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I mpactado me hallo. Acabo de descubrir el golazo que Mauro Zárate dibujó el otro
día en casa del Lazio para comenzar goleando al Siena. Una falta perfecta, de las
que verdaderamente te hacen pensar cómo algo redondo cabe por una escuadra,
figura de cualquier tipo a excepción de redonda. Viendo el gol de Zárate resulta
incomprensible centrarse en el tema del fin de semana aquí, entre la prensa española.
Hablo de los cuatro goles de Higuaín y Eto'o, que para tanto dan, han dado y darán.
Hablo de Nasri, del Arsenal y del Manchester como no podía ser de otro modo. Tuve
la suerte de ver el partido y certifiqué, antes que nada, que Wenger es un visionario y
un revolucionario. Un entrenador que con los tiempos que corren en el mundo del fútbol
tiene los arrestos suficientes para darle a su equipo un aire ofensivo innegable y además,
repleto de jóvenes promesas, no es un entrenador. Es un genio, con las cinco letras.
Admiro con toda mi alma a Wenger.
Fue capaz de reconstruir su propia obra maestra llamada Arsenal de Henry, Pires,
Vieira y otros tantos con un puñado de jóvenes talentos personificados en el alma del
equipo, Fábregas. A día de hoy el Arsenal es el equipo de nivel alto más joven de toda
Europa y uno de los que mejor fútbol practica. Lo personificó el sábado frente al United
con Nasri a la cabeza, el genio francés al que ya comienzan a comparar con Zidane. Me
aburre, como por norma general me aburren todas las comparaciones.
Hablo de Nasri porque marcó dos goles y porque desde ya, al igual que con otros tantos
argentinos comúnmente catalogados de Nuevos Maradonas, se está cometiendo un
error. Nasri no es Zidane, ni se le asemeja, por muchos goles que consiga marcar a un
United descompuesto por completo en su defensa. Por lo pronto Nasri tiene pelo y es
bajito lo cual le hace antagónico al antaño genio del fútbol; y por otro lado, Nasri no
tiene la elegancia ni la visión de juego de Zidane. Es más rápido, eléctrico y vertical, lo
cual le convierte en el complemento perfecto de Fábregas, el hombre sobre el que se
sustenta el proyecto de Wenger.
El Arsenal consiguió vencer con un gol de ventaja sobre el Manchester, que se aleja
sospechosamente de los bien plantados Chelsea y Liverpool, y se acerca de este modo
a la cabeza de la tabla. Lamentablemente temo que los gunners no ganarán nada este
año. Y lo temo porque la juventud extrema no suele estar compaginada con ganar
títulos. Ojalá me equivoque, de verdad. Wenger se lo merece.
Tras despachar el derbi romano me dispuse a ver el Barcelona. Sin problemas, ocasiones
a mansalva y más líder. Entre minuto y minuto me dio tiempo a reflexionar acerca del
verdadero alcance de la crisis madridista y no pude hacer otra cosa más que
maravillarme, por así decirlo, con mi magno descubrimiento. El Barça y el Madrid
están anclados el uno al otro. Sus actos no son en vano, es decir, no suponen acciones
aisladas que puedan perjudicar o favorecer a uno mismo sino que lo que a uno le afecta
de un modo al otro le afecta de una manera completamente alternativa.
La crisis del Madrid es fruto de la desidia colectiva instalada en can Barça, allí donde
todo es un camino de rosas y de felicidad. Y cuando esto último sucede en Chamartín en
Barcelona se tiran de las orejas y lamentan la decadencia de sus estrellas. Lleva siendo
así durante diez años. Las virtudes de uno suelen ser el antagonismo de las fatalidades
del otro. El Madrid tiene serios problemas estructurales, no lo neguemos. Pero ver al
Barça tan pluscuamperfecto le hace sentirse peor de lo que está. Y normalmente, se
termina pagando tal sentimiento.
Hubiera preferido que tal galardón se lo hubiera llevado Torres, Casillas o incluso
Messi, para qué negarlo, no trago a Cristiano Ronaldo. Ni a sus fotos con el torso
desnudo ni sus continuas salidas de tono fuera del campo, vanagloriándose de su
condición de primer, segundo y tercer mejor jugador del mundo.
La alargada sombra del Balón de Oro hoy en día oculta otras noticias de interés. Por
ejemplo Huntelaar, del que dicen que dentro de poco podría firmar con el Real
Madrid —si no lo ha hecho ya—. Por fin he de reconocer un buen fichaje de Mijatovic
tras varios años de gastos exagerados en jugadores minúsculos, empequeñecidos ante la
empresa de jugar bien y cumplir en el Bernabeú, uno de esos estadios que hacen de un
futbolista un genio o una medianía deprimente.
El Real Madrid camina sin rumbo pero su habitual suerte le hace mantenerse a seis
puntos de la locomotora llamada Barça. De nuevo recital de Messi. De nuevo recital de
fútbol. Sobran los argumentos. Cuesta imaginar que el Barça no gane esta Liga
Española 2008/2009 —siempre me resistiré a llamarla Liga BBVA—.Disculpen que les
hable hoy de España, pero se acumulan los acontecimientos a comentar.
Este es probablemente el más grave, la punta del iceberg, aquel que no por tratarse de
un equipo de segunda es menor. Hablo de la supuesta compra del Málaga al Tenerife
en la última jornada de Liga de Segunda División del año pasado para que los
tinerfeños se dejaran ganar y así, el Málaga ascendiera. Se descubrió ayer gracias a la
conversación entre Jesuli, ex-jugador del Tenerife y Badiola, presidente de la Real
Sociedad y a la postre gran perjudicado de semejante tongo. He de insistir. Es la punta
del iceberg que nadie quiere ver, el mal endémico del fútbol del que todos se quieren
alejar sin conseguirlo ya que hablamos de una realidad soterrada.
Que las primas a terceros están a la orden del día es algo de interés público. Pero que un
equipo se venda y se deje perder al mejor postor no, o al menos no que sepamos. ¿Hasta
dónde está lleno de mierda el fútbol español? ¿Hasta dónde podríamos hablar de un
nuevo caso de fraude generalizado en el fútbol tras el turbio asunto italiano? No estaría
mal recordar que es Lorenzo Sanz y todo su turbulento pasado quien posee la mayor
parte de las acciones del Málaga.
No está de más recordar que el fútbol entendido como negocio, fichajes salvadores y
balones de oro por el medio, se ha convertido en un negocio del que se lucran unos
cuantos listos a costa de la ilusión de los demás. No está de mas recordar que el fútbol
no es un camino de rosas y que de ello dan fe en Turín. No estaría mal que alguien se
dignara a investigar qué ha sucedido. Ya basta de omertá. Ya basta de soterrar
escándalos deportivos.
Más allá del puro partido, observé en San Siro que un tipo rubio con el 76 a la espalda
era titular. Hablo de Shevchenko, el antaño mejor delantero del mundo por su velocidad
y virulencia en el remate. Shevchenko es la pura imagen de la decadencia futbolística.
Hablamos de un futbolista que en su día fue magnífico, maravilloso, de aquellos que
marcan una época y de quienes se habla en cualquier rincón del planeta.
Nedved y Del Piero son hoy por hoy pilares básicos del Juventus. Entrados en la
treintena, amantes del club de Italia -basta recordar su periplo por Serie B- siguen
siendo los estandartes y las figuras clave del equipo. Sin la velocidad de antaño pero
con más inteligencia jugando, si cabe, ambos suponen día a día la vitamina necesaria
para un equipo, el Juventus, mediocre. Contrasta su figura, su envejecida pero bella y
útil figura, con la de los antaño delanteros del mundo.
Shevchenko y Raúl, al que vi marcar un gol ante el Sevilla por la noche. La noche y el
día. Los cuatro, cinco años atrás, acumulaban todos los títulos imaginables e incluso los
trofeos individuales. La diferencia a día de hoy radica en la capacidad de saber
envejecer de unos y de otros. Shevchenko se marchó, cumplido su excelente periplo por
el Milan, al fútbol inglés, al Chelsea de su amigo Abramovich.
De Raúl podríamos decir lo mismo. Quizá fue con la salida de Florentino y la última
Liga de Del Bosque cuando el capitán del Madrid comenzó a decaer. La decadencia.
Ah, la decadencia, tan cruel con quienes jamás la temieron, con quienes jamás
estuvieron cerca de padecerla. Raúl se dejó el pelo largo y, lo que a priori se presentaba
como un cambio insignificante, supuso un cambio moral o físico, lo desconozco, letal.
Letal porque jamás volvió a ser el mismo, quien sabe si por el peso del brazalete o el
desgaste de los títulos, los goles, las noches de épica y gloria y los años.
El paso de los partidos provoca que siempre meta algún gol, lo que espolea a sus
favoritos para vendernos la resurreccion. No llegará. No sé si Raúl lo sabe, pero sé que
su entorno no lo quiere ver. El jugador se empeña en dar lo mejor de sí mismo a pesar
de su decadencia, y, oigan, si no fuera por todo el circo mediático montado a su
alrededor hablaríamos de un envejecimiento dulce en vez de un ostracismo cruel y
doloroso.
Si nos fijamos en Del Piero y Nedved hablamos de casos opuestos. Quizá influida la
afición y todos, por la no poco honrosa actuación en Serie B, apoyando al club de sus
amores, ambos no reciben críticas. Todos saben de su ya corto potencial pero nadie
reprocha su entendimiento, su tesón de cada partido, su alma, su coraje, sus ansias de
ser joven. La decadencia es injusta y no afecta a todos por igual. Nedved y Del Piero
son dos jugadores que han sabido adaptarse a sus años -o no, y así lo hemos querido
ver- mientras que Shevchenko y Raúl no han sabido -o sí, pero por X o por Y no lo
queremos ver-.
A pesar de la edad, del eterno Maldini y de sus imperecederos escuderos, ostentan dos
Copas de Europa, dos Scudettos y la mejor final de la historia. Perdida, pero la mejor a
fin de cuentas. Ah, la decadencia. Quien sabe qué será de nosotros cuando nos visite.
Quién sabe qué artimañas y tretas nos depara el futuro. Tan sólo quedará saber mirar el
pasado, saber leer la historia.
L os ingleses son tipos raros y especiales. Conducen por la izquierda cuando todo
el mundo en Europa lo hace por la derecha, toman el té en vez de café tras en la
sobremesa, llevan bombín en vez de sombrero y no han cambiado el sistema
político desde hace casi quinientos años cuando en el resto del mundo ha habido mil y
una revoluciones políticas. Y, no se engañen. Tuvo que ser un enfermo sexual como
Enrique VIII quien comenzara a revolucionar el país del pastel de carne, la puntualidad
y la odiosa flema. Inglaterra señores.
Si bien son todo desventajas para nuestra mentalidad mediterránea, a los ingleses hay
algo que no se les puede echar en cara. Siempre han sido los más listos, los más
avanzados y los más beneficiados en cualquier conflicto. Pioneros en absolutamente
casi todo, crearon, el fútbol moderno en 1848, año de revoluciones e idealismo. Como
una respuesta al obrero, al pueblo llano, a la gente que antorcha en mano decidió
cambiar el sino de Europa para siempre.
El Manchester United es y será el club más rico del mundo gracias a que explotó como
nadie los derechos de imagen y la publicidad mundial de David Beckham. Se notó en
sus arcas y se notó en el aspecto de un club que es un lujo en todo su ser. Como la Liga
en la que compite. La diferencia real del fútbol inglés hoy por hoy y el resto de Ligas
del planeta no la marca la Premiership, esto es, la máxima categoría de su país.
Podremos alegar que la clase media española es superior, que los cuatro grandes de
Italia tienen más elegancia, historia y trabajo que cualquier otro club o que el Bayern
siempre está ahí. Pero si bajamos un escalón, o varios, descubrimos las diferencias.
Lo comprobé todo esto, no se crean que mi mente enferma deja de lado el fin de
semana, durante el partido entre el Hull y el Liverpool en el estadio que es capaz de
dejarte mudo incluso vacío. Allí donde se respira fútbol, Anfield, el Hull consiguió
empatar al club por excelencia en la historia de Inglaterra, el Liverpool. Pensé
acertadamente que la clase inferior del fútbol británico, aquella compuesta por equipos
de pueblo o de ciudades sin tradición en este deporte, le saca mil años luz al resto de
equipos pequeños del planeta.
La verdadera diferencia del campeonato inglés con el resto no radica en la Premier, sino
en sus categorías inferiores. Los equipos pequeños llenan estadios de quince mil
personas cuando caminan por categorías tres o cuatro niveles más bajas que la máxima,
sus aficionados se compran esas camisetas y no son más que de su equipo y, finalmente,
sus estadios presumen de lujosos y modernos en comparación, inclusive, con algunos de
la Primera División española, por ejemplo.
El Hull, hoy, es el máximo exponente de esta clase humilde del fútbol. Empató y se
mantiene en puestos europeos alentado por una afición que le sigue a todas partes, como
a casi todos los equipos. En Blackpool, una ciudad costera cerca de Liverpool y
Manchester, el equipo homónimo camina por las divisiones inferiores del fútbol inglés.
Tiene un estadio que ya lo quisiera el Racing de Santander o el Empoli en primera
división. Y se llena cada fin de semana.
Me reí de los grandes. Me convencí de que el fútbol les pertenece a los pequeños. Pensé
en el Hull. Pensé en el Hoffenheim. Pensé en el bien que le haría a cada Liga, tener
unas categorías inferiores como las del fútbol inglés.