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PABLO DE CÉSPEDES,
VARÓN DE MUCHAS ALMAS
GREGORIO CABELLO PORRAS
Universidad de Almería
PABLO DE CÉSPEDES, VARÓN DE MUCHAS ALMAS
GREGORIO CABELLO PORRAS
Universidad de Almería
* Texto publicado en Cuadernos del Sur, 514 (Jueves, 6 de noviembre 1997), suplemento
dedicado al simposio internacional Juan de Mena y el humanismo cordobés, «tema de un
congreso internacional que se inauguró ayer en Córdoba y que se clausurará el próximo
sábado, organizado por el área de Cultura de la Diputación Provincial de Córdoba. Para el
estudio de la nómina de humanistas cordobeses se toma de punto de partida la figura de
Juan de Mena (Córdoba 1411-Torrelaguna, 1456), considerado por los expertos como el
primer erudito puro, autor de grandes obras comparables a las de los humanistas italianos
y uno de los más sobresalientes humanistas españoles. Por este motivo, Cuadernos del
Sur publica hoy este monográfico sobre el tema, en el que han colaborado algunos de los
especialistas más destacados en la materia, como son Antonio Prieto, Miguel Ángel Pérez
Priego, José María Maestre y Gregorio cabello, además de la directora del congreso,
Angelina Costa Palacios, y los poetas Carlos Clementson y Luis Jiménez Martos, que
escriben de diversas materias relacionadas con el humanismo cordobés del siglo XV.
Valoración poética
Todo lo que he apuntado debe articularse en un conjunto más amplio que podría
extenderse desde los apuntamientos de G. Chiappini sobre la poética y la poesía de
Pablo de Céspedes hasta la panorámica general que V. Lleó Cañal presentó sobre la
mitología y el humanismo en el renacimiento sevillano, hasta abocar a la perspectiva del
trabajo monográfico de Jesús Rubio Lapaz.
Pero debe tenerse en cuenta que aún falta un estudio riguroso y metódico de la
obra de Céspedes, y más en concreto, de su Poema de la pintura, desde una perspectiva
que asuma y emprenda con «valentía» una valoración poética que se distancie, por una
parte, de la apologética y el «menosprecio» de Menéndez Pelayo: «Las octavas que nos
quedan del libro de la Pintura, no excediendo en total de 700 versos, ni dejándonos
adivinar siquiera el plan y la extensión del poema, producen el efecto de magníficos
torsos de estatuas destrozadas, o de columnas de un templo griego derruido, más
grandes y más bellas por la soledad y el silencio que las envuelve. Yo no lamento tanto
como otros que la obra que la obra se haya quedado incompleta: hubiéramos ganado, sí,
algunos centenares más de buenos versos, pero nunca una obra verdaderamente poética,
porque no puede serlo ningún poema didáctico, ni hay cosa más opuesta a la poesía que
la enseñanza directa». Las ruinas de Simmel y el tiempo, como gran escultor, de
Marguerite Yourcenar, vienen a confluir en la añeja cuestión poética de la poesía como
expresión de los propios «conceptos» frente al Lucrecio y Virgilio que nos adoctrinaron
en poesía sobre la naturaleza de las cosas o sobre el cuidado de los panales y de las
abejas.
Toda labor futura, no sólo sobre el poema al que se refiere Menéndez Pelayo,
sino también sobre la obra en prosa de la obra de Pablo de Céspedes, deberá partir de
los textos, tal como se conservan, en tanto que «documentos», para emprender una labor
que no dista de la arqueología del saber: el riguroso proceder filológico de la ordenación
de los fragmentos y su edición, su imbricación en un contexto que haga indispensable la
dilogía inextricable entre poesía y pintura en el propio autor, en un primer nivel. Luego,
tras los primeros pasos, llegará el momento de trabar su labor de poeta / pintor, pintor /
poeta, en el círculo de poetas y/o pintores que conformaron su círculo en España (sin
olvidar, por supuesto, y tomando como punto de arranque la vivencia italiana), y,
concretamente, en Andalucía (Sevilla y Córdoba quedan trabadas).
Dejo para futuros investigadores una explicación más acorde a la «justicia
poética» de la que figura en las páginas de J. Brown o R. López Torrijos, una evidencia
insoslayable: que las pinturas de los techos de Pacheco y los de la casa de Arguijo
representaran a un Ganimedes o a un Faetón que sólo encuentra su razón de ser en el
traslado de copias de esos últimos dibujos de Miguel Ángel a manos de Arias Montano
y de Pablo de Céspedes, con la mediación de Cavallieri. Pero esto es otro capítulo.