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Gombrowiczidas
Juan Carlos Gómez
2009
WWW.ELORTIBA.ORG
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Gombrowicz no estaba de acuerdo con Lechon, sólo distinguía a Shakespeare con estos
laureles, en cambio Dante era para él un inmoral y Racine no le parecía gran cosa.
También tenía diferencias con Shakespeare pues para Shakespeare los sentimientos eran
la materia prima de todo lo que existe y para Gombrowicz eran una afección que había
que evitar en el arte y también en la vida.
Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de
las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la
rigidez de las formas puras. La acción de sus piezas de teatro transcurre en un medio
cortesano, un poco porque quería imitar a Shakespeare y otro poco porque sus manías
genealógicas nunca lo abandonaron del todo.
Su familia tenía una posición ligeramente superior a la media de la nobleza polaca, pero
no pertenecía a la aristocracia. La pertenencia de Gombrowicz a una clase social situada
entre la alta aristocracia y los hidalgos campesinos se le manifestó como un gran
problema que llegó a tener alcances de obsesión, una obsesión que se le mitigó en la
Argentina. El encuentro con Berlín, la ciudad en la que se había planificado la ruina de
Polonia, y la enfermedad habían puesto a Gombrowicz fuera de concurso. Royaumont
es una transición, en la vieja abadía Gombrowicz recupera el dominio y la alegría que
había perdido en Berlín.
“Una abadía del siglo XIII, donde san Luis servía a los monjes y donde, al parecer,
gobernó a Francia durante un tiempo; un gótico poderoso, de base cuadrada, de cuatro
pisos, murallas, galerías, arcos, rosetones, columnas, un parque tranquilo con canales y
estanques de agua verde y podrida”
No sólo con este señor d‟Hormon sostenía diálogos de sordo, también con las damas
intelectuales: –¿Usted comparte las opiniones que tiene Simone de Beauvoire sobre la
mujer contemporánea?; –No del todo, yo tengo una opinión más bien parecida a la del
emperador Guillermo: –„K.K.K‟, o sea, „Kinder, Küche, Kirche‟, es decir, „hijos,
cocina, iglesia‟; –¿Qué, qué?, ¿usted está hablando en serio?; –Sí, estoy hablando en
serio.
Estas locuras arrogantes de Gombrowicz seducían a los estudiantes, así fue como sedujo
a la Vaca Sagrada en esta vieja abadía medieval. Hablaba aparte con los jóvenes,
especialmente con uno de los estudiantes más rebeldes: –¡Le, adoro, usted tiene el don
de convertir a la gente en idiotas!
“Los personajes en la escena no actúan para imitar caracteres, sino que reciben los
caracteres como un accesorio, a causa de las acciones. Así las acciones y la fábula son el
fin de la tragedia... Sin acción no puede haber tragedia, pero pueda haberla sin
caracteres”
Estas palabras pertenecen a las enseñanzas clásicas de Aristóteles sobre la tragedia
griega. De sus tres componentes: el relato, la acción y los caracteres, sólo el relato y la
acción son necesarios según el parecer del Estagirita. El teatro de Racine muestra la
pasión como una fuerza fatal que destruye al que la posee. Respetando los ideales de la
tragedia clásica, presenta una acción simple, clara, en la que las peripecias nacen de las
propias pasiones de los personajes.
Gombrowicz tiene una concepción del arte compuesta de ideas contradictorias: la obra
de arte debe ser intencional, pero sin que lo parezca. Rechaza las sustancia en cualquiera
de sus formas: el carácter, el temperamento o la naturaleza humana. La herencia, la
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educación, el ambiente y la constitución fisiológica no son más que los grandes ídolos
explicativos de nuestra época porque corresponden a una interpretación sustancialista
del hombre.
El término carácter proviene de un vocablo griego que significa sello o estampa. Y
estamos habituados a emplear el término en el sentido de las peculiaridades estampadas
en una persona como resultado de su herencia y de su medio. La literatura dramática de
Racine se funda sobre caracteres de estructuras definidas, que determinan las acciones
en circunstancia dadas.
Existen obras gigantescas por las dimensiones que alcanzan siendo la de Aristóteles, la
de Hegel y la de Balzac casos paradigmáticos. Sin embargo, el mero tamaño de un
trabajo no salva a nadie de los comentarios maliciosos.
En efecto, las opiniones sobre la calidad del pensamiento de Hegel, por ejemplo, están
bastante divididas. Schopenhauer decía que era un charlatán; Stuart Mill era más
drástico, clamaba a los cuatro vientos que el que se sentaba a conversar con Hegel se
quedaba sin cerebro; el Asiriobabilónico Metafísico, bromeando con su amigo Dandy,
chapuceaba que Hegel no sabía nada de nada y que era un bruto; y más recientemente
un historiador de la filosofía dijo que el sistema de Hegel era tan imponente como el de
Aristóteles y que no comprendía cómo había sido tan estúpido.
“No producía ningún disgusto, mientras el mismo acto cometido por la mano de un
Potocki o un Wielopolski resultaban ser terriblemente desagradable y repugnante. Ese
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Éste es el origen de su fobia parisina, sabía que esta ciudad tocaba su parte más sensible,
la edad, el problema de la edad, y su conflicto con París se debía a que era una ciudad
que pasaba de los cuarenta.
Estas ponzoñas se le removieron cuando se fue de la Argentina y volvió a Europa.
Recuerda entonces en el diario a sus institutrices francesas que en la infancia lo habían
adiestrado en el idioma y la urbanidad y con las que empezó a rechazar a la lengua
francesa y a París.
Emprende la conquista de esa ciudad declarándose antiparisino y lanzando un desafío
similar al del personaje de Balzac: “Si voy allí, es en efecto para conquistar (...) en París
tendré que ser enemigo de París”.
Pero en aquellos años no se sentía capaz de tomar una postura clara con respecto a la
nación, cosa que ocurrió cuando se puso a escribir el “Transatlántico”. Las cosas
empezaron a complicarse, no estudiaba, no pasaba los exámenes, ni se asomaba por el
Instituto de Altos Estudios Internacionales. “Ni en París harán de un asno maíz”, decía
el padre cuando le preguntaban por los progresos de Gombrowicz.
Su estada en París, y luego en las playas francesas, en los Pirineos orientales, era como
un agujero negro, no recordaba casi nada. Suponía que algo corrupto había en ese
período francés, no era normal que se le apareciera oculto como tras una cortina. Y otra
vez la locura, presumía que en esa época estaba un poco trastornado, que la madre le
había transmitido ciertas propensiones hereditarias. Mucho tiempo después, cerca de la
muerte, el doppelgänger francés recuperaba la juventud y Gombrowicz se volvía viejo.
polaca, ejerciendo por desgracia una gran influencia sobre sus contemporáneos con sus
escritos dominados por el infantilismo y el subconsciente. En su novela, cuyo título
constituía ya de por sí un programa (puesto que 'Ferdydurke' no significa nada), quiso
reducir la vida humana a unos reflejos infantiles (...)”
“Las mujeres que se acostaban con su genial gordura debieron saber algo de esa
indulgencia, puesto que para meterse en la cama con el genio tuvieron que vencer en
ellas más de una aversión (...) Es más fácil llegar a odiar a alguien por hurgarse la nariz
que llegar a amarlo por haber compuesto una sinfonía”
No resulta tan fácil deducir la calidad de una obra de la contextura corporal del autor,
pero Gombrowicz la deducía. Yo a veces me pongo a deducir la calidad de “Sobre
héroes y tumbas”, y otras veces de “El tilo”, de los cuerpos del Pterodáctilo y del Pato
Criollo respectivamente, pero no me sale nada. Entonces hago experimentos más
cruciales aún, cruzo las obras con los cuerpos de los autores, pero tampoco en este caso
me sale nada.
Honoré de Balzac fue el novelista francés más importante de la primera mitad del siglo
XIX, y el principal representante, junto con Flaubert, de la llamada novela realista.
Trabajador infatigable, elaboró una obra monumental, la “Comedia humana”, ciclo
coherente de varias decenas de novelas cuyo objetivo es describir de modo casi
exhaustivo a la sociedad francesa de su tiempo.
Balzac creía que, así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas
especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres
humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba “especies
humanas”. La obra incluiría novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de
costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos.
El primer grupo, que abarca la mayor parte de su obra escrita, se subdivide a su vez en
seis escenas: privadas, provinciales, parisinas, militares, políticas y campesinas.
Convierte en sublime la mediocridad de la vida, sacando a la luz las partes más
sombrías de la sociedad. Confiere al usurero, la cortesana y el dandy la grandeza de
héroes épicos.
El extremado realismo de Balzac pone su atención en las prosaicas exigencias de la vida
cotidiana. Lejos de llevar vidas idealizadas, sus personajes permanecen obsesivamente
atrapados en un mundo materialista de transacciones comerciales y crisis financieras. En
la mayoría de los casos este tipo de asuntos constituyen el núcleo de su existencia,
siendo la avaricia uno de sus temas predilectos.
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Existen gombrowiczidas a los que les encanta ver a Gombrowicz como a un hombre que
jugaba y espiaba las cosas a distancia. A esos gombrowiczidas que ponen el acento en
su talante de jugador hay que decirles que Gombrowicz era un enemigo implacable de
las quimeras y un defensor acérrimo de la realidad, aunque siempre tuvo las manos
libres para ponerle distancia al realismo, pues el realismo es una manera pesada e
ingenua de ver la realidad.
También es cierto que Gombrowicz sabía que algunos de sus lectores veían en él a un
jugador y le gustaba hacer determinados negocios con ellos.
“Pero tengo que puntualizar algo sobre lo que estoy diciendo: nada de esto es
categórico. Todo es hipotético... Todo depende –¿por qué iba a ocultarlo?– del efecto
que vaya a producir (...)”
“Es el rasgo que caracteriza a toda mi producción literaria. Intento diferentes papeles.
Adopto diferentes posturas. Doy a mis experiencias diferentes sentidos, y si uno de
estos sentidos es aceptado por la gente, me establezco en él.
Es lo que hay de juvenil en mí. Placet experiri, como solía decir Castorp. Pero supongo
que es la única manera de imponer la idea de que el sentido de una vida, de una
actividad, se determina entre un hombre y los demás. No sólo yo me doy un sentido.
También lo hacen los demás. Del encuentro de estas dos interpretaciones surge un tercer
sentido, aquel que me define”
Cuando Abraham extendió la mano y tomó un cuchillo para degollar a su hijo un ángel
lo llamó desde el cielo: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada;
porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”
El temor y la fe frustraron el filicidio bíblico, el filicidio del “Transatlántico”, en
cambio, es frustrado por el bam, bum, bam. Gombrowicz narra una historia en la que
Gonzalo, un moreno millonario, se enamora perdidamente del hijo de un oficial polaco.
En una fastuosa recepción que da en su casa de campo, Gonzalo apareció vestido con
una falda y le dio indicaciones a un muchacho para que se pusiera en el medio de la sala
y luciera su figura, que para eso le pagaba, pero ese criado mequetrefe estaba allí, más
que para lucir su figura, para moverse en honor al hijo, pues cada vez que se movía el
hijo también se movía él.
Al final fue un alivio que el dueño de casa diera la señal de ir a dormir. Gombrowicz
había actuado de padrino en un duelo frustrado entre Gonzalo y el oficial polaco. Le
confiesa al padre que lo había traicionado con el moreno realizando un duelo sin balas,
Gombrowicz estaba conmovido y estalló en llanto frente al padre que desesperado por
la congoja le hace un juramento sagrado: iba a lavar su honra con sangre, pero no con la
sangre afeminada de ese miserable, sino con la sangre densa y terrible de su propio hijo,
era la ofrenda del hijo que le hacía a la guerra.
Cuando el moreno se entera de que el padre quiere matar al hijo le dice a Gombrowicz
que tiene un medio para convencer al hijo de que mate al padre. Al convertirse en
parricida necesitará su amparo, se ablandará y caerá en sus manos afectuosas y
protectoras.
Gonzalo y el hijo juegan en un frontón y golpean a la pelota con todas sus fuerzas, bam,
bam, bam, resonaban los golpes mientras el mequetrefe golpeaba con una madera unos
palitos que estaban mal colocados, bum, bum, bum. Y en medio de aquel bum-bam la
pelota zumbaba y el hijo golpeaba más fuerte porque sentía que tenía un partidario. El
padre comprendió que con el bumbam le estaban robando al hijo…Gombrowicz había
perdido la patria, se había asociado con el moreno en una empresa ignominiosa para
humillar al padre… estaba verdaderamente angustiado.
Los compañeros de la empresa equino-canina donde trabajaba sintieron la necesidad de
llevar a cabo un hecho más terrible que el filicidio y el parricidio que estaban
planeando, un horror que los colmara de poder, se propusieron entonces torturar al
embajador junto a su mujer y a sus hijos y después matarlos a todos arrancándoles los
ojos.
Todo les parecía poco, así que pensaron que lo mejor sería matar al hijo del
comandante, sí, matarlo y destrozarlo, esa muerte aumentaría tanto el horror que la
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Los existencialistas suelen declarar que el hombre es angustia. Esto significa que se
compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige libremente el ser, sino que
es también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad
entera, no puede escapar entonces al sentimiento de su total y profunda responsabilidad.
Es la misma angustia que le aparece claramente a todos los hombres con
responsabilidades graves, por ejemplo la de un jefe militar que envía a un número
indeterminado de hombres a la muerte.
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La angustia no es una cortina que nos separa de la acción sino que forma parte de la
acción misma. Pero la experiencia de la angustia es difusa, no está conectada a un
objeto definido, sino vagamente vinculada a nuestro sentimiento de abandono y
aislamiento como individuos enfrentados con la nada de la muerte.
Estos sistemas funcionaban como una expansión de una función vital y venían por una
parte del hombre. Pero el existencialismo no viene por una parte, viene por todo el
hombre, por la razón, por la conciencia, por la vida. Esto ya no es una teoría sino un
intento de anexión que no se puede responder con argumentos sino viviendo de una
manera radicalmente diferente a la que ellos proponen, de un modo suficientemente
categórico como para que nuestra vida se les vuelva impenetrable.
Gombrowicz no cree que los hombres estén sometidos a presiones tan extremas como lo
habían estado Abraham y Kierkegaard, por lo tanto se aparta de las conclusiones que
pueden extraerse de ellas. Con este mismo punto de partida ataca a las ideologías, a la
ciencia y al arte.
“Así pues, en el año 1911, Witold tuvo que abandonar el campo que había constituido el
marco de su infancia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era
un lugar lleno de misterios que marcó profundamente la sensibilidad de Gombrowicz.
Tras haberlo evocado con sus leyendas y sus fantasmas en su primera novela por
entregas, „Los hechizados‟, hizo de ese castillo el escenario de „Pornografía‟ (...)”
La abuela materna de Gombrowicz habitaba una casa grande y bastante aislada en
Bodzechow. Un hijo demente que vivía con ella era el tío de Gombrowicz. Por las
noches se animaba con cantos terribles para combatir el miedo, estos cantos se
convertían en unos aullidos que le ponían los pelos de punta a cualquiera que no
estuviera acostumbrado.
El que emprendiera esta tarea debería liberar su imaginación más sucia, turbia y
mediocre, quitarle las cadenas a la conciencia oscura y baja. Este pobre concepto de las
masas tenía más que ver con el miedo que con el desprecio. La intelectualidad polaca
estaba amenazada por el primitivismo de la masa mucho más ignorante y terrible en
Polonia que en otros países de cultura superior.
En aquellos años al dirigirse a los de abajo el escritor escribía desde arriba en la medida
que su cultura y su buena educación literaria se lo permitía. Pero el proyecto de ese
Gombrowicz veintiañero era otro: entregarse a la masa, rebajarse, convertirse en un ser
inferior, una idea que más tarde le sirvió para enunciar un postulado según el cual en la
cultura no sólo el inferior debe ser creado por el superior, sino también a la inversa.
A los últimos folletines que escribió en Polonia le puso el nombre de “Los hechizados”,
los escribió con un seudónimo en el mismo año que se vino a la Argentina. “Los
hechizados” indaga en nuestra ilimitada capacidad de hacer daño a través de una
historia sobre la irresistible atracción de dos jóvenes con los destinos entrelazados que
se niegan a dejarse seducir mutuamente, y que atraen al mal como un imán.
El eje del suspenso de esta novela gira alrededor de una servilleta colgada de un clavo
en la vieja cocina del castillo, y que se mueve constantemente. Esta novela retrata con
marcado cinismo el día a día de las diferentes clases sociales de una Polonia sin futuro
donde las personas no tienen mucho que perder y luchan por sobrevivir más o menos
como pueden.
“Nosotras, las mujeres, a los hombres de clase inferior no los tomamos para nada en
cuenta. Es como si no existieran. Yo no podría nunca amar a un campesino o a un
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obrero. ¿Qué puede tener una en común con un hombre de esa clase? ¿Qué proximidad
espiritual puede haber entre nosotros?”
En vida, Gombrowicz nunca autorizó la publicación de esta obra con su nombre y bajo
la forma de libro, sólo hacia el final de su vida reconoció su autoría. El Príncipe
Bastardo, refiriéndose a “Los hechizados”, se lamentaba de que Gombrowicz no
hubiese releído esos folletines, él creía que en ese caso hubiera autorizado la
publicación del libro con su nombre. “Los hechizados”, a juicio del Príncipe Bastardo,
terminó por alcanzar la categoría de una buena mala novela.
Una buena mala novela vale más que una mala buena novela, y los lectores que saben
discernir prefieren una serie negra bien escrita a un mediocre premio Goncourt. Sin
embargo, las reticencias de Gombrowicz respecto a “Los hechizados” se debieron a que
carecía de la técnica que había elaborado en los cuentos, a que no hacía de la inmadurez
la materia misma de la escritura, y a que no era un verdadero vehículo para su
contrabando subversivo.
Gombrowicz no le tenía confianza a esos folletines, se le parecían a una pequeña
embarcación atada a una ballena que la llevaba a cualquier parte. Hasta le llegó a pedir
consejo a Iwaszkiewicz para resolver la historia de terror que había introducido en esa
novela policial y que no sabía cómo terminar.
“Esta novela no salió como libro hasta después de la muerte de Gombrowicz. Se trata de
una novela popular que en su juventud había publicado, con seudónimo, por entregas en
un periódico polaco de antes de la guerra. Hacia el final de su vida se publicó, con el
título de „Testamento‟, una larga conversación con Dominique de Roux. Gombrowicz
comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro. Ni una sola palabra sobre „Los
hechizados‟. –¡Tienes que leer „Ferdydurke‟! ¡O „Pornografía‟!, le digo. Me mira con
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melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis de tiempo que
tenía guardada para tu autor”
Tenía una vaga necesidad de confrontarse en Wawel con el pasado polaco debido a la
congoja que le producían el rearme de Alemania y la angustia de Europa. En Wawel se
encuentra el Castillo Real donde se coronaban los reyes polacos y la catedral con el
panteón nacional, sepulcro de reyes, héroes y grandes vates de la época del
romanticismo, es el lugar histórico más importante de Polonia.
Pero Gombrowicz no estaba haciendo un peregrinaje a esa ciudad legendaria en la que
vivía un dragón en una cueva situada al pie de la colina, sino una visita de control. Ya
sabemos que no tenía una buena predisposición para la admiración, vimos con qué
prudencia despectiva se había comportado en París, reconocía la belleza noble de
Wawel pero...
Entró al castillo y comenzó esa peregrinación eterna de una sala a otra, siempre igual en
todos los castillos y en todos los museos. Un cicerone trataba de explicarles a dos
industriales belgas en un francés defectuoso el origen de los tapices de Arras. Como
Gombrowicz había soplado algunas palabras el cicerone le pidió ayuda, pero enseguida
le entraron las dudas: –¿Por qué dijo usted un hermoso tapiz de Arras y no la obra
maestra?; –Quieren saber si los tapices son belgas; –¡Dígales que Bélgica no existía en
aquella época! Gombrowicz traducía pero su compatriota estaba cada vez menos
satisfecho: –¿Qué son esas risitas?; –Estábamos bromeando porque este techo les hace
recordar a no sé qué tablas de planificación de la empresa en la que trabajan; –Le
agradezco su ayuda pero, basta, veo que usted no es una persona seria.
La veneración polaca por Wawel funcionaba más o menos bien entre polacos, pero
cuando había extranjeros se tornaba vergonzosa, hasta cómica se podría decir, pues se
tropezaba a cada instante con los italianos que la habían construido, pintado y esculpido,
todo ese esplendor demostraba que casi mil años atrás las artes plásticas polacas estaban
en pañales. ¿De qué presumir entonces? Gombrowicz sintió la obligación de
comportarse como un ciudadano del mundo y controlar esa admiración polaca por
Wawel, pero como su actitud respecto a Polonia todavía no estaba elaborada se
descargó burlándose y provocando a ese lugar sagrado en un folletín que
inmediatamente fue atacado por los nacionalistas. No era para menos, estaba
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comparando su peregrinación con la que había hecho Zeromski cuarenta años atrás, a la
que el vate romántico había descripto en sus diarios como el minuto maravilloso de la
vida sólo equiparable al de la primera comunión.
“La confección de estos recuerdos ha estado influida por el hecho de que la policía de
Buenos Aires ha llevado a cabo una gran purga en el Corydonismo local. Han sido
arrestadas centenares de personas (...)”
“¿Pero qué puede hacer la policía contra una enfermedad? ¿Es capaz de arrestar un
cáncer? ¿O multar el tifus? Sería mejor, pues, descubrir al sutil bacilo de la enfermedad
que sofocar los síntomas. Pero, ¿quién está enfermo? ¿Acaso sólo los enfermos? ¿O
también los sanos? (...)”
“No comparto la estrechez mental que no ve en ello más que un degeneración sexual.
Degeneración, sí, pero que tiene su origen en el hecho de que las cuestiones de la edad y
de la belleza no son suficientemente transparentes y libres en la gente normal. Es una de
nuestras debilidades e impotencias más graves (...)”
“¿No sentís que en este campo también vuestra salud se vuelve histérica? Estáis
encorsetados, amordazados: sois incapaces de confesar (...)”
“Por eso quiero hablar. Pero tengo que puntualizar algo sobre lo que estoy diciendo:
nada de esto es categórico. Todo es hipotético... Todo depende –¿por qué iba a
ocultarlo?– del efecto que vaya a producir (...)”
“Es el rasgo que caracteriza a toda mi producción literaria. Intento diferentes papeles.
Adopto diferentes posturas. Doy a mis experiencias diferentes sentidos, y si uno de
estos sentidos es aceptado por la gente, me establezco en él (...)”
“Es lo que hay de juvenil en mí. Placet experiri, como solía decir Castorp. Pero supongo
que es la única manera de imponer la idea de que el sentido de una vida, de una
actividad, se determina entre un hombre y los demás (...)”
“No sólo yo me doy un sentido. También lo hacen los demás. Del encuentro de estas
dos interpretaciones surge un tercer sentido, aquel que me define”
Gombrowicz estaba preocupado porque su prontuario en la Policía Federal estaba un
poco sucio con estas cosas del Corydonismo, así que le pidió ayuda al Esperpento a ver
si conocía a alguien que se lo pudiese limpiar.
Ya se sabe que los argentinos somos medio fanfarrones al momento de hablar de las
medidas: cuando se habla de longitud, la más larga del mundo la tenemos nosotros por
la calle Rivadavia; cuando se habla de anchura, la más ancha del mundo la tenemos
nosotros por la avenida 9 de Julio; y cuando se habla de la policía, la mejor del mundo
la tenemos nosotros por la Policía Federal.
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El Esperpento concertó una reunión con un comisario que era miembro de su familia en
un café cercano al Departamento Central de la Policía Federal. Las cosas iban más o
menos bien hasta que Gombrowicz, para hacerse el simpático, empezó a canturrear en
voz baja: –La mejor del mundo... la mejor del mundo...
El comisario le contó después al Esperpento que Gombrowicz le había parecido una
persona poco seria, así que no había hecho nada por él.
“Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz se
declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de
indignación y estuvo a punto de proceder (...)”
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“Los amigos del conferenciante estaban desorientados por el ataque a la poesía, no era
de esperar que este artista pudiera atacar el arte en tal forma, no sabían que un artista,
con una sinceridad que lindaba casi con la ingenuidad, podía decir que el arte lo aburre.
La charla provocó muchas protestas, de Adolfo de Obieta, de Graziella Peyrou y de
Roger Pla”
Gombrowicz anotó en sus apuntes: “(...) más bien un fracaso (...) Adolfo criticó
fuertemente la charla (...) Graziella y Pla muy críticos (...) A la última charla, el jueves 4
de septiembre, asistieron quince personas (=22.50 pesos) (...) Liquidación”
Los poetas, sus partidarios y sus acólitos representaban para Gombrowicz la típica
conciencia adaptada, son unos obsesos que aprovechan para alimentar su pasión
artificial cierto estado de cosas artificial que tiene un origen histórico.
“En una pequeña mesa, unos diez poetas gritan enzarzados en una discusión acalorada.
Pero este café tiene una acústica fatal y además a esta hora está lleno de gente, no se oye
nada. Así que dije: '¿No sería mejor cambiar de café?', pero mis palabras se perdieron en
el tumulto general. De modo que les grité otra vez, y otra más, y seguí gritándoles a los
oídos de mis vecinos, hasta que por fin me di cuenta de que ellos probablemente estaban
gritando lo mismo que yo, pero nadie oía a nadie. Gente extraña los poetas. Se reúnen
cada semana en un local pero no llegan a ponerse de acuerdo para cambiar de sitio”
Fue quizás este absurdo el que le tomó la mano para escribir el ensayo “Contra los
poetas”, en el que les propone un cambio de actitud, de tono y de forma, so pena de
quedarse sin salvación. Halina Nowinska nos dice sin embargo que una tarde
Gombrowicz le había recitado de memoria y en ruso las primera estrofas de “Eugenio
Oneguin”. Y Roger Pla recuerda que una noche, a las dos de la mañana, se le puso a
recitar versos en polaco en un banco de la Plaza Congreso; para Pla era música, después
escribió que aunque se burlaba de los poetas, él mismo era un poeta. Arrillaga, un
comunista español, me presentó a Gombrowicz en el año 1956, en el café Rex: –Aquí
tiene usted un gran jugador de ajedrez y a un escritor polaco; –Escritor no, poeta, con
permiso le voy a recitar mi último poema: –Chip, chip, me decía la chiva/ mientras yo
imitaba al viejo rico/ Oh rey de Inglaterra viva/ El nombre de tu esposa Federico.
El discurso al que se refiere Gombrowicz en su paseo con Roger Pla por la avenida
Diagonal Norte lo había dado en la casa de Antonio Berni, una charla sobre el por qué y
el cómo Europa había sentido el deseo del salvajismo, y cómo esta inclinación
enfermiza del espíritu europeo podía aprovecharse para la revisión de la cultura
demasiado alejada de sus propias bases.
Eran los tiempos de su prehistoria argentina, debería correr todavía mucha agua bajo el
puente para que Cecilia Benedit de Debenedetti, “esa dama que había resultado ser un
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Dos meses después del derrumbe que había sufrido en la casa de Berni, se anima a dar
otra conferencia. Decidió rehabilitarse de su fracaso anterior e insistió con el tema:
“Regresión cultural en la Europa menos conocida”, la dio en el Teatro del Pueblo. Le
adelantaron que era un teatro de primera clase, frecuentado por la flor y nata de la
intelligentsia de Buenos Aires, en vista de lo cual decidió preparar un texto del más alto
nivel intelectual. Otra vez planteó la cuestión de cómo la ola de barbarie que había
invadido a Europa central y oriental podía aprovecharse para revisar los fundamentos de
la cultura. Leyó el texto, lo aplaudieron y muy contento volvió al palco reservado para
él donde se encontró con una joven bailarina y admiradora, muy escotada y con unos
collares de monedas.
Cuando estaba por retirarse con la bailarina observa que alguien se sube al estrado y
empieza a vociferar, lo único que puede distinguir con claridad es la palabra Polonia, la
excitación y los aplausos. Acto seguido sube otra persona, pronuncia un discurso
agitando los brazos mientras el público empieza a chillar. Gombrowicz no entiende
nada pero estaba contento de que su conferencia hubiera despertado tanta animación.
Pero, de repente, los miembros de la Legación de Polonia abandonan la sala, parece que
algo andaba mal. Un escándalo, resulta que la conferencia fue aprovechada por los
comunistas allí presentes para atacar a Polonia. La elite intelectual argentina era medio
comunistoide y no exactamente la flor y nata de la intelligentsia argentina, de modo que
su ataque a la Polonia fascista no se distinguió precisamente por su buen gusto.
Al día siguiente Gombrowicz fue a la legación donde lo recibieron en forma fría, como
si fuera un traidor. En vano les explicó que el director del teatro, el señor Leónidas
Barletta, no le había informado que era costumbre en el Teatro del Pueblo seguir las
conferencias con un debate y que, por otra parte, no podía considerar como comunista a
ese señor pues él mismo se hacía pasar por un ciudadano honrado, ilustrado, progresista,
adversario de los imperialistas y amigo del pueblo. Pero lo peor fue lo de la bailarina: su
colorete, sus polvos, su escote pronunciado y el collar de monedas lo hicieron aparecer
como un cínico en un momento dramático. Hasta la prensa polaca de Estados Unidos se
puso verde. Hubiese soportado todo ese torbellino demencial de sospechas y
acusaciones si no hubiera sido por el presidente de la Unión de los Polacos en la
Argentina.
Ese señor había escrito un artículo que le hizo perder el escaso contacto que le quedaba
con la realidad. En efecto, a pesar de todo el escándalo que se había armado sólo le
recriminó que en la conferencia no hubiera hecho la más mínima mención acerca de la
enseñanza que se impartía en Polonia.
Roger Pla tiene palabras muy amables para referirse a Gombrowicz en el testimonio que
le da a La Vaca Sagrada.
“Lo que resultaba atractivo de él –aparte de su inteligencia y su modo de expresarse–
era su original personalidad. No era un héroe físico, sino un héroe mental (...) En él se
percibía una individualidad fuera de serie y, además, –¿por qué no decirlo?– que era un
genio. A mi parecer, es uno de los más grandes entre los últimos individualistas,
probablemente sin posible sucesor”
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Esta desconfianza, sin embargo, no era tan drástica como podría suponerse, al punto que
la primera obra literaria de su vida fue la monografía “illustrissimae familiae
Gombrovici”. La conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de
especial pues los Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se
pavoneaba con cada detalle referente a los bienes, funciones y vínculos familiares, y
disfrutaba de esta manía.
“Yo era, como ya he dicho, de origen noble, terrateniente, y ésa es una herencia
poderosa y trágica. La primera obra que escribí, a los dieciocho años, era la historia de
mi familia elaborada a partir de nuestros documentos, que abarcaban cuatro siglos de
bienestar en Zemaitija (...)”
“Un terrateniente, da igual que sea un noble polaco o un granjero americano, siempre
tendrá una actitud de desconfianza hacia la cultura, puesto que su alejamiento de las
grandes aglomeraciones lo vuelve impermeable a los conflictos y a los productos
interhumanos. Y tendrá una naturaleza de señor. Exigirá que la cultura sea para él y no
él para la cultura; todo aquello que sea humilde servicio, entrega y sacrificio le resultará
sospechoso. ¿Quién, de aquellos señores polacos que se hacían traer antaño los cuadros
de Italia, habría tenido la idea de postrarse ante una obra maestra que había colgado de
la pared? Ninguno. Trataban de una manera señorial tanto a las obras como a los
maestros. Pues bien, yo, aunque traidor y escarnecedor de mi esfera, pertenecía a ella a
pesar de todo, y como seguramente ya he dicho, muchas de mis raíces deben buscarse
en la época de mayor depravación de la nobleza, el siglo XVIII (...)”
A medida que pasan los años estos compuestos van perdiendo actividad, como víctimas
de una entropía –esa función termodinámica que en el lenguaje de la ciencia es la parte
no utilizable de la energía en un sistema cerrado– que los degrada, excepción hecha de
los documentos que vendrían a ser a la literatura lo que al mundo físico es el calor, algo
así como si la bibliofilia fuera una necrofilia.
Así como la física predice la muerte térmica del universo, pues el calor no puede
devolverle a las otras formas de energía en la misma cantidad lo que recibe de ellas, la
literatura podría predecir la muerte literaria de un autor cuando no quedan de él más que
los documentos y las enciclopedias. El héroe de la primera novela de Sartre, “La
Náusea”, es un intelectual francés desilusionado.
La relación que tenía Gombrowicz con los libros, con los bibliotecarios y con las
bibliotecas no era del todo clara. Mientras Sastre termina tratando a los libros como si
fueran sólo productos, Gombrowicz comienza a relacionarse con ellos desde un
principio en forma despectiva. Y llega el momento en el que Gombrowicz les da el
golpe final a los libros, a los bibliotecarios y a las bibliotecas.
Al bibliotecario de Royaumont le pregunta si el gobierno estaba tomando las medidas
preventivas adecuadas para controlar un fenómeno catastrófico. El gobierno debía
afrontar la llegada inminente del desbordamiento total, cuando las bibliotecas hicieran
estallar las ciudades, cuando hubiera que entregarles no sólo los edificios, sino barrios
enteros.
Cuando los libros y las obras de arte acumulados inundaran los campos y los bosques
desbordándose de las ciudades llenas hasta reventar. La cantidad se iba convirtiendo
rápidamente en calidad al mismo tiempo que la calidad se transformaba con la misma
rapidez en cantidad, un fenómeno de velocidad creciente que anunciaba el Apocalipsis
final.
Gregorich no compartía en absoluto la desconfianza que Gombrowicz tenía por la
palabra escrita y terminó de redactar el gigantesco trabajo del “Diccionario de la
Literatura Universal‟. Del mismo modo que lo había hecho su jefe, Roger Pla,
Gregorich también tuvo para Gombrowicz palabras amables en el testimonio que le dio
a la Vaca Sagrada.
“Un hombre cansado, escéptico, nada generoso con la estupidez ajena, que no parecía
confiar en el reconocimiento público de su obra y que, a través de simples miradas,
medias palabras y observaciones triviales, dejaba percibir un resplandor interior, una
inteligencia acerada que ninguna penuria había conseguido borrar. Eso es: creo que fue
uno de los seres más agudos e inteligentes que conocí, aunque jamás sostuve con él una
conversación importante”
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Toda esta historia había empezado cuando el maestro Paulino Frydman, director de la
sala de ajedrez del café Rex, consiguió milagrosamente traer un ejemplar polaco de
“Ferdydurke” a la Argentina, pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a
Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones
pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes observaron después que
Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del
lector al contenido del libro.
Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas,
reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de la
traducción se propusieron no desalentar a los lectores en el mismo comienzo de la obra.
Por otro lado, los traductores de Gombrowicz, jugando con una mezcla de estilos y
variaciones del castellano y sin atender demasiado a la corrección, crearon un lenguaje
tan fuera de lo convencional que irritaron a los puristas. El lector no sabía descifrar muy
bien a “Ferdydurke”, pues no sabía en qué grado el lenguaje dependía de las licencias
poéticas del autor o de la traducción misma.
Es por esta razón que no podía juzgar adecuadamente el trabajo de los traductores, ni
tampoco la del mismo libro. El motivo general del rechazo a “Ferdydurke” no fueron
sin embargo las cuestiones lingüísticas como apuntaban los estilistas y los puristas del
idioma, sino más bien la propia inmadurez de los lectores que tenían dificultades para
entender el aspecto filosófico del libro. A pesar de todo fue esta traducción de
21
En el año 1953 Bondy había publicado en la revista “Preuves” la primera nota sobre
“Ferdydurke” aparecida en Europa Occidental después de la guerra.
“Es por su exilio en la Argentina y gracias a una memorable traducción al español que
se convirtió, ni más ni menos, que en la carta de presentación de “Ferdydurke”, que
conocimos esta novela polaca. Un comité de una veintena de traductores compuesto por
escritores cubanos, argentinos, brasileños, ingleses, etc. se dedicó, bajo la dirección del
autor, a hispanizar este grotesco filosófico-lírico, enorme y genial, una prueba de la
admiración que había despertado este joven escritor, y también de las dificultades que
tuvieron que sortear para traducir el texto de su lengua de origen, un texto que es un
disparo continuo de inventiva verbal (...)”
Bondy había leído “Ferdydurke” en español, la edición francesa tuvo que esperar
todavía algunos años más la traducción de Roland Martin para que Nadeau y Julliard lo
publicaran en Francia. En algunas ocasiones a los contertulios del café Rex nos llegaban
relámpagos de que empezábamos a compartir a Gombrowicz con personas que llegaban
desde el exterior, desde allá, lejos...
Yo miraba con amargura y envidia a Roland Martin, un periodista que trabajaba con
Gombrowicz en la versión francesa de “Ferdydurke” sentados a una mesa que no era la
nuestra, presentía que llegaría el día en que nos lo iban a robar.
Comenzada en mayo de 1956, el año en que conocí a Gombrowicz, la versión francesa
de Gombrowicz y Roland Martin fue terminada en diciembre de 1957. Esta traducción
francesa se hizo a partir de la traducción colectiva argentina de 1947.
“(...) La forma en que trabajé con Gombrowicz nos permitió hacer una traducción que
no era totalmente fiel a la obra sino al autor. No era fiel en la letra, pero era fiel en el
espíritu (...) Gombrowicz se asombraba de la meticulosidad con la que yo programaba el
trabajo: „Cuando uno de mis personajes golpea a una puerta al final de un capítulo, no
sé todavía que habrá detrás de esa puerta‟ (...)”
“Más tarde, cuando el libro ya estaba editado en París, Gombrowicz le dijo al embajador
de Francia: –Ahora quiero diez años de gloria (...) Gombrowicz creía en el éxito de su
obra. Sentía un verdadero desprecio por la estrechez de espíritu de los medios literarios
parisinos, por la influencia que allí tienen las modas y el don de gentes. Pero tenía la
voluntad y la certidumbre de que “Ferdydurke” se impondría en París (...)”
Después de pasearse con soltura por Cortázar y por otros escritores hispanohablantes
muy señalados la conversación de Landelius recayó en el Pterodáctilo, y debajo de las
mismísimas barbas de ese hombre de letras tan celebrado miró desde arriba la
traducción de “Sobre héroes y tumbas”.
Algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los traductores
suponen esos traslados lingüísticos, que conocía a varias de sus víctimas las que no
siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido larguísimas cartas de
Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, y de otras que sí lo requerían
no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la mejor autoridad para opinar sobre
estos problemas.
Una cosa muy distinta a lo que había ocurrido con “Ferdydurke” ocurrió para poner en
español el “Diario”. En esta ocasión no estuvo presente Gombrowicz para trasladar la
versión polaca a versión la española ni para corregir el traslado al francés de la versión
española. A pesar de que la Seix Barral completó la edición española del “Diario”, una
edición que había empezado y dejado incompleta Alianza, no todos fueron elogios para
este trabajo.
“Sin embargo, y pese a su centralidad en el pensamiento del escritor polaco, los diarios
tuvieron un destino editorial enrarecido y difícil en Buenos Aires. Aunque hubo otras
traducciones, durante la década del noventa se conseguía apenas algún tomo perdido de
Alianza. El voluminoso libro que ahora nos presenta la colección Biblioteca
Gombrowicz de Seix Barral vienen a reparar esa falta con una traducción prolija a cargo
de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles (...)”
“La cantidad de páginas no necesariamente encarna siempre algo positivo. Esta edición
completa abunda en momentos farragosos y repetitivos, se citan nombres de escritores
polacos desconocidos para el lector argentino y el voluminoso tomo, complicado de
llevar y consultar en subtes y colectivos, se vuelve imposible de leer en la cama (...) Por
otra parte, la introducción es más bien pobre y el aparato crítico, casi inexistente. Todo
esto más allá de ser decididamente caro. Salvo fanáticos o estudiosos, no hay muchas
razones para comprar este libro”
A Bozena Zaboklicka seguramente le pasaba lo que le pasaba a Brahms cuando escribía
sinfonías, se le aparecían en el pentagrama las sinfonías de Beethoven y empezaba a
temblar. El “Diario” es una obra fundamental pero la solitaria Bozena no tuvo a su lado
la mirada penetrante de Gombrowicz para recurrir a su auxilio.
El trabajo gigantesco que emprendió le demandó tres años, y el resultado fue bueno,
muy bueno, a pesar de las objeciones que le hace el Boxitracio y a pesar de no haber
contado con la presencia protectora de Gombrowicz
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“Por lo que a esta traducción se refiere no será ocioso señalar que la obligada exigencia
de fidelidad al original que debe presidir la tarea de verter un texto literario a otro
lenguaje se ha visto en el presente caso enormemente comprometida (...)”
“Y ello es así debido a que no sólo la diferencia entre ambas lenguas casi no puede ser
mayor, sino a que el estilo de Gombrowicz tiende a exagerar justamente aquellas
particularidades del polaco (su gran flexibilidad) que más lo distancian de un idioma
con las características del castellano (...)”
Un amigo poeta, Jorge Calvetti, que había compartido con Gombrowicz muchas noches
del Rex, le hizo una entrevista con la intención de publicarla en el diario “La Prensa”.
En ese tiempo se lo estaba traduciendo a la mayoría de las lenguas europeas, sin
embargo, Manuel Peyrou, se lo reprochó violentamente aduciendo que se había dejado
embaucar por las imposturas de Gombrowicz.
Manuel Peyrou fue uno de los comensales de una cena que dio Bioy Casares en su casa
en homenaje a Gombrowicz y a Borges en la que no pasó nada, por lo menos nada de lo
que todos esperaban que ocurriera. Después de haber pasado por sinsabores del mismo
gusto que el de la comida cadavérica Gombrowicz, poco a poco, fue convirtiendo en
arte el acto de ser entrevistado.
La actitud que tiene Gombrowicz cuando escribe en sus diarios es un poco distinta a la
que tiene cuando es entrevistado, y esto es así porque en los diarios sólo conversa con
su doppelgänger y con los lectores, mientras en las entrevistas hay más interlocutores.
Hay una diferencia de tono y de estrategia en lo que Gombrowicz escribe sobre la
Argentina en el “Diario” y en “Testamento”.
Una de las diferencias que existe entre una obra literaria y la comida es que la comida se
empieza a digerir cuando está dentro, y la obra literaria cuando está afuera. Sea cual
fuere la razón por la que Gombrowicz se haya quedado en la Argentina, la cosa es que
fue aquí donde empezó a digerir, es decir, a comprender su obra fundamental:
“Ferdydurke”.
Un mes antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial fue depositado al otro lado del
océano, en una tierra desconocida para él. Y para ofrecerle una vida novelada le dice al
Hasídico que su viaje a la Argentina no fue una casualidad, fue la mano del destino la
que lo depositó aquí y no en Europa porque, si no hubiera ocurrido así, tarde o temprano
habría terminado viviendo en París, y ése no era el deseo de su estrella.
Con el tiempo se habría convertido en un parisino, pero él tenía que ser antiparisino,
tenía que estar alejado de los mecanismos literarios escribiendo para los cajones. La
Argentina era un país europeo en el que se sentía la presencia de Europa más que en
Europa misma, un territorio de vacas donde no se apreciaba la literatura. Gombrowicz
se alegraba, a pesar de todas sus desventuras personales, de haberse quedado en la
Argentina.
Aquí empezó el relajamiento de su forma, mientras que los europeos se encontraban
atrapados en nuevas formas más rígidas aún: el ejército, el servicio y la acción. Hay que
decir, sin embargo, que la Argentina no le era tan necesaria a Gombrowicz, los
conflictos con la forma y sus tentaciones con la inmadurez los podía haber tenido en
cualquier parte del mundo.
Miremos si no lo que le pasaba con Polonia y con Francia, dos mundos que había
convertido en símbolos en todo lo que concierne a la forma, dos mundos que quería
redimir y conquistar. Lo que aparece más o menos claro en todos sus escritos es una
invariante gombrowiczida: él terminaba dándole importancia al lugar del planeta donde
estaba viviendo, es decir, al lugar donde existía.
La vida y la obra de Gombrowicz tienen un formato especial, un formato que ha puesto
en aprietos la perfomance de las escritores argentinos. Cuando hablo de la performance
de los escritores argentinos me refiero exclusivamente al desempeño que tienen en el
asunto Gombrowicz. La primera sensación que uno tiene leyendo sus escritos sobre
Gombrowicz es que nos encontramos en un campo literario en el que las ideas se ponen
al servicio de las palabras.
en muy pocas ocasiones estos jinetes que sujetan con fuerza las riendas del caballo de
las palabras se montan en el caballo de las ideas de Gombrowicz.
Podríamos decir que Gombrowicz los convierte en unos seres incompletos pues sólo
comprenden la parte suya que está en ellos, pero esta parte de Gombrowicz es la parte
más pequeña. Para ponerlo de una manera distinta, no utilizamos bien el tiempo cuando
salimos de nuestro hogar para cazar jabalíes con una red o cuando nos vamos de pesca
con una escopeta.
Jorge Calvetti, poeta, periodista y traductor, albacea literario de Carlos Mastronardi,
conoció a Gombrowicz en la primera época argentina, el tiempo de sus mayores
penurias, y participó en la traducción de “Ferdydurke”. En el año 1962 publicó un
artículo sobre Gombrowicz en el diario “La Prensa” alrededor del cual se armó un
verdadero escándalo.
“(...) Wladimir Weidlé, célebre autor del „Ensayo sobre el destino actual de las artes y
las letras‟, dijo: „Ferdydurke me ha revelado a un gran escritor‟, y Mario Maurin, en
„Lettres Nouvelles‟, de París, refiriéndose a „La náusea‟ de Sartre, y a „Ferdydurke‟ de
Gombrowicz, afirmó: „Pasmosa proximidad de estas dos obras maestras a las que será
necesario recurrir de hoy en adelante para situar el clima intelectual de la época y
conocer su expresión más vigorosa, más rica y más aguda‟ (...)”
La entrevista, a pesar de toda la seriedad que tenía Calvetti, resultó un tanto
estrambótica por ciertas respuestas que le dio Gombrowicz.
“¿Qué significa la palabra „Ferdydurke‟?; –Es el nombre de una de las calles de mi
ciudad natal (...)”
“La seriedad en las condiciones en que yo vivía habría sido mortal para mí. Pero le
aclaro que no tengo ni el más mínimo resentimiento contra nadie. Reconozco que mi
caso es difícil y que yo no hice nada para facilitarlo; por otra parte, debo anotar „en mi
cuaderno que leo todos los días‟, como dice Shakespeare, no pocas demostraciones de
simpatía y de comprensión por parte de mis colegas argentinos (...)”
“¿Qué opina de la literatura argentina?; –No soy de los que opinan de literatura. Acerca
del hombre argentino escribí varias páginas en mi „Diario‟, desconocidas aquí pero
conocidas en Europa. Añadiré algo: creo sinceramente que soy, entre los escritores
extranjeros, el que más ha sido fascinado por la Argentina, y mi permanencia tan larga
aquí no es casual, pero es una fascinación difícil y quién sabe si no dramática (...)”
Jorge Calvetti cuenta cuál fue el motivo del escándalo que se armó con esta entrevista, y
Gombrowicz da su versión de hasta qué punto había llegado el escándalo, versión que
Calvetti desmiente por lo menos en parte.
“Manuel Peyrou, que se encontraba en la redacción, al ver mi artículo declaró que no se
debía publicar porque se trataba de una impostura; nadie conocía a Gombrowicz, ya que
su estilo carecía de interés, por lo que, en resumidas cuentas, se oponía a la publicación
del texto (...)”
“Por fin apareció la entrevista. Peyrou no dijo nada, pero se escondía siempre que me
veía. Gombrowicz ha contado en „Testamento‟ que Weidlé, de paso por Buenos Aires,
informó que era muy conocido en Europa (...)”
“Eso es cierto, pero no es cierto que uno de nosotros, Peyrou o yo, tuviera que ser
encerrado en un ascensor para que no llegáramos a las manos. Todo lo que acabo de
contar es exactamente así. Los campesinos de mi provincia dicen: „Está muerto, y no me
deja mentir‟ (...)”
Gombrowicz le había dado su versión al Hasídico sobre esta historia en las
conversaciones que aparecen en “Testamento”, una versión parecida a la de Calvetti
pero con una diferencia.
“Manuel Peyrou, amigo de Borges, se encontró con Calvetti en la redacción y le
reprochó violentamente que se hubiera dejado embaucar por mis mentiras (...) Calvetti
fue a quejarse al jefe de redacción (...)”
“Hace algunos días que estoy en Tandil y estoy parando en el hotel Continental. Tandil,
una ciudad pequeña de setenta mil habitantes en medio de montañas no muy altas
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erizadas de roquedales como fortalezas. Fue la primavera la que me hizo venir con la
esperanza de librarme de los microbios de la gripe asiática que todavía me quedan (...)”
“Ayer alquilé por una módica suma un apartamento delicioso un poco en las afueras de
la ciudad, al pie de la montaña, allí donde se alza una gran puerta de piedra, en la unión
de un parque con un bosque de eucaliptos y coníferas”
Fueron los jóvenes tandilenses los que atraparon a Gombrowicz en esa ciudad, él
andaba detrás de una actualización permanente de su inmadurez. La barra del café Rex
de Buenos Aires empezó a saber algo de la gente de Tandil cuando Gombrowicz nos
empieza a escribir desde allá.
Para los amigos de Buenos Aires algunas de las cosas que ocurrieron en Tandil se
volvieron legendarias: el asombro de Gombrowicz cuando supo, casi recién llegado a
Tandil, que el Asno había leído “Ferdydurke”; la compota de Flor de Quilombo que
protegió a Gombrowicz de sus ensueños con su propia muerte; la ceremonia que armó
Deolinda de Mauro en su casa celebrando la llegada del contrato de Julliard para editar
“Ferdydurke” en París.
Gombrowicz se va a Tandil como un viajante de comercio, quiere ver si le puede vender
un poco de risa al dolor y sacar de este negocio un sucedáneo del talento. No le venía
nada bien la idea de talento, el escritor no escribe con ningún talento misterioso, sino
consigo mismo.
El escritor escribe con su sensibilidad e inteligencia, con una constante excitación del
espíritu que es la esencia de toda retórica. Si lo que escribe el escritor es trivial, fracasa
no sólo como literato, sino también como hombre. El fundamento de esa constante
excitación del espíritu es para Gombrowicz el dolor, es el quid de la existencia, y la risa
el último recurso que tenemos para soportarlo.
“Saquemos de ello una moraleja: que en los momentos que las circunstancias
catastróficas nos obligan a transformarnos interiormente del todo, la risa es nuestra
salvación. Pero el humor consiste en una inversión de todo, hasta el punto que un
verdadero humorista nunca puede ser únicamente lo que es. La risa nos libera de
nosotros mismos y permite que nuestra humanidad sobreviva a pesar de los dolorosos
cambios de nuestro envoltorio (...)”
“Esa risa, dictada por unas necesidades terribles, debería abarcar no solamente el mundo
del enemigo, sino ante todo a nosotros mismos y a lo que para nosotros es más querido
(...) Vierto sobre el papel mi crisis del pensamiento democrático y del sentimiento
universal, porque no soy el único –quiero que lo sepáis–, no soy el único que, si no
ahora sí dentro de diez años, desee tener un mundo limitado y un Dios limitado (...)”
“Una profecía: la democracia, la universalidad, la igualdad no serán capaces de
satisfacernos. Será cada vez más fuerte en vosotros el deseo de la dualidad, de un
mundo doble, de un pensamiento doble, de una mitología doble; en el futuro
profesaremos dos sistemas diferentes al mismo tiempo y el mundo mágico encontrará su
lugar junto al mundo racional”
El mundo mágico del que habla Gombrowicz, ése que busca un lugar junto al mundo
racional, debía ser la juventud, un estadio de la vida que le resultaba más familiar que la
condición sofisticada de la madurez. Gombrowicz no quería ocupar su lugar de adulto
en la sociedad y anduvo siempre conspirando, aliándose en su contra con otros
elementos, ambientes y fases del desarrollo. Hay un pasaje memorable de los diarios
que muestra hasta qué punto los argentinos fuimos cómplices de ese sabotaje.
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“También soy colega de Cox, un chico largo y flaco de diecisiete años que tiene algo de
botones de un hotel de gran ciudad...: familiaridad con todo y experiencia de todo, la
más perfecta falta de respeto que jamás haya visto, una tremenda mundología, como si
hubiera llegado a Tandil directamente de Nueva York (sin embargo, nunca ha ido
siquiera a Buenos Aires) (...)”
Ésta es la primera carta que Gombrowicz me escribe desde Tandil, un carta un tanto
extraña, lo único seguro es que vivía en “Casita de Paz” de Deolinda de Mauro en la que
vivió más o menos diez meses entre 1957 y 1960.
“(...) Un día lo invitaron a la casa de los Santamarina, una familia muy importante: –¿Y
va a ir a comer a la casa de esas personas con una camisa tan sucia?, espere, voy a
buscar un trapo y se la limpio con un poco de alcohol (...) A Witoldo le gustaba estar en
el living durante los grandes calores. Cuando yo salía a dar un paseo abría la despensa y
me robaba las frutas. Un día lo sorprendí y se apresuró a tragar la que tenía en la boca: –
¡Qué desgracia tener un ladrón en casa, además sucio! Tenía muchas ganas de reírse,
pero no se rió porque era un hombre de mundo (...)”
“Poco a poco comprendí que era un escritor. Un día se enteró de que sus libros habían
sido aceptados en Francia: –Señora, señora, me han escrito, mire esta carta, me aceptan;
–Oh, Witoldo, qué alegría, ¿no deberíamos hacer un fiesta? (...) Preparé una corona de
laureles, se la puse en la cabeza, Mariano y yo nos paramos al lado de su silla, y él firmó
el contrato (...) No era espontáneo, pero uno podía comprender que tenía ganas de
contar con amigos, aunque no le resultara fácil; no todos estamos hechos de la misma
manera. Nos escribía cartas, eran hermosas, muy cortas, pero decían muchas cosas. En
una de las últimas escribió: „Me acuerdo de ustedes y no quiero que me olviden‟ (...)”
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¿Por qué seré tan inteligente? Ésta era una pregunta que se hacía Nietzsche, y aunque
Gombrowicz no llegaba a tanto ya de joven sintió que había conseguido una
superioridad intelectual sobre su entorno, poco a poco se hizo notar como más sensato
que los demás, se sabía que él era inteligente, que su especialidad era la inteligencia y
no otra cosa.
Yo mismo recibí algunas lecciones sobre este asunto: –Vea, Goma, yo tengo la
inteligencia certificada. No sea temerario, no ponga en cuestión mi inteligencia en
presencia de otras personas. Usted tiene que realizar un esfuerzo mayor que el mío para
ser reconocido como inteligente. Evite hacer esfuerzos innecesarios, trate de imaginar
que la razón la tengo yo.
Desde Europa nos escribía que sus conocimientos sobre Sartre y Heidegger le
alcanzaban para poner en aprietos a los más agudos intelectos de Francia y Alemania,
que Günter Grass no era gran cosa, que John Steinbeck era aburrido, que Gabriel Marcel
era un viejo boludo, que los escritores de Francia se parecían a los perros de Pavlov y
que sus cocineros deberían ocuparse de la literatura pues tendría mejor gusto, y, en fin,
que él era un gran escritor al que los demás no le llegaban ni a la suela de los zapatos.
Los pensadores, progresivamente, a medida que se sucedían, se iban aproximando a la
ridiculez cuando se adentraban en el territorio de la vida. Nietzsche era más ridículo que
Kant, pero todavía no llegaba a provocar risa pues su pensamiento era abstracto. Pero el
problema teórico se convirtió en el „misterio‟ de Gabriel Marcel, ese misterio era una
espina que Gombrowicz no soportaba, y ese misterio le empezó a provocar risa.
Al católico no debiera resultarle indiferente el nivel mental del hombre ni los límites de
su conciencia, y es justamente en esta dirección que el existencialismo ha profundizado
la sensibilidad religiosa del hombre y enriquecido la fe con contenidos nuevos. A los
marxistas polacos tampoco les interesaba demasiado el existencialismo porque se
consideraban poseedores de un conocimiento supremo de la vida, cometiendo el mismo
pecado que los católicos, ellos le encargaban al materialismo dialéctico la solución de
los misterios, así como los católicos se la encargaban a Dios.
“Pero a los marxistas se les debería decir que la humanidad no se acaba en Marx y que
ese orgulloso aislamiento detrás de la muralla china de cualquier pensamiento posterior
al comunismo, poco a poco va convirtiendo al marxismo teórico en una sabiduría cada
vez más estéril, caduca y aburrida, como puede ser aburrido repetir siempre la misma
cosa (...)”
“La presente crisis intelectual por la que atraviesa esta doctrina, que hoy en día no
puede vanagloriarse de contar siquiera con un nombre ilustre, se debe a la incapacidad
de asimilar ideas nuevas”
Gombrowicz quiere darles una lección a los polacos que piensan que las abstracciones
no sirven para nada y que sólo lo concreto y la realidad son verdaderos, y quiere darles
una lección pues resulta que justamente el existencialismo piensa la misma cosa.
Kierkegaard, el petimetre danés que inventó el existencialismo, anunció urbi et orbi que
el razonamiento hegeliano era impotente, y era impotente porque se vale solamente de
conceptos. La diferencia entre un concepto y el objeto del que se lo abstrae es la de que
el objeto existe y el concepto no existe, por esta razón las filosofías no tienen utilidad en
la vida concreta pues sólo elaboran fórmulas y sistemas lógicos de conceptos.
Pero no sólo los pensadores laicos han sido tomados por el sentimiento angustioso de
que todo le estaba desapareciendo bajo los pies. En un pueblo situado el los Pirineos, en
la costa del Mediterráneo, Gombrowicz había sostenido en su juventud discusiones
interesantes sobre este punto con el abate Barcelos. La iglesia también desea que el
hombre haga el uso más completo de su razón, ya que la razón utilizada con propiedad
también conduce a Dios.
Pero los sacerdotes deben tener en cuenta las dificultades originadas en el hecho de que
el desarrollo de la razón es cada vez más acelerado, por lo que la interpretación racional
de las verdades reveladas sufre continuamente en el tiempo nuevas transformaciones, y
cada decenio es más profunda y rica en descubrimientos.
“El problema es lo dado que se me propone como externo y el misterio algo en lo que
me encuentro comprometido y cuya esencia no está enteramente ante mí. De donde el
ser no es problemático, sino misterioso. Los misterios no son problemas insolubles, sino
realidades no objetivables, pero que al estar inmersos en ellas nos iluminan. Por eso,
frente al ser no cabe más que la opción, por lo que la Metafísica es la lógica de la
libertad”
Gabriel Marcel piensa que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las
situaciones específicas en que se ven implicados y comprometidos. Esta afirmación
constituye el eje de su pensamiento, calificado como existencialismo cristiano. Es una
filosofía de lo concreto de la que deduce que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la
situación histórica del individuo condicionan en esencia lo que se es en realidad.
hacia la soledad y la desesperación, o bien establecían una relación satisfactoria con las
demás personas y con Dios.
Gabriel Marcel, del mismo modo que Gombrowicz, había sido subyugado por la música
y por Schopenhauer, no así por “El casamiento”. Emil Cioran fue con Gabriel Marcel a
ver el estreno de esta pieza teatral en París, y aunque no sobre la obra sí escribió sobre
la opinión que tenía el filósofo sobre el teatro de vanguardia.
“Si Marcel se alejó generalmente del teatro de vanguardia fue porque la mayoría de las
obras producidas por este teatro eran deliberadamente oscuras. En todos los casos, las
representaciones requerían de una construcción vaga, donde el interés del argumento
recayera en el ocultamiento del sentido. La mistificación es generalmente un resultado y
a veces un requisito. Para divertirse, los espectadores deben estar preparados para ser
engañados, papel que Marcel se negó a asumir. Después de presenciar espectáculos
como estos, los cuales generalmente lo enfurecían, acostumbraba decir con voz
desesperada: „¡Quiero entender; quiero una explicación!‟. Pero muy frecuentemente no
había nada que explicar, sobre todo porque en esos casos la incomprensibilidad era
esencial, El filósofo podría aceptar rápidamente tal cosa, si ésta no estuviera corrompida
por la trampa o el engaño”
Gombrowicz hace un comentario breve sobre el encuentro que tuvo con Gabriel Marcel.
“Aqui, Goma, me veneran, me aman, soy el escritor extranjero más amado de París.
Ayer Jean Wahl me presentó a Gabriel Marcel quien me dijo: „Usted me disculpará por
mi nota sobre „Le Mariage‟, pero sufrí muchísimo durante este espectáculo‟ Yo: „Esa
nota, lo confieso, no me agradó tanto, pero la firma debajo de la nota sí que me procuró
placer‟. Goma, Marcel es un viejo pelotudo”
“Gombrowicz es algo más que esos vitalicios maestros de la juventud que para
desgracia de los jóvenes argentinos abundan en nuestro país. Es un camarada. Con más
experiencia y más edad que los demás, simplemente. No más viejo sino más joven,
como corregiría seguramente Gombrowicz, en un tono no del todo urbano me temo. Ya
hemos hablado al comienzo de sus relaciones con la intelectualidad argentina.
Agreguemos que tuvo dos grandes amigos, los únicos tal vez entre los maduros que lo
comprendieron: Bernardo Canal Feijóo y Ernesto Sabato”
Estas justas palabras del Dramaturro junto a otras muy atinadas que escribió Blas
Matamoro nos recuerdan que Bernardo Canal Feijóo fue unos de los mejores amigos de
Gombrowicz.
“El exilio desdobla a Gombrowicz en un par de patrias imaginarias: el mito del cuerpo
joven en la Argentina y el mito de la palabra inmarcesible en Polonia. Polonia es una
palabra que pierde su actualidad para Gombrowicz debido a la distancia y a que se
refugia en la evocación culterana del barroco polaco llamado „sarmata‟, una suerte de
nacionalismo recalcitrante, que define a Polonia como un espacio cerrado a las
seducciones de la modernidad europea. Algo así como la Argentina de los nacionalistas
argentinos. La síntesis de ambas vertientes míticas es Trasatlántico, visión caricatural de
ciertos aspectos de la vida argentina: la riqueza comercial de la calle Florida, los bailes
33
“Hay, de otra parte, una especie de sociología impresionista o psicología social de los
argentinos, que Gombrowicz practica en la tradición de los visitantes atentos o
profesionales, que conocieron la Argentina de la belle époque, así como los filósofos
viajeros que pontificaron sobre el ser nacional argentino. En el centro, dos obras, la una
silenciada por Gombrowicz de Ezequiel Martínez Estrada, la otra recordada en la
amistad de Bernardo Canal Feijóo”
Canal Feijóo transmitió la belleza del paisaje y la fuerza de la tierra. Sus temas
recurrentes: el amor, el deseo, el dolor y la muerte, poblaron sus versos y se ahondaron
aún más en sus textos teatrales. Hay dos historias que cuenta Gombrowicz en las que
aparece Canal Feijóo con su aire campesino: la del pájaro colibrí y la de los poetas
catamarqueños.
¿Qué música escucha usted, Quilombo?; –Beethoven, Bach, Mozart...; –A ver, cuarto
movimiento de la sexta sinfonía; –¿De quién?; –¿De quién va ser?, no va a ser de
Dvorak, de Tchaikovsky, simples folkloristas. Este desprecio por las tradiciones y las
costumbres indígenas se le puso a prueba mientras navegaba por el río Pilcomayo
rumbo a Asunción.
“Estábamos sentados en cubierta, los ojos fijos en la frondosidad de la orilla que
desfilaba lentamente delante de nosotros, cuando de repente llegó volando un colibrí y
se quedó suspendido temblando en el aire también trémulo después del tórrido día..., era
casi invisible en el torbellino que creaba a su alrededor al batir sus pequeñas alas con
tanta rapidez que casi era pura vibración”
En el momento en que Canal Feijóo se pronuncia contra ese pajarito irritante cuya
belleza no le sirve de nada porque no se deja ver, la dueña de la embarcación toma la
palabra para contar la leyenda del colibrí. Lo curioso de esta historia es que en ningún
otro pasaje de sus escritos Gombrowicz se detiene a recapitular leyendas indígenas, pero
en este único caso la recapitula completa, en todos sus detalles, debe haber algo
entonces en esta leyenda que la hace interesante para que Gombrowicz y por eso la
distingue tanto. Painemilla y Painefilu, es decir, oro azul y víbora azul, eran dos jóvenes
y bellas hermanas que vivían en las proximidades del lago Paimún. Un poderoso jefe
Inca se enamoró perdidamente de Painemilla con quien se casó y vivió feliz en un
hermoso palacio de piedra.
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Cuando Painemilla quedó embarazada, el jefe Inca convocó a los sacerdotes para
escuchar sus profecías. Le vaticinaron que serían mellizos, que serían muy bellos, que
un hilo de oro adornaría sus cabellos desde el mismo momento de su nacimiento, pero
que algo horrible se interpondría en la felicidad de la pareja. Antes del nacimiento el
gran jefe tuvo que marcharse al norte para sostener un guerra larga y cruenta.
Entonces le pidió a su cuñada Painefilu que acompañara a Painemilla y la ayudara. Al
ver a su hermana tan feliz, tan enamorada y tan mimada por su nueva familia, una
envidia muy intensa le tomó el corazón. Cuando nacieron sus sobrinos, los vio tan
lindos, tan sanos y tan alegres que la víbora azul enloqueció e imaginó una forma para
eliminarlos.
Encerró a los mellizos en un cofre y lo tiró a las aguas del lago, le dijo a la hermana que
sus hijos no eran seres humanos sino perros mientras le entregaba un par de cachorros,
luego se sumió en un profundo y oscuro silencio, se llenó de miedo y empezó a temblar.
Painemilla no hacía otra cosa que llorar, cuando llegó su esposo y vio los perros que
tenía por hijos, la encerró en una cueva oscura, la desolación se apoderó de la pareja.
Pero los mellizos no murieron, fueron hallados por un viejo mapuche que los sacó del
agua y los cuidó. Al cabo de unos años el jefe Inca terriblemente entristecido, paseando
a orillas de lago, vio a un par de niños jugando, ambos tenían un hilo de oro en sus
cabellos. Recordó la profecía, supo que eran sus hijos, los abrazó, los llevó a su hermosa
casa de piedra, y reconstruyó con Painemilla la felicidad perdida.
Pero debía castigar a Painefilu por su traición. El gran jefe Inca tomó entre sus manos
una piedra mágica y la elevó al cielo: –Ayúdame señor a hacer justicia. Que todo tu
calor traspase esta piedra y que en ella se ejecute el castigo a Painemilla. La piedra se
volvió transparente, se cargó de luz y de fuego, un rayo verde salió de la piedra y buscó
a Painefilu. Donde ella estaba solo quedaron cenizas... cenizas y un pequeño trocito de
su corazón del que nació el colibrí el que, según las tradiciones mapuches, presagia la
muerte, vive inquieto y triste, como Painefilu, no se posa en ramas ni toca el follaje,
tiembla de miedo como si esperase el castigo. No puede morir de una muerte natural
porque ha sido concebido por un corazón traidor, el colibrí lo sabe, por eso vive con un
miedo permanente, y a pesar de su magnífica belleza, se siente apestado, evita la
proximidad de todo y se eleva temblando siempre en el aire.
Su angustia lo hace temblar, y vibra tanto que sus hermosos colores se tornan invisibles;
la belleza del colibrí solo se puede admirar después de muerto. El colibrí trae mala
suerte, le augura a las personas no sólo el día de su muerte, sino el tipo de muerte que
tendrán. Si llegara a tomar con su pico un cabello caído, el que lo perdió morirá
ahorcado. La belleza del colibrí, apestada por un crimen horrendo, tiene mucho que ver
con las concepciones de Gombrowicz.
“En la obra de Genet, nos encontramos con una belleza ruinosa, una belleza sucia,
inferior y perseguida (...) Hay otra cosa en Genet que tiene mucha fuerza, y es que une
la belleza a la fealdad. Ha mostrado, como si dijéramos, el reverso de la medalla, ha
encontrado una potente unión entre el aspecto positivo de la belleza y su aspecto negro”
Cuando se dispone a hacer una siesta reparadora del viaje agotador escucha por la
ventana el redoble de un tambor, por la calle avanza lenta y rítmicamente una murga de
Carnaval. Gombrowicz decide participar en ese baile de disfraces. Este Carnaval
argentino es una fiesta triste y aburrida, vacía y melancólica, los extranjeros han
descubierto que los argentinos no saben divertirse, sin embargo Gombrowicz discrepa
con este desprecio.
Gombrowicz despreciaba este orgullo europeo, y tanto más si venía de Polonia, pero
también despreciaba este orgullo si venía de París. Relata la desilusión de su amigo
Stanislaw Odyniec, que después de muchos años de vida en la Argentina había hecho un
viaje a París.
Volvió desencantado, y aunque no había tenido los problemas de un embajador
argentino que temía estirar las piernas al acostarse en Austria pues se imaginaba que
podía penetrar en un país vecino, de todas formas la ridícula pequeñez y estrechez de
Europa le habían disgustado enormemente: –París también es demasiado pequeña, todo
allí es minúsculo, y además sucio y anticuado. ¡Los cuartos de baño horribles! ¡La gente
no se baña!
Gombrowicz seguía mirando el Carnaval, cuando de pronto se topa con Canal Feijóo,
uno de los grandes escritores argentinos que, junto a otros más pequeños, medianos y
también grandes como él, se esforzaban en descifrar el carácter nacional. La esencia de
una nación no se manifiesta en los análisis sino en la acción, para saber quién eres debes
actuar.
El arte y el hombre son imprevisibles para sí mismos, la literatura no soporta los
programas ni el sometimiento a las teorías, sólo acepta la audacia y el descaro creativos.
La falta de una relación directa con la vida es la causa del carácter secundario de las
culturas de las naciones secundarias, naciones tímidas y sin desenvoltura, que no son
creativas porque no tienen contacto directo con la vida.
Canal Feijoo y Gombrowicz se dan palmaditas en el hombro: –¿Qué hace usted por
aquí?; –He venido por negocios. Venga conmigo. Allí, a la vuelta de la esquina, se está
celebrando un encuentro de poetas de Catamarca en ocasión de un concurso de belleza
con jóvenes catamarqueñas muy atractivas.
Era una reunión de ínfima categoría, un público mal educado hacía ruidos estrepitosos,
mientras las candidatas asustadas, temblaban y se agitaban como mariposas. Los poetas
encargados de honrar a la reina esperaban junto a la pared muy bien vestidos. A
Gombrowicz le vinieron a la memoria los jóvenes poetas polacos de antes de la guerra,
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vestían una ropa que era el colmo de la miseria y el descuido pero escribían un poco
mejor que los argentinos.
La joven argentina tiene todas las posibilidades de casarse bien y de pasar el resto de su
existencia honradamente y sin riesgo.
“A esas vírgenes una aventura, sencillamente, no les va bien. Por tanto, todo aquí está
calculado para obligar al hombre a casarse, política femenina que ha triunfado
incondicionalmente sobre el deseo de aventuras del hombre. Lo que pasa es que... el
diablo está al acecho. El hombre está al acecho. Y mis poetas se estaban preparando
para una ofensiva”
En diciembre de 1963 desde Berlín, cuando intentaba convencerme de que a su regreso
fuera a vivir con él y con Flor de Quilombo, trata de impresionarme con la importancia
de sus colegas argentinos.
“No, no, Goma, tendrá que hacer viajecitos, no hay caso, estos pequeños chantajes
basados en la supuesta soledad mía no sirven. No, Goma, nada de soledades, no estoy a
la merced suya, parece que su imaginación no alcanza a darse cuenta de que cambió
todo, basta que levante un dedo para que corran todos: la Lynch, Arnesto, Pla, Canal
Feijóo, los bolches de La Plata, las niñas, los adolescentes, los ancianos y las viudas,
trate de imaginarse algo como Weimar. El que estará algo aislado, me temo, será Vd.
Goma con su papá y su mamá”
El ingeniero Juan Carlos Ferreyra tiene algunas particularidades que lo distinguen del
resto de los gombrowiczidas: leyó “Ferdydurke” antes de que Gombrowicz llegara a
Tandil; alquiló la pieza de Venezuela cuando Gombrowicz se fue a Berlín; y recibió uno
de los motes más extraños de nuestro club: Ingeniero Fireire.
Durante las décadas del 40 y el 50, la escena filosófica francesa se caracterizó por la
aparición del existencialismo, fundamentalmente a través de Sartre; aparecen también la
fenomenología, el retorno a Hegel y la filosofía de la ciencia. Pero hay algo que cambia
en la década del 60 cuando Sartre se orienta hacia el marxismo y surge una nueva moda,
el estructuralismo. Strauss en la etnología, Lacan en el psicoanálisis, Altuhusser en el
marxismo y Foucault en la epistemología. Y en el fondo, Marx, Freud y Einstein están
presentes con sus grandes reducciones del pensamiento contemporáneo.
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Para esa época, el Ingeniero Fireire asiste a un curso de filosofía que da Gombrowicz
en la Biblioteca Municipal de Tandil en el que decide exponer sus ideas de una manera
sencilla –todavía no había determinado si en Tandil había alguna persona inteligente a
la que valiera la pena conocer– hablando tan solo de las tres capas que tiene el hombre:
la física que estudia la anatomía, la psicológica que estudia el psicoanálisis, y la
metafísica que estudia la metafísica, ejemplificando estos conceptos simples con el
miedo a la muerte que es psicológico y la angustia ante la muerte que es metafísica.
El Ingeniero Fireire, igual que Gombrowicz, tenía algunos problemas con el
aburrimiento. Los mayores ataques de aburrimiento lo asaltaron a Gombrowicz en las
pensiones de Zakopane en las que pasó algunos inviernos por sus problemas de salud.
Durante dos temporadas enteras se entretuvo con las “manoseadas”, unas señoritas
inocentes como ángeles a las que manoseaba con un compañero de pensión: –¿No
deberíamos manosear un poco a la señorita Jolanta? Eran cosquillas mundanas más que
licenciosas. Pero su aburrimiento crecía hasta el dramatismo cuando llegaban los
profesores de la Universidad Jaguielónica.
Las despreocupadas comidas de Gombrowicz se convertían entonces en una especie de
celebración, cuya pesada pedantería lo enervaba increíblemente. Los profesores
mantenían entre ellos unas conversaciones sabias que los demás comensales escuchaban
con devoción. Nunca había sentido simpatía por los profesores, pero esos diálogos
filosóficos o históricos, le parecían pesados como un hipopótamo y no mucho más
lúcidos.
En los momentos más solemnes los interrumpía con cortesía con algún disparate: –¿Por
qué no prueban estos pastelitos? En un almuerzo les sirvieron unas pastas indigestas e
insípidas, entonces Gombrowicz protestó alzando la voz: –Pasta para el estómago, pasta
para el alma, es realmente demasiado. Se produjo un escándalo y uno de los sabios
intentó romperle una silla en la cabeza.
En los cafés de Tandil Gombrowicz a veces también se aburría. Una tarde, sentado a
una mesa con Flor de Quilombo, esperaba a otros contertulios. Pasada media hora entra
el Ingeniero Fireire, se sienta, después de un minuto se levanta y sale. Cuando vuelve a
entrar Gombrowicz está medio amoscado: –Profesor, si usted viene tan solo para irse no
venga por favor.
Uno de los recursos que utilizaba Gombrowicz cuando se aburrían era contar por
enésima vez la historia de su tío loco incurable, que por las noches recorría las
habitaciones vacías tratando de ahogar su miedo con discursos extravagantes que poco a
poco se transformaban en cantos extraños que terminaban en aullidos inhumanos. Nos
tenía muy intrigados con las enfermedades mentales de los Kotkowski.
Hay que decir, sin embargo, que su primo Gustavo Kotkowski no parecía tan loco. De
pronto, mirando hacia la calle en ese café de Tandil, ven por la ventana un hombre
desaliñado que hace gestos, que baila y dice frases incomprensibles. Gombrowicz
entrecierra los ojos, deja la pipa y apoya los codos sobre la mesa: –Dios mío, qué
soledad terrible es la de un loco.
A medida que ponía atención se iba dando cuenta que la casa, la mesa del comedor y los
platos del ingeniero eran demasiado renacentistas, mientras la conversación se centraba
también en el Renacimiento, una adoración por Grecia, Roma, la belleza desnuda y la
llamada del cuerpo. La conversación con el ingeniero giró alrededor de una columna de
Creta, y a Gombrowicz se le pegó el cretino, leitmotive de toda la narración.
Se le había pegado, pero no de una manera renacentista, sino totalmente neoclásica y
cretínica. Llegado a este punto le advierte al lector que él sabe que no debería escribir
sobre esto. De vuelta en la ciudad se dirigió al café Rex pero, de repente, desde el café
París, le hacen señas unas señoras conocidas que aparentemente estaban sentadas a la
mesa comiendo unos bizcochos que mojaban en la crema.
Pero era una mistificación, la verdad es que estaban sentadas a un tablero cubierto de
esmalte apoyado sobre cuatro barras de hierro torcidas, y la acción de comer consistía
en meterse una cosa u otra por un orificio practicado en la cara, al tiempo que sus orejas
y sus narices despuntaban. Cháchara va, cháchara viene, Gombrowicz pide disculpas y
se marcha alegando falta de tiempo.
El hecho de que estuvieran ocurriendo cosas demasiado cretinas como para ser
reveladas, era la razón que lo obligaba a relatarlas pues tenían un exceso de cretinismo.
Al salir del café París se dirigió al café Rex. En el camino se le acerca una persona
desconocida, le dice que hacía tiempo que quería conocerlo, lo saluda, le da las gracias
y se va.
“Yo hago señas. De repente ella (pero no, yo no puedo hacer el cretino; sin embargo, si
tengo que desenmascarar al Cretino debo hacer el cretino); entonces ella le enseña hasta
que él se asoma y ella le enseña con saña (pero qué es lo que enseña?), después de lo
cual los dos se ensañan ligeramente, y uno hacia aquí, el otro hacia allá, y, ¡puff!...
(¡Esto sí que no puedo decirlo, está por encima de mis fuerzas!)”
El Ingeniero Fireire se vengó del desprecio que Gombrowicz sentía por su profesión
recurriendo a un procedimiento simple: no lo admiró ni quiso ser uno de sus discípulos.
“¿No es acaso sospechosa una persona que, tras componer una obre literaria, tiene que
explicarla una y otra vez? Recurrió al apoyo de Kierkegaard y de Schopenhauer, dos
nombres fuertes de la filosofía, ; al de Paul Valery, como respaldo literario; al de Martin
Buber, como apoyo y garantía general de seriedad. Parecía obtener una especie de
lúgubre diversión en estos despliegues que embarullaban completamente a sus oyentes”
El último apodo de todos los que puso Gombrowicz, en su cuarto de siglo de vida en la
Argentina, me lo puso a mí. A pesar de la ingenuidad poética con la que los presentaba
Gombrowicz, Betelú y Marlon fueron los proveedores habituales de todos los
esperpentos que circulaban entre nosotros, entonces, a pedido de Gombrowicz,
inventaron un mote para mí, Goma, y quedó Goma para siempre.
“En cuanto a Gómez, recordemos que tenía veintidós años cuando en 1956 inicia su
amistad en las confiterías porteñas del Rex y la Fragata con una hombre de cincuenta y
dos; téngase presente que los apodos (al menos los que inventaba Gombrowicz) son
destino en cápsula, y que „Goma‟, aparte de su derivación obvia, es sustancia elástica,
que fácilmente se dobla o se estira, pero que guarda tenazmente la memoria de su forma
original”
Llegamos a ser más conocidos por los apodos que nos puso Gombrowicz que por
nuestros propios nombres.
“Pero podría sostenerse que su obra maestra secreta fue la segunda cofradía de amigos
que formó a su alrededor (...) La formación de este segundo grupo se ha vuelto un mito
argentino. La elección se dio al azar, pero fue un azar riguroso. Todos rondaban los
veinte años (Gombrowicz había pasado los cincuenta), todos recibieron su apodo o
nombre clave, y todos fueron fieles”
Cuando el Asno y Marlon firmaron una notas que aparecieron en “Eco Contemporáneo”
con sus propios nombres, Gombrowicz reacciona sarcásticamente y le escribe al
Buhonero Mercachifle desde Berlín una carta que resultó premonitoria.
“(...) „Vilela‟ y „Di Paola Levin‟, ja, ja, ja, ¡qué pretenciosos! Los textos de Marlon y
del Asno son ambos buenos, no sé cuál es mejor. El de Marlon es más lírico y tierno, el
del Asno más premeditado. Los dos relatos están hechos con pedazos de los cuales unos
son mejores y otros peores. Bien lo sé que describirme es una tarea dificilísima porque
mis chistes no son solamente verbales, hay que dar el ambiente, la mueca, el estilo y
además la magia de una perpetua transformación de la realidad cotidiana en algo
artístico (lo que me caracteriza). Esto no lo lograron, pero sería demasiado pedir, quién
sabe si algún día no lo logrará Goma. Pero de todos modos los dos trabajos son
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interesantes, tienen naturalidad y vida, hay momentos excelentes en los dos y creo que
para los que no me conocen serán muy útiles (...)”
El cierre del Rex, en marzo de 1961, fue un golpe mortal para Gombrowicz, ese café
había sido su verdadero hogar. Gombrowicz, al que le interesaba más la conversación
que jugar al ajedrez, maniobró estratégicamente para trasladar la barra del Rex a la
Fragata, pero los frutos fueron incompletos y se fueron secando con el tiempo. La
cuestión es que yo quise mantener mis partidas de ajedrez.
Le propuse a Gombrowicz dos tertulias por semana en la Fragata: los martes y los
jueves y, para los otros días, cuando él se aparecía en el club de ajedrez, conversaciones,
sí, pero sólo después de las diez de la noche, hasta esa hora mi tiempo estaba reservado
para el juego. Recuerdo que una noche Gombrowicz me pidió una excepción para esta
limitación, quería anunciarme antes de las diez de la noche que la Ford Fundation lo
estaba invitando a Berlín.
La caída del telón sobre este enorme salón del Rex en el que se jugaba al ajedrez y al
billar nos complicó la vida, especialmente a Gombrowicz que sólo pudo retener en la
Fragata a tres o cuatro contertulios. Y ese inagotable venero de jóvenes del viejo salón
de la calle Corrientes con el que Gombrowicz reemplazaba a los que se iban de su mesa,
cerró con el Rex.
La cosa es que cuando Gombrowicz se fue de la Argentina para Berlín existía una
tensión afectiva latente en nuestra relación que casi explota con el segundo Piriápolis
frustrado. Los últimos días que pasó entre nosotros fueron confusos e interminables, en
medio del vacío y de una gran tristeza también me iba apareciendo algo extraño,
parecido a un alivio.
“Marlon era entre esos jóvenes que conocí en Tandil, posiblemente el más chiflado.
Después comprobé con asombro que su chifladura sabía escribir”
Junto a Flor de Quilombo y el Asno, Marlon formaba el trío más famoso de Tandil, pero
el propio Marlon se definía a sí mismo como el tercero excluido, y no le faltaba razón.
Gombrowicz lo excluyó en el puerto de Buenos Aires cuando lo obligó a entregarle a
Madame du Plastique la invitación para subir al Federico Costa, la pobre mujer se la
había olvidado en casa.
Y la Vaca Sagrada también lo excluyó del elenco de testimonios que había tomado en la
Argentina para escribir “Gombrowicz en Argentina”, el testimonio de Marlon no figura
en este libro. En las cartas que Gombrowicz les escribe a los jóvenes de Tandil, Marlon
aparece siempre como el más golpeado, pero lo distingue con afecto cuando a Marlon se
le ocurre llamarlo Toldo.
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“(...) Qué boludez es la de ese Marlon pelotudo, pero será posible que al Quilombo
nuestro lo llame Mariano... y por qué no Mariano Betelú, así como lo estila el pobre de
Magariños que aún al Asno lo denomina Jorge Di Paola. ¿No querés, Marlon, rendirte a
la gracia de estos nombres por mí creados y lo único que sabes es repetir „el Rana‟ hasta
el cansancio cuando quieres llamar al Asno? (...) Marlon, Asnito y Flor de Quilombo:
qué tal, Bianchotti, qué tal ese conocedor del archidrama y buzo de sus profundidades,
qué tal las vacaciones con el triste Tirri en Bahía Blanca, supongo que tuvo la bondad
de decirle verdades bastante crueles. Che, Marlon, pero resulta increíble, no puedes
escribir ni siquiera una carta, si parecería que eres como aquel Papa que treinta años
estuvo sentado sobre su trono y por fin emitió la Bula Non Possumus. Y, por favor,
dímelo ¿por qué eres tan boludo? (...)”
“Desde hace tres tardes está con nosotros aquí en Tandil, en la mesa del café, un tipo
que no tiene nada que ver con nada: se llama Witold Gombrowicz y es polaco (...) No le
perdonan que entrara a la exposición de nuestro amigo Pereyra rengueando con una
mueca de dolor y apoyado en el hombro de Flor, y que a la media hora se olvidara del
papel y se paseara alegremente entre los invitados y los cuadros: –Viejo, ¿no estarás
reblandecido?; –Nadie lo sabe, Marlon, ni yo que soy Gombrowicz (...) ¿Sabían los que
estuvieron en aquellos tus gestos absurdos, tus parodias, tus falsificaciones a la forma,
qué es lo que realmente hacías? ¿Sabían que aquel Gombrowicz, en una tarde de
septiembre en el Querandí contando mágicamente a dos lindas lolitas cómo había
ganado, bailando el chachachá, catorce simultáneas de ajedrez, era este Gombrowicz
que hoy se va en el Federico Costa, y que ellas asistían a uno de los experimentos más
inquietantes, más profundos y más novedosos de toda la literatura? (...)”
había cerrado las puertas a Freud, los polacos tenían un pensamiento extraño sobre el
creador del psicoanálisis.
Era bastante parecido al de ese estudiante de Santiago del Estero que le había dicho a
Gombrowicz que Freud no le servía a los argentinos porque el psicoanálisis era una
ciencia europea, sólo que en el caso de los polacos no le servía porque Freud era un ateo
que practicaba la pornografía. La popularidad de las indagaciones de Sastre sobre la
mirada y de Freud sobre la participación de la sexualidad en la conducta humana
facilitaron la comprensión de la obra de Gombrowicz un tanto hermética, a pesar de la
desconfianza que le tenía a ambos.
“Mordería la mano del psiquiatra que pretendiera destriparme privándome de mi vida
interior; no se trata aquí de que el hombre no tenga complejos, sino de que sepa
transformar el complejo en un valor cultural”
No era lector de Freud, pero ésta es justamente la definición que hace el austríaco sobre
la sublimación. Gombrowicz, igual que Freud, le daba una gran importancia a la
sexualidad y a los sueños.
Recurrió a una estrategia premeditada para trasponer la voluntad humana y el
determinismo psíquico al automatismo y a las partes del cuerpo, un modelo creativo que
perfeccionó en “Ferdydurke”, su primera novela.
La cara y sus habitantes: los ojos, la boca, la nariz y la orejas; el culo y sus
proximidades: las manos, los dedos, los muslos y las espaldas, se convirtieron desde
entonces en los representantes plenipotenciarios de la forma y de la inmadurez en el
desarrollo de su obra.
El ser confuso, indolente e inseguro que era quería ser de otra manera en el papel, un ser
brillante, original, triunfador y purificado. No estaba en condiciones, pues, de hacer otra
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cosa más que la parodia de la realidad y del arte. La sensación de irrealidad lo ponía
entre las cosas y no dentro de ellas, pero Gombrowicz buscaba la realidad y sabía que se
la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la
demencia.
Conozco a tres psicoanalistas gombrowiczidas que escribieron sobre Gombrowicz en
forma interesante. El Gnomo Pimentón, uno de los epígonos más fervientes y miembro
celebérrimo del club de gombrowiczidas, se ocupó de estudiar especialmente cuánto
protagonismo tiene Gombrowicz y cuánto la familia en el desarrollo de sus obras.
“Con los años, suele ocurrir que la obra y la mitología de todo gran escritor se
superpone y a veces entra en franca contradicción. En el caso de Witold Gombrowicz la
mixtificación del personaje se confunde y se desplaza a su literatura. Es posible que este
delicado equilibrio termine sobrevalorando injustamente alguno de ambos términos”
El tercer psicoanalista de este grupo destacado de gombrowiczidas que elegí es Nicolás
Espiro, el único de los tres que conoció a Gombrowicz y el único al que no se le notan
los vicios de la profesión. Médico, psicoanalista y poeta, formó parte de la dirección de
una revista de poesía: Poesía Buenos Aires. Su padre, médico dentista, cuidó la
dentadura de Gombrowicz durante un cuarto de siglo.
“Averigüe, Goma, si en Buenos Aires hay médicos que curan el asma y otras
enfermedades con el método chino, es decir apretando los nervios con clavitos. Llame al
doctor Espiro, mi dentista, y pida que pregunte a su hijo medico. Escriba enseguida”
Las únicas referencias que hace Espiro a Gombrowicz se refieren a su snobismo, son
muy ilustrativas las anécdotas que cuenta sobre los empleados del Banco Polaco y sobre
Gustaw Kotkowski.
Es evidente que los asuntos concernientes al nobiliario no se habían apagado en la
conciencia de Gombrowicz; a pesar de las guerras, de la destrucción de Polonia y de su
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“No existe monstruosidad alrededor de la cual no pudiese enredarse esta hiedra (...) Las
jerarquías, los mitos, las celebridades surgidas en vuestro antiguo mundillo de pacotilla
y hoy ya muertos pues el fragmento de la existencia del que habían nacido ya ha
perecido, siguen ofuscándonos la existencia ya que a escondidas ofrecemos a estas
deidades caducas nuestros ridículos sacrificios”
Pero había algo más: el sueño de la aristocracia, de ser hasta tal punto agradable que le
resultara posible ser inútil, andaba de acuerdo con el talante de Gombrowicz.
“Bien, por lo que a mi se refiere, afirmo y anoto como uno de los cánones de mi
conocimiento de los hombres que el que desee agradar a los hombres alcanzará con más
facilidad la humanidad que el que desea sólo ser un siervo útil”
“Witold creaba personajes literarios en la vida real y gozaba con eso como si fuera un
juego. Una vez, en una de nuestras charlas, se refirió a los empleados de alto rango del
Banco Polaco, nos contó que cojeaban al caminar porque de ese modo parecían más
respetables. Días después fui a verlo al Banco y tuve que esperar un momento en una
sala del primer piso, donde estaban las oficinas y algunas secretarias trabajando (...)”
“Vi abrirse una puerta y salir a un señor con aspecto de alto funcionario que cojeaba
levemente de una pierna. Minutos después, atraviesa la sala otro personaje que también
cojeaba. Finalmente, veo aparecer a Witold que atraviesa la sala sin mirarme, pero
viéndome, con unas carpetas bajo el brazo y cojeando de ambas piernas en forma
pronunciada (...)”
“Yo sabía que más tarde debería preguntarle por qué cojeaba. El que se lo preguntara
era parte esencial de la construcción de la anécdota: „Vea, Tito, el director y el
subdirector cojeaban de una pierna en tanto que personas distinguidas, pero yo cojeaba
de las dos pues soy más distinguido que ellos”
La relación que Gombrowicz tenía con las mujeres es un campo fértil para el
psicologismo. ¿Las despreciaba? No, pero no sabía muy bien lo que significaban para
él. Se le aparecen con faldas, pelo largo y una voz un poco más aguda, y como un ser
que aparenta cultivar la juventud. Pero los conflictos que Gombrowicz mantenía con
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las mujeres a veces excedían la naturaleza del género femenino, se referían más bien a
cuestiones intelectuales.
La señora Swinarska había llegado de Polonia a Berlín para mantener un charla con
Gombrowicz, un encuentro que la señora estimula regalándole una rosa. Le dice que
ella conoce mejor la psicología alemana porque había sufrido a los alemanes en la
propia piel cuando realizaban su tarea sangrienta, mientras él había estado en la
Argentina a miles de kilómetros de distancia.
“Me compraré allí una casita; –Y a cambio de esa beca, ¿usted está obligado a escribir?;
–¿Obligado? No. Es una beca en reconocimiento a los méritos de un escritor (...)
Vosotros los polacos presumís continuamente y sin modestia de los cinco millones de
muertos. Se ve que sobre la ocupación nazi no tenéis nada más que decir... Los polacos
son unos nacionalistas provincianos... Sólo en Polonia se cuentan las barbaridades que
se cometieron durante la guerra...”
Según lo aclara Gombrowicz en los diarios la conversación había sido tergiversada,
pero no demasiado tregiversada, así que los polacos se enfurecieron.
“La forma más común del egoísmo humano es cerrar lo ojos a la desgracia ajena para no
enturbiar el goce de todos los placeres y encantos de la vida...¡Usted no merece el
nombre de escritor! (...)”
“Quien muestra una actitud tan cínica hacia el martirio de millones de sus
compatriotas... es un hombre carente de toda conciencia y sentido moral”
Gombrowicz manda una nota de descargo a la revista que había publicado el artículo de
la señora Swinarska, pero aparece en la revista mucho tiempo después, cuando el asunto
estaba olvidado.
“Ni en el más negro de mis sueños habría podido tener la miserable intención de
justificar, o ni tan sólo minimizar, los crímenes cometidos por los nazis en Polonia, que
condeno de la manera más enérgica junto a toda la gente honesta del mundo entero. No
pueden haber a este respecto ni la más mínima duda, ya que en diversas ocasiones me
he pronunciado sobre este tema en mi „Diario‟. Siento un profundo respeto por los
indescriptibles sufrimientos de los polacos durante la última guerra”
El conflicto que Gombrowicz mantuvo en Berlín con la señora Swinarska duró nada
más que unas horas, el que mantuvo con Helena Zawadzka, la secretaria del presidente
del Banco Polaco, duró siete años, y más aún, tenía muy presente a esa señora cuando
escribió “Cosmos”, mucho tiempo después de haber renunciado al banco. Leon contaba
en esa novela, que se llevaba muy mal con la secretaria del presidente del banco, que
esa arpía lo acusaba de escupir en el cesto de basura.
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Esta historia novelada del dueño de la posada de “Cosmos”es la misma que la historia
real de Gombrowicz con la secretaria de Juliusz Nowinski, el presidente del Banco
Polaco. En los primeros ocho años de Argentina Gombrowicz fue un bohemio que vivió
en la miseria, en los ocho años siguientes fue un empleado de oficina.
Ese hijo de una familia noble que no había trabajado en los últimos cuatrocientos años
fue arrastrado al trabajo por el hambre. El transcurso de las horas en el empleo alcanzó
en Gombrowicz una dimensión metafísica. Todas las horas eran terribles para este
bancario ilustre, las más singulares, la de entrada y la de salida. Como no soportaba al
banco ni a nada de lo que ocurriera dentro de él, el tiempo no le pasaba nunca.
Para mitigar la angustia se imaginaba un viaje a Mar del Plata, a determinada hora
calculaba que estaba promediando el viaje, más o menos había llegado a Maipú, ya más
cerca del destino final y, en su caso, de la salida del banco. Claro que esta tortura la
compartía con otros empleados de oficina, inútiles como él, que tenían poco para hacer,
pero la tragedia de Gombrowicz era mucho mayor.
Mientras trabajó en el Banco Polaco tuvo servicios sociales a precios módicos, sin
embargo, acostumbraba a pagarle a sus médicos con libros dedicados. También disponía
de alojamiento en casas de vacaciones que el banco tenía disponibles en Mar del Plata y
Córdoba a la mitad del costo, donde Gombrowicz pasó varias temporadas. Cobraba
horas extras, un sueldo mensual suplementario, componía poesías festivas, escribió los
diarios y todo el “Transatlántico” en la oficina.
Helena Zawadzka cuenta que Gombrowicz no se fue del banco para recuperar el tiempo
que le robaba a su actividad de escritor, sino porque se lo estaban vendiendo a
accionistas argentinos que no hubieran tenido con él las mismas consideraciones que
había tenido Nowinski.
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“En el banco nadie creía en él salvo Kaminski, él fue su mejor aliado y, prácticamente,
único (...) Kaminski era inteligente y poliglota, hablaba de filosofía y de música. Witold
lo quería a Kaminski y a menudo discutía con él. Conversaban frecuentemente de
Chopin...”
Gombrowicz se despide del amigo Kaminski en el “Diario” de una manera sincera.
“Durante varios años he pasado con el señor Kaminski siete largas horas al día en la
misma habitación. Era mi compañero de trabajo, un empleado como yo, y terminó por
resultarme simpático... El viernes pasado me despedí de él como de costumbre, pero el
lunes siguiente por la mañana no apareció por la oficina. Desaparecido, es decir,
muerto. Muerto tan bruscamente y desaparecido tan por completo como si una mano lo
hubiera llevado de entre nosotros. Lo vi por última vez en el ataúd, donde tenía aire de
importancia. Una impresión penosa”
“La provincia de Buenos Aires, del tamaño de Polonia, hace tiempo que ha quedado
atrás. También hemos abandonado ya la provincia de Santa Fe y ahora irrumpimos en la
arenas de Santiago del Estero; es de noche, corremos (...) ¡Por fin llegamos a Santiago!”
Gombrowicz se establece en Santiago del Estero en el año 1958. Huyendo del frío de
Tandil y del de Buenos Aires se toma unas vacaciones de cuatro meses y medio en esa
ciudad subtropical buscando un alivio para su asma.
En esa ciudad no encontró el término medio que había encontrado en Tandil ni el
anonimato de Buenos Aires, se movía entre la provocación y el erotismo. Gombrowicz
buscaba una actualización de su inmadurez y de su talante jocoso e infantil que no pocas
veces le producía dolor.
Las últimas paradas argentinas que hizo en este viaje a la inmadurez fueron Tandil y
Santiago del Estero. El intento por separar literariamente en los diarios su inmadurez
tandilense de su erotización santiagueña no funcionó y todo quedó confundido en una
especie de erotización inmadura.
La naturaleza indígena de Santiago asomaba la nariz por todas partes: en las plazas, en
los parques y en los estudiantes.
“Estaba sentado en un banco de la plaza, en un parque, y a mi lado tenía un muchacho,
posiblemente un estudiante de la Escuela Industrial, con un compañero un poco mayor
que él: –Si fueras de putas –le decía el muchacho al compañero–, tendrías que soltar al
menos cincuenta. ¡O sea que a mí me debes lo mismo! (...)”
convicción de una persona que defiende un derecho legítimo. Y además reía..., con esa
risa de aquí, nunca excesiva pero envolvente”
“Otra mano, al lado, perteneciente a otra persona, se apoyaba o, mejor, se agarraba con
los dedos al respaldo de la silla..., y de pronto fue como si esas dos manos me tomaran,
hasta el punto que me asusté, me quedé sin respiración..., y otra vez sentí en mí la
llamada de la carne”
Las manos que irrumpen como un llamado del cuerpo lo llevan a una persecución
anhelante y arrebatada de un muchacho moreno, desconocido para él, por las calles de la
ciudad de Santiago.
“Fue uno de esos momentos de mi vida en que comprendí con toda claridad que la
moral es salvaje. De pronto, cuando llegué a su altura, me saludó sonriente: –Qué tal?
¡Lo conocía, era uno de lustrabotas de la plaza (...) para eso yo no estaba ni por asomo
preparado! (...); –¿Adónde vas?, nos cruzamos y de toda esa pasión no quedó sino la
normalidad”
El parlamento argentino había promulgado una ley que concedía a las universidades
católicas y de otras confesiones los mismos derechos que tenían las universidades
estatales cuando Gombrowicz estaba en Santiago del Estero. Se produjo una protesta
enfurecida de la mayoría de los estudiantes universitarios a la que se unieron los
alumnos de las escuelas secundarias.
“Una buena mañana vi en la plaza mayor de Santiago una multitud de adolescentes bajo
la mirada paternal de la policía; uno de aquellos jóvenes pronunciaba un fogoso
discurso exigiendo la dimisión del gobierno y la supresión de la enseñanza religiosa en
las escuelas. Habló con tanta vehemencia, que cuando terminó le pregunté a solas cuál
era el motivo de su odio hacia la iglesia y el clero: –Las chicas– contestó lacónicamente
dándome un codazo”
El Beduino trataba de asegurarse, más que de ninguna otra cosa, de que Gombrowicz
tuviera efectivamente sentido del humor. Cuando estuvo seguro, con mucho disimulo,
encendió un petardo y lo puso debajo del banco, el petardo estalló: –Perdón,
Gombrowicz, ¿se asustó?; –No utilice, jovencito, esas armas infernales. Gombrowicz se
puso blanco como un papel y durante un largo rato no pronunció palabra.
Cuando Gombrowicz llega a Santiago lo está esperando en la estación Francisco René
Santucho, hermano de Mario Roberto. A comienzos de la década de 1950 había fundado
la Librería Aymara y el Centro Cultural “Dimensión”, donde auspició charlas y
conferencias de intelectuales como Miguel Ángel Asturias, Juan José Hernández
Arregui, Bernardo Canal Feijóo, Orestes Di Lullo, Witold Gombrowicz...
De esta manera rechazó las jerarquías y reivindicó la igualdad, el indio veía en el éxito y
en las muestras de talento el deseo de dominar.
“Con un movimiento de la mano en el aire, ese Nietzsche indio abarcó a la multitud y
concluyó: –Ahora aquí nada quiere destacarse ni brillar”
Pero ésta es justamente la opinión que Gombrowicz tiene de los argentinos, y no
solamente del indio. La belleza y la genialidad argentinas son antigeniales, su facilidad
proviene del hecho de que no quiere sacar provecho de sus ventajas, una idea realmente
interesante.
“Un europeo las cultivaría como un campo fértil, se inclinaría sobre sí mismo como un
instrumento”
El argentino en cambio permite que sus virtudes queden en un estado natural, no quiere
ser célebre, no quiere luchar contra la gente, es discreto, no quiere imponerse. La actitud
del argentino frente a los otros no es suficientemente aguda, no se les echa encima, no
necesita de los demás para ser alguien, el hombre no es para él un obstáculo al que tenga
que salvar, no utiliza a los otros como una garrocha para saltar hacia arriba. Si el
hombre argentino llegara a ser como lo piensa Gombrowicz, entonces, hay que decirlo,
en comparación, él se comportaba como un animal salvaje.
Otro asunto que puso al indio a la defensiva fue el engaño, los conquistadores
empezaron a confundirlo con piedras brillantes y siguieron tomándole el pelo. No hay
nada a lo que un indio tema más que a que lo engañen, y éste era el mismo tipo de
miedo que Gombrowicz registraba en algunos de sus lectores.
“Pero ¿de qué le sirve al indio saber si yo hablo „sincera‟ o „insinceramente‟? ¿Qué
tiene que ver esto con la certeza de los pensamientos que pronuncio?”
Gombrowicz estaba convencido de que se puede proclamar insinceramente una gran
verdad y soltar sinceramente la mayor tontería. Los pensamientos se deben analizar en
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tanto que pensamientos, y no en tanto a cuál sea la inteción del hombre que los
pronuncia. El engaño es una herramienta a la que el escritor debe recurrir para no
convertirse en una presa fácil del lector.
“Basta ya de ese sueño tranquilo en el seno de la confianza mutua. ¡Que despierte el
espíritu! ¡Despierta! ¡Y salud, indios!”
Cuando tenía siete años la familia de Gombrowicz se mudó a Varsovia, él prosigue sus
estudios en un curso particular organizado por la señora Balinski para su hijo
Kazimiers. La casa de esta señora era por entonces uno de los centros más importantes
de Varsovia. Gombrowicz la frecuentó durante mucho tiempo e hizo amistad con
Kazimiers.
No obstante, sus primeros contactos con los hijos de los aristócratas varsovianos lo
deprimieron. Se sentía torpe, y el saberse diferente de los demás lo llevó a distanciarse
de su familia, de la escuela y de sí mismo. Creyendo que su mundología dejaba mucho
que desear se preocupaba constantemente de los modos de comportarse en sociedad y
de su falta de modales.
Envidiaba de los aristócratas una facilidad para imponerse y una desenvoltura en los
modales que parecían innatas, así como un espíritu que, por esencial, debía dominarlo
todo. En sus relaciones con los adultos se sentía paralizado por sus defectos, a menudo
imaginarios, por lo cual aumentaba todavía más su timidez y su torpeza.
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“A pesar de eso seguía siendo provinciano hasta la médula, tímido, rústico, salvaje, casi
un hijito de mamá y, aunque vivía espiritualmente con una gran intensidad la nueva vida
polaca que nacía, en la práctica, no sabía establecer contacto con ella”
La buen relación que Gombrowicz tenía con la familia Balinski se enfrió un día en un
entierro.
“Maduraban en mí unas rebeliones que no podía comprender ni dominar. Me acuerdo de
un entierro al que asistí, era la inhumación de un pariente; los Balinski caminaban detrás
del féretro, muy dignos, acompañados de numerosas personas, cuando de repente no sé
qué demonio se apoderó de mí y empecé a comportarme provocativamente, metí las
manos en los bolsillos y me puse a dar patadas a todo cuanto hallaba por el camino (...)”
“Me volvía sobre las mujeres con las que me cruzaba, hasta que, finalmente, superando
la capacidad de espanto de mis padres, comencé a parlotear en voz alta con los demás
miembros del cortejo fúnebre, no menos horrorizados. Por fin, ya en el mismo
cementerio, me agarró un ataque de risa que no pude dominar; literalmente me ahogué
de risa sobre aquel ataúd”
Con Balinski y Kepinski formaron en el colegio una coalición de ataque y defensa. Es
difícil encontrar una persona que se parezca tanto a su obra, o una obra que se parezca
tanto a su autor, como en el caso de Gombrowicz. La narración en la que se nota más
este parecido es “Ferdydurke”, y esto es así porque en esta novela traspone, aunque no
demasiado, las torturas que había sufrido en el colegio, a un lenguaje artístico.
“Nosotros, en el cole, nos propinábamos grandes y ruidosas bofetadas que, sin embargo,
ya no terminaban en duelo. El ultrajado tenía que devolver la bofetada si no quería
perder su honor, pero entonces el adversario se veía también obligado a su vez a
devolver ya que una ley tácita estipulaba que el último en golpear la cara ganaba. Un
día, con Tadeusz Kepinski, atravesamos dos veces el patio de la escuela dándonos
bofetadas: ambos terminamos con la cara hecha una calabaza”
Kepinski ha escrito sobre Gombrowicz textos que lo muestran como un amigo muy
inteligente.
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“Pasaba el día entero con su madre y sus hermanos, pero no con su padre. Para Witold,
de niño, el padre era un ser lejano, providencial, su hermano Jerzy lo dominaba
directamente, el padre indirectamente (...) No se veía a sí mismo casado. De entrada, no
hubiera sabido jugar al pretendiente, mostrarse ansioso, declararse, suspirar, sufrir. No
se imaginaba en el papel de padre, preocupado y atento a crear las condiciones de vida
adecuadas para su mujer y sus hijos. La visión de todo ello era para él equiparable a la
muerte”
La coalición de ataque y defensa que había formado con Kepinski y Balinski aparece
claramente en “Ferdydurke”. La novela comienza cuando el protagonista treintiañero es
raptado de su casa.
Es raptado en una forma infantil por un profesor que lo lleva a una escuela de
adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el
profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y
estallar en una risa pellizcada.
En el medio de la narración el protagonista tiene unas aventuras en la escuela que
culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones
que expresan su antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la
utilización de palabras sublimes y obscenas, que caen en la vulgaridad y el
anacronismo, y que no pueden darle el triunfo a sus ideas. En el colegio se había
formado dos bandos irreconciliables, el de los muchachones que representaban ideales
bajos, y el de los adolescentes que representaban ideales sublimados.
Si Polilla, el líder de los ideales bajos, realizaba su plan de violar la inocencia de Sifón,
el líder de los ideales sublimados, la realidad se convertiría en una pesadilla y el
protagonista ni siquiera podría soñar con la huida. Pepe le está comentando en voz baja
a un compañero que sería mejor disuadirlos de la violación, pero Polilla se da cuenta: –
¿Por qué te metes? ¿Quién te permitió chismear de nuestros asuntos con Kopeida? ¡A él
eso no le interesa! ¡No te atrevas a hablar de mí con él!; –Polilla, no hagas eso con
Sifón; –¿Por qué no?; –Porque no; –¿Sabes dónde te tengo con Sifón? ¡Te tengo en el ...
¡Perdón! ¡En mi mejor estimación!; –No hagas eso, no se metan en eso. ¿Acaso no te
ves haciendo eso? Oye, ¿tú te has imaginado eso?, ¿tú te has visto?, Sifón atado en el
suelo y tú violado su inocencia a la fuerza y por las orejas.
¿No te ves en eso?; –Veo que tu también eres un digno adolescente. Sifón te ha influido,
¿no es cierto? Mientras estaba diciendo todo esto le dio un punta pie: –¿Acaso porque
Sifón es inocente tú tienes que ser indecente? Polilla se sumergió en dolorosos
pensamientos dejando por un momento la trivialidad y la vulgaridad y el rostro se le
descongestionó, pero cambió inmediatamente: –¡Cuculeíto! ¡Cucucaleíto! ¡No, no
puedo permitir que consideren a los colegiales unos inocentes! ¡Tengo que violar por las
orejas a Sifón!
Cuando Pepe le propone la huida, Polilla empieza a soñar con el peón, la fraternización
con el peón es su ideal bajo. Pero de repente un rugido sarcástico estalló a dos pasos de
ellos. Sifón y Conejo, con algunos otros, se agarraban sus barrigas inocentes
carcajeando y rugiendo.
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¡Te felicito, Polilla, te felicito! ¡Por fin sabemos qué se oculta en ti! ¡Sueñas con el
peón! ¡Finges ser un muchachón brutal, pero en el fondo eres nada más que un
sentimental soñador peatonal! Polilla se daba cuenta que la balanza se estaba inclinando
peligrosamente a favor de Sifón, entonces se le ocurre desafiarlo a un duelo de muecas.
Eligen la hora, el lugar y las árbitros. En el momento que lo están designando a Pepe
como superárbrito, suena el timbre, se abre la puerta y un hombrecito barbudo entra a la
clase y se sienta sobre la tarima... Pasa una hora, termina la clase y los alumnos
profieren un rugido salvaje. El viejito pestañeó y salió. El duelo de muecas iba a ser un
duelo a muerte y no un palabrerío vano. Conejo lo aconsejaba a Sifón: –¡No te asustes,
piensa en tus principios!
Teniendo principios puedes en nombre de ellos fabricar fácilmente todas las muecas que
quieras, mientras él carece de principios y deberá fabricarlas, no en nombre de ningún
principio sino por su propia cuenta. La cara de Sifón resplandecía pues los principios le
daban el poder de poder siempre y con cualquier intensidad. Los amigos de Polilla le
aconsejaban que no se expusiera a la derrota: –No te eches a perder, ni a ti ni a nosotros,
mejor ríndete enseguida, finge que está enfermo y te excusaremos; –No puedo, ya están
echados los dados. ¡Fuera! Pero la cara se le alargó y dio muestras de un malestar
pronunciado. Los árbitros castañetearon los dientes: –¡Podéis empezar! Parecía que
Polilla dominaba, pero de pronto Sifón replicó alzando un dedo, hacia arriba, era un
golpe poderoso.
Polilla alzó el mismo dedo, lo puso en la nariz, se rascó y escupió sobre él, se defendía
atacando, pero el dedo invencible de Sifón permanecía en las alturas. La situación de
Polilla se volvía terrible porque ya había gastado todas sus asquerosidades y el dedo de
Sifón siempre indicaba hacia lo alto. De repente Polilla rompió el silencio con un grito
espantoso; –¡A él! ¡A él! Se arrojó sobre Sifón y le aplicó un flor de sopapo. Los
muchachos se arrojaron sobre los adolescentes y los maniataron con los tiradores. –¡Ah,
mi adolescentucho inocente, tú creías vencerme. Polilla estaba sentado sobre Sifón: –
Dame tu orejita. Por suerte se puede todavía penetrar en el interior por vía de las orejas.
Se inclinó sobre él y empezó a soplar. Sifón chilló como un chancho, viendo que no
podía zafarse, rugió para tapar las mortíferas palabras de Polilla que lo iniciaban y lo
enteraban.
Era increíble que los ideales pudieran emitir semejante rugido, pero el verdugo rugió
también: –¡Mordaza! ¡Métele mordaza! ¿Qué esperas? Se lo estaba pidiendo a Pepe, era
él quien debía ponerle la mordaza.
“Justo en el momento culminante de la atroz violación psicofísica que efectuó Polilla
sobre Sifón, se abrió la puerta y entró en la clase, como caído del cielo, Pimko, siempre
infalible en toda su personalidad excepcional. –¡Qué bien, los niños juegan a la pelota!
(...) ¡A la pelota, a la pelota juegan! ¡Con qué gracia uno tira la pelota al otro, con qué
soltura la agarra el otro! Y viendo los rubores sobre mi cara, pálida y crispada por el
pavor, añadió: –¡Oh, qué colorcitos! Se ve que la escuela te resulta saludable y la pelota
también, mi Pepito. Vamos, te llevaré a la casa de la señora Juventona, donde alquilé
una pieza para ti”
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Herbert Spencer fue el fundador del darwinismo social y un ilustre positivista. Utilizó
en forma sistemática los conceptos de estructura y función y concibió a la sociología
como un instrumento al servicio de la reforma social. Spencer considera a la evolución
natural como la clave de toda la realidad, a partir de cuya ley mecánica y materialista se
explican los niveles progresivos de la realidad: la materia, lo biológico, lo psíquico, lo
social...
Su intento de sistematizar todo el conocimiento dentro del marco de la ciencia moderna
en términos de evolución lo convirtió en uno de los principales pensadores de fines del
siglo XIX. No hay cosa que sea más ajena a Gombrowicz que las ideas de Spencer, el
filósofo que subyugaba a Marcelina Antonina.
Esta caída en la irrealidad en las vísperas de su propia muerte le venía desde la cuna
pero, le viniera de donde le viniera, hay que decir que la idea de realidad se escurre
entre las manos como una anguila. La realidad se define a veces de modo negativo y a
veces de modo positivo. En el primer caso se afirma que el ser real sólo puede
entenderse como un ser contrapuesto al ser aparente, o al ser potencial, o al ser posible.
En el segundo caso se afirma que es real sólo lo que existe, y no es real sólo lo que es.
La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de
equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la
forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que
se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los
bastidores de la realidad.
La falta de realidad era una espina que se clavó muy pronto en la piel de Gombrowicz,
tanto que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real, y no sólo
porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son
historias que no pueden ocurrir en el mundo real.
Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación
son los que le hacen posible la actividad de escribir, es decir, el defecto de realidad es
entonces el que pone en marcha su obra, pero no su desarrollo y su término, pues todas
ellas tienen, como quien diría, una moraleja. Si el defecto de realidad es el motor de su
literatura, se podría decir que el exceso de realidad obraría para Gombrowicz como un
palo en la rueda; y así era nomás.
de otro costal, es ya otra historia. Decidió quedarse algunos días en esa playa, pero en la
mañana del cuarto día vio a la escocesa sentada en la arena.
La situación era más embarazosa para ella que para Gombrowicz, pero ambos se ponían
como un tomate cuando se veían. Gombrowicz decidió mudarse a un pueblo vecino. El
día después de la llegada, cuando salía del hotel a la mañana, vio a la escocesa bajando
del autobús, a ella también se le había ocurrido la idea de mudarse. Gombrowicz
consideró a estas circunstancias como un exceso de realidad y nunca se atrevió a
ponerlas en una novela.
“En el Banco Polaco nadie creía en Gombrowicz salvo Kaminski, él fue su mejor aliado
y, prácticamente, único (...) Kaminski era inteligente y poliglota, hablaba de filosofía y
de música. Witold lo quería a Kaminski y a menudo discutía con él. Conversaban
frecuentemente de Chopin...”
Aunque Gombrowicz no destaca a Chopin tanto como a Beethoven en sus escritos,
conocía profundamente a este artista romántico, no podía ser de otra manera siendo
polaco. Cuando se estrena “El casamiento” mantiene una conversación con Diego
Masson, el compositor de la música para el estreno de la pieza teatral en París, un
diálogo que contiene algunas apreciaciones estéticas que no están hechas tan en broma
como parece.
“He oído que el decorado estaba hecho con restos de coches viejos; –Sí, era excelente; –
¡Oh, qué feliz me siento de no haberlo visto, esos restos de coches!, me hubiera gustado
mucho más un lindo decorado gótico con muchos colores. Usted compuso además la
música para la batería, ¿no es cierto?; –Sí, es verdad, la música fue escrita para dos
bateristas, detrás de las cortinas había un gran número de instrumentos de percusión; –
¡Oh, qué feliz estoy de no haberlo escuchado!, sabe usted, a mí me hubiera venido
mucho mejor algo como Beethoven o Chopin”
Frederic Chopin fue uno de los campeones de romanticismo polaco, no sé cuánto de
románticos eran los corazones de Bruno Schulz y de Gombrowicz, pero solían tener
conversaciones frente al monumento a Chopin en Varsovia.
Hay pueblos que alcanza la grandeza conquistando naciones, hay otros que la alcanzan
con el romanticismo, pero en uno o en otro caso nos encontramos con problemas.
Frederic Chopin es considerado uno de los más importantes compositores y pianistas de
la historia. Su perfección técnica, su refinamiento estilístico y su elaboración armónica
han sido comparadas con las de Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart y
Ludwig van Beethoven por su perdurable influencia en la música de tiempos
posteriores. La obra de Chopin representa el romanticismo musical en su estado más
puro.
“(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una
marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible
para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia
marcha? (...) La vida política no me interesaba”
Esta presión contra la patria va creciendo hasta que pronuncia la blasfemia increíble del
comienzo de “Transatlántico”. Pasados diez años de escritas estas páginas en las que
maldice a Polonia, pone en el diario que en ese barco, en “Transatlántico”, había
regresado a su patria y se había convertido en un ciudadano. La patria, como a Chopin y
a Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu polaco. Y la patria lo llama
nuevamente cuando se va de la Argentina y lo sorprende diciendo que no se había
desnacionalizado, que seguía siendo tan polaco como el primer día.
“Esta obra nació en mí como un „Pan Tadeuz‟ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito
también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía nacional,
supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En
“Transatlántico” quería oponerme a Mickiewicz”
Gombrowicz había empezado a lidiar con el espíritu romántico polaco en su primera
novela. En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre
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ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a
medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe
“Ferdydurke” con un propósito restringido, pero la obra se la va de las manos, le sale el
tiro por la culata y se pone en línea con la “Oda a la juventud” de Adam Mickiewicz.
“(…) la Historia ha enseñado a los polacos lo que quiere decir no ser. Privados de
Estado, vivieron durante más de un siglo en el corredor de la muerte. „Polonia todavía
no ha perecido‟ es el primer y patético verso de su himno nacional y, hace unos
cincuenta años, Gombrowicz, en una carta a Czeslaw Milosz, escribía una frase que no
se le habría ocurrido a ningún español: „Si dentro de cien años nuestra lengua todavía
existe‟…(...)”
No pasaron cien, pero pasaron cincuenta años y la lengua polaca todavía existe, una
lengua que a mi modo de ver tiene demasiadas consonantes. La grandeza del hombre
clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura en la que el hombre trata
de ser dueño y señor. La postura romántica, en cambio, se expresa en el sometimiento
del hombre, en el aguante y en el sufrimiento, la grandeza del hombre romántico recién
aparece cuando se convierte en víctima de un mundo que lo supera.
Chopin representa la postura romántica del aguante y el sufrimiento, su grandeza
proviene de su lucha contra una fuerza que lo somete y lo hace víctima de un mundo
que los supera. En la relación de los polacos con el mundo de antes de la guerra había
algo malo y alterado.
El Dalí Selvático desempeña dos de las ocupaciones que le ponían los pelos de punta a
Gombrowicz, la de pintor y la de periodista. En tanto que periodista acaba de publicar
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una nota en “Letralia” en la que muestra una habilidad que le resulta indispensable a
todo periodista que se precie de serlo: destilar veneno.
“A través de la Internet conocí a un escritor cuyo único tema de sus conversaciones,
libros, crónicas, entrevistas, cartas y correos electrónicos giran en torno a la vida y
desmilagros del escritor polaco Witold Gombrowicz. Mi vinculación virtual con tan
singular personaje surgió a raíz de un texto que escribí sobre el autor de Ferdydurke.
Esto fue suficiente para que me incluyera como miembro del club de los
gombrowiczidas (...)”
“A este club pertenecen todos aquellos que han escrito o se han vinculado de alguna
manera con Gombrowicz. Como miembro tengo derecho a un seudónimo y a formar
parte de la mitología que flota alrededor del escritor polaco. Mi mote, mi alias en club
tan selecto es Dalí Selvático (...)”
“Todas las mañanas (incluso los domingos) llega puntual a mi correo un texto sobre
Gombrowicz escrito por el sumo pontífice de los gombrowiczidas: Juan Carlos Gómez
(conocido como Goma). Son textos que cuentan chismes, anécdotas, viñetas
malintencionadas, críticas deslenguadas de Gombrowicz y otros miembros del club.
Goma tiene una escritura vitriólica y una verborrea que no se anda por las ramas para
atacar y defenderse (...)”
“No sé, pero hay algo aterrador (o que pertenece al submundo de las noveletas de
misterio) en que un escritor termine con un tema recurrente, con una idea fija sobre otro,
y eso sin duda es peor que la inmortalidad con plaza y busto de falso bronce. Goma sabe
de su inclinación, un tanto maniática, por el escritor polaco, y a la sazón escribe: „Los
investigadores de los pasos que han dado los hombres de letras en el transcurso de sus
vidas son unos obsesos que persiguen los detalles. Gombrowicz carga sobre sus
espaldas unos cuantos de estos especialistas, algunos de ellos forman parte del club de
gombrowiczidas. (...) El camino que siguen los grandes escritores después de muertos
está compuesto de una mezcla de asuntos cuyas proporciones varían a medida que pasa
el tiempo. Los ingredientes de esa mezcla son la propia obra del hombre de letras, los
testimonios de los que lo conocieron, una gran variedad de documentos, y los escritos
de los que escriben sobre el muerto‟ (...)”
“Creo que Goma sabe el terreno inestable y nervioso que pisa. Sabe a la perfección que
no puede impedir que otros escritores comenten y escriban sobre Witold Gombrowicz,
que también participen de esa mitología que el fiel Goma ha creado y cuya única
patente de corso es haberlo conocido, haber sido su amigo, confidente y receptor de un
buen número de sus cartas (...)”
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“Me intriga Goma en sus dos vertientes: como caso clínico y como escritor. Si sus
intereses hubiesen sido otros quizá habría escrito una obra tan original como la de su
idolatrado amigo polaco. Convertirse en la sombra caligráfica de la memoria de un
escritor muerto tiene algo de necrofilia poética, pero en este universo siempre
sorprendente de la literatura todo se encuentra en esa línea delgada de la imaginación y
lo inesperado (...)”
Este diagnóstico epigramático que me hace el Dalí Selvático, aunque un poco limitado y
prudente, me hace recordar a otro que me viene de la lejana Polonia, escrito por la Vaca,
un filólogo ilustrísimo que dicta cátedra en la Universidad Jaguellónica de Cracovia y
uno de los creadores de la gombrowiczología.
“(...) Pero... la maldición de Gómez es la de que no se nos mostró como artista y sólo
brilla con la luz que refleja (...) Estaría contento si consiguiera para sí mismo la fama y
los aplausos que consiguió Gombrowicz en forma auténtica, pero esos materiales no le
alcanzan para una túnica real (...) „¿Podrías arrodillarte delante de mí y llamarme
genio?‟, me propuso este juego al estilo Gombrowicz. El juego es una cosa buena pero
después de un rato renace la necesidad de algo más serio (...)”
Me había dicho que sólo lo haría, cuando se lo pedí por primera vez en 1998, en el
momento que yo me manifestara como escritor con una obra. El momento había
llegado, pero la pobre Vaca estaba cansada con tanto trajín y con el viaje, y en vez de
arrodillarse y de consagrarme genio, se durmió.
“Voy a contar alguna que otra cosa de mi viaje a Italia; fue mi última confrontación con
Europa antes de la guerra (...) Aquella primavera italiana era espléndida”
Gombrowicz se había entregado al vagabundeo, el gran esfuerzo que le había demando
“Ferdydurke” había quedado a sus espaldas. En ese año el jurado de “Wiadomosci
Literackie” debía fallar sobre el mejor libro de 1937, Gombrowicz empezó a gastar
zlotys a cuenta, pero el premio se lo dieron a Boy-Zelenski.
“No me importó mucho, con premio o sin premio sabía que había entrado en la
literatura polaca para siempre. Descansaba”
El aire de Roma, el clima limpio, transparente, latino, contrastaba con las brumas de
Polonia, ese aire tenía para Gombrowicz un perfume particular.
“Y, sin embargo, en este aire y sobre el fondo de un paisaje tan noble, también se dejaba
sentir algo turbio y monstruoso, como una pesadilla. Los diarios alababan ruidosamente
el eje Berlín-Roma, por todas partes olía a chantaje y a traición, para mí el complot de
Italia con Alemania era la traición a Europa en la calle, en los discursos de Mussolini,
en las canciones de los fascistas y hasta en los juegos bélicos de los niños delante de
villa Borghese”
Gombrowicz se da cuenta de que los italianos están desorientados. La duda que flotaba
en el aire era la de saber cuál era la verdadera naturaleza de Mussolini, a lo mejor el
Duce era un hombre providencial y un caudillo infalible, quizá le había sido impuesta
la misión histórica de liquidar el mundo latino, siempre tan equilibrado.
“Qué difícil resultaba definir algo en la bruma de aquella época, todos esperaban el
veredicto de la Historia, pero la Historia no tenía prisa, no se sabía quién mentía, quién
faroleaba, quién era honesto, los contornos estaban borrosos, los límites diluidos”
Abrumado por esa Roma fascista Gombrowicz se va a Venecia. Conversa en el tren con
cuatro pilotos italianos: –¿Y si el Duce os ordenara bombardear todo esto, la iglesia, el
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“Esa semana, pasada en Venecia, me resultó difícil, emponzoñada por algún elemento
salvaje que se infiltraba en la tranquilidad del Renacimiento y del gótico. Regresaba a
Polonia de un humor siniestro. Anochecía, el tren corría en dirección hacia Viena, pero
yo tenía la impresión de que me llevaba a las tinieblas, los ojos dejaban de distinguir las
formas, en espacios desconocidos aparecían unas pequeñas luces, una presión rítmica y
balanceante hacia este espacio se convertía en una sensación apocalíptica. De repente
me di cuenta de que no era el único que tenía miedo. Alrededor de mí, en el
compartimento, en el pasillo, todos tenían miedo. Las caras estaban tensas, se
intercambiaban observaciones, comentarios... ¿De qué se trataba? Era evidente que algo
había pasado (...)”
“Pero no quise preguntar. Cuando llegamos a los suburbios de Viena, vi grupos de gente
con antorchas, victoreando. Los gritos “¡Heil Hitler!” llegaban a nuestros oídos. La
ciudad enloquecía. Comprendí: era el Anschluss. Hitler estaba entrando en Viena”
Gombrowicz vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad
política cuyas formas más representativas fueron el fascismo y el marxismo.
Las posturas políticas de Gombrowicz son ajustes de cuentas que hace entre el
individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las
condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El
propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más
resistente al abrumador predominio del estado y de las instituciones colectivas que
presionan sobre el hombre.
En el café lo llamaban “el rey de los judíos” porque a su mesa concurría una gran
cantidad de semitas, eran sus oyentes más fieles. Pero no era solamente la libertad y la
audacia el atractivo que tenían los judíos para él, tardó algún tiempo en descubrirlo
pero, finalmente, se dio cuenta que tenía con ellos algo más en común: la actitud frente
a la forma.
No era de extrañar que ese pueblo trágico, sufriendo a través de los siglos enormes
deformaciones, tuviera una forma grotesca: barbudos, con levitas, poetas en éxtasis
concurriendo a los cafés, millonarios en la bolsa, eran realmente unos personajes
increíbles. Los judíos sienten en su propia carne la vergüenza de este ridículo, pero no
saben liberarse de la deformación que los oprime, por tal razón se perciben a sí mismos
como una caricatura, como una broma extraña del Creador.
Esta actitud tensa de los judíos hacia la forma que les impide ser del todo judíos, como
son del todo campesinos o nobles, los campesinos y nobles con una forma heredada a
través de las generaciones, lo fascinaba a Gombrowicz, era eso precisamente lo que
destacaba en sus creaciones: la pugna del hombre con la forma para descubrir su tiranía
y para luchar contra su violencia.
“Eran entonces problemas casi inconcebibles para la gente de mi medio, que se movía,
pensaba y sentía según un modo establecido de una vez por todas, heredado de sus
antepasados. Sólo cuando la guerra y la revolución vinieron a romper este ritual y se
pusieron a modelar a la gente como si fueran muñecos de cera, cuando todo lo que
parecía eterno resultó ser frágil y huidizo, entonces mis ideas adquirieron peso (...)”
“Pero yo ya me había dado cuenta antes de cómo, justamente respecto a los judíos, esas
maneras soberanas y altivas de la gente de mi esfera se derrumbaban penosamente. Los
judíos parecían ser un elemento comprometedor ante el cual uno no podía comportarse
adecuadamente”
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Gombrowicz tenía con los judíos una unión espiritual nada superficial, fueron siempre y
en todas partes los primeros en comprender y valorar su trabajo de escritor, sin
embargo, sus relaciones intelectuales con ellos no se extendieron nunca al terreno de la
amistad personal. No era tanto su frialdad intelectual lo que le chocaba, sino la
ingenuidad con la que se dejaban impresionar por el intelecto, una admiración confiada
e infantil por la razón científica, las teorías y la cultura en general.
Algunos miembros de la nobleza polaca se unían a los judíos para darle un poco de aire
financiero a sus blasones, eran unas uniones desgraciadas pues sus hijos no llegaban
nunca a ser reconocidos en los salones. Los integrantes de la clase alta se comportaban
como si nada se supiera, la buena educación los obligaba a evitar en presencia de esas
familias la más ligera alusión a los judíos.
Krystyna Skarbek, una hermosa joven polaca que tuvo un desempeño heroico durante la
segunda guerra mundial, pertenecía precisamente a esa categoría de desgraciados
mestizos. Nacida de padre conde, su madre Goldferer era judía. La trataban según los
cánones de comportamiento que ya mencionamos, pero un día ocurrió una catástrofe.
Krystyna se hallaba sentada en la terraza de un hotel en compañía de personas con
título.
De repente se detuvo delante del hotel una señora entrada en años, gorda y vestida de
una manera llamativa: -¡Krysia, Krysia! Todos se quedaron de una pieza, la joven, en
lugar de contestar, hizo como si no se tratara de ella: –¡Krysia Skarbek, Krysia Skarbek!
En ese grupito de gente tan mundana sólo había miradas clavadas en el suelo y caras
tensas, como si hubieran sufrido un ataque de parálisis.
“Que bendición si alguien hubiera dicho simplemente: Krysia, ¿no oyes?, una de tus tías
te está llamando. Pero nadie fue capaz de pronunciar esas sencillas palabras (...) En la
actitud de esos nobles no había nada de menosprecio ni de odio, solamente había un
falta terrible de sentido práctico, una incapacidad para superar lo convencional y
adoptar un estilo más moderno”
Fue para muchos la mejor agente de los servicios secretos británicos durante la Segunda
Guerra Mundial y uno de los personajes más arrebatadoramente románticos de la época.
Capturada en 1941 por la Gestapo, la resuelta Krytyna logró que la dejaran libre tras
provocarse una hemorragia mordiéndose la lengua para hacer creer a sus captores que
padecía tuberculosis.
Saltaba sin temor en paracaídas, atravesó los montes Tatra esquiando para infiltrarse en
Polonia, combatió codo a codo con la Resistencia francesa y burló varias veces a la
terrible Gestapo, arrebatando de las mismísimas fauces de la muerte en una de ellas a
dos importantes camaradas. En Digne, al sur de Francia, dos de los grandes jefes
operativos fueron detenidos en un control cuando viajaban camuflados en un vehículo
de la Cruz Roja.
Para investigar el parecido que tiene Gombrowicz con sus escritos analicé con algún
detenimiento el pasaje de “Ferdydurke” en el que el profesor llamado Enteco, a causa de
su cara algo consumida, le explica a los alumnos por qué el gran poeta Slowaski
despierta el amor, la admiración y el goce. Como no puede explicarle ni aclararle nada,
el Enteco saca una fotografía de su mujer y de su hijo para tratar de conmoverlos. A
primera vista se podría pensar que este relato es el producto de la imaginación afiebrada
de Gombrowicz, nada más alejado de la verdad.
“A medida que iba creciendo me volvía cada vez más peligroso. Mis composiciones de
polaco eran las mejores y eso me salvaba, en otras materias era ignorante y holgazán.
Un día, nuestro profesor de polaco Cieplinski, nos mandó escribir una redacción sobre
Slowacki (...)”
“Harto ya de tanto incienso dedicado al poeta profeta, decidí para variar, fastidiarlo un
poco (...) El profesor Cieplinski me puso un cero y me amenazó con enviar el trabajo al
ministerio. Yo le pregunté por qué obligaba a los alumnos a ser hipócritas (...) En
„Ferdydurke‟ encontraréis una descripción de las clases de polaco y de latín, así como
de el cuerpo de profesores, esas escenas delirantes nacían entonces en mi cerebro, en el
séptimo grado, mientras naufragaba en las conferencias dulcemente conmovedoras del
profesor Cieplinski –por lo demás una buena persona– sobre nuestros poetas profetas o
cuando contemplaba con horror la figura maltrecha y grotesca de nuestro profesor de
latín”
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¿Y por qué nos dice Gombrowicz que a medida que iba creciendo se volvía cada vez
más peligroso? Porque ya había tenido un altercado con el profesor de dibujo cuando
después de una exposición a la que fue para ver sus cuadros le manifestó que no le
habían gustado nada, y que eran una verdadera vergüenza. Pero ese pintor tenía en aquel
entonces una ventaja sobre los pintores que conoció después. Lo agarró de una oreja y
lo condujo a la secretaría del colegio en la que tuvo que tragarse las lágrimas de
humillación.
Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki y Zygmunt Krasinski son los tres poetas profetas
de Polonia, y a partir de estos guías espirituales de la nación Gombrowicz empieza a
recorrer un largo camino que culmina cuando pronuncia su conferencia “Contra los
Poetas”, una de las piezas literarias más analizadas por los hombres de letras
hispanohablantes.
Los polacos estaban hasta la coronilla con sus tres poetas profetas cuyo estudio les
ocupaba casi todo el tiempo y les impedía dedicar sus cabezas al pensamiento y al arte
universales. A Gombrowicz no solamente lo aburría Slowacki. “Contra los poetas” es
un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación que le habían producido
los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía harto, pero la rabia lo obligó
a ventilar todo el problema de escribir versos.
Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien hecho, no se lo podía despachar
en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era nueva y estaba basada en un
sentimiento auténtico. Juliusz Slowacki es uno de los más grandes poetas románticos
polacos, con destacado papel en la conservación del ideal patriótico durante la
ocupación extranjera, consecuencia del reparto de Polonia.
“Explicar y aclarar a los alumnos por qué el gran poeta Slowacki despierta en nosotros
el amor, la admiración y el goce. El Enteco abrió discretamente el manual y empezó la
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recitación... ¿Por qué? Pues, porque, señores, Slowacki es un gran poeta. Los alumnos
cortaban los bancos con sus cortaplumas y hacían bolitas de papel para echarlas dentro
del tintero (...)”
“Amamos a Juliusz Slowacki y nos encantan sus poesías porque era un gran poeta y
porque en sus poemas vive una belleza inmortal que despierta nuestra más grande
admiración; –¡Pero si a mí no me encanta! ¡No me interesa! No puedo leer más que
dos estrofas y aún eso me aburre; –¡Cállese, por Dios!, ¿quiere perderme? ¡Le pongo
un uno a Kotecki!; –¡Pero palabra de honor que a nadie le encanta! ¡Cómo puede
encantar si nadie lee poesía fuera de los que están en edad escolar y eso porque se les
obliga a viva fuerza!; –Kotecki, yo tengo mujer y niño. ¿Tenga piedad por lo menos
del niño! (...)”
“El sudor bañó la frente del maestro. Sacó de la cartera las fotografías de su mujer y
del niño y trataba de conmover a Kotecki con ellas. Comprendí que debía huir. Pimko,
el Enteco, el poeta Slowacki, la escuela, los camaradas, en fin todas mis aventuras de
esa mañana, de repente giraban en mi cabeza. Pero en vez de huir empecé a mover un
dedo dentro del zapato lo que imposibilitaba cualquier huida pues no es posible huir
moviendo el dedo de un pie”
En “Ferdydurke” Gombrowicz relata los sinsabores de un joven que ronda los treinta
años y es sometido a las ordalías de tres colapsos: el de la escuela, el del amor y el de la
familia, pero el clima de la narración es siempre jovial, sarcástico y de un humor
penetrante.
“Gombrowicz no ha llegado a ello por la fácil vía de una especulación intelectual, sino
por la camino de la patología, de su propia patología (…) los tormentos de los hombres
en un lecho de Procusto: el de la forma”
Se propuso escribir una sátira que le permitiera sobresalir por el humor, pero la obra se
le inclinó hacia lo grotesco y le empezó a nacer un estilo que iba a absorber sus
sufrimientos y sus rebeliones más esenciales. A pesar de este llamado a la profundidad
que aparece en los prefacios de “Ferdydurke”, en los diarios y en “Testamento” la obra
mantiene un curso ligero que a duras penas puede ocultar la actividad de esa conciencia
agudísima que malogra el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas
acciones desembocan en comportamientos hilarantes la mayor parte de las veces.
Si bien no andaba muy bien que digamos con Dante por la ruindad de su idea de una
castigo eterno bajo el resplandor de un amor divino e ilimitado, pone al comienzo de
“Ferdydurke” algunas palabras de la “Divina Comedia”: “En la mitad del camino de mi
vida me encontré en una selva oscura”. Es difícil encontrar una persona que se parezca
tanto a su obra, o una obra que se parezca tanto a su autor, como en el caso de
Gombrowicz.
La narración en la que se nota más este parecido es “Ferdydurke”, y esto es así porque
en esta novela traspone literariamente, aunque no tanto, las torturas que había sufrido en
el colegio a un lenguaje artístico.
El que tenga aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y consiguiente
malaxamiento” de “Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba pensando
Gombrowicz cuando lo escribía.
Sea por el temperamento, sea por razones históricas, o sea por lo que fuere, a los
polacos les gusta protestar. Gombrowicz conocía a un polaco que solía sumirse en
profundas meditaciones. Luego, al volver en sí, decía: –Lameculos, cerdos, cerdas,
comemierdas, todos son la misma porquería; –¿En qué piensas?; –En los polacos. Desde
el mismo momento en que Gombrowicz empezó a escribir se dedicó a destruir a alguien
para salvarse a sí mismo. En “Ferdydurke” atacó a los críticos para distanciarse del
sistema de la episteme occidental. Sus ataques a los poetas, a los pintores y a París
también estaban dictados por la necesidad de apartarse de esa episteme.
“Me moría de vergüenza al pensar que sería un artista como ellos, que me convertiría en
un ciudadano de esta ridícula república de almas ingenuas, en un engranaje de esta
terrible maquinaria, en un miembro de este clan”
Pero a medida que pasan los años sus palabras escritas se fueron distanciando de
Gombrowicz, y él mismo y sus rebeliones, poco a poco, se convirtieron en literatura. La
ley que formuló tardíamente: cuanto más inteligencia, más estupidez, se le podía aplicar
entonces perfectamente a él mismo.
No podía agarrar a la episteme por la garganta y luchar contra ella pues su rebelión sería
absorbida fatalmente por su mecanismo; no hay nadie, al fin de cuentas, que aún
consciente de su absurdidad, no forme parte sin embargo de la episteme. Esta
impotencia de Gombrowicz para divorciarse de una episteme que había inventado
Platón con el propósito de distinguir la opinión simple de la fundada, lo lleva a hacer
declaraciones drásticas.
“Posiblemente sea injusto y algo cruel que mi alta vocación haya estado marcada por
una falta de ilusiones tan terrible, por una lucidez tan implacable. La ira que me
acomete cuando pienso en un artista como Tuwin ¿no estará relacionada con el hecho de
que él, a pesar de todo, era capaz de leerle a alguien un texto suyo sin esa desesperante
sospecha de estar aburriendo? También pienso que un poco de conciencia de lo que
llamamos la importancia social del artista me hubiera sido más conveniente que esta
certeza mía de ser socialmente un cero, un marginal”
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Cuando muere Tuwim Gombrowicz escribe unas palabras en el “Diario” en las que
trata de poner distancia con la grandeza y la poesía de este ilustre skamandrita. Julian
Tuwim fue uno de los máximos representantes de la literatura polaca. Desde el
comienzo y durante toda su carrera escribió de forma satírica sobre temas candentes,
proporcionó muchos monólogos para numerosos cabarets. Fue cofundador del grupo
experimental de poetas “Skamander” y del cabaret “Picador” y trabajó como escritor o
director artístico en muchos otros cabarets. Durante la Segunda Guerra Mundial se
exilió en los Estados Unidos, en 1946 regresó a Polonia.
“Me imagino las esquelas. Pero aquí, en privado, puedo anotar: ha muerto el más grande
poeta contemporáneo. ¿El más grande? Indudablemente. ¿Grande? Hm... (...)”
“Pienso que más bien se mantendrán en un sano y convencional estilo poético, dejando
caer una pequeña lágrima por la traición de haber demorado su regreso a Polonia
después de la guerra. Nuestra percepción de la poesía es, como ya se ha dicho, algo
primitiva y fuertemente mecanizada, pero hemos llevado a una gran perfección nuestra
manera de hablar de ella; es un hablar lleno de fiorituras, trinos y gorgoritos en un tono
poético, con una falsa conmoción poética y acompañado de un éxtasis poético
igualmente falso.
Este género es perfectamente adecuado para los entierros; supongo, pues, que en esta
ocasión será puesto en funcionamiento. En mi opinión, la poesía polaca (¿o tal vez todas
las poesías del mundo?) no dará un paso adelante hasta que no rompa con tres horribles
esquemas (...)”
“1) la actitud del poeta; 2) el tono poético; 3) la forma poética. Haced lo que queráis.
Tratad de salir de esto por puertas o por ventanas, me da igual; pero mientras estéis
adentro, nada os salvará”
Cada persona elige una palabra que considera la más importante, la palabra que eligió
Gombrowicz fue grandeza. Si bien es cierto que este detalle no basta para reconstruir
una personalidad, el caso de Gombrowicz es muy llamativo.
Grandeza es una palabra que nos hace pensar en la nobleza, en la majestad y en la
dignidad de lo grande, por lo tanto vamos a hacer una breve incursión panorámica sobre
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En un momento determinado hace un cálculo de las armas que podría contabilizar para
construir su propia grandeza si la trataba como un producto no premeditado y
obligatorio derivado de la propia actividad de la forma. Decide hacerse el autobombo en
sus diarios, pero el convencionalismo que le impide al autor florearse con este tipo de
jactancias funcionó y los lectores empezaron a aburrirse.
En los diarios, la actitud de Gombrowicz respecto a la grandeza, es vacilante, pero
vuelve a ella en forma reiterada, en cambio, en todo lo demás, es decir, en sus novelas,
en sus piezas de teatro y en sus cuentos, podemos decir que, por lo menos en relación a
los protagonistas, la grandeza no aparece nunca, lo que aparece más bien es una falta
absoluta de grandeza.
banquete”, y ninguno de sus personajes tiene algo que se acerque ni siquiera un poco a
algo parecido a la grandeza.
Esta ausencia absoluta de grandeza no se debe a la casualidad, es el producto de una
actitud completamente deliberada. Stefan, el protagonista de “El diario de Stefan
Czarniecki”, la segunda obra que escribe Gombrowicz, navegaba por el mundo en
medio de opiniones incomprensibles para él, y cada vez que tropezaba con un
sentimiento misterioso, fuese la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad
de cometer una canallada.
“Tal es el secreto personal que opongo al gran misterio de la existencia. ¿Qué queréis?...
cuando paso junto a una pareja feliz, a una madre con un niño o a un anciano amable,
pierdo la tranquilidad”
Ningún protagonista de la obra artística de Gombrowicz es grande, ninguno tiene
nobleza, valentía, ni siquiera dignidad y, sin embargo, la obra artística de Gombrowicz
pone en el centro de la creación la humanidad del hombre, y son la nobleza y la
dignidad las inspiradoras de sus escritos.
En los diarios Gombrowicz trata a los hombres sin demasiada consideración y en forma
dominante pero está acosado por la dimensión del mundo y por la misión que él mismo
se impuso para comprenderlo; al final del cuento termina quejándose de la grandeza de
un Gombrowicz que él mismo había creado con sus propias manos.
En los diarios, a veces parece que tuviera grandeza, y otra veces que no la tuviera; en su
obra...hmm. Su obra me recuerda un fin de año que festejamos en Fiat. El presidente de
la Fiat argentina, que poco tiempo después fue secuestrado y fusilado por los
montoneros, haciendo el balance de la actividad de las empresas que formaban el grupo
Fiat pronunció unas palabras llamativas: –La gerencia de Autos dio pérdida, la gerencia
de Grandes Motores dio pérdida, la gerencia de Material Ferroviario dio pérdida, la
gerencia de Camiones dio pérdida, pero todas las gerencias juntas dieron ganancia. Los
protagonistas de la obra de Gombrowicz no tienen grandeza, pero todas las obras juntas
en las que dan señales de vida, sí que la tienen. ¿Y, Gombrowicz mismo, en persona,
tenía o no tenía grandeza?
En una nota que le hacen en “El País” de España la Vaca Sagrada dice: “Sólo en
privado Witold tenía grandeza”. Para nosotros no era así, justamente en privado no la
tenía. Para nosotros fue un amigo, un noble polaco venido a menos, caído al nivel de un
burgués sin medios. Ni tan grave ni tan ligero, ni tan metafísico ni tan realista. Un
burgués inteligente, perezoso y bromista, ni más ni menos.
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