dios; el pensamiento de Santa Teresa, «Eph.
aunque sólo sea alguna, para ir formando en ella la oración perso- Carm.» 21 (1971) 115-168.
nal. Y la oración de una hora, sin la cual, sobre todo a los comienzos Seguiremos a Santa Teresa en este tema, citando con siglas sus
de la vida espiritual, es casi imposible la oración continua; y sin la
obras, la Vida (=V.), Camino de Perfección, según códice del Esco-
cual, igualmente, suele resultar imposible o inútil el rezo de las
rial (=CE) o el de Valladolid (=CV), así como las Moradas del
Horas litúrgicas.
Castillo interior (=M).
Hay muchas prácticas que estimulan la oración conti- La oración va desarrollándose según el crecimiento en
nua. La liturgia de las Horas, desde su origen, está dis- las edades espirituales. El Espíritu Santo ilumina y mue-
puesta «de tal manera que la alabanza de Dios consagra ve de modos diversos a principiantes, adelantados y per-
el curso entero del día y de la noche» (SC 84); por ella la fectos. Santa Teresa de Jesús (1515-1582) logró, por
Iglesia y cada cristiano «alaba sin cesar al Señor e inter- don de Dios, conocer y expresar maravillosamente esta
cede por la salvación de todo el mundo» (83b). La ben- doctrina espiritual, que ya era enseñada por la tradición
dición de las comidas, el rezo del Angelus, el ofreci- anterior, aunque no tan claramente. Ella expuso el cami-
miento de obras, las jaculatorias y breves oraciones al no de la oración por primera vez en su Vida (11-21), en
inicio o fin de una actividad, los diarios exámenes de 1562; más ampliamente, aunque sin mucho orden, en el
conciencia, el Rosario, las tres Ave Marías, etc., son Camino de Perfección, en 1562-1564; y del modo más
prácticas tradicionales que ciertamente ayudan a guar- perfecto en su obra de madurez, en 1577, las Moradas
dar memoria continua del Señor. San Ignacio de Loyola del Castillo interior.
propone: «Se pueden ejercitar en buscar la presencia de
Santa Teresa no tenía en modo alguno tendencia a clasificar y
nuestro Señor en todas las cosas, como en el conversar encasillar la vida espiritual, y era enemiga en estos temas de «libros
con alguno, andar, ver, gustar, oír, entender, y en todo lo muy concertados» (CE 35,4; +1 M 2,8). Advierte en ocasiones que
que hiciéremos. Esta manera de meditar, hallando a nues- ciertos aspectos de la oración quizá se den de diverso modo en otras
150
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
personas. Ella, ante todo, da cuenta de su experiencia personal.
Pero, por otro lado, es muy consciente de que Dios le ha dado
gracias especiales para conocer y enseñar los caminos de la oración: Las oraciones activas
«Parece que ha querido el Señor [a través de mí] declarar estos
estados en que se ve el alma, a mi parecer, lo más que acá se puede El cristiano principiante, durante su vida ascética,
dar a entender» (V.17,9; +16,2). Estimamos, pues, que los grandes caracterizada por el ejercicio predominante de las virtu-
principios de la doctrina teresiana de la oración tienen una validez des, que le hacen participar de la vida sobrenatural al
objetiva y universal. Y, de hecho, han sido ampliamente reconoci- modo humano, practica su oración, con la asistencia
dos. del Espíritu Santo, en formas activas, discursivas, con
Estas son las líneas principales en la dinámica de la imágenes, conceptos y palabras, laboriosamente. Estas
oración: oraciones, como otras actividades y trabajos, producen
1. –La oración va pasando de formas activas- cansancio, y no pueden prolongarse más allá de ciertos
discursivas (vida ascética de los principiantes) a modali- límites, que son muy variables según las personas. En
dades pasivas-simples (vida mística de los perfectos). estas oraciones, el huerto del alma va siendo regado «con
sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo»
2. –La oración pasiva-mística es don gratuito de Dios, (V.11,7).
pero nosotros podemos disponernos mucho, colaboran-
do con la gracia de Dios en la oración activa, para reci- Las principales formas de oración activa son la ora-
birla (5 M 2,1; +1,3; V.39,10; CV 18,3). Desde luego no ción espontánea de muchas palabras, la oración vocal, la
podemos adquirirla, ha de darla Dios. meditación y la oración de simplicidad.
3. –La voluntad es la primera facultad que en la ora- Oración espontánea de muchas palabras
ción logra fijarse establemente en Dios por el amor. Sólo
Es ésta una forma de orar básica, universal, necesa-
en las más altas formas de oración mística todas las po-
ria al corazón cristiano, y que no requiere particular
tencias se unen fijas en Dios durablemente.
aprendizaje: «Señor, voy a estar un rato contigo. Ya ves
4. –La conciencia de la presencia de Dios es muy po- cómo estoy. Tengo que hablar con mi hermano, y no sé
bre en la oración activa, y viene a hacerse más tarde la cómo hacerlo. Dame tu luz y tu gracia, para que»... Se
substancia misma de la oración mística. trata, como se ve, de una oración activa, discursiva,
5. –La perfecta oración continua, la fusión entre con- con sucesividad de temas, conceptos, palabras, volicio-
templación y acción, sólo se alcanza cuando se llega a la nes, al modo psicológico humano; espontánea, no asis-
oración mística. tida por método alguno, ni por ninguna fórmula oracional,
sino que brota a impulsos circunstanciales del corazón,
6. –Es normalmente simultáneo el crecimiento de la con la ayuda del Espíritu; de muchas palabras, como es
vida cristiana en general y de la oración. propio en los principiantes, pues si aquéllas terminan,
Santa Teresa, y en general la Teología Espiritual, estu- cesa la oración.
dia la dinámica de la oración en el crecimiento de la per- Todos los cristianos, en mayor o menor medida, han de ejercitar-
sona, según las fases características de su desarrollo se en la oración espontánea de muchas palabras, pero no conviene
espiritual; pero la doctrina puede aplicarse también, en sobrevalorar su modalidad –como lo hace el subjetivismo indivi-
cierto modo, al crecimiento en la oración de la comuni- dualista de nuestra época, considerándola la más valiosa oración–.
dad. Sobre todo no conviene practicarla en los comienzos de forma
exclusiva, sin ejercitarse también en las otras modalidades de ora-
Cristianos sin oración ción activa. En efecto, a los comienzos el alma del cristiano princi-
piante funciona más como humana que como cristiana. Todavía el
El cristiano sin oración es como un niño muy peque- Espíritu le resulta un principio extrínseco, cuyo influjo no puede
ño, que todavía no sabe hablar con el Padre celestial. El recibir si no es haciéndose una cierta violencia. En otras palabras:
caso es alarmante. Cuando unos padres ven que su niño, Cuando el principiante se mueve espontáneamente, no suele mo-
ya crecido, no aprende a hablar, se preocupan y le llevan verse por el Espíritu Santo, sino por su alma adámica, y por eso
sus acciones y oraciones tienen poca calidad cristiana, son escasa-
al médico, pues piensan que el lenguaje pertenece a la mente movidas por el Espíritu Santo. Por eso al cristiano que
integridad de la condición humana. No es un accesorio comienza la oración le conviene ejercitarse no sólo en ésta, sino
optativo o de lujo, y por eso su carencia es una deficien- también en las otras formas de oración activa, si de veras quiere
cia grave. Así, de modo semejante, el cristiano sin ora- abrirse a la ayuda del Espíritu Santo y crecer en la oración.
ción es un enfermo grave: no sabe hablar con Dios, su
Padre. Le falta para ello luz de fe o amor de caridad. Oración vocal
Aunque está bautizado, y Jesús le abrió el oído y le soltó J. Carmignac, Recherches sur le «Notre Père», París, Letouzey
la lengua, sigue ante Dios como un sordo mudo: ni oye, et Ané 1969; A. M. Carré, El Padre nuestro rezado y vivido,
ni habla (Mc 7,34-35). Bilbao, Mensajero 1968; R. Guardini, Oraciones teológicas, Ma-
drid, Guadarrama 1966; I. Hausherr, Hésychasme et prière,
«Son las almas que no tienen oración como un cuerpo con pará- Orientalia Christiana 176, Roma 1966; T. Maertens, Livre de la
lisis o tullido, que aunque tiene pies y manos, no los puede man- prière, París, Centurion-Cerf 1969; M. Maglione, La più belle
dar» (1 M 1,6). Estas almas «aunque están muy metidas en el preghiere del mondo, Milán, De Vecchi 1969; A. Pardo, Oracional,
mundo, tienen buenos deseos y alguna vez –aunque de tarde en Madrid, BAC 1977; S. Sabugal, El Padrenuestro en la interpre-
tarde– se encomiendan a nuestro Señor y consideran quiénes son, tación catequética antigua y moderna, Salamanca, Sígueme 1982;
aunque no muy despacio» (1,8). Pues bien, hay que «poquito a Abbá... La oración del Señor (historia y exégesis teológica), BAC
poquito ir acostumbrando el alma [a la oración] con halagos y 467 (1985). El texto de los salmos, con valiosos complementos,
artificio para no amedrentarla. Haced cuenta que hace muchos años puede hallarse en Salmos y cánticos, trad. L. Alonso Schökel-J.
que se ha ido huida de su Esposo y que, hasta que quiera volver a Mateos, Madrid, Cristiandad 1982,6ª ed.; A. Pardo, Orar con los
su casa, es menester saberlo negociar mucho, que así somos los salmos, Barcelona, Regina 1985.
pecadores: tenemos tan acostumbrada nuestra alma y pensamiento
a andar tan a su placer –o a su pesar, por mejor decir–, que la triste La oración vocal consiste en la recitación de fórmulas
alma no se entiende, que para que vuelva a tomar amor con su oracionales ya compuestas, como salmos, Padre nues-
marido [que es Dios] y a acostumbrarse a estar en su casa [que es tro, Ave María, Credo, Horas litúrgicas, etc. (CE 37,3;
oración] es menester mucho artificio y que sea con amor y poco a 40,1; CV 25,3). Es el modo de orar más humilde, más
poco» (CE 43,3). fácil de enseñar y de aprender, más universalmente prac-

151
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
ticado en la historia de la Iglesia, y más válido en todas oraciones «no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración
las edades espirituales, pues, a diferencia de las otras dominical» (CSEL 44,63-66; +CV 37,1; CE 43-47). La liturgia de
oraciones activas, ésta extiende su vigencia hasta el las Horas sobre todo, pero también los oracionales, nos ofrecen las
mejores oraciones cristianas.
umbral mismo de la oración mística contemplativa. El
cristiano, rezando las oraciones vocales de la Iglesia, –Conocer bien los textos. No es fácil rezar con unas fórmulas que
no se entienden bien o que captan en sí mismas demasiado la aten-
procedentes de la Biblia, de la liturgia o de la tradición ción del orante. Conviene haber estudiado y meditado aquellas
piadosa, abre su corazón al influjo del Espíritu Santo, fórmulas que van a sustentar nuestra oración vocal. Concretamen-
que le configura así a Cristo orante. Se hace como niño, te, el concilio Vaticano II recomienza a los que rezan las Horas que
y se deja enseñar a orar. «adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principal-
mente acerca de los salmos» (SC 90).
En efecto, Cristo y su Iglesia hallan en las oraciones
vocales no sólo la mejor escuela de oración, pues por –Brevedad en las palabras, según la advertencia de Jesús (Mt
ellas va asimilando el orante los pensamientos, deseos y 6,7). San Juan Clímaco dice: «No ores con muchas palabras, no sea
que buscando cuáles decir, se distraiga tu mente. El publicano con
actitudes más gratos al Padre, sino también la más efi- una palabra aplacó a Dios. El ladrón en la cruz fue salvado por una
caz catequesis, pues «lex orandi, lex credendi» (se cree palabra llena de fe. La abundancia de palabras en la oración llena con
según se ora, y se ora según se cree: Indiculus 431: Dz frecuencia la mente de imágenes, y la disipa. Una sola palabra
246; +3792, 3828). Toda la fe y la espiritualidad de la (monología, una sola frase) muchas veces suele recoger la mente
Iglesia, en toda su amplitud y perfecta armonía –adora- distraída. Cuando en las oraciones llegas a alguna palabra que te
ción, ofrenda, alabanza, súplica, agradecimiento, Trini- conmueve, quédate en ella: es que el ángel custodio ora contigo»
(MG 88, 1131). También San Ignacio propone orar palabra por
dad, María, ángeles, conversión, trabajos, apostolado, palabra (Ejercicios 252-257).
cruz, gracia, vida eterna– van siendo inculcadas diaria-
–Repetición cadenciada. Cristo en Getsemaní oraba con una sola
mente, en eficacísima catequesis implícita, en quienes frase, a la que volvía una y otra vez (Mc 14,36-39). En la oración de
hacen suyas esas oraciones vocales. Jesús, «aspirando el aire, dirigía mi vista espiritual al corazón y
((Es significativo que pseudomísticos entusiastas, erasmistas, decía «Señor mío Jesucristo»; espirando decía «ten misericordia de
alumbrados, quietistas y todo género de espirituales desviados mí»», y así a lo largo de todo el día (+El peregrino ruso). San
menosprecian la oración vocal, y la relegan a niños, beatas e igno- Ignacio sugiere orar por compás, «de manera que una sola palabra
rantes. Mientras que los santos y los grandes maestros espiritua- se diga entre un anhélito y otro», lentamente, recorriendo una ora-
les la recomiendan con toda su alma. Así Santa Teresa: «No penséis ción (Ejercicios 258). También el Rosario es monológico. En fin, de
que se saca poca ganancia de rezar vocalmente con perfección. Os estas oraciones simples y reiteradas hay experiencia universal en las reli-
digo que es muy posible que estando rezando el Paternóster os giones –hesicastas cristianos, indúes (mantras, yoga), musulmanes
ponga el Señor en contemplación perfecta, o rezando otra oración (zikr), budistas (nembutsu).–
vocal» (CV 25,1; +27,3; 30,7).
La oración vocal se hace mal con frecuencia, y así se desprestigia. Meditación
Se hace muchas veces de prisa, sin atención, sin entender apenas lo AA.VV., La meditación como experiencia religiosa, Barcelona,
que se dice, desconociendo los textos. «Este pueblo me honra con Herder 1976; R. Bohigues, Escuela de oración; cincuenta formas
los labios dice el Señor, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29,13; sencillas de orar, Madrid, PPC 1978; P. Fernández, Contempla-
Mc 7,6). El que «no advierte con quién habla y lo que pide y quién ción y liturgia, «Ciencia Tomista» 95 (1968) 483-505. Hay muchos
es quien pide y a quién, a eso no lo llamo yo oración, aunque buenos «libros de meditación»: los de J. Esquerda, en Barcelona,
mucho menee los labios» (1 M 1,7; +CE 37,1).)) Balmes, y en Salamanca, Sígueme; C. Foucauld, Contemplación,
He aquí algunas normas para hacer bien la oración ib.1969; Gabriel de Santa Mª Magdalena, Intimidad divina,
Burgos, Monte Carmelo 1965; Manuel González, Obispo, Ore-
vocal: mos..., Madrid, EGDA 1985, 6ª ed.; Qué hace y qué dice el Cora-
1. –Atención a Quién se habla, que es al mismo tiem- zón de Jesús en el sagrario, ib. 1986, 12ª ed.; J. M. Granero,
po Quien ora en nosotros. Esto es lo esencial, para que Oración evangélica, Madrid, Razón y Fe 1972; R. Guardini,
haya encuentro personal, inmediato, amistoso entre Dios Meditaciones teológicas, Madrid, Cristiandad 1974; T. de Kempis,
Imitación de Cristo, BAC 1975; I. Larrañaga, Muéstrame tu ros-
y el hombre (+CE 37,1. 4; 40,4). Captar la presencia tro; hacia la intimidad con Dios, Madrid, Paulinas 1980; N.
amorosa de Dios. Quesson, Palabra de Dios para cada día, I-V, Barcelona, Claret
2. –Atención a lo que se dice. Hay campesinos que 1981s.
nunca observan la belleza del paisaje donde hacen su El orante, al meditar, trata amistosamente con Dios, y pien-
trabajo: no ponen atención, no se fijan en él, quizá por- sa con amor en él, en sus palabras y en sus obras. Es, pues,
que lo tienen siempre delante. De modo se mejante, hay una oración activa y discursiva sumamente valiosa para
sacerdotes, por ejemplo, que no se dan cuenta de la be- entrar en intimidad con el Señor y para asimilar personal-
lleza de los textos que diariamente rezan en la eucaristía mente los grandes misterios de la fe. De poco vale, por
y en las Horas: apenas han estudiado los textos, no po- ejemplo, creer que Dios es Creador, si se ve el mundo
nen suficiente atención, van demasiado deprisa. Y así con ojos paganos: es preciso meditar en el Creador y su
quizá se aburren con sus rezos. Por el contrario, es pre- creación, «discurriendo en lo que es el mundo, y en lo
ciso tomar en serio la norma tradicional: «Que la mente que debe a Dios» (V.4,9). La Providencia divina, la cruz,
concuerde con la voz» (SC 90; +STh II-II,83,13; CV la caridad, la eucaristía, todo debe ser objeto de una me-
25,3). ditación orante, en la que imitamos a la Virgen María que
A esas dos normas fundamentales se puede añadir al- «guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón» (Lc
gunos sencillos consejos: 2,19; +2,51).
–Orar despacio, frenar toda prisa, que hay personas «amigas de Hay, evidentemente, en la meditación una parte
hablar y decir muchas oraciones vocales muy aprisa para acabar su discursiva, intelectual y reflexiva, de gran valor, sobre
tarea, que tienen ya por sí de decirlas cada día» (CE 53,8). todo para quienes no acostumbran leer o estudiar –ni
–Elegir bien las oraciones. La Biblia y la liturgia ofrecen el mejor discurrir–; pero en la oración meditativa es aún más im-
alimento para la oración cristiana (SC 24; DV 25). El Padre nuestro portante el elemento amoroso, volitivo, de encuentro per-
es la más preciosa de todas las oraciones posibles, la más grata a sonal e inmediato «con Quien sabemos que nos ama»
Dios. Por eso ya en la Dídaque (VIII,3), del siglo I, se establecía: (V.8,5). En este sentido la meditación es oración en la
«Así oraréis tres veces al día». Y la Iglesia conserva hoy esta medida en que se produce en ella ese encuentro personal
costumbre, rezando el Padre nuestro en la eucaristía, laudes y
vísperas. San Agustín, como otros Padres, piensa que las demás
y amistoso. Por eso «a los que discurren les digo que no
se les vaya todo el tiempo en esto» (13,11); que «no está
152
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho» (4 M cristológico: El orante «puede representarse delante de
1,7). Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sa-
Uno puede meditar, por ejemplo, la parábola del buen samarita- grada Humanidad y traerla siempre consigo y hablar con
no en tres niveles: 1. –Meditación pagana: «Es admirable la con- El, pedirle para sus necesidades, quejársele de sus traba-
ducta del samaritano. Yo procuraré hacer lo mismo». Eso no es jos, alegrarse con El en sus contentos, y no olvidarle por
oración, sino reflexión ética que no sale del propio yo, ni produce ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras
encuentro con Dios. 2. –Meditación cristiana: «El samaritano sim- conforme a sus deseos y necesidad» (12,2; +CE 42,1).
boliza a Cristo, que se inclina sobre la humanidad enferma. Yo
también debo ser compasivo». Esto sigue sin ser oración, aunque
Conviene subir a la contemplación de la Trinidad por la
es una meditación cristiana valiosa, hecha en fe, como cuando se meditación de los misterios de Cristo, considerando to-
estudia teología. 3. –Oración meditativa o meditación realmente dos los pasos del evangelio, y «no dejando [de lado]
orante: «Cristo bendito, que, como el buen samaritano te compade- muchas veces la Pasión y la vida de Cristo, que es de
ces de nosotros, inclínate a mí, que estoy herido, e inclínate en mí donde nos ha venido y viene todo bien» (13,13; +8,6-7).
hacia mis hermanos necesitados». Esto es verdadera oración, pues
produce encuentro personal con el Señor. Y también causa conver- Y también conviene que la oración meditativa sea
sión, pues, según el tema considerado, conviene «hacer muchos litúrgica, contemplando a Cristo tal como la Iglesia lo
actos para determinarse a hacer mucho por Dios y despertar el contempla día a día, y tal como ella nos invita a conside-
amor, y otros para ayudar a crecer las virtudes» (V.12,2). rar y celebrar sus misterios. El Misal y las Horas litúrgicas
Los métodos de oración meditativa no deben ser so- ofrecen al orante el mejor alimento para su meditación, y
brevalorados, como si tuviesen eficacia infalible para le- no sólo por la calidad intrínseca de sus elementos –pre-
vantar la oración. La oración se levanta, con la fuerza ciosos textos de la Escritura, antífonas, oraciones de la
del Espíritu, mediante las alas de la fe y la caridad, y es Iglesia–, sino porque en la fiesta del día, en el momento
posible y fácil en la medida en que la persona esté libre del Año litúrgico, quiere el Señor manifestarnos y comu-
de las amarras de los apegos, pues si no lo estuviere, nicarnos gracias peculiares, a las que nos abrimos por la
ningún método –individual o colectivo, intelectual o en- meditación de la liturgia.
tusiasta, psíquico, somático, respiratorio, occidental u El nexo meditación-liturgia debe ser preferente, pero, por su-
oriental– podrá servirle de nada. puesto, no necesario y exclusivo. Una desvinculación habitual en-
tre el curso de la liturgia de la Iglesia y el curso de la meditación
Los grandes maestros de la oración cristiana han teni- privada indicaría un subjetivismo poco atento a las luces y gracias
do como nota común una suma sencillez en los modos que el Espíritu Santo quiere manifestarnos y comunicarnos por la
que han propuesto. Y a quienes complican y sobrevalo- vida litúrgica de la Iglesia. San Ignacio manda en los Ejercicios que
ran los métodos de orar, San Juan de la Cruz les advierte el que los hace se centre en solo un misterio, sin pasar a otro hasta
que ofenden así a Dios y le agravian, «poniendo más que corresponda, para que así «la consideración de un misterio no
confianza en aquellos modos y maneras que en lo vivo estorbe a la consideración del otro» (127). Esta norma, de lógica
psicológica evidente, debe tenerla en cuenta el cristiano en su diaria
de la oración» (3 S 43,2). «Sepan éstos que cuanta más meditación, para centrarse habitualmente en la consideración de
fiducia hacen de estas cosas y ceremonias, tanta menos Jesucristo tal como la Iglesia lo presenta y asimila en el hoy lleno
confianza tienen en Dios, y no alcanzarán de Dios lo que de gracia de su liturgia.
desean» (44,1).
Pero tampoco los métodos de orar –es decir, los mé- Oración de simplicidad
todos de meditación, pues las otras formas activas de La más sencilla de las oraciones activas es, para Bossuet, la
orar apenas tienen método– deben ser menospreciados e oración de simplicidad, que otros vienen a llamar ora-
ignorados. En el principiante la gracia del Espíritu actúa ción de simple mirada, de presencia de Dios, de aten-
todavía al modo humano, y por eso una pauta para el ción amorosa, o bien oración afectiva. Es en Santa Te-
ejercicio meditativo de su mente suele ser una ayuda que resa un recogimiento activo –que ella distingue del pasi-
evita la divagación previsible de una mente que vagabun- vo, como veremos–: «Esto no es cosa sobrenatural, sino
dea sin camino. que podemos nosotros hacerlo, con el favor de Dios, se
Son muy numerosos los métodos de meditar, y apenas entiende» (CE 49,3). Esta oración sencilla viene a ser un
podemos entrar aquí describirlos (+Royo Marín 500; ensimismamiento del orante, que con simple mirada capta
Bohigues): en sí mismo la presencia amorosa de Dios.
–Meditar oraciones vocales, palabra por palabra, rumiar –como Ensimismamiento: Es oración de recogimiento «porque recoge el
los monjes primeros– frases de la Escritura. alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios» (CV
28,4). El discurso es escaso, las palabras, pocas. Aunque todavía
–Lectio divina: ponerse en la presencia de Dios, leer, meditar lo «esto no es silencio de las potencias, es encerramiento de ellas en el
leído, hablar con el Señor sobre ello; es método muy clásico, con alma misma» (29,4).
muchas variantes (+Hugo de San Víctor: ML 176, 993; Luis de Simple mirada, con atención amorosa: «No os pido que penséis
Granada, Libro de la oración y meditación I,2). en El, ni saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delica-
–Orar leyendo un libro: «Es gran remedio tomar un buen libro, das consideraciones en vuestro entendimiento; no quiero más sino
aun para recogeros para rezar vocalmente, y poquito a poquito ir que le miréis» (CE 42,3). Puesta en la presencia del Señor, el alma
acostumbrando el alma» a tratar con Dios (CE 43,3). «Yo estuve «mire que le mira» (V.13,22).
catorce años que nunca podía tener meditación sino junto con lec- Presencia de Dios: En la oración de simplicidad y recogimiento
tura» (27,3). el orante se representa al Señor en su interior (4,8), y en las mismas
–Orar escribiendo: es cosa que ayuda a algunos a recoger la ocupaciones se va acostumbrando a retirarse de vez en cuando en sí
mente en Dios. mismo, donde encuentra al Señor: «Aunque sea por un momento
–Ejercitar fe, esperanza y caridad, por orden, sobre un tema, sólo, aquel recuerdo de que tengo compañía dentro de mí, es gran
ante el Señor. provecho» (CV 29,5).
La oración de simplicidad no se da sin que se haya
–Considerar un tema 1º, contemplándolo en Dios; 2º, viéndolo
producido una purificación activa del sentido y del espí-
en uno mismo, en los propios criterios, actitudes y costumbres; 3º,
ritu bastante avanzada. A veces puede ser dolorosa, so-
meditándolo en relación al mundo de los hombres, en lo que pien-
san y hacen al respecto. bre todo cuando los orantes no la entienden, y «les pare-
El objeto de la meditación cristiana puede ser muy ce perdido el tiempo, y tengo yo por muy ganada esta
variado, por supuesto, y «cada uno vea dónde aprove- pérdida» (V.13,11). Otras veces es gozosa: «De mí os
cha bien» (V.13,14). En todo caso, conviene que sea confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satis-
153
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
facción hasta que el Señor me enseñó este modo» (CV lo hace todo. Es como un sueño de potencias que ni del
29,7). Y siempre es sumamente provechosa: perseve- todo se pierden, ni entienden cómo obra. El gusto y sua-
rando en ella, «yo sé que en un año, y quizá en medio, vidad es mayor sin comparación que lo pasado. Es un
saldréis con ello, con el favor de Dios» (29,9). morir casi del todo a todas las cosas del mundo y estar
gozando de Dios» (V.16,1-2).
Las oraciones semipasivas
Los efectos espirituales de las oraciones semipasivas
Si las oraciones activas eran propias de los principian- son muy notables. Todas las virtudes se acrecientan (4 M
tes, las semipasivas suelen ser el modo de orar que co- 3,9), y al cristiano aquí «se le comienza un amor con
rresponde a cristianos ya adelantados, que están en la Dios muy desinteresado» (V.15,14). Las señales de la
fase iluminativa o progresiva. Ahora, en la oración, el genuina oración semi-pasiva son claras, y San Juan de la
riego del campo del alma se hace más quieta y suave- Cruz las reduce a tres, que han de darse juntas para ser
mente, «con noria y arcaduces, que es a menos trabajo significativas: 1, cesa la fascinación por las cosas del
y sácase más agua; o de un río o arroyo, esto se riega mundo; 2, se intensifica la búsqueda de la perfección, y
muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no se 3, las consideraciones discursivas que antes ayudaban a
ha menester regar tan a menudo, y es a menos trabajo la oración, ahora estorban y se hacen imposibles (2 Su-
mucho del hortelano» (V.11,7). Estas oraciones semi- bida 13-14; 1 Noche 9; Dichos 118).
pasivas, casi místicas, pues, tienen lógicamente una des- En cuanto a qué hacer en la oración semipasiva, Santa Teresa
cripción mucho más difícil que las activas, pues van enseña: «Es esta oración una centellica que comienza el Señor a
siendo al modo divino (5 M 1,1; 2 Noche 17,2-5). Santa encender en el alma del verdadero amor suyo. Esta quietud y reco-
Teresa distingue en esta fase de la vida de oración tres gimiento y centellica es la que comienza a encender el gran fuego
formas: el recogimiento, la quietud y el sueño de las po- que echa llamas de sí... Pues bien, lo que ha de hacer el alma en los
tencias. tiempos de esta quietud será con suavidad y sin ruido, y llamo
ruido a andar con el entendimiento buscando muchas palabras y
–El recogimiento (pasivo) es psicológicamente seme- consideraciones. La voluntad entienda que éstos son unos leños
jante al recogimiento activo (simplicidad), ya descrito, grandes puestos sin discreción para ahogar esta centella. Haga algu-
pero el orante se da cuenta de que es un modo de ora- nos actos amorosos, sin admitir ruido del entendimiento buscando
ción infundido por Dios, no adquirido. Suele darse en grandes cosas. Más hace aquí al caso unas pajitas puestas con
los adelantados que van pasando la purificación pasiva humildad, que no mucha leña junta de razones muy doctas. Así que
en estos tiempos de quietud dejar descansar el alma con su descan-
del sentido (1 Noche 9), y es la transición de las oracio- so, y quédense a un lado las letras. En fin, aquí no se ha de dejar del
nes activas más simplificadas a la oración de quietud, en todo la oración mental, ni algunas palabras vocales –si quisieren
la que está el verdadero umbral de la contemplación mís- alguna vez o pudieren, porque si la quietud es grande, mal se puede
tica. hablar si no es con mucha pena–» (V.15,4-9).
«La primera oración que sentía a mi parecer sobrenatural (que Adviértase que todavía aquí sólo la voluntad está cautiva en Dios
llamo yo lo que con mi industria ni diligencia no se puede adquirir, por el amor, mientras que las otras facultades –entendimiento, me-
aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello sí, y debe moria, imaginación– a veces se fugan. Quede, entonces, la voluntad
de hacer mucho al caso), es un recogimiento interior que se siente en su quietud orante, «porque si las quiere recoger, ella y ellas se
en el alma, que le da gana de cerrar los ojos y no oír ni ver ni perderán» (V.14,2-3). La santa aconseja «que no se haga caso de la
entender sino aquello en que el alma entonces se ocupa, que es imaginación más que de un loco, sino dejarla con su tema» (17,7).
poder tratar con Dios a solas. Aquí no se pierde ningún sentido ni Y lo mismo con el entendimiento, que «es un moledor» y que fácil-
potencia, que todo está entero, pero lo está para emplearse en mente anda «muy desbaratado» (15,6): «No haga más caso del
Dios» (Cuenta de conciencia 54,3; +4 M 3,3). entendimiento que de un loco, porque si quiere traerle consigo,
necesariamente se ha de ocupar e inquietar algo en ello. Y todo será
–La quietud es la más caracterizada forma de oración trabajar y no ganar más, sino perder [oración] que le da el Señor sin
semipasiva, y es ya principio de la «pura contempla- ningún trabajo suyo» (CV 31,8). «Vale más que le deje que no que
ción» (CV 30,7). Es un gran gozo, porque da al alma vaya ella tras de él; estése la voluntad gozando aquella gracia y
una inmensa certeza de la presencia de Dios, tal que «de recogida» (V.15,6).
ninguna manera se podrá convencer de que no estuvo ¿Son muchos los cristianos orantes que llegan a esta
Dios con ella» (V.15,14). Pero puede darse a veces con oración semipasiva? «Conozco muchas almas [se entien-
gran sufrimiento, con sentimiento de vacío desconcer- de, entre las personas orantes] que llegan aquí; y que
tante, pues de pronto ve el orante que ya no puede medi- pasen de aquí, como han de pasar, tan pocas que me da
tar como solía, y que «se ha vuelto todo al revés» (1 vergüenza decirlo» (V. 15,5; +1 Noche 8,1; 11,4).
Noche 8,3).
La oración de quietud «es ya cosa sobrenatural y que no la Las oraciones pasivas
podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos, porque Para conocer de verdad qué es una rosa hay que verla
es un ponerle el alma en paz o ponerla el Señor en su presencia, por plenamente florecida, y no basta ver un botón apenas
mejor decir, porque todas las potencias se sosiegan... Es como un
amortecimiento interior y exteriormente, que no querría el hombre
apuntado. En este mismo sentido ha de decirse que las
exterior (digo el cuerpo), que no se querría bullir... Siéntese grandí- oraciones activas y semipasivas «no acaban de ser» la
simo deleite en el cuerpo y grande satisfacción en el alma... Las genuina oración en el Espíritu. La verdadera oración cris-
potencias sosegadas, que no querrían bullirse –todo parece le es- tiana es la oración mística pasiva, que es la que corres-
torba para amar–, aunque no tan perdidas, porque pueden pensar ponde a los cristianos perfectos. Y a ella estamos todos
junto a quién están, que las dos [entendimiento y memoria] quedan llamados, pues todos estamos llamados a la perfección.
libres. La voluntad es aquí la cautiva... El cuerpo no querría se
menease, porque le parece han de perder aquella paz; en decir En efecto, el Espíritu Santo, que habita en nosotros,
Padre nuestro una vez se les pasará una hora» (CV 31,2-3). «Dura obra primero en nosotros, tanto en la oración como en la
rato y aun ratos» (Cuenta conc. 54,4). «Es con grandísimo consue- vida ordinaria, al modo humano, pero tiende con fuerza a
lo y con tan poco trabajo que no cansa la oración, aunque dure obrar en nosotros al modo divino, que desborda nues-
mucho rato» (V.14,4). tros límites humanos psicológicos, tanto en la oración
–El sueño de las potencias, más pasivo que la quietud, como en la vida ordinaria. Es entonces cuando tanto en
fue experimentado por Santa Teresa en la oración du- la oración como en la vida corriente la pasividad viene a
rante cinco o seis años. «Quiere el Señor aquí ayudar al ser la nota dominante: «Sin ningún [trabajo] nuestro obra
hortelano de manera que casi él es el hortelano y el que el Señor aquí»; «no hago nada casi de mi parte, sino que entien-
154
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
do claramente que el Señor es el que obra» (V.21,9.13). Aquí que sea», sino que relaja y fortalece al orante (18,11). La
ya el riego del campo del alma es «con llover mucho, presencia divina es captada en el alma misma del orante
que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es en forma indubitable (5 M 1,9), y también la omnipre-
muy sin comparación mejor que todo lo que queda di- sencia maravillosa de Dios en las criaturas (V.18,15).
cho» (11,7). San Juan de la Cruz lo expresa bien: Es aquí cuando
No es fácil describir la oración mística, «no se ha de «todas las criaturas descubren las bellezas de su ser, vir-
saber decir ni el entendimiento lo sabe entender ni las tud y hermosura y gracias, y la raíz de su duración y
comparaciones pueden servir para declararlo, pues son vida. Y éste es el deleite grande: conocer por Dios las
muy bajas las cosas de la tierra para este fin» (5 M 1,1). criaturas, y no por las criaturas a Dios; que es conocer los
San Juan de la Cruz dice que la unión mística del hom- efectos por su causa, y no la causa por los efectos, que es
bre con Dios es una «sabiduría secreta, que se comuni- conocimiento trasero, y el otro esencial» (Llama 4,5).
ca e infunde en el alma por el amor; lo cual acaece se- La unión extática (desposorios). –En vísperas ya del
cretamente a oscuras de la obra del entendimiento y de matrimonio espiritual, el orante se une con Dios en for-
las demás potencias» (2 Noche 17,2). Por eso los místi- ma extática y con duración breve: «Veréis lo que hace
cos, para expresar la obra sobrenatural que el Espíritu Su Majestad para concluir este desposorio. Roba Dios
Santo realiza en ellos al modo divino, se ven en la nece- toda el alma para sí [arrobamiento], como a cosa suya
sidad de recurrir a las analogías e imágenes poéticas. propia y ya esposa suya, y no quiere estorbo de nadie, ni
Dios es el fuego que incendia al hombre, el madero, y lo hace de potencias ni de sentidos... de manera que no parece
llama. La unión mística es comparable al vino y el agua que se tiene alma. Esto dura poco espacio, porque quitándose
mezclan en forma inseparable. Es como el amor mutuo de una esta gran suspensión un poco, parece que el cuerpo tor-
perfecta e íntima amistad. Más aún, la amistad conyugal del matri- na algo en sí y alienta para tornarse a morir, y dar mayor
monio es la más perfecta imagen para expresar la total unión de vida al alma; y con todo, no dura mucho este gran éxta-
Dios y el hombre. Por eso la Biblia, en el Cantar de los Cantares y
en muchos otros lugares, elegirá con preferencia esta imagen del
sis» (6 M 4,2. 9. 13). Los arrobamientos pueden tener
matrimonio para expresar, siquiera sea en símbolo, la más alta formas internas diferentes, locuciones, visiones intelec-
forma de vida mística. Por lo demás es significativo que ésa misma tuales o imaginarias (6 M 3-5,8-9), pero estos fenóme-
sea la imagen preferida de muchos místicos no cristianos –lo que nos no son de la substancia misma de la contemplación
hace pensar en la veracidad de sus experiencias–. En la filosofía mística, y no deben ser buscados (9,15s).
mística del gran Plotino, el alma «se inflama de amor» por el Uno y
lo recibe en sí misma «a solas». Entonces «el alma le ve aparecer A veces el desfallecimiento no es místico, «sino algu-
súbitamente en sí misma, ya que nada hay entre los dos, y ya no na flaqueza natural, que puede ser en personas de flaca
son dos, sino uno. La unión de los amantes terrestres, que desean complexión» (4,9). Pero los mismos éxtasis genuinos
fundir sus seres en uno, no es más que una imagen» (Enéadas VI,7, implican aún una mínima indisposición del hombre para
34-35). la perfecta unión con Dios: «Nuestro natural es muy tí-
Es el mismo lenguaje de San Juan de la Cruz: «El Amado vive en mido y bajo para tan gran cosa» (4,2); por eso en la
el amante y el amante en el Amado. Y tal manera de semejanza hace unión extática todavía el cuerpo desfallece. Y «la causa
el amor en la transformación de los amados, que se puede decir que
cada uno es el otro y que entrambos son uno» (Cántico 12,7).
es –explica San Juan de la Cruz– porque semejantes mer-
cedes no se pueden recibir muy en carne, porque el es-
Pues bien, ésta es la gran imagen que emplea Santa píritu es levantado a comunicarse con el Espíritu divino
Teresa de Jesús para describir, en tres fases, la indes- que viene al alma, y así por fuerza ha de desamparar en
criptible oración pasivamística: un noviazgo que produ- alguna manera a la carne» (Cántico 13,4).
ce unión simple, unos desposorios que dan unión extática,
y un matrimonio espiritual que lleva a la unión trans- Hay en esta oración inmenso gozo, «grandísima sua-
formante. vidad y deleite. Aquí no hay remedio de resistir» (V.20,3).
Pero puede haber también un terrible sufrimiento, unas
La unión simple (noviazgo). –La oración mística de penas que parecen «ser de esta manera las que padecen
simple unión «aún no llega a desposorio espiritual, sino en el purgatorio» (6 M 11,3). Estamos en la última No-
como cuando se han de desposar dos, se trata [antes] si che, en las últimas purificaciones pasivas del espíritu.
son conformes y que el uno y el otro se quieran y aun se
«Siente el alma una soledad extraña, porque criatura de toda la
vean, así acá» (5 M 4,4). «Estando el alma buscando a tierra no le hace compañía, antes todo la atormenta más; se ve como
Dios, siente con un deleite grandísimo y suave casi des- una persona colgada, que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo
fallecer toda con una manera de desmayo, que le va fal- puede subir, abrasada con esta sed, y no puede llegar al agua» (6 M
tando el aliento y todas las fuerzas corporales, de mane- 11,5). «En este rigor es poco lo que le dura; será, cuando más, tres
ra que si no es con mucha pena, no puede ni menear las o cuatro horas –a mi parecer–, porque si mucho durase, como no
manos; los ojos se le cierran sin querer, o si los tiene fuese por milagro, sería imposible sufrirlo la flaqueza natural» (11,8).
abiertos no ve casi nada. Oye, mas no entiende lo que «Quizá no serán todas las almas llevadas por este camino, aunque
dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra, de una manera
oye. Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, u otra, las almas que a veces gozan tan de veras de las cosas del
ni hay fuerza, si atinase, para poderla pronunciar» cielo» (1,3). Podrán ser penas interiores, calumnias, persecucio-
(V.18,10). nes, enfermedades, dudas angustiosas, sentimientos de reproba-
Aunque «ocúpanse todos los sentidos en este gozo» y ción y de ausencia de Dios (1,4. 7-9), trastornos psicológicos o lo
que Dios permita.
«es unión de todas las potencias, que aunque quiera al-
guna distraerse de Dios, no puede, y si puede, ya no es En todo caso, «ningún remedio hay en esta tempestad, sino
aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra
unión» (V.18,1), todavía aquí «la voluntad es la que sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de
mantiene la tela, mas las otras dos potencias [entendi- pronto que parece no hubo nublado en aquella alma, según queda
miento y memoria] pronto vuelven a importunar. Como llena de sol y de mucho más consuelo» (1,10). San Ignacio de
la voluntad está quieta, las vuelve a suspender, y están Loyola igualmente cuenta de sí que de la más honda desolación
otro poco, y tornan a vivir. En esto se puede pasar algu- pasaba, por gracia de Dios, a la más dulce consolación «tan súbita-
nas horas de oración» (18,13). En su forma plena, toda mente, que parecía habérsele quitado la tristeza y desolación, como
el alma absorta en Dios, no dura tanto: «media hora es quien quita una capa de los hombros de uno» (Autobiografía 21).
mucho; yo nunca, a mi parecer, estuve tanto» (18,12; También la humanidad de Cristo es aquí camino para
+5 M 1,9; 4,4). «Esta oración no hace daño por larga llegar a estas alturas místicas, y el orante «no quiera otro
155
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación; nación firmísima de no pecar, «ni hacer una imperfec-
por aquí va seguro» (V.22,7). Esta es, como lo explicó ción, si pudiese» (6 M 6,3). En todo lo cual vemos que si
K. Rahner, la Eterna significación de la humanidad de la contemplación de Dios exige santidad («los limpios de
Jesús para nuestra relación con Dios (Escritos de Teolo- corazón verán a Dios», Mt 5,8), también es verdad que
gía III, Madrid, Taurus 1961, 47-59; +J. Alfaro, Cristo la contemplación mística produce una gran santidad
glorioso, Revelador del Padre, «Gregorianum» 39, 1958, («contempladlo y quedaréis radiantes», Sal 33,6).
222-270). A estas alturas, el alma queda en una gran paz (7 M 2,13), «y así
La unión transformante (matrimonio). –Esta es la de todo lo que pueda suceder no tiene cuidado, sino un extraño
cumbre y plenitud de la oración cristiana, donde se con- olvido», aunque por supuesto, puede «hacer todo lo que está obli-
gado conforme a su estado» (3,1). Siente la persona «un desasi-
suma el matrimonio espiritual entre Dios y el hombre. miento grande de todo y un deseo de estar siempre o a solas [con
Jesucristo, su humanidad sagrada, ha sido el camino para Dios] u ocupados en cosa que sea provecho de algún alma. No
llegar a la sublime contemplación de la Trinidad divina. sequedades ni trabajos interiores, sino con una memoria y ternura
Esta contemplación perfecta, que produce una plena con nuestro Señor, que nunca querría estar sino dándole alabanzas»
transformación del hombre en Dios, ya no ocasiona el (3,7-8). «No les falta cruz, salvo que no les inquieta ni hace perder
desfallecimiento corporal del éxtasis. Y no se trata ya la paz» (3,15). El mundo entero le parece al místico una farsa de
locos, pues él lo ve todo como «al revés» de como lo ven los
tampoco de una contemplación breve y transitoria, sino mundanos o lo veía él antes. Y así se duele de pensar en su vida
que es una oración mística permanente, en la cual el antigua, «ve que es grandísima mentira, y que todos andamos en
orante, en la oración o el trabajo, queda como templo ella» (V.20,26); «ríese de sí, del tiempo en que tenía en algo los
consagrado, siempre consciente de la presencia de Dios. dineros y la codicia de ellos» (20,27), y «no hay ya quien viva,
viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la cegue-
Por Cristo. «La primera vez que Dios hace esta gracia, quiere Su
dad que traemos» (21,4). «¡Oh, qué es un alma que se ve aquí haber
Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima
de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan
Humanidad, para que lo entienda bien y no esté ignorante de que
mal concertada!» (21,6).
recibe tan soberano don» (7 M 2,1).
A la Trinidad. En esta séptima Morada, «por visión intelectual, Humildad: cada uno en su grado
por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la
Santísima Trinidad, todas tres Personas, y por una noticia admira- La humildad es el camino verdadero de la oración, y
ble que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres no nos perderemos si perseveramos siempre en ella. Sin
Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de humildad, imposible adelantar en la oración. «La pobre
manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma por vista, alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni puede
aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es nada sin que se lo den. Sólo la humildad es la que puede
visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas y le algo» (CV 32,13). Por otra parte, en la oración y en lo
hablan, y le dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio
que dijo el Señor que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a que sea ¿qué más nos da una cosa que otra, con tal de
morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos. ¡Oh, que sea lo que le agrada al Señor, es decir, con tal de que
válgame Dios, qué diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a sea lo que él nos quiere dar? (17,6). En la oración, como
entender por esta manera qué verdaderas son!» (1,7-8). en todo, el que anda en la humildad, aceptando su modo
Sin éxtasis. Ya «se les quita esta gran flaqueza, que les era harto y grado, anda en la verdad (6 M 10,8). Concretamente,
trabajo, y antes no se quitó. Quizá es que la ha fortalecido el Señor en la oración es preciso evitar dos extremos falsos:
y ensanchado y habilitado; o pudo ser que [antes] quería dar a
entender en público lo que hacía con estas almas en secreto» (7 M
–Un error: irse a grados pasivos de oración antes de
3,12). tiempo. Recordemos lo del Bautista: «No debe el hombre
tomarse nada, si no le fuere dado del cielo» (Jn 3,27). Y
Presencia continua. «Cada día se asombra más esta alma, por-
que nunca más le parece [que las Personas divinas] se fueron de la norma de Jesús, de permanecer en lo más modesto
con ella, sino que notoriamente ve –de la manera que he dicho– que hasta que Dios nos diga: «Amigo, sube más arriba» (Lc
están en lo interior de su alma, en lo muy interior, en una cosa muy 14,10-11). En este sentido dice Santa Teresa: «No se
honda –que no se sabe decir cómo es, porque no tiene letras– siente suban sin que les suba» (V.12,5). Es evidente la tenta-
en sí esta divina compañía» (1,8). ción de escaparse con demasiada prisa de las oraciones
Unión transformante. El matrimonio espiritual, dice San Juan de activas, ya que «en estos principios está todo el mayor
la Cruz, «es mucho más sin comparación que el desposorio espiri- trabajo, porque son ellos los que trabajan, dando el Señor
tual, porque es una transformación total en el Amado, en que se el caudal; que en los otros grados de oración lo más es
entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con gozar» (11,5). Por eso «quien quisiere pasar de aquí y
cierta consumación de unión de amor, en que está el alma hecha
divina y Dios por participación cuanto se puede en esta vida» levantar el espíritu a sentir gustos que no se le dan, es
(Cántico 22,3). perder lo uno y lo otro; y perdido el entendimiento, se
queda el alma desierta y con mucha sequedad. En la mís-
Los efectos de la oración mística pasiva son, ciertamente,
tica teología [en la oración pasiva mística] pierde de obrar
muy notables. Crece inmensamente en el hombre la luci-
el entendimiento, porque le suspende Dios. Presumir ni
dez espiritual para ver a Dios, al mundo, para conocerse
pensar siquiera de suspenderle nosotros eso es lo que
a sí mismo, y el tiempo pasado le aparece vivido como
digo que no se haga, ni se deje de obrar con él, porque
en oscuridad y engaño: «Los sentidos y potencias en
nos quedaremos bobos y fríos, y no haremos lo uno ni lo
ninguna manera podían entender en mil años lo que aquí
otro» (12,4-5). Aquietando el entendimiento antes de tiem-
entienden en brevísimo tiempo» (5 M 4,4; +6 M 5,10).
po –en una oración semejante al zen–, «quedarse han
Nace en el corazón una gran ternura de amor al Señor, y
secos como un palo» (22,18).
aquella centellica que se encendió en la oración de quie-
tud, se hace ahora un fuego abrasador (V.15,4-9; 19,1). –Otro error: persistir en oraciones activas cuando ya
El Señor le concede al cristiano un ánimo heroico y efi- Dios las da semipasivas o pasivas. Llegando por el Espí-
caz para toda obra buena (19,2; 20,23; 21,5; 6 M 4,15) ritu Santo al recogimiento y quietud, hay que «dejar des-
y una potencia apostólica de sorprendentes efectos cansar el alma con su descanso» (V.15,8). Es cierto que
(V.21,13; +18,4). Y al mismo tiempo que Dios muestra si cesa la quietud pasiva en la oración, hay que estar
su santo rostro al hombre, le muestra sus pecados, no dispuestos a volver en seguida a las oraciones discursivas,
sólo «las telarañas del alma y las faltas grandes, sino un más laboriosas, «que no hay estado de oración tan subi-
polvito que haya» (20,28), y le conforta en una determi- do que muchas veces no sea necesario volver al princi-
156
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
pio» (13,15; +18,9). Pero el no querer abandonarse en el abrumado de actividades exteriores. San Ignacio de
Espíritu a la oración pasiva puede, sin duda, ser tenta- Loyola, siendo un adelantado sumamente precoz, cuan-
ción del demonio, que aducirá piadosamente razones de do estaba en Manresa, «perseveraba en sus siete horas
humildad (7,11; 8,5; 19,5), o grave error de directores de oración de rodillas» (Autobiografía 23). Su gran ac-
espirituales ineptos: Estos, «a los que vuelan como águi- tividad apostólica vendría después, y entonces no ten-
las con las gracias que les hace Dios, quieren hacerles dría ni necesidad ni tiempo para entregarse tan larga-
andar como pollo trabado» (39,12). Estos, dice San Juan mente a la oración.
de la Cruz, «piensan que [estas almas] están ociosas, y Los perfectos, efectivamente, ya en la fase unitiva, tie-
les estorban e impiden la paz de la contemplación sose- nen una máxima capacidad tanto de oración como de
gada y quieta, que de suyo les estaba Dios dando, ha- acción. Y que dediquen más o menos tiempo a lo uno o a
ciéndoles ir por el camino de meditación y discurso ima- lo otro dependerá ya sólamente de la vocación, de la
ginario y que hagan actos interiores» (Llama 3,53). caridad o de la obediencia.
Sin embargo, en la vida mística es ya la hora de la oración
pasiva. «Como quiera que naturalmente todas las operaciones que ((Hay quienes piensan que «el trabajo es oración», y prescinden
puede de suyo hacer el alma no sean sino por el sentido, de aquí es así de la oración en sus vidas. Estos se quedan sin oración y sin
que ya Dios en este estado [místico] es el agente [el activo] y el trabajo cristiano. El trabajo puede y debe llegar a ser una oración
alma es la paciente [la pasiva]; porque ella sólo está como el que continua, pero sin muchas horas de oración perseverante no es
recibe y como en quien se hace, y Dios como el que da y como el posible llegar a ello.
que en ella hace, dándole la contemplación, esto es, noticia amoro- Otros estiman que «lo que santifica es la oración», y ven el
sa, sin que el alma use de sus actos y discursos naturales. Si el alma trabajo como tiempo perdido, al menos para la vida espiritual.
entonces no dejase su modo activo natural, no recibiría aquel bien Estos apenas conocen la espiritualidad y el valor del trabajo cristia-
[que es al modo divino] sino a modo natural, y así no lo recibiría. Si no. Para Ruysbroeck, en cambio, «buscar a Dios en intención es
el alma quiere entonces obrar de suyo, habiéndose de otra manera tener a Dios en espíritu; así el hombre debe volver siempre a Dios
más que con la advertencia amorosa pasiva, muy pasiva y tran- amorosamente su inclinación, en todas sus obras, si es que le ama y
quilamente, sin hacer acto natural sino es como cuando Dios la le busca sobre todas las cosas. Eso es encontrar a Dios por la
uniese en algún acto, pondría impedimento a los bienes que intención y el amor» (Adorno de las bodas espirituales IV,A).))
sobrenaturalmente le está comunicando Dios en noticia amorosa.
Ha de estar esta alma muy aniquilada en sus operaciones naturales, Lugar, tiempo y actitudes corporales
desembarazada, ociosa, quieta y pacífica y serena al modo de Dios»
(Llama 3,32-34). El principiante, en su vida ascética, todavía ejercita la
vida sobrenatural en modos humanos naturales, y por
Oración y trabajo eso en sus oraciones, que son activas y laboriosas, aún
El cristiano debe vivir con armonía el «ora et labo- se ve afectado por su personal situación psíquica y
ra». A los comienzos, el principiante, en la oración acti- somática, y por los condicionamientos ambientales: frío
va, apenas capta la presencia de Dios, y se olvida de él o calor, ruido o silencio, fealdad o belleza religiosa del
en buena medida durante el trabajo, de modo que cuan- lugar. Por el contrario, en la vida mística la importancia
do del trabajo vuelve a la oración, siente como si regre- de todo esto es mínima, hasta desaparecer. Pero hasta
sara de tierra pagana. Creciendo en la vida espiritual, el que se llega a ella conviene no menospreciar estos facto-
adelantado sobrenaturaliza más sus actividades, y vive res. Ni tampoco valorarlos en exceso, como ya dijimos
más la oración continua. Por fin, el cristiano perfecto al tratar de los métodos oracionales.
une en su vida totalmente contemplación y acción, de Lugar. –Los cristianos sabemos que somos templos
modo que ya no son dos esferas distintas, sino plena- de Dios y que todo lugar es bueno para adorarle en espí-
mente concéntricas. A los comienzos, dice Santa Tere- ritu y verdad (Jn 4,21), también en el secreto de nuestra
sa, pasada la oración, «queda el alma sin aquella compa- habitación (Mt 6,6). Pero no por eso debemos ignorar el
ñía, digo de manera que se dé cuenta. En esta otra gracia valor de las iglesias, lugares privilegiados por la bendi-
del Señor [la oración mística] no, que siempre queda el ción de los ritos litúrgicos, para el encuentro oracional
alma con su Dios en aquel centro» (7 M 2,5). Por eso con Dios. Por eso, en igualdad de condiciones, debemos
los santos más activos son grandes contemplativos. Y tender a orar en el templo, y más si en éste arde el fuego
por eso la proporción entre oración y trabajo debe ser sagrado de la presencia eucarística de Jesucristo.
prudentemente dosificada atendiendo a las premisas ex- Tiempo. –Debemos dedicar al Señor, dentro de lo po-
puestas: sible, la hora mejor de nuestro día, aquélla en la que es-
Los principiantes, en la fase purificativa, con muchos tamos más lúcidos y atentos. En cuanto a la duración de
apegos todavía, deberán ejercitarse en oraciones acti- la oración, como ya dijimos, habrá de ser muy diversa
vas, que son fatigosas, y que por lo mismo no pueden según las edades espirituales y la gracia de cada perso-
prolongarse mucho. Unos tiempos excesivamente lar- na. En todo caso, éste es un tema de gran importancia,
gos de oración pueden ser para ellos pérdida de tiempo y que convendrá consultar en dirección espiritual, y en
experiencia negativa de la oración. Más les vale ejerci- ocasiones sujetarlo a obediencia.
tarse en obras y trabajos, para que por el ejercicio de las Santo Tomás enseña que hay que orar continuamente, «pero la
virtudes, se les ordene y pacifique el corazón, haciéndo- oración, considerada en sí misma, no puede ser continua, pues
otras obligaciones nos reclaman. Este es el principio: la medida de
se así capaces de más oración. Varios ratos breves de las cosas se determina por su fin –como el tomar más o menos
oración intensa y activa les suele, pues, convenir más medicina se determina por su fin, que es la salud–; así la oración
que un tiempo largo. En este sentido dice Santo Tomás debe durar lo que convenga para excitar el fervor del deseo interior.
que «la vida activa es anterior a la contemplativa, porque Por eso escribe San Agustín: «Los hermanos de Egipto se ejercitan
dispone a la contemplación» (STh II-II,182,4; +182,3). en oraciones frecuentes, pero muy breves, y lanzadas como dardos
al cielo [jaculatorias], para que la atención, tan necesaria en la ora-
Los adelantados, en la fase iluminativa o progresiva, ción, se mantenga vigilante y alerta, y no desfallezca y se embote
ya se inician en la oración semipasiva, y por eso deben por una perduración excesiva. Así nos enseñan que la atención no
reducir la acción y aumentar la oración. En efecto, el se ha de forzar cuando no puede sostenerse, pero tampoco se ha de
orante tiene ya capacidad espiritual para una oración pro- retirar si puede continuar» (ML 33,502)» (STh II-II,83,14). San
longada, que le hará mucho bien, pero no tiene todavía Benito dice que «la oración debe ser breve y pura, a menos que tal
capacidad para dedicarse seriamente a la oración si se ve vez se prolongue por un afecto de la inspiración de la gracia divina»

157
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
(Regla 20,4). Santa Teresa escribe: «No veo, Creador mío, por qué tonces?
todo el mundo no se procure llegar a Vos por esta particular amis-
tad [de la oración]; los malos, que no son de vuestra condición, No nos extrañe que la oración duela, cuando esto su-
para que los hagáis buenos con que os sufran estéis con ellos, ceda. «De los que comienzan a tener oración, podemos
siquiera dos horas cada día, aunque ellos no estén con Vos sino con decir que son los que sacan agua del pozo, que es muy a
mil revueltas de cuidados y pensamientos de mundo, como yo su trabajo, que han de cansarse en recoger los sentidos,
hacía... Sí, que no matáis a nadie, Vida de todas las vidas, de los que que, como están acostumbrados a andar dispersos, es
se fían de Vos y de los que os quieren por amigo, sino sustentáis la harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a que
vida del cuerpo con más salud y la dais al alma» (V.8,6).
no se les dé nada de ver ni de oír. Han de procurar tratar
En fin, si en algo conviene pasarse, es decir, si en algo de la vida de Cristo, y se cansa el entendimiento en esto.
hemos de perder el tiempo –nosotros, que lo perdemos Su precio tienen estos trabajos, ya sé que son grandísi-
de tantos modos–, que sea en la oración. En la oración, mos, y me parece que es menester más ánimo que para
no son raras las personas que para entrar de verdad en otros muchos trabajos del mundo. Son de tan gran digni-
Dios necesitan un tiempo prolongado. Pero si únicamente dad las gracias de después, que quiere [Dios que] por
practican oraciones breves, si nunca se conceden más experiencia veamos antes nuestra miseria» (V.11,9. 11-
de media hora o un cuarto, jamás llegan a tocar fondo, y 12). Y, por otras razones, también para el místico es a
siempre salen de la oración con una relativa conciencia veces la oración como una lanza de luz que le atraviesa
de frustración. Por eso recomendamos, en cuanto ello dolorosamente el corazón (2 Subida 1,1; 2 Noche 5,5;
sea posible, tiempos largos de oración, al menos sema- 12,1).
nalmente, por ejemplo, en el día del Señor.
Busquemos sólamente a Dios en la oración, y todo lo
Actitudes corporales. –La acción del Espíritu Santo en demás, ideas, soluciones, gustos sensibles, tengámoslo
el orante no ignora que en la naturaleza de éste hay pro- como añadiduras, que sólo interesan si Dios nos las da;
fundos vínculos entre lo psíquico y lo corporal. Jesu- y si no nos las concede en la oración, no deseemos en-
cristo, como ya vimos, adoptaba al orar las posturas de contrarlas en ella. No es cosa en la oración de «conten-
la tradición judía, muy semejantes, por lo demás, a las tarse a sí, sino a El» (V.11,11). Estamos aún llenos de mil
de otras religiones. Y la tradición cristiana ha usado –eso trampas y pecados, «¿y no tenemos vergüenza de querer
sí, con flexibilidad, y sin darles demasiada importancia– gustos en la oración y quejarnos de sequedades?» (2 M
ciertas actitudes físicas de oración. «Impongámonos en 7). Suframos al Señor en la oración, pues él nos sufre
el exterior –decía San Juan Clímaco– la actitud de la (V.8,6). «No hacer mucho caso, ni consolarse ni des-
oración, pues en los imperfectos con frecuencia el espí- consolarse mucho, porque falten estos gustos y ternu-
ritu se conforma al cuerpo» (MG 88,1134). Y San Igna- ra... Importa mucho que de sequedades, ni de inquietu-
cio de Loyola proponía que el orante se colocara «de des y distraimiento en los pensamientos, nadie se apriete
rodillas o sentado, según la mayor disposición en que se ni aflija. Ya se ve que si el pozo no mana, nosotros no
halla y más devoción le acompañe, teniendo los ojos ce- podemos poner el agua» (11,14. 18).
rrados o fijos en un lugar, sin andar con ellos variando»
(Ejercicios 252). Entreguemos a Dios nuestro tiempo de oración con fi-
delidad perseverante, vayamos adelante por ese camino
En el Nuevo Testamento las posturas orantes más frecuentes sagrado sin que nada nos detenga, por muchas trampas
son orar de pie (Mc 11,25; Lc 18,11) o de rodillas (Mc 29,36; Hch
7,60; 9,40; 20,36; 21,5; Ef 3,14; Flp 2,10), alzando las manos (1
e impedimentos que ponga el Demonio, sin que nada nos
Tim 2,8: alzar las manos es en el Antiguo Testamento sinónimo de quite llegar a beber de esa fuente de agua viva. La verdad
orar: Sal 27,2; 76,3; 133,2; 140,2; 142,6) o sentados en asamblea es ésta: para llegar a esta fuente sagrada y vivificante es
litúrgica (Hch 20,9; 1 Cor 14,30). También es costumbre golpear el necesaria «una grande y muy determinada determina-
pecho (Lc 18,13), velar la cabeza femenina (1 Cor 11,4-5), los ojos ción de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere,
al cielo (Mt 14,19; Mc 7,34; Lc 9,16; Jn 11,41; 17,1), los ojos suceda lo que sucediere, trabaje lo que se trabajare, mur-
bajos (Lc 18,13), hacia el oriente (Lc 1,78; 2 Pe 1,19). mure quien murmurare, siquiere llegue yo allá, siquiera
Signar la cruz sobre cabeza y pecho es uno de los gestos me muera en el camino o no tenga corazón para los tra-
oracionales más antiguos (Tertuliano: ML 2,30). Los monjes sirios, bajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo» (CE
como San Simeón Estilita, oraban con continuas y profundas incli-
naciones, vigentes hoy también en la liturgia. Los Apotegmas nos 35,2).
cuentan que el monje Arsenio, «al atardecer del sábado, próximo ya «Este poco de tiempo que nos determinamos a darle a El, ya que
el resplandor del domingo, volvía la espalda al sol y alzaba sus aquel rato le queremos dar libre el pensamiento y desocuparle de
manos hacia el cielo, orando hasta que de nuevo el sol iluminaba su otras cosas, que sea dado con toda determinación de nunca jamás
cara. Entonces se sentaba» (MG 65,97). Santo Domingo adoptaba tornárselo a tomar, por trabajos que por ellos nos vengan, ni por
a solas, de noche, ciertas actitudes orantes (M. H. Vicaire, Saint contradicciones y sequedades; sin que ya, como cosa no mía, tenga
Dominique de Caleruega, París, Cerf 1955, 261-271). aquel tiempo y piense me lo pueden pedir por justicia cuando del
Hoy los cristianos de Asia y Africa usan con frecuencia posturas todo no se lo quisiere dar» (39,2).
Un voto privado de oración puede ser una gran ayuda
de oración. En Occidente oscilan entre dos tendencias: unos me-
nosprecian las actitudes corporales de oración, incluso en la litur-
en esto, sobre todo a los comienzos (+Iraburu, Caminos
gia –por anomía, por secularismo, por valoración de lo espontáneo
laicales de perfección, Fundación GRATIS DATE,
y rechazo de lo formal, por ignorar la realidad natural del vínculo
Pamplona 1996, 44-59).
psico-somático; otros han redescubierto las actitudes orantes –
Tengamos paciencia cuando la oración nos es imposi-
por acercamiento a la Biblia y a la tradición, por aprecio del yoga,
zen y sabidurías orientales, por conocimientos de psicología mo-
ble, que a veces lo será –por indisposición psicológica,
derna–. En todo caso, aun reconociendo este valor, parece inconve-
corporal, circunstancial–. «Entiendan que son enfermos;
niente que el orante se empeñe en adoptar ciertas posturas si, por
múdese la hora de la oración; pasen como pudieren este
ser extrañas quizá a la costumbre, le crean una cierta tensión o
resultan chocantes a la comunidad. destierro... Con discreción, porque alguna vez el demo-
nio lo hará; y así es bueno, ni siempre dejar la oración
Consejos en la oración dolorosa cuando hay gran distraimiento y turbación en el entendi-
La oración es la causa primera de la alegría cristia- miento, ni siempre atormentar el alma a lo que no puede.
na, pues, acercando a Dios, da luz y fuerza, confianza y Otras cosas hay exteriores de obras de caridad y de lec-
paz. Sin embargo, puede ser dolorosa. ¿Qué hacer en- tura, aunque a veces no estará ni para esto» (V.11,16-
17).
158
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 3. La oración
Esperemos que la pobreza de la oración activa nos Las obligaciones personales son entendidas también a
lleve a la riqueza de la oración pasiva. La oración que veces como impedimentos para la oración difícilmente
hacemos «por medianería del entendimiento» (CV 19,6), superables. Pero también esto requiere una clarificación.
esto es, la oración activa, es tan pobre que podemos Las obligaciones honestas, las únicas reales, no tienen
caer en la tentación de despreciarla y abandonarla. Pero por qué ser impedimento para la vida de oración; quizá
no la dejemos por nada del mundo, pues vale mucho. Es no permitan largos ratos de oración, pero no podrán
como la luz de una vela en la oscuridad de la noche, que impedir los ratos breves ni la oración continua, ni, por
nos permite esperar y recibir el amanecer. tanto, lo esencial de la oración. En cuanto a las desho-
nestas, son obligaciones falsas, yugos más o menos cul-
Dificultades en la oración pablemente formados, que deben ser echados fuera. No
La vida de oración, sobre todo en los cristianos laicos, es posible que una obligación verdadera, procedente de
está con frecuencia llena de dificultades y problemas que Dios, sea un impedimento para orar. Es la obligación
hay que analizar y responder con cuidado. falsa, la procedente del hombre, de uno mismo o de los
otros, lo que puede impedir.
–Dificultades procedentes del mundo actual. Sin duda
hoy podemos hacer nuestra aquella queja de Santa Tere- Las obligaciones verdaderas sólamente pueden impedir a veces
sa: «Están, por nuestros pecados, tan caídas en el mun- las oraciones largas, pero éstas, con ser tan deseables, no son
esenciales para el crecimiento en la oración si la caridad o la obe-
do las cosas de oración y perfección»... (Fundaciones diencia no las permiten, al menos de modo habitual. Esto Santa
4,3). La historia de la Iglesia parece asegurarnos que la Teresa sólo alcanzó a comprenderlo, según parece, en su madurez
práctica de la oración fue antiguamente entre los cristia- espiritual, cuando escribió las Fundaciones, al final de su vida. Al
nos mucho mayor que ahora. La Iglesia, desde el princi- principio pensaba, temiendo por sí misma y por los otros, «que no
pio (Hch 2,42), como Israel, como el Islam, fue era posible que entre tanta baraúnda creciera el espíritu», pero la
sociológicamente un pueblo orante. Sin embargo, hoy, experiencia propia y ajena le hizo ver la verdad. «Así estaba una
persona que la obediencia le había traído cerca de quince años tan
al menos en los países ricos descristianizados, la misma trabajado en oficios y gobierno que en todos esos años no se acor-
idea del cristiano como hombre orante se ha perdido en daba de haber tenido un día para sí, aunque él procuraba lo mejor
la gran mayoría de los bautizados. Parece increíble, pero que podía algunos ratos de oración al día y de traer limpia la con-
así es. ciencia. A éste le ha pagado el Señor tan bien que, sin saber cómo, se
halló con aquella libertad de espíritu tan apreciada y deseada, que
Los rasgos peculiares del mundo moderno –ávido tienen los perfectos. Y no es sola esta persona, que otras he cono-
consumismo de objetos, noticias, televisión, viajes, di- cido de la misma suerte. No haya, pues, desconsuelo; cuando la
versiones; inmenso desconcierto espiritual en medio de obediencia [o la caridad] os trajera empleadas en cosas exteriores,
una aceleración histórica sin precedentes conocidos; ve- entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor,
locidad, inestabilidad, violencia, prisa, culto a la eficacia ayudándoos en lo interior y en lo exterior» (Fundaciones 5,6-8).
inmediata– hacen que los cristianos mundanizados que- «El verdadero amante en todas partes ama y siempre se acuerda del
amado. ¡Recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiese tener
den casi completamente incapaces de contemplación oración! Ya sé yo que a veces no puede haber muchas horas de
sapiencial, de gozosa adoración, de súplica perseveran- oración; pero, oh Señor mío, qué fuerza tiene ante Vos un suspiro
te. Pues bien, los cristianos, con el poder de Cristo, pue- salido de las entrañas, de pena por ver que podríamos estar a solas
den perfectamente vencer al mundo, e iluminarlo con la gozando de Vos» (5,16). «Créanme, no es el largo tiempo en la
luz preciosa y necesaria de la oración, y deben ofrecer a oración el que aprovecha al alma, que si ésta le emplea tan bien en
así a los hombres el testimonio de un estilo de vida dife- las obras, gran ayuda será esto para que en muy poco tiempo tenga
mejor disposición para encender el amor, que no en muchas horas
rente, nuevo y mejor. de consideración» orante (5,17; +V.7,12;8,6; Cta.77-IA 16).
–Dificultades aparentes. Las personas que tienen ora- En resumen: Procure el cristiano, en principio, tener
ción, al hablar de ella, frecuentemente lamentan que para habitualmente largos ratos de oración, y no crea dema-
orar hallan no pocas dificultades en las distracciones y siado fácilmente que el Señor, que tanto le ama como
en las obligaciones y trabajos inevitables. Pero esto no amigo, no quiere dárselos. Al leer los anteriores textos
es del todo exacto. de Santa Teresa, adviértase que están escritos a religio-
Las distracciones angustian sobre todo a quienes igno- sas, quizá más inclinadas a la oración que a las obras, lo
ran «en qué está la sustancia de la perfecta oración. Al- que explica el acento de su enseñanza; pero hoy son
gunos he encontrado yo que les parece está todo el ne- muchos más los cristianos que tienden más a la acción
gocio de la oración en el pensamiento, y si éste pueden que a la oración.
tener mucho en Dios, aunque sea haciéndose gran fuer- Procúrese, pues, oración larga, «pero, entiéndase bien, siempre
za, luego les parece que son espirituales; y si se distraen, que no haya de por medio cosas que toquen a la obediencia y al
no pudiendo más, aunque sea para cosas buenas, luego aprovechamaiento de los prójimos. Cualquiera de estas dos cosas
les viene gran desconsuelo». que se ofrezcan, exigen tiempo para dejar el que nosotros tanto
desearíamos dar a Dios» (Fundaciones 5,3). Y, eso sí, busque siem-
Ignoran que «no todas las imaginaciones son hábiles pre el cristiano la oración continua, pues «aun en las mismas ocu-
de su natural para esto, mas todas las almas lo son para paciones debemos retirarnos a nosotros mismos; aunque sólo sea
amar. Y el aprovechamiento del alma no está en pensar por un momento, aquel recuerdo de que tengo compañía dentro de
mucho, sino en amar mucho» (Fundaciones 5,2). Igno- mí es de gran provecho» (CV 29,5). Es el mismo consejo que da San
ran que en la oración, en medio de «esta baraúnda del Juan de la Cruz: «Procure ser continuo en la oración, y en medio de
pensamiento», la voluntad puede estarse recogida aman- los ejercicios corporales no la deje. Ahora coma, ahora beba, o hable
o trate con seglares, o haga cualquiera otra cosa, siempre ande
do, haciendo verdadera y preciosa la oración (4 M 1,8- deseando a Dios y aficionando a él su corazón. Se requiere no dejar
14). No se olvide que «puede muy bien amar la voluntad que el alma pare en ningún pensamiento que no sea enderezado a
sin entender el entendimiento» (2 Noche 12,7). Por eso, Dios» (Cuatro avisos para alcanzar la perfección 9).
aunque es evidente que las distracciones voluntarias sus- –Dificultades reales. Las dificultades verdaderas para
penden la oración y ofenden a Dios, es preciso recordar la oración no están tanto en el mundo y el ambiente, ni
que las involuntarias no ofenden a Dios ni cortan la ora- en las obligaciones particulares, sino en la propia perso-
ción, si la voluntad permanece amando. En fin, «no pen- na: en su mente y en su corazón. El cristiano espiritual,
séis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os libre de todo apego, se adhiere con amor al Señor, ha-
distraéis un poco, va todo perdido» (4 M 1,7). ciéndose con facilidad un solo espíritu con él (1 Cor
159
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
6,17). El todavía carnal, atado aún por mil lazos, lleno Cristo, y con incesantes súplicas hemos de orar «para
de apegos, vanos temores y esperanzas, inquieto y cons- que Dios nos abra puerta para la palabra, para anunciar el
tantemente perturbado por ruidos y tensiones interiores, misterio de Cristo» (Col 4,2-3).
se une al Señor difícilmente, laboriosamente, tanto en la ((Sin embargo, algunos que no tienen oración, pretender hacer
oración como en la vida ordinaria. apostolado. Y se extrañan luego –incluso se escandalizan– de la
«Al desasido no le molestan cuidados ni en la oración ni fuera de mínima eficacia que el Señor da a sus actividades. Y el error no es
ella, y así, sin perder tiempo, con facilidad, hace mucha hacienda sólo de ahora. San Juan de Avila decía: «Esta obligación que el
espiritual; pero para ese otro [que está asido] todo se le suele ir [al sacerdote tiene de orar está tan olvidada, incluso no conocida, como
orar y al trabajar] en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que está si no fuese» (Trat. del sacerdocio I,211-214). «Si uno no es sacer-
asido y apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se dote, que no tome el oficio de abogar, si no sabe hablar. Y diría yo
puede libertar por poco tiempo de este lazo del pensamiento y que no sé con qué conciencia puede tomar este oficio quien no tiene
gozo de lo que está asido el corazón» (3 Subida 20,3). don de oración, pues de la doctrina de los santos y de la Escritura
divina aparece que el sacerdote tiene por oficio orar por el pueblo»
Si piensa el principiante que sus dificultades en la ora- (Plát. a sacerdotes 2,223-225). El sacerdote que no alaba a Dios ni
ción van a ser superadas cuando cambien las circuns- intercede por el pueblo no «cumple su ministerio» (2 Tim 4,5). «Y
tancias exteriores, cuando mejore su salud o disminu- porque hay falta de esta oración en la Iglesia, y señaladamente en el
yan las ocupaciones, o gracias al aprendizaje de ciertas sacerdocio, por eso ha derramado el Señor sobre nosotros su ira,
técnicas oracionales –antiguas o modernas, occidenta- que no se quitará hasta que esta oración torne, pues su ausencia ha
sido causa de muchos trabajos, y quiera Dios no vengan mayores»
les u orientales, individuales o comunitarias–, está muy (Trat. sacerd. II,434-439).
equivocado. Ya dijimos al principio que para ir adelante
A este propósito, decía San Juan de la Cruz: «Adviertan aquí los
en la oración lo que se necesita ante todo es perseve- que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus
rancia en ella, conciencia limpia y buen ejercitarse en predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a
las virtudes, todo lo cual es siempre posible, con la ayu- la Iglesia y mucho más agradarían a Dios –dejando aparte el buen
da del Señor. ejemplo que de sí darían– si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo
«Toda la pretensión de quien comienza oración –y no se os en estarse con Dios en oración. Ciertamente, entonces harían más y
olvide esto, que importa mucho– ha de ser trabajar y determinarse con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su ora-
y disponerse en cuantas diligencias pueda a hacer que su voluntad ción y habiendo obtenido fuerzas espirituales en ella; porque, de
se conforme con la de Dios; en esto consiste toda la mayor perfec- otra manera, todo es martillar, y hacer poco más que nada, y a veces
ción que se puede alcanzar en el camino espiritual» (2 M 8). nada, y aun a veces daño» (Cántico 29,3). Así podemos compro-
barlo en muchas ocasiones: tanta actividad y tan mínimo fruto. Tan
Pero no espere el principiante, por supuesto, a tener mínimo que no pocos abandonan la actividad apostólica defrauda-
virtudes para ir a la oración, pues la oración, precisa- dos.))
mente, es «principio para alcanzar todas las virtudes», y –El vigor apostólico se hace máximo en la vida místi-
hay que ir a ella «aunque no se tengan» (CE 24,3). Entre ca. Mientras el principiante, con la ayuda de Dios, va
tanto, haga en la oración «lo posible», que ya Dios se formando sus virtudes y se ejercita en la oración dis-
encargará de ir llevándole a «lo imposible» (Mt 19,26), a cursiva, tiene escasa capacidad para el apostolado. Pero
la perfecta paz de la contemplación. cuando, ya limpio su corazón, alcanza a ver a Dios en la
oración semipasiva y en la contemplación mística, su
Oración y apostolado fuerza apostólica se hace poderosa. «Llegada un alma
Todos los cristianos deben orar, pero especialmente aquí no es sólo deseos lo que tiene por Dios; su Majestad
los llamados por Dios a la vida apostólica. En efecto, le da fuerzas para ponerlos por obra» (V.21,5).
aquéllos que han de vivir como compañeros y colabora- «Acaecióme a mí –y por eso lo entiendo– cuando procuraba que
dores de Jesús –así lo enseña San Pedro– deben dedi- otras tuviesen oración, que como por una parte me veían hablar
carse «a la oración y al ministerio de la predicación» grandes cosas del gran bien que era tener oración, y por otra parte
(Hch 6,4). me veían con gran pobreza de virtudes, no sabían cómo se podía
compadecer lo uno con lo otro. Y así en muchos años, sólo tres se
–El apostolado requiere contemplación, pues no con- aprovecharon de lo que les decía; y después que ya el Señor me
siste sólo en a transmisión de una doctrina, sino sobre había dado más fuerza en la virtud, se aprovecharon en dos o tres
todo en el testimonio de una persona, Jesucristo. Este años muchas» (V.13,8-9).
testimonio pueden darlo quienes por la oración, princi- Y es que al llegar a la mística, el cristiano «comienza a
palmente, son «testigos oculares de su majestad» (2 Pe aprovechar a los prójimos, casi sin entenderlo ni hacer
1,16), quienes han «contemplado y tocado al Verbo de la nada de sí» (19,3).
vida» (1 Jn 1,1), quienes poseen «la ciencia de la gloria
de Dios reflejada en el rostro de Cristo» (2 Cor 4,6). Orad, hermanos
Estos no sólo pueden, sino que necesitan absolutamente La vida sin oración es solitaria y extraviada, que no es
predicar a Jesucristo (1 Cor 9,16-17): «Nosotros no po- otra cosa «perder el camino sino dejar la oración»
demos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (Hch (V.19,12). Por el contrario, como dice el salmista, «di-
4,20; +22,15; Jer 20,9; Ez 13,3). choso el pueblo que sabe aclamarte; caminará, Señor, a
Ahí radica Santo Tomás la excelencia de la vida apostólica: «Es la luz de tu rostro; tu Nombre es su gozo cada día» (88,16-
más transmitir a los otros lo contemplado que sólo contemplar» 17; +83,5). O en palabras de Kempis: «Bienaventurada el
(STh II-II,188,6). Crónicas antiguas sobre el gran apóstol Santo alma que oye al Señor que habla en ella» (Imitación de
Domingo de Guzmán nos dicen que él siempre estaba hablando
«con Dios o de Dios» (Libro de las costumbres 31: BAC 22, 1966, Cristo III,1). Entremos en el templo de nuestra alma,
785). Y es que ¿cómo podrá hablar de Dios aquél que no habla con donde Dios nos llama suavemente. La tristeza principal
Dios? del hombre es no tener oración, aunque él piense otra
–El apostolado requiere oración de petición, pues sólo cosa...
la gracia interior del Espíritu puede abrir el corazón de «¡Oh almas que habéis comenzado a tener oración!
los hombres a la gracia externa de la predicación. Por ¿qué bienes podéis buscar aún en esta vida que sea como
eso el Apóstol pedía insistentemente y exhortaba a los el menor de éstos?» (V.27,11).
fieles a que ayudaran su actividad apostólica con oracio-
nes y súplicas (Rm 15,30-31; 2 Cor 1,11; Ef 6,19; 1 Tes
5,25; 2 Tes 3,1-2). El mundo está cerrado a la verdad de
160
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 4. El trabajo

Visión mundana del trabajo


Penalidad, rentabilidad y materialidad son rasgos
dominantes en la visión mundana del trabajo, que ve
más en éste la maldición que la bendición. Difícilmente
se considera como trabajo la actividad realizada con
gusto y afición (no-penosa), sin retribución económica
(no-pagada), y que produce bienes espirituales (no-ma-
teriales).
Penalidad. –En muchas utopías, también en la de Moro,
un ideal social es la reducción extrema de los horarios
laborales. Cuanto menos se trabaje, mejor. La misma eti-
4. El trabajo mología refuerza y expresa esta concepción: trabajo sig-
nificó primero sufrimiento, y designó después la activi-
dad laboral. Tripalium, la palabra latina de donde proce-
de, significaba un instrumento de tortura compuesto por
tres palos. También en otras lenguas una misma palabra
AA.VV., Spiritualità del lavoro nella catechesi dei Padri del III- significa sufrimiento y trabajo: en griego ponos-ou; en
IV secolo, Roma, LAS 1986; J. M. Aubert, Humanisme du travail
et foi chrétienne, «La Vie spirituelle», Supplement (1981) 231-255; francés travail (être en travail equivale a estar de parto,
G. Campanini, Introduzione a un’etica cristiana del lavoro, «Riv. acepción también existente en el labour inglés).
di Teologia Morale» 3 (1971) 357-396; P. Chauchard, Travail et Rentabilidad. –Este aspecto es aún más definitivo en
loisirs, Tours, Mame 1968; M. D. Chenu, Spiritualitè du travail, el concepto humano del trabajo. Un ama de casa no tra-
París 1941; Hacia una teología del t., Barcelona, Estela 1960; J.
Daloz, Le t. selon S. J. Crisostome, París, Lethielleux 1959; J. L. baja, puesto que no le pagan. Una empleada de hogar,
Illanes, La santificación del trabajo, Madrid, Palabra 1980,7ª ed.; que hace lo mismo, trabaja, puesto que le pagan –y ade-
H. Rondet, Eléments pour une théologie du t., «Nouv. Rev. más porque se supone que esa labor es más penosa para
Théologique» 77 (1955) 27-48,123-143; J. Todolí, Filosofía del t., la empleada que para el ama–. Van Gogh, por más que se
Madrid, Inst. León XIII 1954; Teología del t., «Rev. Española de dedicó con toda su alma a pintar cuadros, era un fainéant,
Teología» 12 (1952) 559-579; C. V. Truhlar, Labor christianus, pues no vendió ninguno –bueno, sólo uno–, y además
Madrid, Razón y Fe-Fax 1963.
hacía lo que le gustaba. Su hermano, el vendedor de
Véase también Juan Pablo II, enc. Laborem exercens 14-IX- cuadros que le mantenía, ése sí era un trabajador. (Hace
1981: DP 1981,170.
poco el cuadro de Van Gogh Los girasoles se adquirió
En la creación ambivalente por 5.049 millones de pesetas, batiendo todos los records).
El pesimismo metafísico sobre las criaturas, tan fre- Materialidad. –Se considera trabajo verdadero el que
cuente en el mundo antiguo, es ajeno a la tradición bíbli- transforma el mundo material. Así Jesús fue trabajador
ca. Por eso el cristiano por el trabajo se adentra sin en Nazaret; pero ya en su vida pública dejó de trabajar.
miedo alguno en la maravillosa creación de Dios, como Los Apóstoles, mientras pescaban peces, eran trabaja-
un niño entra en la casa o en el huerto de su padre. El dores; pero dejaron de serlo cuando se hicieron «pesca-
Señor «es cariñoso con todas sus criaturas» (Sal 144,9); dores de hombres» (Mc 1,17).
«él mismo es quien da a todos la vida, el aliento y todas La posición de Yves Simon en esta cuestión es un ejemplo signi-
las cosas; en él vivimos y nos movemos y existimos» ficativo: «La actividad de contemplación, como no posee ninguna
(Hch 17,25. 28). Trabajar en el mundo es colaborar con de las características metafísicas de la actividad laboriosa, está evi-
dentemente excluída de la categoría de trabajo. En ningún sentido
el Dios que constantemente lo cultiva y desarrolla, es puede decirse que los religiosos contemplativos sean trabajadores.
cuidar con Dios de unas criaturas que El mismo declaró En cuanto al trabajo del espíritu es preciso juzgar de modo diferen-
ser «muy buenas» (Gén 1,31). te según que tenga por función preparar la contemplación o dirigir
El trabajo es una bendición, un poder, un impulso ori- el trabajo manual. El trabajo manual, arquetipo de la actividad labo-
riosa en sentido metafísico, es también su arquetipo en el plano
ginario, una misión que Dios le dio al hombre para que ético-social. Campesinos y obreros son los trabajadores por exce-
dominara sobre todas las criaturas de la tierra (28,30). lencia. La actividad política no pertenece a la categoría de trabajo»
Es el Señor quien hace al hombre señor de la creación, (Trois leçons sur le travail, París 1938,17-18).
sometiéndola toda bajo sus pies (Sal 8,7).
Ahora bien, la misma Revelación que nos manifiesta el Visión cristiana del trabajo
trabajo humano en toda su grandeza, nos da a conocer el Esa visión que el mundo tiene del trabajo es completa-
pecado del hombre, y la maldición de la tierra y el tra- mente inaceptable. La visión cristiana del trabajo es mu-
bajo: «Por ti será maldita la tierra, con trabajo comerás cho más positiva y hermosa, porque es más verdadera.
de ella todo el tiempo de tu vida, te dará espinas y abro- Los hombres, en cuanto imágenes de Dios en este mun-
jos, con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gén do, colaboran con Dios por medio del trabajo. Como
3,17-19). hace notar Juan Pablo II, «el trabajo es una de las carac-
Por eso hoy el trabajo es bendito y maldito, es para el terísticas que distinguen al hombre del resto de las cria-
hombre un gozo y una penosa servidumbre, en él afirma turas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento
su grandeza primera y por él se aplica al mundo creado, de la vida, no puede llamarse trabajo. Sólamente el hom-
que está ahora sujeto «a la servidumbre de la corrup- bre es capaz de trabajar. Este signo determina su carac-
ción» (Rm 8,21-22). El trabajo y todo lo creado es ahora terística interior y constituye en cierto sentido su misma
ambiguo. Como dice el concilio Vaticano II, «los dife- naturaleza» (Laborem exercens, intr.).
rentes bienes de este mundo están marcados al mismo Imágenes de Dios. –El hombre, trabajando por su inte-
tiempo con el pecado del hombre y la bendición de Dios» ligencia y su voluntad, es imagen de la Trinidad divina.
(AG 8). En efecto, el hombre «obra por la idea concebida en su

161
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
entendimiento, y por el amor de su voluntad referido a Dios» (1 Cor 10,31; +Rm 12,1; 15,16). El trabajo hu-
algo; también Dios Padre produjo las criaturas por su mano es ofrenda espiritual a Dios porque es obediencia
Verbo, que es el Hijo, y por su Amor, que es el Espíritu a su mandato: «Seis días trabajarás» (Ex 20,9). «El tra-
Santo» (STh I,45,6). De ahí que un hombre ignorante bajo profesional, decía Pío XII, es para los cristianos un
(sin idea), y ocioso, sin energía para obrar positivamen- servicio de Dios; es para vosotros, los cristianos sobre
te en el mundo (sin amor), apenas da la imagen de Dios. todo, uno de los medios más importantes de santifica-
Tal hombre no se muestra señor del mundo, sino siervo ción, uno de los modos más eficaces para uniformaros a
suyo, a merced de la naturaleza, sujeto a unas fuerzas la voluntad divina y para merecer el cielo» (25-IV-1950).
creaturales que ni conoce ni domina. Pero el trabajo humano es ofrenda religiosa, enseña el
La Escritura nos revela que el hombre fue creado «a imagen de Vaticano II, no sólo porque «considerado en sí mismo
Dios» (Gén 1,27), y que su Creador le dio potencia y misión para responde a la voluntad de Dios», sino también porque
«someter la tierra» (1,28). Relacionando ambos datos, Juan Pablo colabora a que «con el sometimiento de todas las cosas
II enseña que «el hombre es imagen de Dios, entre otros motivos, al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mun-
por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la do» (GS 34a). Más aún, el trabajo del hombre de alguna
tierra. En la realización de este mandato, el hombre, todo ser huma-
no, refleja la acción misma del Creador del universo» (Laborem
manera prepara la manifestación escatológica de la glo-
exercens 4). El hombre en los seis días de trabajo refleja la imagen ria de Dios. El Espíritu divino mueve a los hombres a
del Dios que actúa en su creación, y en el domingo se hace imagen diversos trabajos, para que «así preparen el material del
del Dios eterno celestial. La misma Biblia indica este paralelismo reino de los cielos. A todos libera para que, con la abne-
(Ex 20,9-11) gación propia y el empleo de todas las energías terrenas
Colaboradores de Dios. –El Señor, él solo creó el mun- en pro de la vida humana, se proyecten hacia las realida-
do, pero quiso crear al hombre-trabajador para seguir des futuras, cuando la propia humanidad se convertirá
actuando en el mundo con su colaboración. Y esto, es en oblación acepta a Dios» (38a).
evidente, no porque Dios tuviera necesidad de colabora- Santificación del hombre. –«La actividad humana, dice
dores que le ayudasen a perfeccionar «la obra de sus el concilio Vaticano II, así como procede del hombre,
manos» (Sal 8,7), sino únicamente por amor, para co- así también se ordena al hombre. Pues éste con su ac-
municar al hombre sabiduría y poder, para unirlo más a ción no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino
Sí mismo al asociarlo a su acción en el mundo. En efec- que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva
to, «el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su sus facultades, se supera y se transciende. Tal supera-
trabajo participa en la obra del Creador, y en cierto sen- ción, rectamente entendida, es más importante que las
tido, continúa desarrollándola y la completa» (Laborem riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre
exercens 25; +GS 34). vale más por lo que es que por lo que tiene» (GS 35a).
Como observa Santo Tomás, «mayor perfección hay en una Aquí vemos, una vez más, que la glorificación de Dios
cosa, si además de ser buena en sí misma, puede ser causa de coincide con el perfeccionamiento y santificación del hom-
bondad para otras, que si únicamente es buena en sí misma. Y por bre, y que ambos valores han de lograrse por el trabajo.
eso Dios de tal modo gobierna las cosas, que hace a unas ser causas
de las otras en la gobernación. Si Dios gobernara él solo, se privaría Por eso mismo el ocio vano e injusto impide tanto el bien del
a las criaturas de la perfección causal» (STh I,103,6 in c.et ad 2m). hombre. Esto lo comprendieron desde siempre los maestros espi-
Por el trabajo humano, la Causa primera universal da virtualidad rituales. San Juan Crisóstomo escribe: «Nada hay, absolutamente
eficaz a los hombres, y de este modo «las causas segundas son las nada, en las cosas humanas que no se pierda por el ocio. Porque la
ejecutoras de la divina Providencia» (Contra Gentes III,77). misma agua, si se estanca, se corrompe, y si corre, yendo de acá
para allá, conserva su virtualidad. Y el hierro, si no se emplea, si
Y adviértase aquí, por otra parte, que esta colaboración de Dios está ocioso, se reblandece y deteriora y se resuelve en herrumbre;
con las causas segundas no se refiere sólo a la humanidad, en su pero si se ocupa en los trabajos se hace mucho más útil y elegante
conjunto. Por el contrario, Dios activa y dirige la actividad de cada y no brilla menos que la plata. Y bien se ve que la tierra ociosa nada
persona humana. Y éste, como hace notar Santo Tomás, es uno de provechoso produce, sino malas hierbas y pinchos y cardos y
los privilegios más excelsos de la criatura humana, como ser perso- árboles estériles; en cambio, la que se cultiva con mucho trabajo,
nal: «Unicamente las criaturas racionales reciben de Dios la direc- rinde abundantes frutos de lo sembrado y plantado. En fin, todas
ción de sus actos no sólo colectivamente, sino también individual- las cosas se corrompen con el ocio, y se hacen más útiles empleán-
mente» (III, 113). Dios, que mueve a las criaturas irracionales se- dose adecuadamente» (MG 51,195-196).
gún su naturaleza, la que él les dio, mueve al hombre no sólo según
su naturaleza humana, colectivamente, sino también atendiendo a Perfeccionamiento de la tierra. –Los hombres «con
su persona. su trabajo desarrollan la obra del Creador» (GS 34b).
En Cristo Salvador. –Con la luz y fuerza del Espíritu Ellos fueron creados por Dios como cultivadores inteli-
que desde el Padre nos ha dado Jesucristo, podemos gentes de toda la creación. El trabajo más valioso será
trabajar en el mundo en cuanto imágenes de Dios, es aquél que más directamente perfeccione al hombre mis-
decir, como colaboradores filiales del Señor del univer- mo –labor de padres, sacerdotes, educadores, psicólo-
so. En Cristo Redentor, todos aquéllos –obreros, admi- gos, médicos, políticos–. Pero como el crecimiento es-
nistrativos, madres de familia, sacerdotes, investigado- piritual de los hombres está tan vinculado al grado de
res, campesinos, artistas– que, con una dedicación ha- conocimiento y dominio de la naturaleza, todos los tra-
bitual, cooperamos a las obras de Dios en el mundo, bajos que actualizan las potencialidades ocultas de la tie-
somos verdaderos trabajadores, cada uno aplicado a sus rra sirven al hombre y glorifican a Dios.
labores propias, y «todas estas cosas las obra el único y Por supuesto, no cualquier trabajo perfecciona la tie-
mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quie- rra. Ya vimos que el trabajo es ante todo una colabora-
re» (1 Cor 12,11). ción con Dios, y así perfecciona la tierra aquel trabajo
que está hecho con Dios, según Dios, obedeciendo sus
Los fines del trabajo divinas leyes naturales: ése es el trabajo realmente bené-
El trabajo cristiano pretende en este mundo la glorifi- fico, que acrecienta en el mundo el bien, el conocimien-
cación de Dios, la santificación del hombre y el perfec- to, la libertad, la salud, la belleza, la armonía. Por el con-
cionamiento de la tierra. trario, el trabajo del hombre corrompe la tierra cuando
Glorificación de Dios. –«Ya comáis, ya bebáis, ya no se ajusta a la voluntad de Dios, sino que sirve a los
hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de errores y egoístas deseos de los hombres. Entonces el
162
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 4. El trabajo
hombre, cuanto más trabaja, más esclaviza la naturale- exercens 6; +Mc 6,3; Mt 13,55). Y trabajó también tres
za, sujetándola a «la servidumbre de la corrupción», hasta años como Maestro de los hombres, profesión más dura
el punto de que «la creación entera hasta ahora gime y y peligrosa, que finalmente le ocasionó la muerte. Pues
siente dolores de parto» (Rm 8,21-22). Ese es el trabajo bien, de los rasgos fundamentales del trabajo de Cristo
maléfico que agota los campos, infecta los mares, tala ha de participar el trabajo del cristiano.
los bosques, envilece a los trabajadores, pone inmensos Colaboración con Dios. –La clave de la espiritualidad
medios económicos y esfuerzos al servicio de la mentira cristiana del trabajo está en la conciencia amorosa de
y el vicio, de la injusticia y de la guerra, mientras que no colaborar con Dios: «Mi Padre trabaja siempre, y por
se aplica lo suficiente para remediar la ignorancia, el ham- eso yo también trabajo» (Jn 5,17). Todo el inmenso es-
bre y la enfermedad de tantos hombres. fuerzo laboral –en campos, mares, talleres, oficinas, ca-
((En este sentido, es un error grosero pensar que el trabajo, sin sas y hospitales, fábricas y bibliotecas–, todo está impul-
más, perfecciona al hombre y a la tierra. Depende de qué trabajo sado por la energía del Creador providente, que, unido al
se haga, cuáles sean sus motivaciones, sus medios y sus fines. El hombre trabajador, despliega en la historia las maravillas
trabajo dignifica al hombre y a la tierra en la medida en que es
realizado según Dios. No olvidemos, sin embargo, que, en su amor de la creación. Los hombres, en efecto, trabajamos con
providente por los hombres, Dios también saca bienes de trabajos Dios, él es el Obrero principal del universo. Y trabajamos
malos, de manera que muchas veces la ansiosa búsqueda de según Dios, conociendo y observando las leyes naturales
enriquecimientos, las investigaciones para la guerra, el deseo orgu- que él imprime en el dinamismo del cosmos. Por eso nos
lloso de dominar la tierra, las exploraciones con fines de explota- exhorta San Pablo: «Todo cuanto hacéis de palabra o de
ción, al mismo tiempo que causan grandes males, dan ocasión a obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando
que se produzcan grandes beneficios para la humanidad.
gracias a Dios Padre por él. Todo cuanto hiciéreis, hacedlo
En la misma línea del error antes señalado, hoy se aprecia en de corazón, como obedeciendo al Señor y no a los hom-
ciertas tendencias de espiritualidad una tendencia a valorar sobre bres» (Col 3,17. 23).
todo el trabajo por el resultado externo conseguido, cuando la
verdad es que este fin tercero, siendo tan valioso, es el más ambi- En tiempos de la cultura rural la espiritualidad del trabajo fue
guo. El buen trabajo siempre glorifica a Dios y perfecciona al hom- más intensa que hoy. La mediación laboral del hombre era entonces
bre, pero no siempre da los buenos frutos pretendidos, por resis- tan simple, que, con algo de fe que hubiera, fácilmente se veía el
tencias u omisiones ajenas, por desastres naturales, por hostilida- trabajo como colaboración con Dios, y los frutos del mismo como
des políticas o ideológicas. Por tanto no se debe centrar en el dones de Dios. Es Dios quien hace las manzanas, y no hace falta
perfeccionamiento de la tierra la espiritualidad del trabajo cristia- una fe muy fuerte para verlo: «es Dios quien da el crecimiento» (1
no, sino en los dos primeros fines señalados, en Dios y en el mismo Cor 3,7). Por el contrario, en tiempos de cultura industrial la espi-
trabajador. Cuando se dice, por ejemplo, que un constructor ritualidad del trabajo está debilitada –justamente cuando más se ha
urbanista «hace cosmos partiendo del caos», que un periodista es afirmado doctrinalmente la espiritualidad de los laicos–, porque la
«vínculo de comunicación entre los hombres», que un agente de mediación laboral humana es tan compleja y preciosa, que el hom-
bolsa «prepara de algún modo el advenimiento del Reino», o que bre se siente la causa única de sus obras. Es el hombre quien hace un
quienes construyen una gran casa de lujo «hominizan la materia automóvil, y hace falta una fe bastante viva para ver ahí la acción de
por el trabajo»... se hacen afirmaciones tan ampulosas como ambi- Dios. Por eso en época rural y campesina los cristianos en el trabajo
guas. Este fin tercero puede frustrarse hasta en los trabajos hechos ven la acción de Dios, pero quizá no dan al esfuerzo humano el
con más perfección objetiva y honestidad subjetiva: por ejemplo, valor debido –bendicen los campos, pero no progresan en sus téc-
pensemos en el laborioso cultivo de un campo, cuya cosecha se nicas agrícolas–. Mientras que en época industrial los cristianos
pierde finalmente por una tormenta. valoran su esfuerzo en el trabajo, pero ignoran la acción de Dios –
mejoran las técnicas agrarias, pero no bendicen los campos ni dan
Teilhard de Chardin, en Science et Christ, dice: «Gozo de poder
gracias a Dios–. Por lo que a nuestro tiempo se refiere, la espiritua-
pensar que Cristo espera el fruto de mi trabajo –el fruto,
lidad del trabajo será profunda cuando los cristianos vean la acción
entiéndaseme bien, esto es, no sólo la intención de mi acción, sino
de Dios y la del hombre con las misma facilidad, tanto en la produc-
también el resultado tangible de mi obra: “opus ipsum et non
ción de una manzana como en la de un automóvil.
tantum operatio”–. Si esta esperanza está fundada, el cristiano
debe obrar, y obrar mucho, y obrar con un empeño tanto más Sin apegos ni tensiones. –Si el hombre en su trabajo
fuerte que el del más empeñoso obrero de la Tierra, para que Cristo quiere de verdad colaborar con Dios, trabajará sin ape-
nazca siempre más en el mundo en torno a él. Más que cualquier no gos desordenados, y sin las tensiones y ansiedades que
creyente, él debe venerar y promover el esfuerzo humano, el es-
fuerzo en cualquiera de sus formas, y sobre todo el esfuerzo huma-
de ellos se derivan. Nuestro trabajo es carnal cuando
no que más directamente contribuye a acrecentar la conciencia – trabajamos solos, sin Dios, partiendo de nosotros mis-
esto es, el ser– de la Humanidad; y quiero decir con eso la investi- mos, marcando plazos, modos y grados de calidad, ale-
gación científica de la verdad y la promoción organizada de mejores grándonos cuando logramos realizar nuestra voluntad,
relaciones sociales» (Oeuvres IX, París, Seuil 1965,96-97).)) impacientándonos cuando se frustran nuestros planes,
Dios se goza con el buen fruto de nuestro trabajo. Es pretendiendo unos ciertos bienes temporales con volun-
cierto. Pero esta hermosa verdad, para ser perfectamente tad asida. No es así el trabajo cristiano.
verdadera, ha de afirmarse unida a otras verdades tam- Nuestro trabajo es espiritual, está hecho en el Espíritu
bién importantes. de Jesús, cuando trabajamos con Dios, en cuanto cola-
Nos dice San Juan de la Cruz: «El alma que ama no espera el fin boradores suyos, humildemente, aceptando nuestra con-
de su trabajo, sino el fin de su obra; porque su obra es amar, y de dición de criaturas, de hijos, sin querer ser como Dios,
esta obra espera ella el fin y remate, que es la perfección de amar a omnipotentes –«nuestro Dios está en el cielo, y lo que
Dios. El alma que ama a Dios no ha de pretender ni esperar otro quiere lo hace» (Sal 113,3)–, sin enojarnos cuando no
galardón de sus servicios sino la perfección de amar a Dios» (Cán-
tico 9,7). Y algo semejante enseña Gandhi: «Renunciar a los frutos
resulta nuestra voluntad, sino la suya. Esto es importan-
de la acción no significa que no haya frutos. Pero no debe te: En el trabajo, por su misma estructura, nuestra volun-
emprenderse ninguna acción buscando sus frutos» (G. Woodcock, tad se aplica a conseguir ciertos bienes temporales. Pues
Gandhi, Barcelona, Grijalbo 1973, 117-118).)) bien, debe hacerlo guardando siempre los principios de
la ascética cristiana de la voluntad –que ya estudiamos–.
Espiritualidad del trabajo El corazón cristiano en el trabajo debe mantenerse «desnudo de
Jesucristo, «la imagen del Dios invisible» (Col 1,15), todo, sin querer nada» (2 Subida 7,7), recordando que «no hay de
«que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, qué gozarse sino en si se sirve más a Dios» (3 Subida 18,3). Esto es
dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al en el trabajo «dejar el corazón libre para Dios» (20,4). Así es como
se trabaja en paz, más, mejor y con menos cansancio.
trabajo manual, junto al banco del carpintero» (Laborem
163
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
Ofrenda espiritual. –Cada día, en la Misa, al presentar gura el mismo Cristo: «En verdad os digo que cuantas
los dones, ofrecemos el pan y el vino como «frutos de la veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos meno-
tierra y del trabajo del hombre». Cada día los cristianos res, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40; +GS 67b).
hemos de hacer de nuestros trabajos una oblación espi- Es claro que no puede el hombre tener constantemente una con-
ritual directamente integrable en la ofrenda cultual de la ciencia explícita y refleja del sentido sobrenatural de su trabajo.
Eucaristía, y siempre vivificada por ésta. El diario ofre- Pero la caridad puede actuar aun cuando no haya conciencia refleja
cimiento de obras puede afirmar en nosotros esta espiri- de la misma. Estando en gracia de Dios y «cuando nuestro trabajo
tualidad, que es la de la liturgia: «Señor, que tu gracia es ordenado [según Dios], aunque en él no se produzca explícita-
mente ningún acto de caridad, la voluntad, que mueve y dirige el
inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que trabajo, lo mueve y dirige juntamente con la forma sobrenatural de
nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y la caridad, que lleva impresa; lo cual implica la actuación de la
tienda siempre a ti, como a su fin» (Or. jueves Ceniza). caridad. Esta caridad, ciertamente actual, no es explícita, sino im-
Trabajo bien hecho. –Si el trabajo cristiano es colabo- plícita, y empapa y colorea todo el trabajo movido por la volun-
tad» (Truhlar 75). Ahora bien, ese hábito de la caridad debe ser
ración con Dios y ha de ser ofrenda cultual, ha de estar actualizado a veces en actos conscientes, intensos y explícitos, que
bien hecho. «No ofreceréis nada defectuoso, pues no son precisamente los que acrecientan la virtud de la caridad.
sería aceptable» (Lev 22,20). La Iglesia quiere que los
cristianos «con su competencia en los asuntos profanos Trabajo en oración. –La espiritualidad cristiana del tra-
y con su actividad elevada desde dentro por la gracia de bajo, como ya vimos, consiste en realizarlo en cuanto
Cristo, contribuyan eficazmente a que los bienes crea- colaboradores de Dios, con Dios, según Dios, desde Dios,
dos, de acuerdo con el designio del Creador y la ilumina- para Dios. Y nuestro trabajo será oración en la medida en
ción del Verbo», sirvan al bien de todos (LG 36b). La que, durante la acción laboriosa, captemos la presencia
chapucería laboral es propia de quienes sólo buscan en amorosa de Dios en nosotros, en las personas y en las
el trabajo la ventaja económica. El trabajo cristiano en cosas. El principiante, en el mejor de los casos, suele
cambio, por su motivación y sus fines, es un trabajo – acordarse de Dios al comienzo de su trabajo, pero se
dentro de lo posible– bien hecho. olvida de él en el ajetreo de la actividad. El adelantado
recuerda a Dios al comienzo y al fin de la acción. Y el
Trabajo firme y empeñoso. –«Esforzáos por llevar una perfecto guarda de Dios memoria continua, al comien-
vida quieta, laboriosa en vuestros asuntos, trabajando zo, durante la acción, y al término de la misma. El ideal
con vuestras manos como os lo he recomendado, a fin es ése, encontrar a Dios siempre y en todo, captar su
de que viváis honradamente a los ojos de los extraños y presencia en nosotros mismos, en las personas y en las
no padezcáis necesidad» (1 Tes 4,11-12). «Mientras es- cosas, darnos cuenta de manera fácil y habitual de que
tuvimos con vosotros, os advertimos que el que no quiere hasta «entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones
trabajar que no coma. Porque hemos oído que algunos 5,8).
viven entre vosotros en la ociosidad, sin hacer nada, sólo
ocupados en curiosearlo todo. A éstos tales les ordena- Errores y males en el mundo del trabajo
mos y rogamos por amor del Señor Jesucristo que, tra- El mundo del trabajo está gravemente oscurecido por
bajando en paz, coman su pan» (2 Tes 3,10-12; +Ef el pecado, hasta el punto de que el trabajo puede ser para
4,28). El ocio frena el dinamismo laborioso que Dios el hombre, en palabras de Pío XII, un «instrumento de
quiere activar en la persona, y así la echa a perder. envilecimiento» diario (4-II-1956). La raíz de todos sus
Una señora, por ejemplo, piadosa pero ociosa –pues males suele estar en la avaricia (1 Tim 6,9-10), y los
tiene quien haga su trabajo–, no irá adelante en el camino cristianos con frecuencia se encuentran en el mundo la-
de la perfección mientras no se decida a trabajar en se- boral –abogados, periodistas, obreros, políticos, médi-
rio. También los jubilados por la ley civil, en cuanto les cos, constructores– «como ovejas en medio de lobos»
sea posible, deben trabajar en cosas útiles a la comuni- (Mt 10,16).
dad civil o religiosa. Sin el trabajo las personas se hacen El mundo laboral está profundamente desordenado.
triviales, chismosas, desordenadas, inestables, vacías, Está subjetivamente desordenado en cuanto que la acti-
inútiles, aprensivas, susceptibles y quizá neuróticas. Con vidad laboriosa muchas veces no se finaliza en la glorifi-
el trabajo, en cambio, el hombre agrada a Dios, sirve a cación de Dios y el verdadero bien del hombre, sino en
los hermanos, y se perfecciona en todas las virtudes. el dinero y el placer, el poder y la ostentación. Y está ob-
Santa Teresa, en el locutorio, en la recreación, siempre se ocupa- jetivamente desordenado cuando está mal hecho, cuan-
ba en labores manuales, y así lo prescribió a sus religiosas (Cons- do no se siguen en él las íntimas leyes estructurales de la
tituciones 6,8), aconsejándolo con insistencia: «Es cosa impor- obra bien hecha.
tantísima» (Cta.76-12K, 9); «ponga mucho en los ejercicios de
manos, que importa infinitísimo» (76-9L, 10). ((En el trabajo mundano y carnal se disocia fácilmente el fin de
la obra y el fin del agente: el estudiante, por ejemplo, no estudia
Trabajo en caridad. –El trabajo es uno de los medios para saber y poder servir, sino para aprobar y poder ganar. Se
más importantes que el hombre tiene para realizar diaria- hacen las cosas mal, por cumplir, por cobrar, por rutina, sin mirar
mente el don de sí mismo a Dios y al prójimo. Todas las el servicio del prójimo, sin cuidar y mejorar la calidad de la obra,
virtudes que la caridad impera e informa –justicia, forta- con prisas, con excesiva lentitud, con excesiva minuciosidad per-
leza, constancia, paciencia, amabilidad, servicialidad, obe- feccionista, con chapucera irresponsabilidad, cobrando más de lo
justo, sin orden, dejándose llevar por la gana, entrando en compli-
diencia, pobreza, abnegación–, todas hallan cada día en cidades que no tienen excusa, aunque se diga: «Así es la vida», «Lo
el trabajo su prueba, su posibilidad y su estímulo para el hacen todos», «Hay que vivir», «Podría perder el empleo»...
crecimiento. A veces la atención del trabajador se polariza en la perfección
Por lo que se refiere concretamente al amor al próji- del medio, con olvido del fin y consiguiente perjuicio del mismo
mo, cuando trabajamos Cristo en nosotros ama a los medio; por ejemplo, cuando el profesor, obsesionado en la prepa-
hermanos: en el sacerdote, en la madre, en el médico, en ración de su conferencia (medio), no conecta suficientemente con
los alumnos (fin), de modo que su perfecta obra resulta pedagógi-
el funcionario, ama a los hombres, les hace el bien. Y al camente ineficaz. O el ama de casa que, atenta sólo a los per-
mismo tiempo, cuando trabajamos, amamos a Cristo en feccionismos de su cocina (medio), está nerviosa e impaciente, y
el prójimo: la madre ama a Jesús amando y cuidando a olvida así que la alegre cordialidad familiar (fin) es mucho más
su niño, el médico, el obrero, el sacerdote, el funciona- importante en una comida que la puntualidad o el grado exacto de
rio, aman al Señor sirviendo a los hermanos. Nos lo ase- cocción.
164
Parte IV - El crecimiento en la caridad - 4. El trabajo
Otras veces el trabajo es insuficiente, habría que trabajar más, llevar la cruz con paciencia, procurando hacer lo mejor
sería preciso dar más rendimiento a los talentos (Mt 25,14-30), posible unas terapias deficientes por falta de personal, de
conseguir que la higuera diera frutos (Lc 13,6-9), sin permanecer medios, de presupuesto. Y debe recordar que «las fuen-
ociosos (Mt 20,26; +Prov 6,6). Aunque, concretamente hoy, en
una cultura materialista, sujeta a «la idolatría de los bienes materia- tes de la dignidad del trabajo deben buscarse principal-
les» (AA 7c), el trabajo excesivo suele ser un mal más frecuente, al mente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión
menos en muchos lugares: habría que trabajar menos. Tras el traba- subjetiva» (Laborem exercens 6).
jo excesivo suele haber avidez de ganancias siempre mayores, obs- –Finalmente, se dan situaciones extremas en las que
tinación en mantener un cierto nivel de vida a costa de lo que sea,
deseo de prestigio o de poder, búsqueda de una seguridad económi- los cristianos deben renunciar a ciertos trabajos malos,
ca que permita apoyarse en uno mismo y no en Dios, incapacidad no aspirando a conseguirlos o abandonándolos si ya los
contemplativa, desinterés por la familia, la amistad, la cultura, el tienen, si de verdad quieren ser fieles a Cristo y a su
apostolado, el arte, el bien de la comunidad. O también inmadurez conciencia. En efecto, cuando un cristiano ve que un
personal: hay quienes sólamente en el trabajo –«estoy ganando trabajo concreto es para él, o para otros, camino de per-
dinero», «estoy haciendo algo útil»– logran una cierta conciencia dición, y no tiene modo de enderezarlo, debe renunciar a
de su consistencia personal. Por lo demás, el que trabaja en exceso
estropea su salud, vive inquieto e irritable, pierde la amistad con él, aunque tal decisión le ocasione quizá graves trastor-
Dios, con la familia y los amigos, y anda siempre con prisas, «sin nos familiares o perjuicios económicos. Es hora enton-
tiempo para nada», como no sea para su trabajo. Y lo peor es que ces de fiarse de Dios y de su palabra: «Mejor es ser
quienes tienen el vicio del trabajo excesivo fácilmente lo consideran honrado con poco que malvado en la opulencia; pues al
una virtud, cuando realmente es un vicio, un mal que trae muchos malvado se le romperán los brazos, pero al honrado lo
males. Adviértase, por otra parte, que muchas veces ese hombre sostiene el Señor. Fui joven, ya soy viejo: nunca he visto
que se dice muy trabajador suele serlo en una determinada direc-
ción, pero en otras, a veces más importantes, es un perfecto vago,
a un justo abandonado, ni a su linaje mendigando el pan»
y no se puede contar con él para nada. (Sal 36,16-17. 25). «Buscad, pues, el Reino y su justicia,
y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6,33).
A éstos que trabajan en exceso hay que recordarles aquello de
Jesús: «¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su En la Iglesia primitiva algunos trabajos estaban prohibidos a
alma?» (Mt 16, 25). «El hombre tiene que imitar a Dios tanto los cristianos por ley o por conciencia, ya que no pocos oficios –
trabajando como descansando, dado que Dios mismo ha querido escultores y pintores, actores y actrices, gladiadores, maestros y
presentarle la propia obra creadora bajo la forma del trabajo y del políticos– eran prácticamente inconciliables con la conciencia cris-
reposo» (Laborem exercens 25; +Ex 20,9-11). El hombre ejercita tiana (+Traditio apostolica 16). Y actualmente la situación no pre-
su dominio sobre la tierra no sólo sabiendo poseerla mediante el senta para los cristianos problemas menores en las naciones paga-
trabajo, sino también sabiendo dejarla por el descanso.)) nas o en los países descristianizados. Hay cátedras universitarias o
altas funciones en el mundo de la política económica, educativa o
sanitaria que en ciertos lugares están moralmente vedadas a los
Evangelización del trabajo mundano cristianos fieles. De modo semejante, quizá apenas resulte viable
La evangelización del trabajo mundano es la tarea gestionar una librería o un kiosko donde no se venda perversión
formidable que Cristo ha encomendado a los cristianos, intelectual o pornografía. Los ejemplos podrían multiplicarse, y es
y para la cual les asiste con su gracia divina. Considere- normal que así sea. En un mundo paganizado, y consecuentemente
corrompido, no pocos trabajos quedan, pues, de hecho prohibidos
mos, pues, fijándonos sobre todo en los laicos, las lí- a la conciencia cristiana.
neas fundamentales de esta grandiosa misión:
–Los cristianos han de reordenar subjetivamente el sen- La cruz del trabajo
tido y la finalidad de los trabajos mundanos, ordenándo- El trabajo, de suyo, no dice relación al sufrimiento,
los por la caridad a la gloria de Dios y santificación de sólo al cansancio, que puede incluso resultar satisfacto-
los hermanos. «Cristo Jesús, supremo y eterno Sacer- rio. La relación entre trabajo y sufrimiento procede del
dote, quiere continuar su testimonio y su servicio por pecado, como ya vimos (+Gén 3,17-19), y cuanto más
medio de los laicos, los vivifica con su Espíritu y los pecado haya en el mundo, más el hombre sufrirá en su
impulsa sin cesar a toda obra buena y perfecta. Pues a trabajo. El trabajo se hace cruz de muchos modos, cuan-
quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, tam- do ha de hacerse en mala compañía, en condiciones pre-
bién les hace partícipes de su oficio sacerdotal con el fin carias, sin remuneración justa, con prisa impuesta, en
de que ejerzan el culto espiritual para gloria de Dios y competencia dura o deshonesta... Pues bien, aquí hay
salvación de los hombres» (LG 8). que recordar que «la obra de salvación se ha realizado a
–Los cristianos han de reordenar objetivamente el tras- través del sufrimiento y de la muerte en la cruz. Sopor-
tornado y lamentable mundo del trabajo –al menos en tando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucifica-
cuanto esto sea posible–, reduciendo el trabajo excesi- do por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con
vo, aumentando el insuficiente, perfeccionando tantas el Hijo de Dios en la redención de la humanidad. Se mues-
deficiencias y procurando en todo la obra bien hecha, tra verdadero discípulo de Jesús llevando a su vez la
realmente buena para el bien común y el bien particular. cruz de cada día (Lc 9,23), en la actividad que ha sido
En efecto, «los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos llamado a realizar» (Laborem exercens 27; +AA 16g).
por el Espíritu Santo, son admirablemente llamados y dotados, Por otra parte, la infidelidad vocacional es una de las causas
para que en ellos se produzcan siempre los más ubérrimos frutos más frecuentes y graves de sufrimiento en el trabajo. El cristiano
del Espíritu. Pues todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apos- que no sigue en su trabajo la vocación que Dios quería para él –por
tólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso culpa ajena o por culpa propia–, habrá de sufrir muchas penalida-
de alma y de cuerpo, si son hechas en el Espíritu, e incluso las des. Este hombre, que ocupa en el Cuerpo social y eclesial un lugar
mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se diverso al que Dios le destinaba, es ahora como un miembro dislo-
convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesu- cado, que no podrá actuar sin dolor y fatiga. Pero también esta cruz
cristo (1 Pe 2,5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen llevada con humildad y paciencia es, como todas, altísimamente
piadosamente al Padre con la oblación del cuerpo del Señor. De santificante.
este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar
actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios» (LG 8). La alegría del trabajo
–Los laicos deben sufrir con paciencia las miserias y El mundo experimenta con frecuencia el trabajo como
contradicciones de un mundo laboral en no pocos as- una necesidad penosa, incluso odiosa. Y de hecho, allí
pectos maligno y pervertido. Un médico, por ejemplo, donde disminuye la religiosidad y crece el pecado, se
que ha de trabajar en un hospital mal dotado, habrá de oscurece y se entristece el mundo del trabajo. En este
165
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica
sentido, advertía Pío XII que «la táctica más inhumana Unos cuantos años de vida laboriosa, y después el cielo
y antisocial es hacer odioso el trabajo. El trabajo, aun- para siempre. El domingo es imagen del cielo, y los días
que es cierto que muchas veces hace sentir la fatiga has- laborables son imagen de la tierra. Al final, cuando vuel-
ta dolorosa y áspera, sin embargo, en sí mismo es her- va Cristo, será el eterno Día del Señor. Será siempre
moso y capaz de ennoblecer al hombre, porque prosi- domingo. «El mismo Dios será con ellos, y enjugará las
gue, en cuanto que produce, la labor iniciada por el Crea- lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni
dor y forma la generosa colaboración de cada uno en el habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya
bien común» (27-III-1949). pasado. Y dijo el que estaba sentado en el trono: «He aquí
La sagrada Escritura se alegra en el trabajo, viendo que hago nuevas todas las cosas»» (Ap 21,3-5).
en él una colaboración del hombre con Dios. En efecto,
es el Señor quien, con el hombre, cuida la tierra, la riega
y la enriquece sin medida (Sal 64,10). Y es el Señor, con
el hombre, quien sacia la tierra con su acción fecunda
(103,13). De este modo, nuestro Padre sigue obrando, y
nosotros con él (Jn 5,17). Y así cada vez el trabajo se
parece más al juego. Aristóteles entendía el juego como
una actividad realizada por sí misma, sin tensión hacia
resultados externos. Por eso asimilaba el juego a la feli-
cidad y a la virtud, que se ejercitan más por sí mismas
que por la imposición externa de una obligación o nece-
sidad, lo que es característico del trabajo (Etica a Ni-
cómaco X,6). Pues bien, el cristiano-hijo en este mundo
trabaja-juega con Dios, desde Dios, para Dios, hallando
en tal colaboración el fin principal de su trabajo.
La alegría del trabajo es fundamentalmente religiosa. Las fies-
tas del trabajo, en todos los pueblos, son alegres mientras tienen
un sentido religioso, es decir, mientras la fecundidad de la tierra y el
trabajo de los hombres se ponen en relación litúrgica con Dios,
fuente de todo bien. Así fue en Israel y así debe ser en la Iglesia de
Cristo. «Celebrarás la fiesta en honor de Yavé, tu Dios, para que
Yavé, tu Dios, te bendiga en todas tus cosechas y en todo trabajo de
tus manos, para que te alegres plenamente» (Dt 16,15). Es ésta la
alegría del pueblo que sabe alabar a su Dios: «bendice a Yavé por la
buena tierra que te ha dado. Guárdate bien de olvidarte de Yavé, tu
Dios, dejando de observar sus mandamientos... no sea que cuando
comas y te hartes, cuando edifiques y habites hermosas casas, y
veas multiplicarse tus bueyes y tus ovejas y acrecentarse tu plata,
tu oro y todos tus bienes, te llenes de soberbia en tu corazón y te
olvides de Yavé, tu Dios... y vengas a decir: «Mi fuerza y el poder
de mi mano me ha dado esta riqueza». Acuérdate, pues, de Yavé, tu
Dios, que es quien te da poder para adquirirla» (Dt 8,10-14,17-18).
Pero cuando se pierde el sentido religioso, se acaban las fiestas del
trabajo o se reducen a torvas jornadas de reivindicación amarga.
El cristiano debe procurar hacer su trabajo con ale-
gría, sea éste cual fuere. Esto es posible y conveniente.
Siempre es posible y bueno alegrarse en hacer la volun-
tad de Dios, sea ésta cual fuere. Un trabajo, en sí mismo
considerado, puede quizá ser penoso o repugnante, pero
el trabajo lo realiza una persona, y el cristiano puede y
debe alegrarse personalmente cada día más en el ejerci-
cio de su trabajo porque lo hace con el Señor, por amor
a la familia y a los necesitados (Dt 14,22-29; Ef 4,28), y
en la esperanza de la vida eterna. Así pues, «alegráos en
el Señor. Alegráos siempre en el Señor; de nuevo os digo:
alegráos» (Flp 3,1; 4,4).
En este punto seamos muy conscientes de que la alegría o la
tristeza del hombre vienen de su interior, no del exterior circuns-
tancial de su vida. Nos engañamos, concretamente, cuando atribui-
mos principalmente nuestra tristeza a circunstancias exteriores,
personas, sucesos, trabajos. La alegría está en la unión con Dios, y
la tristeza en la separación o el alejamiento de él. Con Dios pode-
mos estar alegres en la enfermedad, en la pobreza o en los peores
trabajos. Sin él, todo se va haciendo insoportable. San Pablo, enca-
denado en la cárcel, es mucho más feliz que un sacerdote de vaca-
ciones en una playa de moda. Un aficionado a la lectura estaría feliz
leyendo siempre, mientras cierto critico literario maldice su obliga-
ción de leer libro tras libro. Importa, pues, mucho que, alegrándo-
nos siempre en el Señor, sepamos alegrar con su gracia nuestro
trabajo, sea éste cual fuere.
El trabajo cristiano lleva al descanso festivo celes-
tial. «Seis días trabajarás y harás todas tus obras, pero
el séptimo es sábado de Yavé, tu Dios» (Dt 5,13-14).
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