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Ramón Hernández Martín
EL TEMA DE LAS INDIAS EN PEDRO DE LEDESMA
EL TEMA DE LAS INDIAS EN PEDRO DE LEDESMA
Ramón Hernández Martín
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 4
Debemos decir en términos generales que, a partir del comienzo del segundo
cuarto del siglo XVII, los teólogos se desentienden en España de los problemas de las
Indias, que tanto preocuparon a la Escuela Salmantina desde su fundación por Francisco
de Vitoria. A principios del siglo XVII tenemos, entre otros –y por señalar sólo alguno
de los más sobresalientes– al gran teólogo del convento de San Esteban de Salamanca
Fray Pedro de Herrera, muerto en 1630. Aparte su tratado impreso en 1627 sobre la
Trinidad, nos dejó una obra manuscrita muy amplia, y nada nos dice de estos problemas
americanos.
Un teólogo de amplísima obra filosófico-teológica impresa es Juan de Santo
Tomás, que muere en 1644; tampoco se ocupó de estas cuestiones. En plena mitad del
siglo XVII -murió en 1664- tenemos también a otro maestro, Francisco de Araújo,
insigne en filosofía por sus dos volúmenes infolios sobre metafísica, e igualmente
maestro notabilísimo en teología por sus dilatados comentarios a la Suma de Teología
de Santo Tomás; ni de lejos se interesó por nuestro asunto.
Lo mismo hemos de decir de otro teólogo muy representativo de la Escuela de
Salamanca, que prolonga su existencia hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo
XVII, pues muere en 1677, y que es Pedro de Godoy: en los abundantes y gruesos
infolios de su magna obra no aparecen estos problemas. Citemos, por fin, causa
exempli, fuera de los dominicos, por su afinidad doctrinal cercanísima a ellos, a los
Salmanticenses Carmelitanos, que en su valiosísimo y extensísimo Cursus theologicus
pudieran haberse ocupado de nuestro tema; el resultado es tan infructuoso como
respecto de los anteriores. Tal vez todos estos teólogos encontraron la cuestión
suficientemente tratada y aclarada, sobre la cual no existía novedad alguna, o tal vez, y
sobre todo, otros problemas ocuparon enteramente su atención.
Lo cierto es que tenemos que retroceder al primer cuarto del siglo XVII, para
encontrar algo digno sobre las cuestiones de los indios de América. Hablamos sólo -no
lo olvidemos- de teólogos. Dos figuras en los años indicados nos han ofrecido sendos
resúmenes del legado de la Escuela Teológica de Salamanca en esta materia. Son dos
resúmenes espléndidos, sumamente valiosos, y debidos a dos grandes teólogos, que nos
han transmitido asimismo una muy importante herencia; filosófica. El primero es el
jesuita Francisco Suárez,' célebre en filosofía; por sus Disputationes metaphysicae, y el
segundo es el dominico Pedro de Ledesma, que tiene también un notable puesto entre
los grandes filósofos por su obra, citada de ordinario De esse Dei et creaturarum, pero
que en su formulación originaria es todavía de expresión más profunda: De perfectione
actus essendi Dei et creaturarum.
Francisco Suárez estudia esta cuestión acerca de los indios en su Tractatus de
fide theologica, Disputatio XVIII, sobre los medios para convertir y compeler a los
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 5
infieles1. Cita varias veces a los dos grandes maestros dominicos de la Escuela
Salmantina, Francisco de Vitoria y Domingo de Soto; tiene también en cuenta a
Domingo Báñez, corrigiendo en una ocasión en algún aspecto su doctrina, como en su
momento indicaremos. Pedro de Ledesma, estudiante y catedrático de la Universidad de
Salamanca, último eslabón de esta célebre escuela teológica sobre los temas de Indias,
absorberá plenamente nuestra atención, aunque no faltará alguna advertencia en
nuestras notas a la notabilísima síntesis indiana del eminente teólogo granadino
Francisco Suárez.
Ya en pleno siglo XVII, totalmente maduro para los más arduos problemas de la
teología y del derecho privado y público-internacional, consigue la cátedra de Durando,
o de nominales, de la Universidad de la ciudad del Tomes en 1604. Unos años más
tarde, en 1608, se le concede la Cátedra de Vísperas de Teología, que el Duque de
Lerma, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, fundó para los dominicos en la
Universidad de Salamanca. La muerte de Pedro de Ledesma tuvo lugar el nueve de
septiembre de 1616. Tenía 72 años. Sus restos fueron sepultados en la antigua sala
1
Seguimos en nuestras citas la edición: R. P. FRANCICO SUÁREZ, E SOCIETATE JESU, Opera
Omnia. Editio Nova, a Carolo Berton..., Tomus duodecimus (París 1858), Tractatus Primus. De Fide Theologica,
Disputatio XVIII De mediis quibus uti licet ad convertendos vel coercendos infideles non apostatas, p. 436a-460a.
Para mayor comodidad citaremos: SUÁREZ, p. (la página que corresponda en el citado volumen
XII de esta edición).
2
Sobre Pedro de Ledesma y el ambiente universitario de su tiempo puede consultarse: J.
BARRIENTOS GARCÍA, El maestro Pedro de Ledesma y la Universidad de Salamanca, en
«Archivo Dominicano» 5 (1984) 201-270; V. BELTRÁN DE HEREDIA, O.P., El antiguo
Capítulo conventual de San Esteban de Salamanca, panteón de religiosos insignes (Salamanca
1951) 27s; R. HERNÁNDEZ, O.P., Actividad universitaria de Francisco de Araújo en los
claustros salmantinos. «La Ciencia Tomista» 92 (1965) 203-272.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 6
Después de lo expuesto queda claro que entre los tratadistas sobre los problemas
teológico-jurídicos de la América hispana en el siglo XVII, en el primer cuarto de dicho
siglo, sobresale, junto al granadino Francisco Suárez, el salmantino de pura raza Pedro
de Ledesma. Dedica a estas cuestiones dos capítulos, y algunos párrafos dispersos, de su
magna obra titulada Segunda Parte de la Summa, en la qual se summa y cifra todo lo
moral, y casos de conciencia, que no pertenecen a lo sacramentos, con todas las dudas
con sus razones brevemente puestas. Con privilegio de Castilla, y de Aragón. En
Salamanca. En la Emprenta (así) de Antonia Ramírez viuda. M.DC.XXI3.
Es un libro en folio de grandes proporciones, que tiene siempre delante, como
obra maestra, la Secunda Secundae de Santo Tomás de Aquino, a cuyas cuestiones y
artículos se va haciendo referencia en los márgenes. No es, sin embargo, un comentario
puramente escolar, al estilo como solían hacerlo los catedráticos de teología de ese
tiempo de la Universidad de Salamanca u otras universidades católicas. El autor ha dado
a su obra un carácter más ligero en cuanto a su estructura. Incluso la ofrece en español,
contra la costumbre de estos tratadistas de publicar sus escritos en latín.
El volumen, que acabamos de describir, de Pedro de Ledesma, es de gran altura
teológica. Va dirigido en general a los teólogos, moralistas, canonistas, juristas y
confesores; a personas de elevada preparación intelectual. Cada grupo de cuestiones de
la Suma de Teología de Santo Tomás, que versan acerca de un mismo tema, forman en
esta obra de Ledesma un tratado particular, que luego el autor divide a su gusto en
capítulos, recogiendo en ellos las enseñanzas del Aquinate en las cuestiones afines.
La disposición de los tratados es, pues, bastante uniforme. Dentro de su
aligeramiento del andamiaje escolástico, no renuncia Pedro de Ledesma a lo más
esencial del método de la Escuela. Expone resumidamente su doctrina en varias
conclusiones, que van de modo escalonado avanzando en la declaración de su
pensamiento, y acompaña cada conclusión con sus pruebas de las autoridades (bíblicas,
teológicas, filosóficas...) y de las razones, que juzga convincentes.
Los problemas humanos, sociales y políticos, de los indios de América los
3
Las citas de Pedro de Ledesma las haremos por esta edición única del siguiente modo:
LEDESMA, p. (la página que corresponde en ese volumen descrito en el texto).
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estudia aquí Ledesma en los capítulos cuarto y quinto del primero de los tratados, que
versa sobre la fe. El capítulo cuarto trata sobre el acto exterior de la fe, es decir, la
confesión de la fe, que expone Santo Tomás en la cuestión tercera de la Secunda
Secundae. El capítulo quinto de este tratado de Pedro de Ledesma versa sobre «la
infidelidad, que es contraria a la fe», y de la que Santo Tomás habla en la cuestión 10 de
la Secunda Secundae.
Además de Santo Tomás, cuyo texto comenta o tiene siempre como telón de
fondo, de la Sagrada Escritura, de los textos del derecho civil y canónico, Ledesma nos
cita los siguientes autores: San Agustín, San Ambrosio, Juan Duns Escoto, Gabriel Biel,
Ricardo de Mediavilla, Durando de San Porciano, Pedro de Palude, Gregorio de Rímini,
cardenal Hostiense (Enrique de Segusio), Panormitano (Nicolás Tudeschi), Felino,
Glosa, Concilio de Constanza, Tomás de Vío Cayetano, Silvestre de Prierias, Enrique
VIII de Inglaterra, Juan Maior, Alejandro VI, Francisco de Vitoria, Pablo III, Doctor
Navarro (Martín de Azpilcueta), Concilio de Trento, Domingo de Soto, Bartolomé de
Las Casas, Domingo Báñez.
Su exposición es una síntesis muy bien conseguida y personalizada de la
doctrina tradicional de la Escuela Dominicana de Salamanca de la anterior centuria. No
se contenta con aducir autoridades y testimonios; él hace valer sus propios argumentos.
De todos los autores antes citados, los que más han pesado en sus formulaciones
doctrinales sobre Las Indias son Francisco de Vitoria, Bartolomé de Las Casas, Do-
mingo de Soto y Domingo Báñez. Por éste último siente especial veneración, pues había
sido maestro suyo en el convento dominicano de San Esteban de Salamanca y en la
Universidad de la ciudad del Tormes; lo cita de ordinario con el apelativo de «el Padre
Maestro» Báñez. En cierta forma la exposición de Ledesma es como un doble muy bien
organizado de cuanto nos ofrece sobre esta materia Domingo Báñez en su tratado De
fide, spe et caritate. No obstante, como indicamos antes, Pedro de Ledesma pone su
sello personal, añade razones propias y alcanza a veces matices, a los que no habían
llegado los anteriores. En una ocasión alaba a su maestro Domingo Báñez, y añade
luego: «pero a mi parecer se ha de añadir un poco»4.
Los títulos o razones del acercamiento o del contacto de los españoles con los
indios del Nuevo Mundo son para Pedro de Ledesma cuatro, y por este orden: la
predicación del cristianismo, los pecados contra la naturaleza, el poder del papa y el
comercio. Habla del contacto o relaciones actuales; prescinde de las razones y títulos del
comienzo o de la conquista.
4
LEDESMA, p. 23b.
5
Ib., p. 21a.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 8
Cita como autoridades que respaldan esta conclusión a Santo Tomás de Aquino,
Silvestre de Prierias, Tomás de Vío Cayetano, Martín de Azpilcueta o Doctor Navarro y
«el Padre Maestro Báñez». Las razones con que prueba esta doctrina son dos. La
primera se basa en las palabras de Jesucristo: «si no hubiera venido al mundo y no les
hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado»6. Esto
quiere decir que «aquellos a quienes no ha llegado la enseñanza del Evangelio, ni Cristo
les ha hablado por sus ministros, no pecan con pecado de infidelidad, y su infidelidad no
es pecado, por ser negativa»7.
La segunda prueba de la primera conclusión es que estos indios del Nuevo
Mundo no se oponen propiamente a la virtud de la fe ni se muestran contrarios a ella.
Esta segunda prueba necesitaba una matización, y Pedro de Ledesma la hace, teniendo
en cuenta las informaciones de los misioneros dominicos y de modo particular tal vez
los escritos de Bartolomé de Las Casas. Constaba en efecto que eran muchos los indios
que se oponían a la fe de los españoles. El lo expone con la habitual crudeza lascaciana:
«En las Indias los indios aborrecían grandemente a los españoles por el mal trato
que les hacían, a los que llamaban christianos. De tal suerte que el nombre de español o
de christiano era infame acerca de los indios. En el tal caso, si un christiano o religioso
entrara a predicar el Evangelio, y le preguntaran si era christiano, podría callar, aunque
le preguntassen con authoridad pública, y aún podría negar que era christiano. Esta
conclusión es de todos los doctores citados. La razón es clara, porque el nombre de
christiano en el tal caso no era nombre de religión, sino de homicida y de ladrón, y no
negaba la religión christiana. Luego lícito era negar ser christiano»8.
Conclusión segunda: «la infidelidad contraria es pecado mortal, y de los más
graves»9.
Las autoridades aducidas son las mismas que para la conclusión anterior. Que
sea pecado mortal lo prueba, porque se opone a la fe teologal, que es necesaria para
poseer la vida sobrenatural del alma. Y es el segundo pecado más grave. El más grave
de todos («el gravísimo») es el odio y aborrecimiento de Dios, que es un pecado que va
contra la más grande de las virtudes sobrenaturales, que es la caridad. Después del odio
a Dios viene en gravedad la «infidelidad contraria», porque ésta va contra la segunda de
las virtudes en importancia, que es la fe.
También en este caso sale Ledesma en defensa de los indios occidentales,
cuando se les acusa de oponerse a la fe, o a algunas de las verdades fundamentales de la
doctrina cristiana. «Puede uno –escribe Ledesma– tener un error contra la fe, y con todo
eso no pecar contra la fe»10. Un indio todavía no suficientemente instruido en la doctrina
cristiana, puede considerar por completo imposible que Dios se haga hombre. Habrá en
ese caso una oposición material, pero no una oposición propiamente dicha, con
conocimiento de causa, o formal11.
6
Ib., 15, 22.
7
LEDESMA, p. 21a.
8
Ib., p. 17a.
9
Ib., 21a.
10
Ib., p. 21b.
11
Para facilitar la intelección de la doctrina de Ledesma, dejemos desde ahora constancia de que un
estudio reposado de este autor nos autoriza para adelantar estas dos notas. Primera, que tiende a
excusar a los indios de sus actitudes belicosas o rebeldes, y de sus errores. Segunda, que tiende a
alejar todo lo posible lo que pudiera considerarse causa justa de guerra. Francisco Suárez se
encuentra también en esta línea; pero pienso que no llega a ese grado de pacifismo en todo lo
referente a la evangelización pacífica; advierte claramente que, si se resisten los indios a la
predicación del Evangelio, los predicadores deben ser acompañados de suficiente ejército...
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 9
(SUÁREZ, p. 440bs).
12
LEDESMA, p. 21b.
13
Ib. Estas razones son las aducidas por la apologética cristiana desde los primeros
tiempos. El apologista San Justino y San Cipriano invocan, aparte los milagros y el
cumplimiento de las Escrituras, el tenor de vida de los cristianos y de ellos mismos, al
convertirse. Francisco de Vitoria, cuando le dicen que los indios no se convierten, se pregunta:
¿y dónde están los milagros y la vida santa? Las Casas y sus seguidores procuran el testimonio
de los indios, y particularmente de sus jefes, para hablar de los bienes que reporta la conversión
a los indios, a los que se pretende convertir.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 10
por su misericordia, supliese dentro de sus corazones lo que les faltaba a los
predicadores. «Lo cual es verosímil y muy creíble de la divina misericordia»14. 14
Conclusión segunda: no basta que los predicadores expongan a los indios el
Evangelio como creíble, para que éstos tengan la obligación de creer en él.
La razón es que los infieles sólo están obligados a seguir a la razón natural, y la
razón natural no dicta que se crea sin más todo lo creíble. Puede haber para esos infieles
otra doctrina tan creíble o más que el Evangelio, explicado por los misioneros, y, por
consiguiente, se encuentran tan obligados o más a seguir esa doctrina.
Conclusión tercera: «si a un infiel le proponen la ley evangélica como más
creíble que todas las demás sectas y religiones..., está obligado a creer, y, si no cree,
pecará gravemente contra la fe»15.
¿Por qué esa obligación bajo pecado mortal? Porque se trata de una cuestión
sumamente grave, cual es el conocimiento del verdadero y único Dios, y que nos obliga
en conciencia a ir por el camino más creíble y más probable, para llegar efectivamente a
él. Por otro lado, además de la injuria que se haría a Dios, el exponerse a seguir una vía,
que nos separa de él, está el gravísimo peligro, que corre con ello nuestra salvación.
Sin embargo, nada de esto es motivo para forzar externamente a los indios a
convertirse. Ellos son libres de optar a su voluntad. Si no siguen esa doctrina, que es la
más probable, pecan gravemente contra, Dios, pero es sólo Dios el que puede vengar
esa ofensa; no los hombres. A los hombres no se hace ninguna injuria, y es la injuria
grave a los hombres la única causa justa que puede mover a éstos a utilizar con justicia
la fuerza o la guerra.
Conclusión quinta: si a un infiel se le expone suficientemente la ley evangélica y
no quiere aceptarla, además de pecar gravemente contra Dios, su infidelidad se
transforma de infidelidad negativa en infidelidad contraria.
La razón de esto es que el infiel hace ya un acto positivo de repulsa o rechazo de
la fe cristiana. Sin embargo este mero acto o esta mera actitud no constituye injuria
directa contra la sociedad cristiana, y, por consiguiente, los infieles no deben ser
molestados por ello. Como en el caso anterior el injuriado es solamente Dios, y a Dios
solo corresponde pedir a los infieles cuenta de esa injuria.
En efecto, hay pecados más graves que la infidelidad contraria, y en los que el
hombre es claro que no tiene poder ninguno para intervenir. La infidelidad contraria es
ciertamente más grave que los pecados que van contra las virtudes morales, pues aquélla
va contra la virtud de la fe, que es una virtud teologal, superior por definición a todas las
virtudes morales. La infidelidad contraria es también más grave que el pecado de
desesperación, pues la esperanza, aunque es virtud teologal, es inferior a la fe.
Más grave que la infidelidad contraria es el pecado de odio y aborrecimiento de
Dios, que va contra la virtud suprema, que es la caridad, y contra su objeto más
importante que es Dios. Ninguno de los pecados mencionados, ni siquiera los más
graves de odio a Dios, pueden ser castigados por los hombres y no pueden ser motivo de
castigo u opresión alguna a los infieles. Dios en su providencia sabrá lo que tiene que
hacer con esos pecadores que se enfrentan con él, ya sean fieles ya infieles.
Una lanza rompe aquí Pedro de Ledesma en pro de los infieles, como corolario
de esta última conclusión. No son pecados todas las obras de los infieles, como lo había
enseñado San Agustín, y, más tarde Martín Lutero. Al contrario, los infieles pueden
hacer muchas obras moralmente buenas. El apoyo bíblico para aquella doctrina de la
incapacidad de los infieles para las obras buenas era la expresión de San Pablo: «todo lo
14
LEDESMA, p. 21b.
15
Ib., p. 22a.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 11
que no viene de la fe es pecado»16. San Agustín llegó a decir que, incluso las obras de
los infieles que parecen buenas se convierten en malas. Ledesma cita el lugar donde
Gregorio de Rímini enseña que todas las obras del infiel son pecado17.
Los mejores intérpretes antiguos de San Pablo y también los modernos explican
en ese pasaje paulino la palabra «fe» como significando «buena fe» o «recta
conciencia». Pedro de Ledesma, apoyado en Santo Tomás de Aquino, hace la siguiente
interpretación: si bien es cierto que «en los infieles no puede haber obra meritoria» en el
orden sobrenatural, pueden sin embargo hacer muchas obras que son moralmente
buenas en el orden natural. No pueden hacer obras meritorias de la vida eterna, pues
carecen de la gracia santificante habitual, que es el principio de todo mérito
sobrenatural. Las virtudes naturales, reguladas por la razón natural, pueden impulsar a
los infieles a practicar la beneficencia, la limosna, la justicia, etc., y hacer de ellos
personas dignas de todo honor ante la sociedad. « La infidelidad no destruye totalmente
el bien natural»18.
Conclusión única: los infieles, aunque sean súbditos de los príncipes cristianos,
no deben ser compelidos por éstos a abrazar la fe de Jesucristo.
Defendieron la compulsión a la fe Juan Duns Escoto y Gabriel Biel en sus
correspondientes Comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo. Cita Ledesma,
entre los enemigos de la compulsión a la fe, a Santo Tomás de Aquino, Durando de
Saint Pourcain, Pedro Paludano, Ricardo de Mediavilla, Domingo de Soto, etc. Y
prueba su conclusión por los siguientes argumentos:
Primero. «Cristo, cuando envió a sus Apóstoles a predicar, no los vistió con
poder, ni con armas, sino con milagros y doctrina y mansedumbre»19.
Segundo. La Iglesia nunca ha utilizado la compulsión para atraer a los infieles,
aunque éstos fueran súbditos de los príncipes cristianos, «como se ve claramente –
escribe– en los judíos que viven en Roma». Recoge esta norma de conducta el Corpus
Iuris Canonici, en las Decretales de Gregorio IX, cuando habla sobre el sacramento del
bautismo y sus efectos. Lo toma de la carta de Inocencio III al arzobispo de Arlés y
forma el capítulo Maiores de las citadas Decretales. Se dice en ese pasaje que «es
16
Rom 14, 23.
17
LEDESMA, p. 23a.
18
Ib.
19
Ib., p. 24a.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 12
20
Ib., p. 24b.
21
Ib.
22
Ib.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 13
Lo establecido en estas conclusiones sobre los infieles, que son súbditos de los
príncipes cristianos, es un buen preámbulo, para determinar con mayor claridad y
certeza la actitud que deben tomar la Iglesia y los príncipes cristianos con relación a los
infieles, que no son súbditos de ellos. Como lo hizo anteriormente, también ahora da a
conocer su doctrina mediante una breve serie de conclusiones.
Conclusión primera, que parece cerrar el paso a toda contienda bélica contra los
infieles por cuestiones de fe o de moral: aunque los príncipes cristianos tuvieran
derecho a hacer la guerra a los infieles por su infidelidad o por los pecados contra la ley
natural, «no sería bien usar de ese derecho».
Es la doctrina común entre los tomistas, que apoyan esta enseñanza en las dos
siguientes razones. La primera es la piedad y la bondad`; de la Iglesia, que no usa nunca
de ese derecho, para evitar el escándalo de los infieles. Estos, en efecto, ante esa actitud
violenta de la Iglesia, podrían blasfemar el nombre de Dios y fomentar en su alma el
odio contra la religión cristiana. La segunda razón es que la violencia no es en sí misma
un medio apto para llevar a los infieles a la fe. La fe tiene que ser un acto voluntario y
libre, y excluye por su propia naturaleza la presión exterior.
Conclusión segunda, que es más concreta y hace referencia todavía; más directa
a los indios de América, excluyendo la guerra y todo expolio contra ellos: «los príncipes
cristianos o el papa no pueden compeler a los infieles, no súbditos, a la fe, ni castigarlos
por los pecados ya cometidos contra la ley natural, ni por la infidelidad»23.
Cita como defensores de semejante guerra contra los infieles a Enrique de
Segusio, cardenal Ostiense, por lo que se refiere a todos los infieles en general, y al
teólogo nominalista escocés Juan Mayr, o Mayor, por lo que respecta en particular a los
indios del Nuevo Mundo. Su doctrina –confiesa aquí Ledesma– la extrae de Francisco
de Vitoria y de Bartolomé de Las Casas24.
Las razones que aduce para probar la conclusión son las dos siguientes, que
vemos ya expuestas en los autores anteriores. La primera es, porque los príncipes
cristianos no pueden castigar esas faltas en los infieles que son súbditos suyos; luego
con mayor motivo no tienen poder para hacerlo en los que no están bajo su jurisdicción.
La segunda prueba es, porque los príncipes cristianos no pueden castigar los
crímenes cometidos contra la ley natural, si no han establecido antes alguna ley que
prohíba y castigue esos pecados. Ahora bien los príncipes cristianos no pueden
establecer esa ley sobre los que no son súbditos suyos; luego no tienen ninguna
autoridad legítima para usar la violencia, la guerra o el castigo contra los indígenas del
Nuevo Mundo.
Pedro de Ledesma concluye de esta forma su argumentación: «de lo cual se
sigue que el rey de España por este título y razón no pudo privar a los indios
occidentales de sus bienes».
Conclusión tercera. Es una consecuencia de la anterior y se ocupa directamente
del modo de evangelizar o predicar. Dice así: Los infieles no súbditos de los príncipes
cristianos no pueden ser forzados a oír el Evangelio, cuando sus jefes rechazan esa
predicación.
Esta doctrina la niegan o la afirman los mismos que niegan o afirman la
expuesta en la conclusión segunda. Las razones son también idénticas. Si no es lícito
utilizar la fuerza para llevar a los infieles a la fe, tampoco se puede utilizar la violencia
23
Ib., p. 24bs.
24
Ib., p. 25a.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 14
para que oigan la exposición de esa fe. La fuerza argumentativa es parecida, pero no la
misma. Por eso cabe aquí alguna fisura, que expondremos en el próximo estudio
indianolesmiano.
27
Ib., p. 25b.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 16
La única razón para intervenir con la fuerza contra los infieles, no son, pues, sus
creencias y costumbres, sino las injurias directas contra la sociedad cristiana o contra la
humanidad en general. Según esto, continuando el método de Pedro de Ledesma de
exposición de la doctrina paso a paso en sucesivas conclusiones, resumimos a
continuación su pensamiento en las proposiciones siguientes.
Conclusión primera. Puede utilizarse la fuerza o las armas contra los infieles,
cuando éstos impiden con persecuciones y blasfemias la predicación y la práctica de la
fe cristiana28.
Esta conclusión la habían defendido claramente Vitoria, Soto y Juan de la Peña.
Por una parte los predicadores tienen la obligación y el derecho de predicar, aunque los
infieles no admitan su doctrina, e incluso aunque no quieran oírlos. En segundo lugar la
actitud violenta de los infieles, obliga a una actitud también violenta, al menos de de-
fensa. En tercer término esa violencia de los infieles constituye una verdadera injuria,
que exige un castigo o una venganza, y puede llegar a ser motivo justo de guerra.
Es la doctrina en el terreno de los principios. En la práctica la Iglesia debe evitar
toda guerra por motivos religiosos, pues esto causaría irremediables escándalos y
retraería o apartaría a muchos de la fe en Jesucristo. Ledesma expone gráficamente su
pensamiento de la siguiente forma:
«Si algún predicador del Evangelio llegase a las Indias, o a otras naciones de
infieles, y hubiese algunos, que quisiesen oír el Evangelio, si el príncipe de los tales
infieles impidiese al tal ministro, entonces el príncipe cristiano le podría compeler, para
28
Ib., p. 25bs.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 17
que los dejase oír el Evangelio. Porque esto no es compeler a oír el Evangelio, o, a
creer, sino defender a los inocentes, que tienen derecho para oír el Evangelio, y a los
predicadores, que tienen derecho para predicarlo.
«Pero hase de advertir que, si un príncipe de estos infieles impidió una vez la
predicación del Evangelio, y después se arrepiente y da lugar a que se predique, aunque
es verdad que la Iglesia tiene autoridad de castigar al tal príncipe, con todo eso, no sería
lícito usar de la tal potestad, porque de ahí nacería escándalo para los demás príncipes
infieles»29.
Los teólogos dominicos suponen que siempre hay personas inocentes en los
reinos infieles, que están ansiosas de oír a los predicadores, y, por ello, la actitud de los
jefes de esos pueblos de impedir el Evangelio es una actitud injuriosa y de fuerza contra
aquellos inocentes, que acudirían de modo espontáneo a escuchar la buena nueva de la
religión cristiana. Los príncipes cristianos podrían, por lo tanto, actuar también con la
fuerza, para que se dejara oír la predicación a los que lo desearan.
En esta conclusión primera que estamos comentando se dice además que los
príncipes cristianos pueden castigar también las blasfemias, que los infieles profieren
contra la fe de Jesucristo. Pedro de Ledesma se atiene aquí a la enseñanza estricta de
Santo Tomás de, Aquino, seguida por la Escuela Teológico-Jurídica Salmantina. Hay,
dos clases de blasfemias: formal y material. La blasfemia formal consiste en proferir
palabras injuriosas contra nuestra religión, y, por ser, una injuria formal, puede ser
castigada lícitamente, incluso con la guerra. La blasfemia material es todo culto
contrario a nuestra fe, pero que no se enfrenta ni en obras ni en palabras contra ella.
Entre estas blasfemias no formales se encuentra la idolatría. La blasfemia material, y
por consiguiente la idolatría, no es motivo de guerra contra los infieles, pues no lleva
consigo ninguna injuria a nuestra religión. Su juicio sólo pertenece a Dios, que es el
único agraviado con ese culto.
Ni la infidelidad ni la idolatría, ni cualquier otro tipo de blasfemia sólo material,
por muy grave que sea, incluso hechas con el mayor odio a Dios, no pueden ser causa
justa de guerra. Para que haya causa justa de guerra es necesario que se dé injuria grave
a la Iglesia o a república. Ledesma hace también aquí una clara aplicación:
«Si un infiel con las palabras niega a Cristo, pero no trata de apartar a los demás
de oír el Evangelio, o de pervertir a los que se han convertido, ni se burla de nuestra fe,
no puede el príncipe cristiano castigarlo, porque éste tal no hace injuria ninguna a
nuestra fe»30.
Una duda se plantea a este propósito a nuestro teólogo, que ha merecido distinta
solución: «cuando en alguna provincia de infieles hay algunos tan perversos que
induzcan a los demás a la idolatría, o al pecado nefando, o. a otros pecados contra la ley
de naturaleza, y esto, viéndolo el príncipe de aquella república» ¿no podrá intervenir
otro príncipe, para compelerlos a guardar la ley natural y a no hacer cosas semejantes?
El motivo de esta duda es el aducido tantas veces de la defensa de los inocentes.
Con toda certeza en esa república habrá muchos inocentes, que ven conculcados de esa
forma sus elementales derechos y libertades.
Pedro de Ledesma hace una distinción, antes de decidirse a resolver el problema.
La inducción al mal, de que se habla, puede hacerse de dos maneras. La primera, con
violencia y engaño. La segunda, sin violencia ni fraude, sino con razones o con dádivas.
Cuando la inducción a los pecados contra la naturaleza se hace del primer modo, es
decir, con violencia y engaño, entonces cualquier príncipe puede intervenir con la
29
Ib., p. 26a.
30
Ib., p. 26b.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 18
fuerza, para castigar e impedir que sigan esos males». La razón es porque los que
inducen de esta manera hacen grandísima injuria a aquéllos a los que pretenden inducir.
Luego cualquiera puede compelerlos a que no les hagan semejante injuria».
Cuando la inducción al mal se hace de la segunda manera, es decir, sin violencia
ni engaño, sino sólo con razones o promesas o buenas palabras, no hay motivo de
intervención alguna por la fuerza, sino tan sólo por la persuasión, convenciendo al
entendimiento y arrastrando la voluntad. Se prueba, porque no ha habido ninguna
injuria. Cuando se ofrece una cosa mala conocida y es aceptada libremente, no hay
injuria del que la ofrece al que la acepta. El único que puede castigar esos males es el
propio príncipe, es decir, el que tiene jurisdicción directa sobre ellos.
Conclusión segunda: «cuando en alguna república hay algunos que sacrifican
hombres a Dios o a los ídolos, pueden ser compelidos a que no los sacrifiquen, aunque
los sacrificados lo quieran»31.
Es una doctrina común en toda la Escuela de Salamanca. La razón es «la
grandísima injuria», que se hace a los sacrificados, privándoles del don más elemental
de la vida. Ni el hombre particular ni la república entera es señor de la vida de nadie,
sino sus guardianes y defensores. El verdadero señor o dueño de la vida es Dios, o «la
madre naturaleza», como dice aquí Ledesma. Por eso, aunque el hombre quiera ser
sacrificado o que le quiten la vida, comete una gravísima injuria el que lo sacrifique.
Es el caso más claro de la justicia de la fuerza. Si la causa justa de la guerra es la
injuria grave, la guerra motivada por el sacrificio de hombres inocentes es justísima,
pues la injuria, que se hace, es muy grave. Sin embargo, la guerra es siempre la última
instancia. Antes de declararla es necesario buscar la solución de modo pacífico. Se
impone, por lo tanto, amonestar primero a esa sociedad, en que se cometen semejantes
injurias, que cesen en esos crímenes. Lo contrario no sería propiamente defender a los
inocentes, sino castigar a infieles no súbditos, lo cual en sí mismo es injusto, y, por lo
mismo, ilícito.
Otra condición indispensable, para poder intervenir por la fuerza es que esas
personas sacrificadas sean en verdad inocentes. Podría, en efecto, suceder que hubieran
sido condenadas a ese sacrificio, o semejante pena de muerte, por razón de los crímenes
cometidos, o por botín de guerra justa contra otros pueblos. En estos casos se trata de
actos de justicia dentro de una república ajena, en la que no hay jurisdicción para
intervenir.
Ledesma añade finalmente una condición, que vemos ya expuesta en Francisco
de Vitoria y Bartolomé de Las Casas, y que siguen los grandes maestros salmantinos.
Esa condición es que «con la guerra no mueran más inocentes que los que habían de ser
sacrificados»32. De no ser así, la guerra sería ilícita, pues produce daños más grandes
que los que pretendía evitar.
Habla también Pedro de Ledesma de la existencia de unos hombres tan feroces,
que a manera de fieras y como tigres comen a los hombres. Estos tales deben ser
considerados como agresores del género humano, y es lícito a los príncipes cristianos
matarlos, por la razón de defensa de la sociedad humana. No se requiere necesariamente
la previa amonestación, antes de cargar sobre ellos, porque por su extrema y peligrosa
ferocidad se presume que sería inútil esa amonestación.
Sin embargo, a pesar de tratarse de un caso extremo, Ledesma abandona la
teoría general, para buscar un resquicio, que evite la violencia y la guerra. «Verdad es –
termina diciendo– que, si hubiese otro camino, para impedirlo, no los habían de matar,
31
Ib., p. 26bs.
32
Ib., p. 27a.
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 19
33
Ib.
34
LEDESMA, p. 27b.
35
Francisco Suárez nos ofrece unas páginas muy valiosas a este respecto. Enseña que no se
puede coaccionar a los infieles a dejar sus cultos falsos o contrarios a la razón (SUAREZ, p.
448b). Igualmente defiende Francisco Suárez que los príncipes cristianos pueden ciertamente
obligar por la fuerza a los infieles, que son súbditos suyos, a dejar aquellos errores que se
oponen a la razón natural; pero no pueden obligarlos por la fuerza a apartarse de los cultos que
practican contrarios a la fe cristiana (SUÁREZ, p. 450a s).
El tema de Las Indias en Pedro de Ledesma – Ramón Hernández Martín O.P. 20
Conclusión primera: «los ritos y ceremonias de los infieles se han de sufrir para
la consecución de algún bien o para evitar un mayor mal. cuando los infieles son
súbditos de los príncipes cristianos36.
Esta conclusión no va más lejos de la tolerancia. No habla propiamente de
verdadera libertad religiosa, en la que cada uno es libre para seguir la religión que cree
verdadera. Esa tolerancia la había expuesto Santo Tomás en la Secunda Secundae,
cuestión 10, artículo 11, y es la doctrina que siguen sus discípulos en los comentarios a
ese texto del santo.
Se trata en definitiva de un método de evangelización, que consistiría en tener en
cuenta esta norma: se permite a los infieles practicar su religión, para que, tratados con
deferencia y suavidad, más fácilmente se conviertan a la fe cristiana.
Por otra parte, con toda seguridad, la oposición directa a sus prácticas religiosas,
provocaría la rebeldía, la violencia y hasta la guerra, que son males más graves que la
práctica de sus cultos.
Esta relación de mera tolerancia no la superan las otras conclusiones de Pedro de
Ledesma, que ponemos a continuación.
Conclusión segunda: en las relaciones comerciales con los infieles no se les
pueden vender aquellas cosas que se ordenan directamente a sus cultos.
Pone como ejemplo «vender una vestidura sacerdotal o un ídolo para sus
cultos». La razón que da es que «el que vende estas cosas a los infieles concurre a obrar
con ellos aquellas obras, que son pecado mortal, pues les da instrumentos de sí
ordenados a pecado mortal. Luego no es lícito».
Conclusión tercera: contribuir a la edificación o a la reparación de los templos
de los infieles es contribuir directamente al mal o al pecado, y es por lo mismo ilícito.
Para Ledesma lo único permitido es conservar esos templos, pero siempre, para
evitar mayores malos. Es una actitud de tolerancia bastante endeble, como la
anteriormente consignada. En su pensamiento está claro que, si es posible evitar el
escándalo o la guerra, se podría incluso derribarlos, o darles otro servicio profano.
Conclusión cuarta: las cosas que por su naturaleza no se ordenan al culto
idolátrico, o se ordenan a éste sólo indirectamente es lícito venderlas a los infieles,
aunque se sepa que van a usarlas para ese fin.
La razón es porque esas cosas así vendidas no se ordenan intrínsecamente al
culto, ni el que las vende tiene intención de cooperar con ello al culto de los infieles37.
36
LEDESMA, p. 27b.
37
Ib.