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GUENON EN EL CORAZON

FEDERICO GONZALEZ

Para quienes Guénon ha sido un guía intelectual que los ha


introducido en el mundo del Conocimiento, su obra y la
figura que la produjo son verdaderamente providenciales. El
encuentro con Guénon les ha permitido evadir la senda
oscura –tal cual Dante relata en el comienzo de la Divina
Comedia- y vincularse a una luz duradera en el recorrido de
su destino y por lo tanto el agradecimiento subsecuente es
de rigor entre aquéllos que han vivido la experiencia de su
pensamiento. Sin embargo, y a pesar de esto y de las
distintas monografías, números especiales de revistas, y
estudios dedicados a él, Guénon es aún muy poco conocido
y no figura dentro de la literatura oficial de un país como
Francia, en donde nació y en cuya lengua escribió casi la
totalidad de sus textos. No obstante, este hecho puede
explicarse por la solidificación de nuestros tiempos y la falta
de interés por los temas que nuestro autor trata,
prácticamente dejados de lado –como tantas veces él lo
señalara- por el mundo moderno cuyo anquilosamiento en
esta fase final llega hoy casi al oscurecimiento completo del
entendimiento y al exterminio del símbolo, como mensajero
del plano intermediario. A esto debe sumarse algo mucho
más grave: la tergiversación que se ha hecho de su
pensamiento, por individualidades que, obedeciendo a
intereses personales e influidos vaya a saber por qué
oscuras fuerzas, han desvirtuado y adulterado su obra,
incluso utilizándola en su provecho, especialmente por
ciertos personajes que han pretendido ser sus
continuadores, cercenándole los aspectos más importantes
y ocultando elementos principales en detrimento de su
summa. Pienso que aceptar estas circunstancias es
ubicarnos en la realidad del mensaje de Guénon proyectado
sobre la sociedad actual, y más concretamente en el
esoterismo que corre desde su muerte hasta nuestros días.

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A veces se hace difícil no personalizar cuando se trata de
hechos o fenómenos, o aun en el caso de hablar de un
autor que a través de su obra nos hace partícipes de un
pensamiento desconocido y un mundo maravilloso que, sin
embargo, resuena en lo más hondo de la intimidad, al punto
de cambiar totalmente nuestros valores, y encauzar, por
ello, nuestra vida de un modo completamente distinto al
esperado. De todas maneras se me disculpará utilizar el
plural, ya que me permito hablar no sólo en nombre de los
redactores de la revista SYMBOLOS, con los que
compartimos el mismo punto de vista, sino también en el
de muchísimos lectores de Guénon (no de algunos de ellos
pretendidos "dueños" de su pensamiento, de los que poco o
nada hemos aprendido); me refiero a aquéllos que han sido
tocados por la obra guenoniana –que es a la vez simple y
compleja, ya que esto último está dado tanto por la
dificultad de expresión propia de la Ciencia Sagrada como
por aquella que existe en estado profano para comprender
verdades de otro orden, impedimento que las deforma o
reduce a su expresión literal- y que nos han comunicado
desde hace años sus inquietudes, así como han
manifestado su agradecimiento por el aporte que
significaron esos textos en sus vidas, aunque encontraron
difícil, por distintos motivos, profundizar en su
pensamiento, lo cual nos llevaría también al tema de las
diversas lecturas que se puedan tener de la obra de
Guénon, propias de ciertas limitaciones inherentes a cada
quien, en definitiva, presentes en todas las cosas.

Por lo que asumiendo esta posibilidad de hablar en plural es


que me permito expresar cierto tipo de vivencias que
suponemos de muchos lectores de Guénon, aunque sus
formas pueden haber sido –y seguir siendo- diferentes.

En primer lugar queremos destacar como rasgo distintivo


de su obra esa exactitud en la expresión, esa claridad
conceptual, que se entrevé explícita pese a la frase larga,
las subsidiarias, las notas, lo cual nos obliga a reparar en lo
que se dice, a volver a leer, a tratar de comprender –ya que
previamente hemos tenido una serie de pequeñas
"revelaciones" que nos obligan a insistir en el texto- y por
cierto en las llamadas a pie de página. Por otra parte están
las constantes relaciones que permanentemente ofrece al

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lector, al que de una u otra manera se le despierta una
especie de "reminiscencia", respecto a multitud de
imágenes que no recordaba, pero que formaban parte de su
bagaje cultural y personal; lo que, sin duda promueve en el
interesado, a su vez, multitud de analogías.

Anotaremos que, en muchos casos, esa exactitud es capaz


de producir un serio rigor intelectual en la búsqueda de sus
lectores; en cuanto a la "reminiscencia" y la analogía, el
campo riquísimo que se nos abre es ciertamente lo más
verdaderamente Universal que hayamos conocido.

Igualmente, Guénon crea una terminología perfectamente


adecuada a su manera de decir y la repite una y otra vez a
lo largo de su obra. Ella no es el producto de una simple
convención, sino que al utilizar los términos de modo
preciso se les restituye su valor, incluso, en muchas
ocasiones, remontándose a la raíz etimológica de las
palabras. Su discurso tampoco se aleja, mediante retóricas
oscuridades y declamaciones, del lenguaje filosófico y
cultural de una educación media y es harto comprensible
para su época y los años que la han sucedido. Salvo la
acepción que han tomado algunos pocos términos en estos
últimos años, como el de "persona" utilizado hoy en
relación con el simple ego y la "personalidad", (y que tal
vez Guénon denominaría individualidad), su obra –una
enseñanza permanente- es sumamente clara y legible para
aquellos que se concentran en su lectura. Es muy adecuada
también para los que han investigado en la religión católica,
concretamente en el tomismo, e incluso contiene rasgos de
cierto racionalismo –aún negando la razón- que los hace
muy útiles para ser comprendidos por gente de nuestra
formación; lo mismo vale en sus varios aspectos lógicos y
hasta positivistas, si nos es dable expresarnos así.

Otra cosa es remarcable: tras haber leído sus textos


después de años (en este cincuenta aniversario de su
desaparición), permanecen todavía no sólo las ideas, sino
las palabras con que están formuladas, y basta una
relectura para percibir la cadencia extraordinaria del
discurso, que responde a la estructura con que se construye
su obra, y que se prolonga de estudio en estudio, de
capítulo en capítulo, de libro a libro.

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Pero lo que fue fundamental para muchos de nosotros, lo
constituyó la idea de lo que el símbolo verdaderamente
representa y el valor que se desprende de esa concepción,
que por otra parte es aquello que lo legitimiza como
transmisor, y le otorga su auténtica función. Igualmente la
relación de los distintos símbolos entre sí, constituyendo
códigos completos de conocimiento y aperturas que se van
despertando mientras se avanza en los trabajos y se
estudian –y comprenden- al encarar las distintas formas en
que se manifiesta el Ser universal, a través de distintas
culturas, o de experiencias que se pueden deducir de modo
analógico y que están al alcance –configuran el entorno- de
cualquier ser humano contemporáneo.

Estas correspondencias entre cultura y cultura, mito y mito,


diferentes lenguas, etc., son características de Guénon, que
maneja y desarrolla distintas simbólicas, incluso alejadas en
el tiempo y el espacio, entrelazando imágenes que
terminan convirtiendo en un lenguaje propio el vehículo de
las ideas de lo que él llamó la Ciencia Sagrada. Como bien
se ha dicho: la inteligencia brilla con lo que la refleja.

En un trabajo anterior ("La Iniciación Hermética y René


Guénon", SYMBOLOS 11-12, 1996, pág. 221) nos hemos
referido a que el orden en la lectura de la vasta y compleja
obra de Guénon puede marcar las diferencias entre una y
otra forma de acercarnos a su pensamiento y al esoterismo
en general. Ello está expresamente de acuerdo con el nivel
cultural, la universalidad de las imágenes, los prejuicios de
sus lectores y las convicciones del hombre viejo. Porque si
bien es útil –y hasta necesario- que se tienda un puente
entre el estado profano en que se encuentra, en términos
generales, la inmensa mayoría de aquéllos que se acercan
a sus estudios por primera vez, también es imprescindible
que al encarar el posterior desarrollo de esa obra,
mensajera de la Buena Nueva, se mantenga la apertura
hacia la metafísica, sin rebajarla a intereses personales, o
de grupo, para no impedir vislumbrar así su inmenso poder
intelectual, es decir transformador, el que
desgraciadamente no todo el mundo está capacitado para
asimilar.

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Este es el caso típico de aquellos que se sienten partícipes
de alguna religión –como si todos de una u otra manera no
lo fuéramos- anteponiendo sus "creencias" a cualquier
nueva posibilidad, y ven en Guénon a un autor que les
mueve a profundizar en ella. No obstante, y a pesar de que
una y otra vez el metafísico francés establece las
diferencias entre Ciencia Sagrada y religión1,
(concretamente las abrahámicas) no pueden superar el
hecho de identificarlas entre sí, e incluso de creer que los
términos religión y Tradición son sinónimos exclusivos.

De más está decir que esas religiones son soportes


igualmente válidos para la realización intelectual-espiritual,
o sea para el Conocimiento, con numerosos ejemplos en el
pasado, y aún hoy pueden ser consideradas vías válidas
siempre que se supere el plano de la individualidad, de la
cual son extensiones más o menos sublimadas, lo que las
obliga a tener concepciones acerca de la deidad de tipo
antropomórfico e histórico y a considerarse sus
propietarias, en desmedro de cualquier otra forma de
realización, incluso respecto a los otros brazos
abrahámicos, lo que, como tanto hemos repetido,
desemboca de modo fatal, según se lo puede advertir, en
confusos y contradictorios movimientos integristas y
fundamentalistas sin ningún amor por la verdad, ni deseo
de conocer, y que han tratado incluso de utilizar la obra y la
figura de Guénon de acuerdo a sus limitados y personales
intereses de capilla. Estas actitudes, incongruentes frente al
desarrollo del discurso guenoniano, están sin duda
relacionadas con la cerrazón y la ignorancia propias de los
tramos finales de este fin de ciclo, que afecta a todas las
instituciones, en primer lugar a las religiosas, dadas sus
rígidas estructuras dogmáticas.2

Nos referimos especialmente a F. Schuon y sus epígonos y a


la confusión entre religión y metafísica y sobre todo a la
equiparación entre los sacramentos cristianos y la
Iniciación, lo que supone que el proceso del Conocimiento
está implícito en el Cristianismo y sus ritos, lo cual, por un
lado, es negar la auténtica realidad de la Iniciación –
concepto que Guénon destaca una y otra vez en su extensa
obra y al que atribuye una importancia radical, un carácter
ineludible y propio del proceso de transmutación-, y por el

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otro, equipararlo a cualquier rito religioso, luego exotérico,
de esta y de las otras dos manifestaciones nacidas
históricamente de las evoluciones de la emanación
abrahámica, que desembocan en el judaísmo, el
cristianismo y el Islam, es decir, en aquellas formas
engendradas por la ley que estos manifiestan a través de
supuestos dogmatismos, anteponiendo de ese modo la letra
al espíritu, lo exotérico a lo esotérico, como ya sabemos, y
cercenando de esta manera la posibilidad de superar dicha
ley, propia del mensaje implícito en esas religiones.

Negando así, o soslayando, las innumerables tradiciones


fuera de las "del Libro"; nos referimos nada menos que al
Hinduismo, Taoísmo, a la Tradición Mahayana, o Lamaísta,
al Shinto, Zen, a la Masonería, prototipo de sociedad
iniciática, a la Tradición Hermética, a la que el metafísico
francés le valida el Conocimiento de los Misterios Menores,
y a decenas de culturas chamánicas de Asia, África,
Oceanía y América, o a grupos tradicionales que se creía
muertos y que hoy renacen con nueva vitalidad, y que son
simplemente negados, dejados de lado, sólo para aceptar
las limitaciones de dichas manifestaciones emanadas del
tronco abrahámico que, como sabemos, son las únicas
según Guénon que corresponden al término religión,
particularmente en el sentido moderno de la palabra.3

NOTAS
1
"Ahora, por lo mismo que se trata de esoterismo y de iniciación, es que de ninguna
manera se trata de religión, sino más bien de conocimiento puro y de 'ciencia
sagrada', la que no por tener ese carácter sagrado (el cual ciertamente no es
monopolio de la religión como algunos parecen creerlo equivocadamente) es menos
esencialmente ciencia,..." (Aperçus sur l'Initiation, cap. XI: "Organizaciones
iniciáticas y sectas religiosas"). Ver la Adenda a nuestro artículo anterior:
"Esoterismo y Fin de Ciclo (2)", donde se encuentra una selección de citas de
Guénon referidas a la diferencia entre Religión y Metafísica.
2
"…y la unidad misma, a su vez, no es un principio absoluto y que se basta a sí
mismo, sino que es del Cero metafísico que extrae su propia realidad. "El Ser, no
siendo sino la primera determinación, la determinación más primordial, no es el
principio supremo de todas las cosas; no es, lo repetimos, mas que el principio de la
manifestación, y se ve por ello cómo queda limitado el punto de vista metafísico por
aquellos que pretenden reducirlo exclusivamente a la sola 'ontología'; hacer así
abstracción del No-Ser, es propiamente incluso excluir todo aquello que es lo más
verdadera y puramente metafísico." (R. Guénon, Los Estados múltiples del Ser, cap.
V: "Relaciones entre la unidad y la multiplicidad").

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Algunos autores sobre Cábala confunden Kether con En Soph, o lo asimilan en razón
de su monoteísmo que excluye toda posibilidad que no esté incluida en el Ser
Universal como es el caso de Leo Schaya. Esta confusión existe desde casi los
comienzos de la doctrina de las sephiroth. Así, Yosef Ghikatilla hacía esa misma
asimilación en el siglo XIII. Esto se debe según G. Scholem a que "El Zóhar distingue
claramente entre dos mundos que representan a Dios. En primer lugar, un mundo
primario, que es el más profundamente oculto de todos, imperceptible e
ininteligible para todos salvo para Dios: es el mundo del En-sof. En segundo lugar,
otro mundo, ligado al primero, que posibilita el conocimiento de Dios y del cual dice
la Biblia: 'Abre las puertas para que yo pueda entrar'. Es el mundo de los atributos.
En realidad, los dos forman uno, del mismo modo que –para usar un símil del Zóhar–
el carbón y la llama; el carbón existe también sin la llama, pero su poder latente no
se manifiesta más que en la luz de ésta. Los atributos místicos de Dios son como
mundos de luz en los que se manifiesta la naturaleza oscura del En-sof." (Las
grandes tendencias de la mística judía, Ed. Siruela, Madrid 1996, pág. 230).

En todo caso se está equiparando a la Unidad, primera determinación, al Cero


metafísico, es decir la Ontología a la verdadera materia de la Ciencia Sagrada. Esta
actitud respecto a que no hay otra cosa que la Unidad elimina tanto la pluralidad de
nombres divinos, como la Suma Posibilidad, a la que se determina, convirtiéndose
esto en un monismo radical.

Empero, Kether, la Corona, está sobre la cabeza del Hombre Universal, como
perteneciendo a la vez tanto al plano cósmico más elevado como a lo que está más
allá de él.

Igualmente hay que subrayar que para los occidentales de hoy la única forma de
conocer En-Soph, es a través de Kether, la Unidad, el mayor de los Símbolos que se
polariza dando lugar a la tríada, es decir a los tres Principios supremos, capaces de
desencadenar cualquier manifestación en todos los planos o mundos lo cual
definitivamente rebasa lo religioso.

Agregaremos que para el Hinduismo esto se traduce en la diferencia entre Îshwara


y Brahma (ver R. Guénon, El Hombre y su Devenir según el Vêdânta, Ed.
Traditionnelles, París 1997); en el caso del Taoísmo ver aquí mismo al final de la
Adenda de este capítulo las diferencias entre el Tao con nombre y el Tao sin nombre.
En la Tradición Precolombina a esta instancia de la Deidad se la llamaba el Dios
desconocido (ver F. González, Los Símbolos Precolombinos: Cosmogonía, Teogonía,
Cultura, Ed. Obelisco, Barcelona 1989).

Ver la ADENDA al final de estas notas para algunas otras citas análogas de R.
Guénon, que no son exhaustivas. También, Paul Vuillaud, La Kabbale juive, Tome I,
IX.I: "L'Infini (En-Soph)", Editions d'Aujourd' Hui, Plan de la Tour (Var) 1976.

3
Recordemos, de paso, que en cierta época de su carrera, para aquéllos que no lo
conocían personalmente, Guénon era un autor hinduista, tal el caso de René
Daumal, entre otros, quien vivía en París contemporáneamente con nuestro autor.
Igualmente ténganse presentes las referencias de Guénon con respecto a la
Tradición Hindú y a su pureza con respecto a las otras, y su referencia a que estaba
viva y se solía –como al Taoísmo– considerársela muerta. Actualmente algún crítico
ha deslizado su opinión al afirmar generalizando que ve en las personas que han
recibido una influencia de la obra de Guénon unas características propias emanadas
de fuentes hindúes, de las que el propio Guénon era vocero (Nelly Emont, Revista
ARIES Nº 8, diciembre 1988, comentado en SYMBOLOS Nº 1, pág. 185). Tiene razón
este autor, salvo que desconoce que la misma esencia está presente en la totalidad
de las tradiciones –incluso en las religiones (hasta en el Islam donde Ibn Arabí la
expresa con claridad: este autor establece que entre el Ser y el No-Ser, o sea la
Nada, existe un Sublime Intermediario que mira a la vez hacia el Ser y hacia la

7
Nada, o No-Ser) aunque a veces no se explicite, y en las formas iniciáticas que no
constituyen una religión, como la Masonería y tantas otras– cuando se profundiza
en ellas y se supera el nivel de la deidad creadora tomada como la última instancia
de la posibilidad de Conocer.

El No-Ser, el verdadero Infinito (para la Cábala Hebrea: En-Soph [ ], o Ayn [


] = "Nada", o sea, nada de lo que pudiera ser algo), da plena fe de ello.

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