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FEDERICO GONZALEZ
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A veces se hace difícil no personalizar cuando se trata de
hechos o fenómenos, o aun en el caso de hablar de un
autor que a través de su obra nos hace partícipes de un
pensamiento desconocido y un mundo maravilloso que, sin
embargo, resuena en lo más hondo de la intimidad, al punto
de cambiar totalmente nuestros valores, y encauzar, por
ello, nuestra vida de un modo completamente distinto al
esperado. De todas maneras se me disculpará utilizar el
plural, ya que me permito hablar no sólo en nombre de los
redactores de la revista SYMBOLOS, con los que
compartimos el mismo punto de vista, sino también en el
de muchísimos lectores de Guénon (no de algunos de ellos
pretendidos "dueños" de su pensamiento, de los que poco o
nada hemos aprendido); me refiero a aquéllos que han sido
tocados por la obra guenoniana –que es a la vez simple y
compleja, ya que esto último está dado tanto por la
dificultad de expresión propia de la Ciencia Sagrada como
por aquella que existe en estado profano para comprender
verdades de otro orden, impedimento que las deforma o
reduce a su expresión literal- y que nos han comunicado
desde hace años sus inquietudes, así como han
manifestado su agradecimiento por el aporte que
significaron esos textos en sus vidas, aunque encontraron
difícil, por distintos motivos, profundizar en su
pensamiento, lo cual nos llevaría también al tema de las
diversas lecturas que se puedan tener de la obra de
Guénon, propias de ciertas limitaciones inherentes a cada
quien, en definitiva, presentes en todas las cosas.
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lector, al que de una u otra manera se le despierta una
especie de "reminiscencia", respecto a multitud de
imágenes que no recordaba, pero que formaban parte de su
bagaje cultural y personal; lo que, sin duda promueve en el
interesado, a su vez, multitud de analogías.
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Pero lo que fue fundamental para muchos de nosotros, lo
constituyó la idea de lo que el símbolo verdaderamente
representa y el valor que se desprende de esa concepción,
que por otra parte es aquello que lo legitimiza como
transmisor, y le otorga su auténtica función. Igualmente la
relación de los distintos símbolos entre sí, constituyendo
códigos completos de conocimiento y aperturas que se van
despertando mientras se avanza en los trabajos y se
estudian –y comprenden- al encarar las distintas formas en
que se manifiesta el Ser universal, a través de distintas
culturas, o de experiencias que se pueden deducir de modo
analógico y que están al alcance –configuran el entorno- de
cualquier ser humano contemporáneo.
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Este es el caso típico de aquellos que se sienten partícipes
de alguna religión –como si todos de una u otra manera no
lo fuéramos- anteponiendo sus "creencias" a cualquier
nueva posibilidad, y ven en Guénon a un autor que les
mueve a profundizar en ella. No obstante, y a pesar de que
una y otra vez el metafísico francés establece las
diferencias entre Ciencia Sagrada y religión1,
(concretamente las abrahámicas) no pueden superar el
hecho de identificarlas entre sí, e incluso de creer que los
términos religión y Tradición son sinónimos exclusivos.
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otro, equipararlo a cualquier rito religioso, luego exotérico,
de esta y de las otras dos manifestaciones nacidas
históricamente de las evoluciones de la emanación
abrahámica, que desembocan en el judaísmo, el
cristianismo y el Islam, es decir, en aquellas formas
engendradas por la ley que estos manifiestan a través de
supuestos dogmatismos, anteponiendo de ese modo la letra
al espíritu, lo exotérico a lo esotérico, como ya sabemos, y
cercenando de esta manera la posibilidad de superar dicha
ley, propia del mensaje implícito en esas religiones.
NOTAS
1
"Ahora, por lo mismo que se trata de esoterismo y de iniciación, es que de ninguna
manera se trata de religión, sino más bien de conocimiento puro y de 'ciencia
sagrada', la que no por tener ese carácter sagrado (el cual ciertamente no es
monopolio de la religión como algunos parecen creerlo equivocadamente) es menos
esencialmente ciencia,..." (Aperçus sur l'Initiation, cap. XI: "Organizaciones
iniciáticas y sectas religiosas"). Ver la Adenda a nuestro artículo anterior:
"Esoterismo y Fin de Ciclo (2)", donde se encuentra una selección de citas de
Guénon referidas a la diferencia entre Religión y Metafísica.
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"…y la unidad misma, a su vez, no es un principio absoluto y que se basta a sí
mismo, sino que es del Cero metafísico que extrae su propia realidad. "El Ser, no
siendo sino la primera determinación, la determinación más primordial, no es el
principio supremo de todas las cosas; no es, lo repetimos, mas que el principio de la
manifestación, y se ve por ello cómo queda limitado el punto de vista metafísico por
aquellos que pretenden reducirlo exclusivamente a la sola 'ontología'; hacer así
abstracción del No-Ser, es propiamente incluso excluir todo aquello que es lo más
verdadera y puramente metafísico." (R. Guénon, Los Estados múltiples del Ser, cap.
V: "Relaciones entre la unidad y la multiplicidad").
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Algunos autores sobre Cábala confunden Kether con En Soph, o lo asimilan en razón
de su monoteísmo que excluye toda posibilidad que no esté incluida en el Ser
Universal como es el caso de Leo Schaya. Esta confusión existe desde casi los
comienzos de la doctrina de las sephiroth. Así, Yosef Ghikatilla hacía esa misma
asimilación en el siglo XIII. Esto se debe según G. Scholem a que "El Zóhar distingue
claramente entre dos mundos que representan a Dios. En primer lugar, un mundo
primario, que es el más profundamente oculto de todos, imperceptible e
ininteligible para todos salvo para Dios: es el mundo del En-sof. En segundo lugar,
otro mundo, ligado al primero, que posibilita el conocimiento de Dios y del cual dice
la Biblia: 'Abre las puertas para que yo pueda entrar'. Es el mundo de los atributos.
En realidad, los dos forman uno, del mismo modo que –para usar un símil del Zóhar–
el carbón y la llama; el carbón existe también sin la llama, pero su poder latente no
se manifiesta más que en la luz de ésta. Los atributos místicos de Dios son como
mundos de luz en los que se manifiesta la naturaleza oscura del En-sof." (Las
grandes tendencias de la mística judía, Ed. Siruela, Madrid 1996, pág. 230).
Empero, Kether, la Corona, está sobre la cabeza del Hombre Universal, como
perteneciendo a la vez tanto al plano cósmico más elevado como a lo que está más
allá de él.
Igualmente hay que subrayar que para los occidentales de hoy la única forma de
conocer En-Soph, es a través de Kether, la Unidad, el mayor de los Símbolos que se
polariza dando lugar a la tríada, es decir a los tres Principios supremos, capaces de
desencadenar cualquier manifestación en todos los planos o mundos lo cual
definitivamente rebasa lo religioso.
Ver la ADENDA al final de estas notas para algunas otras citas análogas de R.
Guénon, que no son exhaustivas. También, Paul Vuillaud, La Kabbale juive, Tome I,
IX.I: "L'Infini (En-Soph)", Editions d'Aujourd' Hui, Plan de la Tour (Var) 1976.
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Recordemos, de paso, que en cierta época de su carrera, para aquéllos que no lo
conocían personalmente, Guénon era un autor hinduista, tal el caso de René
Daumal, entre otros, quien vivía en París contemporáneamente con nuestro autor.
Igualmente ténganse presentes las referencias de Guénon con respecto a la
Tradición Hindú y a su pureza con respecto a las otras, y su referencia a que estaba
viva y se solía –como al Taoísmo– considerársela muerta. Actualmente algún crítico
ha deslizado su opinión al afirmar generalizando que ve en las personas que han
recibido una influencia de la obra de Guénon unas características propias emanadas
de fuentes hindúes, de las que el propio Guénon era vocero (Nelly Emont, Revista
ARIES Nº 8, diciembre 1988, comentado en SYMBOLOS Nº 1, pág. 185). Tiene razón
este autor, salvo que desconoce que la misma esencia está presente en la totalidad
de las tradiciones –incluso en las religiones (hasta en el Islam donde Ibn Arabí la
expresa con claridad: este autor establece que entre el Ser y el No-Ser, o sea la
Nada, existe un Sublime Intermediario que mira a la vez hacia el Ser y hacia la
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Nada, o No-Ser) aunque a veces no se explicite, y en las formas iniciáticas que no
constituyen una religión, como la Masonería y tantas otras– cuando se profundiza
en ellas y se supera el nivel de la deidad creadora tomada como la última instancia
de la posibilidad de Conocer.