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SIFANDINA Sociedad Internacional de Filosofía Andina

Luis Enrique Alvizuri

ANDINIA:
LA RESURGENCIA
DE LAS NACIONES ANDINAS
En pleno proceso de globalización, y cuando el objetivo común es la
modernización de la humanidad, los pueblos andinos se levantan alzando las
banderas de una civilización supuestamente desaparecida hace 500 años y solo
conservada como folclor. ¿Qué está ocurriendo? ¿Son movimientos con fines
circunstancialmente políticos o tienen raíces en alguna realidad que todavía no es
comprensible? ¿Qué representan para el futuro de América Latina: un retroceso o
una era de cambios insospechados? ¿Está acaso en peligro la democracia y el
modelo liberal o nos hallamos a las puertas de una alternativa proveniente de las
propias canteras de los sectores relegados por la sociedad? Este libro expone las
razones por las cuales el autor cree que la civilización andina, a la cual propone
llamar Andinia, no ha desaparecido sino que sigue viva bajo formas que el
pensamiento oficial no consigue entender, debido a que su visión es netamente
occidental. Esas formas: la religión, la organización laboral, la familia extensa y
las manifestaciones culturales, han mantenido hasta hoy, y de distintas maneras,
la continuidad de la sociedad andina, faltándole únicamente implantar su
estructura política en el Estado -el cual hasta el momento es posesión exclusiva
de los dominadores europeos y de sus descendientes- pero que ahora empieza a
exigirse se reintegre a los sectores mayoritarios de esta región del continente.
Este es un intento por ver y entender las cosas, no desde un punto de vista
externo, el de Occidente, sino desde los propios ojos andinos. El mensaje que da
es que: solo recuperando primero la percepción de sí misma, y luego su poder
político, la civilización andina alcanzará su libertad y renacerá plenamente.
La civilización andina fue una creación formada por un conglomerado de
pueblos y culturas ubicadas en torno a la cordillera de Los Andes, desde lo que es
hoy la república de Venezuela hasta las de Chile y Argentina. Dicha civilización
andina Andinia, de acuerdo con esta propuesta— desarrolló todos los
mecanismos socio-culturales que la llevaron a convertirse en una civilización de
primer orden. Creó una elaborada técnica para efectuar desde las más simples
labores utilitarias hasta las más complejas tareas de las ciencias y de las artes,
con sus correspondientes simbologías, razón por lo cual actualmente ha llegado a
conformar un cuerpo ideológico y social original y coherente. Cuando arribaron los
primeros occidentales Andinia se hallaba en proceso de evolución; pero, a pesar
de la invasión, ese proceso no se detuvo, sino más bien continúa dándose
vertiginosamente, escondido a los ojos extranjeros bajo diversas formas
culturales. Lo que ocurrió fue que, si bien la civilización occidental reemplazó la
organización política de la andina por la suya, no pudo eliminar sus otros aspectos
fundamentales como son la religión, la cultura, el modo de producción y la
estructura social. Así se explica el por qué de su supervivencia hasta el día de hoy.
Las crisis que vienen ocurriendo en las estructuras sociales de los países andinos
son una clara señal de la expansión de la civilización andina, la cual se dirige
ahora hacia la toma de posesión del aparato político —el gobierno formal, el
Estado—, único de los aspectos que le falta recuperar para consolidar su plenitud,
su vigencia y su identidad.
Luis Enrique Alvizuri García Naranjo (Lima, 1955). Comunicador, publicista y
filósofo, con estudios de Sicología en la Universidad Ricardo Palma y Comunicaciones
en la Universidad de Lima. Es autor de los ensayos filosóficos Hacia un nuevo mundo y
La filosofía y la promesa de la vida humana, así como de poemarios, cuentos literarios
y para niños. Fundador y presidente de la Sociedad Internacional de Filosofía Andina
SIFANDINA, institución dedicada a la investigación y difusión del pensamiento filosófico
andino. Es también compositor e intérprete de canciones de contenido social y
reflexivo y tiene grabados cinco discos.
luisalvizuri@yahoo.com

© 1997 Producido por LEA. Hecho en Perú.


© 2004 Fondo editorial del Instituto de Investigación para la Paz Cultura e Integración
de América Latina, Lima (Perú).
© 2007 Sifandina, Sociedad Internacional de Filosofía Andina, Lima (Perú).
sifandina@yahoo.com

Printed in Perú

2
A todas las mujeres
en cuyos vientres está
el futuro de la humanidad

3
ÍNDICE

PRÓLOGO
Pertinencia de la identidad andina y de la filosofía andina en el
pensamiento de Alvizuri Odilón Guillén Fuentes......................................................... 6
El resurgir del comunitarismo andino Gustavo flores Quelopana ..............................12
INTRODUCCIÓN .....................................................................................................17
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN DE ANDINIA............................................... 19
Acerca de la verdad ................................................................................... 20
Acerca de las civilizaciones........................................................................ 22
¿Qué es lo andino?.................................................................................... 26
¿EXISTE UNA FILOSOFÍA ANDINA? ...................................................................... 30
El caso Sepúlveda...................................................................................... 30
No solo Occidente piensa .......................................................................... 31
¿De qué trata la filosofía andina? .............................................................. 35
Una temática a modo de ejemplo:
acerca del origen del hombre..................................................................... 37
Manifestaciones de la civilización andina donde se comprueba que
existe su filosofía y se encuentra vigente.................................................. 40
1. La religiosidad andina ............................................................ 40
2. El sistema de trabajo.............................................................. 41
3. La organización familiar ........................................................ 43
4. Las manifestaciones culturales .............................................. 44
5. La organización política ......................................................... 45
Respuesta a los argumentos que niegan la existencia de la filosofía
andina ........................................................................................ 47
Respuesta al argumento del totalitarismo.................................. 48
Respuesta al argumento de la falta de libertad de expresión .... 48
Respuesta al argumento de las necesidades básicas ............... 49
Respuesta al argumento de la ausencia de escritura ................ 50
Conclusión acerca de la filosofía andina.................................................... 51
ANDINIA ................... ............................................................................................... 53
Resumen conceptual.................................................................................. 53
No somos «indios»..................................................................................... 53
La patria es la que uno elige y no donde se nace...................................... 53
En el mundo andino coexisten dos civilizaciones:
la andina y la occidental............................................................................. 53
Los tres momentos de la historia del mundo andino.................................. 54
En nuestros países la verdadera cultura es la andina
mientras que la occidental es una supra cultura........................................ 54
El método que proponemos es el de la negación
y luego la creación heroica......................................................................... 55
La revolución silenciosa ............................................................................. 57
El comienzo de nuestra libertad................................................................. 58
El río subterráneo ..................................................................................... 59
Acerca de la Historia ................................................................................. 62
La ciencia ................................................................................................... 71
Nuestro yo occidental................................................................................. 73
Civilización andina...................................................................................... 74
Quiénes somos los andinos ....................................................................... 76
Los tres momentos de la civilización andina.............................................. 77
El primer momento: evolución y consolidación .......................................... 77
El segundo momento: la continuidad de nuestra actitud ante el dominio .. 77
El tercer momento: hacia la recuperación de nuestro poder...................... 78
Los dos factores......................................................................................... 80
1. Occidente ha agotado su germen creativo ............................ 81

4
2. Andinia no ha muerto: resurge............................................... 82
Cultura y supra-cultura .............................................................................. 84
Símbolos Calientes y Fríos ........................................................................ 91
Ideas fuerza................................................................................................ 91
Pensamientos andinos............................................................................... 97
Los dos vecinos........................................................................................ 106
La rebelión de la creación ........................................................................ 108
Anticrística................................................................................................ 111
ACERCA DEL PODER ........................................................................................... 120
Definición de diccionario............................................................................120
Definición filosófica ...................................................................................120
Las fuerzas............................................................................................... 121
Las necesidades ...................................................................................... 121
Las motivaciones...................................................................................... 121
Motivaciones de la configuración personal ........................................... 122
Motivaciones de la interacción social.................................................... 122
Las autoridades........................................................................................ 123
La cesión de autonomía........................................................................... 124
Tipos de autoridad.................................................................................... 125
Conclusiones sobre el poder.................................................................... 126
El poder y la libertad ............................................................................. 127
El poder y la democracia ..................................................................... 128
MÁS ALLÁ DE LA SOCIEDAD DE MERCADO.......... ............................................ 133
La Libertad .............................................................................................. 135
La Democracia Liberal ............................................................................ 136
Los Derechos Humanos.......................................................................... 137
ADENDA.................. ............................................................................................... 140
LA NUEVA UTOPÍA ANDINA .................................................................. 140
EL PENSAMIENTO LIBERADOR Y LA CIVILIZACIÓN ANDINA ........... 145
ANÁLISIS EN TORNO A EL OTRO SENDERO ...................................... 148
DIEZ (FALSAS) VERDADES DEL DECANATO FUJIMORISTA..............162

5
PRÓLOGO

Pertinencia de la identidad andina y de la filosofía andina


en el pensamiento de Alvizuri
Lic. Odilón Guillén Fuentes1
Lima, 10 de agosto de 2004

En el libro Andinia la resurgencia de las naciones andinas hay un intento de


establecer un logos, un telos y un ethos para denominar a una civilización que carece
de una identidad nominativa, y sin embargo a todos consta que se trata de la
civilización andina. Destinada y determinada por su historia geopolítica, surgida de un
tronco común que la cultura oficial “latinoamericana” lo enmascara, y que ha sido
configurada como tal desde los comienzos del siglo pasado, producto de la influencia
del individualismo occidental moderno. El doble cuestionamiento que propone Andinia
hemos de desarrollarlo en la relevancia subyacente de cuatro aspectos demarcatorios
del ensayo de Luis Enrique Alvizuri los cuales se insertan en el debate entre
“comunitaristas” y “liberales”.

1° Aspectos problemáticos de la reflexión filosófica y sociológica en Andinia

No es casual que Alvizuri haya elegido el ensayo para tal propósito; es más, su
prosa está impregnada de un discurso cuestionador y sugerente, engarzado con
elementos alegóricos y metafóricos de su temática y de sus personajes
estigmatizados: Occidencio y el hombre andino. No hay el rigor académico sistemático,
erudito, sino la del académico crítico en el análisis. Sus precisiones concuerdan con los
datos históricos, pone de relieve la cuestión del discurso claro, abierto y propio, tanto
como si lo hiciera el amauta Mariátegui en sus artículos y en los Siete Ensayos, o como
Flores Galindo en Buscando un Inca, o como Gustavo Flores en Racionalidad filosófica
en el Perú Antiguo. Un caso análogo en España son los Ensayos de Ortega y Gasset, y
los de Fernando Savater; Alberdi y Vasconcelos en la América del siglo pasado, que
anunciaron el “comunitarismo occidental” y la conformación del “liberalismo occidental
de mercado”.
Su discurso se nutre de la tradición histórica cultural del Perú y de la realidad de
la vida cotidiana de nuestro mundo andino. El sujeto, el pensamiento y la filosofía que
pretende revalorar es tan actual que el hombre andino, hoy, está pensando y
preguntándose: ¿Soy latino o andino? ¿Quiero ser europeo hispano o norteamericano?
Alvizuri plantea a semejantes preguntas la toma de decisión y elección: la Patria o
Identidad, se elige o se asume. Eso es lo que está sucediendo actualmente, no solo en
el mundo andino, sino en la mente de todo sujeto cosmopolita en algún lugar del
planeta. He ahí su contextualidad histórica, siempre en una referencia al mundo andino
antiguo de los Inkas y al de los orígenes de nuestra cultura. Andinia adquiere presencia
propia, dado el punto de vista original que asume Alvizuri; problematiza la cuestión de
la identidad cultural, ahonda en sus raíces, en su historia, y la singulariza para
subrayar su rasgo universal al señalar la esencia de la cultura andina. El ser andino ha
de tomar una posición frente al fenómeno de la globalización y occidentalización. Por
ello sostiene: “Tenemos que crear heroicamente pues nadie nos va a ayudar, sino todo
lo contrario. Necesitamos atrevernos a pensar mirando nuestra realidad y ayudarnos
por nuestra propia ciencia: la ciencia para buscar la vida, el bien común. Y si es
necesario cambiar nuestros principios científicos que vemos que solo nos hunden en la
miseria, pues cambiémoslos;... Seamos osados, valientes arriesgados, pero sin perder
nuestro espíritu andino que, ya hemos dicho, tiene una filosofía del hombre y de la

1
Licenciado en Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

6
vida que hace que el ser humano se encuentre más integrado a la tierra y al cosmos”
(p. 78).
Solo así ha de comenzar nuestra verdadera libertad para una revolución
auténtica y próxima, dirá Alvizuri (pp. 82-83). El pensamiento alvizuriano no comienza
a reflexionar de la nada, mas tiene frente a sí a interlocutores implícitos: aquellos que
añoran el mundo europeo, el norteamericano, la virtualidad de lo “latinoamericano”, o
aquellos que buscaron y buscan, todavía, construir una nueva patria por los caminos
universales y ecuménicos, como lo dijera Mariátegui, o haciendo sensibilizar
emotivamente las ideas, como Vallejo, Arguedas, Ciro Alegría, Washington Delgado.
Sus interlocutores están presentes y el autor, como sujeto andino, tiene que auto
referirse, sostenerse en sus propias ideas; claro está que hace suya la más genuina
expresión de la identidad andina. Su lenguaje lo descubre y su cuestionamiento lo
interpone frente a los otros (occidentífilos y anatópicos, como diría Gustavo Flores),
sus coetáneos. No los evade; solo particulariza su reflexión; es algo propio la auto
referencialidad de su ser andino.

2° Pertinencia y determinación del pensar andino en el horizonte histórico cultural

La evolución y el desarrollo de las culturas han demarcado períodos de


surgimiento, apogeo y decadencia (La Biblia, Herodoto, Spengler, Toynbee), pero
también épocas largas de transición (demarcadas por luchas internas, revoluciones
resistencias culturales, la asunción colonial y neocolonial, por ejemplo: la helenización
de roma, la hispanización, el “latinoamericanismo”, y el proceso de occidentalización
en la ola de la globalización). La historia humana ha registrado tales procesos: las
sociedades hegemónicas y homogeneizadoras sometiendo a otras culturas o
comunidades autóctonas con un sistema de “comunitarismo liberal” (John Rawls),
corporativa y de mercado.
Nuestra historia evidencia hechos análogos. Las culturas andinas, con la
invasión europea (hispana e inglesa), devenía a la dependencia colonial (época del
virreinato) y neocolonial (desde la época de la independencia republicana). La cultura
andina, que ofreció resistencia a tales procesos, guardó en la memoria colectiva, no
solo el legado cultural de los Inkas, sino la huella de aquella violencia genocida; pero
también la impronta cultural del modo de ser, pensar, sentir y operar en el mundo del
hombre andino en sus caracteres genéticos, los que se manifiestan en las costumbres,
en la necesidad de un nuevo mito, un nuevo ideal de identidad. ¿Adolecían de ella? No.
¿Eran conscientes de su ser? Sí. ¿Eran auténticos? Sí, es por ello que hubo resistencia
cultural y hay una resurgencia andina de la vida.
A comienzos del siglo pasado se cuestionó la pertinencia o no de un
“pensamiento latinoamericano”, y la necesidad de una filosofía auténtica (Mariátegui,
Orrego, Haya de la Torre); sin embargo la crisis norteamericana de 1929 y la crisis
europea del 35 (la Segunda Guerra Mundial), acentuó y demarcó el proceso de
transición “latinoamericana”, enmascarando la realidad, a pesar de que el capital
humano y cultural apuntaban a un horizonte de sentido propio y auténtico. Valgan los
intentos2 de Gonzáles Prada, Vallejo, Gamaliel Churata, Luis E. Valcárcel, A, Salazar
Bondy, Basadre, Arguedas, A. Flores Galindo, etc. En los años 80 y 90 del siglo pasado
épocas decisivas de crisis y cuestionamiento, de subversión y de cambio la labor
cultural creció y la mirada internacional enfocó nuestra cruda realidad. Así, se empieza
a reflexionar sobre nuestra identidad andina y la situación concreta del mundo andino,

2
Son intentos que buscaron sustraer la autonomía del pensamiento andino, reabriendo páginas de nuestra
historia como la Revolución de Túpac Amaru II, o la evolución y revolución silenciosa de los andinos, la
posibilidad de que algún día se descubra que sí hubo filosofía en el mundo precolombino. Alvizuri
remarca la impronta cultural andina.

7
cuestión soslayada por académicos occidentófilos. Hay ensayos como los de Rosina
Valcárcel (Mitos. Dominación y Resistencia Andina), la revista Kachkaniraqmi, de
Sebastiano Sperandeo (Claves para interpretar el mundo andino, 2001), de John Murra
(Formaciones económicas y políticas del mundo andino, 1975, El mundo andino:
Población, medio ambiente y economía, 2000), de Olivier Dollfus (Territorios andinos:
Reto y memoria, 1991), de María Rostworowski: (Historia del Tawantinsuyu, 1989,
Estructuras andinas de Poder. Ideología religiosa y política, 2000), de Franklyn Pease
(Del Tawantinsuyu a la historia del Perú, 1978), de Marcos Cueto (Saberes Andinos:
Ciencia y tecnología en Bolivia, Ecuador y Perú, 1995), de Enrique Meyer y Marilarson
(Indígenas elites y Estado en la formación de las Repúblicas Andinas, 2002), de Jürgen
Golte (Cultura, racionalidad y migración andina, 2001), de Gonzalo Portocarrero y
Jorge Komadina (Modelos de identidad y sentidos de la pertenencia en Bolivia y Perú,
2001), de Heraclio Bonilla (Metáfora y realidad de la independencia del Perú, 2001), de
Gerardo Ramos (Una visión alternativa del Perú, 2001), de Gustavo Flores Q.
(Racionalidad filosófica en el Perú antiguo, 2003), de José Mendívil (En que nación
queremos vivir los peruanos del siglo XXI, 2003), de VVAA, (La intelectualidad peruana
del siglo XX ante la condición humana. T I, 2004) y otros que analizan nuestra
realidad. Es en estas circunstancias culturales e históricas que aparece Andinia la
resurgencia de las naciones andinas en 1997 y que, en el 2004, se reeditó.

3° Replanteamiento pre-ontológico del ser andino y factualidad de la resurgencia


andina

Alvizuri reactualiza una cuestión latente. Si es posible rastrear su toma de


conciencia podríamos ubicarlo hacia 1780, cuando Túpac Amaru II buscaba la
reivindicación y el reconocimiento de los indígenas al derecho de libertad y justicia.
Pero también podríamos retrotraerlo a la época de Ollantay, pues son momentos de
conciencia del ser andino; lo cual no niega que no hubo pensamiento ni reflexión
filosófica en el mundo antiguo del Perú, como parecen inquirir conjuntamente con
Gustavo Flores Quelopana. La cuestión también puede ser reubicada en los intentos de
Gonzáles Prada, César Vallejo, López Albújar, J. C. Mariátegui (quien sostiene con clara
evidencia en Peruanicemos al Perú (1924) y en los Siete Ensayos (1928), que “por los
caminos universales y ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando
a nosotros mismos”), Augusto Salazar Bondy, al poner sobre el tapete la inautenticidad
de nuestra filosofía (algo que Mariátegui planteó en 1924, pocos años después de
retornar de Italia, sobre la no existencia de una ciencia, una filosofía genuina y de “un
idioma producto de nuestra gente”), y, como Vallejo dijo: “todavía”. El momento final
del poema evoca el porvenir, la circunstancia de un sujeto solidario. ¿Acaso en nuestra
nueva condición andina? Arguedas, dijo: “La universalidad podrá tardar mucho; sin
embargo vendrá... Yo viví la vida que nos queda, que no es tanta, a los peruanos de
hervores muchos, con más jugos andinos que modernos y en eso sí hay una promesa
cumplida; pero es mucho más lo que peligra, se deteriora o desvirtúa de la cultura
nuestra”. Aunque su intención fue estereotipada con el rótulo de la “utopía arcaica”,
circunscrita desde la óptica de un cosmopolitismo liberal de mercado, el debate sobre
lo andino siguió en pie (diversos autores la someten a prueba en Kachkaniraqmi Nº 6,
1991, y en otros medios). Las investigaciones ahondaron y ampliaron el horizonte
cultural andino (p.e. los hallazgos de Caral).
Alberto Flores Galindo replanteó la cuestión y la refirió a la memoria colectiva y
al imaginario utópico de los andinos. Desde 1988 se reflexiona sobre la racionalidad
andina o de la posibilidad de una filosofía andina (C.N.F. 2000). Y hoy se retoma la
cuestión, para reiterar la pregunta: ¿Qué es lo andino? Arguedas denunció que los
“críticos literarios” (de aquel entonces) no comprendían, con sus categorías
occidentalizantes, al fenómeno cultural emergente, llamándolo “indigenismo”, sin

8
sopesar que estaba en juego nuestra identidad cultural genuina. Hago notar que es el
arte quien nos revela, y nos ha revelado siempre, al nuevo hombre, la nueva
identidad, anteponiéndose y anticipándose a los esquemas teóricos. No es casual que
artistas como Vallejo o Arguedas, o críticos como Mariátegui, tuvieran clara conciencia
teórica de ello; sus obras los evidencian. La condición actual del sujeto en los andes de
América también lo evidencia: el hombre andino es una factualidad inobjetable,
insoslayable, ante las anteojeras de los occidentófilos.
Por ello Alvizuri nos dice: “Lo andino es la manifestación de una civilización viva
y emergente, en estado de crecimiento y expansión, que responde a los retos del
presente sin tener que recurrir necesariamente a las tecnologías y expresiones del
pasado. El ámbito de lo andino es la cordillera de los andes, incluyendo costa, sierra y
la selva. Lo andino es lo presente, el hombre actual, vivo, que habita en esos países
andinos, y todo lo que piensa, hace y produce, sin importar su ubicación social, política
y cultural, ni su origen étnico”. La postura es polémica, radical, zanjante, bifurcante, si
es que no se la contextualiza histórica y concretamente, como así nos alude el propio
autor. Sin embargo, hay un pasado, incluso cruel y trágico, heroico y deslumbrante,
telúrico y noble como el sentimiento de los antiguos andinos, los Inkas, al que no nos
sustraemos pues fue algo propio de nuestra cultura en sus orígenes, y que es
revalorado en la obra que presentamos. El autor constata que lo andino se mueve por
todas partes, en el Perú como por toda “Latinoamérica” y en el mundo entero. Son
fáciles de identificar: hay una resurgencia en masa de este sujeto oriundo de América
(que se pasea como el griego en los tiempos de los medos-persas por las costas y en
las ciudades), que tiene un modo de actuar, sentir y pensar que heredó de sus
ancestros. Ello significa que fuimos y somos herederos de una tradición y de una
filosofía que subyacía y subyace en esos modos de ser (no occidentalizados). Es por
ello que Alvizuri sostiene que “el individualismo tiene un sustento más ideológico que
real: es bueno para argumentar la apropiación del bien social en manos de unos
cuantos; pero cuando llega el peligro, súbitamente aparece para ellos la colectividad y
exigen que se muera para que se defienda la identidad colectiva. Quiere decir que ese
individualismo que tanto se pregona es bueno cuando a ellos les conviene y deja de
serlo para dar paso a la conciencia social cuando ya no conviene. Esta es la
filosofía que hoy impera en el mundo pero que, en realidad, más que filosofía, es una
estrategia conceptual, un argumento publicitario (nosotros lo llamaríamos parodia del
discurso argumentativo) que sirve para vender y justificar la anormalidad (e.d. de una
sociedad anética) que ha perdido las megalópolis dentro de las cuales viven unos
astutos y poderosos mercaderes”. Y no es casual que se trate de elaborar una ética
corporativa o social o de refugiarse en un antropologismo ético, donde lo occidental se
metamorfosea en el concepto de civilización de la modernidad, o que se intente aplicar
un reduccionismo cientista y tecnocrático a la sociedad de consumo.
En Andinia hay un intento y la necesidad de un replanteo pre-ontológico del ser
andino, pues la factualidad de la resurgencia cultural andina lo evidencia (a no ser que
los sujetos de esta época sean ciegos, como Occidencio, para no ver la nueva realidad
de los países andinos, la beligerancia de las colectividades y de las comunidades). Se
trata de hacer visibles las relaciones invisibles en un mundo diferenciado y multiforme,
heterogéneo. Es un cuestionamiento de la condición humana actual en los andes; pre-
ontológica porque se trata de determinar nuestra condición real “enmascarada” por el
pensamiento oficial y occidentalizante de una lógica homogeneizadora, sutil y
abstracta. Se trata de evidenciar la nueva identidad, el nuevo rostro del mundo
andino; hacer frente al sociologismo pasadista y burgués, etnicista y localista. El
reduccionismo sociológico se mueve con esquemas de clase y de caudillos oportunistas
que desoyen y hacen demagogia de la voz del pueblo y de las comunidades, en los
marcos de una “democracia representativa” o de “bancada”, algo propio del
individualismo occidental, en este proceso de globalización de la economía de mercado.

9
Sin embargo, el pensamiento filosófico andino está en un proceso de crecimiento y
maduración y realiza en su praxis una “revolución silenciosa”, “subterránea”, diría
Alvizuri. Somos andinos y esa es nuestra verdad y nuestra personalidad cultural en el
mundo: algo visionado por la generación del centenario y por los andinos de hoy que
se expresan en lenguas autóctonas, que reconocen la diferencia, la diversidad y la
heterogeneidad en la identidad.

4º Singularidad de la filosofía andina en la visión de Alvizuri

Alvizuri se pregunta: ¿de qué trata la filosofía andina? Responde de manera


directa, sin el marasmo de subjetivismos ni excesos de la erudición académica: “La
filosofía andina trata acerca de cómo el hombre que vive en esta parte del continente
responde y quisiera responder a los retos de su medio de la manera más eficaz posible
con el objeto de hacer su vida más plena y llevadera. Sus temas son similares a los de
cualquier otra filosofía: acerca del origen, los valores, el destino, la ciencia, la
sabiduría, la belleza y otros. Pero donde se hace distinta y particular es en las
respuestas que da a estas inquietudes, que no se encuentran en un lenguaje escrito
sino en las expresiones insertas en su propia cultura: en la religión, en la organización
social y en el trabajo”. ¿Y por qué no también en el idioma le preguntaríamos a
Alvizuri? Pues, hay que desentrañarlas diría, y hay que hacerlas posible; pero hay que
reinterpretarlas y reconstruirlas, ¿verdad? De este modo pone en evidencia que
filosofía no es lo mismo que la ciencia, y menos un derivado del proceso filosófico de
Occidente. En la filosofía andina hay especulación (y lo hubo en el pasado) y también
teorías. No obstante ello, precisará que la religiosidad andina esconde (como sucedió
en la antigua Grecia, en sus orígenes) toda la filosofía andina. Por ejemplo: la idea del
ser colectivo, la existencia de un compromiso con la tierra y sus manifestaciones, que
hay principios rectores de la vida (solidaridad, reciprocidad, dualidad,
complementariedad) que hay un fin en la existencia del andino como parte de un todo
vivo y no como una realización de lo individual, al margen del todo. Religión y filosofía
no están desligados. El modus operandi está basado en la familia extensa (el ayllu); el
fin del trabajo es el hombre, su realización como ser humano. Hay un comunitarismo
sui generis del hombre como ser social en armonía con la naturaleza; hay una
racionalidad que se remonta hasta sus orígenes y una lógica coherente de la
organización andina que busca, no solo una identidad “fuerte” (palabra ambigua), sino
más comprehensiva y más real.
Hay una filosofía, tal vez utilitaria, para beneficiar a la comunidad, al colectivo,
pero me parece que, más bien, hay una filosofía de la acción, una filosofía de la praxis
social sui generis; es concreta cuando el hombre andino planifica la agricultura, el
desarrollo biogenético de las plantas, el tratamiento de los suelos y de los pisos
ecológicos. Hay una filosofía no escrita sino vivencial, presencial, incluso diría
simbólica, registrada por la memoria colectiva en los quipus, hecha ya sea por los
orejones o amautas, quienes deben de haber influido con sus determinaciones y
paradigmas (piénsese en Pachakutik, Wirakocha, Wayna Kapaq, o el Inka Apu), que
bien pueden simbolizar señorío y poder, revolución y transformación del mundo, poder
moderno o modernidad Inka. Se trata de ser afirmativos, constructivos, pero para ello
se requiere desconstruir los esquemas prefigurados, y eso supone un acto de creación
de nuestra propia verdad y de nuestra identidad desde nuestra heterogeneidad.
Supone que “el poder es una estructura de reglas y leyes que buscan la cohesión de
una sociedad a través de un equilibrio entre las fuerzas que la componen”, nos dirá el
autor de Andinia. Y ello supone rebasar los esquemas y criterios que ha impuesto el
occidentalismo en nuestras tierras; supone afirmar que sí hubo filosofía en el Perú
antiguo (G. Flores Q.) y que muchos la desconocen o la soslayan, o la evaden o no
quieren verla como tal. El hombre andino sigue haciendo filosofía. Hoy es replanteada

10
desde diversos ángulos y por diversos autores, en pleno proceso de globalización,
desde los años 80 del siglo anterior, ante todo afirmando la racionalidad filosófica en
sus orígenes. Andinia constituye la más clara y abierta expresión del pensamiento
filosófico, político y sociológico que solo autores como Mariátegui, Orrego, A. Salazar
Bondy han puesto de manifiesto, con la única diferencia de que Alvizuri ha
singularizado la autenticidad filosófica y la racionalidad del mundo andino como una
necesidad radical de la existencia. Andinia es el ápice emergente de una civilización
que busca su realización silenciosa, pétrea, para reconstruir y reformular la utopía
andina de todas las sangres en una nueva república.
Mariátegui decía en Lima, el 6 de febrero de 1925: “ el indio es el cimiento de
nuestra nacionalidad en formación”... sin el indio no hay peruanidad posible”. Hacia
1928 diría: “El movimiento espontáneo de la economía peruana trabaja para la
comunicación trasandina”... La redención, la salvación del indio, he ahí el programa y
la meta de la renovación peruana. Los hombres nuevos quieren que el Perú repose
sobre sus naturales cimientos biológicos. Sienten el deber de crear un orden más
peruano, más autóctono”... A la nueva generación le toca construir sobre un sólido
cimiento de justicia social la unidad peruana” (ello, supone la asunción del poder en
manos del hombre andino). Hay algunos como Eva Gugenberger (Universidad de
Viena) quien piensa que “un pueblo que, gracias a los textos escritos en su propia
lengua, conserva y respeta su historia y sus tradiciones, mantendrá su propia
identidad y resistirá mejor la alineación y asimilación a la cultura dominante” (J.C.
Godenzzi, El Quechua en Debate, 1992). La perspectiva histórica y antropológica de
María Rostworowski nos dice: “Estamos lejos de haber llegado a descifrar los enigmas
del mundo andino y debemos estar dispuestos a reexaminar constantemente nuestras
apreciaciones a la luz de nuevas investigaciones” (2002). Es esa la intención de
Andinia en este presente transicional y coyuntural de nuestra historia. La cuestión
filosófica del ser andino es así reactualizada de manera implícita en el ámbito pre-
ontológico de nuestra realidad y de nuestro ser multicultural, plurilingüe y multiétnico,
poniendo en cuestión “lo nacional”, que queda en la pregunta: ¿se es latino o andino?
Y queda todo en suspenso, para la conciencia de los andinos de hoy y para los que
buscan rotular la “identidad nacional” desde modelos o esquemas occidentalizantes,
con una lógica metafísica y no desde una lógica real, histórica, vivencial, fundada en el
cimiento de nuestras culturas autóctonas, sin discriminación ni privilegios de un
“cosmopolitismo” euro céntrico, intercultural o transcultural que enmascare la
verdadera realidad y la auténtica identidad cultural que hoy nos plantea Andinia.

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El resurgir del comunitarismo andino
Gustavo Flores Quelopana*
San Borja 2004

El cuestionamiento de la modernización occidental

Alvizuri, con su libro Andinia la resurgencia de las naciones andinas está llamado a
realizar entre nosotros esa misión intelectual de esclarecer la esencia profunda de lo
andino, como espíritu relacional, de una civilización milenaria que persiste en vivo
desarrollo histórico. Para empezar, me propongo dilucidar una idea —la idea de lo
andino—, clara en apariencia, pero que se presta a los más peligrosos malentendidos.
Sobre todo porque hay un conjunto de hechos —como los sangrientos acaecidos en la
ciudad de Ilave en Puno, en el año 2004— que son “signos” de un gran cambio
sociopolítico que emerge con energía.
El Perú viene recientemente de haberse hecho una auto-operación de cirugía de
alto riesgo —tras la caída del régimen de Alberto Fujimori— lo que ha servido para
aliviar sustancialmente su mal; pero tal proceso ha tenido la inesperada consecuencia
de desencadenar la voluntad política firme de los movimientos sociales de la civilidad
—los cuales desbordan lo ideológico, muestran una recuperación de la confianza en su
capacidad de acción y expresan la reivindicación de los derechos nacionales a la
identidad.
En el fondo se trata, no de un cuestionamiento revolucionario y jacobino, sino de
un cuestionamiento ético del modelo de modernización occidental, el cual tiene como
telón de fondo la colisión entre la globalización como estructura sistémica
planetaria y el culturalismo como estructura sistémica regional. Es decir, estamos
ante dos fenómenos contrapuestos (la globalización y el culturalismo) que cuestionan
el tradicional Estado-nación y que agitan particularmente los campamentos de dos
modelos teóricos en pugna, a saber: los liberales versus los comunitaristas, y, más
atrás, los posmodernos.
Es en este complejo contexto en el que se cruzan las redes multinacionales o
estructuras sistémicas planetarias de la globalización con las redes etnocéntricas de las
tradiciones del culturalismo donde aparece en la palestra Luis Enrique Alvizuri con un
libro cuyo ideario, por un lado, parece resumir el debate sobre la identidad nacional
protagonizado en nuestro medio entre indigenistas, hispanistas y mesticistas
mientras que por el otro asume un “comunitarismo andino”, el cual nos plantea el
desafío de independizarnos del tutelaje de la civilización occidental sobre la base del
rescate cultural de nuestra identidad andina.
Es por estos motivos que, por momentos, su libro nos trae a la memoria al insigne
precursor Vizcardo y Guzmán quien, desde Europa, se dedicó a escribir a favor de la
independencia del continente americano; de modo similar, el libro flamígero de Alvizuri
despliega las banderas de la independencia espiritual y material de los pueblos
andinos.
En lo que sigue me referiré sucintamente a tres puntos cruciales de su libro cuya
importancia cobra vigencia en el debate actual de las ideas. Soy consciente que mi

*
Pensador asuntivo-afirmativo, ensayista y poeta peruano (1959), estudió filosofía en la UNMSM y es
fundador del Instituto de Investigación para la Paz (IIPCIAL), de la Sociedad Internacional Antenor Orrego y
de la Sociedad Internacional de Filosofía Andina SIFANDINA. Además es miembro de la Sociedad Peruana
de Filosofía y de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino. Entre sus publicaciones figuran: El placer del
mal (2004), En torno al problema del ser en Kant (2004) Antenor Orrego: teodicea, metafísica e historia
(2003), El ontologismo americanista de Antenor Orrego (2003), Racionalidad y metafísica de la
posmodernidad (2002) y Racionalidad filosófica del Perú antiguo (2001).

12
preferencia es arbitraria por cuanto se trata de una obra con una temática muy rica;
por eso deliberadamente dejaré intocados muchos otros puntos de su pensamiento
(como la existencia de la filosofía andina, su posición ante la doctrina de los Derechos
Humanos, entre otros). En consecuencia, los aspectos que abordaré son los siguientes:

1. Su postura en el debate de la identidad nacional.


2. El comunitarismo andino.
3. El modelo de racionalidad que implica su planteamiento.

Lo andino como intrahistoria

Como es conocido, las doctrinas de la identidad nacional se clasifican en tres


corrientes:

1. La escuela indigenista
2. La escuela hispanista y
3. La escuela mesticista.

Para la escuela indigenista, encabezada por Luis E. Valcárcel y Julio C. Tello, el


factor racial indígena es decisivo; todos los restantes elementos deben ser asimilados
por una nación eminentemente indígena. A este respecto se puede apreciar que
Alvizuri comparte con el indigenismo la preocupación por la autonomía, pero discrepa
frontalmente por cuanto pone el acento, no en lo étnico ni biológico, sino en lo cultural
y civilizacional. Su arquetipo no es el factor indígena sino la civilización andina que lo
sobrepasa implicándolo como una superación dialéctica.
Por su parte la llamada escuela hispanista, encabezada por José de la Riva
Agüero, Víctor Andrés Belaúnde y Raúl Porras Barrenechea, pone el acento en la
presencia de elementos hispánicos que modelan el hecho del mestizaje, que subrayan
la importancia decisiva del factor religioso, y que culmina en la tesis del Perú como
“síntesis viviente”, cuya organicidad es la expresión de un relieve axiológico y
funcional. Alvizuri igualmente se aproxima a la tesis del Perú como “síntesis viviente”
en tanto que lo andino no alude a una etnia en particular sino a un proceso
civilizacional aunque éste haya proseguido su desarrollo de manera soterrada.
Además, otra coincidencia suya estriba en el énfasis puesto en el factor religioso como
insoslayable en el hombre andino. Pero su punto de quiebre con los hispanistas reside
en la discrepancia sobre el elemento hispánico como lo decisivo en el decurso de las
naciones andinas.
La tercera posición, llamada mesticista y muy influida por la raza cósmica de José
de Vasconcelos representada por Uriel García, José Varallanos, José Carlos
Mariátegui, José María Arguedas, Aníbal Quijano y últimamente por José Guillermo
Nugent insiste mucho menos en la base biológica de los fenómenos culturales. El
énfasis está puesto en un tipo humano, que ya no es el indio sino el cholo, el mestizo o
el de “todas las sangres”. Frente a ello Alvizuri está lejos de poner el énfasis en el
crisol de variedades raciales y culturales reabsorbidas por el cholo pues su idea de
mestizaje no es en lo absoluto racial sino cultural.
De esta forma tenemos que no sería muy difícil asimilar y atribuir a Alvizuri un
derrotero conceptual análogo al indigenismo y hasta con el mesticismo, pero creo que
esto sería equívoco pues, para él, el ser de lo sudamericano con excepción del
Brasil es lo andino, entendido esto como una categoría ontológica que define su
destino cultural. Es decir, la circunstancia andina debe entenderse como una realidad
intrahistórica fundamental de nuestra América. Así, lo andino se constituye para
emplear una categoría conceptual de Antenor Orrego en todo un Pueblo Continente

13
que solo alcanzará el nivel de un verdadero Estado Continente cuando recupere su
identidad y tradición propias, quitándose las anteojeras occidentalizadoras.
Lo andino, como realidad intrahistórica, es un proceso espiritual en el que se
resuelve la tensión polar entre dos mundos: el andino y el occidental. Es el fondo real
y concreto que condiciona el desenvolvimiento profundo de una historia y de un
continente entero. De este modo se vuelve evidente que lo que Alvizuri desarrolla es
una metafísica de la cultura, entendida como aquella realidad intrahistórica sumergida
pero que señala el destino y los afluentes visibles de la historia misma.
Por todo esto no es difícil advertir la distancia que lo separa de las doctrinas de
la identidad nacional donde el telos cultural depende de lo étnico cuando no del crisol
de razas o de la asimilación cultural mientras que en su propuesta es la cultura
misma la que depende de un telos civilizacional. La esencia de la identidad nacional
sería lo andino, pero lo andino entendido como un pluralismo ontológico y cultural
armónico con los Otros y con la Naturaleza. Es decir, un ethos, no al servicio del poder,
sino de la solidaridad, la integridad y la reciprocidad.
Y esto es de por sí un mérito de Alvizuri. Me refiero a que su ensayo demuestra
que el tema de la identidad nacional no está agotado. Más aún, pone sobre el tapete la
polémica de la “identidad” en medio de una guerra de guerrillas a nivel ideológico
dirigida desde el Primer Mundo cuyo propósito es relegar y soslayar el problema
“identitario” para sustituirlo por los problemas de lo “multicultural”, dentro de los
intereses corporativos de la globalización. En realidad los aparatos ideológicos de la
globalización se encuentran en una ofensiva radical a un doble nivel, académico y de
masas, con el objetivo de postergar nuestro problema identitario y suplantarlo por
seudo categorías importadas desde realidades europeo-norteamericanas.

El comunitarismo andino

Fukuyama creyó en el triunfo del liberalismo tras el derrumbe del comunismo,


pero no vio la insurgencia de un poderoso adversario: el comunitarismo. El
comunitarismo es una doctrina contextualista, sustancialista, eudemonista en ética y
que se opone al contractualismo liberal. Así tenemos, entre sus adalides, a figuras
como Mcintyre, quien opone a la civilización liberal el tomismo, Michael Walzer, que le
opone la tradición judía, y Charles Taylor, la tradición hermenéutica. De modo análogo,
encontramos a Alvizuri oponiendo a la civilización liberal la civilización andina. Él, como
los otros comunitaristas mencionados, pone en tela de juicio el sistema económico,
moral y vital de la sociedad de mercado, coincidiendo en realidad plenamente con las
críticas del comunitarismo al liberalismo. Estas críticas son básicamente tres:

1) Crítica al formalismo moral, que concibe a los sujetos como entidades


dialogantes en abstracto, declarándolo por ello inconsistente, insensible y
encubridor.
2) Crítica a la concepción artificial y abstracta del individuo como principio
ideológico que lo desarraiga de lo concreto. En este sentido es opuesto a los
liberales progresistas como Ernest Nagel y John Rawls.
3) Crítica del olvido de la raíz comunitaria de los individuos, los cuales son lo
que son solo dentro del contexto cultural y vital que les da identidad.

Alvizuri es un comunitarista andino por su crítica del individualismo, del


formalismo y por su valoración de lo comunitario. Pero sobre todo lo es, no tanto por
plantear un modelo teórico comunitarista, una nueva utopía, sino por verificar en lo
andino la existencia de una realidad comunitarista. En el mundo andino constata la
existencia de una realidad ontológica comunitarista francamente contrapuesta a los
valores de la sociedad de mercado. Esto significa que, mientras en el Primer Mundo el

14
comunitarismo se presenta como un programa a poner en acción, en el Tercer Mundo
Andino Alvizuri verifica que lo comunitario es una realidad viviente. Quizá a estas
alturas resulte conveniente dirigir a Alvizuri las mismas observaciones que Carlos
Thiebaut hace contra el comunitarismo:

a) Las críticas del comunitarismo no dan cuenta de la complejidad


moral, social y cultural de las sociedades modernas, aunque acierte
al señalar su individualismo y formalismo.
b) Las nociones de comunidad y tradición son altamente cuestionables
en tanto que implican peligros retardatarios y totalitarios.
c) El comunitarismo no resuelve el problema del nacionalismo y
fundamentalismo.

Todas estas observaciones llevan a Thibaut a defender una fórmula que concibe
la síntesis del imperativo liberal de tolerancia con el imperativo comunitarista de
solidaridad, hecho que mostraría justamente que el lado más fuerte del liberalismo es
el potencial regenerador del Estado democrático, lo cual sobrepasa al liberalismo o al
capitalismo. Por esto el filósofo de la universidad Católica Miguel Giusti ha sostenido
que no es el comunitarismo el principal enemigo del liberalismo sino el potencial
regenerador del Estado democrático, que es más universal que el liberalismo mismo.

La racionalidad del comunitarismo andino

El comunitarismo político de Alvizuri toma partido por la tradición. Es un modelo


basado en nuestro destino comunitario. Pero él no se adhiere al ideal ilustrado de vida
racional. Por el contrario, denuncia un modelo de racionalidad práctica de las elites de
nuestra nación, las cuales han vivido siempre enfrentadas a la tradición y al carácter
nacional.
Alvizuri no es, así, un defensor del proyecto normativo liberal dentro de la
comprensión de nuestro destino sino que, al contrario, partiendo de una postura
comunitarista, denuncia el fracaso de las democracias liberales. Su rechazo del
republicanismo liberal es, en el fondo, su aversión por una metafísica que deriva del
racionalismo francés y del positivismo decimonónico y que subyace en las instituciones
liberales como verdad abstracta ahistórica y descontextualizada de la lógica jacobina-
caudillesca. Esto significa que, para Alvizuri, la verdad es creación comunitaria, y que
las elites jacobinas peruanas descuidaron el ethos nacional. Contra ésta abstracción
opone la resurgencia de las naciones andinas, entendido esto como un enlace con las
prédicas comunitarias.
En este sentido aspira a una interpretación alternativa y novedosa de la
democracia latinoamericana. La democracia verdadera será comunitaria y vinculada a
la tradición. Lo que busca Alvizuri, de este modo, es reconciliar nuestro consenso
ideológico en el marco de nuestra tradición, de manera que no es un retardatario
pensador incaísta ni un conservador andino posmoderno sino un restaurador
hermenéutico de la identidad colectiva.
Por ello, para él ni siquiera la intensa movilidad social en el Perú ha
desarticulado a la nación andina sino que la ha hecho desembocar en una “modernidad
vernácula”, la cual es consciente del lado perverso de la modernidad occidental
(etnocentrismo cultural, racionalismo, primacía del discurso científico). Pero la
modernidad andina, lejos de reflejar la capacidad de autocrítica de la racionalidad
moderna como afirmaría Habermas denuncia lo patológico consustancial de su
lógica unificadora como enfatizan por su parte Lyotard o Derrida.
Para Alvizuri la racionalidad del comunitarismo andino está más allá de los
principios universales y abstractos que caracterizan a la metafísica de la modernidad y

15
que subyacen en el fondo del republicanismo liberal. El modelo de racionalidad
alvizuriana hace de la acción el fundamento de la razón similar al modelo
aristotélico-hegeliano donde la acción no puede seguir siendo considerada como
carente de racionalidad ni tampoco la razón puede ser estimada opuesta a la
experiencia y a la historia.
En suma, su libro Andinia, la resurgencia de las naciones andinas tiene el
propósito de convencer al lector que la civilización andina no es ni una utopía ni un
desideratum, sino una realidad viva, dinámica y en desarrollo, que nos envuelve y
modela hacia un destino superior.

16
INTRODUCCIÓN

El momento actual es de coyuntura. Por un lado el capitalismo se considera


triunfante y hegemónico, al punto que se puede hablar de un fundamentalismo de
mercado, el cual, gracias al desarrollo de la tecnología, es hoy un fenómeno mundial.
Por el otro encontramos a la mayor parte de la humanidad en una atónita espera, sin
saber hasta cuándo los beneficios y las maravillas de la modernidad les llegará; y,
además, ya abandonada la esperanza de que esos instrumentos tecnológicos, por sí
solos, sean la respuesta a los interrogantes del ser humano. Esto significa que la vía
tan anhelada —de que por medio de la tecnología el hombre encontraría su lugar en el
mundo y la felicidad— va siendo cada vez más desechada del plano consciente e
inconsciente de la gente. Se trata de una utopía rechazada. Pero esto nos lleva a una
pregunta: ¿cuál será entonces el rumbo a seguir? Finalmente todo apunta hacia el ser
humano mismo, no a sus herramientas. Es en el plano del pensamiento donde se libra
el combate por el futuro; allí es donde tenemos que encontrar las ideas liberadoras. No
interesa de dónde se venga, de qué raza se sea, con qué idioma se hable o qué
indumentaria se use. Lo que interesa es cómo ponernos por encima de la realidad,
vencer a la miseria, a la pobreza, pero con dignidad. El hombre no es lo que su
máquina le permite ser; el hombre no es lo que su automóvil, su dinero o su poder
dice que es. El hombre es lo que es con relación al compromiso con su sociedad. Puede
estar mal vestido —como la mayoría de los latinoamericanos— pero si sus ideas son
lúcidas no se le puede calificar como «pobre», salvo que juzguemos a las personas tal
como el capitalismo más conservador lo quiere: dime cuánto tienes y te diré quién
eres.
Si de lo que se trata es de sobrepasar la realidad tenemos que ir hacia el hombre,
hacia la persona, no hacia sus objetos o sus útiles. Hay que eliminar el asistencialismo
que preserva la esclavitud para dirigirnos a la mente y al corazón, que son los
movilizadores de la conciencia. Se trata de enseñar al hombre a pescar y dejar de
seguirle dando el pescado, vieja máxima que no por vieja es menos real. El mundo
está hambriento, no solo de pan, sino fundamentalmente de ideas creadoras que
reemplacen a las ideologías en las que ya no se cree.
Por eso, ante esta realidad que nos abruma, nos desilusiona y nos aplasta, y que
nos pone un precio para seguir viviendo, tenemos que oponer la creatividad, y a todo
nivel: en lo cultural, lo científico, lo artístico, lo moral y lo político. Es cierto que los
cambios a la larga se producen por los movimientos políticos, pero es también cierto
que a ellos les precede toda una preparación, todo un trabajo ideológico que permite
llegar al momento decisivo y revolucionario.
Esa tarea, la de la preparación del pensamiento, es la que se debe ir produciendo
permanentemente. Todos sabemos que sin siembra, sin agua, sin espera, sin abono y
sin paciencia no se puede cosechar. Por eso la tarea es la siembra desde ahora; es el
trabajo con los jóvenes, principalmente, pues ya hemos visto que son ellos quienes
devienen en sector determinante por causa de la misma crisis que ha debilitado
profundamente las clases obreras y campesinas.
Todos tenemos necesariamente que participar en la formación de la mente del
joven, pero no con el afán maquiavélico de crear robotes o cyborgs, pues ya de eso se
ocupa el propio sistema. El esfuerzo tiene que estar orientado hacia lo opuesto: ante la
cosificación —que hace de la mujer y el hombre un objeto de consumo— abundar en
valores humanos de solidaridad, reciprocidad, dignidad, afectividad; ante la
nucleización del pensamiento en conceptos eminentemente científico-tecnológicos —el
fundamentalismo científico— oponer un pensamiento más amplio, más heteróclito, que
no se aferre a ningún dogmatismo a rajatabla, pues ya hemos podido comprobar en
qué terminan todos los dogmatismos y, por ahora, creemos que nadie quisiera
repetirlos (como los fanatismos religiosos, el aristocratismo, el nazismo, el fascismo, el

17
estatismo soviético o el capitalista). Se puede discutir mucho acerca de cada uno de
estos movimientos, pero no podemos dudar que revivirlos o tratar de perpetuarlos, en
el momento actual, no reportaría ningún beneficio para cualquier fuerza política.
Nuestra actividad cultural y artística debe ser tan activa como la vida partidaria,
considerando que ella es la base, no solo de las ideas, sino de algo que es tan o más
importante: la ética. De qué sirve formar durante años a personas muy capacitadas en
política si, a la hora de la verdad, terminan traicionando a sus pueblos, tal como vemos
que pasa fácilmente entre nosotros hoy en día. Justamente los llamados «yuppies» —
los profesionales que surgieron en los 80’s del siglo XX— se caracterizan por su
precisión en el manejo de lo pragmático y a la vez por su tremenda ignorancia (por no
decir cinismo) en lo moral. ¿Quisiéramos crear «frankesteines» o zombis que
obedezcan ciegamente consignas, sean capitalistas o de otra índole?
Tenemos que trabajar para parir una mujer nueva, un hombre nuevo. Tenemos
que hacerle creer al joven que no todo es corrupción, que no toda ley conlleva su
trampa, que las grandes naciones se forjan con grandes hombres. Es un trabajo
eminentemente valorativo en el que la autenticidad del maestro o guía es la más
importante lección. Hoy se recuerda mucho al Che Guevara, ¿por qué? No por ser la
imagen de un hombre exitoso —pues sabemos que fracasó en su intento— ni la del
hombre astuto, inteligente o poderoso, sino porque representa el símbolo, el ejemplo,
de la integridad moral, del valor, de la convicción en sus ideas aunque ellas no
resulten o sean equivocadas. Es que el mundo está buscando, no millonarios, ni
estrellas de cine, ni generales iluminados, sino mujeres y hombres auténticos,
completos, francos, pero llenos de sueños, llenos de fe, llenos de amor, que pongan
por encima los beneficios para todos antes que sus intereses personales. Esos son los
humanos que hay que formar.

18
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN DE ANDINIA

Cuando apareció Andinia, en 1997, el autor tenía por propósito dar a conocer
una obra antisistemática, nada ortodoxa y convencional, escrita ex profeso con
subjetividad, tratando así de reflejar lo más posible, no solo su pensamiento, sino
también sus sentimientos, que son menos engañosos que las ideas. Como suele
suceder en estos casos, la mayoría de los que la leyeron se vieron, no sin razón,
impactados más por el tono y la expresividad que por los conceptos, por lo cual nos
vemos en la obligación de incluir, dentro de esta segunda edición, una síntesis previa
del sustento teórico; esto con la finalidad de que la emotividad no perjudique la
transmisión de la palabra.
En primer lugar Andinia es un intento de establecer un logos para denominar a
una civilización hasta la fecha carente de nombre: la civilización andina. Resulta
curioso que a pesar de los innumerables estudios realizados en esta materia no haya
existido un consenso para nombrar con una sola palabra a una civilización claramente
identificada por su ámbito geográfico (alrededores de la cordillera de los Andes) y por
un tronco cultural común, que es más importante aún que lo étnico. ¿Qué tan crucial
es esto? Es fundamental; es un acta de nacimiento. Es unificar lo que se presenta
como desunido; es dar vida a aquello que parece inexistente. Pensemos por un
momento qué tan impactante puede ser para aquellos que creen que la civilización
andina simplemente desapareció a comienzos del siglo XVI con la captura del inca
Atahualpa en Cajamarca. La cultura oficial se esmera en convencer a las naciones que,
con la llegada de los españoles, un continente murió para convertirse luego en un
apéndice de Europa, en «Hispanoamérica», como gustan llamarlo ahora. Pero no solo
es un asunto de simple herejía académica que podría ser motivo de burla en los
corrillos de las universidades; se trata de algo más serio, más grave, pues las
consecuencias de ello pueden tener repercusiones políticas tan importantes como la
misma conquista española. ¿Se imaginan lo que puede significar para millones de
seres humanos mal llamados «indios» —y para muchos millones más quienes sin ser
«indios» no se sienten para nada occidentales— enterarse que no son la cola de nada,
que no son ciudadanos occidentales de tercera o aspirantes a serlo algún día, sino, por
el contrario: que son integrantes de un conjunto de naciones con propia identidad,
cultura y destino, diferentes a Occidente? ¿Dónde quedaría entonces la globalización,
esa igualación forzada en la que a todos, pobres y ricos, fuertes y débiles, se les pone
a competir en irónica igualdad de condiciones? ¿Qué pasaría con la aspiración utópica
de ser algún día como Europa o Estados Unidos, ya que supuestamente hacia eso
aspira toda la humanidad indefectiblemente? Estas y muchas otras creencias más, que
son tan cruciales y que forman la base de todos los programas políticos de los países
de esta área, se volatilizarían, puesto que los pueblos despertarían de la fantasía —o
de la pesadilla— y ya no tendrían como modelo, como referencia, a Occidente, con lo
cual la sujeción y la dependencia se acabarían. Es la toma de conciencia de la
diferencia el inicio de la libertad. Veámoslo con un ejemplo: en nuestras naciones es
común tener una jovencita andina como sirvienta, puesto que este tipo de «trabajo»
está unánimemente aceptado por nuestras coloniales sociedades. Y esto se debe, por
un lado, a la propia necesidad de ella, que la obliga a aceptar lo que sea a cambio de
acceder a un nivel de vida «superior»; pero por el otro, a que ella misma se considera
como sujeto de vejación. O sea, su autoestima es lo suficientemente baja como para
someterse a una moderna y solapada esclavitud. Ella está convencida que su destino
se encuentra marcado por su inferioridad de origen y acepta, sumisa y calladamente,
cual paria de la India, esa última posición y ese maltrato. Pero ¿qué pasaría si a esa
joven le dijésemos que es en realidad una princesa andina nacida para mandar y tener
una alta posición en la sociedad —cual Cenicienta— y que lo único que necesita es un
príncipe azul que venga a decírselo con un beso —cual Bella Durmiente? Pues la

19
conmoción social sería de caracteres catastróficos para las occidentalizadas sociedades
de los países andinos, ya que el trabajo infame de las «sirvientas» es una piedra
angular en la economía de las clases dominantes, las cuales tendrían que adecuar sus
vidas a comportamientos a los que no están acostumbrados —lavar sus ropas,
cocinarse, cuidar ellos mismos a sus hijos, limpiar sus casas o, si es que pueden, pagar
altísimos precios para que otros lo hagan—; y lo que es peor: ya no existiría la
satisfacción, la recompensa que se obtiene al ascender a una clase social privilegiada:
tener gente de servicio a cambio de una mísera paga. Pero la más grave consecuencia
—para ellos— sería de erizar los cabellos: toda esa enorme masa de andinos —entre
«indios», «mestizos», «criollos», blancos descastados y otras «razas»— se levantaría a
una para exigir y ocupar el puesto que les corresponde: el de ser dueños de su
destino y de sus regiones. Esto es lo que se llama una revolución.
Si nos damos cuenta bien, las revoluciones de alguna manera han seguido un
derrotero similar: todas han empezado por la toma de conciencia de cuál era su lugar
correspondiente en la historia. Y qué mejor muestra que la más santificada revolución
de todos los tiempos (ante la cual nadie se atreve a ponerle la menor observación, por
puro miedo): la norteamericana. ¿Cómo empezó? Cuando un grupo de colonos decidió
que no debían seguir siendo dependientes de los ingleses puesto que eran una
identidad diferente. Luego esta idea la difundieron —no sin oposición y resistencia—
entre ellos mismos. Bastó con que tomaran conciencia, que se pusieran un nombre que
no era ya «colono» sino «norteamericano», para que se diera el punto de quiebre que
cambió su historia. Pues bien, nosotros vamos a intentar lo mismo: marcar el punto de
quiebre para la toma de conciencia de que somos, no una prolongación de Occidente,
sino una civilización a la que se le ha negado su existencia, a pesar de ser tan obvio
que ella era una realidad. Y creemos que ese punto de quiebre es el día de nuestro
bautizo, el día en que dejamos de ser «aspirantes a occidentales» y empezamos a ser
«andinos»; otros hombres, con otras aspiraciones, otros intereses y otros métodos. Y
ese día es ahora, en este preciso momento en que leemos las siguientes líneas: «Yo te
bautizo con el nombre de Andinia, y tus pobladores se llamarán andinos, sin importar
si viven en las costas, en los valles o en las selvas, o si sus pieles son más blancas o
más oscuras, o si sus lenguas son las mismas o diferentes. Todos serán una sola
civilización conformada por numerosos pueblos, distintos pero parecidos, como suelen
ser los hermanos; todos unidos en torno a una misma causa: liberarse de la tutela de
Occidente y hacer su propio camino».

Acerca de la verdad

El primer dilema que se le presenta al hombre cuando está frente a una verdad,
cualquiera que esta sea, es: ¿ello me perjudica o me beneficia? Porque lo que surge en
ese momento es un natural mecanismo de protección y supervivencia ante algo que
puede resultar un peligro para nuestra integridad física, que incluye necesariamente el
entorno que nos sustenta. Es con esta dialéctica cómo nuestra especie ha procesado
toda la información obtenida y la ha ido acumulando bajo la forma de sabiduría. Todos
los descubrimientos básicos han tenido la finalidad de darnos seguridad: el fuego, las
armas, la organización, la medicina, etc. Este comportamiento, esta actitud la llevamos
como herencia propia y la empleamos constantemente en nuestro diario vivir. Pero ello
no se queda solo en la respuesta práctica: también la hemos convertido en un
concepto denominado como valor. Valor es todo aquello que conlleva un beneficio para
la vida humana, por eso resulta lo más apreciado por nosotros. Hasta ahí la teoría
parece clara y contundente. Sin embargo, en la aplicación es en donde surgen las
discrepancias y las dudas. ¿Puede el valor ir en contra de la verdad? Porque en la vida
humana muchas cosas que son verdad nos perjudican y otras que no lo son nos
benefician. Si es una verdad el hecho que yo me he apropiado de un bien que no me

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correspondía, pero que eso me era necesario para vivir, ¿qué debo decir acerca del
valor y la verdad: que son relativas? ¿Cuál sería para el hombre el termómetro del
conocimiento: su propia subsistencia? Dicho de otra manera: si el conocimiento nos
indicara, por ejemplo, que los seres humanos somos perjudiciales a la naturaleza —
poniéndonos en el supuesto caso que nos demostremos ser una especie «desviada»
que causa más daño que beneficio a la vida, como dicen los ecologistas— ¿seríamos
capaces de decidirnos por la verdad y admitir que es profiláctica y necesaria nuestra
desaparición sobre la tierra? Vemos entonces que no por tener algo el carácter de
verdad necesariamente vamos a admitirla, porque ella puede estar yendo directamente
en contra de nuestra preservación física. Supongamos también que un delincuente
llegara al entendimiento que él representa un verdadero daño para la sociedad, y que
sabe que por su edad y su tendencia no sería capaz de hacer otra cosa que lo que
conoce, o sea, el delito: ¿decidiría sobre la base de ese conocimiento auto eliminarse
de alguna manera, exiliándose o matándose?
Este tipo de ejemplos extraídos de la práctica ilustra el meollo del problema de
la verdad que, como vemos, no es un valor absoluto, sino relativo. Algunos dirán que
en el campo de la matemática y de la física ese dilema no se presenta. Sin embargo,
todos sabemos que la matemática es simplemente una convención, un acuerdo entre
humanos para denominar las cosas que, por el momento, conocemos; más esa
convención se halla permanentemente en movimiento, en constante cambio y
acomodo; y no de detalles triviales, sino de conceptos sustanciales que cualquier
matemático conoce. La matemática es exacta pero hasta cierto punto; es una verdad,
pero dentro de ciertas condiciones y para ciertos casos. Aquel que crea que ella es
verdad y exactitud en esencia solo tiene un conocimiento parcial, poco actualizado, de
lo que realmente es. Y en el caso de la física la situación no es para nada mejor.
¿Cuántas físicas conocemos? Si lo que es, es, y no pueden haber dos realidades ¿por
qué entonces las discrepancias en las más elaboradas teorías? Hasta la fecha los físicos
admiten dos de ellas, la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, y evalúan una
docena más en proceso de desarrollo. ¿Cómo podemos vivir con versiones tan
diferentes, con verdades distintas, acerca de las cosas?
Llegamos entonces a la conclusión que, una vez más, la verdad absoluta, la
verdadera verdad, hasta el momento no la hemos alcanzado; y que la ciencia, que en
un principio venía cargada de promesas de serlo, ha terminado siendo una olla plagada
de remolinos de novedades, cuya mejor manera de denominarla sería con la palabra
antítesis de lo que buscamos: la duda. La ciencia, según ella misma, es solo eso: duda,
lo incierto, lo parcial, lo momentáneo, lo volátil y cambiante, lo inestable por
excelencia. Nada hay en ella de verdad, salvo que no conoce cuál es la verdad. Ayer
decía una cosa, hoy dice lo contrario. Pero lo más curioso es que tanto las antiguas y
desechadas ideas como las nuevas y ensalzadas siguen funcionando para nuestros
efectos prácticos. E incluso espectamos asombrados cómo se recurren a las viejas y
oscurantistas verdades del pasado para explicar los últimos adelantos científicos (por
ejemplo: ¿el origen del universo tuvo la intervención de un dios creador que desató el
Big Bang?). Después del fracaso de la expectativa que era la ciencia el hombre actual
no tiene un referente de verdad. Es lo que algunos han llamado como la
«posmodernidad», la anomia, donde el relativismo nos ha conducido a un relativismo
del valor, lo cual se traduce en una máxima que podríamos resumir así: todo aquello
que me beneficia es lo que vale. La crisis actual de la verdad es una crisis de referente,
donde cada cual apunta a sustentar sus intereses de acuerdo con principios extraídos
de las canteras que más les convengan, así sean estas científicas, religiosas,
humanistas o todas ellas en diferentes proporciones y según la ocasión. Lo que
finalmente prima es el beneficio, el fin que justifica los medios, mas no la verdad pura,
en esencia, por cuanto ella puede ser que nos perjudique o vaya en contra de nuestros
intereses.

21
Una vez a un taxista de Lima le reprochamos el haber violado las reglas de
tránsito en su afán por conseguir un pasajero, a lo cual él respondió: «es que el
trabajo me gana», con lo que nos dio a entender que el hombre, ante la necesidad,
omite las verdades descubiertas y consagradas para ampararse en aquello que le da
resultado inmediato. Es lo que se conoce comúnmente como «patear el tablero»
cuando vamos perdiendo un juego que exige que respetemos las reglas. Las leyes
resultan siendo así verdades relativas, que funcionan hasta que se estrellan contra los
intereses de ciertos grupos humanos para quienes ya no significan beneficio sino
perjuicio. Es en ese momento cuando se producen las revoluciones —sociales,
científicas— que tienen por objetivo cambiar los referentes pasados por otros que
sustenten a esos nuevos intereses. En Occidente, durante «su» edad media, un grupo
dominante imponía como verdad absoluta los valores religiosos cristianos; debieron
transcurrir mil quinientos años para que se desempolvaran viejos planteamientos de
los griegos —los conocimientos científicos, las formas de gobierno, entre ellas, la
democracia. Quienes lo hicieron fueron los mercaderes, los comerciantes, para
quienes esas verdades de la Iglesia, esos criterios de valor que iban en contra del
interés material, del dinero, del ahorro, de la ciencia, del progreso, resultaban
incómodos y contrarios a sus intereses.
Volviendo al planteamiento inicial: el primer dilema del hombre ante una verdad
es preguntarse: ¿esto me beneficia? Y de ello se derivan las decisiones que terminan
por crear los valores; por lo tanto, ningún valor es independiente del interés que
genera. Algo vale en la medida que produce un beneficio. Pero como nunca un
beneficio alcanza a todos en una sociedad —por las diferencias obvias que ella
contiene— el valor termina reflejando solo los intereses del grupo de turno que se
impone. Entonces la secuencia que normalmente nos dicen que se sigue —primero una
verdad, luego un valor que se deduce de ella y finalmente el beneficio que produce—
resulta que es siempre a la inversa: primero el interés que se persigue, luego el valor
que éste necesita y finalmente la verdad que hay que consagrar. Si analizamos la
lógica que estructuran todos los grupos de poder encontraremos este proceso. Nadie
adquiere poder en base a principios teóricos y etéreos: se adquiere empujado por los
intereses, que son los verdaderos generadores de las verdades. ¿Se podría romper
este círculo vicioso de tener que supeditar nuestras verdades a nuestros intereses?
Creemos que sí, pero ello sería el resultado de la supremacía de un grupo de hombres
cuyos intereses fueran justamente el imperio de las verdades —cosa irónica o
contradictoria por cierto— y que ya Platón había planteado como alternativa para el
desarrollo de su civilización —el gobierno de los mejores— pero que por distintas
razones aún no es viable. Muchas otras civilizaciones no solo lo han propuesto sino que
incluso lo han llevado a cabo durante largos períodos, aunque tampoco esto ha podido
perdurar. Sin embargo nos queda la esperanza, no tan irreal como muchos piensan, de
que si el ser humano ha podido llegar a donde está es porque se ha desarrollado
cuestionándose a sí mismo, cosa que, de continuar haciéndolo, no tiene porqué no
llevarnos hacia estados de vida superiores al que conocemos. Hace tan solo unos miles
de años nos parecía normal aplicar la Ley de Talión y no nos escandalizábamos. Hoy a
todas las civilizaciones —y este mérito sí se lo tenemos que reconocer al cristianismo,
al igual que debemos reconocer los méritos de todas las civilizaciones— nos parece
imposible que esta forma de comportarnos sea realmente humana. Esto es señal que
la humanidad sí ha progresado hacia formas más gratas de convivir, lo cual nos da
claras y optimistas señales que con el tiempo y con esfuerzo lograremos dar los pasos
necesarios para alcanzar nuestros más caros anhelos.

Acerca de las civilizaciones

22
Existen muchas maneras de ver al ser humano, a la humanidad, tantas como
creencias hay. Hoy incluso la ciencia nos da un panorama cada vez más cambiante de
esas perspectivas. Pero si tratamos de aproximarnos a lo que hasta el momento
parece ser lo más posible, todo indica que es un animal que pertenece, al menos en su
parte física, al mundo de la naturaleza. Y de ser así, entonces de algún modo está
sujeto a las mismas leyes a que lo están las demás criaturas. Es muy probable que
haya tenido un origen más simple; es muy posible que haya poseído una constitución
corpórea menos compleja, menos capaz para desarrollar las habilidades que hoy
desempeña. Esto que decimos se ajusta a una de las más revolucionarias hipótesis
sobre nuestro origen: la evolución. No queremos entronizar una idea como ésta —pues
sabemos lo sorprendentes que pueden ser los nuevos descubrimientos— pero
trataremos de sujetarnos a ella por el momento. El hombre es un ser evolucionado;
una criatura que sufrió una serie de transformaciones radicales que afectaron tanto su
estructura física como su siquis. Si esto fue así, el humano era en un inicio diferente de
lo que es ahora. Por razones que desconocemos, lo cual genera la mayor polémica al
respecto, solo y únicamente un tipo de primate obtuvo las condiciones necesarias para
desarrollar ciertas habilidades tanto físicas como mentales a lo largo de millones de
años. En algún momento dado esta especie se comenzó a reproducir de una manera
inusual y empezó a distribuirse por casi toda la tierra. Pero todo parece indicar que esa
distribución no fue uniforme, y que tal vez no fue hecha por un solo tipo de primate
sino por varios, y, luego, por las múltiples mezclas que se hayan podido dar entre
ellos. Tendríamos así, en una apretada síntesis, una idea aproximada de cómo y por
qué existen los hombres por todo el planeta y son diferentes. Porque no hay duda que
existen diferencias, a pesar de que la occidentalización nos da cada vez más la
impresión de una uniformidad. Esas diferencias están basadas tanto en lo filogenético
—la herencia de la especie— como en lo ontogenético —el desarrollo y aprendizaje
individual. En lo que al desarrollo filogenético se refiere, las diferencias se dan en los
biotipos: medidas antropomórficas, colores externos, desarrollos sicomotrices y
expresiones anímicas. También se dan en cuanto a lo que llamaríamos desempeño en
el medio: capacidades para desenvolverse en un determinado ambiente, resistencia,
predisposiciones producto de la herencia de miles de años transmitidas en los genes de
los padres. Aquí podemos incluir a la cultura, que viene a ser una suma de todas esas
habilidades tanto predispuestas como transmisibles. Los hombres al nacer no
empezamos de cero; llevamos ya una natural capacidad que obviamente tiene que ser
estimulada y desarrollada. Pero no es lo mismo haber nacido esquimal que pigmeo,
andino que europeo. Estas son diferencias visibles y comprobables, que incluso
abarcan lo sicológico, por eso es que hablamos de razas humanas, porque éstas
existen y no las podemos negar. Es cierto que todos los hombres somos iguales desde
cierto punto de vista, pero esa igualdad no nos puede hacer caer en el extremismo de
no ver que también existen diferencias que a la naturaleza le ha tomado miles de años
hacer; y estas no se pueden borrar fácilmente en una generación y de un plumazo. No
es posible decir que los animales que hayan nacido en un zoológico son, por ese simple
hecho, todos iguales. La naturaleza hace seres muy parecidos pero a ninguno lo hace
igual a otro; todos tenemos diferencias, por mínimas que sean, y en ello radica uno de
los éxitos de la vida: en la variabilidad que permite la adaptación a múltiples medios.
Allí está la riqueza de la naturaleza: en las muchas opciones para otros tantos retos.
Por el contrario, la uniformización de las especies es la antesala de su desaparición,
por cuanto ninguno de sus miembros va a tener la suficiente diferencia para soportar
un súbito cambio de condiciones que a la mayoría puede afectar. Se piensa que los
pequeños saurios que hoy existen, los lagartos y lagartijas, además de las serpientes,
son los restos vivientes de los grandes dinosaurios que, por su excesivo tamaño, no
pudieron adaptarse a un brusco cambio de condiciones ambientales. Podría pasar con
el hombre lo mismo si nos empeñamos en una total y compulsiva igualación. Tener a

23
todos occidentalizados, urbanizados y mecanizados puede resultar la tabla rasa para
crear los futuros dinosaurios en versión humana, quienes serán incapaces de afrontar,
desde otras perspectivas, los posibles cambios naturales —pestes, males genéticos,
envenenamientos urbanos, etc.— que la vida suele dar con relativa frecuencia para
oxigenarse y renovarse ella misma. En un futuro, el proyecto mundializador,
globalizador y occidentalizante puede hacer desaparecer sobre la faz de la tierra a los
únicos hombres «primitivos y salvajes» cuya carga filogenética y ontogenética podrían
ser la salvación de toda la especie humana.
Las diferencias humanas son fenómenos colectivos, de grandes agrupaciones de
individuos que viven gregariamente. Al igual que todos los animales superiores, en
especial los mamíferos, el humano es una especie determinada por su agrupación o
manada. Muy pocas posibilidades tiene de sobrevivir un individuo en forma totalmente
independiente. El ser humano es fundamentalmente un ser social; nace y se determina
en sociedad; de ella aprende todo lo que necesita para ser un humano; él se debe a
ella tal como ella a él; esta relación es insustituible. A pesar de que los grandes
conglomerados urbanos nos dan la sensación de que el hombre pudiese existir como
un individuo aislado, esto resulta un engaño, una falacia. Los individualistas han
creado en su imaginación al hombre en estado no social, cual si pudiese ser y vivir por
él mismo. Es como si se hablase de una planta pero ignorando sus raíces y la tierra
que la sustenta. Cuando hablan del hombre hablan de él y solo de él, cual si fuese una
unidad independiente de todo orden de cosas. Pero en verdad no existe tal ser
humano. Un hombre solo, independiente del resto, ya no es hombre; vegeta, vive una
vida sin sentido y muere como ente viviente, pero no como humano. Y la dependencia
no es solo para efectos físicos sino también afectivos y culturales. Ha sido con el
surgimiento de las grandes metrópolis y sus intrincadas organizaciones las que han
permitido que los hombres aislados puedan subsistir viviendo como parásitos, cual
ignorados jubilados que sobreviven gracias a un sistema que les otorga una pensión y
los mantiene vivos sin tener que trabajar pero, al mismo tiempo, sin necesitar el
contacto. Esta es una innovación dentro del devenir humano, pero que no todos
comparten. El individuo no se puede poner por encima del conjunto al igual que la
abeja no se prefiere a ella por sobre la colmena. Ni siquiera los más exaltados
individualistas ponen la más mínima objeción cuando mandan a sus soldados, a sus
hijos, a la guerra, para que se maten en nombre del individualismo. En ese momento
recién se acuerdan que existe la sociedad, la nación y ese Estado que tanto odian y
desprecian, pero que necesitan como gendarme para que les proteja sus bienes. Es ahí
cuando descubrimos que el individualismo tiene un sustento más ideológico que real:
es bueno para argumentar la apropiación del bien social en manos de unos cuantos;
pero cuando llega el peligro, súbitamente aparece para ellos la colectividad y exigen
que se muera para que se defienda la identidad colectiva. Quiere decir que ese
individualismo que tanto se pregona es bueno cuando a ellos les conviene, y deja de
serlo —para dar paso a la conciencia social— cuando ya no conviene. Esta es la
filosofía que hoy impera en el mundo, pero que, en realidad, más que filosofía es una
estrategia conceptual, un argumento publicitario que sirve para vender y justificar la
anormalidad que han producido las megalópolis dentro de las cuales viven unos
astutos y poderosos mercaderes.
Pero existen agrupaciones humanas cuya visión del hombre es distinta, cuya
concepción de lo que es el ser humano no es individualista sino colectiva, donde el
hombre es individuo pero también es parte de un conjunto. En ellas los seres son
pertenencia y herencia de grupos progenitores llamados, clan, fratría o familia, según
sea el caso. Hay una relación de correspondencia entre sus miembros para poder
realizar todas las funciones vitales que permiten tanto la subsistencia como la vida en
sociedad, y la sociedad es de ese modo una agrupación de clanes familiares que a su
vez mantienen otro tipo de relaciones de intercambio y convivencia. Muchas de esas

24
sociedades reunidas forman una nación, y varias naciones vinculadas en el tiempo
alcanzan a constituir una civilización.
Llegados a este punto hemos de decir qué entendemos por civilización.
Antiguamente la historia occidental tenía una visión eurocéntrica del mundo y medía
las cosas de acuerdo con sus propios parámetros; en el extremo superior del avance
humano se colocaban ellos y a eso lo denominaban como La Civilización. Hasta el día
de hoy se mantiene este consenso de calificar a las manifestaciones de la cultura
occidental como sinónimo de «civilización», a las que se les contraponen las otras
manifestaciones no occidentales denominadas de varias maneras, unas eufemísticas y
otras despreciativas: salvajismo, folclor, primitivismo, subdesarrollo, pre civilización,
autóctono, típico, etc. Inmediatamente debajo de esa Civilización venía la Barbarie, y
era el estado en que se encontraban todos los grupos humanos que no se hallaban a la
altura de Occidente, manteniendo sus formas primitivas de conocimiento y desarrollo.
Aquí se agrupaban grandes sociedades como la egipcia, la china, la india y la andina.
Finalmente el tercer y último nivel era el de Salvajismo, considerado como la etapa pre
humana, en el que se hallaban numerosos pueblos amazónicos, africanos, asiáticos y
oceánicos. Este esquema, como decíamos, ya ha sido abandonado por los historiadores
occidentales desde el siglo XVIII. Sin embargo, aún permanece muy vigente entre la
opinión pública mundial, cosa que podemos comprobar a través de los medios de
comunicación, la literatura y, especialmente, el cine, que proyecta este imaginario
colectivo y forma las conciencias de varios miles de millones de personas, más que
todos los libros de historia juntos. Por eso no es raro que a cada instante oigamos en
los discursos políticos y culturales las referencias a esta forma de ver al hombre; más
aún, esto se refuerza cuando vemos que incluso algunos habitantes de las sociedades
«no civilizadas» aparecen ante las cámaras de televisión vestidos a la usanza europea
y hablando inglés. Ello reafirma y comprueba fehacientemente, para los occidentales,
que los mismos primitivos aceptan el concepto «civilizar» como sinónimo de
occidentalizar.
Pero esta es una idea superada gracias a las más avanzadas investigaciones
haciendo la acotación que no son aceptadas por todos y que generan, aún hoy en
día, muchas resistencias, incluso entre los mismos historiadores. Fue en el siglo XVIII
que en Europa se introdujeron conceptos como «cultura» y «civilización» para definir
de manera más precisa los descubrimientos cada vez más fantásticos de los
arqueólogos, etnólogos, antropólogos, filólogos e historiadores occidentales, quienes
ya no podían ocultar que lo que tenían entre manos era algo más que Barbarie y
Salvajismo: se trataba de sociedades tan avanzadas como la occidental que habían
obtenido logros en distintos campos, incluso mucho más desarrollados que en el
mismo Occidente. Ignorar aquello ya no era posible y hubiese resultado
contraproducente, puesto que la base del poder occidental se estaba sustentando en la
ciencia y era ilógico volver al oscurantismo medieval solo por el hecho de no querer
aceptar que existían otras culturas desarrolladas. Surgen así las nuevas ideas y se
empieza a hablar de culturas superiores. Pero si bien se admitió su existencia no se les
reconoció su vigencia, su perdurabilidad en el tiempo: no se aceptó que algunas estén
aún vivas. Lo que se creó fue otra pirámide u otra escalera ascendente donde
nuevamente se colocó a la civilización occidental en el pináculo y de ahí hacia abajo se
fue ubicando al resto. Primero se calificó de culturas a aquellos pueblos que se
desarrollaron de forma homóloga a Occidente; aquellos que tuvieron tecnología,
religión, arte y organización social complejas y coherentes. Luego se empezó a hablar
de civilizaciones, entendiendo el concepto civilización ya no como referente de
«occidental» sino como punto culminante de progreso de una serie de culturas. Un
historiador inglés, Arnold Toynbee, llegó a concebir hasta veintiún civilizaciones, pero
la clasificación ha variado tanto que hasta se habla de más de seiscientas. Aquí es
donde aparece la polémica aún no resuelta: ¿se puede hablar de un ser «civilizado»

25
pero que no pertenezca al conglomerado occidental, que no conozca sus aportes y
desarrollos? O sea ¿puede un musulmán que anda en camello e ignora lo que es una
computadora ser considerado como un ser «civilizado»?
Lo cierto es que aceptamos el concepto de civilización como una etapa del
desarrollo social humano, pero donde hay desacuerdo es en considerar que, menos la
occidental, todas las civilizaciones forman parte del pasado y que ya no existen.
Nosotros, usando los mismos criterios de los historiadores occidentales, podríamos
decir que:

. La civilización andina fue una creación formada por un conglomerado de


pueblos y culturas ubicadas en torno a la cordillera de Los Andes, desde lo que
es hoy la república de Venezuela hasta las de Chile y Argentina.·

. Dicha civilización andina —Andinia, de acuerdo con esta propuesta— desarrolló


todos los mecanismos socio-culturales que la llevaron a convertirse en una
civilización de primer orden. Creó una elaborada técnica para efectuar desde
las más simples labores utilitarias hasta las más complejas tareas de las
ciencias y de las artes, con sus correspondientes simbologías, razón por lo cual
actualmente ha llegado a conformar un cuerpo ideológico y social original y
coherente.

. Cuando arribaron los primeros occidentales Andinia se hallaba en proceso de


evolución; pero, a pesar de la invasión, ese proceso no se detuvo, sino más
bien continúa dándose vertiginosamente, escondido a los ojos extranjeros bajo
diversas formas culturales.

. Lo que ocurrió fue que, si bien la civilización occidental reemplazó la


organización política de la andina por la suya, no pudo eliminar sus otros
aspectos fundamentales como son la religión, la cultura, el modo de producción
y la estructura social. Así se explica el por qué de su supervivencia hasta el día
de hoy.

. Las crisis que vienen ocurriendo en las estructuras sociales de los países
andinos son una clara señal de la expansión de la civilización andina, la cual se
dirige ahora hacia la toma de posesión del aparato político —el gobierno formal,
el Estado—, único de los aspectos que le falta recuperar para consolidar su
plenitud, su vigencia y su identidad.

¿Qué es lo andino?

Lo andino es la manifestación de una civilización viva y emergente, en estado


de crecimiento y expansión, que responde a los retos del presente sin tener que
recurrir necesariamente a las tecnologías y expresiones de su pasado. El ámbito de lo
andino es la cordillera de los Andes, incluyendo la costa, la sierra y la selva. Lo andino
es lo presente, el hombre actual, vivo, que habita en los países andinos, y todo lo que
él piensa, hace y produce, sin importar su ubicación social, política, económica y
cultural, ni su origen étnico.
Hasta ahora cuando se escucha la palabra andino inmediatamente se lo
relaciona con la sierra, en especial con la zona rural más atrasada y en donde
predominan las costumbres no occidentales. También se la asocia a la arqueología, a
un pasado remoto que ya no existe, que se admite que fue importante pero ya no lo es
más, porque hace mucho que fue superado por la cultura occidental. Por deducción,
toda manifestación cultural no occidental que proviene de alguno de estos dos factores

26
mencionados, sierra y arqueología, lleva el epíteto de andino: comunidad andina,
costumbre andina, vestimenta andina, cerámica andina, idioma andino, etc. Visto de
esa manera es comprensible que si a un joven contemporáneo le preguntamos qué
piensa de lo andino nos va a contestar que es poco más que un elemento decorativo o
«folclórico», propio de alguna festividad o evento escolar, pero completamente ajeno a
su realidad, la cual es: música rock, celular, computadora, Mac Donald, tarjeta de
crédito, etc. Pero esa es la vinculación, la visión de lo andino que queremos aclarar y
desterrar para dar paso a una nueva.
Lo andino en primer lugar no es lo serrano, o sea, de las montañas
propiamente, por la siguiente razón: el espacio geográfico de nuestros pueblos no
estaba determinado de manera longitudinal como así lo vieron y establecieron los
españoles —por obvias razones geopolíticas— o sea, la famosa demarcación costa,
sierra y selva, en el caso de países como el Perú, o costa y sierra, o sierra y selva en el
de otros. En el mundo andino las demarcaciones y los desplazamientos geográficos
han sido y siguen siendo verticales, de abajo hacia arriba, de la chala hacia la puna y
de allí hacia omagua (la selva dicho en términos quechuas). Para que se entienda
mejor: es como si los españoles hubiesen cortado una palta o aguacate en tres partes
a lo largo, mientras que los andinos la cortan siempre a lo ancho. Dicho con otro
ejemplo: el cóndor en un mismo día puede estar en la costa consiguiendo alimento y
levantar vuelo hacia su nido a más de cuatro mil metros de altura, en plena sierra. Lo
mismo hacían los hombres antes de los españoles. Tenían tierras en distintas altitudes
para el sembrado o el pastoreo según la época del año, de modo que una misma
familia durante el verano sembraba papa en la sierra y en el invierno verdura en la
costa, mientras mantenía una recua de llamas en las alturas. En pocas palabras, el
hombre andino era un hombre que vivía subiendo y bajando a diferentes alturas y
asentándose en ellas según las épocas, o sea, residía en la costa, la sierra y la selva
cuando la situación lo permitía y lo ameritaba (es obvio que con la llegada de pueblos
invasores como los incas —poco tiempo antes de los españoles— muchas de estas
relaciones se alteraron, pero eso no invalida el modus vivendi principal). Todo esto se
trastocó con los conquistadores para quienes ese sistema de propiedad tan disperso y
tan poco europeo (allá las llanuras permiten a las personas tener propiedades planas y
fácilmente delimitables, las cuales, por su grado de fertilidad, son suficientemente
rentables) resultaba un rompecabezas difícil de entender, razón por lo cual
establecieron una organización política que era un calco de Europa, cosa que favorecía
al control pues obligaba a la gente a vivir y trabajar en un solo lugar, pero que terminó
por desgraciar una economía que necesitaba la complementariedad de la producción
debido a lo dificultoso del suelo.
Entonces la creencia de que lo andino es un sinónimo de sierra es una de las
consecuencias de la imposición administrativa española que obligó a los andinos a
confinarse en espacios cerrados, principalmente en las montañas, que iban en contra
de lo que la lógica y la necesidad indica para sobrevivir en estas tierras.
Otra razón para desterrar la creencia de que lo andino es sinónimo de sierra es
que muchas de las grandes culturas pre hispánicas son de origen y ubicación costeras,
como en el caso del Perú: Nasca, Paracas, Mochica, Chimú, etc. Lo que sucede es que
los españoles prefirieron estar cerca de las costas por la proximidad a los puertos, y
esta permanencia hizo que se mezclaran más intensamente con los andinos costeños,
como en el caso de la ciudad de Lima, de modo tal que las diferencias raciales y
culturales se fueron limando a favor de un mestizaje que no se dio en las ciudades y
haciendas de la sierra, donde permanecieron férreamente las diferencias. De allí que
ya no se vea principalmente en las costas expresiones antiguas de los pueblos de
origen que en cambio sí se ven en las alturas. Pero lo cierto es que los costeños
moches y paracas eran andinos ciento por ciento y mantuvieron tierras en varias
regiones y comerciaron más allá de sus fronteras.

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Y para comprobar aún más que lo andino nunca se limitó a la sierra diríamos
que el pueblo quechua, los famosos incas, eran grandes navegantes; prueba de ello es
que, de joven, el futuro Inca Túpac Yupanqui realizó una expedición en el océano
Pacífico con una enorme flota, cosa que no hubiese realizado si no se tuviese una
demostrada seguridad en el arte de la navegación, respaldada por años de experiencia.
Si agregamos a esto la existencia de grandes complejos culturales existentes en la
selva, como por ejemplo la ciudad de los Chachapoyas, no podemos continuar
afirmando categóricamente que lo andino es sinónimo de serrano: lo andino se ha
manifestado tanto a nivel del mar (en Rapa Nui o «Isla de Pascua» se encuentran los
vestigios de esa expedición inca) como en la sierra y en la selva; en todo el ámbito de
la cordillera de los Andes. Quiere decir entonces que, por lo menos geográficamente
hablando, todos los habitantes de estos países, estemos donde estemos, somos
andinos a pesar nuestro. Ahora insistiremos que también lo somos culturalmente.
Por más que se ha hecho el intento de producir cultura occidental dentro de
nuestros territorios ello nunca se ha podido lograr. La prueba más contundente es la
negación por parte de Occidente a admitirnos como de su familia, en su hogar, en su
templo, en sus consideraciones. Si la occidentalización hubiese sido un éxito ya
tendríamos la aceptación tácita de los europeos para ser considerados como sus
iguales. Mas eso hasta ahora no ha sido así. Siempre hemos sido vistos como
diferentes, a pesar de que nos hemos empeñado y esforzado en evitarlo. Y no desde
hace poco sino desde un inicio. Los mestizos, los españoles nacidos en América, nunca
fueron vistos como iguales por los europeos, por lo que tuvieron que buscarse un
nombre —un primer intento de identidad diferente— y se llamaron a sí mismos
«criollos». (Aunque cuando los conquistadores del Perú se rebelan contra el rey de
España ellos decretaron su independencia y al mismo tiempo se convirtieron en
andinos, aunque sin emplear este término. Tuvieron que ser sometidos por la fuerza,
terminando así la primera guerra de la independencia). Finalmente estos lograron su
objetivo de no ser dependientes, pero ello no cambió su status de inferioridad ante los
ojos europeos. ¿Deberíamos convertirnos en poderosos para que recién nos mirasen
como a sus iguales? En tal caso los Estados Unidos tendrían ese «privilegio»; pero ni
aún con todo su poderío y dominio del mundo Europa lo considera como a uno de
ellos; peor todavía: desprecian la cultura norteamericana. Entonces, si no fuimos
admitidos antes —en versión criolla— y ni siquiera hay esperanza de serlo después
en el caso que nos convirtamos en una potencia mundial— quiere decir que hay algo
que falla en el proyecto de llegar a ser algún día incluidos como «occidentales de a
verdad». Cierto que para algunas cosas nos tratan de tú, nos exigen que nos
comportemos «como» occidentales —obviamente cuando hay un negocio lucrativo
para ellos de por medio— pero inmediatamente culminada la transacción volvemos a
caer de la silla en la que nos habían puesto y nuevamente nos enseñan su dedo índice
acusador, regañándonos como a hijos por no ser «verdaderos civilizados, verdaderos
occidentales».
La conclusión que sacamos de todo esto es que hay algo que nos hace ser como
somos, que nos identifica y nos particulariza, que evita que podamos confundirnos
como un occidental más. Hay algo en nuestro ser, en nuestro pensamiento, que no nos
permite mimetizarnos con Occidente y escabullirnos disfrazados de ellos; finalmente
nos descubren, nos pasan por la revisión, nos piden nuestros documentos y nos ponen
una fecha límite para nuestra salida. (¡Pero si soy rubio de ojos azules! —dice un niño
rico de La Paz. De nada le sirve: ese rubio no es igual en Europa, donde los rubios son
verdaderos rubios. ¡Pero si yo soy una dama! —dice una aristocrática señora de Lima—
y el alto, blanco y educado policía de Londres la mira de arriba hacia abajo como
diciendo: ¿De dónde salió esta provinciana que no respeta las reglas de tránsito?) Hay
una andinidad genética en nosotros que no podemos ocultar. ¿Por qué no
transformarla en nuestro eje común, en el foco que nos une? Pero ¿cuál es? —dirían

28
algunos—, porque somos tan diferentes los capitalinos de los pueblerinos; vestimos
diferente, hablamos diferente, pensamos diferente, tenemos costumbres diferentes...
¡nada nos une! La respuesta es: hay algo que nos tipifica y que nosotros no nos damos
cuenta pero que los demás pueblos sí se dan. A ellos no los engañamos; ni el color de
nuestra piel, ni nuestra vestimenta ni nuestro lenguaje los marea: a la primera vista
nos dicen «sudacas», «hispanics». Eso que nos identifica a todos los andinos por igual
es el conjunto de los elementos culturales, nuestra mentalidad, la cual es
completamente diferente a la occidental, y que les impide a ellos decir que nosotros
somos occidentales. De ahí que podemos afirmar que somos andinos a pesar nuestro;
que nuestra occidentalidad anda tan lejos de la realidad como desde un inicio lo estuvo
para el mismísimo Francisco Pizarro y después para Almagro. Entonces no luchemos
contra la corriente; más bien dejémonos llevar por algo que ya no se nos puede quitar
y reafirmémonos en lo que somos. Hagamos realidad nuestra civilización así como los
norteamericanos hicieron realidad su país con un solo acto de voluntad diciendo: no
soy europeo, soy yo mismo. Y lo que somos es: andinos, así seamos blancos, cobrizos,
mestizos, negros, cholos; hispanohablantes, quechua-hablantes, aimara-hablantes. A
todos nos une el lazo común de estar en estas tierras y pertenecer a este mundo que
no es aceptado ni admitido por Occidente como parte suyo —salvo cuando tienen
intereses poco santos. Si nunca vamos a ser considerados occidentales dejemos ya de
tocar la puerta para que nos admitan en ese paraíso; hagamos el nuestro propio.

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¿EXISTE UNA FILOSOFÍA ANDINA?

El caso Sepúlveda

Si entendemos la filosofía como la manera de pensar para facilitar la vida del


hombre en el medio en que se encuentre, la civilización andina, como todas las
civilizaciones, tiene su propia filosofía que la lleva a ser y a actuar de un modo único y
peculiar, reflejándose ello en las diversas manifestaciones sociales, culturales y
políticas, dejando en claro en que ello no forma parte del desarrollo de la filosofía
occidental y que ambas filosofías tienen coincidencias y diferencias en el modo de
resolver con eficacia sus retos.
El simple hecho de preguntarnos si existe una filosofía andina está muy
vinculado a la actitud asumida por los españoles en la conquista de nuestro continente,
en especial, la orquestada por el religiosos como Juan Ginés de Sepúlveda. En aquella
época se cuestionaba si los pueblos americanos subyugados tenían o no «alma», cosa
que originaba grandes debates entre las máximas autoridades teológicas y políticas.
Esto que visto hoy nos parece increíble que haya sucedido, en realidad ocurrió, pero no
por ignorancia, sino porque detrás de todo había una conveniencia: «demostrando»
que estos seres recién descubiertos no tenían alma, y por lo tanto, verdadera
humanidad, entonces se les podía utilizar o eliminar impunemente, cual si fuesen
animales, sin ningún cargo de conciencia. Ahora sabemos perfectamente que ellos sí
sabían que los andinos eran tan seres humanos como cualquiera —realmente jamás se
dudó de ello, ni siquiera en los escritos de los cronistas pues, cuando se refieren a los
pueblos andinos, hablan de ellos como quien trata con otros seres humanos—; pero
detrás de esa polémica se escondían los más oscuros intereses que el tiempo ha
demostrado se hicieron realidad. El inmenso genocidio, por poner solo un ejemplo, de
las minas de Potosí demuestra cómo el manejo antojadizo de ciertas ideas puede
producir ingentes ganancias, de las cuales han disfrutado, no solo los españoles, sino
en especial los anglosajones, verdaderos cosechadores secundarios de todo ese
holocausto, quienes hoy hipócritamente culpan a los peninsulares del pecado para
ocultar que fueron ellos los que lo compraron, lo devoraron, lo gozaron y lo emplearon
para financiar el capitalismo que actualmente manejan e imponen en todo el mundo.
Finalmente no se pudo seguir ocultando lo obvio y se tuvo que admitir, a disgusto, que
los pueblos del nuevo continente —nuevo para los europeos— eran humanos; pero la
secuela de esta duda —duda ponzoñosa que deja rezagos que duran cinco siglos— ha
sido suficiente alimento para toda clase de abusos y tropelías. No es raro entonces
deducir que, si desde un comienzo se «dudó» que los andinos eran humanos
verdadero objeto del debate de si tenían alma o no— con mayor razón se tenía que
dudar de si «pensaban» (y lógicamente si no pensaban pues menos iban a tener algo
parecido a una filosofía). Vemos así que el simple hecho de interrogarnos si es que
hubo y hay una filosofía andina demuestra que seguimos contaminados por el mal de
Sepúlveda de cuestionar lo más posible la completa humanidad del hombre andino.
Dudar o negar que un ser humano filosofe —más aún, una cultura superior como la
andina— es poner en tela de juicio la validez humana del mismo ser, y este
cuestionamiento no es necesariamente manifiesto sino soterrado, interno. Solamente
lo descubrimos a través de ciertos hechos que lo revelan, como por ejemplo: el
tratamiento que se le da a los hombres con rasgos físicos acentuados de ciertas etnias
en los medios de comunicación o en las películas norteamericanas, a quienes se los
representa como indolentes ante el sufrimiento, los sentimientos o la cultura, razón
por lo cual no les importa morir como moscas ni matar a la «gente», quienes vienen a
ser las personas de razas blanca o mestiza blancoide, a las cuales se presenta como
civilizadas, llenas de características humanas y merecedoras de todos los respetos.
Tanto para los medios informativos como para el cine una sola muerte de un blanco

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equivale a miles de muertos de otras razas (quienes no llegan a ser nunca personas
sino «negros», «indios», «nativos», «lugareños», «individuos», «habitantes», etc.,
cualquier apelativo menos el de personas, concepto que está reservado
exclusivamente para el hombre «blanco»). Por si se dudara de lo que decimos, en el
2003 se presentó un informe sobre los muertos en las luchas subversivas ocurridas
durante quince años en el Perú, entre 1980 y 1995, y se vio con asombro cómo la
clase política imperante quería olvidar todo lo ocurrido sin siquiera recapacitar en ello.
La explicación era muy sencilla: la mayoría de los setenta mil muertos eran «no
blancos», campesinos humildes de las sierras, y por ello no valía la pena hacer tanto
escándalo. La misma gente que hasta el día de hoy clama por no olvidar el genocidio
de los judíos, ocurrido hace varias décadas, es la que grita por olvidar inmediatamente
y sin consideraciones de ningún tipo el genocidio de los andinos. (No olvidemos que los
«nazis» eran seres humanos, eran alemanes, tan alemanes como los judíos a quienes
mataban. O sea, era una guerra civil de alemanes contra alemanes, lo mismo que
ocurrió en el Perú. El genocidio también se produce entre hermanos).
Todo lo dicho nos sirve para dar paso a lo que queremos demostrar: que por
supuesto que hubo y que hay una filosofía andina, la cual solamente es cuestionada
por los hijos intelectuales, conscientes o no, del ya mencionado cura Sepúlveda. Si
indagásemos entre los actuales habitantes del mundo andino seguramente muy pocos
dudarían en admitir y afirmar que sí tenemos filosofía. Para quienes esto se halla en
duda es para los intelectuales formados en las occidentalizadas aulas de las
universidades, que son las principales sostenedoras del pensamiento oficial del Estado
y las únicas instituciones que aún apoyan la estructura occidental en nuestros pueblos.
En realidad esta discusión sería de Perogrullo sino fuera porque hay serios intereses de
por medio que buscan mantener la inferioridad de los pueblos andinos —negándoles su
capacidad de pensar— para poder ejercer el dominio sobre ellos. (Pensemos por un
momento en la necesidad de que la «opinión pública» no se escandalice y que
considere «justo» el hecho de pagar el salario más bajo posible a los trabajadores de
tez cobriza o nativa. Ello resulta crucial, de vida o muerte, para los blancos
empresarios que requieren ser competitivos en el brutal juego del Acuerdo de Libre
Comercio ALCA impuesto por los Estados Unidos, con lo cual se comprueba que la
filosofía, el manejo de los conceptos, puede convertirse en un asunto político de
fundamentales consecuencias). El solo hecho de admitir, por parte de la cultura oficial,
la capacidad de pensar y hacer filosofía en el hombre andino generaría un
envalentonamiento de parte de «las masas» quienes se creerían con derecho, ya no
solo a pensar, sino incluso a gobernar, lo cual significaría, en términos claros, una
revolución. Lo que queremos decir es que el debate sobre la filosofía en el mundo
andino es tan delicado que en él se juega la vida la clase dominante, representante y
embajadora de los intereses occidentales en nuestras tierras. (Observen cómo a la
primera conmoción social los miembros de la clase gobernante, que son los mismos
que detentan el poder económico, huyen rápidamente a los Estados Unidos y ahí
descubrimos que, curiosamente, tenían doble nacionalidad o simplemente ya se habían
nacionalizado norteamericanos y lo mantenían oculto. Esto demuestra que para la
mayoría de ellos la tierra donde han nacido es un negocio que alquilan y administran,
una mina de Potosí, una lejana hacienda en el interior, pero que su corazón y su
residencia se encuentran realmente en el país para el que trabajan y en el cual
esperan vivir y morir).

No solo Occidente piensa

Pero vayamos a nuestro asunto: la filosofía. Ya hemos dicho que si


demostramos que ha habido y que hay actualmente filosofía andina, todo lo demás, la
vida entera para ser más exactos, tiene que cambiar ciento ochenta grados de

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perspectiva por cuanto significaría el acta de nacimiento de un nuevo paradigma que
ya no sería Occidente sino lo andino, con lo cual se rompen definitivamente los lazos y
la dependencia.
Para empezar ¿qué es la filosofía? Si buscamos y hurgamos en todo lo que
hasta el momento se ha dicho no vamos a encontrar una unidad en la respuesta. Más
aún, hallaremos que se habla de «filosofías». Pero para no entrar en detalles
quedémonos con la sola palabra filosofía. Algo que se aproxima a un consenso es que
filosofía «es todo aquello que el ser humano puede saber para poder emplearlo en su
propio beneficio». Todos los seres humanos piensan, y el pensar es una actividad
consciente e inconsciente a la vez que se dirige hacia todo lo que abarca el mundo, su
entorno. Nada de lo que el ser humano percibe queda ajeno a su pensamiento y nada
de lo que piensa queda inmune a ser trasformado en su mente. Esta actividad, esta
percepción del mundo, de sí mismo y de la materia, sufre inevitablemente en el
hombre un proceso cuyos elementos conocemos con los nombres de captación,
asimilación, evaluación, análisis, síntesis, deducción, inducción, elaboración, etc. Hasta
el más primitivo de los humanos, de momento que es tal, un humano, será capaz de
llevar a cabo todas estas operaciones en el momento que lo necesite. La suma, la
acumulación de esta información y su procedimiento, basándose en preguntas y
respuestas para obtenerla, es pensamiento ordenado, evaluado y almacenado, dirigido
hacia un fin: es filosofía. Que los griegos lo hayan hecho a su manera nadie lo duda;
que Europa tuvo acceso a ellos a través de fuentes árabes escritas, también; que eso
les ha servido para formar su cultura, de acuerdo; pero de ahí a deducir que la fuente
que ellos utilizaron para hacer lo mismo que han hecho todos los pueblos del mundo
comprender y comprenderse, que es el objeto de la filosofía— sea la única y
verdadera eso sí que es un disparate; un disparate cuyas consecuencias están teñidas
de sangre por todo el planeta, lo cual no lo hace muy gracioso. Veámoslo así: ¿Es
posible que una civilización haya dominado su medio con eficacia, controlado la
producción agrícola y ganadera, organizado coherentemente su sociedad, desarrollado
un idioma, una ciencia, un culto, un arte, construido complejísimas obras de ingeniería,
catalogado los cielos con una precisión asombrosa y muchas cosas más durante miles
de años empezando de la nada, para que luego digamos que ella no tuvo filosofía, o
sea, no tuvo un pensamiento crítico, evolutivo y organizado?
Hay quienes dicen que, salvo Occidente, todos los pueblos de la tierra se
organizaban teocráticamente, por lo tanto, vivían bajo un régimen patriarcal,
aristocrático y sangriento que instauraba un pensamiento religioso fanático, monolítico
y opresor en sus dominios. Hablan de los egipcios, de los aztecas, de los andinos, de
los babilonios, de los hititas, de los chinos y de los indios. Pues bien, durante la edad
media europea, como todos sabemos, floreció un profundo y respetable pensamiento
patrístico y escolástico que perduró por más de mil años y produjo notables
pensadores, formando la base de la filosofía moderna. Quiere decir entonces que, aún
en las condiciones que los occidentalistas consideran imposibles para generar el
pensamiento —la tiranía religiosa— Europa sí lo hizo, a pesar de los excesos de la
Iglesia Católica —que por lo visto no fueron tantos, ya que propulsó y permitió que
sobre sus bases surgieran otras ideas (prueba de ello es que muchos de los grandes
pensadores y reformadores de la modernidad provienen de sus canteras, o sea, eran
sacerdotes católicos).
Sin embargo, los críticos arguyen otras imputaciones: que las otras
civilizaciones solo se desarrollaron con fines eminentemente prácticos y que su
sabiduría era posesión de una casta interesada en defender la tradición. Entonces
deberían responder: ¿Por qué hubo evolución? ¿Puede desarrollarse una técnica solo
con un carácter eminentemente práctico, exenta de sus raíces míticas y su teorización?
¿Llamaríamos a la pirámide de Keops o Kufú (la «tumba más absurdamente costosa de
la historia» para ojos modernos) una estructura «práctica»? ¿Cómo se explican los

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numerosos cambios radicales de dioses, creencias, costumbres, leyes, etc. a lo largo
de siglos? Necesariamente tiene que haber dialéctica —oral o bélica— para que exista
un cambio y/o una evolución. Y hubo evolución, pues los egipcios no aparecieron desde
el primer día con todas sus pirámides. Entonces, si hubo evolución, ¿por qué ésta
habría tenido que detenerse, congelarse, justo en el momento en que los griegos
visitaron esos pueblos? Estos, probablemente por orgullo —especulamos— no quisieron
aceptar que otros pueblos pensaban, razonaban, deducían, y que por eso creaban
cultura. Simplemente hacían un retrato fotográfico del instante que veían y suponían
que esas culturas estaban dedicadas al ocio, al disfrute o a la guerra, ignorando
intencionalmente a la casta de los consejeros, archivadores, memoristas y todos los
que naturalmente destacaban por su inteligencia —obra exclusiva de la naturaleza que
hace así a los hombres: unos torpes, otros hábiles— y que probablemente muchos de
ellos tenían serios argumentos en contra de los poderosos y las costumbres
establecidas en su pueblo, tal como pasaba en Grecia y en todas partes donde hay
humanos. (Mención aparte: ¿Cuánto de lo atribuido a los griegos realmente les
pertenece y cuánto lo obtuvieron de los aportes ajenos? ¿Y cuánto también es
producto de los agregados bien intencionados de sus recopiladores y traductores
romanos, árabes, patrísticos e incluso modernos y contemporáneos? Recordemos que
a los que consideramos los «buenos» o a los progenitores siempre se les atribuyen
todas las virtudes de su época y a los que llamamos los «malos» o a los extranjeros
todos los defectos, actitud muy humana y muy equivocada por cierto).
La conclusión es que: todos los pueblos, todas las civilizaciones necesariamente
han tenido y tienen una filosofía que les ha permitido llegar a donde están. Nadie
puede construir complejos arquitectónicos como las pirámides de Tikal o Machu Picchu
sin haber tenido previamente un desarrollo crítico-matemático que permitiera, a través
de cientos de años, encontrar las respuestas a complicadísimos problemas a los que
solo se pueden llegar cuando se piensa con un riguroso método. Basta con solo deducir
por la magnitud de las obras que detrás de ellas se encuentran años de experiencia
concatenando los conocimientos físicos con los objetivos religiosos y sociales, logrando
una portentosa síntesis que satisfacía plenamente todas las necesidades e inquietudes
de la época. Pero más aún, siguiendo con este análisis —que irónicamente proviene de
las canteras de la misma filosofía occidental, para que no digan que estamos usando
categorías extrañas o antojadizas— si afirmamos que la filosofía es una manera de
responder con eficacia en pro del hombre y de su sociedad, habría que colocar a otras
civilizaciones antes que Occidente en cuanto a logros se refiere puesto que, mientras
ella aún se debate en su propia crisis al no haber podido resolver sus múltiples dramas
sociales —como la buena distribución y la satisfacción— otras como la andina sí lo
habían logrado mucho tiempo atrás, demostrando que ella era más eficiente en la
práctica para resolver sus retos en su propio medio. La civilización occidental perdería
el concurso de «la filosofía más eficiente» si de satisfacer las necesidades y
aspiraciones de su propia gente se tratara. Puede que en la actualidad Occidente haya
hiper desarrollado la ciencia, pero como la emplea exclusivamente para ejercer el
dominio sobre las demás civilizaciones sus virtudes se diluyen y empobrecen, no
dejando satisfechas ni a sus naciones ni a las que no lo son. ¿Por qué hasta que se
descubrió América todas las grandes civilizaciones existentes se encontraban en un
mismo nivel de desarrollo cultural, social y económico, a pesar de que Occidente decía
poseer la auténtica filosofía? (Solo fue a partir de ese descubrimiento que Occidente se
volvió hegemónica, gracias a la canibalización del nuevo continente y no a las
conclusiones de su filosofía: más bien ella ha llegado al cielo con avemarías ajenas.)
¿Por qué los que no practicaban la filosofía occidental, incluyendo a los pueblos de
nuestro continente, se habían desarrollado algunos incluso más que ella —que tenía
dos mil años de filosofía grecorromana— en aspectos como la literatura, las artes, la
arquitectura, la administración, la ciencia en general? ¿Por qué solo gracias a su

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técnica y después a su ciencia es que Occidente logra imponerse sobre las demás, mas
no así debido a su filosofía, la cual, y hasta el día de hoy, se puso al servicio de esa
ciencia y no al revés, como se supone debería ser? ¿Y por qué este conocimiento ha
tenido que imponerse únicamente mediante la fuerza y no a través del convencimiento
dialogante, en vista que se supone que, si esta filosofía es superior en cuanto a la
comprensión del hombre y de la naturaleza, deberían haberla aceptado todos los
demás con los brazos abiertos, en especial los más poderosos de los otros pueblos, ya
que eso les hubiera permitido dominar con más comodidad a los suyos?
Los éxitos de la ciencia no pueden ser endosados a la filosofía, y la filosofía no se
puede confundir con la ciencia pues son dos cosas realmente distintas, con historias,
desarrollo y manifestaciones diferentes. Occidente puede exhibir un logro descomunal
en cuanto a su ciencia y tecnología —que tampoco le pertenece toda debido a que en
ella están los descubrimientos, estudios e investigaciones de todos los pueblos de la
tierra a lo largo de la historia, así que gran parte de lo que dicen que es propio no es
más que una apropiación— pero no puede pretender que todo lo demás esté a su
misma altura, tal es el caso de su filosofía. Incluso su ciencia no tiene un carácter de
absoluto pues constantemente se cuestiona su atributo de verdad. La ciencia puede ser
acertada con respecto a la materia, pero es en sus objetivos humanos donde se vuelve
relativa, según sean los fines para los que se la use, de modo tal que puede servir
como medida de todas las cosas o como especulación inútil, tal como se pensaba en la
Edad Media europea. Poner a la ciencia como diosa es mezclar fe, que es seguridad
absoluta, con relativismo, que es posibilidad incierta, en el entendido que la ciencia es
una verdad momentáneamente valedera. Teologizar la materia tanto como materializar
la teología son dos errores que traen funestas consecuencias. La filosofía no es una
ciencia, ni una técnica, ni un método exacto; por lo tanto, mal se haría en hablar de la
filosofía occidental como un referente de verdad tan válido como la ciencia —que ya
hemos visto que tampoco lo es ni puede pretender serlo. Si realmente la filosofía
occidental fuera como una luz para la humanidad, esa luz sería lo más parecido a una
lengua de fuego que calcina todo lo que toca, y que a lo que deja vivo lo mantiene
amenazado (recordando el pasaje bíblico de Sodoma y Gomorra).
Dicen los que niegan la existencia de una filosofía andina que la filosofía es una
sola, como si se tratase de un cuerpo monolítico, sólido, de un solo ser único y
coherente. Pero eso no es nada cierto. Su historia nos demuestra cómo Europa fue
cambiando radicalmente de filosofías y lo sigue haciendo. Pueden decirnos que se trata
de una evolución, de un desarrollo; puede ser; aunque resulta bien extraño ver cómo
hace más dos mil quinientos años, con los griegos, la filosofía occidental estaba más
madura que dos mil años después, y que hoy las conjeturas de los físicos cuánticos
hablan de las mismas teorías ya elaboradas por los pre socráticos y aún por sus
antecesores, dándonos a entender lo peculiar que resulta comprender el desarrollo en
Occidente por cuanto empieza maduro, luego retrocede, involuciona y finalmente
vuelve al mismo punto de donde empezó. Salvo los que confunden ciencia y tecnología
con filosofía, que son la mayoría de los pensadores, quienes no mezclan el grano con la
paja y pueden analizar a la filosofía occidental en su devenir, se dan perfecta cuenta
que no hay nada más antojadizo, inseguro, relativo y volátil que ella; que en cualquier
momento, como el actual, puede venir una ola de fanatismo oscurantista y relegarla a
ser un furgón de cola, justificadora de nuevas tropelías y conquistas, con lo cual se
demuestra que aún es una filosofía que tiene mucho que madurar o fortalecerse. Con
esto no queremos decir que sea mala o buena, pues de eso no se trata el
pensamiento; simplemente que no se la puede usar como bandera o como medida de
todas las cosas por cuanto no es mas que una de las tantas formas cómo el hombre ha
tratado de resolver sus problemas y entender al mundo. En su descargo tendríamos
que reconocer que existen pensadores occidentales que no ven necesariamente así las
cosas y que admiten que la historia de la filosofía no es una escalera en ascenso; que

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el valor de los pensamientos está en los puntos de referencia que representan,
queriendo decir que el hombre puede elaborar ideas pero no necesariamente verdades,
pero que ello le sirve para resolver dificultades y entenderse a sí mismo y al mundo,
aunque tiempo después pueda pensar lo contrario. Esto porque «una filosofía del
pasado, si ha sido verdadera filosofía, no es un error abandonado y muerto, sino una
fuente permanente de enseñanza y de vida», según dice el pensador italiano Nicola
Abbagnano (y vean que estamos citando a un típico pensador occidental por cuanto lo
que dice va en pro de la humanidad. Saquen ustedes sus conclusiones). En eso
estamos de acuerdo y aún más si lo relacionamos con aquella filosofía que desde muy
antiguo ilumina a los hombres andinos.
Definitivamente tenemos una filosofía andina pero... ¿dónde está? ¿Cuál es?
¿Cómo se manifiesta? Intentaremos una respuesta. Supongamos que tenemos un rosal
en nuestro jardín el cual diariamente regamos y cuidamos, hasta que un día
encontramos con sorpresa que ha aparecido un girasol. La primera pregunta que nos
hacemos es: —¿Pero de dónde diablos apareció ese girasol? Porque yo no lo sembré.
Entonces recapacitamos y llegamos a la conclusión que, por alguna desconocida razón,
una semilla de dicha planta se introdujo entre las rosas y fue creciendo sola, sin que lo
percatáramos; y solo cuando maduró y floreció es que pudimos darnos cuenta que
existía. Con este sencillo ejemplo queremos decir que a veces las cosas no se ven sino
hasta cuando están maduras y brotan incontenibles, igual que nuestra filosofía.
Siempre ella ha estado entre nosotros, pequeñita, latente, sin hacerse notar pero
influyéndonos, modificando nuestro comportamiento y nuestro modo de ser; de alguna
manera saboteando nuestros esfuerzos por ser occidentales. Esa planta, que algunos
dirán que es una mala hierba, es la que ha mantenido el legado de nuestra civilización
y, sin textos ni palabras, la ha ido madurando.
Vamos a reseñar a continuación los más importantes aspectos en los que
descubrimos que existe la filosofía andina.

¿De qué trata la filosofía andina?

La filosofía andina trata acerca de cómo el hombre que vive en esta parte del
continente responde y quisiera responder a los retos de su medio de la manera más
eficaz posible con el objeto de hacer su vida más plena y llevadera. Sus temas son
similares a los de cualquier otra filosofía: acerca del origen, los valores, el destino, la
ciencia, la sabiduría, la belleza, la verdad y otros. Pero donde se hace distinta y
particular es en las respuestas que da a estas inquietudes, que no se encuentran en un
lenguaje escrito sino en las expresiones insertas en su propia cultura: en la religión, en
la organización social y en el trabajo. Desentrañarlas y convertirlas en texto es el
primer gran esfuerzo que debe hacer un filósofo andino.
Antes de desarrollar este punto es bueno reiterar que filosofía no es lo mismo que
ciencia, y que aquí existen grandes confusiones. Comúnmente se cree que la ciencia
actual es un derivado, una parte del proceso filosófico de Occidente, como si por su
propio crecimiento la filosofía occidental evolucionó y produjo la ciencia, de manera tal
que se pensaría que, así como la ciencia está sumamente evolucionada, igual lo está la
filosofía occidental. Esa es una conclusión engañosa pero que sirve de maravillas para
ejercer el dominio sobre el mundo. Cierto es que la ciencia moderna encontró en la
tecnología la piedra de toque para impulsarse y desarrollarse, puesto que mucho
tiempo antes existía en su forma embrionaria y teórica, como lineamientos generales.
Pero sería erróneo pensar que la tecnología surgió por meras conclusiones filosóficas,
por el hecho de pensar y pensar en cómo hacer esto o aquello. Si solo de pensar se
tratara, ya los griegos hubiesen llegado a la luna en tiempos de Aristóteles. Lo que
produce la tecnología y dispara a la ciencia como vehículo es la insurgencia del
comercio, la lucha por los mercados del mundo, que exigía a los poderosos dotarse de

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las mejores maquinarias para vender más y mejor. Es en esos momentos que
aparecen una serie de ideólogos quienes ven la necesidad de adecuar el pensamiento
ante estas nuevas formas de comportamiento humano. Son estos reformadores los
que impulsan a ciertos filósofos a desarrollar teorías que se adapten al nuevo
panorama, donde el hombre y la sociedad son lo más parecido a un mercado que
satisface todas las necesidades de quien pueda costearlas. La Carta Magna no fue la
conclusión de un proceso filosófico: fue la imposición de barreras que un grupo de
poderosos le pusieron a un rey. Tiempo después eso se convirtió en la constitución: un
corsé político que impide que el Estado ponga límites a los comerciantes. Como vemos,
el fenómeno más importante de los últimos siglos no fue un suceso filosófico (ideas
mejores se propusieron en Occidente a lo largo de toda su historia y nunca se pusieron
en práctica); ni siquiera uno científico (sería interminable hacer la lista de
descubrimientos e inventos creados desde la antigüedad). Fue un suceso político, de
fuerza, de intereses económicos, lo que llevó a Occidente a cambiar tan radicalmente,
mientras que la filosofía se adecuó, se plegó a ellos, aunque sin perder su norte, su
verdadero sentido que es el bien del hombre, razón por lo cual suele entrar en
contradicciones con su época.
Estamos actualmente ante un hiper desarrollo de la ciencia, pero que no va
aparejado con un hiper desarrollo filosófico occidental. Incluso se puede hablar hasta
de un retroceso, de una involución de la filosofía de Occidente. Eso es reconocido y
admitido. Pero la cultura oficial persiste en presentar a esa filosofía como la punta de
lanza del pensamiento humano, como si ella, en un supuesto inmenso desarrollo,
hubiese llegado a la conclusión que este modo de vida es el mejor de los posibles. De
tal modo, este remedo de filosofía occidental funge de ser creadora del pensamiento
imperante. Como verán, tratamos de rescatar lo honesto de la filosofía occidental y a
sus auténticos filósofos, para no mezclarlos con aquellos que son empleados como
avales del sistema.
Filosofía no es ciencia y tampoco van de la mano. Hay quienes la han puesto en
Occidente al servicio de la ciencia para lo cual han creado nombres como
Epistemología o Metodología, con el afán doble de, por un lado, justificar la
preeminencia del sistema político como producto de un desarrollo científico —es decir,
que el sistema demócrata-liberal es tan consecuencia del desarrollo científico como el
teléfono lo es del telégrafo, algo que nadie en su sano juicio debería refutar porque es
parte de la evolución de la materia— y por el otro, de intentar convencer que la
filosofía es una ciencia tan exacta como lo puede ser la matemática —con lo cual la
filosofía científica se muestra como la única válida. Como vemos, todo esto suena a
engañifa, a triquiñuela macabra que desgraciadamente funciona excelentemente bien
en las aulas universitarias y en los medios de comunicación.
La ciencia en sí no hace ni dice nada que no vaya en contra de la voluntad de
quien la manipula. La ciencia no es norma moral para nada; se sujeta a las intenciones
del que la aplica. Es una máquina que obedece a su amo. Se la puede doblar, estirar,
cambiar de forma y de color y demostrar cualquier cosa que queramos. Con ella
podemos destruir o hacer vida. Puede ser útil como puede no serlo. Puede ser una
solución como puede ser la causa de todos los males.
Es aquí donde interviene la filosofía, el pensamiento más elevado y desarrollado
del hombre, para saber qué hacer con el saber, qué hacer con lo que se conoce y se
aprende; para decidir si la ciencia será para hacer el bien o para hacer el mal. Esta es
la diferencia fundamental entre la filosofía y la ciencia: la misma que hay entre el amo
y su perro, el piloto y su nave. No nos deslumbremos con los artificios científicos al
punto tal que perdamos el sentido de qué es lo primero: el efecto o el causante, pues
el peligro es creer que el mismo hombre es parte del experimento y, como tal, puede
estar sujeto a cualquier cosa, sin límite de ninguna especie. Si queremos filosofar
tenemos que dejar de lado a la ciencia, pues ella no nos revela nada de a dónde se

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encuentra el verdadero pensamiento. No vayamos a creer que un astronauta es
finalmente un filósofo porque domina lo más avanzado del conocimiento científico. Ese
astronauta puede estar tomando fotografías del lugar hacia donde se van a dirigir los
misiles atómicos, cosa que un verdadero filósofo, cuyo pensamiento es el bien del
hombre, jamás haría.
Y si dejamos de lado a la ciencia, ya descartados los artificios, los aparatitos y las
lucecitas que tanto impresionan a los simples de pensamiento, nos daremos cuenta
que la filosofía de Occidente no está tan adelante, ni tan lejos, ni tan arriba de las
filosofías de las otras civilizaciones. En este terreno, el filosófico, no hay primeros ni
segundos, no hay ni serios ni advenedizos, ni sabios ni ignorantes, ni ilustrados ni
improvisados: todos se encuentran en el mismo plano de buscar, con el pensamiento,
las mejores opciones para la humanidad. ¿Pensará mejor aquel que se encuentra
cómodamente sentado en una ciudad europea que aquel andino que hace lo propio
dentro de un microbús? ¿Será más acertado aquel que cuando piensa lo hace vestido
en traje de gala o aquel que lo hace con jeans y zapatillas? ¿Dirá más verdades quien
está lleno de títulos académicos y se halla rodeado de montañas de libros o aquel que
tiene como única fuente de saber su cerebro y sus sentidos bien atentos? Puede ser lo
uno y lo otro, o los dos o ninguno. Porque no podemos pedirle al filósofo europeo que
viva y piense como si estuviese en los Andes, y lo mismo al revés; por lo tanto no
tenemos por qué suponer que ambos tengan que estar acertados con respecto a la
realidad del otro. El filósofo europeo puede creer honestamente, porque así lo dice la
realidad, que él conoce, que la mejor forma de gobierno es la democracia que funciona
en su país; lo mismo con sus valores, con sus costumbres o con su forma de vestir.
Igual le puede pasar al filósofo andino y pretender que el mundo puede vivir mejor con
sus creencias y comportamiento andinos, ya que eso funciona muy bien en la sociedad
en la que él vive. El simple hecho de lo fundamental que era el caballo y la rueda para
Europa, mientras que entre los andinos eran innecesarios, demuestra que hay razones
consistentes como para no creer que se habla del mismo mundo y del mismo hombre
cuando se habla del hombre.
La filosofía andina versa sobre lo que es, le pasa y espera el hombre andino de
antes, de ahora y de mañana, que no es lo mismo que lo que el africano, el indio (de la
India), el europeo, el chino, el malayo y todos los hombres de las otras civilizaciones
viven y anhelan. Probablemente los temas que trata sean los mismos que los demás,
pero donde se encuentran las peculiaridades es en los intentos de respuestas de los
cuales surgen lo que occidentalmente conocemos como teorías —que, por supuesto,
aquí no se llaman así y tal vez no se expresen mediante palabra alguna.

Una temática a modo de ejemplo: acerca del origen del hombre

No es nuestra intención agotar los innumerables temas que aborda la filosofía


andina en este ensayo. Solo tomaremos uno a modo de ejemplo con la finalidad de dar
a entender que sí se desarrollan, pero no de la manera como estamos acostumbrados
a contemplarlo.
Un importante tema en la filosofía andina es la especulación acerca del origen
del hombre, del mundo. Al respecto se dan dos grandes explicaciones, ambas en
pugna: la primera de ellas es la que llamaríamos la «teoría» espiritualista y la segunda
la creacionista.
La espiritualista afirma que el hombre es un ser dado en este mundo, una
criatura más dentro de un contexto de seres vivientes, por lo tanto, sin prioridad ni
ventaja. El mundo no está hecho para el hombre; simplemente él se encuentra ahí,
como ser pensante y consciente de su vida. Además se da la existencia real de entes
paralelos al mundo visible quienes tienen voluntad propia y autonomía en el juicio,
pero que no son perfectos, pues están sujetos a cambios antojadizos y

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temperamentales. Se trata de seres que tienen sus propios espacios y tiempos (la
noción de Pachamama, la madre tierra, es un ejemplo de ello. A pesar de estar muy
vinculada al ser humano, es una entidad independiente). Si bien estos a veces influyen
en el hombre, no viven en función de él ni para él. No podríamos calificar esto de
concepción panteísta puesto que no todas las entidades tienen carácter de «dios»
(como por ejemplo el apu, que es simplemente una montaña, pero con su propia
«vida». Puede éste influir en el hombre mas no es esa su función). Sobre la base de lo
manifestado se podría decir que esta «teoría» implica que el ser humano es producto
de una fuerza ajena a él, la cual a su vez determina un mundo conformado por
múltiples elementos. Es, entonces, un pensamiento no antropocéntrico. Esta noción
tenía vigencia desde antes de la llegada de los españoles, por lo tanto, se adelantó en
muchos años a la concepción científica en la que el hombre ocupa solo un lugar
modesto en el universo y es producto de circunstancias aún desconocidas. Ella todavía
permanece vigente en el pensamiento andino bajo formas denominadas como
«creencias», «costumbres» o tradiciones «paganas» (palabra que proviene del rito del
«pago» a la tierra muy extendido en el medio rural).
La segunda «teoría» sería la creacionista, que plantea la existencia de un o
unos seres creadores y gobernantes de la vida, quienes han hecho al ser humano con
un determinado fin, fundamentalmente para que viva bien, cumpla con sus deberes,
sea feliz con ello, adore a sus dioses y finalmente muera y se reintegre a la naturaleza.
Esta, que es la clásica concepción de los dioses creadores, se encuentra más cercana al
pensamiento europeo-cristiano y circula dentro del cuerpo de ideas religiosas. Durante
la conquista los sacerdotes rápidamente se dieron cuenta de dichas similitudes y
trataron de aprovecharlas para inculcar la fe cristiana, producto de lo cual tenemos hoy
ese llamado sincretismo religioso, que no es ni la una ni la otra, sino ambas
concepciones mezcladas, pero claramente diferenciadas, donde es posible establecer
qué es lo cristiano occidental y qué no lo es. Esto quiere decir que el sustrato
ideológico andino de aquel tiempo no fue borrado y hoy sigue vigente manteniéndose
con fuerza, incorporado al ritual y a las costumbres socio-religiosas occidentales.
Se podría decir que ambas concepciones o «teorías» sobre el origen, la
espiritual y la creacionista, tienen algo en común: un marcado acento colectivo, donde
el individuo antes que nada es una parte de un todo. El ser se define primero por su
contexto; antes que Juan es Pérez; antes que un individuo es un ser humano que
proviene de una conjugación de elementos, entre ellos sus padres. No es capricho el
hecho sintomático que, al igual que muchos otros pueblos, antiguamente en el mundo
andino los niños no recibían nombre hasta que no cumpliesen un determinado tiempo
de vida. La explicación era que primero el niño tenía que demostrar que era apto para
sobrevivir; solo así podía incorporarse a la sociedad participando y recibiendo con
equidad. Un ser que desde el inicio no va a poder mantenerse, difícilmente va a
reintegrarle equitativamente a la sociedad, a los demás, los bienes recibidos. Hay aquí
una lógica que no es deleznable ni es cruel; proviene de la misma naturaleza. Con esto
no pretendemos desconocer el mérito del pensamiento cristiano —pensamiento
oriental, concretamente de la civilización del medio oriente— que antepone el valor del
amor por sobre la rigidez de la naturaleza. Ambos se dan también dentro del mundo
natural aunque no pueden pretender ser universales, por la simple variabilidad de la
vida. La naturaleza no aplica los mismos criterios en la existencia de las amebas, de
las hormigas, de los peces y de los mamíferos. Incluso dentro de estos últimos, entre
los que nos encontramos, existen disparidades muy notorias debido a un sinnúmero de
factores que sería largo mencionar. Cada realidad tiene sus condicionantes y, en el
caso del hombre, cada civilización ha desarrollado características milenarias con las
cuales se formó y debe vivir. La esencia humana también tiene historia, y las
personalidades no son productos antojadizos del momento, sino que tienen una
realidad filogenética muy profunda. Ningún hombre nace de cero; viene con una carga

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de miles o millones de años de desarrollo y evolución, la cual finalmente determina sus
virtudes, condiciones y temperamento. Imponerle a una civilización, de la noche a la
mañana, la filogénesis de otra, resulta forzado e imposible. Lo que para el medio
oriente era producto de miles de años de evolución —y, como se dice coloquialmente,
«les salía de los forros», o sea, les era una tendencia más que natural— no lo era para
otras civilizaciones, como la andina. El proceso evolutivo impele una manera de actuar
y de pensar inevitable en el hombre, tal como lo vemos al observar las notorias e
innegables diferencias entre las razas y pueblos a la hora de expresarse en el hablar,
en el cantar, en el pensar, en el bailar, etc. Como se dice, nuevamente en lenguaje
coloquial, «la cabra tira al monte».
No por evitar el racismo se debe caer en el otro extremo de negar la existencia
de las razas y las diferencias entre ellas. No podemos pretender que da lo mismo estar
frente a un nepalés de metro y medio de estatura y cincuenta kilos de peso que ante
un africano de dos metros y ciento veinte kilos, ambos con sus idiomas y culturas bien
definidas. Aunque les inculquemos las mismas ideas, los dos las expresarán de manera
distinta y a los dos el traje occidental les quedará ridículo, como podemos comprobar
fácilmente gracias a las insoslayables risas. Por eso el cristianismo puede muy bien ser
un gran aporte al mundo de las ideas, pero no es una camisa que a todos les queda. El
hecho que una civilización se imponga sobre otras a la fuerza, no significa que su
cultura es «universalizable» o globalizable, como se llama actualmente. El cristianismo,
con todo lo bueno que tiene, es una hermosa receta que le viene bien a quien la puede
tomar sin que le choque, como los antibióticos, que a muchos cura, pero a algunos
mata. Justamente una muestra de evolución es no intentar hacer evolucionar al
prójimo. Los expertos en animales, cuando son respetuosos de la vida, no intervienen,
no se meten en los acontecimientos que observan, porque son conscientes que
estarían alterando un proceso que ellos no conocen. El hombre inteligente no juega a
dios. La exaltación del individuo, el individualismo y todo lo que ello implica, no se da
en el mundo andino, y eso es lo que hay que entender. No es que el pensamiento
amplio o colectivo sea mejor ni peor que el que Occidente y sus modernos misioneros
neoliberales pretenden imponer; es simplemente diferente, apto para responder a la
realidad que nos ha tocado vivir y a nuestro código genético que nos lleva, querámoslo
o no, a comportarnos de determinada manera.
Hemos visto así dos importantes teorías que circulan constantemente en
nuestra civilización: la espiritualista, que concibe al hombre como un elemento más
dentro de un mundo de fuerzas y entidades variadas, y la creacionista, que ve al ser
humano como obra de un o unos seres que lo han hecho con una finalidad específica y
que conducen ese proceso. No es ni para asombrase por creerlas muy originales,
porque no lo son, ni para despreciarlas por ser demasiado comunes, porque tampoco
lo son. Tienen, como en todos los casos del pensamiento, un poco de todo y de todos,
lo mismo que los griegos y los escolásticos. Hay en ellas ideas puramente andinas
originales, producto de la propia experiencia; hay las provenientes de mesoamérica, de
la polinesia y de quién sabe qué otros lugares (como consecuencia del intenso
comercio), y, por supuesto, ideas provenientes de Europa (que a su vez provienen del
Asia, del África y de todo el mundo antiguo). Todo eso conforma el cóctel filosófico
andino y ello no tiene nada de malo, porque nadie vive aislado. Incluso no dudamos
que deben haber muchos elementos acopiados de las naciones de la selva amazónica.
Por supuesto que deben existir más cuerpos ideológicos que todavía no somos capaces
de percibir, por lo que pensar —cuando recién se está iniciando el análisis del tema—
que la filosofía andina se debate entre solo estas dos teorías resultaría muy
apresurado. Como dijimos en un comienzo, las temáticas son muchas y muy variadas;
solo hemos tocado una a modo de ejemplo. Dejaremos a que futuros ensayos se
explayen sobre ellas.

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Manifestaciones de la civilización andina en donde se comprueba que su
filosofía existe y que ésta se encuentra vigente

1. La religiosidad andina

La religiosidad andina esconde toda la filosofía andina. Como no pretendemos


desarrollar aquí este extenso tema solamente vamos a mencionar sus líneas maestras:

. El ser es colectivo (en contraposición al ser individual).


. Existe un compromiso con la tierra y sus manifestaciones.
. Los sentidos prioritarios son los de solidaridad y reciprocidad.
. Existe una explicación del ser humano.
. Existe una explicación de la obra de un creador o creadores dentro de la cual se
encuentra el hombre, con una razón y un sentido específicos.
. Hay una finalidad en la existencia como parte de un todo y no como una realización
individual.

Cada una de estas líneas maestras nos lleva a desentrañar cómo está conformada
la filosofía andina pues ambas, religión y filosofía, no están desligadas. Esto quiere
decir que sus estructuras son similares y que, analizando los componentes básicos
religiosos, se puede construir el cuerpo principal del pensamiento filosófico andino.
Para decirlo sintéticamente, podemos deducir que la filosofía andina tenderá a ver al
hombre como a un ser colectivo, íntimamente ligado a su medio ambiente dentro del
cual él vive y que manipula de acuerdo con determinadas reglas no creadas por él
mismo, las cuales debe respetar. Este sería el marco dentro del cual el ser humano
debe aceptar el reto de desarrollarse.
Lo que no debemos hacer es dejarnos llevar por las apariencias y juzgar a la
religiosidad andina como una derivación primitiva de la occidental. Si hacemos un
análisis de qué es el cristianismo tendremos que admitir que las manifestaciones
religiosas andinas tienen del cristianismo solo algunos elementos, pero que en el
trasfondo de todo no lo es; en verdad, debajo de toda su indumentaria se oculta otra
religión que traduce una filosofía propia. Por eso es que el cristiano andino no actúa ni
piensa ni habla como el cristiano occidental. Son dos estructuras y creencias tan
distintas como lo son un judío y un brahmán. En este punto algunos dirán que religión
no es filosofía y que estamos mezclando las dos cosas. Cierto, no son lo mismo. Pero si
miramos a la «filosofía-patrón» que se supone que es la occidental encontraremos
verdaderas perlas que parecen dijesen lo contrario. ¿Acaso la filosofía cristiana no es
filosofía? ¿La filosofía hebrea no es filosofía? ¿Los filósofos cristianos, estilo Hegel o
Kant, no han hecho filosofía? ¿Somos conscientes de la inmensa influencia, casi
militante, que ha tenido la religión en el pensamiento occidental? ¿Qué haríamos con
Lutero y toda su reforma; con los presbiterianos, anglicanos y metodistas anglosajones
que hoy dominan el mundo y le rezan a su dios: les diremos que sus filósofos y todo lo
que producen están equivocados? Es más ¿alguien se atreverá a decirlo y arriesgar su
puesto en la universidad o su beca a Cambridge o a Harvard? Creemos que no. Hoy es
difícil —aunque no imposible— que algún pensador «serio» cuestione a Occidente y a
su religión porque sencillamente arriesga mucho y puede dejar de recibir el codiciado
premio Nóbel, así que es más práctico repetir el lugar común y, sobre todo, no
molestar a los anglosajones —Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia,
Sudáfrica blanca, Nueva Zelanda y la parte protestante de Irlanda— quienes son los
únicos que tienen autoridad científica sobre los demás pueblos. (La contraparte,
Francia-Alemania, viene siendo combatida y minimizada desde hace décadas. Toda
«información oficial seria» tiene que provenir de algunos de los países anteriormente
señalados. El consenso no escrito es que: quienes dominan al mundo son los

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anglosajones, y solo ellos pueden tener la verdad. Si quieren comprobarlo hagan un
muestreo de los informes científicos y vean las nacionalidades; verán la intencionada
preferencia a apoyar solo a los anglosajones y a sus instituciones o empresas. Y si son
judíos mejor, situación curiosa que da que pensar acerca del tema de si los judíos son
una raza superior o, más bien, siendo realistas, ellos son los preferidos a la hora de
hacer las selecciones de personal, de apoyar los proyectos, de dar los premios y de
«pasar a la historia». En todo caso, si algo de bueno tiene el ejemplo judío es que
debería servirnos a todos para aprender a preferir y apoyar siempre primero a uno de
nosotros antes que a un extraño).
Vemos entonces que en Occidente la religión y la filosofía siempre han estado
íntimamente relacionadas e influenciadas (es más suelen ser socias) por lo que no
debe resultar extraño que en otras civilizaciones suceda lo mismo; y que recorriendo
una estemos de algún modo haciéndolo con la otra. Dudaríamos mucho de la
integridad intelectual de alguien que, sabiendo lo influenciada que está la filosofía
occidental de cristianismo, intente desprestigiar a otra por la misma causa, o sea, por
estar vinculada a su religión autóctona. Se caería en el absurdo que hoy se pregona
intensamente por todo lo alto y en todos los círculos del saber: «El cristianismo sí
puede ser tomado en serio porque es nuestra religión y es la verdadera. En cambio tu
religión es pura superstición, por lo tanto no la tomo en serio para asuntos filosóficos.
Santo Tomás sí puede pensar pero tu Imán no».

2. El sistema de trabajo

En nuestra sociedad andina la forma de organizar el trabajo está basada en la


asociación por fines, en donde un grupo de personas se agrupan en torno a una labor
específica y concreta que requiere del aporte de las habilidades de cada cual. Es, por
decirlo de alguna manera, una forma comunitaria, aunque esta palabra está muy
cargada ya de perturbaciones ideológicas que alteran su buen sentido. La diferencia
con las formas occidentales modernizantes estriba en que no existe un empleador que
contrata sino un eje cohesionador que agrupa. Digámoslo de este modo: una fiesta
patronal es un motivo de arduo trabajo tanto para los lugareños como para los fieles.
Tradicionalmente existe un grupo elegido encargado de los menesteres propios de la
celebración, que supervisa, dirige y controla la ejecución, pero que solo administra y
no tiene poder de apropiación, y que incluso es sujeto a evaluación y crítica
posteriores. Es un modus operandi en el que participan también los niños,
convirtiéndose este punto en un factor muy importante, pues es a través de ellos que
esta concepción de la labor y el desempeño para la producción se transmite de
generación en generación, habiéndose podido así conservar por siglos hasta el día de
hoy. El trabajo es en sí organización y ejecución para un fin, y éste puede ser hecho de
infinitas maneras. Pero lo que en verdad está en discusión es cómo ha de hacerse
dicha organización.
El mundo andino actual tiene su propia manera de entender la organización para
el trabajo; prueba de ello son las millares de micro, pequeñas y medianas empresas
que pululan, anónimas e ilegalmente, en los alrededores de todas las grandes ciudades
andinas, socavando con su accionar el sistema oficial de trabajo impuesto por las
fuerzas externas y sus aliados y representantes internos. El corazón de estas radica en
la noción de familia extensa, que puede abarcar incluso la noción familia-comunidad-
pueblo, y cuyo sustento ideológico reside en que el hombre no trabaja con
desconocidos sino que desde siempre lo ha hecho con sus pares o iguales. Si nos
atenemos a la historia oficial, solo es con el inicio de la industrialización en Europa
cuando se concibió la manera de que los seres humanos realicen una labor sin ser
parientes ni haberse conocido previamente. El «éxito» obtenido —en el supuesto que
entendamos como éxito maltratar el espíritu de varias generaciones de hombres en

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pro de acumular bienes materiales (cosa que con el mismo razonamiento podríamos
justificar los genocidios si es que ellos reportan buenas ganancias)— ha enceguecido
de ambición a muchos y les ha hecho pensar que la forma «natural» de trabajo es la
anónima, cuando ésta apenas sí tiene poco más de un siglo, con resultados que, salvo
para los comerciantes, no dudamos serán duramente cuestionados por las futuras
generaciones cuando juzguen el comportamiento de las actuales. En el mundo andino
la filosofía de cuál es el verdadero fin del trabajo se mantiene en sus raíces: el fin del
trabajo es el hombre, por eso los resultados del esfuerzo laboral de los andinos es la
distribución amplia, entendiendo por ello que no existe acumulación más allá de lo
necesario por cuanto se mantienen compromisos de sangre con todos los participantes
de la cadena de producción. Mientras las fiestas patronales no sean concebidas como
negocio que debe producir un lucro o plusvalía —para decirlo con palabras
nostálgicas— la concepción andina prevalecerá sobre la occidental y, más aún,
terminará por imponerse porque no es un asunto que pueda sustituirse legalmente.
Las leyes solo se cumplen cuando estas corresponden con los intereses de quienes las
instauran; y los andinos no han instituido las leyes de sus Estados actuales, de tal
manera que existe una rebeldía tácita, obvia, no escrita ni dicha, a todo sistema
jurídico que no parta de su propia lógica organizativa. Los críticos, que no logran ver el
fenómeno en su exacta dimensión, hablan de informalidad, de irresponsabilidad, de
falta de ética, de respeto, de consideración, de sentido común, de amor por lo propio,
de sensibilidad social y demás argumentos para descalificar esta noción de trabajo;
mas no son capaces de entender que se trata de una sociedad, una civilización, que,
organizadamente, según sus propias normas, avanza y engulle al débil y enfermo
sistema occidental, carente de raíces aquí, y que es solo sostenido por la amenaza
actual de la gran potencia del norte, que califica a cualquier ser humano que no piense
occidentalmente como «un potencial terrorista», con lo cual ha convertido al mundo en
un Estado Policiaco que no es otra cosa que el canto de sirena del fin. Podríamos
abundar en detalles acerca de esta materia, pero nuestra intención no es mas que dar
las ideas principales. Dejamos para más adelante que futuros investigadores y
pensadores desarrollen el tema en cuestión. Por el momento recalcaremos que detrás
de las formas de trabajo actuales se encuentran en los pueblos andinos toda una serie
de principios éticos, relaciones de compromiso, valores y finalidades que son, en fin de
cuentas, una filosofía de la vida, una interpretación del papel del hombre en el mundo,
una concepción de la razón instrumental separada de la razón integrada; en fin, una
idea de lo que es el hombre en su totalidad, entendido no como un individuo que
trabaja anónimamente y distribuye inconscientemente el producto de su trabajo, sino
como un ser integrado a su medio, a su familia extensa, a su comunidad, a su pueblo,
a su vecindad, a su ciudad, a su región, a su nación, a su país y, por último, pero no lo
último, a su civilización. Esta es toda una filosofía que no se piense surgió de la nada
ni por un mandato religioso de una casta de sádicos sacerdotes que gobernaron
tiránicamente durante miles de años —tal como lo pintan algunos estudiosos de
culturas «primitivas»— sino que es producto de miles de años, sí, pero de marchas y
contramarchas, de revoluciones sangrientas y otras incruentas, de hombres acuciosos
—que en todas partes y épocas se dan— quienes desarrollaron individualmente teorías
que, por supuesto, no tenían ese nombre, que a la postre sirvieron para incrementar el
bagaje cultural de sus pueblos; e incluso también, por qué no, aunque nos revuelva el
hígado, de los interminablemente satanizados sacerdotes y dirigentes, quienes
suponemos deben haber aportado algo valioso alguna vez, ya que eran quienes tenían
el tiempo y las condiciones para razonar con amplia libertad. El modelo laboral andino
no apareció por generación espontánea; fue un producto arduo y laborioso que hoy
vemos que, a pesar de que se lo niega, es real, vital, auténtico; produce, da trabajo a
millones de personas, no es una fantasía. El día que las leyes reflejen fielmente estos
principios y el aparato productivo se organice en torno a ellos, las cosas fluirán tan

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raudas como la corriente de un caudaloso río, arrasando incluso con el modelo de
producción occidental que durante quinientos años no ha podido germinar por no ser
semilla para esta tierra. Sus enemigos querrán, eso sí, demostrar que este modelo no
va a producir competitivamente en un mundo globalizado. Lo mismo dijeron de Japón
y luego de China, y estos países han demostrado que, aplicando las lógicas locales, las
maquinarias pueden rendir aún más que en sus lugares de origen. ¿Qué por qué no se
hizo esto antes en el mundo andino? Porque ello le hubiera dado el control de la
producción a sus mismos operadores —ya que estamos hablando de un sistema de
complementación y asociación no anónima— con lo cual los administradores coloniales
perderían ipso facto la propiedad de los medios y, con ello, todos los privilegios
heredados de sus antepasados (significando el fin de una casta, la blanca, quienes
pasarían a ser una más del conglomerado de biotipos que conforman actualmente la
civilización andina).
Todo esto quiere decir que si hurgamos en las leyes internas del trabajo andino
encontraremos las raíces filosóficas que lo estructuran y que nos revelarían que el ser
humano no es visto como un ser individual sino social; que tiene sentido solo cuando
forma parte de un todo; que ese todo no le debe ser ajeno sino propio, familiar, con
relaciones afectivas; que él se debe a ese todo en la medida de sus posibilidades y no
más allá de ellas; que la distribución de funciones está hecha no solo de acuerdo a las
condiciones individuales sino como necesidad del conjunto; que el objetivo del ser no
es la satisfacción de su propio yo sino la integración y complementación con el resto;
que el sentido de la justicia no es que el que recibe más es el que más da sino que
cada cual da de acuerdo con sus capacidades y recibe según sus necesidades. Hay aquí
muchos elementos por denotar pero si de resaltar algunos se trata diríamos que
existen concepciones fundamentales que se desprenden de este rápido vistazo: la
visión del hombre como ser social, la reciprocidad como eje de distribución del
producto del esfuerzo, el sentido equilibrado de la justicia entre los más fuertes y los
más débiles, la no cosificación o enajenación en el trabajo (se trabaja por un fin y no
para sobrevivir o porque el hombre sea un homo laboris).

3. La organización familiar

La familia andina es de composición extensa. A diferencia de la actual occidental,


formada por un núcleo básico constituido por un padre, una madre y uno o dos hijos
(incluso ya se habla de un solo progenitor y un hijo) las familias andinas constan de
abuelos, parientes de los abuelos, padres, parientes de los padres, e hijos y nietos,
sean legítimos o naturales. Este es un modelo no exclusivo del mundo andino y lo
encontramos en la mayoría de las civilizaciones a donde la civilización occidental no ha
penetrado a profundidad. Para los entendidos en modernización, este modelo familiar
es casi un sinónimo de atraso, porque entorpece la libertad de elección que todo
individuo debe tener dentro del mercado. Para el capitalismo la situación ideal del ser
humano es la de una total independencia con respecto a cualquier factor que limite su
poder de decisión, y la familia es el principal. Por eso se combate este tipo de
organización familiar «obsoleta», porque pone frenos y compromisos a sus integrantes,
quienes se encuentran sujetos a reglas que no son las propias del mercado. Sin
embargo, en el mundo andino la organización familiar se conserva intacta y ha
demostrado no solo ser capaz de sobrevivir dentro de un medio que le es adverso, sino
incluso ser más efectiva para la defensa, autosostenimiento y producción que el
sistema ajeno. Las enormes desgracias acaecidas en los países andinos durante siglos
hubiesen acabado con la civilización andina, con la complacencia de la casta
dominante, si esta no hubiese tenido un sólido sistema familiar que le permitiera
sostenerse y sobrevivir, aún ante el abandono intencionado de sus gobernantes,

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deseosos de importar teutones para «renovar» sus naciones con una mejor y
«superior» sangre y raza.
Debajo de esta organización familiar se halla toda una concepción del mundo y del
hombre; un mundo que no concibe a un individuo aislado de sus orígenes, de su clan,
de su sociedad, de su familia. Hay en ella todo un pensamiento que evita el
desamparo, la angustia, el individualismo enfermizo, el egoísmo; que otorga
compensaciones a quienes menos pueden obligando a los que más pueden —con lo
que estaríamos hablando de una ley del equilibrio humano, donde el más fuerte se
contrapesa con el más débil, formando así una unidad de contrarios que parte
indudablemente de la aguda observación de cómo es verdaderamente el mundo real y
no el ficticio, creado por el mercado. Además podríamos agregar que la familia extensa
tiene la peculiaridad de ser abierta, que significa que sus límites son imprecisos, como
una pieza de rompecabezas con muchos enganches, lo cual facilita la constante
ampliación y amoldamiento de la misma; o sea, es flexible y no rígida como la
occidental, que solo conoce el matrimonio de los hijos como único vínculo legal posible.
Incluso otra de las características de este tipo de familia es su no limitación en el
espacio, lo cual significa que los parientes pueden hallarse en lugares distantes y sin
embargo mantener los vínculos intactos. A diferencia de la familia occidental, donde la
lejanía de los parientes resquebraja la unidad, en la familia andina esa lejanía significa
crecimiento, extensión y expansión, cualidades que demuestran su utilidad y
efectividad cuando observamos cómo se incrementa el patrimonio familiar por todo el
territorio, permitiendo además que, por donde vaya uno de sus miembros, siempre
encuentre la casa de un pariente para alojarse, así como también obtenga un trabajo
en qué emplearse. Indudablemente que esto se halla entroncado con la concepción del
trabajo, formando, la familia y la producción, una misma identidad.

4. Las manifestaciones culturales

Es el terreno más prolífico de todos porque es el más visible y aceptado. Se


encuentra categorizado bajo el concepto de «folclor» que, como en todos los casos,
designa aquello que es lo no occidentalizado, los remanentes de las culturas
supuestamente desaparecidas y que se conservan, o como un atractivo turístico, o
como una señal de atraso. En aquellos lugares donde la occidentalización empieza a
ser galopante, los museos comienzan a proliferar, puesto que es mucho lo que hay que
preservar. Pero lo que nos interesa no es hacer un catálogo de frases sino decir que
debajo de cada expresión cultural andina discurre sigilosamente su filosofía. En los
telares, en los ceramios, en la música, en las fiestas, en las costumbres, podemos leer
a un hombre que posee una particular visión del mundo y a quien la filosofía occidental
no logra proporcionar todas las respuestas que necesita. Desgraciadamente la razón, y
eso lo dicen muchos importantes filósofos occidentales, tiene la particularidad de
responder a muchos retos, pero deja otros sin resolver, y con su método más bien
crea nuevas incertidumbres imposibles de desentrañar. Porque el método que usa la
razón no es aplicable a terrenos que el hombre necesita para seguir siendo hombre;
uno de ellos es el del espíritu. Sería ideal para la filosofía racionalista que
desapareciese el espíritu de la lista de componentes humanos; pero eso, hasta ahora,
resulta un imposible. Y lo es porque el espíritu no es solamente la creencia en un dios,
dioses o un más allá, sino aquella parte interna del hombre que es justamente la que
procesa la razón. Eliminar el espíritu, y todo lo que ello conlleva, sería al mismo tiempo
eliminar al hombre y, lógicamente, eliminar la razón. Este es el límite que el andino no
logra aceptar, puesto que para él no se da tal desintegración de campos (la razón y el
espíritu). Cuando el dueño de un automóvil nuevo lo lleva hasta el santuario de la
Virgen de Copacabana en Bolivia para que sea bautizado por los religiosos de la iglesia
—en términos locales le dicen a esto challar— está introduciendo la más avanzada

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tecnología dentro de su campo místico como un elemento pasivo ante las fuerzas
activas de la naturaleza. Es como si dijéramos que, para el andino, la razón
instrumental se supedita al espíritu y, por lo tanto, la razón se espiritualiza, dejando de
ser meramente instrumental para pasar a la categoría de sujeto, con nombre y
personalidad propias. Es por eso que los andinos tienen la costumbre de humanizar los
objetos y los conceptos —en vez de carro se dice «carrito», en vez de una hora una
«horita», en vez de zapato «zapatito», etc.— dándoles nombres a las cosas,
tomándoles cariño como si fuesen personas, tratándolas como entes autónomos, con lo
que se demuestra que el espíritu puede penetrar en el mundo inmanente. Esto
obedece a una concepción de la vida muy compleja, evolucionada, que no desliga al
hombre de la naturaleza ni lo deshumaniza. Algunos calificarán esto como animismo,
como pre-lógico, como panteísmo, pero, quiéranlo o no, son respuestas válidas ante el
reto del invasivo mundo deshumanizado actual. De alguna manera el andino tiene la
capacidad de integrar lo racional con lo espiritual dentro de su vida, sin que ello genere
el conflicto que se produce en la divorciada mente occidental para quien tiene que
haber una explicación para poder entender las cosas, cuando en realidad no todo lo
puede resolver la lógica. Hay todavía mucho que entender en todas las
manifestaciones culturales andinas, sobre todo para comprender las causas de por qué
han sido tan exitosas para sobrevivir en un medio fundamentalista y totalitario como lo
es el de la razón instrumental occidental.

5. La organización política

Contrariamente a lo que se piensa, eso que se llama la «informalidad» lo es en el


sentido occidental, pero en el sentido andino se trata de una organización. Si nos
acercamos a la población andina con ojos y actitud occidentales lógicamente vamos a
encontrar un verdadero caos; lo mismo que le ocurre al antropólogo inexperto que se
acerca por primera vez a un pueblo «primitivo», viéndolo atrasado, salvaje, incapaz,
bestial, ignorante, aunque ese pueblo haya vivido así durante miles de años, más que
lo que viene durando la civilización occidental. Pero cuando miramos bien, con
detenimiento, empezamos a descubrir una lógica, un sentido, una esencia, unos
valores, que en muchos casos son opuestos a los occidentales, pero que sobreviven
heroicamente, incluso con el mote de «delincuencia». Y no es novedad, si nos
ponemos a pensar cuántas veces las futuras revoluciones empollan sus verdades bajo
la protección de las oscuridades de los suburbios, perseguidas por las autoridades y
condenadas como herejías. ¿No les suena conocido? Pues lo que hoy es herejía —la
informalidad— mañana puede ser verdad oficial —la organización andina. ¿Qué por qué
esto no ha podido ser detectado antes? La explicación es que lamentablemente
quienes acceden a estudiar en las universidades las materias del pensamiento son, en
su gran mayoría, aquellos que provienen de las clases privilegiadas para quienes el
acceso a ese otro mundo les está vedado, más por ellos mismos, que por los que lo
conforman. Y esto no es extraño; se ha repetido numerosas veces en la historia; más
recientemente en Sudáfrica, que difícilmente permitió la aparición de un pensador
negro que pudiera interpretar el sentir de las mayorías de ese pueblo; todos los que
surgieron eran blancos, con una temática netamente occidental pro blanca que solo
podía ver en el negro a un «otro», un extraño, ajeno, raro e incomprensible; y,
lamentablemente, lo que no se comprende se termina por mitificar, unificar en un todo
indiscriminado y manipular con indiferencia y brutalidad, al igual que como ocurrió
durante la subversión senderista en el Perú —que ya dijimos no fue entendida por la
clase dirigente, por lo que se terminó arrasando con lo que se encontraba al paso sin
comprender qué es lo que ocurría.
Intentar hacer un esbozo de cómo la filosofía andina pervive en la organización
política sería difícil, por cuanto hemos dicho que este plano de la configuración social

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fue asumido plenamente por los conquistadores, no dejando vestigios del anterior.
Esto significa que es muy poco lo que podemos extraer a simple vista, o tal vez
requiera de una exploración más acuciosa para diferenciar lo uno de lo otro dentro de
la actual estructura de poderes y descubrir así qué características son netamente
occidentales y cuáles andinas. Solo nos limitaremos a dar unas líneas generales de por
qué caminos podría instaurarse un futuro engranaje político basado en la propia
filosofía andina.
Lo primero que habría que determinar sería cuáles son los lineamientos básicos
que conforman la sociedad andina. Nosotros hemos manifestado que, a nuestro
entender, son: la religiosidad, la organización familiar, el sistema de trabajo y las
manifestaciones culturales. Cada uno de estos aspectos aporta una parte del
planteamiento general, pero todos son complementarios; ninguno fuerza al otro, sino
que, por el contrario, lo refuerza. De los aportes de cada uno puede salir lo que sería la
posible ley general de la nación, que en otros términos se conoce como constitución, la
cual institucionalizaría los nuevos criterios de valor, de justicia, de producción y de
distribución, que en realidad solo serían nuevos para la antigua clase dirigente, puesto
que para la gran mayoría de la población sería más de lo mismo, solamente que
dispuesto ya con carácter vinculante. Debemos ser claros en insistir que se está
partiendo de aquello que ya camina actualmente en el mundo andino y no, como
muchos piensan, de rescatar leyes antiguas provenientes de otros contextos históricos,
como el «Imperio de los Incas» (hacer eso sería como querer dar nuevos bríos a la
civilización occidental reinstaurando el Imperio Romano o la Edad Media, o incluso
como regresar a los primeros años de la industrialización o a los dorados años sesenta
del siglo XX). La sensatez nos indica que mirar hacia atrás es bueno cuando nos
permite ir hacia delante, por lo tanto, aquellos que piensen que hemos insinuado de
alguna manera volver a la organización incaica del siglo XIV, deben revisar bien la
marcha de su razón, pues eso no es cosa de gente pensante sino de alucinados, y este
no es un tratado de sicología. Que lo dicho sirva para ahora y para siempre y no se
vuelva a tocar el tema.
Lo que creemos que debe recoger esa constitución es el establecimiento de las
nuevas formas de propiedad, para lo cual se podría extender el modelo de asociaciones
familiares y locales, las cuales se ocuparían de funciones específicas, al estilo de los
gremios. Vendría a ser una especie de trabajo asociativo familiar, donde los hombres
se reúnen y se comprometen de acuerdo con sus vínculos y sus capacidades. Esto, en
realidad, ya viene sucediendo espontáneamente en las zonas marginales de los países
andinos quienes, sin mediar normas escritas, han sabido acomodarse y organizarse
haciendo que las cosas funciones bien. Ni la producción ni el comercio se norman ni se
coaccionan; simplemente se dejan fluir, pero a la manera andina, donde el trabajo y la
posición social están dadas, no solo por los factores meramente laborales, sino por la
clase de vínculo que se tiene con respecto a un grupo determinado. Así distribuido el
trabajo, los clanes o gremios o comunas, o como se prefiera denominarlos,
mantendrán límites y alianzas entre sí en función a su complementaridad, de modo
que la producción sea equilibrada. Serán estas convocatorias entre las asociaciones las
que decidirán los márgenes de acuerdo con la realidad. Esto quiere decir que no se
elimina el comercio ni la moneda, pues ello es necesario para la convivencia mundial,
sino que se organiza el trabajo dentro de la lógica de las asociaciones, evitando las
sobreproducciones y la escasez. La verdadera anormalidad del mercado no está en él
mismo, sino en quienes lo quieren orientar a satisfacer sus privilegios excesivos, que,
en el caso de los países andinos, es una casta cerrada y colonial y, en el caso de los
países desarrollados, un grupo formado por hombres cuya ambición no puede ser
controlada por los Estados y que ha traído como consecuencia la formación de hiper
desarrolladas empresas que actúan como un cáncer avasallador. En el mundo andino,
por su ideosincracia, la individualidad no alcanza los niveles de otros países, de tal

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modo que es más difícil que surjan macro empresas del tipo occidental. Pueden sí
llegar a ser grandes, mas su tamaño no significa la posesión en pocas manos; pruebas
de ello es que existen muchas regadas por todo el territorio bajo el nombre de
cooperativas.
Creemos que los únicos que verán con malos ojos estos primeros intentos de
vislumbrar cómo podría ser la posible organización política de los países andinos serían
los actuales beneficiarios del sistema imperante. Pero nosotros les diríamos que sí
existe una salida para ellos: la integración. Siguiendo el modelo que aquí les
planteamos, ellos podrían acomodarse a las nuevas reglas de la producción
participando activamente en la conformación de los nuevos Estados, aunándose a la
causa de darle una mejor vida, no a unos pocos, sino a todos los andinos. Cierto que
esto significará que perderán todos sus privilegios —que para nada bueno han
contribuido durante los últimos cinco siglos— pero no el derecho de vivir en sus países
y de ser ciudadanos dignos. En todo caso, si es que la ambición de algunos no pueda
satisfacerse por ser aún mayor que la normal, siempre queda la salida habitual de la
emigración hacia tierras más fértiles para ese tipo de personas. ¿Eso les extraña o
incomoda? ¿Pero acaso no migraron de Europa a Estados Unidos decenas de millones
que no encontraban en sus lugares de origen las condiciones que ellos anhelaban?
¿Acaso no viven en la nación del norte millones de latinoamericanos insatisfechos con
la situación de los países donde nacieron? ¿Por qué tendrían que extrañarse si
migraran otros millones a quienes no les agrade el futuro sistema andino? Como
vemos en el caso de Estados Unidos, las migraciones también son sinónimo de
prosperidad y de mejor vida. Sin embargo, algunos las mencionan como si fuesen un
castigo y las usan como amenaza: «ya no se podrá vivir en este país —dicen—,
tendremos que irnos de aquí». ¿Por qué no mencionan eso cuando la emigración y
nacionalización como norteamericanos la hacen durante los actuales regímenes que
ellos mismos dirigen? ¿Por qué no es visto como destierro cuando ellos están en el
poder y sí es malo cuando no lo están? Hay aquí un problema de manipulación del
concepto de emigrante, el cual lo usan a favor cuando ello va en beneficio de sus
patrimonios y en contra cuando la situación imperante en sus países de origen no les
son de su agrado. Seamos realistas; con o sin gobierno andino, igual están emigrando,
nacionalizándose y poseyendo propiedades en los países desarrollados. Prueba de ello
son los miles de propietarios de empresas, funcionarios, profesionales y políticos de las
castas dominantes de los países andinos que constantemente se vienen convirtiendo
en norteamericanos y residiendo allí, incluso varios de ellos ex-presidentes. Que
tengan que emigrar cuando se instaure un sistema andino de gobierno no será ninguna
novedad para ellos, porque lo más probable es que ya, ahora mismo, la mayoría sean
norteamericanos ocultos (la verdad es que ya poseen, por lo menos, la visa de
residencia).

Respuestas a los argumentos que niegan la existencia de la filosofía andina

Se suele decir fácilmente, y por salir del paso, que en el mundo andino no ha
habido filosofía sino que se dieron una serie de circunstancias que obligaron a sus
habitantes a hacer lo que hicieron, y que para ello utilizaron algo así como un
pensamiento primario o una simple lógica elemental. Es decir, si bien reconocen desde
hace unos treinta años que hubo aquí una cultura desarrollada que fue capaz de hacer
ciertas cosas «sorprendentes» —teniendo en cuenta que no eran europeos— lo que no
admiten es que hayan existido formas elevadas de pensamiento. O sea, que eran algo
parecidos a una computadora, que es capaz de hacer cálculos increíbles pero no se
puede servir el café. ¿Pero es posible eso? ¿Se puede realizar obras complejísimas de
ingeniería, de medicina, de administración y no se puede filosofar? Parece difícil de
creer pero la gran comunidad intelectual así lo sostiene. Para ello se basan en diversos

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argumentos como son: que era una sociedad totalitaria y oprimida por una casta de
violentos e insensibles dictadores que ordenaban a su antojo todo tipo de trabajos
materiales e intelectuales— y el pueblo, sumiso y temeroso, obedecía ciegamente; o
que por lo mismo, por no haber libertad de expresión en medio de ese régimen de
terror, nadie podía pensar otra cosa que no fuera lo que el mandamás dijese; o que
todas esas cosas las hicieron acuciados por sus necesidades básicas, algo así como que
si tenían frío se abrigaban, o si querían ir hacia un poblado lejano hacían un camino,
pero hasta ahí nomás; y finalmente que, como sin escritura no se filosofa, una cultura
ágrafa como la andina, por no tenerla, no podía desarrollar ideas complejas. En
realidad existen muchas más objeciones para argumentar que los andinos no tuvieron
y, por lo tanto —ojo: mensaje dirigido a los manos-de-obra-barata— no pueden tener
pensamiento desarrollado y propio al que se le llama filosofía. Nosotros intentaremos
demostrar que ello no es cierto, para lo cual responderemos a cada una de estas
observaciones.

Respuesta al argumento del castrante totalitarismo

Decir que porque en el mundo andino se dieron formas de pensamiento cerradas e


impuestas «totalitariamente» —concepción muy a flor de labios en todos los analistas
occidentales cuando juzgan a otras civilizaciones que no llegan a entender— entonces
no hubo, ni puede haber, filosofía resulta, por lo menos, muy apresurado. Bastaría con
que revisemos los libros de la historia de la filosofía occidental para que con eso vuelva
la luz, la sensatez y la humildad. Cuando se ve el tronco en el ojo de uno mismo ya no
es tan sencillo hablar de la paja en el ajeno. ¡Cuántas veces Occidente se ha
comportado igual o peor que aquellos a quienes critica y desprecia! ¿No les bastaría
solo con el ejemplo de la Edad Media europea? ¿Cómo entonces admiten que en su
etapa más oscurantista también hubo filosofía y eso nadie se los niega? ¿No tuvieron
que pasar dos mil años para que redescubrieran a los griegos y se produjera el
Renacimiento? ¡Dos mil años! No es poca cosa. Y sometidos por el propio cristianismo
que tanto se esmeran en imponer. El veneno que tomaron lo usan como remedio para
los demás. ¿Tiene todo esto sentido? Sí, lo tiene, y es muy respetable, porque eso
demuestra que la verdadera cara de la filosofía no es una sino muchas y diferentes.
Aún bajo un régimen totalitario y opresor se puede pensar, se puede filosofar y, por
último, se llega a cambiar. La historia de Occidente lo demuestra. Pero no queremos
dar a entender con esto que admitimos que en la civilización andina solo existió el
totalitarismo (o el despotismo de una clase dominante y subyugadora). Más bien
existieron toda una serie de variantes de estructuras políticas diferenciadas y distintas
en el transcurso del tiempo. Probablemente a los ojos occidentales les parezcan todas
un conjunto de regímenes tiránicos, pero eso no fue así. Estas organizaciones fueron
sumamente complejas, basadas en relaciones de alianza y reciprocidad entre familias y
clanes. Prueba de ello es que hasta hoy en día subsisten ocultas bajo formas más
comunes como «clubes» departamentales, provinciales, barriales, asistenciales,
asociaciones civiles, religiosas, etc.

Respuesta al argumento de la ausencia de libertad de expresión

Argumentan que no existe la filosofía andina porque entre los antiguos andinos no
había libertad de expresión; que se pensaba de acuerdo a necesidades básicas y que
no se especulaba; que no se intercambiaban aleatoriamente los datos de la naturaleza
para obtener constructos mentales, como las matemáticas. Toda esa crítica sostenida
hasta la actualidad puede ser rebatida fácilmente empleando el método —occidental,
para hacernos entender con su propio lenguaje— deductivo. No se hubiera podido
desarrollar el sistema de riego, la planificación de la agricultura, el desarrollo

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biogenético de las plantas, la medicina, la ingeniería pesada, la navegación, sin un
cuidadoso proceso mental y simbólico. Eso hubiese sido imposible bajo el esquema de
la total ausencia de libertad de expresión. Cualquier nueva idea hubiese sido aplastada
inmediatamente por alterar el orden establecido, como sí pasó durante la Edad Media
europea. Entonces debe haber habido una laxa libertad de expresión y de creación
para poder aumentar el cúmulo de conocimientos adquiridos. Tampoco es válido decir
que era política de Estado fomentar la creatividad, como en la ex Unión Soviética (la
que, a pesar de todo, pudo elaborar un programa espacial antes que los «libres»
norteamericanos). La experiencia ha demostrado, justamente, en el caso antes
mencionado, que el desarrollo del pensamiento y la creatividad humanas pueden más
que cualquier sistema conductor y opresor de las voluntades, y que terminan
desbordando al sistema mismo. ¡Cuántas veces habrá pasado eso entre los andinos!
Desde que eran recolectores hasta que se hicieron grandes constructores tiene que
haber ocurrido un gran número de revoluciones, de actos libertarios contra las diversas
tiranías y opresiones, con lo que pudieron avanzar a pasos agigantados. La conclusión
es que, si bien deben haber existido épocas opresivas que coactaban la libertad de
expresión, ha habido también aquellas en las que se luchaba y se liberaban los
pensadores. Solo así se explica cómo hubo tal evolución.

Respuesta al argumento del pensamiento solo por necesidades básicas

En cuanto a que solo se pensaba por el impulso de las necesidades básicas,


imaginamos que lo que quieren dar a entender es que, por ejemplo, si tenían
necesidad de llevar agua a un determinado lugar, pues entonces pensaban en ese
preciso momento en cómo hacerlo; no antes ni después; y que una vez satisfecha esa
necesidad pues se dejaba de pensar y se pasaba a otra cosa. O sea, si mal no
entendemos, se trataba de una filosofía utilitaria —igual que la contemporánea, ¡qué
curiosa manera de anticiparse en el tiempo!— en la que la necesidad antecede al
pensar y lo condiciona, contrariamente a la filosofía especulativa —para algunos, la
verdadera filosofía— en la que las necesidades no motivan ni limitan al pensamiento.
En primer lugar, habría que esclarecer qué se quiere decir con filosofía utilitaria y si
ésta es diferente de la otra. En un sentido lato, toda filosofía tendría el mismo
objetivo: beneficiar al hombre. Desde ese punto de vista, más derecho tendría para
llamarse filosofía la utilitaria porque está siendo directamente útil al ser humano,
mientras que la otra deshoja margaritas dedicada a discusiones bizantinas. Pero es
difícil creer que se puede ejercer un tipo de pensamiento y descartar el otro, como si
se tratase de un actuar esquizofrénico. Creemos que ambas actitudes caben en el
filosofar y que la una no puede existir sin la otra, así que intentar dividirlas y darles
vida propia no parece por lo menos viable en la práctica, cosa que el mismo lector
puede intentar hacer como experimento: divida usted su pensar práctico de su
especulativo y saque las conclusiones de ello. Decir que alguien no filosofaba sino que
respondía a las necesidades que le obligaban a pensar es un sofisma para negarle al
pensador su posición filosofante. Todos, ante un reto en que nos jugamos la vida,
ponemos todas las cartas sobre la mesa del pensamiento y las barajamos infinitas
veces antes de tomar la crucial decisión que afectará a miles. Incluso aceptamos hasta
las opciones más improbables, evitando así no desechar algo que pudiera ser una
respuesta sorpresiva pero beneficiosa. Con esto queremos decir que los antiguos
hombres andinos, antes de emprender sus gigantescas reformas, habían ya sopesado
todo lo que el conocimiento de su época llegó a recopilar. Y con esto respondemos a
otra de las críticas. De alguna manera tuvieron que hacer esa recopilación. Si pudieron
administrar extensos territorios con complicadísimas relaciones de poder y de
propiedad es porque tenían la forma de hacerlo. Y si eso podían hacer, igualmente
eran capaces de llevar la contabilidad de todas las ideas habidas que fueran útiles o

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peligrosas para la vida. Una cosa va con la otra. Pero dirán que el llevar la cuenta
minuciosa de todo lo hablado y pensado no es especulación, sin la cual no hay filosofía.
Nuevamente haga usted la prueba amigo lector e intente acumular mucha información
de algún tipo y evite sacar conclusiones de lo que tenga en manos. ¿Podrá impedir esa
actitud natural del pensamiento? ¿Si alguien le pregunta cuánto es veinte veces cinco
empezará a contar de cinco en cinco hasta llegar a veinte o inmediatamente hará una
multiplicación? ¿Qué piensa que hará su mente, en caso de que esté sana? No nos
podemos imaginar a las grandes culturas andinas recopilando ingente cantidad de
datos de todo tipo sin llegar, automáticamente, a especular y sacar conclusiones al
margen de las necesidades inmediatas. Prueba de ello es que existía la planificación.
¿Qué es la planificación sino una proyección en el futuro? Pues para proyectarse en el
futuro primero hay que concebirlo, luego considerar toda la información con sus
imponderables para, seguidamente, establecer las posibles rutas o mecanismos a
tomar. Todo eso implica un pensamiento filosófico, una suma y resta de posibilidades
para obtener los mejores resultados. Indudablemente los planificadores antiguos no
eran seres privilegiados que pensaban en segundos; deben haber sido hombres
dedicados a tiempo completo a juntar y entrecruzar datos para luego, con mucho
esfuerzo, elaborar determinado número de respuestas posibles con sus pros y sus
contras. Y si eran seres dedicados a este ejercicio de la mente no es difícil imaginar
que además deben haber pensado en otras cosas diversas, pues nadie es tan
autómata como para pensar solo en lo que se le dice y callar su conciencia para sí. En
algún momento esos funcionarios, dedicados a la especulación de las ideas imperantes
en su época, tienen que haberse expresado sobre otros temas colaterales pero que no
dejaban de interesarles y de ser importantes para sus vidas y las de los demás.
Probablemente de allí hayan salido muchas de la revoluciones que destronaban tiranías
y producían los impresionantes avances en ciencia y tecnología. Quizá nos cuesta
admitirlo pero es un hecho: los antiguos andinos pensaban, especulaban, y se
proyectaban en todos los campos del saber. Hacían filosofía.

Respuesta al argumento de la falta de escritura

Finalmente, uno de los argumentos más empleados para negar la presencia de


filosofía en el hombre andino es la ausencia de escritura, cosa que en realidad ya ha
sido rebatida y, en la actualidad, pocos aún lo sostienen, pero no lo descartaremos en
este análisis. La primera confusión que existe es entre lo que son fonemas y grafemas.
El fonema es la manifestación de un mensaje mediante el sonido, mientras que el
grafema lo es mediante un símbolo. Ambos elementos intervienen en lo que llamamos
el idioma, la lengua. Pero mientras que el fonema es primigenio y universal el grafema
es producto de un proceso evolutivo que recién se consolida en el hombre en un
tiempo más reciente. Quiere decir que el idioma hablado antecede en mucho al escrito.
Y aquí viene la polémica. Se dice que el hombre empieza a filosofar cuando ya puede
escribir, cuando ya puede colocar símbolos sobre una superficie que le permite
recordar los conocimientos y especular con ellos. Con esto se pretende insinuar que lo
que hacía el hombre antes de la escritura era algo así como una «pre filosofía», y que
en esa etapa no se podían alcanzar ciertos logros, propios solo de culturas superiores
que sí la poseían. Pues bien, cuál no sería la sorpresa de los europeos cuando llegaron
a nuestro continente al encontrar enormes culturas que contradecían esa creencia. Ello
puso en cuestionamiento este falso concepto, por lo que buscaron otras explicaciones,
llegando a la conclusión —ya desde la época de la conquista— que los andinos
empleaban otros sistemas de conservación del pensamiento que no eran la escritura,
entre los cuales mencionaban: unos sistemas de cuerdas con diversos nudos a lo largo
de ellas —llamadas «quipus»— unas telas pintadas con diversos símbolos, además de
unas piedras marcadas, sin descartar algo que les parecía extraordinario: la

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conservación oral, el más viejo método usado por el hombre para convertirse de
primate a lo que actualmente es. (Debemos recordar que los más importantes logros
de la humanidad, los que nos llevaron a ser lo que somos, han sido hechos por seres
carentes de escritura, por lo que aducir que sin escritura no hay evolución es solo una
ligereza de quien no es realmente un pensador). No encontrar escritura y acusar de
inferior, de hombre sin alma, a quien no la poseía, fue en realidad un instrumento
político que hasta el día de hoy se utiliza para ejercer el dominio por parte de la casta
pro occidental en los pueblos andinos. Es como si, invirtiendo la situación, un poderoso
ejército andino llegase a Europa y encontrara que nadie puede entender los «quipus»,
y que por eso inicie una cacería de hombres para esclavizarlos puesto que son
«ignorantes». Se puede hacer filosofía sin escribir, ya que quien dicen que fue el padre
de la filosofía occidental, Sócrates, no escribió ni una letra, como tampoco la
escribieron personajes como Cristo o Buda o muchos otros grandes hombres de la
historia, por citar solo a los más significativos.
Lo más probable es que, en el mundo andino, el cuerpo central del pensamiento
haya estado en la oralidad de sus filósofos —que en toda sociedad nunca son muchos.
Si somos curiosos, pasa lo mismo que con los poetas: en cada época son solo unos
pocos quienes ejercen realmente de filósofos, mientras que lo que hace la mayoría es
divulgar sus pensamientos. Hoy en día ¿cuántos filósofos, no divulgadores ni
seguidores, cree el lector que existen en Occidente? ¿Cien, veinte, diez, cinco? De
repente nos sorprenderíamos si realizáramos esa contabilidad. Con la desaparición
física de los filósofos andinos solo han quedado sus ideas insertadas dentro de las
estructuras no orales, pero no por eso han perdido la esencia de lo que son.

Conclusión sobre la filosofía andina

En todos los aspectos que hemos tratado subyace una filosofía, un pensamiento
que explica y elabora respuestas a los retos del mundo y con eficiencia, ante la
incomodidad de la filosofía occidental que organiza el mundo de otra manera y no la
comprende. Uno de los grandes problemas con los que se enfrenta la Historia Universal
de la Filosofía es que, salvo en Occidente, es muy poco o nada lo que se puede obtener
como fuentes escritas en las otras civilizaciones, lo cual genera la equivocada idea de
que «donde no hay escritura no hay sabiduría», cuando lo que realmente no hay son
pruebas gráficas. La dificultad es: ¿qué pasa cuando una civilización no emplea el
método de la escritura, aunque sí utilice otros como la oralidad o distintos tipos de
simbolismos o ideogramas, manejados y plasmados en superficies diferentes al papel,
como el tejido, la arcilla, las cuerdas, las piedras, etc.? Ciertamente que para quien la
escritura es el único medio de trasmisión del pensamiento, la ausencia de ella significa
la ausencia de pensamiento, pero eso es un absurdo que hasta hoy se repite. Sería
larga la lista de iletrados que hicieron la historia del hombre, a los que no se les puede
negar que tuvieron un pensamiento, una cultura. Pocas personas serias podrían
afirmar que la escritura es la única manera de transmitir ideas elaboradas. Una simple
investigación antropológica nos revelará que existe todo un mundo complejo detrás de
un pueblo sin escritura convencional. Pero ello no quiere decir que nos neguemos a
poner por escrito una filosofía realmente activa bajo una modalidad no escrita ni oral
sino vivencial. Redactarla es una tarea que pretendemos hacer en el futuro pero
aclarando que, si ha podido subsistir durante más de quinientos años escondida en
múltiples formas, quiere decir que no necesita de la palabra escrita para seguir
existiendo a través de su fuerza social, su manifestación cultural y, ahora último, su
expresión política, un hecho que la cultura oficial califica de «persistente ignorancia»,
sin darse cuenta que no se trata de todo un pueblo confabulando para ser ignorante,
sino de una civilización que tiene otra cara, otro espíritu, que no se comprende
fácilmente. Es la misma actitud que sucede cuando estamos frente a una

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manifestación cultural diferente a la nuestra —por ejemplo, la música china— y
decimos, en nuestra inocencia, que estamos escuchando sonidos inconexos,
desafinados y fuera de lugar. Suponemos con eso que una enorme cultura milenaria no
es capaz de realizar ni siquiera una sola nota afinada. El lector se podrá reír pensando
que tales tozudos oyentes no existen, pero se sorprendería si sondeara la mente, no
de un hombre común, sino la de muchos serios críticos musicales. Pues bien, hoy
existen numerosos observadores y pensadores occidentales quienes ven en las
expresiones de toda una civilización, como la andina, una manifestación del desorden
de una sociedad que no sabe a dónde va, sin poder entender que se trata de una ola
que muy pronto los envolverá, como pasó con la revolución francesa. Si creemos ver a
un pichón que es más grande que los demás como a un futuro pato, lo único que
veremos es una anormalidad de la naturaleza, un monstruo; pero si entendemos que
ese pichón se trata en realidad de un futuro cisne, entonces sabremos captar la
belleza que nos depara el porvenir.
«Todo presente modifica el pasado. No sabemos lo que el pasado nos reserva en
el porvenir» (Juan Estelrich). Volvemos a citar a un pensador de Occidente —porque
no debemos ser mezquinos ni extremistas, puesto que el hombre andino no lo es—
para así poder aprender y valorar lo que hay realmente de bueno y justo en la vida, sin
importar de dónde venga. Y lo hacemos porque en este pensamiento se refleja lo que
suele ocurrir y está sucediendo: desde nuestro presente volvemos a mirar las cosas
pasadas y las vamos reinterpretando, sin miedo, sin prejuicios, como cuando leemos
antiguas cartas y vamos entendiendo las cosas desde una perspectiva más madura de
la vida. Las vemos y descubrimos en ellas la «capacidad de las ideas del pasado para
fertilizar y vivificar el presente con insospechadas e imprevisibles fecundaciones»
(ídem), lo cual hace que nuestros espíritus sean realmente lo que son: creadores,
gestores de su tiempo, luces que iluminan con su fuerza de vida, portadores de
esperanzas y de fe en un futuro mejor; más noble, más equilibrado, más satisfactorio
en todos los sentidos. Hemos estado ideológicamente entrampados sin ver la luz de la
libertad; hoy empezamos a vislumbrar los destellos de un futuro sol, el sol andino, que
iluminará nuestras existencias.

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ANDINIA

Resumen conceptual

Lo siguiente es una reseña de algunos de los más importantes temas y conceptos


tratados en el ensayo Andinia. Hemos preferido resaltarlos de esta manera por cuanto
creemos que representan las ideas centrales que, como ya dijimos en un comienzo,
pueden perderse por no estar expresadas sistemáticamente.

No somos «indios»

Este fue un error de los europeos al confundir el nuevo continente con la India,
pero esa no es la principal razón para rechazar el término. El concepto indio está
íntimamente asociado a inferior, a raza desaparecida o en vías de extinción y su sola
mención crea ya una marginación violenta que nos retrotrae hacia las primeras luchas
de los conquistadores. El concepto andino, si bien es también creación de Occidente,
no está contaminado por lo negativo que sí tiene la palabra indio. Además, posee la
ventaja que permite la incorporación de todos y de todo lo que hoy en día se produce
en nuestras tierras, no solamente lo pasado y «folclórico». Puede agrupar tanto los
orígenes como las evolucionadas consecuencias del presente. De este modo, un blanco
de Caracas, un negro de Bogotá, un quechua de Lima, un aimara de La Paz, un
mestizo de Santiago o un oriundo de Córdova, pueden auto identificarse como andinos
sin tener que ser «indios».

La patria es la que uno elige y no donde se nace

La experiencia nos demuestra que finalmente el hombre, cuando está en la


facultad de decidir, escoge el suelo donde quiere vivir y morir. Si alguien que nació en
la sierra boliviana decide migrar a Estados Unidos, nacionalizarse, enlistarse en el
ejército y morir con las estrellas y barras en el pecho, no puede llamarse andino,
porque él eligió la patria por la cual pelear y dar la vida. Igualmente, si alguien nació
en la China pero migró a Venezuela, se nacionalizó, y vive y trabaja allí, ese es un
andino. A nadie se le puede forzar; en cuestión de patrias el corazón es el que decide.
Por eso el ser andino no es una cuestión de raza, de color de piel, de idioma, de
cultura: es una cuestión de espíritu, de saber para quién se lucha, a dónde se
encaminan los esfuerzos para beneficiar a quién. Si alguien, no importa de dónde
venga, se entrega totalmente a la causa andina, es indudablemente un andino. Pero si
alguno o alguna, por más que tenga la misma cara de Manco Cápac y Mama Ocllo,
defiende los intereses de otros que no son los andinos, ese no es andino. A todos los
que lean este texto les diríamos lo siguiente: cada uno decide.

En el mundo andino coexisten dos civilizaciones en pugna: la andina y la


occidental

Cuando a alguien medianamente instruido de los países andinos se le pregunta a


qué cultura o civilización pertenece, quizá muy pocos no responderán que a la
occidental y cristiana. Sin embargo esto no es así. En nuestro mundo conviven dos
civilizaciones: Occidente y la civilización andina —para nosotros Andinia—; la primera
en retroceso por la decadencia de su fuerza creadora y la segunda ya madura,
emergente, incontenible como un brote del subsuelo. Porque esa es la comparación
que hacemos para explicar este fenómeno. La civilización occidental es como un
riachuelo que corre tímido y casi seco por sobre la superficie de nuestros países,
mientras que la civilización andina es un enorme y torrentoso río subterráneo que por

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todas partes empieza a emitir sus chorros, mezclándose y entintando las débiles aguas
superficiales. La avalancha de pueblos emigrando a los últimos reductos de Occidente,
la grandes ciudades andinas, en vez de occidentalizarse, está por el contrario
andinizando esos últimos vestigios del antiguo statu quo; por eso es que se habla de
las crisis de los países andinos, crisis que no son más que los dolores de parto de una
nueva criatura que pugna por salir para vivir bajo otras reglas, otros principios, otra
filosofía.

Los tres momentos de la historia del mundo andino

Cuando vemos la Historia no desde el punto de vista occidental —porque, a


nuestro entender, éste no es el único punto de vista del ser humano— sino desde el
punto de vista del hombre andino podemos distinguir claramente tres grandes
momentos, transcurridos en la civilización andina: el de formación, que abarca todo el
proceso de crecimiento y consolidación; el de occidentalización, en que la cultura
occidental invadió el mundo andino y que comprende un período de cinco siglos hasta
la fecha; y el de resurgimiento, el cual se ha iniciado desde hace no mucho y que
marca el comienzo de una etapa de madurez, más fuerte, y alimentada a su vez con
los restos y aportes de la civilización occidental. Indudablemente que no es una
división estricta sino hasta cierto punto metafórica, esquemática, pero que nos ayuda a
entender lo que queremos decir: que la civilización andina no ha muerto sino que sigue
viva en todos sus aspectos —salvo en el político— sin perder su identidad ni su
esencia; y que es recién en esta época cuando empieza a manifestarse plenamente en
razón de que se ha desarrollado lo suficiente como para dar muestras de su tamaño y
energía, mientras que Occidente está en retroceso como fuerza creadora, conductora y
portadora de fe (cosa que nosotros atribuimos a la disminución ostensible de su
germen creativo) .

En nuestros países la verdadera cultura es la andina mientras que la


occidental es una supra cultura

Siempre se habla de la cultura como un sinónimo de saber todo acerca de la


cultura occidental. Aquel que no habla algo de inglés, que no conoce de ciudades
italianas, que no puede mencionar músicos alemanes, que no es capaz de identificar
actores norteamericanos o decir nombres de científicos ingleses, es considerado
inculto. Esa es la cruda realidad en nuestros países. Pero esto es solo una simple
actitud, una apariencia, una postura culturesca que asumen algunos puesto que nada
de eso les atañe directamente, salvo cuando viajan a aquellos países. Lo que en
nuestro medio erradamente llamamos cultura es lo ajeno; es saber qué hace y cómo
vive el vecino, pero al mismo tiempo ignorar dónde queda nuestro propio baño, por lo
que terminamos haciendo nuestras necesidades en plena sala. En realidad cultura es la
esencia de cada país, de cada nación, de cada civilización. Es cómo está realmente
configurada la sociedad. No es una tabla de valores que sirve para medir qué pueblo se
encuentra más o menos desarrollado o si alguien tiene o no educación. Ella es
simplemente la manera cómo cada quién se identifica, cómo es cada uno; algo así
como el nombre, la personalidad, la forma de ser y de expresarse. De este modo
entendemos la cultura. Por lo tanto, en los países andinos, la cultura real es la andina,
con todas sus características, nos gusten o no; mientras que la occidental, impuesta
por la fuerza, es a la que calificamos de supra cultura (que se pone por encima de la
cultura pero que no llega a serlo). Cultura no significa saber la historia y geografía
europea o norteamericana, sino conocer quiénes somos, qué terreno pisamos, con qué
contamos y hacia dónde queremos ir.

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El método que proponemos es el de la negación y luego la creación heroica

Difícil es encontrar en las bibliotecas libros y manuales para alcanzar la libertad y


la independencia, pero más difícil aún es encontrar aquellos que nos digan cómo
impulsar el surgimiento de nuestra civilización andina, porque éstos aún no se han
escrito: tenemos que hacerlos. Se trata de realizar una lectura de la realidad para
poder identificar cuál es el fenómeno que está ocurriendo y describirlo y comunicarlo a
la mayor cantidad de mujeres y hombres andinos. Pero si nos ponemos a aplicar los
métodos tradicionales venidos de Occidente solo terminaremos buscando sus propias
huellas y sus propias fallas en el proceso de occidentalización. Por eso el camino ideal
no es el acudir a la universidades —puesto que ellas de por sí son un reflejo, la
vanguardia, los baluartes y los estandartes de esa occidentalización. Ellas
lamentablemente ordenan el mundo de acuerdo con esos patrones y desde un
comienzo toman partido, sin aplicar siquiera el propio método científico que dicen
emplear para que con él pudieran evaluar y después decidir qué camino tomar. Por
todo esto es que nosotros proponemos emplear desde un principio el uso del concepto
NO, de la negación, como método de trabajo: no aceptar nada a priori que venga de
Occidente. Y después de aplicar la negación dar paso al proceso de búsqueda, de
investigación, para finalmente llegar a conclusiones más reales, menos interesadas en
perpetuar el dominio de Occidente. No se trata de inventar la rueda, sino de poner en
tela de juicio todas aquellas verdades que se consideran intocables por el solo hecho
de ser de Occidente; pasarlas por un tamiz de aplicabilidad en nuestro medio. Es
preguntar: ¿esto que es muy bueno en Europa es realmente bueno entre nosotros o
solo trae más desgracias y problemas? Únicamente si tenemos a flor de labios la
palabra NO nos sentiremos más capaces de elegir, de decidir qué es bueno y qué es
malo para nosotros y de, por último, crear nuestra propia verdad, nuestra propia
ciencia, entendiendo que la ciencia no se puede desligar de su aplicación. Si creemos
que ciencia es solo un cuerpo de conocimientos plasmados en un papel sin su empleo
en el mundo real y humano estamos hablando de mitología, de superstición o de
fantasía. La ciencia es su teoría y su práctica, y si la práctica es diferente se tratará de
una ciencia diferente. Porque una ciencia dirigida a la destrucción no es la misma
ciencia que se dirige a la creación. Son dos ciencias distintas porque diferentes son sus
aplicaciones. Quiere decir que los fines hacen la ciencia; y que si esos fines planteados
desde un principio son la muerte, pues se está haciendo una ciencia de muerte. En
este sentido la ciencia no es neutral como muchos pretenden hacernos creer (los
asesinos dicen: no es nada personal. Los norteamericanos dicen: daños colaterales)
porque la ciencia es un producto meramente humano y no de las piedras; y el hombre
no es, nunca puede serlo, neutral. Decir que existe algo creado por el hombre que es
completamente ajeno a él resulta un absurdo: su origen ha sido humano como
humana es su aplicación; y al decir humano estamos diciendo opinión, posición, gusto,
tendencia, vicio, virtud y todo lo demás. Lo que hacen en realidad es un truco para que
creamos que porque algo es científico entonces no es ni occidental ni nada, que no
tiene ningún fin específico. Suena a argumento de venta. «La ciencia no es buena ni
mala; es verdad pura. Yo solo aplico la ciencia, por lo tanto, solo aplico la verdad»
dicen los dominadores, repitiendo el mismo argumento de los generales nazis en el
juicio de Nüremberg: «Yo solo cumplía órdenes», o lo que decían los ministros de un
corrupto presidente latinoamericano: «Nosotros somos solo técnicos, no políticos». Y
claro, se enriquecieron limpiamente, sin comprometerse con los crímenes y excesos:
solo eran técnicos, no seres humanos. Ciencia pura para cometer todo tipo de miserias
humanas sin ninguna responsabilidad. El piloto arroja la bomba atómica y no siente
ningún remordimiento: solo cumplía con su deber.
Tenemos que crear heroicamente pues nadie nos va a ayudar, sino todo lo
contrario. Necesitamos atrevernos a pensar mirando nuestra realidad y ayudados por

55
nuestra propia ciencia: la ciencia que busca la vida, el bien común. Y si es necesario
cambiar ciertos principios científicos que vemos que solo nos hunden más en la
miseria, pues cambiémoslos; total, la ciencia está el servicio del hombre y no el
hombre al servicio de la ciencia. Seamos osados, valientes, arriesgados, pero sin
perder nuestro espíritu andino que, ya hemos dicho, tiene una filosofía del hombre y
de la vida que hace que el ser humano se encuentre más integrado a la tierra y al
cosmos.

56
La revolución silenciosa

En nuestro territorio confluyen no una sino dos civilizaciones: la andina, nativa


y adaptada a su medio, y la occidental, proveniente de Europa y producto de la
acumulación de elementos sintetizados de varias civilizaciones vecinas al mar
Mediterráneo. Ahora bien, ¿por qué hacemos este énfasis que va contra los principios
que frecuentemente nos tratan de presentar a través de los medios de información?
Porque no afirmarlo sería admitir que solo existe «una» civilización viva, la occidental,
en desmedro de la que realmente está viva, que es la andina. Occidente es, en la
actualidad, el cadáver de un árbol muerto que todavía da sombra y, es más, cuando
llegó a América ya estaba en proceso de decadencia. Es por esa razón que, a pesar de
quinientos años de estadía, no ha podido derrotar y hacer desaparecer a nuestra
civilización que es más joven y se encuentra en proceso de crecimiento y maduración.
Pero es importante que nos demos cuenta de esto ahora que la brecha se está
ensanchando al punto que ya es visible lo inevitable: el retroceso de Occidente en
nuestra sociedad. Cada vez los andinos, seamos de la costa, de la sierra o selva
(usaremos este convencionalismo concientes de que nuestras regiones reales son
otras), somos más fuertes e imponemos nuestra ley donde vamos. Ya lo occidental no
puede ni convencernos ni enfrentársenos porque no tiene fuerza. Y una civilización,
para que sobreviva, tiene que estar en proceso de creación, tal como lo está la
nuestra. Pero ustedes dirán: ¿cuál es esa civilización andina de la que hablas que
nosotros no la vemos?
Todas las cosas en la vida se pueden observar según el cristal que se use para
mirarlas. Si nosotros tuviésemos la voluntad suficiente para proponernos, por ejemplo,
llamar al negro «blanco» y al blanco «negro» terminaríamos por acostumbrarnos a
emplear estas palabras para identificar esos colores. Este sencillo experimento lo
podemos hacer con todos los conceptos del mundo obteniendo los mismos resultados.
Pero dirán ¿qué sentido tiene hacerlo si así no nos vamos a dejar entender por nadie?
Es que la idea no es dificultar el entendimiento sino demostrar que podemos invertir
las cosas a nuestra voluntad. El asunto está en ponerlas a nuestro favor y luego tratar
de convencer a la mayoría de las ventajas de ver las cosas de esa manera. Esa es la
forma cómo se crean las verdades. Pero es importante que primero las cambiemos en
nuestro interior antes que en el exterior. Debemos tenerlas maduras para que cuando
llegue la hora de decirle a nuestro hermano: «oye, tú encuentras así porque te han
convencido de que estás mal y que no tienes remedio, salvo el que ellos te ofrecen. Yo
te puedo indicar cuál es la forma a tu alcance para que te sientas bien», no nos ocurra
que después nosotros no estemos tan seguros de lo que decimos. Puede pasar lo que
les sucede a muchos seguidores de ideas que apelan más a un libro que a ellos
mismos. Quieren convencernos que «el libro es el que sabe», por lo tanto pretenden
que sigamos a un libro. ¡Qué tontería! Los hombres seguimos a los hombres y no a los
libros. ¿Quién ha dicho que el hombre necesita de los libros? Este artefacto apenas si
tendrá poco más de tres mil años de existencia ¿y quieren que sea la única fuente de
sabiduría? Cuidado con eso. Cuidado porque de este modo tratan de eliminar de plano
a nuestra civilización —que no escribió ningún libro porque no lo necesitaba— de ser
cultura superior o desarrollada. Esa es la trampa. Cuidado con creer más en el libro
que en el hombre. Cuidado con la palabra escrita que casi siempre dice lo que el
escritor «quiere decir» y no lo que realmente piensa. Cuidado porque el papel aguanta
todo y, en manos de torcidos y mentirosos, es el arma más peligrosa que se ha
creado. Detrás del libro hay toda una malintencionada forma de discriminar a muchos
de nuestros hermanos campesinos iletrados, privándolos del derecho a existir para
luego manipularlos con la idea de que tienen que «alfabetizarse» como condición sin la
cual los seguirán marginando de por vida. Así es la cultura occidental. Cuidado también
con los que tienen solo libros en la cabeza y terminan por enfermarse la mente

57
creyéndose todas esas ideas sin las que les parece imposible seguir viviendo. Son los
principales gérmenes de la cultura occidental, los cuales se encargan de ir por el
mundo maltratando a la gente con actitud de desprecio y altanería, creyéndose los
únicos portadores de «la cultura», cuando lo que hacen realmente es ser simples
corresponsales de todo lo que Europa produjo y produce y que, lamentablemente para
ellos, aquí no encontró terreno fértil para germinar. Cuidado entonces con esa
sabiduría que es «su» sabiduría mas no la nuestra. Nosotros tenemos nuestra propia
sabiduría y no necesitamos de sus libros, de sus ideas, de sus religiones, de sus
fórmulas políticas ni de su concepción de «el mundo» —tal como ellos llaman al
territorio que han conquistado. Jamás nos sintamos menos ante alguien que diga que
ha leído algo venido de Occidente. Más bien preocúpense por él porque es un hermano
enfermo. Como también están enfermos los que se nos acercan diciéndonos que tienen
la fórmula para solucionar esto o aquello porque así se hizo en otras partes. Estos
quizá, en su afán de ayudarnos, apelan a lo único que saben, que es lo que
aprendieron en la universidad o a través de los medios de comunicación impresos y no
impresos. Es que ellos todavía no entienden que la cultura, la verdadera cultura, no se
aprende ni se estudia: se vive; se asimila. Ellos, al dedicarse a las lecturas, caen
inocentemente en el defecto de las viejas chismosas que viven pendientes a ver qué
hace y qué no hace el vecino para imitarlo o simplemente para darse aires de grandeza
contando lo que saben de él a las criadas, quienes aparecen como torpes e ignorantes.
¿Qué tanto les preocupa lo que dijo fulano, zutano o mengano en Londres, lo que hizo
tal persona en París, lo que se expuso tal otra en Nueva York hace poco o lo que
escribió equis en Washington no hace mucho? Todo eso no hace más que alargar
nuestra agonía de ser los eternos infantes que viven prendidos de la teta de «mamá
Occidente».

El comienzo de nuestra libertad

La libertad, nuestra libertad, empieza por la negación, por el NO. Nuestras


primeras negaciones deben ser: NO al conocimiento letrado, NO a los que pretenden
imponernos su sabiduría occidentalista, NO a los que viven mirando «para fuera», NO
a los que se llenan la boca de frases rebuscadas y no sepan ni sembrar una papa, NO a
la supremacía del típico intelectual (porque sabe mucho de otra cultura pero no sabe
nada de sí mismo ni de la nuestra; vive admirándose de la ropa del vecino y no puede
darse cuenta que está desnudo. Que deje en paz a los demás y se preocupe por
vestirse). NO al soberbio que habla con palabras suaves y misericordiosas, NO a la
«caridad» —que es la peor forma de desprecio y humillación con que nos pueden
tratar. Si ellos dicen que «todos los hombres somos iguales» ¿por qué vienen como
dioses a darnos limosnas y pan haciéndonos sentir aún más las diferencias entre ellos
y nosotros? ¿Acaso somos los conejillos de indias con quienes ellos alivian sus
conciencias? NO a sentirnos necesitados. NO a sus consejos, a sus costumbres, a sus
penas, a sus alegrías, a sus razones y a sus espíritus. NO a Occidente, porque
Occidente es muerte, previa lenta agonía.
Liberémonos, sí, pero a la vez sumémonos a la corriente de la civilización
andina. Como decíamos líneas atrás, todo depende de cómo se miren las cosas, y si
nosotros queremos mirarlas con fe, con ganas de terminar por fin con la opresión de
ser «incultos y marginales» entonces transformemos, en nuestra cabeza, esa
marginalidad en verdad, la cual será válida solo para nosotros, porque tampoco
tenemos ningún derecho de ir a imponérsela a otros que no son de nuestra civilización
—tal como acostumbra a hacer Occidente desde siempre, pretendiendo hacernos creer
que esa es una «actitud humana» cuando solo es la actitud de un occidental.
Volteemos la tortilla y veamos que nosotros podemos estar arriba de nosotros mismos
—ya no abajo como hasta ahora— sin necesidad de leer nada foráneo, sin seguir

58
ningún postulado americano o europeo, sin matricularnos en ningún curso de
especialización, sin tener que ver u oír eso que es «muy importante» para nuestro
desarrollo (a la manera occidental, por supuesto). Y no es que tratemos de inventar la
pólvora o de hacer una novela. Lo único que pretendemos es observar qué está
pasando para poder subirnos al carro de esta revolución silenciosa, pero poderosa, que
es el resurgimiento de la civilización andina. Mientras más cerca de ella estemos más
próximos nos hallaremos del triunfo y de la satisfacción de vivir. Pero mientras más
nos alejemos, mientras más atendamos solo a lo que pasa fuera de nuestra sociedad y
vivamos pendientes de ello con la excusa de que hay que tener «cultura general» —o
sea cultura occidental— más lejos estaremos de nosotros mismos y del equilibrio con
nuestro medio. Tenemos que apoderarnos de nuestro mundo. Cuando esto ocurra, de
Occidente nos quedarán sus libros, sus utensilios, sus juguetes y sus recuerdos, pero
eso no nos va a incomodar porque les vamos a dar el mismo uso que les damos a las
herramientas y a los artefactos. Porque esos objetos no nos pueden hacer cambiar en
lo más mínimo en lo que creemos. Allá los que, por sentarse delante de una
computadora, piensan que ya han muerto nuestras costumbres y nuestro modo de ver
la vida. ¡En qué poca cosa valoran nuestra fuerza interior!
Una civilización, cuando está en proceso de creación y surgimiento, tiene la
suficiente genialidad para desarrollarse a sí misma. La auténtica revolución ya está en
nuestras narices, solo es cuestión que la veamos y nos aunemos a ella porque, si no lo
hacemos, en vez de avanzar a su lado, nos arrastrará como cuando cae una avalancha
llevándose todo a su paso; o bien Occidente nos envolverá y seremos una pieza más
de su decadencia y muerte.

El río subterráneo

Una de las características más importantes en el aspecto político de Occidente


es el manejo de lo concreto. Cuando hablamos de concreto nos referimos al mundo de
lo material, de lo obvio a simple vista, de lo tangible, de lo que se puede «tocar» o
comprobar que es materia. Si nos ponemos a pensar, con este tipo de visión hay
muchas cosas que quedan fuera de carrera. Para empezar, el aspecto llamado
«espiritual». Lo espiritual es todo aquello que no es sujeto u objeto de investigación
científica. No se hace ciencia de la imaginación, de los sentimientos, de la interioridad
del ser. (La ciencia sicológica, a pesar de sus muchos esfuerzos, no pasa de ser una
acumulación de experiencias que se cuantifican y relacionan con la intención de
encontrar algún eje universal válido para todos los hombres. Así la sicología, de
acuerdo con sus propios postulados, dista mucho de ser una ciencia, pues se define
más como «opiniones más o menos sustentadas por la experiencia» que como leyes
invariables). De este modo eliminan de un golpe a todas las civilizaciones que han ido
trabajando, durante cientos de siglos, en el desarrollo de estos aspectos, los
espirituales, que también tienen derecho a existir. Civilizaciones como la India, que
tiene un increíble y desarrollado mundo interior, no son admitidas como «universales»
ni son calificadas de válidas para considerarlas como «parte del progreso humano».
Solo es válido, dice Occidente, lo que para ellos sí lo tiene: lo material.
Para quien piensa que lo concreto es la única forma de medir la vida creerá
entonces que la «razón» es la fuerza motora de las cosas. (De allí que ellos dicen que
alguien «perdió la razón» cuando no piensa occidentalmente o que alguien «tiene
razón» cuando coincide con sus intenciones o principios). Si analizamos detenidamente
encontraremos que «tener la razón» es todo lo que encaja en su cultura, mientras que
«no tener razón» es emplear las expresiones fundamentales de cualquier otra
civilización. Entonces, si juntamos la «razón» y lo «concreto», obtenemos un criterio

59
de valor occidental: el comportamiento político, que es el manejo y administración de
todos los elementos materiales que son sujetos de manipulación por un ser humano.
En pocas palabras, a los occidentales les basta con ocuparse del mundo de lo tangible
(único campo donde la «razón» puede actuar puesto que, en los otros campos, es un
instrumento nulo). Por eso es que Occidente, eterno pirata, se ha apropiado del
manejo «concreto» del mundo, dejando lo «no concreto» a libre disposición de sus
vasallos. Las consecuencias de esto son harto visibles: el desequilibrio humano que
padecen todos los occidentales. Quien es occidental está prácticamente condenado a
sufrir toda una serie de trastornos graves en su humanidad que se traducen en: su
desesperación por los objetos, cualesquiera que ellos sean; su natural violencia (una
de las más agudas que se conocen, al punto que los ha llevado a «dominar el mundo»
de la misma manera que un loco rompe todos los vidrios, sin dejar uno solo entero, en
un ataque de locura); su creencia en sentirse superiores a todas las civilizaciones de
«todos los tiempos»; su manía catolicista (en el sentido de universal) que quiere decir
que necesitan implantar su cultura en todos los sitios imaginables; y en su negación
espiritual (no nos dejemos impresionar por las masas de católicos que los Papas
reúnen en sus presentaciones públicas; en el mejor de los casos es una demostración
de una fuerte necesidad de ese espíritu perdido que los impulsa a tratar de encontrar
allí algo con qué calmar esa sed. Al final solo llegan a encontrar que están dialogando
consigo mismos en la idea de que es «Dios» el que les responde. ¿Tan poca cosa es
Dios que termina siendo solo un consejero espiritual privado que les conversa a santos
y asesinos por igual? Ellos dicen que oran. Nosotros decimos que dialogan consigo
mismos).
Pero felizmente aquellos que negamos la occidentalidad creemos que no todo
está perdido. Tenemos un mundo por delante. Sabemos que en la medida que ella
desaparezca de nuestras vidas nos iremos haciendo hombres más equilibrados porque
nos estaremos desarrollando en la verdadera cultura que nos pertenece. Y hacer lo que
a uno le corresponde es amistarse con su medio y con la vida. Occidente es una
sociedad enferma que se desintegra por sí sola. Andinia es una sociedad que resurge
de las profundidades a la que había sido condenada y ahora se apresta a recuperar su
plano político. Porque en realidad nunca perdimos nuestros planos religiosos,
culturales, sociales y económicos. (Lo económico en nuestro caso ha sido un aspecto
casi invariable. La vida comunal prácticamente no ha cambiado y la actividad comercial
andina, al contrario, ha aumentado). Pero valorar por encima de todo a lo económico
sería seguirle el juego a los «analistas» occidentales para quienes el hombre es homo
economicus. Si aceptamos sus postulados entonces caeremos en sus mismos
esquemas universalistas y terminaremos recitando sus soluciones, ya sea a través de
sus democracias, sus comunismos o cualquier otro de sus sistemas. Si realmente
queremos liberarnos de las desgracias de esa civilización no le demos gusto y
restémosle importancia al aspecto económico en la vida. Así nos quitaremos varios
pesos de encima.
La civilización andina es como un inmenso río subterráneo sobre el cual hay una
delgada capa de tierra. Encima de ella corre un riachuelo en vías a secarse: esa es la
civilización occidental. Aparentemente la nación es ese riachuelo que pareciera que se
viene abajo. Se viene abajo sí, pero como parte o pieza del mundo occidental. Es como
un engendro suyo que se muere. Toda esta superficie es el plano político, único plano,
como dijimos, que a Occidente le interesa. Y este es justamente el que se está
derrumbando, no producto de una revolución violenta con líderes carismáticos sino,
todo lo contrario, debido al avance silencioso y acéfalo de una sociedad que sube hacia
la superficie. Cada día que pasa las aguas de ese riachuelo se van convirtiendo, por
efecto de los afloramientos de la civilización andina que presiona con fuerza hacia
arriba, en aguas no occidentales. Y esto es bien visible ya que todo el aparato o plano
político, en vez de occidentalizarse (o «modernizarse» o «civilizarse» o «progresar»

60
como le llaman otros), se está «andinizando» como le llamamos nosotros. Cada vez
hay menos occidentales criollos que pueden decir que «esto no es cosa de nativos sino
de gente decente», sencillamente porque por donde se voltee la mirada están esos
andinos. ¿No decían nuestros abuelos que con los años nuestros países se iban a
«desarrollar», y que la tecnología iba a llegar al campo, y que los campesinos estarían
todos vestidos de traje y corbata, y que iban a parecer «más gente» y menos
campesinos, y que desaparecerían esas lenguas «aborígenes», como el quechua y el
aimara, las cuales eran la causa del atraso de nuestra sociedad? ¿Qué pasó con todas
esas predicciones que se veían a la vuelta de la esquina? En cambio, ahora que dicen
que Occidente ha «triunfado» en todo el planeta, ¿por qué entonces en nuestro
continente está en retirada?
Estamos espectando cómo sube esa fuerza arrolladora que es lo andino y cómo
carcome todo vestigio de occidentalismo. Pero para estar con los ganadores, o sea, con
los andinos, tenemos que tomar conciencia que hay que ir desapareciendo lo
occidental primero de nuestras mentes. En la medida que seamos capaces de negar
toda esa cultura a la que llaman «La Cultura», nos iremos sintiendo más fuertes y
mejores, y así seremos libres para crear nuestro propio mundo, a nuestra manera, sin
modelos ni patrones «universales» venidos desde Europa; libres por fin de la idea de
ser inferiores, subdesarrollados, porque ya no nos compararemos con nadie sino con
nosotros mismos. Nosotros seremos la medida de todas las cosas y usaremos los
objetos venidos de Occidente como lo que son: objetos, los cuales no intervienen para
nada en nuestra vida interior.
Porque nosotros somos siempre los mismos, con computadora o sin ella, con
millones de dólares o sin ellos, con casas de esteras o de ladrillos. Y no decimos que
esto sea la felicidad, sino solamente el equilibrio, porque en el mundo andino, nuestro
mundo, no existe el concepto «felicidad» (¡qué maravilla!) así que no llevamos esa
pesada carga de «ir a buscar la felicidad», problema típicamente occidental.
Disfrutamos la vida, eso sí, no eludiéndola ni huyendo de sus problemas cobardemente
—como hacen los norteamericanos, quienes gastan la mayor parte de su dinero en
seguros— sino enfrentándola cara a cara, con sus penas y sus alegrías. Porque en
nuestro mundo andino la dicha y la tristeza son dos caras de una misma moneda y no
hay por qué negar ni la una ni la otra. Que vengan las penas, pero también las
alegrías. No hay mayor satisfacción que la de sentirse en paz consigo mismo.
Amistémonos con el andino que llevamos dentro y dejémosle surgir.

II

Ninguna civilización que esté muerta puede sobrevivir frente a otra viva. Las
que se supone que han muerto llegan a perdurar en forma subterránea o integradas
con la nueva. Sería interesante saber qué es lo que ha ocurrido con la civilización
andina. En primer lugar los españoles, cuando llegaron, no encontraron una civilización
en decadencia ni en estado de descomposición, sino en proceso de transición. Un
pueblo serrano, los quechuas o incas, estaba culminando su hegemonía sobre los
demás, incluidos los de la costa y la selva, hegemonía muy particular puesto que
implicaba un dominio negociado y ventajoso para ambas partes. Un ejemplo de ello es
que el inca Pachacútec, al expandir su territorio, había respetado al más importante
templo de la costa, como lo era el de Pachacámac, adicionándole solamente el templo
de culto al dios Inti (Sol), principal figura religiosa incaica. Fueron en realidad dos
templos en uno, cosa que aún podemos comprobar si se visitan estas ruinas. Esta es
una muestra de la inteligente política para la unificación que habían emprendido los
incas (al estilo pax romana) al no destruir lo original, (cosa que les favorecía ya que,
de no haber actuado así, hubieran tenido que arrasar con los pueblos andinos, con
trágicas consecuencias para todos).

61
En segundo lugar lo de Occidente no fue el caso de una civilización más fuerte
que logró aniquilar y subyugar a la andina para darle muerte. Aquí las cosas ocurrieron
de manera diferente. Es que el hombre andino tiene un temperamento abierto a lo
novedoso y diferente. Nuestra cultura no es «cerrada» e impermeable. Por lo mismo
que está viva gusta de alimentarse con elementos provenientes tanto de su medio
como de otros. A fin de cuentas es como si dijéramos: «¿Y qué problema hay que
tengamos otro dios? ¿Qué me quita que conozca otras expresiones si estoy seguro de
quién soy y cuál es mi cultura?». Esta actitud abierta, que revela a un hombre seguro
de sí mismo, es la que hace al andino ser tan adaptable a cualquier circunstancia, por
novedosa y distinta que sea. En cambio, existen otros tipos de hombres que no logran
abrir brechas en sus creencias y comportamientos y, ante la agresión, pelean hasta
morir sin asimilarse a nadie ni a nada. Pensemos por ejemplo en los nómadas
norteamericanos —los mal llamados «indios» de las praderas— o los de la selva
amazónica, quienes, en su desesperación, llegan hasta el extremo de suicidarse en
masa. En cambio el hombre andino, sedentario como el occidental, no tuvo ningún
problema, como no lo tiene ahora, de asimilar aquellos elementos europeos que le
parecieron interesantes o llamativos (fíjense en las casas de los campesinos a las que
no les falta algún televisor a colores o algún equipo de discos compactos); uno de esos
elementos fueron sus mismos hombres. (La mujer andina, por temperamento natural
coqueta, gustó de los españoles tan pronto llegaron. Esto no se puede condenar.
Tampoco los españoles pudieron resistirse a los encantos de la belleza femenina y
terminaron por quedarse en este territorio). ¿Tenía acaso el andino que defender
«hasta la muerte» su cultura simplemente para satisfacer los deseos de algún
novelista amante de las historias épicas en las que, al final, y para gusto de sus
lectores, los heroicos defensores caen todos muertos con honor? No lo creemos. Una
muestra es que nuestros antepasados no tuvieron mayor inconveniente en aceptar un
nuevo dios, con templo y todo. Si a usted, lector, le dijeran que va a tener, en caso de
necesidad, no uno, sino dos padrinos a quienes recurrir, ¿no aceptaría acaso la idea?
¡Qué mejor entonces dos dioses en vez de uno! Y si el otro fuera más fuerte, mejor
todavía. El clima para el campesino es fundamental y es un asunto delicado, así que
más vale recurrir a todos los dioses juntos en caso de sequías o de heladas. ¿No es eso
acaso muestra de inteligencia?

Acerca de la historia

Si seguimos pensando occidentalmente que historia es todo lo que «pasó»


seguiremos en la oscuridad eterna de no saber quiénes somos. Tenemos que
comprender que nuestra historia no se entiende por esquemas occidentales, válidos
para ellos. Nuestra historia es un presente constante, como un mate burilado (una
calabaza andina vacía y seca, pintada con dibujos en su exterior que aluden a distintos
hechos de la vida en el mundo andino). No tiene principio ni tiene un fin. No es una
secuencia ni una escalera hacia «el progreso». Los conceptos de «progreso» y
«desarrollo» son conceptos netamente occidentales que, al tratar de aplicárnoslos, no
nos son útiles. Es tratar de hacer cuadrada a una pelota para que ésta se pueda medir
con una escuadra. Claro, es más fácil adaptar el objeto que queremos estudiar a
nuestros métodos que inventar uno que se adapte a otras realidades. Este es el eterno
error en el que ha incurrido siempre Occidente frente a las diferentes culturas que ha
subyugado. Los andinos tenemos que entendernos a nosotros mismos con nuestros
propios métodos, que no siempre son «científicos». Porque para Occidente lo científico
es sinónimo de universal, cuando en realidad es solo sinónimo de occidental. Nuestra
cultura no se estudia pensando en lo que pasó, sino en lo que está pasando. Todo lo

62
que está ocurriendo ahora es nuestra historia. Estudiarla ahora es estudiarla como fue
hace quinientos años, con la diferencia que se han superpuesto elementos nuevos en
su superficie. El error más común, típicamente occidental, es juzgar las cosas por lo
que se ve en la superficie, por sus objetos. Esto lógicamente se debe a su modo
racionalista y economicista de ver la vida, donde lo más importante en su Hombre
Universal es el factor material. Igualan a todos en ese concepto de Hombre Universal
de modo que así tienen un modelo válido para todos los hombres sin excepción. Y las
consecuencias de esta forma de pensar son obvias y harto visibles. Después de siglos
de dominación ¿han conseguido occidentalizar a la civilización andina? ¿Podrán acaso
lograrlo ahora con todos sus modernos métodos y avanzadas tecnologías? No lo
creemos. Es más bien la cultura andina la que se está devorando a Occidente. Veamos
si las ONGs (Organismos No Gubernamentales), que trabajan con millones de dólares
de respaldo y la más sofisticada tecnología, han logrado algo de ello en estos últimos
50 años. Según las estadísticas prácticamente nada se ha «avanzado».
Decimos que para conocer nuestra historia hay que investigar nuestro presente,
que es también nuestro pasado. Ello es más fácil que andar escarbando la tierra en
busca de objetos que alguna vez nos sirvieron como elementos utilitarios (llámense
vasijas, cestas, alhajas u objetos para el hogar o el culto) y pretender decir que, al
haber cambiado sus objetos, el hombre ha cambiado. Pero ¿cambia realmente un
hombre por el hecho de tener computadora? ¿Qué es lo que tiene que modificarse en
un ser humano para decir y comprobar que efectivamente ha cambiado: su vajilla? No
lo creemos. ¿Su técnica? Sería afirmar que el que usa sierra eléctrica en vez de la
manual ya es otro hombre. Nosotros creemos que el andino no ha cambiado. Para
afirmar que ha cambiado tendríamos que aceptar que ha dejado de ser lo que era para
ser otra cosa. Sin embargo ¿qué es lo que él era que ahora no es? ¿Tenemos que
admitir que antes era andino y ahora ya no lo es? Porque para que reconozcamos que
ha cambiado deberían demostrar que ahora ya no es andino sino occidental y eso no
parece haber ocurrido. Entonces, si el hombre andino sigue siendo andino, ¿cómo se
puede decir que ha cambiado: porque tiene un televisor, porque lo vemos vestido de
europeo, porque ha aprendido a hablar inglés (antes hablaba francés; mañana qué
otro idioma aprenderá)? Ese es el juicio superficial que tanto les gusta a los
occidentalistas ingenuos. Creemos que si bien en la civilización andina se han utilizado
muchos objetos a través de los años, esta variación de útiles y técnicas solo han
quedado en la superficie de la cultura mas no han afectado para nada su esencia. Es
como ponerse diversos vestidos según la ocasión. El hombre andino piensa así: ¿Me
traen un tractor para arar la tierra? Lo uso. ¿Se malogró el tractor? Empleo un buey.
Así de simple. ¿No hay médico en el pueblo o el que hay no puede curar mi mal? Voy
donde el curandero. ¿Para qué hacerse problemas? Las cosas son para usarlas. ¿Tiene
uno acaso que modificar su forma de ser para hacer determinadas cosas o usar otras?
No. La materia es una cosa que el andino emplea, mas él no es un sirviente de las
cosas. Igual sigue yendo a la procesión patronal aunque se haya comprado el último
grito de la moda en cibernética. Puede adquirir un carro último modelo, pero igual lo
lleva a «challar» (bendecir) a la Virgen. Una cosa no se pelea con la otra. Todas las
puede utilizar en su momento. Para un occidental esto es inconcebible porque para él
solo hay una cultura válida, solo hay una ciencia que funciona, solo un dios existe, por
lo tanto niega todo lo que venga de otra cultura y, tontamente, rechaza la oportunidad
de encontrar más beneficios para su vida. Es un terrible fundamentalista que no toma
el remedio si no se lo traen en el vaso en que él bebe. Los objetos que usamos o que
dejamos de usar no nos definen ni nos transforman en absoluto. Del mismo modo los
hombres y mujeres que vemos ahora por las calles y pueblos son los mismos de hace
cientos de años pero con otras ropas, otras herramientas y otros utensilios. Nuestra
esencia está intacta pues esos objetos no han logrado, como se piensa, ingresar a la
médula de lo que somos. Solo se han quedado en lo exterior y son recambiables y

63
descartables en cualquier momento. A diferencia de lo que pasa con el occidental, que
sin sus objetos pierde su alma, el hombre andino es lo que es con o sin sus objetos.

II

¿Hasta qué punto la Historia es verdadera? Cada civilización que existe o ha


existido ha tenido su propia forma de ver la historia, que al mismo tiempo fue para
ellos «la Historia Universal». Ninguna cultura ha podido escapar a este modo
egocéntrico de hacer girar todo lo que le rodea en torno a sí misma. Esto también es
válido para Occidente. En esta civilización, en la que la razón es el elemento
fundamental sobre el cual se han construido todas las cosas, la historia ha sido
racionalizada y convertida en objeto de estudio de una ciencia llamada precisamente
Historia. Este es el caso de un engranaje más de la concepción del mundo a través de
los ojos de un occidental, visión a la que se le ha agregado la palabra ciencia. Por lo
tanto esa Historia está también sesgada e inclinada hacia la visión occidentalista, por
muchas pretensiones que se puedan hacer de que es «la verdad absoluta e imparcial».
No hay opinión o voz humana que no contenga su propio punto de vista. No existe
pensamiento independiente de quien lo elabora o lo transmite. Las intenciones de
lograr una sabiduría universal, válida para todo lugar y para todos los tiempos —cosa
nada novedosa por cierto— siempre ha sido una quimera, un anhelo, un sueño de las
distintas civilizaciones que han existido. ¿Por qué solamente la Occidental tendría el
único derecho, por encima de todas las demás que viven o han vivido sobre la tierra, a
poseer la verdad más «verdadera» de todos los tiempos? ¿Quién nos asegura que no
se está haciendo el ridículo? ¿Por qué esa Historia Universal —racionalista, soberbia,
que no hace sino reflejar la soberanía de Occidente sobre otras culturas— establece
esos criterios, esas pautas, esos períodos? ¿Quién ha dicho que el tiempo es
necesariamente lineal, que va de menos a más, que no se repite? ¿Qué clase de
Historia imparcial es esa que pone al hombre europeo como el último eslabón de la
cadena, como el último escalón de la escalera, mientras que a nosotros, los llamados
«subdesarrollados», nos colocan en los niveles inferiores? Está bien que ellos tengan
por ahora— el predominio en el ámbito político, pero eso no quiere decir que
tengamos que aceptar su forma de ver las cosas (sobretodo porque las imponen por la
fuerza). ¿Existirá entonces La Ciencia como tal: como un método de conocimiento que
no representa a nadie sino a la verdad y a toda la humanidad? Mucho tememos que
eso no sea fácil de aceptar. Porque si nos ponemos a pensar que después de esta
civilización puede venir otra que sea igualmente hegemónica es casi seguro que ella
también implantará, universalizará, su forma de entender el mundo e impondrá sus
verdades, su religión, sus costumbres, etc. (con el respectivo «método» para llegar a
ellas). En vista de esto creemos que tener la convicción de la falsedad —o si se quiere,
de la no-verdad absoluta— de las verdades y lógicas del mundo occidental nos hará
sentirnos más libres, o, quizá, sea el inicio de nuestra liberación total. Porque esto nos
dará pie para no vernos empequeñecidos ante su abrumadora prepotencia, cosa que
nos permitirá emprender con más seguridad la construcción de nuestra propia tabla de
valores. No existe entonces la «Historia Universal de la Humanidad». Solo existen
historias, y todas antojadizas y acomodadas que justifican la dominación, la
vergüenza, y los intereses creados. Incluso esa «Historia Universal» está concebida
como la historia del «pasado» mas no del presente y menos del futuro. ¿Y qué sucede
con las civilizaciones que no tienen un pasado muerto sino vivo, vida que le hace
perder su carácter de «pasado» para transformarse en «presente» constante y
permanente (presente donde los muertos «existen» y hay que «alimentarlos»; y que
escuchan a los vivos y participan con ellos)? Quiere decir que pueden darse varias
maneras de entender a la muerte así como al pasado. Mas para la concepción lineal de
occidente, de su Historia, el pasado es un hecho consumado que no interviene

64
directamente en el presente. Solo se encuentra como un elemento sin vida formando
la base de los acontecimientos actuales. Es algo así como un álbum fotográfico que nos
sirve de referencia para medir el grado de crecimiento de un fenómeno o contabilizar
los sucesos, pero sin que a nadie se le ocurra la absurda idea de que las fotografías de
antaño sirvan para demostrar un hecho actual, como lo sería si dijésemos que, por
ejemplo, el retrato de cuando éramos niños refleja nuestro rostro contemporáneo. Pero
esta recopilación de sucesos «muertos» o sin vida se presta para todo tipo de
manipulaciones. Claro: los hechos que anotamos no van a defenderse por sí solos
puesto que ya no existen, así que podemos orientarlos como bien nos venga en gana.
Podemos, por ejemplo, hacernos descendientes directos de algún faraón, demostrar
que la humanidad civilizada empezó en Grecia o que el «lejano oriente» permaneció
invariable hasta la llegada de los primeros «seres civilizados de occidente» (el
«civilizador» Alejandro Magno), etc. Es el mismo método que utilizan cierto tipo de
líderes para demostrar su «origen divino». Así, mediante su Historia, Occidente ha
acomodado todos los acontecimientos que ella considera válidos para sus fines, de tal
manera que ha creado una bonita pirámide en la cual ubica a todo tipo de seres y
cosas que pueda encontrar. Y, por lógica consecuencia, aquello que ingresa a su
Historia pertenece a un «panteón» y queda «muerto» para siempre. De este modo
todas las culturas llamadas «primitivas», como la nuestra, son parte de esa concepción
histórica, de lo que ya pasó, por más que haya quienes se resistan a esta «realidad» y
no quieran estar «con los tiempos», persistiendo en vivir «atrasados» con respecto al
«avance de la humanidad». En realidad su Historia, así como toda su Ciencia en
general, no pasan de ser más que esquemas mentales creados y manejados
expresamente para justificar el dominio de Occidente en el mundo.

III

La Historia para nosotros no es lo que pasó sino lo que está sucediendo ahora en
este momento. Es un proceso vivo y actual. No es el museo sino la calle, el campo, los
cerros y los valles por donde transcurre nuestra vida. Los llamados «restos» de
nuestra cultura son objetos a los que ya no les damos uso pero que, en la medida que
no los sepultemos en el «pasado», descubriremos cuán útiles nos pueden ser todavía
(algo así como los zapatos viejos que ya no nos ponemos pero que todavía
conservamos y que muchas veces los llegamos a usar en momentos de necesidad).
Esa es la forma cómo deberíamos actuar frente a todas las manifestaciones de nuestra
cultura, por más que quieran hacerla parecer anticuada, obsoleta y primitiva. Porque,
¿qué viene a ser lo que llaman «anticuado»? Es un concepto para definir un objeto
material o inmaterial que no forma parte del sistema político y productivo imperante,
por lo tanto, cualquier manifestación propia de una cultura ajena a los intereses de
Occidente es «anticuada». ¿Y qué es lo «obsoleto»? Todo aquello que, aún
demostrándose que es útil y que funciona, no conviene mantenerse vigente pues
impide el «normal desarrollo» de las leyes que gobiernan la cultura occidental. ¿Y qué
es lo «primitivo»? Es todo aquello ajeno a dicha cultura. ¿Qué tratamos de decir con
esto? Que solo demostrándonos a nosotros mismos que las manifestaciones propias de
nuestra cultura son válidas para darnos todo lo que necesitamos es como lograremos
ser autosuficientes y, por lo tanto, dueños de nuestro destino. Mientras persistamos en
mantener el esquema occidental en nuestras cabezas nunca alcanzaremos ese
equilibrio tan anhelado que nos permitirá disfrutar de la belleza de la vida, porque
siempre estaremos en desventaja «natural» frente a los que sí sienten propia su
cultura occidental y se mueven cómodamente en ella. Nos pasa lo mismo que a un
niño que se esfuerza por parecerse a un adulto pero que, por más que se pone la ropa
de sus padres, siempre termina viéndose ridículo o, en el mejor de los casos,
«gracioso», y merecedor de palabras estimulantes como: «Sigue así chico. Quizá

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dentro de poco llegues a ser grande como nosotros». Y este ridículo lo venimos
repitiendo constantemente. Hasta estamos convencidos que en verdad «somos parte»
del mundo occidental, mientras que ellos nos ven a nosotros poco más que como a
salvajes. Asumimos la actitud del esclavo o del sirviente que piensa que pertenece al
mismo status de su amo simplemente porque se viste con la ropa usada que él le ha
regalado. Si supiera que ese amo, cuando está entre los suyos, se expresa de él como
si se tratase de un objeto cualquiera que apenas sí tiene un valor utilitario y que, en
cualquier momento, y cuando le venga en gana, lo puede eliminar. Pero atención:
tenemos que advertir que este occidentalismo (antes se le llamaba «sistema») no está
afuera de nosotros sino dentro, en nuestro mundo interior. Porque este consiste en
una idea que nos presiona a ajustarnos al «molde» importado; a actuar, vestir y peinar
para poder llegar a ser como occidentales y, con ello, ser «felices».

IV

Nuestra Historia es un acto presente y vigente. Para entender esto veamos lo


siguiente. Si hiciéramos una lista de todos aquellos elementos e ideas que son
considerados «modernos» y otra de lo que es considerado «no moderno» —y por lo
tanto marginal— tendríamos un esquema: todo lo que conforma la estructura de la
sociedad andina —nuestras leyes, costumbres, modos de ser y de hacer— es lo que
ellos llaman «el pasado». O sea nosotros, los «subdesarrollados», los andinos, por el
simple hecho de serlo, somos el pasado. Mirándonos estamos mirando todo lo que
Occidente rechaza de plano. Mirándonos estamos viendo a aquel que tiene negada la
entrada al «paraíso» occidental, salvo como sirviente. Para Occidente no hay ninguna
diferencia entre una vivienda pre-hispánica y una de nuestras casas actuales. Ambas
albergan a un ser anticuado, excluido del «desarrollo universal». Igual valor tiene un
abandonado templo antiguo como cualesquiera de nuestras construcciones
contemporáneas.
Pero ¿podemos aceptar eso? ¿Cómo es realmente nuestra historia? En el mundo
andino no existe el pasado a la manera occidental, cual una «línea de carrera» o un
currículo, sino que el tiempo se entiende como una sola unidad: lo que pasó ayer pasa
hoy y pasará mañana, al igual que el clima, el cual se repite constantemente aunque
no de la misma manera. Es como en el mate burilado (la calabaza seca dibujada) en la
que podemos encontrar, con solo girarla a voluntad, todas las imágenes integradas,
siendo esto a su vez un modelo del tiempo. Todos los momentos están dentro de una
sola unidad indivisible. En este mate ver lo que «pasó» y lo que «pasa» están a gusto
y criterio del observador. Todo depende de lo que queramos mirar en ese momento.
Por eso es que decimos que el mundo andino no es «el mundo del pasado». Lo que
sucede ahora con nosotros es al mismo tiempo el pasado y el presente de este mundo.
Porque si admitiéramos que el mundo andino es algo que «pasó» tendríamos entonces
que reconocer que ya no existe, que desapareció, y eso ya hemos dicho que es todo lo
contrario. Podríamos de este modo afirmar que el mundo andino «está pasando», y
que este proceso no viene durando un año o dos, sino quinientos o mil. ¿Qué más da
que sean diez o cien o mil años si se puede entender que se trata de un mismo
proceso?
Vistas así las cosas, visto que nuestra historia no es más que nuestro presente
con todas las figuras del ayer, hoy y siempre acomodadas unas junto a otras, como en
el mate, ¿no llegamos a la conclusión de que podemos interpretar las cosas de otro
modo y ser actores y hacedores de nuestra historia? A lo que queremos llegar es a que
tanto el pasado como el presente y el futuro, se encuentran para nosotros en un
mismo plano. Y que lo que dicen que algo ya no debe tener vigencia por ser del pasado
no es válido, puesto que para nosotros la vida es un continuo donde el antes convive
con el hoy y conforma el futuro. Nada desechamos porque se diga que es «obsoleto».

66
Da lo mismo concebir que Pizarro llegó hace cinco siglos que hace cinco minutos
porque la noción de «mucho tiempo» es totalmente relativa. Por ejemplo: hace
«mucho tiempo» que íbamos al colegio como también hace «mucho tiempo» que se
formó la tierra. Igual ocurre con respecto al «dentro de mucho». Entonces, tanto hacia
«atrás» como hacia «adelante» el tiempo es infinito, o sea, que puede durar una
millonésima de segundo como millones de años, ya que lo infinito no es mensurable.
(La noción de que lo pasado es hacia «atrás» y lo futuro hacia «adelante» es también
relativa. Se trata de una asociación de origen cultural pero no es una categoría
universal). En vista de ello, si la barrera que separa al presente del pasado y el futuro
es tan ínfima que prácticamente no existe, podríamos decir que solo el presente es lo
real, y que trabajando sobre él —manejándolo, razonándolo y manipulándolo—
estaremos actuando en lo único auténtico y verdadero.
Vamos a poner un ejemplo. Imaginemos que estamos viendo un tren muy largo
y cuya locomotora pasó delante de nosotros a las seis de la mañana. Cuando sean las
seis con diez minutos estaremos viendo el vagón número cincuenta, pero sigue siendo
el mismo tren. Y cuando veamos el vagón ciento cuarenta y cinco habrán pasado más
de treinta minutos. Pero aunque el tren ya no nos impresiona tanto como cuando
vimos la locomotora —y ya estamos acostumbrados al ruido y a ver pasar vagón tras
vagón— no hemos dejado de ser los mismos observadores y de pensar ante él casi lo
mismo que al comienzo. Ahora bien: supongamos que la locomotora representa el día
de la llegada de los españoles y sus vagones las etapas transcurridas. Así como todos
los vagones pertenecen a un mismo tren, todos los años que han pasado son
elementos de un mismo proceso. O sea que podríamos decir que estamos todavía
viendo y viviendo la conquista española y que reaccionamos más o menos parecido a
como reaccionaron nuestros antepasados. El hecho de que la locomotora (el día de su
llegada) se haya alejado y no la veamos no quiere decir que el tren (la conquista) no
exista y se esté manifestando, con lo que concluimos que si analizamos al observador
de ahora (a nosotros mismos) estaremos analizando también al observador de antes
(al andino de «esa época»). De esta manera entenderemos muchas cosas de «nuestro
pasado».
Quizá todo esto parezca difícil de aceptar, pero hay una diferencia: estamos
sacando de en medio a Occidente y a toda su comparsa para colocar nuestros propios
criterios y valores. ¿Que eso es nacionalismo, fundamentalismo o un puro
egocentrismo trasnochado? ¿Por qué? ¿Acaso todos los que tratan de desarrollar su
propia visión de la vida son automáticamente fanáticos de una secta de asesinos?
¿Acaso todas las revoluciones —incluyendo a la más noble y justa de la «historia de
todos los tiempos» como dicen que fue la norteamericana— cuando son triunfadoras
no reclaman para sí «la causa justa», limpiando de ese modo las matanzas que esa
«libertad» ha costado? ¿Por qué entonces nosotros, por el hecho de querer ser
propietarios de nuestra historia tenemos que ser calificados de insociales e
inconscientes? Y aquí de lo que se trata no es que tengamos que ser «reconocidos»
por nadie. Nosotros no pertenecemos a la «cultura de la televisión» ni somos actores
de ningún teatro occidental buscando aplausos del público. Un lobo lo que quiere es su
presa, no que lo feliciten por ser lobo. ¿Y quién inventó esa palabra «nacionalismo»?
¿Fue acaso un andino? Dejemos entonces a Occidente y a sus conceptos en paz para
que también nos dejen a nosotros en paz. Dejemos de pedirles luz porque nos la
cobran y aquí no alumbra nada. Dejemos de invitarlos y de llamarlos como si fuesen
los bomberos de la historia. No permitamos que, después de intentar meterse a fondo
en nuestra cultura, en nuestras cabezas, continúen pretendiendo hacerlo. (La Iglesia
Católica, al realizar su «nueva evangelización» no hace otra cosa que aplicar una
renovada estrategia para «occidentalizar indios». Pero cuidado: dentro de la Iglesia
hay personas valiosas y honestas, aunque están trabajando a ciegas, es cierto.
Cuidado con ver paranoicamente enemigos por todos lados. Hay que recuperar el

67
derecho a equivocarse y a estar errados sin que por ello se tenga que ir al paredón o
ser asesinado por algún comando para-militar. Tomando en cuenta esta salvedad,
evitemos que esta avanzada católico-occidental destinada al fracaso nos robe la
iniciativa. Seamos nosotros, los andinos, los actores de nuestra historia y
modifiquemos lo que hay que modificar).
Insistimos en que debemos comprometernos con nuestra historia. Pero no con la
visión mortuoria que nos da la arqueología o la antropología, las cuales han sepultado
en el «pasado» a la civilización andina sin preocuparles que, salvo en su aspecto
político, esa supuestamente desaparecida civilización vive y revive con más fuerza que
antes en estos precisos momentos. Repetimos: nuestra historia es nuestro presente.
Mirándonos al espejo entenderemos más de nosotros mismos y de nuestro pueblo que
leyendo miles de libros occidentales escritos por ellos mismos, con relatos en las que
ellos son los personajes principales y en donde emplean sus criterios de valor
racionalistas integrándonos a «su Historia», obligándonos a pertenecer a «su
calendario» y a sus «A.C.» y «D.C.» Hay que desechar esa idea de que historia es el
pasado porque mediante este ardid mental nos tratan de demostrar que nosotros no
somos parte de este mundo presente sino que somos una etapa superada de la
Historia que empezó, según ellos, con el Hombre de Java u otro más antiguo. Y así,
según su línea, resulta que el cholo Mamani es un descendiente directo de Pericles,
hombre de la antigua Grecia, quien a su vez engendró a Newton y éste a Wagner. De
este modo insinúan que todos somos hermanos consanguíneos, solo que unos son más
hermanos que otros y por eso tienen mayores derechos a poseer la tierra. Esto no
puede ser más absurdo. ¿Por qué dan a entender que los antepasados del hombre
andino son los griegos y los romanos? ¿Por qué esas culturas tienen que ser nuestras
«fuentes originarias», nuestras «almas mater», nuestras «madres patrias» hacia las
cuales debemos recurrir para mantener la «pureza» de la sabiduría del «hombre
racional»? ¿Con qué derecho afirman «científicamente» que las etapas por las que
pasa la «Historia del Hombre» son las que establecen en sus libros de sociología? Nos
dicen que es obligatorio que haya un nomadismo para luego darse un sedentarismo y
seguidamente un feudalismo y así continuar —en progresión «ascendente» por
supuesto— hacia las revoluciones y los gobiernos republicanos. Conclusión: si tú amigo
lector tienes la mala suerte de haber nacido en una civilización que no es la occidental
entonces estás perdido. Porque es seguro que te hallas en la etapa primitiva de
agricultor o de cazador-pescador, o quizá no has pasado todavía por tu etapa feudal, o
estás muy lejos aún de llegar a tu etapa industrial. Así de simple. Occidente es la
medida de todas las cosas. Y todo lo que pasó en Occidente «tiene» que pasarle
necesariamente a todo el mundo. Porque —así lo vio Hegel y así lo ven ellos— la
historia de Occidente «es» la Historia del Ser Humano. Y no hay vuelta que darle. Las
otras civilizaciones son circunstancias marginales —los famosos «salvajes» de las
novelas inglesas del siglo XVIII o de las películas gringas del oeste— que no cuentan
para los efectos de elaborar la Historia Universal. Si quieren comprobarlo basta con
que revisen cualquier texto escolar de dicho curso; verán allí que la historia «del
hombre» del cual desciende la actual raza humana empieza en algún lugar de Europa
(el muy blanco hombre de Cro Magnon) para luego pasar directamente a Egipto.
Después nos llevan a las islitas griegas pintándolas como «el centro del mundo», la
«cuna de la civilización humana», que a su vez son agredidas por arcaicos
«Sadamhusseines» pertenecientes a una cultura inferior y salvaje —los persas,
antiguos habitantes del actual Irán— lucha en la cual salen victoriosos los «Aquiles de
rubios cabellos y azules ojos», narración esta que termina con el beneplácito y aplauso
de la platea escolar. Claro que a nadie se le dice que la cultura griega, comparada con
sus contemporáneas Asiria y Egipto, era similar o inferior en trayectoria y en
desarrollo. Pero para la Historia oficial lo importante es resaltar lo que hicieron
«nuestros abuelos los griegos». Los demás son sencillamente los malos de la película

68
que tratan de destruir a nuestros héroes creadores de la «Civilización del Hombre». Lo
mismo podríamos decir de los romanos sin olvidar a Israel, que en los libros se merece
una atención especial, no tanto por su importancia en el desarrollo de los
acontecimientos, sino porque hay que contentar a los poderosos comerciantes judíos
que son quienes financian las investigaciones, las universidades y las publicaciones de
todo el mundo. Podríamos continuar hablando de los señores feudales de «nuestra» (?)
Revolución Francesa que «nos liberó». Y así seguiríamos la lista de los súper-héroes de
la Historia hasta llegar al día de hoy —en línea directa que va desde Sócrates
(personaje imaginario utilizado por Platón para sus diálogos) pasando por César,
Carlomagno, la reina Victoria y Washington— a la cúspide de la humanidad actual: el
norteamericano, el fin de la historia, la perfección de todas las perfecciones, el non
plus ultra de la humanidad. De esta manera todo ese pueblo no es más que la
sumatoria de toda la cultura del hombre desde que apareció en el planeta; y ellos
vienen a ser los paladines de la justicia y de la verdad. Quien no sea como ellos
simplemente está todavía en una etapa inferior del «proceso histórico natural» del ser
humano. Y esto lo aseguran científicamente, pruebas en mano, de modo que
difícilmente puede haber alguien que diga lo contrario. De aquí que mucha gente
piense que: cultura norteamericana es igual a desarrollo; el que nació norteamericano
ya no puede aspirar a nada más porque ya «nació perfecto». Y por efecto contrario:
«cualquier otra manifestación cultural es igual a folclor, o sea, sobrevivencia del
pasado remoto que ya fue y no volverá. Porque «nada puede detener el avance de la
Historia» dicen. «Nada puede detener el progreso del Hombre» vuelven a decir. ¿O sea
que nadie va a detenerlos en su afán de imponer sus patrones y esquemas por todo el
mundo, hasta que no quede cultura viva que se le pueda oponer? Además suponen
algo tácito: que el hombre «progresa». ¿Qué es el «progreso»? Hasta donde
observamos, ellos entienden que «progreso» es la manera cómo un ser humano se
acerca o se aleja de los beneficios de la «Civilización Moderna». Habrá progresado si
está más «civilizado» y no habrá progresado si sucede lo contrario. Entonces si, como
hemos visto, Civilización es igual a occidentalización, quiere decir que «progresar» es
llegar a ser un occidental, un norteamericano en fin de cuentas. O sea que, en última
instancia, la frase debe ser así: «nada puede detener la occidentalización del hombre».

Detengámonos en esta última idea: «nada puede detener la occidentalización


del hombre». Por lo visto para ellos hay un solo tipo de hombre. No dice Los Hombres.
Dice El Hombre. O sea que Mr. Johnson y Pedro Condori, al igual que Francois Petit y Li
Chang están en igualdad de condiciones. Son hijos de la misma madre. Hablan, sienten
y caminan igual. Tienen las mismas obligaciones y los mismos deberes. Todos
reaccionan de la misma manera. Todos creen en lo mismo, con pequeñas variantes, y
todos harían igual, si estuvieran en la oportunidad de hacerlo. Todos anhelan lo mismo
en la vida. El hombre occidental ha igualado al ser humano bajo idénticos principios. A
todos nos corta con el mismo cuchillo. A su criterio, todos actuamos por los mismos
motivos que él tiene para actuar. No hay ninguna diferencia, salvo la que dijimos en
cuanto al nivel de «progreso». A todos nos ha metido en un solo costal; a grandes y
chicos, a gordos y flacos, a negros y blancos. La unificación total. El catolicismo en su
máxima expresión. Entonces, dado que todos los seres humanos somos «iguales»,
ellos han creado leyes válidas y obligatorias para todos. Ellos dicen: «Que todos
respeten lo mismo. Que todos crean en lo mismo. Que todos piensen lo mismo. Que
todos hagan lo mismo». Y bajo la amenaza de una Condena Universal, vía las Naciones
Unidas o de la OTAN. No importa que algunos «atrasados» traten de defenderse
apelando a sus costumbres «primitivas». Ahora todos los seres humanos tenemos que
ser «iguales» por voluntad o por fuerza, y todos tenemos los mismos «derechos», así

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como también (y ahí está la trampa) las mismas «obligaciones». Nos hacen creer en la
igualdad universal aplastando nuestras culturas porque en el fondo lo que quieren es
imponernos sus «reglas» de juego —léase «Derechos Humanos», globalización del
mercado, supremacía del comerciante en la raza humana; en suma: imponer el «homo
economicus»— para que respetemos sus intereses y propiedades y así poder satisfacer
su destino hegemónico, el cual les parece tan natural. En conclusión, la jugada está en
la «igualación» que nos imponen para luego cogernos desarmados, sin nuestra cultura
original, y así convertirnos en una más de sus piezas.
Cuidado entonces con la «Hermandad Universal». Mejor es ser solo buenos
vecinos que malos hermanos que se sacan los ojos. Cuidado con aceptar tan
fácilmente la noción «El Hombre», pues nos están metiendo a todos en su camión
«histórico» como si fuéramos un saco de papas, un relleno más en sus estudios al que
hay que colocar en algunas páginas de sus textos como «culturas menores». Cuidado
también con los «indigenistas, folcloristas y ecologistas», que no hacen más que
seguirle el juego a Occidente reafirmándole que, efectivamente: existen los pobres
«indígenas» a quienes hay que proteger (insisten torpemente en llamarnos «indios»
sabiendo que esos señores viven en la India. ¡Hasta cuándo tanta ignorancia!); existen
las manifestaciones culturales primitivas a las que hay que estudiar, conservar y
archivar; existe un mundo «natural» —lleno de pajaritos, arbolitos, monitos en peligro
de extinción, selváticos en peligro de extinción, ballenas, focas y ositos— que hay que
amparar y salvar del «incontenible avance de la Civilización». Cuidado también con la
«Libertad» que nos la tratan de introducir con cucharita o con vaselina, aunque esa
«su» libertad no nos sirva para nada ni nos interese. ¿Quién les ha dicho que «todos
los seres humanos tienen en la libertad a su objeto más preciado»? Ello fue una
creación de los emergentes burgueses de Inglaterra y Francia, ávidos por destronar a
los reyes para controlar sus naciones e imponer su capitalismo, quienes no
encontraron mejor estrategia política para engañar a los campesinos que sembrando la
idea de una «libertad total en el ser humano». Lo mismo han hecho con su
«Democracia». El hombre andino ni siquiera tiene palabras en su idioma original que
expresen esos términos. Nosotros no necesitamos ni de «su» libertad ni de «su»
democracia para poder vivir. Tenemos nuestra propia manera de hacer las cosas y de
arreglar nuestros problemas. No necesitamos «profesores de libertad y democracia»
venidos de Europa. Esos no son problemas nuestros. Cualquier comunidad andina
puede demostrarnos la capacidad de organizarnos coherentemente y en paz sin pensar
en ningún momento en esos dos famosos conceptos, tan a flor de labios en los
políticos, hombres de negocios y asesinos modernos. Cuidado también con el concepto
«Paz». ¿La paz de quién: del victorioso occidental que necesita tranquilidad y orden
para imponer su mercado-cultura? Y cuidado también con hacerle la guerra a
Occidente imponiendo «el otro Occidente». El comunismo pretende occidentalizar «a la
mala» a nuestra cultura para convertirla en «desarrollada», llena de fábricas y de
obreros. Eso también es hacerle el juego pues, una vez que tengan a nuestra nación
llena de industrias y de overoles, al capitalismo no le va a costar absolutamente nada
aposentarse definitivamente. Para muestra vean lo que ha pasado con Rusia y con
China. ¡Qué mejor favor se le puede hacer a Occidente que convertir a nuestra cultura
en una hija hecha «a su imagen y semejanza», —con sus mismas tecnologías, ciencias
y métodos— borrando así definitivamente del mapa nuestras expresiones «nativas» y
dejando campo libre para que el «desarrollo y el progreso universales» penetren y se
posesionen de todo!
Nosotros somos otra civilización, independiente de Occidente. Somos la
civilización andina, que surge silenciosa pero segura de sí misma para reemplazar a la
ya decadente, superficial y nunca triunfante Occidente. La «Historia del hombre» no es
nuestra historia. La «Civilización Universal» no es nuestra civilización. Somos otros
hombres con otra historia que no es lineal y progresiva sino «presental» e integrada,

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donde el pasado, el presente y el futuro son una misma cosa, así como cuando las
ánimas de los muertos intervienen en el mundo de los vivos, o los dioses —que
conocen nuestro destino— nos indican los pasos a seguir. Y nuestra historia no
significa museo, sino actualidad. Tenemos que ser conscientes que al manejar la
actualidad estamos manejando el ayer, el hoy y el mañana de la civilización andina al
mismo tiempo. Han transcurrido más de quinientos años desde la llegada de los
conquistadores pero para nuestro mundo andino esa invasión continúa ocurriendo
ahora, tal como lo podemos ver al darle vuelta a nuestro «mate burilado». En él vemos
al español llegando hace cinco siglos y también al español llegando en este momento.
Igualmente vemos a Atahualpa siendo ajusticiado y también a Atahualpa expulsando a
los occidentales del mundo andino. Todo es una sola cosa y lo que una vez fue puede
volver a ser y seguir siendo siempre, y no necesariamente con las mismas ropas ni con
los mismos utensilios.
En resumen, la civilización andina está retornando al mismo punto en donde la
interrumpieron. Es como si no hubiera pasado nada aunque también han pasado
muchos años. Y a esos siglos se los llevará el viento, como un sueño que al despertar
se nos va de la memoria. Sabremos que en nuestro mundo algo ocurrió, pero no
recordaremos qué. Solo nos quedará la sensación de que tuvimos una pesadilla y nada
más.

La Ciencia

Vemos cómo actualmente los occidentales han copado todos los espacios
posibles de la tierra, tanto los habitables como los inhabitables. Mediante su tecnología
han sido capaces de controlar cómodamente sentados, delante de sus pantallas, lo que
antes era inescrutable para la percepción humana con los cinco —ya primitivos—
sentidos. Gracias a sus satélites nos observan casi al milímetro, así como observan el
Universo, en lo que consideran «la mayor gloria alcanzada jamás por el ser humano».
Por supuesto que se trata de «su» ser humano, pues para ellos el ser humano es tal
como lo imaginan. Y esa forma de pensar la han generalizado hasta el punto de dividir
al hombre en dos clases: los contemporáneos, o sea, los occidentales, y los
«primitivos», los aún no occidentalizados. Este esquema mental es el que explica todo
el mundo que hoy conocemos. También es la raíz y el origen de todas nuestras
desgracias y lamentaciones. Es por eso que ellos son los «desarrollados» y nosotros los
«subdesarrollados». Por eso es que el mapamundi coloca a sus países en la parte
superior y a los nuestros en el inferior. Pero todo esto no es más que un punto de
vista. No decimos que lo que ellos piensan sea falso y lo nuestro verdadero.
Simplemente que su opinión de la verdad es tan válida como la nuestra, puesto que la
verdad como tal no ha existido ni existirá nunca. Cada civilización en su momento
creyó poseer siempre una verdad y pensó que había alcanzado la mayor sabiduría de
«todos los tiempos». Así que no es nada raro que ésta civilización caiga en los mismos
errores que sus antecesoras. A lo que vamos es a que si tratamos de seguir viendo la
vida a través de este cristal, que es «su» cristal, seguiremos siempre siendo los
«inferiores», sin solución ni remedio. Solamente si llegamos a invertir la polaridad de
nuestros criterios de verdad lograremos liberarnos de los estigmas de ser «seres
humanos de segunda clase». Para esto tenemos que desarrollar una estructura mental,
una forma de pensamiento que nos libere de este dominio. Tenemos que «voltear el
mapa» y poner arriba lo que estaba abajo.
En principio debemos observar los fundamentos que hacen que Occidente
imponga su ley. No son exclusivamente las armas; lo fueron en un principio. Ahora lo
es la ciencia, el conocimiento. Ella es la columna vertebral sobre la que se sustentan
todos sus esquemas. Allí donde la ciencia es aceptada como tal, allí hay dominio
occidental. Entonces tenemos que derribar a este becerro de oro de su pedestal.

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Mientras siga reinando no habrá forma de demostrar que no somos esos «inferiores» y
continuaremos siempre sometidos a sus trucos tecnológicos y a sus artificios mentales.
En la práctica, la ciencia solo es un esquema utilizado como una forma de justificar el
dominio y la prepotencia que ejerce la civilización occidental sobre las demás. Es
importante que lo entendamos así porque ésta es la verdadera razón de su auge y
existencia. Veámoslo mediante un ejemplo. Si una civilización campesina hubiera
llegado a dominar el mundo o parte de él, seguramente habría impuesto los esquemas
mentales que justificaran su hegemonía. Estos serían, probablemente, criterios
religioso-agrarios como los siguientes: «en una cultura agraria no existe posible
desligazón entre hombre y medio ambiente; entre hombre y naturaleza. Este forma
parte de la naturaleza y no es un agente ajeno a ella. Así, para él la naturaleza
siempre será lo primero. Sería una locura pretender colocar a una de sus criaturas,
como lo es el hombre, antes que a la naturaleza. Ella siempre es madre y es diosa (o
dios). Ella sí existe y está viva. Para quien cree que la tierra tiene vida le es imposible
pretender anteponerse a tal enormidad de poder. Por lo tanto, antes que el hombre,
está la naturaleza. Desconocer esto sería tratar de definir el árbol como un producto de
la hoja».
Sin embargo, para una civilización urbana, como lo es la occidental, las cosas
no son así. Para el occidental la naturaleza como ser «no existe», no tiene vida. Esto
no quiere decir que niegue lo obvio, la materia; pero para este hombre es solo eso:
materia, cosa. Algo que se usa, se desgarra, se escupe y se bota. Para él no hay otro
elemento que importe que no sea el hombre. Pensando así es que ha llegado a la
conclusión de que la naturaleza está a su único y exclusivo servicio. Todo objeto que
se le cruce por su camino está a su entera disposición. ¿Y Dios? Lo concibe como una
idea, algo inmaterial, indemostrable, y que solo vive en su conciencia. Por último, crea
o no crea en Él, lo mismo da; igual hace lo que le parece. Esta es la cuna de ese
monstruo sagrado llamado ciencia. Es un modo de enfrentarse a la vida diciéndole:
«solo yo tengo derecho a ser y existir. Tú eres nada. No cuentas».
Quien ama a la tierra, al árbol, a la montaña, al cielo; quien respeta al río, al sol,
a la luna, al animal; quien no se pone en la «cumbre de la creación» no puede creer ni
aceptar de ninguna manera a esa ciencia. Miren a dónde conduce: a la destrucción y a
la locura. ¿Y la medicina? Siempre la hubo. Cualquier animal se «medica» a sí mismo.
Todas las civilizaciones la tuvieron. ¿Y la ingeniería? ¿Realmente es necesaria? ¿Y qué
hay de los millones de seres que viven y han vivido durante milenios ajenos a ella? ¿Y
qué hay del llamado hombre de Neandertal que pobló Europa y que parece que ignoró
toda esta «sabiduría»? El hecho es que, aunque pongan mil argumentos, tienen que
reconocer que el hombre no necesita de la ciencia para vivir. Entonces ¿qué obligación
tenemos de preocuparnos por acceder a ella? ¿Por qué tanta desesperación y lamentos
por no tenerla? ¿No vemos acaso que nuestros hermanos campesinos, quienes viven
en su desconocimiento, están demostrando que nuestra civilización andina tiene más
fuerza y vitalidad que Occidente? Pero ojo: no confundamos lo que es esa ciencia con
la utilidad elemental de la mecánica. Nada tiene que ver una con la otra. Cualquier
animal puede usar una extremidad como palanca sin haber estudiado nunca física. La
ciencia es una forma de imponer un orden, un dominio, un criterio, una forma de
pensar occidental. El día que empecemos a reírnos de ella estará empezando nuestra
liberación. Porque en verdad no nos es indispensable. Ellos sí la necesitan para sus
ejércitos. ¿Financiarían algún proyecto científico cuyos resultados produjesen a la larga
el fin de su hegemonía mundial? Sería imposible (Y, sin embargo, existe todo un
universo de experimentos y pruebas condenados a las oscuras cavernas del ostracismo
por ser «nocivos para el poder», esperando su libertad). Nosotros no necesitamos esa
ciencia puesto que la civilización andina, silenciosamente, se desplaza por sus propios
medios.

72
Nuestro yo occidental

Una de las maneras cómo impone sus criterios la ciencia occidental es tratando
de universalizar la historia; tratando de concebir una «Civilización Universal».
Civilización con C mayúscula para diferenciarla de las civilizaciones. Utiliza todos los
recursos para demostrarnos fehacientemente que la historia del hombre es una sola,
desglosada en muchas partes y repartida por toda la tierra. Es la típica tesis de los
conquistadores de siempre. Revisando sus libros encontraremos las clásicas
expresiones: «El ser humano siempre...«, «Porque el hombre cuando descubrió el
manejo del fuego...«, «Historia de la Humanidad», «Porque todos los seres humanos
tenemos las mismas necesidades», «Porque todos somos iguales», «El progreso del
hombre», «La vida humana», y todos los etcéteras imaginables en los cuales
encontramos la globalización de «El hombre» dentro de la perspectiva occidental. Es
así cómo nos explican que el hombre empezó aquí y de esta manera, evolucionó así y
asá, hasta que, finalmente, llegamos al día de hoy en que el hombre ya es un ser
«civilizado» —como los que viven en Nueva York— y que ya dejó de ser un primitivo
como los que aún viven en los países «subdesarrollados». Luego de escuchar todos
sus argumentos, apoyados por todas sus ciencias, respaldados por todas sus
instituciones, solventados por todas sus empresas, protegidos por todos sus
armamentos, ¿qué loco se atrevería a intentar oponerse a tamaña monstruosidad de
lógica? Para ellos todo ya está dicho. Lo repiten las universidades, los medios de
comunicación, los religiosos, los padres de familia y, finalmente, lo repetimos nosotros
mismos sin darnos cuenta del engaño. ¿Y cuál es la única razón por la que lo
aceptamos? Por miedo. Pero no es cualquier miedo. Es un miedo profundo. Un miedo a
perder el piso. Un miedo a decir lo que se ve. Miedo a reconocer que el hombre no
necesita ropaje para abrigarse. (¿Quién no ha visto por la ciudad pasearse un loco
desnudo? ¿No dicen que sin ropa no podemos vivir pues nos moriríamos de frío?). Mas
no hay que tener miedo cuando se toma conciencia de estas cosas. No vamos a pedir
que salgan desnudos por las calles, de ninguna manera. Lo que queremos decir es que
dentro de nosotros mismos hay un bicho occidental que no nos deja vivir en paz.
Claro, es producto de toda una vida de enseñanza y de presiones. Pero si analizamos
bien nos daremos cuenta de que esa es la causa de todos nuestros pesares. ¿Que
todos nuestros problemas consisten en que no tenemos dinero? Pues allí está nuestro
yo occidental materialista que ha reducido la vida a un simple proceso económico.
¿Que las dificultades son de orden social, que esta vida es injusta? Cierto: «esta» vida
es injusta. Una vida tal como la estamos llevando, donde los que están con los
poderosos y piensan como ellos pisotean a los que no piensan igual. Y los pisotean
donde más les duele: en sus aspiraciones de ser occidentales, de llegar a poseer lo que
ellos poseen. ¿Que los problemas son de orden moral? ¿Que es una sociedad corrupta
que nos agobia y hace que el Estado funcione mal? Pero... ¿de qué moralidad estamos
hablando: la del hombre andino o de la del hombre de «cuello y corbata»? ¿Qué
corrupción: la de los valores importados desde Europa como modelo de vida y que no
tienen aquí ningún sustento real? ¿Qué Estado: el que sueñan los «modernistas» y que
desde que se fundó la Colonia no ha logrado ni logrará nunca asentarse en nuestro
suelo porque es solo una mala copia, un pésimo calco de la realidad europea que aquí
se trató de imponer a la fuerza? Como les decíamos, si continuamos aferrados a
Occidente nos seguiremos abrazando a un fracaso. Es como querer unirse a un ejército
que va en retirada y, por supuesto, solo vemos muerte, heridas, desconcierto,
lamentos y destrucción. Asirnos a esa cultura muerta es como si nos agarráramos de
un árbol que aparentemente está vivo y que todavía cubre con su sombra grandes
espacios del bosque, pero que por dentro está hueco y solo le falta un empujón para
que se venga abajo. Porque la civilización occidental es eso: el cadáver de un árbol
que todavía permanece en pie. Por otro lado, si nos aunamos a la causa emergente de

73
la civilización andina, si empezamos a ver que todo lo que sucede no son más que
manifestaciones del fenómeno de su surgimiento, si comenzamos a sentirnos parte de
esta eclosión de poder, entonces estaremos incorporándonos al ejército ganador. Y en
vez de entristecernos porque esta sociedad no sepa a dónde va nos alegraremos de
sentir que nuestro día se acerca; de que viene el momento en que ya no seremos «los
primitivos» tal como nos califican; de que ya no haremos caso cuando nos saquen sus
libros y pretendan demostrarnos que la ciencia dice que somos parte de un «todo
universal» y que debemos seguir ese proceso histórico válido «aquí y en todas
partes»; de que ya no tendremos miedo de que se rían de nuestras costumbres y de
nuestra manera de ser; de que ya no necesitaremos pasar por ninguna universidad ni
acumular dinero para poder vivir; de que todo lo que nos digan a través de los medios
de comunicación ya no nos afectará ni nos interesará. Y así, con girar simplemente
nuestro pensamiento, estaremos empezando a ser ganadores. Y barreremos la casa de
toda esta suciedad. Y expulsaremos de nuestro interior a ese incómodo huésped
occidental que nos repite constantemente: «Tú eres inculto, ignorante. No tienes
formación ni estudios. No eres nadie porque no tienes dinero. Tú no vales porque no
eres como los gringos o los europeos. Tú qué vas a saber de la vida. Más bien aprende
de ellos. Porque ellos sí valen, por eso mandan en el mundo. Y así será por siempre
porque la Historia del Hombre lo demuestra. Y, sobre todo, porque la ciencia, que solo
ellos manejan, lo ha dicho. ¿Vas a atreverte tú a contradecirla? En cambio mira a ese
hombre ejemplar: el sí sabe. Nació en tu país pero ahora vive en Nueva York y ha
recorrido Europa. Ha estudiado en varias universidades del extranjero y es un
profesional de éxito. Por eso tiene dinero y lo respetan. El sí tiene derecho porque es
un señor y habla igual que un europeo y piensa y vive como él, mientras que tú no.
¿Cuándo serás así? Tal vez nunca, eso es seguro. Por eso mereces lo que te está
pasando».
¿Quién de nosotros no ha pensado así alguna vez? Pero eso se acabó. Así como se
acabaron sus «verdades universales» y sus «ciencias» y sus ideas y sus religiones y su
dinero. Ahora tendremos nuestros propios argumentos para vivir como somos y como
queremos ser. Ahora ya sabemos que no existe «una Civilización Universal» sino que
eso es solo una forma de cómo tratan de imponerse. Que nuestra civilización, la
andina, está logrando su proceso de consolidación, interrumpido durante quinientos
años —que a la luz de nuestra forma de entender el tiempo solo es un instante— y
ahora, revitalizada, está culminando su proceso de unificar el mundo para darle
sentido y poder existir plenamente, sin la incómoda cáscara que significa esa sociedad
en retroceso que es la occidental.

Civilización andina

En principio es necesario que hagamos un deslinde con lo que el consenso


popular y los antropólogos llaman andino. En general se considera que lo andino es un
concepto que define a una civilización circunscrita eminentemente a la sierra e
identificada principalmente con el pasado. Para nosotros la nueva forma de entender
este concepto es: la civilización andina es aquella que actualmente se viene
desarrollando en todo el ámbito que abarca la cordillera de los Andes, incluidas sus
zonas costeras y selváticas. Lo que queremos decir es que todos los habitantes,
urbanos y no urbanos, que hemos nacido en este medio somos andinos, sin importar el
color de nuestra piel ni nuestro idioma: somos andinos, así estemos oprimidos,
atrapados y seducidos por la civilización dominante que es la occidental. Somos
andinos, aunque lo neguemos o no lo veamos así. Solo los privilegiados que viajan a
Europa o Estados Unidos logran comprobar qué tan cierta es esta realidad (ya que
para la mayoría este conflicto es parte constante de sus vidas, sin que puedan detectar
el origen de su desgracia). Aunque a algunos les pese, Occidente no ve a los andinos

74
disfrazados de europeos como occidentales, por más que se parezcan a ellos y hablen
sus idiomas. Siempre los tildarán de «hispanics», «sudacas», «latins’, etc. Y lo que
más les duele a esos «asimilados» es cuando notan que sus ídolos anglosajones se ríen
a sus espaldas, incluso después de que han compartido un excelente «negocio» —el
cual casi siempre consiste en ser intermediarios en la venta de alguna de las riquezas
naturales de sus países de origen. En suma, para lo único que estos occidentales de
segunda sirven es para ser los «felipillos» (Felipillo fue el nativo traductor de Francisco
Pizarro durante la conquista. Su nombre ha pasado a ser símbolo del traidor a su raza)
que se encargan de decirle a los «gringos» dónde está el «oro de los Incas». Pero
¡quién les hace entender a estos empleados del Banco Mundial, del Fondo Monetario
Internacional, o de transnacionales como la J.P. Morgan que ellos jamás serán
considerados auténticos occidentales, por mucha globalización y justificaciones que de
por medio esgriman!
Queremos darle al concepto de andino la contemporaneidad y extensión que
realmente tiene. Toda esta fuerza vital humana que crece y se reproduce cada vez más
en nuestro medio es una prueba irrefutable de la existencia de una civilización que no
ha desaparecido como pretenden hacernos creer. Y es importante señalar que esta
fuerza no proviene de las canteras occidentales, las cuales ya están agotadas, como
tampoco es un movimiento informe y caótico. Tiene sentido, tiene su propia alma: la
andina, y se mueve conscientemente hacia una dirección: la toma del poder, único
aspecto que todavía le falta completar.
Vamos a poner un ejemplo: lo ocurrido en las elecciones presidenciales de 1990
en el Perú. Si nos centramos solamente en este proceso, sin entrar a evaluar lo que
pasó después con el falso, mentiroso, traidor y estafador hombre que se aprovechó de
las circunstancias (Alberto Fujimori), podríamos decir que nunca se pensó que el
hombre común, el «pueblo», pudiera tomar sus propias decisiones, al margen de la
manipulación de los occidentalizados grupos de poder o partidos políticos. Estos
hicieron lo imposible por «orientar» la votación —incluso sacando en procesión al
patrono de la ciudad, el Señor de los Milagros— pero todos sus esfuerzos fueron vanos.
El ejercicio de la democracia se cumplió en su forma más auténtica, como pocas veces
se ha visto en el mundo occidental. Esto porque en los países occidentales nunca se ha
dejado de condicionar a los votantes, convirtiendo la supuesta «plena libertad de
elección» tan solo en una farsa donde todo está fríamente calculado, haciéndole creer
a la gente que realmente ellos han elegido cuando en verdad solo han sido hábilmente
manipulados. Y si se está pensando que esto no sucede en Estados Unidos peor aún:
nunca ha habido un terreno más fértil que ese país para desarrollar el control del
pensamiento. Recuerden que son los maestros de las ciencias de la comunicación, las
cuales se utilizan, no solo para «orientar» a la gente, sino para hacer a la gente
«orientable». En pocas palabras, desde niños ya los educan para que sean carne de
cañón a quienes se les puedan imponer las ideas. Son personas a las que se les ha
programado para obedecer tal y como se les indica. En cambio en el Perú esos medios
de comunicación e imposición (u «orientación») se estrellaron contra una nación en
proceso de independencia, siéndolo cada vez más de la influencia de Occidente y, por
lo tanto cada vez menos manipulable por las formas de control. Estos medios masivos
no es que hayan dejado de ser eficaces, impotentes o mal aplicados. Lo que sucede es
que ellos funcionan en la medida que se apliquen en seres humanos ya
occidentalizados y que respondan a todos los estímulos. Pero que si se pretende
utilizarlos con seres que, en vez de estar occidentalizándose se están andinizando, o
bien des-occidentalizando, lo único que van a producir es una reafirmación de la
invalidez de la cultura occidental en aquellos a quienes se pretende manipular. El
pueblo del Perú, irónicamente, demostró, usando como medio la mismísima
Democracia Liberal occidental, lo que parecía imposible: la verdadera libertad de
elección, dándoles una lección a sus mismos creadores y dejando ver en claro que, en

75
la civilización andina, la libertad no es un «concepto» o idea al que hay que aspirar,
sino que es una realidad, una verdad actual, una condición esencial del hombre
andino. Es por eso que se dio un inconsciente consenso para decirle «no» al candidato
Mario Vargas Llosa que representaba «la modernidad», que es igual a
«occidentalización». Es por eso que, calladamente, el pueblo peruano ejerció la
libertad que sí tiene y decidió lo que le pareció más adecuado. ¿Se puede actuar con
libertad si uno no la posee? ¿Podía el pueblo peruano decidir por su voluntad, al
margen de los medios de influencia occidental, si es que no fuera ya dueño de sí
mismo? No confundamos la libertad tal como la entiende Occidente, en el plano de lo
político, con la libertad que se da en los planos culturales o religiosos. La experiencia
nos ha demostrado que estas son más válidas y poderosas que la política, al punto que
esa es la razón por la que ha sobrevivido la civilización andina, al margen de que haya
perdido esa libertad política. Y lo no político es tan fuerte que ha corroído las formas de
poder occidentales, de tal manera que ya no pueden resistir el embate de su fuerza.
Por eso decimos que en la nación andina sí hay libertad —todavía no política, pero muy
cerca de que eso suceda. Y además hay toda una serie de atributos y elementos que,
en su esencia, son similares a los que nos vende Occidente: se da la democracia, pero
ejercida a la manera andina; se da el comunismo en su más puro sentido de la
palabra, tal como sucede en nuestras comunidades. Y por último, hay también
«felicidad», pero entendida al estilo del mundo andino: como equilibrio del hombre con
su medio, en armonía con la naturaleza, y no en guerra con ella para extraerle todo el
«jugo» posible y explotarla «al máximo» para utilizar «todos sus beneficios» (típica
fraseología occidental en la que da a entender que él es el Rey de la Creación y que la
tierra es un tremendo pedazo en bruto a su servicio exclusivo, dado que solo él tiene
derecho a existir y a decidir el destino de la vida).

Quiénes somos los andinos

Hay una poderosa fuerza viva en nuestra civilización que nos hace ser como
somos. ¿Y cómo somos? Muy sencillo. Hagamos un deslinde. Todo aquello que
quisiéramos ser y no podemos pertenece al esquema occidental, ajeno a nosotros y
que es impostado, falso. El resto, lo que nos queda, es lo que realmente somos: todo
aquello que diariamente negamos y lamentamos ser. Un sicólogo occidental diría que
somos «esquizofrénicos» porque tenemos dos personalidades o actitudes en una
misma persona. Una, la que realmente somos y que negamos; la otra, la que
pretendemos ser. Este esfuerzo desquiciado de «ser» y al mismo tiempo «no querer
ser» es lo que produce todos nuestros males y miserias. Solo cuando un ser humano
«es» una sola cosa y tiene una sola personalidad es cuando está sano y equilibrado.
Nosotros, en nuestro loco afán por ser occidentales a la fuerza cuando estamos siendo,
sin darnos cuenta, cada vez más andinos, terminamos por no ser ni una cosa ni otra.
Es por eso que siempre hemos tenido una forma de ser indefinida, tímida, insegura,
torpe, etc., cosas que abandonaríamos si asumiéramos nuestra verdadera
personalidad: la andina, y no la occidental. Es algo así como llegar a casa, arrojar la
corbata y todo lo que llevamos encima, para ponernos nuestra ropa de diario y decir:
«por fin, ahora soy yo mismo y puedo comportarme como a mí me da la gana, sin
tener que arrodillarme ante nadie ni pedir permiso para nada. Esta es mi forma natural
de ser».
Cuando una civilización está consolidada en sí misma todos los aspectos generales
de su vida están concatenados. Sus manifestaciones artísticas, sociales y culturales
hablan de sus creencias religiosas, al igual que estas últimas son un reflejo de las
primeras. Igualmente su organización laboral y política responde a los esquemas
culturales y viceversa.

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Los tres momentos de la civilización andina

En nuestra civilización existen tres momentos importantes. El primero es el que


antecede a la llegada de los occidentales y comprendía un proceso de evolución y
consolidación. El segundo es el de la llegada de Occidente con sus aportes y
distorsiones, del cual todavía estamos viviendo sus rezagos. El tercer momento es el
del resurgimiento del poder político de las naciones andinas por sobre los intereses de
los herederos y representantes de la civilización occidental.

El primer momento: evolución y consolidación

Comprende todo lo que ocurrió antes de la llegada de los conquistadores


españoles. Ya existía una unidad de civilización que hacía similares los distintos micro-
mundos que se daban en torno a los Andes. Esta similitud es la que permitía que, por
ejemplo, el inca Pachacútec respetara el culto del dios Pachacámac, adicionándole un
templo en su parte posterior dedicado al dios Inti. Ambas concepciones religiosas
podían coexistir porque había afinidades culturales, siendo todas culturas sedentarias,
agrarias y politeístas.

El segundo momento: La continuidad de nuestra actitud ante el dominio

Este es el momento de la llegada y permanencia de Occidente en nuestros


territorios. En esta etapa sí hubo bastante diferencia entre lo que hizo Pachacútec con
los pueblos que conquistó y lo que hicieron los españoles. Los occidentales son
fundamentalistas y solo creen en su dios y en su cultura, por lo tanto no pueden
aceptar compartir el mundo o la naturaleza con otros dioses y culturas. Esto los lleva a
ser violentos, ya que esas ideas solo se pueden imponer por la fuerza. Entonces
confunden validez con supremacía y piensan que ellos, porque se imponen por las
armas, son más válidos que los demás. Como consecuencia de este error de
apreciación llegan a la conclusión que el único plano que determina al ser humano —ya
que ellos conciben solo «un» ser humano que, cosa curiosa, es como ellos— es el
político. Es así que les interesa principalmente este aspecto, dejando los otros para el
usufructo de quien lo desee, salvo en los casos en que necesiten intervenir para
consolidarse. Esto lo hacen muy superficialmente y se contentan con que los
dominados cumplan las formalidades. Por lo tanto, la presencia occidental en nuestro
territorio se limitó a ser fundamentalmente una presencia en el plano político, razón
por lo cual no encontró gran oposición ni mayor obstáculo de parte de la nación andina
por cuanto afectaba solo a una porción de su ideosincracia. No decimos con esto que
no hubo oposición o que se aceptó fácilmente la dominación. Sí hubo oposición, pero
solo de las clases que disfrutaban del poder político andino. Ellas no sobrevivieron pues
prefirieron morir a someterse.
Y aquí llegamos a un punto importante. Los andinos contemporáneos de los
conquistadores no aceptaron la esclavitud ni el sometimiento más de lo que nosotros lo
aceptamos ahora. ¿Quién es más cobarde: el que se somete a una espada o el que lo
hace ante un pagaré, a una deuda externa? Las condiciones de conquistador y
conquistado no han cambiado mucho, o casi nada. Han podido variar los objetos, ser
más largos, más complicados, hechos de metal o de plástico, pero la situación
fundamental es la misma. Reiteramos: no es que hayamos aceptado la conquista
política de nuestra sociedad tan fácilmente sino que tal vez, por la manera cómo
somos ahora, nos explicamos por qué ese plano social no nos es tan fundamental
como para que entreguemos por él la vida ya que, por lo visto, valoramos más
nuestras otras libertades. No queremos decir que nuestra libertad política no nos

77
importe y que la entreguemos al primero que se aparezca, repetimos una vez más. Sí
nos importa y es esencial para lograr el equilibrio como personas dentro de nuestro
mundo andino. Pero ¿cómo se puede discutir con un loco como es el mundo
occidental? Una civilización sana como la nuestra ¿cómo se va a poner a la altura de
una desquiciada cuyo único objetivo es dominar y destruir a otras civilizaciones para
existir solo ella? Supongamos que viniese por la calle un loco alto y robusto, armado
de palos y piedras y con la intención de pegarnos ¿nos pondríamos a su altura
sabiendo que es más fuerte que nosotros? ¿Trataríamos de dialogar con él? En ese
caso lo más inteligente sería eludirlo e ignorarlo. Y si no fuera posible lo uno ni lo otro,
ya que nos han encerrado en un cuarto con él ¿qué haríamos: nos suicidaríamos? Tal
vez en ese caso lo más prudente sería soportarlo en lo posible hasta esperar a que se
canse, porque difícilmente se le pasaría su locura. Una vez que estuviera agotado y se
durmiera, nos incorporaríamos, a pesar de los golpes recibidos, y silenciosamente lo
amarraríamos para librarnos de su agresión. Este loco furioso, llamado Occidente, ya
se cansó y está bajando la guardia. Aquí, en nuestro medio, se está durmiendo sobre
sus laureles y, en el momento que menos imagine, lo vamos a atar y a embarcar de
regreso. De esto es lo que hablaremos cuando tratemos la tercera etapa de nuestra
civilización.

El tercer momento: hacia la recuperación de nuestro poder

Decíamos entonces que en un primer momento nuestra civilización andina se


estaba consolidando en una unidad política mediante los esfuerzos del pueblo incaico,
pero que esto no quería decir que no tuviese una unidad como civilización; la tenía,
pero a través de la similitud de manifestaciones culturales y religiosas. Dicho de otra
forma, las diferencias entre estos pueblos se hallaban fundamentalmente en el plano
político, mas no eran significativas en los otros planos. Pero en el segundo momento se
presentó el elemento occidental con el que sí había diferencias fundamentales en todos
los planos. Esta civilización, que irrumpió en el desarrollo de la nuestra, no procuró
desaparecernos sino que, más preocupada por dominar el plano político —según lo
exige su cosmovisión— descuidó los otros planos por considerarlos, como aún en la
actualidad, secundarios con respecto al primero. Así, gracias a ese pensamiento,
pudieron sobrevivir nuestras manifestaciones culturales y nuestras religiones ocultas a
los ojos de los extranjeros que solo miraban —y miran aún— las posibles riquezas
materiales que puedan obtener de nosotros. Preservados entonces casi todos nuestros
aspectos fundamentales que nos dan sentido como civilización es que ahora podemos
tentar el recuperar el aspecto faltante: el político. Pero antes que llegue ese momento,
que es el tercero, hay un cierto camino que recorrer y consiste, primero, en darnos
cuenta de este fenómeno; percibirlo y tenerlo claro en la mente; convencernos que
somos una civilización viva y emergente, diferente de la occidental en proceso de
extinción; recuperarnos a nosotros mismos sobre nuestros propios pies. Se trata de
concebir que existimos como una realidad distinta y diferenciada, que no somos parte
del «mundo» de nadie, que no pertenecemos a ninguna «historia del hombre», y
menos aún, que no somos los «subdesarrollados» con respecto al mundo
«desarrollado». No somos nada con respecto a nadie; somos nosotros mismos y punto.
El lugar que ocupemos en el mundo lo definiremos nosotros mismos cuando nos
parezca conveniente hacerlo, así que no debemos permitir que nos arrumen como
ganado dentro del camión de su «Historia» porque de ese modo siempre seremos un
«bulto» pesado que los «desarrollados» tendrán que soportar (o explotar). Una vez
que tengamos conciencia de nuestra independencia con respecto al mundo occidental
el siguiente paso será aunarnos al desarrollo natural de las cosas.
Pero en este punto se preguntarán:¿por qué no planteamos un inmediato
alzamiento en armas? Porque podemos estar cayendo en el juego de los occidentales

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para quienes las cosas tienen que ser resueltas y definidas solamente así. Tengamos
en cuenta que ellos piensan como lo que son: unos seres violentos. No nos
apresuremos porque ese no es ni nuestro camino ni nuestro modo de ser con respecto
a nosotros mismos. Nosotros somos seres pacíficos por naturaleza y tenemos la virtud
de poder arreglar nuestros asuntos con paciencia y equilibrio. Esa es nuestra manera
natural de ser. Pero el hecho de que no tomemos el camino inmediato de la fuerza y
de la muerte no significa que no estemos emergiendo y recuperando nuestro plano
político. Fijémonos bien: lo estamos logrando silenciosamente, sin mayores
aspavientos, ni líderes, ni partidos políticos. Estamos más cerca que nunca de tomar el
poder político y casi sin planificarlo. Simplemente por el peso de nuestro número, por
la fuerza creativa de nuestra civilización y por la decadencia de las formas occidentales
en nuestro país. Hay quienes dirán que «hay que acelerar el proceso», tal como lo han
leído en algún libro occidental. Nosotros decimos ¿acelerar lo que ya está acelerado?
¿Creen acaso que a las formas occidentales de poder les está yendo muy bien que
digamos? ¿No se dan cuenta del profundo caos en que éstas han caído? Si nuestra
civilización no se ha venido abajo es porque tiene pies de plomo, e incluso sostiene a
este teatro que es el poder formal pro occidental. (Todas esas cosas que imitamos
como las leyes, la constitución, las ciudades pavimentadas, las modas, los autos
importados, etc. no son más que copias fieles de otros países donde sí tienen sentido.
Aquí sucede lo de aquella historia de la mona que creyó que poniéndose un vestido de
seda sería diferente y superior a sus compañeros. Todas las ideas y artefactos
occidentales se mantienen en nuestro mundo sobre una cuerda floja porque nunca se
han llegado a consolidar. En el momento menos pensado, con un simple soplido, se
caerán, al igual que esos tractores que, en las alturas, basta un pequeño descuido para
que se conviertan en un pedazo de chatarra, mientras que la vida en la sierra continúa
como siempre ha sido. Cuando el metal ya ni siquiera es reconocible, nadie recuerda
que por allí pasó alguna vez una máquina que hacía el trabajo de los hombres y de los
bueyes).
Además el proceso de una civilización no tiene por qué ser acelerado puesto que
no es un fenómeno que se pueda manipular artificialmente. Sería como querer hacer
florecer abriendo a la fuerza los capullos y estirando los primeros pétalos. Todo
movimiento tiene su tiempo y su velocidad, y el simple hecho que nos encontremos
diciendo estas cosas, que las concibamos, significa más bien que este proceso ha
entrado ya en una fase de conceptualización, por cuanto es visible a simple vista.
Somos un producto de nuestra época, y en esta época nos ha tocado el papel de
decirlo porque así lo ha posibilitado el progreso de nuestra civilización. Sería un error
pretender apresurar nuestro desarrollo mediante formas no andinas porque estaríamos
aplicando remedios para otro tipo de enfermedades que pueden, en vez de curar,
agravar el estado del paciente. Si pensamos que con un baño de sangre estamos
haciéndole un bien a nuestro mundo nos equivocamos totalmente, porque ese no es
nuestro modo de hacer las cosas. Aún en las peores épocas nunca hemos caído en el
fanatismo ni en la desesperación. Jamás hemos sido impiadosos, jamás hemos sido
fríos ni calculadores, jamás hemos asesinado por ideas; solo por injusticias. Si
matamos es al que nos hace daño, no al que seleccionamos racionalmente para causar
algún tipo de efecto. La racionalidad occidental no es andina. Hacer las cosas de
acuerdo con planes es normal y lógico, pero hacerlas siempre sin contar para nada con
los sentimientos más profundos del hombre es totalmente ajeno a nosotros. Las
recetas foráneas u occidentales no son nuestras recetas. Una «revolución armada» al
estilo de Occidente está destinada al fracaso de la misma manera que sus
democracias, sus repúblicas, sus estados, sus leyes y todas las otras estructuras
típicamente de su inspiración. ¿No nos percatamos que las «revoluciones republicanas»
no han sido más que inventos creados y patrocinados por los dominantes
occidentalistas para poder eliminar a las civilizaciones nativas, dándole paso libre al

79
mundo industrial? ¿Creen ustedes que las petroleras, verdaderas financiadoras de
Lenin y Mao, hubieran podido eliminar de la manera convencional, con gobiernos y
leyes occidentales, la férrea oposición de las culturas asiáticas a la industrialización si
no hubieran recurrido al «remedio fuerte» que fue el comunismo político, cuya
característica es ser una «inyección» que «barre» de cuajo todo lo que se le cruza por
el camino, dejando el campo libre a un mundo de «obreros y fábricas»? ¿No nos
damos cuenta de la jugada magistral que esto significó? ¿Y no vemos que muchos
caen en este mismo juego llevados por su desesperación de cambiar las cosas que, de
por sí, ya están cambiando? Este sí es un gran peligro porque, con un comunismo
triunfante, quedaría arrasada definitivamente nuestra civilización, puesto que todo
sería industrializado, imponiendo la visión occidental del mundo allí donde nunca se
pudo hacer mediante los métodos convencionales (o sea el colonialismo, el
modernismo, el desarrollismo, el liberalismo y, actualmente, la globalización).
Para poder defendernos de los errores extremistas del liberalismo y del
comunismo (dos caras de la misma moneda occidental) es que, insistimos, tenemos
que sumarnos al movimiento natural de la civilización andina y empezar a pensar y
sentir como andinos. Este primer paso es importantísimo, no porque signifique el
triunfo final de nuestra revolución (¿por qué tendríamos que buscar «el triunfo final» a
la manera de las historias novelísticas de occidente? ¿Quién nos obliga a pensar y
actuar de esa forma?) sino porque es el inicio de nuestro equilibrio en la vida y una
solución parcial a nuestros males más inmediatos. El día en que haya muchos más
hombres así liberados entonces ya veremos cómo nos ponemos todos de acuerdo para
hacer las cosas. Porque, ¿podríamos hacer una sociedad nueva con gente enferma,
que no se acepta a sí misma como es?
Recordemos la historia en la que un patito era el más desgraciado de todos porque
era feo, y por más que intentaba ser aceptado no conseguía hacer nada parecido a lo
que hacían los demás patos. Un día descubrió que él era un cisne y encontró su
equilibrio (algunos hablan de felicidad, pero este concepto nos parece muy vago y
relativo, así que preferimos la noción de equilibrio, el cual consiste en dar la respuesta
adecuada al medio en que se vive). Mientras pensaba que era pato y quería serlo era
todo un fracaso. Pero cuando se aceptó a sí mismo como cisne cambió su vida y dejó
de sufrir. ¿No será que la causa de nuestros males está en querer ser simples «patitos
feos» de Occidente, desplazados y marginales, en vez de reconocer que nosotros
somos cisnes (o tal vez cóndores) andinos: grandes, fuertes, hermosos, y que
podemos volar por nuestros propios medios sin pedirles lecciones de vuelo a los
«maestros patos»? Hemos resistido quinientos años a Occidente y no ha podido con
nosotros porque somos cada vez más fuertes. Juntemos nuestras voluntades para
reconocernos mutuamente. Recordemos que los hombres cambian cuando sus ideas
cambian y no cuando lo ordena un fusil o una deuda. Cambiemos nuestras ideas
primero y el resto cambiará por sí solo. Aunque, quién sabe, a veces es suficiente con
cambiar solo las ideas pues éstas, de por sí, nos producen la misma satisfacción que
esperamos lograr con el cambio de la realidad.

Los dos factores

La crisis por la que atraviesan las repúblicas sudamericanas son los dolores de
parto del tercer momento de la civilización andina. El primero de ellos fue el de
nacimiento y expansión. El segundo fue el del dominio occidental, en el que se
sobrepusieron los conceptos occidentales en el plano político. Luego de cinco siglos de
imperio la propuesta para absorber a la civilización andina dentro de la occidental ha
agotado su impulso y se está deshaciendo. Hemos ingresado al tercer momento de
nuestra historia. Esto obedece a dos factores: 1. Occidente ha agotado su germen
creativo 2. Andinia no ha muerto: resurge.

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1. Occidente ha agotado su germen creativo

Toda civilización, al igual que un organismo, tiene etapas de nacimiento,


expansión y agotamiento. Esto no quiere decir que todas deben pasar por lo mismo, ya
que existen las que han sido desaparecidas en sus etapas primarias por la expansión
de otras. Pero lo que les da su carácter individual, lo que les da cohesión, es el germen
creativo: la identidad, el alma, la fuerza que las une y particulariza. En este germen
confluyen muchos elementos: la economía, la ideología, la religión, las tradiciones y
costumbres, etc. No interesa en qué grado de desarrollo o de importancia se
encuentren: éstos están concatenados e interaccionan armónicamente. No se puede
concebir un aparato productivo sin sus correspondientes manifestaciones sociales y
políticas. Del modo que sea, para que una civilización sobreviva ha de existir una
fuerza expansiva, un deseo de crecimiento, de desarrollo y reproducción no controlado,
una «juventud» ansiosa de manifestarse. Algo así como el deseo espontáneo de gritar
y saltar que tienen los adolescentes; como el amplio futuro que los jóvenes imaginan
podrán poseer cuando sean adultos. Este germen creativo se expresa en todos los
campos. En la organización social, en la organización económica, en el arte, en las
ideas. Cuando las civilizaciones se hallan en expansión sus hombres actúan como si
estuvieran en una carrera: todos quieren llegar primero. Los políticos compiten por ser
mejores en gobernar, los ideólogos por producir nuevas ideas, los religiosos por
preservar mejor sus principios, los artistas por expresar más sensaciones y emociones.
En la historia de las civilizaciones muchas han pasado por todo este proceso. La
mayoría de ellas ya han desaparecido y solo tenemos referencias a través de sus
restos. Hay otras que han sobrevivido pero han quedado en tales condiciones de
inferioridad que son poco trascendentes en la actualidad. Pero las hay de las que
imperan y ejercen hegemonía en esta época. Una de ellas, la más visible, es la
civilización occidental, nacida como tal hace casi tres mil años. Esta civilización ha
atravesado por todas las fases por las que pasa una civilización de primer orden. En
cada una de ellas podemos distinguir siempre el germen creador que la ha llevado a
expandirse por fuera de sus fronteras de origen. A diferencia de otras, Occidente
encontró el alma de su germen en lo que se llama la «razón» o «racionalismo». Este
elemento «razón» ha sido el eje desde el cual ha hecho girar todos los elementos
fundamentales de su estructura. Otras civilizaciones en cambio, si bien la conocían, no
optaron por ella como su eje fundamental y se desarrollaron por lo tanto de un modo
distinto. Podemos citar aquí, por ejemplo, a la civilización egipcia que, sin llegar a
desconocer todos los beneficios de la ciencia y la tecnología —manifiestas a través de
su medicina o arquitectura— prefirió darle sentido a su mundo a través de su
estructura religiosa. Encontraremos otros ejemplos en civilizaciones del medio oriente,
del Asia y de América. Pues bien, mientras un germen creativo está vivo y tiene
fuerza, y si es que no ocurre algún fenómeno extraordinario como un desastre o una
invasión, la civilización existirá, no solo para sí, sino también para sus vecinos. Se
moverá tanto hacia dentro como hacia fuera. Hasta incluso puede retorcerse y
enfermarse, pero se recuperará y sobrevivirá para expandirse con más fuerza. Sin
embargo llegará un momento en que esta fuerza germinal se agotará en forma
natural. Entonces será una civilización en estado de vejez y se hallará próxima a su
desaparición, si bien no total, pero sí lo suficiente para que no vuelva a ser más lo que
era.
Esto no quiere decir que vaya a desaparecer en corto tiempo ni mucho menos.
Pero lo que sí es cierto es que ya no tiene fronteras hacia dónde crecer. Tratará de
mantenerse lo más que pueda pues, por el momento, no hay otra fuerza que amenace
su supremacía. Pero ya es la terquedad del viejo que sabe que pasó su tiempo
primaveral. No es necesario que busquemos una «caída de Roma» e inventemos

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supuestas corrupciones de costumbres y vicios o algo parecido. Ser viejo no significa
ser un corrupto ni un podrido. Simplemente se es viejo y las fuerzas disminuyen y baja
el interés por aquello que antes era una meta inalcanzable. Pero con esta vejez se
aflojan ciertos músculos. Aunque el organismo esté lúcido el tiempo no pasa en vano,
y ciertos achaques, como la cojera o la falta de visión, son inevitables. Es allí donde
aprovechan los diversos gérmenes o enfermedades para encontrar un medio fértil
dónde desarrollarse. Y este viejo, aún entero y sin vicios, terminará postrado en una
silla o en su cama viendo cómo hacen escarnio de su débil cuerpo. La civilización
occidental de este modo ha cerrado el círculo, ha completado su desarrollo, ha
triunfado en todo lo que podía triunfar, se ha estirado hasta donde pudo llegar. Pero ya
no hay más mundo que conquistar ni más tiempo que esperar. A partir de ahora todo
será solamente darle vueltas a los mismos temas con distintas variantes: será un
monólogo. Y el que monologa o se aburre o se vuelve loco. Nos inclinamos más por lo
primero. (He ahí la causa de que ahora se habla de la «posmodernidad» y del fin de la
Historia. Occidente se ha esclerotizado y no podrá ser flexible, lo cual significa que
cualquier pequeño golpe lo hará saltar —como un cristal— hecho trizas). Ha terminado
el otoño y empieza el invierno.

2. Andinia no ha muerto: resurge

La segunda razón para decir que la civilización occidental ya no puede prosperar


más en su proyecto de dominio total en nuestras tierras es que en realidad no llegó a
eliminar en ningún momento a la civilización andina, tal como se nos ha hecho creer
hasta ahora. Desde siempre nos hemos enfrentado al misterio de cómo un puñado de
hombres pudo haber dominado no solo a un supuesto imperio sino a todo un mundo
coherente y desarrollado. Las versiones más simples dicen que fue el peso de las
armas; otras más acuciosas hablan de una negociación entre grupos de poder, una
confluencia de intereses; pero siempre se vuelve a lo mismo: ¿Qué pasó? Si nos
atuviéramos a nuestro esquema anterior, el del germen creativo, podríamos creer a
priori que fue el enfrentamiento entre una civilización en expansión, Occidente, con
una en extinción, la andina. Pero, y esto es lo interesante, no fue así, pues todo hace
pensar que los llamados conquistadores llegaron justo en el preciso momento en que
la civilización andina había comenzado un proceso de unificación por obra de uno de
sus pueblos: los quechuas o incas. Por lo tanto no estaba en decadencia sino todo lo
contrario: era mucho más joven que su invasora. Entonces lo más probable es que
hayan existido una serie de confluencias y de intereses entre conquistadores y
conquistados, y que, si bien el conquistador español se posesionó políticamente de la
América del Sur e impuso su forma de gobierno, y estructuró un sistema racionalista
de pensamiento, ello no significó que «tocara la médula» de la civilización andina. Tal
parece que, ante la avalancha del hombre blanco, con todas sus ideas acerca del
mundo, la única resistencia política que este encontró fue la que ejercieron algunas
castas de gobierno andino, las que murieron en el intento de oponerse
(fundamentalmente los incas). La gran mayoría de la población optó por esperar
confiadamente a ver qué ventajas les ofrecían estos raros individuos venidos del mar.
Mas los guerreros españoles, salvo obtener títulos y riquezas, no tenían mayores
pretensiones. Entonces le quedó solo a la Iglesia la misión de «evangelizar»
(occidentalizar) a todo este «nuevo pueblo», cosa que iba a significar una labor
titánica, máxime si no contaban con el interés ni apoyo de los soldados, ávidos de
fortuna. En vista de esto quedaban dos caminos: o se exterminaba a todos los adultos
andinos para formar un nuevo mundo con los pequeños y recién nacidos, asunto
imposible de hacer (aunque los occidentales anglosajones sí lo hicieron en el norte con
los pueblos nativos) o se pensaba en una estrategia que justificara el dominio y
acrecentara sus intereses económicos y políticos. Obviamente la experiencia católica

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de siglos hizo que los curas aplicaran una de las tácticas que más les ha dado
resultados: el equilibrio de poderes o la superposición de creencias. Es una especie de
«toma y daca». Se trata de un pacto con los vencidos. Ustedes mantienen sus
costumbres, sus ritos, sus ceremonias, sus valores, pero aceptan hacer algunas
concesiones como: cambiar nombres autóctonos por hispanos, poner cruces donde
había dioses, colocar santos donde había ídolos, etc. De este modo todos salían
ganando porque los andinos mantenían lo esencial de su ideología mientras que los
religiosos católicos podían obtener sus beneficios terrenales y mantener el prestigio de
haber «evangelizado» a «miles de indios» para la gloria de Dios y de España.
Entonces, a diferencia de lo ocurrido con otras civilizaciones que entraron en
contacto con una más fuerte y desaparecieron, la civilización andina no fue
«desaparecida» —no lo hubiesen podido hacer— por los occidentales españoles y sus
seguidores sino que fue «conservada» o «aletargada» ya que se preservaron sus
esencias más sólidas e íntimas como su religión, su cultura y, en cierta forma, su modo
de producción. Sin este arreglo o pacto entre andinos y occidentales (ceder el plano
político a los invasores a cambio de preservar los andinos sus planos religioso, cultural
y productivo) la convivencia hubiese sido imposible. Si echamos una ojeada a cualquier
manifestación actual nos daremos fácil cuenta de ello. Todos los ritos católicos están
empapados de religión andina. Veamos si no las procesiones (la más multitudinaria de
América, la del Señor de los Milagros, no es otra que la del Señor de Pachacámac, el
más importante dios pre hispánico de la costa peruana, una de cuyas denominaciones
es «Cristo de Pachacamilla»), o las fiestas patronales que de católicas sólo tienen el
nombre, pues todo lo demás es totalmente andino o «pagano». Podríamos citar
muchas otras expresiones más pero no es el caso. Hacemos hincapié en el factor
religioso pues ello significa para la civilización andina lo que es la «razón» para
occidente. Cierto que ha habido etapas en la historia occidental en las que también la
religión tuvo mayor preponderancia; durante ellas todo su «desarrollo» científico y
tecnológico estuvo postergado, anatemizado o perseguido. Pero esto no hace más que
reafirmar el hecho de que cuando el ser humano establece sus criterios de valor en
torno a un determinado plano, sea el religioso o el racional, los otros quedan relegados
o adormecidos.
Dado que está viva la civilización andina, por haber sido preservada en su
esencia a través de los años, mantiene su germen creativo en la misma situación en
que lo encontraron los españoles: en estado emergente. Las pruebas de ello están en
la andinificación paulatina y constante que se viene suscitando en nuestras naciones,
lo cual se hace cada vez de una manera más vertiginosa y evidente. Si es que hubiera
muerto —como dicen los historiadores occidentales—, si ésta no conservara su germen
creativo, entonces hace mucho tiempo que Bolivia, Ecuador o el Perú serían una
especie de Australia, donde lo occidental sería lo visible y lo obvio en cada rincón de su
territorio, mientras que lo autóctono no sería más que un extraño y pintoresco objeto
de observación y curiosidad (al igual que las «turísticas» reservaciones «indígenas»
norteamericanas). Pero en cambio, en nuestro mundo andino, ocurre todo lo contrario.
Aquí lo occidental es un «objeto de curiosidad cada vez más raro». Incluso se puede
hablar de una avalancha del mundo andino (en el Perú, a partir de la década del 1970,
la población de la costa empezó a ser mayor que la de la sierra debido a las constantes
migraciones, hecho que se incrementó con la incursión del terrorismo y la crisis
económica en las décadas del 80 y 90 del siglo XX). En vez de que esa masa de
inmigrantes se «occidentalizara» ellos han «andinizado» a las ciudades, últimos
baluartes de Occidente. (El poblador común no percibe este fenómeno puesto que se
deja llevar por las apariencias. Como ve que los recién llegados cambian sus ropas por
las occidentales, aprenden el idioma, adquieren objetos urbanos y se adaptan a las
disposiciones da por sentado que éstos se han »occidentalizado», como si un proceso
tan complejo se pudiese hacer en una semana. Incluso los mismos emigrantes también

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lo creen. Pero, como dice un refrán: «la procesión va por dentro», y esto significa que
todos esos esfuerzos por «vestir de seda a la mona» no eliminan su cola, es decir, más
temprano que tarde surgen las manifestaciones andinas que pertenecen al mundo
interno del individuo y de la colectividad, produciéndose así el fenómeno de
adulteración de lo occidental, dándose la sensación de estar ocurriendo una
«desvirtuación», una «informalidad» o, asunto más complejo de analizar, un «estado
de corrupción». Esta sería la razón del proceso de desintegración de los Estados
occidentales republicanos andinos). ¿Podría una civilización «muerta» hacer eso? ¿A
qué se debe entonces que la estructura del Estado sea cada vez más informal y que
funcione cada vez menos «a la manera occidental»? Dicen que las instituciones están
en crisis, que los valores están en crisis. Pero ¿qué instituciones están en crisis? ¿Qué
valores lo están?: todos los que parten o tienen raíces en lo occidental. En cambio, y
en contraposición, las instituciones y valores que proceden de una civilización
emergente como la andina (por citar algunos ejemplos: el comercio informal, las
relaciones familiares, religiosas, artísticas, los gustos en el vestir, las actitudes ante las
leyes, etc.) cada vez toman más fuerza y se imponen en todos los niveles sociales y
económicos. Ha surgido una cultura, para algunos «híbrida», que no es otra cosa que
la manera cómo el andino asume lo occidental, modificándolo él a su manera y no a la
inversa. Quiere decir que en el interior de ese hombre su germen creativo andino se ha
acrecentado, mientras que el germen occidental ya no tiene validez ni fuerza como
para convencerlo. Estamos siendo espectadores de un torrente arrollador, imparable,
que ni los argumentos de la «posmodernidad» pueden contener. Este es un proceso
natural en el desarrollo particular de la civilización andina que ve que su antiguo
huésped, Occidente, se ha tornado débil, al punto que estamos ya a las puertas de que
se produzca un irreversible proceso de resurgencia y quizá, sin mayores conmociones,
nuestra civilización andina se haga nuevamente dueña de su aparato político, no
teniendo para ello que dejar de usar la tecnología occidental, puesto que son simples
artefactos caseros utilitarios.
Julio Huamán, quechua-hablante, experto en computación, habitante de La Paz,
bailarín, sigue siendo tan devoto de la Virgen de Copacabana como lo sería si hubiese
seguido siendo el campesino que una vez fue.

Cultura y supra-cultura

Existe un primer plano al que llamaremos la cultura andina, la cual podemos


identificar y definir por negación, o sea, descartando de ella todo aquello que
pertenezca al segundo plano, al que llamaremos la supra-cultura, que viene a ser el
conjunto de los elementos occidentales. Todas nuestras costumbres son aquellas
manifestaciones de reafirmación de la existencia real que tiene la cultura andina ante
la presencia de lo occidental. Entre estas también existen las que tienen un origen no
andino, las cuales han sido «absorbidas», no con el ánimo de copiar o de
occidentalizarse, sino con el deseo de incorporarlas o de asimilarlas, de tal manera que
pertenezcan a la cultura andina. Cualquier acto de reafirmación de nuestras
costumbres que se haga siempre serán defensas silenciosas de la cultura andina.
La supra-cultura es el conjunto de expresiones occidentales que viven y se
manifiestan en el plano político. Representan el aspecto oficial de la vida: el Estado, la
Religión Católica, el supra-idioma, que es el lenguaje que permite comunicarse con
estas instituciones. No podemos decir que la supra-cultura sea otra cultura porque ello
implicaría darle un carácter de vitalidad que ya no tiene. En último caso sería solo los
restos de una civilización mas no en su forma pura, pues desde siempre ha sido un
remedo de Europa, su lugar de origen. Sin embargo, con todas sus incongruencias, la

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supra-cultura sigue estando vigente aún y sigue siendo un modelo de vida para
muchos, además de significar todavía el poder establecido. Ella circula por encima de
nuestra cultura, la andina, que es la verdadera y la única valedera para identificarnos.
El resultado que se genera de la convivencia de estos dos elementos contrapuestos, la
cultura y la supra-cultura, es una sociedad dicotómica o de doble valoración, con dos
personalidades y dos caminos a seguir. Esto en directa contradicción con lo que se
acostumbra a decir que lo occidental es la lógica superación y continuación de lo
andino y de todas la culturas «primitivas», como si ellas fuesen un escalón inferior con
respecto a la occidental. Pero eso ya hemos dicho que no es así, pues se trata de dos
civilizaciones diferentes e independientes en sus existencias y en sus destinos, aunque
ambas puedan compartir el mismo tiempo de vida y el mismo espacio, y aunque una
de ellas demuestre ser más violenta y totalitaria que la otra. Pero lo cierto es que la
cultura andina presiona cada vez más. Prueba de ello es la avalancha de gente del
campo que día a día se adapta a la vida de las ciudades pero a la manera como los
inmigrantes lo entienden y lo toman. Por eso es que los defensores de la supra-cultura
se rasgan las vestiduras y se horrorizan ante el inminente apocalipsis que se cierne
sobre «el país» ya que las «estructuras fundamentales de la sociedad» han entrado en
decadencia producto del avance de la informalidad, de la «incultura», que se ha
atrevido a introducirse en los poderes institucionales.
Este fenómeno se repite pero con más claridad y violencia en las zonas
selváticas, donde la supervivencia de los elementos supra-culturales deben ser
mantenidos a costa de muchos esfuerzos, ya que el medio ambiente no perdona el
más mínimo descuido. A la primera señal de abandono la vegetación y el clima se los
traga. Si por alguna razón todos estos elementos que configuran el plano supra-
cultural desaparecieran, la vida en la selva continuaría tan normal y apacible como
siempre debió haber sido. Más bien sería una bendición que esto sucediese, tanto para
los hombres que la habitan como para la misma naturaleza «salvaje». (Por supuesto
que ella solo puede ser «salvaje» para los occidentales, porque para nosotros no tiene
nada de destructora ni de enemiga. El occidental teme profundamente a la naturaleza
porque no la puede hacer «entrar en razón». Se siente desgraciado porque tiene que
convivir con esa «bestia indócil», ya que sin ella no podría vivir pues, ¡oh desgracia!, él
también pertenece a esa naturaleza «indómita» y desobediente. Es por esa razón que
también existen los occidentales que aman extremadamente a la naturaleza, porque
amarla en exceso es una forma de aminorar el tremendo miedo que se le tiene. La
consideran demasiado fuerte y abrumadora como para que su racionalidad se le
enfrente y la domine, por ello la respetan demasiado —más de lo que en realidad se
debe respetar, pues la naturaleza no es ni un cuco destructor al que hay que llevarle
sacrificios humanos para que no nos devore, ni tampoco una débil criatura a la que
hay que proteger de cualquier cosa. ¿Quién los ha nombrado defensores de la
naturaleza y con qué argumentos? ¿Acaso solo ellos tienen derecho a pensar y a ser
inteligentes? ¿Quién les dio entonces esa inteligencia, esa cabeza que tienen sobre los
hombros? ¿No pueden darse cuenta que son solo criaturas de la naturaleza y no sus
amos, sus guardianes?).
Así el hombre andino vive en un constante conflicto entre la cultura y la supra-
cultura, entre lo que él es y lo que se ve obligado a ser. Él es un ser emergente, pleno
de vida y de fuerza, sano, protegido por toda una tradición que no ha dejado de existir
nunca y que ahora renace con mayor fuerza. Él es su propio pasado y su futuro, todo
en un solo presente. Él atesora en su interior la espiritualidad viva que mueve los
corazones y estremece los sentidos, lo cual hace que todos sus movimientos sean
reflejo de esa fe innata en la vida y en la naturaleza a la que le ha puesto muchos
nombres: Pachamama, Virgen de la Candelaria, Señor de Qollur Riti, etc. Este hombre
es el poseedor de esa maravillosa cultura que es la cultura andina. Sin embargo
todavía tiene que superar la etapa de lucha por conquistar su unidad como ser vivo, ya

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que hay una fuerza política que lo condiciona: la supra-cultura, Occidente. Porque
mientras conserve su plano religioso y cultural sabe que está protegido por milenios de
civilización andina, pero, lamentablemente, cuando tiene que acceder al plano político,
se ve obligado a ponerse el traje y la corbata y a dejar su terreno seguro para caminar
entre las brasas, en un medio que le es ajeno. ¡Y esto en su propio territorio! También
debe dejar otras cosas como son los valores del corazón y de la vida en sociedad para
poder identificarse, momentáneamente, con los valores individuales y egoístas de la
supra-cultura.
Sin embargo, si bien es cierto que esto ha significado un escollo insalvable durante
muchos años, hoy ya podemos decir con soltura y comodidad que casi lo estamos
superando. Porque antes la supra-cultura era una barrera que impedía llegar por
cualquier modo a tener alguna injerencia en el desarrollo de los acontecimientos. Mas
ya existen señales de que el hombre andino se está apoderando de los elementos
supra-culturales, pues se ha dado cuenta que están muertos, que no tienen ningún
sustento en fuerzas interiores y que pertenecen a una civilización con su germen
creativo extinguido. Es por eso que ha descubierto el engaño y ahora puede operar con
toda comodidad un artefacto casero sin por ello tener que dejar de asistir a la fiesta
patronal: no existe conflicto entre los objetos de uso y de trabajo con su mundo
interior. El poseer elementos tecnológicos occidentales no le quita ni le pone nada,
pues para él solo significan eso: simples objetos. Lo mismo sucede con las leyes, con
la religión oficial y por último con el Estado. Toda la maravilla del mundo moderno está
hueca, vacía, no tiene dios ni contenido humano, por lo tanto no posee capacidad
creadora y menos modificadora de conducta. Y justamente allí, para llenar ese vacío,
está la cultura andina. A diferencia del hombre occidental —para quien la cultura está
identificada con la tenencia de cosas y de objetos que son productos de ella y sin los
cuales «regresa a la barbarie»— para el hombre que tiene su propia fuerza en sí
mismo, como el hombre andino, le es indiferente que tenga o no en ese momento sus
objetos de uso personal o productivo. Por eso es que el andino se enfrenta sin ningún
miedo ante las exigencias de la supra-cultura, pues confía en su propia capacidad para
dominarla y aprender de ella todo lo que le interese saber. En el peor de los casos el
hombre andino, cuando no «tiene nada» (visión por supuesto occidentalista en la que
el hombre solo «tiene» cuando posee algún tipo de objeto material, no cuando posee
muchos valores espirituales o algo similar) muere siendo andino. El hombre occidental,
cuando no tiene nada, muere siendo un pobre o un miserable.

II

Otra de las características que tiene el hombre andino es que, curiosamente,


este conflicto le ha permitido algunas cosas buenas, como una mayor cantidad de
elementos para su propio uso y beneficio. Por ejemplo: puede ser bilingüe, usando
indistintamente el castellano, el quechua, el aimara u otros idiomas, cosa que amplifica
su campo de acción y de visión de la naturaleza al poder desplazarse en dos planos
diferentes del pensamiento. Los defensores de la supra-cultura en cambio son
monolingües, lo cual les priva de una riquísima forma de expresión y de entendimiento
de la naturaleza, sin mencionar todo lo que se pierden en apreciación de belleza y arte
andinos. Al andino también se le ha abierto la posibilidad de poseer objetos de alta
tecnología occidental para su uso y esparcimiento, lo cual le brinda, en el momento
que lo desee, determinados beneficios colaterales que le facilitan el desplazamiento por
medios ajenos a su civilización. Además, dentro de este contexto, tiene la oportunidad
de acceder a una variedad de opciones para el manejo del ordenamiento político de su
sociedad, acopiándose de ideas y esquemas que puede emplear a su libre criterio y
como le parezca mejor. Muchas de estas cosas no son ninguna utopía ni estamos
hablando en base a supuestos, dado que nos referimos a diferentes realidades que nos

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ha tocado en suerte ver. Las cosas que presentamos son totalmente comprobables si
es que visitamos las zonas marginales de las ciudades. Existen muchos casos-modelo
como el del distrito Villa El Salvador, en Lima, Perú, el cual naciera como producto de
una invasión de tierras cercanas a la ciudad por parte de desplazados e inmigrantes.
Creemos que posiblemente la organización comunal que allí se ve, que no es otra que
la misma que se practica en el resto de nuestra nación andina, será la base de la
organización social y estatal del futuro. Y esto como consecuencia de lo que decimos al
respecto de lo que significa manipular los elementos de la supra-cultura por hombres
que poseen nuestra cultura. Al final, esta última terminará por apropiarse
completamente de dichos elementos occidentales y los utilizará de acuerdo con el
esquema de desarrollo colectivo que siempre ha tenido: la civilización andina. Es, por
lo tanto, un porvenir muy promisorio el que nos espera, y por eso no hay que
desanimarnos sino, al contrario, alegrarnos de que esto esté por suceder.
Hay un elemento importante que no queremos dejar de lado: la educación. ¿Se
han preguntado por qué es tan importante la carrera magisterial para el hombre
andino? Porque hay en nosotros una fuerza liberadora, pujante, que nos impulsa a
transmitir, por sobre todas las cosas, la sabiduría. Y hoy en día la sabiduría no
consiste, como antes, en repetir el conocimiento occidental, sino en reavivar nuestra
cultura. Hasta hace poco la educación era el puente entre la cultura andina y la supra-
cultura, era lo que nos daba el acceso al conocimiento político de los acontecimientos.
Pero hoy que la supra-cultura está en retirada la educación ya no es un puente sino el
cauce de un río por donde corre toda la fuerza de la civilización andina. No negamos la
alfabetización ni el conocimiento del mundo occidental pues esto, ya hemos dicho, es
solo un elemento accesorio a nuestros usos diarios. (Al igual que nadie, si estuviera en
capacidad de hacerlo, se negaría a viajar en avión para llegar al santuario y cumplirle
una promesa a la Virgen). Lo que le negamos a Occidente es solo el carácter de ser
única y universal, condición que le impulsa a eliminar otras civilizaciones.
Si bien tanto para la sierra como para la selva el avance de nuestra cultura se
presenta más desarrollado, en las ciudades de la costa es donde existe la mayor
resistencia y es, por lo tanto, el último reducto de la supra-cultura. El mayor conflicto
que han vivido los habitantes de la costa ha sido el enfrentamiento entre la cultura y la
supra-cultura. Desde el arribo de los españoles y las fundaciones de las primeras
ciudades —y en razón a su cercanía a los puertos— siempre se pretendió crear nuevas
Europas en las costas de nuestros territorios. Para ello no solo se tenía que construir
un modo de vida partiendo de la nada sino también luchar por eliminar el modo de
vida anterior, o sea, el andino. Por lo tanto ya desde sus inicios la supra-cultura tuvo
que partir de la premisa de que no podría existir sin oponerse abierta y tajantemente a
la cultura. Pero lo que es importante hacer notar es que, ya antes de la llegada de los
primeros occidentales a América, la civilización occidental había entrado en
decadencia. Durante los tiempos de Colón, el Renacimiento fue el último movimiento
de renovación que tuvo Occidente, el cual apuntó a revalorar la vida y al hombre por
sobre la religión. Por eso se lo llamó Humanismo. Mas luego, y con la aparición del
economicismo —y sus productos directos: el racionalismo, el maquinismo y el
industrialismo— dicha civilización perdió su germen creativo —la razón entró en crisis—
para caer en una franca decadencia de la cual ya no le es posible salir puesto que
cumplió su ciclo. Sus ideas siguen siendo las mismas desde hace quinientos años y se
vienen repitiendo con algunas variantes. Desde hace mucho que su principal
preocupación es mantener las cosas como están y, en lo posible, consolidarlas. Esa es
la señal inequívoca del estancamiento de una civilización: su negación al cambio o su
imposibilidad siquiera de admitirlo o imaginarlo. Hay quienes todavía sueñan con un
nuevo Renacimiento que les devuelva la vida perdida, pero eso ya no es posible pues
estamos ante un sistema tan férreamente encadenado y entrampado que cualquier
mínimo síntoma de modificación es rechazado con violencia debido a que ello

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significaría su propia muerte. Sería como si un virus maligno entrara a un organismo
desarrollado y estable; al momento de ser detectado será combatido con dureza hasta
eliminarlo. Si no fuese así se produciría la enfermedad y sus funestas consecuencias.
En cambio, si ese virus fuese administrado como vacuna, el organismo lo asimilaría y
eso le serviría para la defensa de su salud. Algo parecido fue en su momento el
Renacimiento, el cual alimentó y renovó durante un tiempo más a Occidente. Pero una
vez que hubo acabado su acción benéfica esa civilización volvió a caer en el marasmo y
en el congelamiento de su Historia. Algunas veces se han suscitado movimientos que
intentaron suplir esos problemas, el último de ellos: el movimiento hippie.
Lamentablemente estos esfuerzos bien intencionados se estrellaron con lo que ya
mencionamos: con un organismo que no tiene capacidad de modificarse y de
renovarse, razón por lo cual tiene que eliminar todo intento de alteración. El hippismo
de la década de los 60 en el siglo XX fue ahogado y eliminado utilizando un método
similar al que usó el emperador romano Constantino para controlar al Cristianismo que
amenazaba con socavar por completo las bases del Imperio. Bien asesorado por sus
mentes maestras (esos oscuros seres humanos de los que no habla la Historia pero
que son los verdaderos gestores de todas las cosas «detrás de bambalinas» y quienes
utilizan a los «personajes históricos» —los reyes, emperadores, sabios, aventureros,
escritores, etc.— como cabezas de turco que cumplen sus desquiciados designios, de
manera que nunca llegamos a saber quiénes fueron realmente los verdaderos
creadores y financistas de los acontecimientos) dicho emperador, decimos, oficializó el
Cristianismo convirtiéndolo en religión estatal y asumiendo él y sus sacerdotes la
conducción de la nueva ley moral del Imperio. Constantino había ordenado que todos
fueran cristianos durante su mandato. Y esta jugada fue maestra pues con ello
incorporaba a sus mayores enemigos dentro del sistema, de modo que, a partir de ese
momento, el Cristianismo se convertía en la religión oficial y, por supuesto, se
sujetaba a las normas e intereses imperiales. De ese modo los cristianos ya no serían
los «subversivos» sino serían los nuevos asesores que, en vez de destruir las bases de
la sociedad, construirían una nueva. Es lo que se dice canalizar una fuerza enemiga a
favor, como una llave de judo. Y para Roma fue lo mejor puesto que los cristianos
conformaban una gran fuerza social y no se les podía contener. Era preferible
admitirlos en el gobierno para que, a la larga, no tengan a quién enfrentarse ni de qué
protestar puesto que ellos eran ya el poder establecido. Si cuestionaban alguna cosa
estarían cuestionándose a sí mismos y a su fe. Por eso, ni bien los sacerdotes
cristianos se convirtieron en los sacerdotes oficiales, ya no hubo razón para ir en
contra de las costumbres ni de los pecados de los hombres. Lo mismo sucedió con el
hippismo. Viendo las grandes industrias que los jóvenes se negaban a incorporarse al
«sistema», dedicándose en cambio a una vida de gitanos, de paz y amor, empezaron a
comercializar la «paz y el amor» de modo tal que no se supiera quién era el verdadero
hippie y quién el ejecutivo que estaba a la «moda». Es por eso que surgió el estilo
hippie y se empezaron a vender blue-jeans especialmente envejecidos para los hippies
de fin de semana. Conclusión: se prostituyó el movimiento y las industrias no se
paralizaron (pues contaban con obreros y empleados hippies).

III

Hemos visto cómo entonces la civilización occidental se ha anquilosado a sí


misma, perdiendo su poder de creación y vive repitiéndose constantemente, como si la
Historia hubiera sido siempre así. Incluso nos han hecho imaginar infantilmente que los
«hombres del pasado» o los de otras culturas tenían o tienen los mismos intereses y
principios que los de ahora. Es de ese modo que presentan en sus dibujos animados a
seres cavernícolas actuando tal como lo haría un hombre de Nueva York a quien solo le
interesa la economía y el orden establecido; por supuesto que al estilo occidental.

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Luego, con aire de sabiduría, algún locutor de documentales de la National Geographic
nos repite que «así fue el hombre desde siempre» y nos quedamos con la idea de que
las cosas son tal y como las pintan los actuales científicos. Es que ellos quisieran que
hubieran sido siempre así y que sigan siéndolo, donde la única verdad sea la que ellos
y su ciencia dicen que es. Para muestra tenemos el libro de mercadotecnia filosófico,
best seller, llamado El fin de la historia y el último hombre (que trata acerca del éxito y
las «bondades» del liberalismo democrático) del nipón-norteamericano Francis
Fukuyama, que no es otra cosa que un intento de demostrarnos que Occidente tiene
toda la razón, científica y filosóficamente hablando. Pero esa es su opinión. Nosotros
creemos que el hombre del pasado no pensaba como el de ahora, ni el de una
civilización piensa igual al de otra. Tampoco nos parece correcto que se nos haga
imaginar al futuro como un mundo de computadoras y de tecnología pues lo que se
está haciendo es reafirmar el mundo actual diciendo que éste no va a cambiar nunca,
ni dentro de miles de años. O sea, que ellos van a ser siempre los superiores y
nosotros los inferiores hasta que algún día les hagamos caso y vivamos tal como nos
dicen que debemos vivir. Pero todo esto no detendrá la caída de Occidente. Sin
embargo, es importante que no nos apresuremos a decir que el árbol no existe pues su
cadáver está todavía dando sombra. El fin de una civilización puede durar tanto o más
aún que el período de su apogeo.

IV

Una desventaja que tuvo la supra-cultura desde su instalación en nuestra


sociedad fue su mala aplicación. Incapaz de revitalizarse, no le quedó más remedio
que copiar, y sabemos que cuando se copia es fácil caer en errores; y más aún cuando
en esta copia no hay orden ni lógica. Se pretendió vivir como en Europa cuando lo que
se debía hacer era construir una nueva sociedad con nuevos criterios y nuevos
esquemas, los cuales tuvieran mucho que ver con la cultura andina a la cual se la
había desplazado del poder político. (Los occidentales anglosajones lo hicieron en
Norteamérica pero sin considerar para nada a los primigenios habitantes del lugar.
Realizaron su utopía pero bañada en sangre y discriminación, lo cual no solo la
deslegitima sino que actúa para ellos como alma en pena que constantemente les
recuerda su crimen y les impide dormir en paz. Esa es la razón profunda por la cual el
sistema estadounidense nunca podrá ser modelo para la humanidad, porque está
basado en un crimen que extiende una inevitable sombra de duda sobre la bondad de
su discurso). Ese fue y es el mayor error de la supra-cultura. Esa es la causa por la
cual durante cinco siglos ésta no ha hecho más que vivir como en un sueño del cual
está despertando. Lo cierto es que la supra-cultura nunca llegó a identificarse ni a
compenetrarse con nada de lo que es la nación andina y, ante esa falta de flexibilidad,
creatividad y apertura, ahora se encuentra siendo excluida de estas tierras. Quién sabe
si es que tuvo su oportunidad y la desperdició. Quizá pudo haber hecho algo para
ganarse el derecho de compartir nuestro suelo, pero su modo fundamentalista de
entender la vida no le permitió verse mas que a sí misma por sobre todas las cosas.
Pero eso ya es otro asunto. Lo cierto es que la supra-cultura está perdida, aunque aún
va a resistirse a ceder su hegemonía. Ella se encuentra firme en su puesto, que es el
plano político de nuestra sociedad, y tiene principal presencia en las grandes ciudades.
En ellas vive un drama para poder mantener su poder y su prestigio. Constantemente
recluta nuevos hombres y ensaya soluciones parciales y paliativos. Trata de
apuntalarse a través de préstamos económicos que le permitan construir más
edificaciones e infraestructura occidentales, trayendo a la vez más ideologías
importadas directamente de Europa o de Estados Unidos. Todos estos elementos viven
atiborrados en los centros urbanos en donde se hallan atrincherados contra cualquier
amenaza proveniente de la cultura (o de la «sub-cultura» como llaman ellos a la

89
cultura andina). Pero a pesar de todos estos esfuerzos las civilización andina ha venido
invadiéndolos hasta en su mismo corazón y sin siquiera haber recurrido a la violencia.
Simplemente ha hecho acto de presencia, cosa que es suficiente puesto que nuestra
cultura viva se impone sin ningún problema a su cultura muerta. En esta lucha siempre
salimos triunfantes pues al final nosotros mantenemos nuestra ideosincracia y, por
eso, tranquilamente, podemos adquirir un equipo de sonido o un teléfono celular sin
dejar de pedir ayuda al Señor de Huamantanga, mientras que ellos, a la primera
dificultad, entran en colapso y, al final, no saben si recurrir a un doctor de Miami o a
un médico brujo.

Los males sociales que padecemos suelen tener su origen en los medios
oficiales de preservación de la supra-cultura: la educación y los medios de
comunicación. Pero tampoco hay que exagerar su verdadero papel e importancia. Si
realmente fueran elementos exitosos de transmisión e imposición mucho tiempo hace
ya que estaríamos viviendo en un país europeizado. Pero eso no es cierto, y vemos
que después de quinientos años éstos no han hecho mella en el alma andina sino, al
contrario, han ido perdiendo crédito como medios representativos y valederos, incluso
dentro de los mismos defensores del sistema, señal inequívoca de que, como
mecanismos de penetración mental, no han sido ni son suficientes. Si hiciéramos una
evaluación y pesáramos en una balanza por un lado esos esfuerzos y, por el otro, todo
el conjunto de elementos que se transmiten a través de los sistemas no
convencionales de educación —como son las tradiciones, las creencias y las formas de
vida del hombre andino— ¿quién saldría airoso en esta prueba? ¿Tenemos acaso en
este momento naciones por completo occidentalizadas, tal como lo justificarían cinco
siglos de permanencia en nuestra cultura, o tenemos más bien a toda una sociedad
que camina, habla y piensa como andina? Si aún así no nos convencemos salgamos a
la calle o recorramos los campos. ¿Qué significa el hecho de que la mayor parte de
nosotros usemos otros criterios para manejarnos en sociedad y hagamos omisión a
todo lo que es oficial? Es curioso pero, en nuestra sociedad, aquel que pretende por un
momento apelar a algún reglamento oficial es mirado, sino como un loco, como un
pobre desadaptado o un anciano que imagina un mundo que solo existe en sus
recuerdos o en sus fantasías. En cambio, nadie deja de cumplir esas extrañas e
invisibles leyes del sentido común, las cuales parten de la cultura andina, y que
corresponden a una estructura que realmente funciona y posee carácter de válida.
¿Qué sentido tiene entonces que se siga insistiendo en la educación supra-cultural, a
través de las escuelas, las universidades o de los medios de comunicación, si han
demostrado una pobrísima eficacia y no han podido crear a ese europeo imaginario?
Su permanencia ya no tiene razón de ser de la forma cómo están planteados. La
implantación de los criterios supra-culturales lo más que crean es una gran legión de
andinos con un serio conflicto interno, quienes terminan por navegar entre dos aguas
que se chocan sin saber hacia dónde orientar su nave. Y este problema se nota más
aún en los lugares en los cuales se afincaron más firmemente los europeos. Allí donde
se enfrentan de igual a igual la cultura con la supra-cultura es donde se producen esos
fenómenos tan nefastos que actualmente contemplamos. Esa zona es la más enferma
de nuestra sociedad; allí todo es confusión y no se sabe a dónde ir ni qué hacer.
Nosotros calificaríamos a este sector coyuntural como de medi-cultura o medi-
educación, pues en este nivel no están definidas las ideas ni los sentimientos tanto de
la cultura como de la supra-cultura y, como conclusión, nada está claro, y esos
hombres y mujeres se comportan como hemos dicho: esquizofrénicamente, con dos
modos de ser, pero sin que ninguno de ellos sea completo y sano. Son interiormente
andinos pero lo niegan rotundamente y se odian a sí mismos cuando se les nota en

90
algún gesto. Mientras tanto se exigen, aún contra su voluntad, parecerse lo más
posible al tipo de hombre que han estudiado en la escuela y que ven en la televisión.
Allí está el dilema: ser una cosa que se niega y querer ser algo que no se puede. Esta
es la definición que damos de lo que es la medi-cultura, que a su vez genera una
medi-educación. Este es el plano por donde se desplaza la sufrida clase media
republicana. Porque nadie más sufrida que ella, que nació limitada en su raíz andina,
sin religión, ni tradiciones, ni cultura, ni nada en qué sustentarse. Solo vive aferrada a
su esquema occidental que no tiene aplicación en nuestra sociedad andina. Sin
embargo, este tipo de hombre es el acérrimo defensor de la supra-cultura, ya que
piensa que ello es lo único que tiene, y que si perdiera esos elementos se quedaría en
el aire, entraría en la desesperación total y terminaría por salir del país. Mas lo que
nosotros le proponemos no es esa alternativa sino que recapacite y se dé cuenta que
la única manera de sobrevivir y darle significado a su existencia es aunarse a la
resurgencia de la civilización andina, convertirse en uno más y empezar a reconocer en
sus manifestaciones su propia esencia de persona. Hay que rescatar a este hombre
confundido para que, al identificarse con lo andino, encuentre que sí tiene un mañana
para él y para sus hijos, el cual es: una sociedad clara y única, dueña de sí misma y de
su territorio, recuperada en su plano político.
Despertemos del sueño. Démonos cuenta de la realidad: la supra-cultura nunca ha
funcionado ni funcionará en nuestra sociedad, por eso es importante que la
abandonemos para que no vivamos en esa confusión, en ese limbo que es la medi-
cultura. Definámonos pronto como andinos y dejemos de lado esas pretensiones de ser
occidentales. Pongamos los pies sobre la tierra y seamos por fin una sola cosa y no dos
medias cosas. Seamos simplemente lo que ya somos: mujeres y hombres andinos.

Símbolos calientes y fríos

Existen en nuestra sociedad símbolos vivos o calientes, que son aquellos que
tienen un significado directo y entendible, son conocidos por sus orígenes y son
aceptados y utilizados espontáneamente por el común de nuestra gente. En
contraposición están los símbolos fríos, ajenos u occidentales, los cuales son aceptados
en la medida que reflejan el poder político establecido, solo pueden ser entendidos por
pocos —pues hay que aprender a leer e interpretarlos— y no pueden interiorizarse, ya
que su existencia no penetra al interior del alma andina. Según esto podemos deducir
que símbolos calientes son en su mayor parte los que proceden de las tradiciones,
costumbres y cultura andinas como, por ejemplo, las palabras, modismos, gustos,
sensaciones, temores, expresiones emocionales, fetiches, imaginerías, «paganismos»,
etc. En cambio los símbolos fríos son los que circulan diariamente por todo lo que se
llama la supra-cultura o cultura oficial (el dinero, los vehículos, las máquinas, las
señales de organización occidental, el protocolo, etc.).

Ideas fuerza

1. Las verdades no existen. Son nuestras creencias particulares las que convertimos
en verdad.
2. Cada nación, en todos los tiempos, ha considerado a su cultura lo mejor que un ser
humano haya podido tener.
3. Las faldas de los cerros, incluyendo las que se extienden hacia el mar, también
pertenecen a los cerros, así como el primer peldaño de una escalera es ya la
escalera misma.
4. El hombre andino nunca vivió longitudinalmente (o sea, solo en la costa, solo en la
sierra o solo en la selva) . Siempre vivió, y vive, transversalmente, verticalmente,
de modo que subía y bajaba de los andes —a la manera del cóndor— tanto para

91
sus labores de cultivo a distintos niveles y temperaturas, como también para el
comercio y el simple entretenimiento, el paseo o el peregrinaje (o también lo que
hoy conocemos como turismo). La visión longitudinal del mundo andino fue una
creación de los españoles que hasta hoy perpetuamos.
5. ¿Naciste y vives en la costa? Estás caminando sobre las faldas de un cerro. Estás
en un cerro. También eres serrano.
6. Hay que negar, de plano y sin contemplaciones, a ese ser occidental que está
dentro de nosotros tratando inútilmente de imponerse sobre nuestra esencia de
andinos. Esa lucha lo único que produce es nuestro desequilibrio sicológico, una
doble y enfermiza personalidad, la esquizofrenia, que no nos permite ser algo o
alguien definidos y poder asumir la vida con seguridad y equilibrio. Uno de los dos
tiene que morir para que el hombre se salve y ese es el falso, el impostado, el
desadaptado, el occidental.
7. Cuando los problemas son graves y amenazan con nuestra ruina solo nos queda
aplicar soluciones drásticas y totales. Si queremos cambiar, si realmente deseamos
levantarnos sobre nuestros pies y ofrecerles un mundo mejor a nuestros hijos,
tenemos que gestar una revolución. Una revolución que empiece primero en la
mente y, una vez convencidos de lo que queremos, se manifieste luego en nuestro
diario vivir.
8. Todo el que busque, pida, reclame o prometa la paz, en medio de una injusticia, lo
único que está buscando es prolongar un dominio.
9. Solo hay paz en los cementerios. Allí donde nada se mueve hay muerte. Un lago
estancado degenera y se seca. En cambio la violencia es vida. Las aguas se agitan,
señal de que hay vida. El mundo se mueve, se estremece, se parte, explota,
quema; es un mundo lleno de actividad. Porque la vida nace y viene con la
violencia. El sexo es un acto violento; el parto lo es igual. El amor violenta nuestra
razón y nuestros sentidos. Una fiesta, un carnaval, son actos llenos de
movimientos violentos. Los deportes son violencia. Fieramente violento, brutal,
salvaje, es el ajedrez. Violencia es la que aplica el golfista al golpear la pelota. La
misma risa, franca, alegre, feliz, violenta los músculos de la cara. Todo ejercicio,
sano y revitalizante, violenta la tranquilidad de nuestros cuerpos. Dios es violento:
ama intensamente, más que cualquier humano. Ama con pasión, pasión de dios,
ante lo cual tiembla el Universo. Pero aborrece al mediocre, al que busca la
neutralidad, al que no ama ni peca.
10. El más famoso subversivo (ahora sería calificado como terrorista) fue Jesús de
Nazareth. Todo el Evangelio es un libro de subversión. Veamos. En esencia niega
la antigua Ley; ni siquiera trata de mejorarla, perfeccionarla. La cambia para
imponer otra. Reniega e insulta a los plenipotenciarios, ofende todos los principios,
tanto políticos como religiosos. Reúne gente muy sospechosa y de baja calaña
ladrones, prostitutas, traidores, pescadores, vagos, mendigos, enfermos,
hambrientos, extranjeros, sirvientes—para juntos confabular contra las
autoridades civiles, religiosas y morales. Grita, gesticula, gime, como un Hitler,
buscando convencer a miles de personas de sus ideas. Se pasea desafiando a
todos los honorables de la ciudad y, descaradamente, sin ninguna decencia ni
pudor, insulta a las más respetables mujeres de la nación; y lo hace con las
peores expresiones. Vive rodeado de una banda de matones que lo protegen por
donde va, quienes además se encargan de azuzar al pueblo antes de sus
discursos. En el colmo de su atrevimiento ingresa al lugar más sagrado de la
ciudad y, junto con sus secuaces, destrozan todo lo que encuentran a su paso
provocando una estampida y un caos con más de un mercader herido, todos gente
inocente de sus violentas acciones. Finalmente amenaza destruir la sede del
gobierno y de la espiritualidad del pueblo —la parte más esencial de la nación, el
símbolo más sagrado: el templo— para luego construir él otro hecho a su manera

92
y con sus explosivas ideas. ¿Hemos leído bien entonces el Evangelio? ¿No nos está
mostrando el Cristo cuál es el camino? ¿A qué entonces hacerle caso a estos
fariseos modernos, de corbata y computadora cuando nos piden moderación,
obediencia, sumisión, paz y buena conducta? ¿No vemos acaso que el Maestro no
hizo ni haría caso a tales recomendaciones de «madurez y sensatez»? ¿Nos
atreveríamos a ser realmente «cristianos» así, y no esos religiosos que le sonríen
a todos y piden paz y amor por donde van? ¿Haríamos como ese Jesús y
destruiríamos los símbolos de la sociedad para poner los nuestros luego de tres
días? ¿Renunciaríamos a toda esa caterva de gente elegante, baja y ruin, e
iríamos todos juntos y desafiantes a las mismas casas de los más respetables y
honorables de la nación a gritarles, con las peores expresiones de nuestro idioma,
en su cara, todas sus verdades? ¿Seríamos capaces de hacer todo este «inmoral»
escándalo y revolución en nombre de nuestras creencias? El que quiera entender
que entienda.
11. Sufrimos de xenofilia, amor exagerado por lo extranjero.
12. Si tú eres joven y naciste entre los pobres de la sociedad, y ves que tu destino no
escapa del de miles como tú: ser un cualquiera, entonces tienes solo dos caminos:
el primero, por donde todo el mundo quiere ir, creyendo, como los que compran el
boleto de la suerte, que ellos serán los ganadores: el camino convencional del
estudio, del trabajo y luego del éxito social y político. Solo unos cuantos llegan; la
mayoría se convierte en gente fracasada que deambula y muerde sus
frustraciones. Pero el otro es el de la liberación, el del cambio, la revolución, el
cual consiste en negarle valor y validez a todo el esquema occidental de vida:
negar el éxito social y político. Nada de eso tiene ya valor. Lo único que cuenta es
la recuperación del ser, la inversión de los valores, darle vuelta a la tortilla. Que
todo lo que nos identifique como andinos sea lo auténtico, lo verdadero; y que, en
cambio, querer ser «blanco, rubio, de ojos azules», sea negativo; querer estudiar
en la universidad y ser un profesional a la manera occidental (estudios que solo
buscan el éxito individual sin importar las reales necesidades de la nación) sea
negativo; querer ser una persona importante y de dinero (o sea, ser admitido en
el «club de los blancos») sea negativo. Si en vez de ser un «blanqueado» quieres
ser un orgulloso y valiente andino ya sabes cuál es el camino que debes seguir.
13. Los jóvenes son la esperanza de nuestra nación; no los malogremos haciéndolos
ingresar a las universidades.
14. Cuando hagamos la sociedad, a la manera andina, el sistema educativo será
diferente: los cursos responderán a nuestras reales necesidades y no a lo que «la
globalización» reclama. Habrá muchos menos estudiosos pero muchos más
equilibrados, porque para vivir mejor no hace falta saber más, pues eso significa
depender de un conocimiento que no nos es útil.
15. No somos una nación libre e independiente porque estamos sometidos a fuerzas
económicas (y también políticas) extranjeras. Por lo tanto, el primer deber de un
joven andino es luchar por la independencia.
16. Una vez que seamos libres tendremos tiempo para hablar del amor.
17. ¿Qué país occidental, de esos tan amantes de la libertad por sobre todas las
cosas, se va a oponer a que seamos libres, auténticamente libres? ¿No sería
contradictorio que los «liberales por principio» no deseen nuestra libertad?
Ayudémosles pues a que sean consecuentes con sus principios.
18. Si Occidente pudiera congelaría el mundo como está para siempre. Y, por
supuesto, ellos siempre estarían arriba y nosotros siempre nos hallaríamos abajo.
La realidad les demostrará lo contrario. Nosotros somos esa realidad. Nosotros
crearemos el mundo a nuestra imagen y semejanza.
19. ¿Puertas cerradas, preguntas sin respuestas, filosofías resueltas, todo ya dicho? Lo
que pasa es que todavía no han escuchado lo que nosotros tenemos que decir;

93
todavía no han visto lo que nosotros podemos hacer. Aún el Dios Desconocido no
se ha manifestado. Nosotros somos sus emisarios. El Dios está aquí, en nuestras
almas. En Occidente le llaman el Dios del Fin, su capítulo final, el Anticristo. Sí;
cuando muere una planta de sus restos crece otra nueva, diferente. ¿Mejor? Eso
depende de a quiénes beneficie. El hombre es barro o es oro; es siempre
moldeable.
20. Toda escalera, por muy inmensa que sea, empieza siempre por el primer escalón.
Así también todo acontecimiento humano, por muy vasto y complejo que sea,
siempre tendrá su inicio, quiérase o no, en la cabeza de un solo y único hombre.
Siempre habrá un primero, luego un segundo y así sucesivamente. ¿Acaso por ser
los primeros, los segundos, detrás de nosotros no van a estar miles o millones de
hombres?
21. ¿Cómo resumiríamos todo este esfuerzo mental por tratar de encontrar una salida
donde aparentemente no la hay? Con dos palabras: creación heroica. Cuando se
cierren todas las puertas y no haya ninguna vía realicemos allí una creación
heroica usando nuestro propio cerebro (gran demiurgo, gran gestor de sueños y
realidades, que es el hombre mismo). Es algo que nace desde dentro, que no
viene de ninguna sabiduría externa, de ninguna otra fuente de conocimiento; es
una flor que brota en medio del camino o del pantano. Esa es la creación heroica.
Atreverse a pensar sin haber leído, sin haberse graduado, sin citar o repetir lo que
otros han pensado; en pocas palabras: pensar; no ser solo cacatúas que se inflan
hablando o escribiendo lo que otros han creado para luego cosechar en campo
ajeno y recibir el título de doctor (¡dorado sueño de cuántos infelices!). Creación
heroica es partir de cero, es abrir el conocimiento a lo desconocido; es dejar
hablar a los espíritus de nuestros antepasados, estar en silencio para que sus
voces nos dicten al oído (algunos le llaman inspiración, pero tienen tantas pruebas
de esa afirmación como nosotros de nuestros espíritus). ¿Qué hacen esos
«doctores» dueños de la verdad sino estar escondidos detrás de sus humildes
puestecillos en las universidades, mendigando que les publiquen sus estudios
sobre diversos tópicos ya elaborados por sus auténticos autores, los anglosajones?
Seamos creaciones de nosotros mismos, no burdas copias de «modelos» de última
moda. Seamos lo que nosotros queremos ser, no lo que otros quisieran que
fuéramos.
22. La clave de todo está en invertir los valores; lo que era feo sea ahora bello; lo que
era bueno sea ahora malo; lo que era sabiduría sea ignorancia; lo que era
superación sea rebajamiento; lo que era incultura sea cultura; lo que era primitivo
sea desarrollado; lo que era una desgracia sea una ventura. Allí donde solo
veíamos defectos veamos virtudes. Así aprenderemos a tomar la vida con
paciencia y tranquilidad; sabremos cuál es nuestro lugar en el mundo con respecto
a la naturaleza; cuánto dependemos de ella. Aprenderemos a respetar la vida,
cualquiera sea su forma o tamaño; conoceremos los miles de secretos acerca de
las plantas, de los animales, del clima, de los astros; aprenderemos un arte
integral, pletórico, expansivo, colorido, que expresa realmente todo aquello que
necesitemos manifestar; conoceremos una ciencia, una tecnología, muchísimo
más simple, pero más cómoda, más económica, más manejable, más humana;
poseeremos, al fin, una sabiduría, una conciencia de saber que sabemos; que nos
dará seguridad y satisfacción de ser lo que somos y no la angustia de vivir como
no somos. Digamos NO a esas verdades, a esa ciencia, a esa tecnología, a esos
dioses y a todas sus manifestaciones occidentales porque son la plena decadencia,
son el ocaso, el fin de un imperio. Pero ellos no van a permitir que alguien dé un
paso adelante (o al costado, o hacia atrás, o hacia donde sea) porque eso
significaría tener que cuestionar, contradecir y eliminar todas sus verdades, y ello
sería su fin. Por eso se han congelado, se han solidificado y, como el hielo, se

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romperán con un solo golpe y caerán hechos pedazos. Repitamos: lo andino es
bello, lo andino es grande, lo andino superior, lo andino es mejor, lo andino viene
de Dios y nada hay por encima de él. Yo soy andino, yo soy superior, soy un
modelo de grandeza y nada hay por encima de mí mismo cuando me comporto
como un auténtico andino.
23. El hombre, y en especial el occidental, no puede pretender que él sabe más y
actúa mejor que la naturaleza. La naturaleza es una voz que siempre nos grita:
«aquí estoy, no me he ido; estoy presente en cada uno de tus actos. Ni tu razón ni
tu espíritu pueden librarse de mí. Juegas con mis entrañas, te diviertes; pero yo
soy tú, y sin mí no eres nada. No existe el hombre sin cuerpo. Y si existes es
porque yo lo quiero, no porque tú lo quieras. ¿No te das cuenta hijito mío que yo
soy tu madre, que soy quien te da la vida y quien te la quita? ¿A dónde piensas
llegar sin mí, si apenas sales de la pecera en que te he puesto te asfixias? Es más,
sabes que tus días son limitados, como los fueron los de los dinosaurios y los de
los otros millones de seres que he creado y seguiré creando. ¿Adónde quieres ir
hijo mío, si tu especie no es inmortal? Es más, yo te digo que nunca dejarás de
ser lo que eres: un loco vagabundo. Así te hice y así te quiero. Esa es mi forma de
amar».
24. La venganza no es mala. Si lo fuera, los animales —que actúan estrictamente de
acuerdo con la más importante regla, la de la naturaleza— no la ejecutarían. Por
eso nosotros debemos resarcirnos de los males que nos han hecho. No pasar la
factura sería un acto innatural. Toda acción exige su reacción, y si ha habido daño
la respuesta tiene que ser dada, pero corregida y aumentada, para que se
recupere el equilibrio y se tranquilicen los corazones. Nuestros espíritus no
tendrán paz hasta que no se produzca la venganza. Occidente ha agredido
impunemente a miles de pueblos quitándoles la tranquilidad de existir, privándolos
de su propio crecimiento y desarrollo, negándoles su madurez, castrándolos,
esclavizándolos, poniéndoles grilletes y subiéndolos al barco de «su» historia, de
sus ciencias. Los privaron de ser fértiles, de mirar al horizonte, de creer en la vida,
de creer en sus dioses, de sentir el orgullo de ser, de elevar sus espíritus, de tener
sus propios errores y virtudes; en fin: les negaron el Ser. Y ese es el mayor delito
conocido hasta hoy por el hombre. Y lo decimos porque observamos los
resultados, no las buenas intenciones. ¡Oh, si todas sus buenas intenciones
hubiesen sido alguna vez realidad! ¡Oh, si Platón hubiese sido escuchado, más de
un abogado hubiese tenido Occidente! Pero no fue así. Por eso tenemos que
cobrar una dura venganza, santa, justa, digna, necesaria. La espada del Anticristo
zumbará por sobre sus cabezas para hacerlas caer una a una; espada empuñada
por todos aquellos que durante siglos hubimos de vivir condenados a la miseria
moral y espiritual, perdidos en el fracaso, mirando con una angustia infinita la
hermosura de la vida sin poder participar de ella porque teníamos que sufrir la
condena que nos impusieron. Nos negaron todo y eso lo tienen que pagar. No
estaremos equilibrados hasta que no se cumpla este designio.
25. Porque el Anticristo es el enemigo de nuestros enemigos, es el verdugo de los
poderosos, los ricos, las transnacionales; por eso le temen. Le temen porque
saben que él acabará con su dominio, que invertirá la balanza, poniendo al
dominado por sobre el dominante. El Anticristo ha venido a liberarnos; ya se
encuentra entre nosotros y no es un hombre: es un espíritu latente en algún, o
algunos, seres humanos vivos. El Anticristo no necesita identificarse con un solo
rostro; tiene el rostro de muchos hombres que hablan por él, que ejecutan sus
mandatos. El destruirá sus casas, barrerá con sus ciudades, quemará sus
bibliotecas y aniquilará sus ejércitos. El Anticristo no va a venir: ya está aquí,
porque algo existe desde el mismo momento en que se concibe, y la sola
concepción de un Anticristo vivo significa que él vive. Es el Dios Desconocido, que

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ha venido a ejecutar la venganza milenaria que todos los desposeídos de la tierra
estuvieron aguardando durante siglos. Solo es cuestión de esperar y
empezaremos a ver los efectos de su poder, el cual no está en la materia, al igual
que no lo fue en el caso del Cristo, sino en las mentes de los hombres. El
Anticristo vive y mora en el espíritu de los hombres, por eso nunca lo van a
detectar ni lo podrán eliminar. No hay ejército por poderoso que sea (aún con toda
esta moderna tecnología) que lo pueda derrotar. Por eso él puede venir al mundo
en un lugar lejano y distante del planeta, como lo hizo el Cristo, pues solo le basta
con que exista un hombre que lo conciba y lo acepte.
26. ¿Genocidio? El de los pobres judíos. O mejor dicho, el de los judíos pobres,
porque, salvo algunos, los que murieron en los crematorios nazis no eran judíos
ricos. Lamentablemente este hecho se ha convertido en un negocio de todo
calibre: político: le permite a Israel obtener ventajas como «país a la defensiva»;
económico: permite comercializar esa desgracia en todos los terrenos artísticos y
culturales, dejando cuantiosas ganancias; social: su status de héroes les brinda la
admiración y el favoritismo a nivel mundial. Bien, pero ¿y los otros genocidios? No
importan, eran pueblos inferiores. Total, solo se trataba de negros, de indios, de
chinos, de turcos, de árabes, de andinos. Estos genocidios no figuran en los libros
de historia ni en las películas y documentales de la televisión. Y estamos hablando
no de seis millones, sino de cientos de millones de hombres, asesinados en masa
y sistemáticamente, sin asco, sin vergüenza, asépticamente, con la bendición del
Papa y de todas las autoridades, con absoluta normalidad, sin oler los vomitantes
gases ni ver las horrorosas fotografías. Y no sin antes haberles sacado todo el
beneficio posible. Esos crímenes, esas «leyendas negras» que tanto les disgustan
a los historiadores «serios», esas matanzas, son hechos que pretenden que
olvidemos y perdonemos. Pero ¿cómo: no dicen los judíos: «no olvidaremos» y
todo el mundo aplaude esa decisión? ¿Ellos no olvidan las ofensas que se les
hacen pero nosotros sí tenemos que olvidar? Entonces nosotros también diremos:
no olvidaremos.
27. Cuando con «insolencia, atrevimiento e ignorancia», según ellos, hablemos sobre
nuestra afirmación, digamos siempre: «Yo pienso, yo creo...» Porque si caemos en
el error de citar a otros diciendo: «porque fulano dijo...», «ya mengano lo había
afirmado...», «porque el famoso zutano lo ha descubierto...», estaremos
atrapados en su juego de «dime a quiénes has leído y te diré quién eres»; o
«dime dónde has estudiado, cuándo, cuánto, con quién, cuáles son tus grados, tus
méritos, tus publicaciones, tus premios y te diré si vales». De ese modo ellos
podrán colocarnos en sus casilleros de «ignorantes», «subversivos»,
«fundamentalistas» o «idealistas», y tratarán de ponernos en ridículo ante la
sociedad, porque no encajamos en lo que consideran «la cultura». Esto recuerda
el hecho ocurrido una vez cuando un famoso curandero espiritista que llegó a
realizar algunas «operaciones» fue impedido de hacerlo mediante la fuerza pública
debido a que el Colegio de Médicos lo solicitó. Lo curioso era que no lo hacían
porque éste no «curara», pues estaba comprobado que en numerosos casos sí lo
hacía, sino porque curaba «al margen de la ciencia médica». No les importaba la
efectividad ni la alegría de los cientos de enfermos a los que hubiera sanado, sino
solo cuidar de ser ellos los únicos con la autoridad para hacerlo. (Solo los médicos
tienen la facultad de curar. Anda al médico).
28. No busquemos un mundo feliz sino uno más equilibrado, y ser nosotros dueños
de él. Las teorías que hablan de que una sociedad que satisface todas sus
necesidades es la mejor es solo una idea de origen occidental. Según ellas, el
esclavo, el sirviente, el miserable de espíritu, el empleado —profesional o no—
será un hombre feliz solo cuando satisfaga todas sus necesidades (o sea, algo así
como un comprador con su carrito lleno en el supermercado de la vida). La teoría

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de que el hombre, además de satisfacer sus necesidades, requiere ser reconocido,
—o sea ser felicitado, estimulado y halagado por la sociedad— no hace sino
insinuar que la espiritualidad del ser humano es un sinónimo de simple «vanidad»,
«orgullo» o «ambición», elementos que los comerciantes creen poder satisfacer
plenamente ofreciendo tours de «turismo de aventura» para ejecutivos o cualquier
otra especie de disneylandia emocional que se encuentre en un mercado
demócrata-liberal. Quiere decir que para ellos los sentimientos nobles que antaño
nosotros atribuíamos al espíritu solo son experiencias meramente sicológicas que
pueden ser fácilmente satisfechas con cursos y paseos. Adiós dioses, bienvenida la
manipulación. Salvo el mercado nada hay sagrado en la vida. Todo esto no es más
que otra de las miles de maneras de cómo los poderosos convencen a los
oprimidos de por qué ellos deben estar arriba y los otros abajo... para siempre.

Pensamientos andinos

1. El hombre solo puede adorar al dios; solo puede admirar al hombre; solo puede
seguir el ejemplo; solo puede cumplir el reglamento. El verdadero amor solo ama
al amor, en la forma en que él se presente.
2. La naturaleza es algo terriblemente radical: es o no es. La vida es totalmente
radical; las manifestaciones de la vida son radicales. Todo es radical. Estamos en
un mundo radical, donde todo es aquí y ahora.
3. Somos eslabones de una larga cadena; somos una parte de un todo que se viene
sucediendo, no sabemos desde cuándo ni hasta dónde. Somos herederos de
nuestros progenitores, quienes a su vez fueron herederos de los suyos y así
sucesivamente. Llevamos en nosotros una memoria universal, como un enorme
depósito, donde se encuentran elementos vitales que no llegamos a comprender.
Innumerables fuerzas que hacen girar nuestros átomos, vivir nuestras células,
funcionar nuestros mecanismos internos; fuerzas que no podemos controlar pues
se desarrollan por sí solas, al margen de nuestra voluntad. Por lo tanto nuestra
voluntad es muy estrecha, muy limitada. Nuestra responsabilidad ante la vida se
reduce a una mínima parte de nuestra existencia, por eso el hombre no es
responsable de haber existido o de desaparecer. Eso no está en nuestras manos,
nunca lo estuvo. Esa enorme parte de la vida de la cual nosotros no podemos
responder está en manos de la vida misma, a la cual le podemos poner los
nombres de Dios, naturaleza u otros. Visto esto, quitémonos entonces de encima
el inmenso peso que significa tener que asumir responsabilidades que no nos
pertenecen, que no nos incumben. No es nuestra responsabilidad darle energía al
sol, hacer girar al mundo, mover al mar, hacer vibrar a las células, hacer palpitar
al corazón. Tampoco tenemos que ser responsables por el destino de la
naturaleza; ella tiene sus propios caminos, sus propios motivos e intereses, los
cuales desconocemos por completo. El hecho de conocer algo de ella no nos da
derecho a ser su amo y protector. Dejemos, en suma, de jugar a Dios, de llamar
al mundo nuestro mundo; él no nos perteneció nunca y no nos pertenecerá. Es
más, vivirá aún después que hayamos desaparecido como especie.
4. Hagamos entonces todo lo que de humano se pueda hacer. Reconozcamos
nuestras limitaciones y utilicemos el corto tiempo que tenemos para vivir en vivir.
5. ¿Qué sentido tiene el sol, qué la luna, qué las estrellas, qué el mundo, qué la
vida? Son cosas dadas las cuales nunca podremos cambiar; estaban allí antes que
nosotros y estarán después. Su sentido es que son, existen irremediablemente.
¿Qué sentido tiene que se sea hombre, mujer, alto, bajo, negro o blanco? Lo
mismo: son y no pueden ser de otra forma. Aquí están, allí están, así los
encontramos y así los tomamos. ¿Qué sentido tiene que el agricultor tenga una
tierra bajo sus pies, el alfarero barro entre sus manos, el marinero agua para su

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barca? Su sentido es que son, así están puestos; no había ni habrá otra opción.
¿Qué sentido tiene vivir, por qué no morir en vez de seguir viviendo? Porque así
está dado: hay que vivir, es necesidad de la vida. Es tener que vivir porque no hay
otra alternativa. En la vida misma se encuentra esta ley imperiosa y obligatoria
del tener que vivir porque así está dado. Así hemos encontrado al mundo y así
tenemos que tomarlo.
6. ¿Vale la pena vivir? Dime pez: ¿vale la pena ser pez? Dime ave: ¿vale la pena ser
ave? Dime mosca: ¿vale la pena ser mosca? Y los peces y las aves y las moscas se
siguen reproduciendo por millares, contra toda voluntad u oposición. Siguen
insistentemente aumentando, irresponsablemente; arremetiendo,
desaforadamente, sin detenerse. ¿Es asunto del hombre encontrar las razones de
un pez, de un ave, de una mosca, por las que se siguen aferrando a la vida hasta
donde pueden? Eso escapa a nuestro control. ¿Quisiéramos saberlas para poder
después imponerles nuestras leyes y criterios sobre lo que a nosotros nos parece
mejor? Seguir viviendo hasta lo último, con o sin sentido, ése es nuestro sentido.
7. ¿Existe Dios, los dioses? ¿Los necesitas? ¿Para qué? ¿Qué harías con ellos si lo
descubrieras? ¿Te harían respirar más, mejorarían tu digestión, te abrirían los ojos
cada mañana, te los cerrarían en la noche? ¿Trabajarían por ti, te enseñarían a
reproducirte, a caminar, a cruzar una montaña, a entrar y salir de tu casa? ¿Qué
harían los dioses por ti que tú no puedas hacer? Entonces ¿para qué los quieres?
¿Necesitas adorarlos? ¿Realmente lo necesitas? ¿Quiere decir que ya has resuelto
todo lo que tenías que resolver, que ya has andado todo lo que tenías que andar,
que ya has visto todo lo que tenías que ver? Entonces, si así fuera, si realmente
los necesitas, allí los tienes. Escoge. Son miríadas; hay para todos los gustos y
caprichos. Desde los muy pequeños —unos simples insectos— hasta los muy
grandes —el sol, las estrellas, el universo en pleno. Son tantos que no alcanzarían
todos los seres humanos que hayan existido y existirán sobre la tierra para que se
agoten. ¿Quieres uno nuevo, más cómodo, más a la mano, más divertido? No te
preocupes: mírate al espejo; allí tienes uno.
8. ¿Qué es el hombre? El hombre es un ser que nació preguntando y morirá
preguntando, porque sus preguntas no tienen fin, como tampoco sus respuestas lo
tienen. Solo cuando deja de preguntar deja de ser hombre. Solo cuando deja de
responderse deja de serlo. ¿Quieres entonces una respuesta definitiva y con ello
perder tu condición de hombre? Sigue, sigue preguntándote qué es el hombre. Eso
es ser hombre.
9. ¿Hacia dónde vamos? ¿Quién dice que estamos yendo? ¿Hacia dónde va el pez en
la pecera? Una vez que alcanzamos la plenitud de nuestras fuerzas ya estamos
terminados, ya estamos completos, ya todo está dicho y hecho. ¿Queremos algo
más? ¿Más de qué, de lo mismo, corregido y aumentado? ¿Queremos comer más,
caminar más, reproducirnos más, vivir más? ¿A dónde puede ir una ameba que a
seguir siendo ameba, y luego, si se transforma en otra cosa, a seguir siendo esa
otra cosa en lo que se transformó? ¿A dónde más puede ir un pájaro que a seguir
siendo pájaro hasta que se muera como pájaro? Entonces ¿hacia dónde vamos?
No vamos hacia ningún lado porque ya somos, ya estamos.
10. ¿Existe la verdad? Tú vives con una verdad dentro de ti sin la cual no podrías ser
un ser humano. ¿No la conoces? ¿No te gusta? ¿No te convence? Entonces ¿por
qué buscas otra, una nueva, una mejor según tú? ¿Qué se te ha quebrado dentro
como para que reniegues de ti mismo y busques aquello que no tienes? Dices que
sí estás contento con tu verdad, pero que te gustaría saber de otra mayor,
universal, que sirva para todos y para todo. ¿Qué tiene tu espíritu ambicioso e
insaciable que quiere ir más allá de sí mismo? ¿Acaso es él tan enorme, tan
amplio, tan gigantesco que puede contener una verdad de esa naturaleza? Me
dices que sí. No lo creo. Si fuera así pues ya la tendrías y no la buscarías. La

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verdad navega en todos los hombres, grandes y chicos, sabios y comunes. Todos
disfrutan de una porción de ella; unos más otros menos. Es un inmenso río del
cual no vemos su inicio ni vemos su fin. ¿Quieres que te diga qué parte del río veo
desde mi modesto punto de vista? Pues aún con los mejores telescopios para
mirar más allá de donde nadie ha visto solo consigo vislumbrar una parte de este
río. Sí, la verdad existe. Solo búscate un recipiente adecuado donde pueda caber
toda esta infinitud de agua. Si logras encontrarlo entonces poseerás la verdad.
11. ¿Qué es la ciencia? Es todo aquello que no necesitamos para vivir. Puede ella
desaparecer y nada cambiará en el mundo. Los vientos seguirán soplando, los ríos
seguirán corriendo, el día y la noche continuarán apareciendo, los seres humanos
seguirán andando por la tierra, ejerciendo sus mismas funciones vitales. ¿Que un
hombre sin ciencia no es un hombre? ¿El niño recién nacido no es un hombre? ¿El
minusválido mental no es un hombre? ¿El nómada desnudo australiano no es un
hombre? ¿El ágrafo andino no es un hombre? ¿El pobre y miserable hambriento e
ignorante que deambula por las calles no es un hombre? ¿Todos los desposeídos
de ciencia no son hombres? ¿Cuántos son: cientos, miles, millones, la mayoría de
la humanidad no son hombres? ¿Solo los detentadores del conocimiento resultan
ser hombres? ¿Solo tú puedes ser llamado hombre? Pero insistes en querer la
ciencia; das la vida por ella; gastas y te desgastas por poseerla; estás convencido
que es indispensable; no concibes vivir sin ciencia. ¿Que te conceda por lo menos
la medicina como la gran ciencia? ¿Hablas en serio? ¿Quieres vivir más, necesitas
vivir más, te urge, porque tienes mucho que hacer, y necesitas que la ciencia te lo
permita? ¿Es amor a la ciencia por ella misma o por los beneficios que de ella vas
a obtener? ¿Eres acaso un inquisidor, defensor a ultranza de fes, porque ello te
rinde jugosos beneficios? Y si te dijera que los que viven sin ciencia, al margen de
ella, viven más y son más poderosos que los que la manipulan ¿renegarías de tu
ciencia? Veo claramente en tus ojos el típico brillo del ambicioso. De aquel que
cada artificio que se inventa lo convierte en una nueva y poderosa arma y luego le
levanta monumentos a la ciencia, porque gracias a ella él es más poderoso. ¿Pero
no ves quiénes son los que más la aman, los que más la ensalzan, los que más le
piden, los que más la incentivan, los que más la buscan, los que más la financian?
¿Son acaso los pobres y débiles de la tierra, los explotados al ciento por ciento, los
desheredados de la historia? Mira bien en lo que termina toda la ciencia. Mira bien
en qué manos está. Primero usaron el palo; hoy usan los satélites computarizados
con carga nuclear. El brazo no es responsable de lo que hace el hombre. No le
echemos a la piedra la culpa del golpe. Si te gusta sembrar, hazlo con tus manos
o hazlo con la máquina. Diviértete. Nada de eso realmente necesitas, porque lo
que nos hace hombres no es lo que sabemos sino lo que somos.
12. ¿Qué es el amor? El amor parece ser un inmenso tonel donde guardamos todo
aquello que no podemos comprender. Es la presencia de lo incomprensible, que
nos domina a pesar nuestro. El único terreno en el cual la voluntad humana ha
tenido que ceder, y sigue cediendo. Tal parece que la naturaleza ha reservado
muchas cosas que son para ella sola y no para sus criaturas. Nos ha dado los
sentidos necesarios para realizar algunas cosas, pero nos ha privado de otros para
comprender otras. ¿No puedes convivir con el misterio? Pues si no sabemos
convivir con los misterios estamos perdidos, y nos encaminamos a la locura de los
que no pueden dar un paso sin saber por qué, para qué y a dónde. Admitámoslo:
hay cosas que no tenemos que saber ni menos aún controlar porque si no todo el
orden de la existencia se desbarataría. Imagínense tener que indicarle al corazón
el momento en que debe dar cada latido; lo mismo a los pulmones, a los
intestinos, a la sangre. Felizmente la naturaleza no nos dio esa responsabilidad y
es más que seguro que nunca nos la va a otorgar, porque no nos corresponde. Lo
mismo con el amor. Si tuviéramos que andar conduciéndolo no sabríamos qué

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hacer con él; y lo más probable es que nos devanaríamos el cerebro tratando de
darle la mejor orientación posible, con lo cual deja ya de ser amor para pasar a
ser un acto de voluntad. El amor es todo lo que no es asunto del hombre manejar
ni dominar. ¿Es que no vamos a permitir que algo exista sin que lo convirtamos en
nuestra propiedad? ¿Es que no vamos a parar hasta que le pongamos un
regulador de temperatura al sol y sentir que hemos hecho lo correcto? Deja al ave
volar, que es de ella volar. Deja al amor ser amor, que es de él el ser así.
13. ¿Por qué la muerte? Veo que palidece tu rostro cuando escuchas de ella. Dices que
preferirías no hablar de eso, que quieres tenerla lo más lejana posible. Pero ¿no te
das cuenta que vive contigo, dentro de ti, desarrollándose cada día más,
haciéndose más fuerte a cada instante, esperando pacientemente que llegue el
momento de darle a conocer a todo el mundo que ella ya es dueña de ti? ¿Aún así
la quieres seguir ignorando? No te culpo; es que vives envuelto en el miedo. Eres
un pez dentro de esta pecera y no puedes pretender decir que tú no nadas en ella,
y que el agua que utilizas es un agua pura y cristalina que no pertenece a la
pecera. Solo si lográramos escapar ese miedo se desvanecería y pasaría a ocupar
su sitio el valor, el coraje de vivir intensamente; y con la muerte como nuestra fiel
compañera. Por eso el precio que pagamos por saber lo que sabemos es el miedo.
Por eso ningún hombre puede —ni debe— saber cuándo va a morir, porque
inmediatamente se trastorna y se vuelve loco. ¿Será que tanto nos gusta vivir que
no soportamos la idea de dejar de hacerlo? ¿Es acaso este miedo la prueba más
contundente de que vale más la pena vivir, con todas sus penurias, que morir? No
es a la muerte a lo que le tenemos miedo sino al miedo a la muerte.
14. Fe. ¿Para qué? ¿Sabemos lo que estamos pidiendo? Desde siempre la fe fue un
asunto de santos; ¿te sientes capaz de asumir una fe? ¿Pero qué es lo que
realmente necesitas? Porque acudir a la fe es ingresar al altar sagrado, allí donde
nadie puede andar calzado ni con la frente en alto. ¿Tus pulgas no te dejan en paz
y vienes a pedir fe? ¿Por qué no intentas primero darte un buen baño? Tus pulgas
saltarán muertas de miedo y te verás libre de ellas. ¿Es acaso que necesitas un
sicólogo? Pues seguramente conocerás a alguno que sea honesto y no esté loco.
¿Insistes con eso de la fe? Pues entonces debes estar muy enfermo. Pero te
advierto: tener fe no es ir a una tienda a pedir cosas ni ir al sicólogo para que
arregle tus asuntos amorosos. La fe es hacerte esclavo, dejar de lado tu voluntad
para que ella te domine, para que ella te dicte y tú obedezcas. ¿No te gusta
mucho la idea? ¿Me dices que la quieres pero para tener paz, llevarte
armoniosamente con tus vecinos, que te marche excelentemente en el trabajo,
que tengas una buena relación con tus amores, que toda tu familia se encuentre
bien de salud; que la necesitas pero no en todo momento —porque tienes mucho
que hacer— y que te gustaría que pongamos un día y una hora fijas para la fe y
así puedas cumplir con todos tus compromisos? Ay amigo, algo me decía que tus
intenciones no eran del todo honestas y sí bien pequeñas. Para satisfacer todas
tus necesidades espirituales no necesitas la fe. Te han mentido sobre ella; no es
verdad que sea algo bonito, bello y cómodo. Has ido a un mal consejero, a un
mercader de fes, y te ha dado una mala indicación. Te ha dicho que el reflejo de la
luna sobre el agua era el fuego, que la humedad de tu boca era el mar, que el
polvo de tus zapatos era el desierto. Falso. Eso no es la fe. Solo pueden tener fe
aquellos que mueren por completo y renacen en ella. Lo pide todo o nada. Tú
crees que la fe es un consejero privado y piensas que esa voz que te habla en el
silencio es la voz de Dios. ¿En tan poca cosa valoras la fe?
15. Hoy ya no existen los sabios. ¿Es que la palabra sabio ha resultado obsoleta,
inadecuada para un mundo moderno donde solo tienen cabida los técnicos, los
especialistas, los ingenieros, los doctores? Dicen que hoy la sabiduría no existe,
que es un concepto demasiado ambicioso para un solo hombre, que servía para

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definir a los científicos primitivos, no especializados, que abarcaban mucho pero
que apretaban poco. Dicen que la sabiduría ya no tiene lugar en un mundo como
el nuestro. Pero ¿quiénes lo dicen? ¿Quiénes se atribuyen el derecho de darle el
acta de defunción a la sabiduría? ¿No son los mismos especialistas en minucias los
que lo dicen? ¿No ves cómo se ríen de eso? ¿No ves cuánto les interesa que nadie
crea más en ella? Pobre, ajada y abandonada, hoy la sabiduría vive arrumada en
los rincones más oscuros de la sociedad. Pero ¿vive? Sí, vive. Al igual que las
pestes y las calamidades de la historia, vive esperando, escondida, a que se dé el
momento más propicio para aparecer. Ella conoce al hombre; sabe de sus
debilidades, de sus marchas y contramarchas, de sus arrepentimientos y de sus
desbandadas hacia los templos con el pánico en el rostro. Es allí cuando ella
encuentra su oportunidad y vuelve con fuerza, con el látigo en la mano. Mientras
tanto sigue tejiendo, pacientemente, cual Penélope, sus futuras acciones. Sigue
sumando, contabilizando, juntando en sus arcas todos los hechos para irlos
sacando, uno a uno, y luego anotarlos, ordenadamente, en su voluminoso
cuaderno. Pero sus impostores, los que usan sus trajes e imitan su manera de
hablar, los llamados filósofos contemporáneos, cual baratos sofistas, siguen
justificando sus pequeños salarios, mendigando un poco de renombre a las
autoridades de las universidades de las cuales son sus más indefensos empleados.
Ellos, con una modestia de monja, solo piden que coloquen sus nombres junto a
sus ídolos del pensamiento y con eso se sienten bien pagados. Y las autoridades
universitarias, las fundaciones de caridad intelectual, les dan esa migaja para que
muevan sus colas de contentos. En eso han terminado los llamados filósofos
contemporáneos: constructores de pesadillas idiomáticas enredadas y
enrevesadas, no aptas para humanos; hundidos detrás de sus apoteósicos lentes
sobre libros incomprensibles, tratando de encontrar el más mínimo detalle que los
pueda llevar a la fama y a una jubilación más o menos aceptable. ¡Qué placer
cuando ven sus nombres en los escaparates de las librerías! ¡Qué inmenso orgullo
cuando los citan en los simposios internacionales junto a otros como Platón,
Aristóteles, Kant! ¡Qué secretos y miserables orgullos cuando los invitan con
mucho respeto a que dicten una conferencia o una cátedra en alguna prestigiosa
universidad! Cómo se inflan cuando dicen: no gracias, no bebo, no fumo, no
practico el sexo, no me expongo a las emociones, no veo televisión, solo me gusta
la música académica o el jazz, no me interesa el dinero, no me meto en política,
no me gusta alzar la voz, solo soy adicto a la paz universal! Ah, sacerdotes de
parroquia pueblerina. ¿Para eso querían reemplazar a la sabiduría, al verdadero
sabio? ¿Piensan acaso que sus grados académicos les otorgan atributos
espirituales? ¿Acaso en esas universidades les enseñan lo que es el frío, el
hambre, la sed, la angustia, el miedo, la fe, el amor? ¿Quiénes si no ustedes eran
los llamados a entenderlo, a vivirlo? Pero no, ustedes, en sus especializados
casilleros, refugian su mediocridad diciendo que esa no es su función, que en eso
no trabajan, que para eso no les pagan, que están escribiendo un libro, que esa es
su única misión, que solo son humildes extractores y recomponedores de ideas y
que, por lo demás, son simples hombres comunes. Y así, rebajándose ustedes,
que son los que atesoran el mayor conocimiento, rebajan al mismo plano a todos
por igual; y más aún a aquel que no ha seguido un idéntico camino al de ustedes.
Pues ustedes dicen: «si nosotros, que somos simples obreros del saber, profesores
de segunda en los institutos, pensionistas de poca monta de las fundaciones,
somos hombres como cualquiera (por último, somos unos cualquiera) ¿con qué
derecho alguien que no ha pasado por este vía crucis, por este calvario de leer
miles de libros y de encerrarse años enteros en oscuras habitaciones, privándonos
de todos los placeres de la vida, cuidando nuestro cerebro como se cuida a una
urna de cristal, evitando todos los excesos, respetando, tímida y genuflexamente,

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a todas las autoridades habidas y por haber por temor a no llegar a graduarnos;
por qué ese alguien va a pretender colocarse por encima de nosotros, los eunucos
escribientes»?
15 a. Y mientras los mediocres ilustrados, esos impotentes físicos y sociales, llamados
filósofos contemporáneos (ellos son más modestos aún: quieren que los llamen
profesores. ¿Es que no pueden rebajarse aún más?) continúan en sus castillos de
cristal resolviendo trabalenguas, una raza de diligentes y ciegos hombres de hielo,
los llamados científicos, no cesan de vomitar sus descubrimientos. Están
encaramados, felices, en el trono en el que los comerciantes los han puesto; cual
estúpidas adolescentes se entretienen con los vestidos y perfumes que, a cambio
de sus investigaciones, les dan esos mercaderes. Ellos dicen: «¿Pero qué mal
hacemos, si solo nos dedicamos a desentrañar los misterios del universo en pro de
toda la humanidad? Solo realizamos nuestro trabajo. Para eso nos pagan. Somos
simples hombres comunes». Ah, ignorantes morales. ¡Ni Poncio Pilatos se lavó las
manos tan bien como ustedes! Leen en los diarios los exitosos resultados de sus
experimentos: con qué precisión ingresó el misil por la ventana del edificio
enemigo, con qué efectividad y limpieza destrozó cientos de cuerpos, con qué
exactitud la bala le reventó la cabeza al hombre enemigo; y luego cierran sus ojos
en la noche diciendo: «Cumplí mi deber, para eso me pagan; soy un hombre
probo». ¡Qué horror el verlos a ustedes, tan hormigas, tan industriosos, tan
telarañas, tan microscópicos, desarrollando un nuevo tipo de arma, más letal, más
mortífera, más limpia! Y luego dicen que su trabajo solo consistía en crear una
nueva servilleta, que ustedes no tienen sangre en las manos, que son inocentes
pues los verdaderos culpables son los militares que disparan las armas. ¡Mil veces
hipócritas! ¿A quiénes quieren engañar, si sabían que esas servilletas las llevarían
en sus mochilas los soldados para limpiarse cuidadosamente los labios a la hora
del rancho después de la matanza? Esas servilletas, tan limpias, tan blancas, tan
bien dobladas, pasaron todas las pruebas de calidad y fueron las ganadoras en la
licitación del ejército. ¿Quiénes presentaron la solicitud? ¿Quiénes postularon al
millonario concurso que les permitiría a los asesinos eructar con toda comodidad
sobre una superficie tan científicamente diseñada? Despreciables, ustedes le dan
un arma a un niño y luego voltean la cara para no ver sus sesos desparramados.
¿Vas a decir, Albert, hombrecillo de mandil y pizarra, que no sabías para qué iban
a usar tu invento?
16. En medio de un camino había una gran piedra. Cuando llegó el primer caminante
se arrodilló ante ella y le rindió adoración. Luego, con mucho respeto, la bordeó y
siguió su camino. Otro caminante intentó moverla pero, como era muy pesada, no
insistió más y continuó su marcha. Vino otro que no se detuvo y, dando un salto,
la ignoró. Un nuevo caminante la miró con curiosidad y, como era industrioso,
sacó sus herramientas y se puso a darle forma. Mas como se le hizo tarde tuvo
que dejar el trabajo a medio hacer y se fue. Varios caminantes de los muchos que
pasaron intentaron seguir la obra de éste, hasta que en un momento dado la
piedra pareció tener forma. Entonces llegó un grupo de caminantes a los que les
gustaban las adivinanzas y se pusieron delante de ella a deducir qué cosa
significaba esa extraña figura. Uno dijo que era redonda, otro dijo que era
cuadrada, otro que era un triángulo. Hasta hubo uno que dijo que no tenía
ninguna forma y que simplemente era una ilusión. Esto generó una acalorado
debate que no terminó sino cuando se dieron cuenta que tenían que continuar
andando, con lo que se acabó la discusión. Luego de estos vinieron otros que eran
más astutos y tramposos. Al ver la piedra todos pensaron en obtener algún
beneficio personal de ella, con lo que se originó una gran pelea por poseerla. La
lucha fue muy larga y violenta, pero nadie logró hacerse de ella. Al final, viendo
que ya no podían perder más tiempo en ese asunto, tuvieron que dejarla y se

102
marcharon. Vino uno que al verla perdió el juicio y se aferró a ella diciendo que la
amaba. Pero su locura no le impidió tener que abandonarla y, con pena y entre
lágrimas, se despidió de ella dando alaridos de dolor. Uno que era muy fuerte
logró moverla hasta casi el borde del camino, pero no le alcanzó el tiempo para
continuar con su empeño. Sin embargo, el siguiente caminante empleó el mismo
tiempo para retornarla a su lugar, con lo que se sintió contento y se marchó feliz,
como si hubiese hecho una gran obra de bien. Y así fueron pasando y pasando
hasta que un día no lo hicieron más, pues la raza de los caminantes había dejado
de existir. Los seres humanos, en nuestro tránsito hacia la muerte, encontramos
una gran intriga en la mitad de nuestro camino: resolver el misterio de nuestra
existencia. Y ante este reto respondemos de infinitas maneras, llamándolas a
todas La Verdad de la Vida. Pero, al final, ese secreto permanecerá allí, oculto a
nosotros para siempre.
17. Me preguntas ahora por los capitanes de la nave. ¿Quieres saber quiénes
conducen ahora el barco de esta muchedumbre que es la humanidad? No, no son
los que con traje y gorra figuran en la cabina de mando. Ellos son los empleados,
los ejecutivos, los gerentes, gente no pensante, sino actuante. Prácticos, dóciles,
hábiles. Buscados y colocados por sus múltiples habilidades para ordenarle a la
tripulación todo lo que tienen que hacer. Son simples administradores de los
intereses ajenos. Llevan nombres pomposos como: líderes, presidentes,
dirigentes, gobernantes. Sin embargo ellos obedecen los mandatos de quienes les
dan las órdenes desde lo oculto. ¿Quieres saber quiénes son esos ocultos, esas
sombras de la noche oscura, esos fantasmas de mano helada, esas termitas de la
muerte, esos cánceres del alma, esas serpientes venenosas debajo de la cama,
esos malignos genios de la lámpara, esos asesinos de sus propias madres, esos
crucificadores de Cristos? Esos, mi amigo, son los comerciantes. Una estirpe que
resume en su espíritu todo lo que los hombres desde siempre hemos rechazado
con ira y con dolor. Todo aquello que las civilizaciones han llamado «lo maligno»
ellos lo han absorbido por completo. En ellos han encontrado refugio la Codicia, la
Envidia, la Ambición, la Traición, el Crimen, el Egoísmo, la Indiferencia. Todos los
ingredientes que, desde siempre, han formado parte de ese potaje venenoso que
se llama La Maldad. Pero no cualquier maldad, de esas que comete un niño
cuando aplasta a un insecto sin ninguna explicación. Se trata de la Gran Maldad,
la síntesis de todos los orígenes de nuestras desgracias, el motor de la maquinaria
del Gran Dolor, el dolor no natural, el dolor artificial, el dolor pensado, el dolor
creado por el hombre para aplicárselo al mismo hombre. Ellos, para poder
realizarse plenamente y cumplir con sus fines, utilizan toda clase de argumentos
para conseguir que otros hombres les den aquello que necesitan. Ellos son los que
emplean a esos niños-adultos: los curiosos, juguetones e irresponsables
científicos; ellos son los que pensionan a los delicados y petulantes semi-hombres:
los pacíficos y marginales tontos útiles llamados filósofos contemporáneos; ellos
son los que contratan a los estrechos de mente: esos caballos con anteojeras
llamados los técnicos; ellos son los que financian las campañas a los
acomplejados: esos minusválidos del espíritu llamados los políticos; ellos son los
que entretienen a las chusmas de todo el mundo con sus espectáculos deportivos
y culturales aventándoles mendrugos a esos perritos falderos que menean la cola
a todos los amos: las estrellas populares. Esta clase de individuos sí sabe lo que
hace, porque conocen a los seres humanos en todas sus miserias. Delante de sus
escritorios de préstamos ha desfilado toda la humanidad. ¿Cómo entonces no van
a conocer al hombre! Por allí han pasado el religioso, ansioso de construir un
templo; el rey, desesperado por armar sus ejércitos; el militar, deseoso de vengar
su orgullo herido; el científico, arrebatado por un nuevo invento que lo llevará a la
gloria; el intelectual, el más arrastrado de todos, implorando tan solo unos

103
míseros centavos; el técnico, con los pantalones lo más abajo posibles, pidiendo
solo un salario; los políticos, gritando a voz en cuello a quién tienen que matar
para curarse del complejo de inferioridad; las mujeres, guiñando el ojo y
sonriendo cómplicemente como si sospecharan que están delante de otra mujer;
los miserables de todos los tiempos, que solo sirven para rellenar los escalones; y
también, cómo no, otros comerciantes, sus futuros aliados o enemigos mortales
por la posesión del mundo. ¿Cómo no va a conocer perfectamente esta raza de
luciferes a la humanidad, después de verla cómo se desnuda, cómo cae rendida a
sus pies, cómo le cuenta sus más íntimos secretos y le hace partícipe de sus más
macabros planes? Ellos sí conocen el alma del hombre, pero, ¡Oh dioses de todos
los tiempos, miren para qué usan ese conocimiento! ¿Quién les quitará de las
manos el tablero de control? ¿Quién será lo suficientemente fuerte para sacarlos a
correazo limpio de la parte alta del teatrín? ¿Quién podrá ser más astuto que ellos
y descubra todos sus arquitectónicos planes, más complejos que mil nudos
gordianos? ¿Quién resistirá el embate de sus perros, (sus filósofos, sus
especialistas, sus técnicos, sus historiadores, sus investigadores, sus políticos, sus
militares), cuando todos a una se lancen a destrozar al «villano» que anda
buscándolos para clavarles, cual torero, la espada de su muerte? ¿No lo hicieron
ya, acaso, antes, con todos los Sócrates que se les presentaron?
18. Preguntas ahora si entonces hace falta un Anticristo. Pero yo te respondo que ya
no te lo preguntes más, porque él ya está aquí, está vivo, está entre tus manos, y
su morada estará en tu cabeza. El quiere entrar; solo depende de ti que lo dejes
ingresar. Porque el Anticristo, y ya te habrás dado cuenta, no tiene cuerpo; él es
pensamiento, es espíritu; y ha venido al mundo a decirle a los dominadores, a los
poderosos, que ya es tiempo de morir, que ya no pueden seguir siendo más lo que
son. Ellos lo saben, por eso le temen. Pero no le temen a que venga; a lo que le
temen es a que efectivamente va a venir, al igual que los niños que juegan en el
recreo sabiendo que la campana de llamada a clases va a sonar e
indefectiblemente van a tener que entrar a las aulas; ellos siguen jugando hasta el
último segundo, pero saben que no será para siempre. Ahora ya ha sonado la
campana ; ya terminó el recreo. Al principio ellos se van a negar porque les gustó
mucho jugar, pero saben perfectamente que nadie se puede resistir al campanazo
final. Y este es un destino que ya estaba escrito por ellos mismos, porque desde el
principio lo sabían; sabían que después del vivir viene el morir; sabían que
después de la gloria viene la oscuridad. Sus mismos escritos proféticos lo han
dicho desde siempre; por eso lo van a aceptar, con más resignación de lo que
nosotros creemos. Es que ellos saben que ya están cansados del recreo; saben
que ya se hastiaron del juego; saben que todo el tinglado de reglas que
elaboraron ya no emociona a nadie; saben que ya los participantes, como niños
que son, no desean seguir con lo mismo porque quieren cambiar, quieren dejar de
hacer lo que han estado haciendo. El espíritu del recreo se agotó. Hay que entrar
a clases porque es mejor para todos. No hay peor cosa para los niños que jugar
un juego aburrido. Todos van a querer entrar al salón. Por eso el Anticristo viene a
convencerlos que ya es tiempo que dejen de hacer lo que hacen y que es mejor
que abandonen: viene a hacerles entender, solo con palabras, de que es mejor
que estén muertos; sí, muertos. Y estas palabras van a cundir de tal manera entre
ellos que con sus propias armas van a buscarse la muerte. Porque van a llamar a
la muerte La Liberadora, la Paz del Alma, el Bálsamo de la Vida. Y esos millones
de seres, ya hartos de tanta vida tan aburridamente cómoda, irán, como en
procesión, hacia lo único que les va a dar sentido a su vida: su muerte. Por eso,
todos los discípulos del Anticristo son voceros de la muerte, pero no de la muerte
de todos (y ahí está el error de muchos) sino de la muerte de los que ya la
necesitan, de los que la piden con desesperación, con rabia, con angustia. La

104
misión del Anticristo es una misión de profilaxis, es decir, de cortar con lo enfermo
para que crezca lo sano, lo bueno, lo nuevo. Ellos lo saben, por eso se tapan los
oídos con horror cuando escuchan la Campana del Dios Desconocido; pero
después lo llamarán a voces, correrán hacia donde se diga que esté y, de rodillas,
pedirán ser los primeros; y el Dios se los concederá; porque es un Dios de Vida
que primero da muerte, pero la muerte que abona el campo sobre el que crecerá
otra humanidad. Démosle entonces paso al Anticristo; abrámosle nuestro corazón;
seamos sus testigos; vayamos a la Nueva Roma y convenzamos a los muertos que
es mejor que estén muertos, porque ese es su destino y así estuvo escrito desde
siempre; y ellos conocen que es verdad. Sabrán que no mentimos; consultarán
con sus sacerdotes y no les podrán decir otra cosa que la verdad: el Anticristo ha
llegado, es hora de morir. Y es que esa gente sufre, sufre por no saber por qué
vive sufriendo. Sufre sin explicarse por qué si tienen todo en la vida —riquezas,
poder, amor, placeres— se sienten tan vacíos, tan angustiados, tan depresivos. Ya
las drogas no les bastan, las viejas religiones se agotaron, las promesas de vida
mejor desaparecieron porque el mundo se les empequeñeció y ya no tienen
adónde ir; no tienen un mundo nuevo que construir. Necesitan una explicación
que hasta ahora no conocían porque no había aparecido aún el Dios Desconocido.
El fin de sus miserias y dolores ha comenzado; nada podrán hacer para evitarlo.
Así como el mar se retira primero de la orilla, después vuelve con fuerza. Ese su
destino. Y así será.

105
Los dos vecinos

Había una vez dos vecinos; uno era pobre y el otro rico. Resulta que el vecino
pobre se pasaba la vida observando al rico a través de la ventana, viéndolo entrar y
salir, llegando así a conocer, hasta en el más mínimo detalle, sus usos y costumbres.
Para él la causa de sus desgracias era no ser rico como su vecino.
Siempre trataba de imitarlo en su forma de vestir, pero cada vez que, con mucho
esfuerzo y gasto lograba conseguir alguna ropa parecida a la de él, se daba cuenta que
el rico estaba usando otra diferente, más moderna. «¡Oh, qué terrible, estoy fuera de
moda!», se lamentaba mirándose en el espejo.
Otra de las cosas que hacía era adquirir objetos caseros iguales a los de él. Pero
como comprarlos nuevos resultaba caro, obtenía a precio de remate los que el rico
desechaba. De ese modo había amontonado una serie de cosas usadas y, en su mayor
parte, inservibles. Mas, cuando miraba el tremendo desorden formado al interior de su
hogar, volvía a lamentarse pues, a pesar de todas las deudas contraídas, su casa
estaba lejos de tener la elegancia y distinción de la del rico.
Otras veces se le ocurría tratar de hablar y pensar como él. Entonces compraba
libros de los más diversos para conocer y repetir sus ideas. Pero no bien terminaba de
leer uno cuando veía que el rico tenía otro nuevo, más completo, que hacía obsoleto al
anterior. Nuevamente se desilusionaba pues de ese modo siempre se encontraba
desactualizado en conocimientos. Por último, llegaba a imitar su manera de caminar y
de peinarse, y dedicaba todo el día a practicar y gesticular sus ademanes. Pero
lamentablemente, cuando salía a la calle, solo provocaba las risas y las burlas de la
gente.
Todo esto no hacía más que ocasionar tristezas a su pobre familia, quienes
terminaban pagando las consecuencias de sus acciones. Ellos le reprochaban diciendo:
«Te pasas la vida maldiciendo que no somos como el vecino rico, y que esa es la causa
de nuestros pesares. ¿Crees acaso que así seríamos felices? ¿No te das cuenta que él
también tiene sus propios problemas, tan grandes como su fortuna? ¿No ves que sus
camisas no te quedan, que sus objetos aquí no los necesitamos, que su corte de pelo
no va con tu cara? Vives imitándolo en todo en vez dedicarte a hallar la manera de ser
feliz contigo mismo».
Pero no los escuchaba. Por el contrario, los acusaba de estar atrasados, fuera
de la realidad, de no darse cuenta de hacia dónde iba el mundo, de ser conformistas e
ignorantes. Y gritaba que la solución era dejar de ser lo que eran para ser más como el
vecino rico, pues no existe cosa más valiosa que la riqueza, y que ella da poder, y con
el poder te tratan de igual a igual y no te marginan ni te insultan.
Sin embargo, a pesar de todos estos argumentos, su pobreza se hacía cada vez
mayor. Y con la pobreza llegan las enfermedades, y se enfermó. En su delirio decía:
«¿Con qué se curará mi vecino? ¿Qué clase de remedios usará? Porque lo que a él le
cure a mí también me tiene que curar». Pero la verdad es que el rico tenía remedios
solo para sus enfermedades, mas nada contra el hambre y la miseria. Aunque sabía
eso, el pobre se empeñaba tercamente en comprar los remedios del rico, creyendo que
con ellos aliviaría sus propios males.
Así pasó el tiempo, hasta que un día no pudo más y, armándose de valor, salió
decidido a hablar con él. Tocó la puerta y, en cuanto apareció, dijo lo siguiente: «Oh
dignísimo y querido amigo. Soy yo, tu fiel y leal vecino que siempre está listo para
servirte cuando te hace falta. No he venido a solicitarte dinero ni a que me socorras en
mis necesidades materiales, que tú sabes son muchas. Solamente quiero que sepas
que, por mucho que he intentado seguir tus pasos, nada he conseguido. Peor aún, me
he vuelto más pobre y más desgraciado. Por eso, en mi desesperación, he decidido
acudir a ti para decirte que... más que ser como tú... ¡yo quiero ser tú!».

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Lo primero que hizo el rico al oír esto fue soltar una larga y sonora carcajada,
mientras decía: «¿Qué he escuchado de este infeliz? ¿Que no le basta con imitarme
como un mono, poniéndose mi ropa usada, adquiriendo mis cosas viejas, repitiendo las
ideas que yo ya no pienso, tomando remedios que sirven únicamente para mis
enfermedades, en fin: haciendo una ridícula parodia de mí, sino que ahora quiere ser
yo mismo? ¡Fuera de mi vista criatura despreciable! ¿No sabes que nadie llega al poder
si no es porque logra ser más malo que los demás? ¿Esperas acaso que yo cambie y
me convierta en tu benefactor cuando en realidad soy todo lo contrario? ¡Lárgate
miserable, que te esperan más sufrimientos! Si no puedes ser tú mismo, cualquiera
que tenga un poco de seguridad en su persona te aplastará como a lo que eres: un vil
gusano». Y diciendo esto cerró de un portazo.
Dicen que el vecino pobre todavía continúa observándolo, soñando con ser él
algún día el vecino rico. Si tú amigo lector te esfuerzas un poco, quizá lo puedas ver,
con la ropa, el corte de pelo, los libros y los remedios, atisbando atentamente por
alguna de las ventanas que más conoces.

107
La rebelión de La Creación

Dios hizo al mundo perfecto. Puso los cielos arriba y abajo al tierra. Y puso al
sol para que alumbrara de día y a la luna de noche; a las aguas en los océanos, en los
ríos y en los lagos; a las plantas en los suelos. Hizo también voladoras a las aves,
nadadores a los peces y terrestres al resto de los animales. También creó a las nubes y
a sus hijas las lluvias. Cada uno daba algo de sí y recibía algo de los demás. Así la
creación era feliz consigo misma.
También creó a los hombres, quienes hacían todo lo que debían sin molestar a
nadie: comían, dormían, se reproducían y después morían. Pero una vez a uno de
ellos, llamado Occidencio, le picó un extraño insecto, causándole mucho dolor.
Después de tres días de estar muy enfermo y a punto de morir, se levantó de su lecho.
Pero ya no era el mismo. Tenía una rara expresión en su rostro y se movía muy
apurado de un lado para otro. Había contraído una terrible enfermedad, llamada
codicia, que no lo dejaba en paz y lo hacía vivir muy ansioso y angustiado.
Su mente empezó a funcionar muchísimo más que antes, tanto que se convirtió
en el más inteligente, en el más astuto de los seres de la creación. Quería saberlo todo
y todo lo investigaba y averiguaba. Se pasaba el día indagando y buscando sin
descansar y, a veces, hasta sin comer. Los demás miraban asombrados cómo corría de
aquí para allá gritando que estaba muy ocupado en algo muy importante, y lo
consideraban un loco.
Pero sucedió que durante un tiempo no lo vieron más y pensaron que se había
muerto. Mas no era así. Occidencio se había internado en el desierto para meditar
largamente. Hasta que un día, en medio de toda la creación, se apareció. Su cuerpo,
antes desnudo, lo había cubierto con un manto negro y tenía la cabeza totalmente
afeitada, sin ningún pelo. Su expresión ya no era la de la locura, sino la de la malicia.
Su mirada era opaca y profunda, cargada de pensamientos, diferente a la brillante y
sencilla de los otros hombres. Todo su aspecto parecía el de un ser superior, el de un
dios.
Entonces Occidencio, dirigiéndose al sol, le dijo: «Oh señor sol, tú que eres
grande, hermoso y fuerte, escucha lo que voy a decirte. Desde el principio estás en el
cielo obligado a hacer siempre lo mismo: salir de día y desaparecer de noche. ¿Acaso
eso no te parece muy aburrido?». Y el sol le respondió: «La misión que tengo
encomendada es muy importante y me siento orgulloso de ella. Si yo dejase de
alumbrar, la tierra se quedaría en tinieblas y la vida moriría». Y Occidencio le volvió a
decir: «Pero, ¿por qué tienes que resignarte a obedecer como un esclavo? ¿No te das
cuenta de las cosas maravillosas que estás perdiendo? Si tú quisieras podrías ir a
descansar el tiempo que desearas, podrías viajar y comer en sitios excelentes, reunirte
con tus amigos a charlar y bailar con hermosas mujeres. Todo esto estás dejando de
disfrutar por culpa de unas leyes injustas. Yo en cambio traigo la solución a tu
problema y es una palabra que he creado: se llama libertad, y con ella tú, que eres el
más poderoso de la creación, vas a vivir de acuerdo con tu rango. Con la libertad vas a
poder ir y venir a donde quieras y cuantas veces quieras. Nadie podrá obligarte a
nada: tú serás tu propio amo y señor.»
Cuando el sol escuchó esto pensó: «Tiene razón, nunca he podido hacer lo que
yo quería sino lo que tenía que hacer. Creo que ha llegado la hora de mi libertad». Fue
así que, a partir de ese día, el sol empezó a salir cuando quería y como quería, y decía
por todos lados que él no tenía por qué obedecer a un tirano que lo había condenado a
hacer siempre lo mismo.
Luego de esto Occidencio se fue al mar y le dijo: «Oh señor mar, tú que eres
grande, hermoso y fuerte, escucha lo que voy a decirte. Desde el principio estás
obligado a hacer siempre lo mismo: acercarte a la playa y retirarte. ¿No te parece eso
muy aburrido? Yo en cambio vengo a traerte algo que te va a permitir ir y venir por

108
donde tú quieras, visitar la tierra, irte de paseo y comer y beber lo que tú desees. Yo
te traigo la libertad». Y el mar, después de pensarlo bien, decidió no obedecer al tirano
y empezó a hacer lo que mejor le parecía. Se quedaba a descansar, se iba de viaje o
dedicaba días enteros a sus asuntos personales diciendo que él no era ningún esclavo
de nadie.
Y así siguió Occidencio hablando con todas las criaturas: convenció a los
vientos, a las montañas, a los ríos, a las selvas, a las plantas, a los animales y por
último a los hombres. Todos al final eran libres y hacían lo que les daba la gana.
Pero esto lo único que causó fue un gigantesco desorden. El sol salía cuando quería, el
mar mojaba la tierra según le parecía, los ríos iban por todos lados menos por su
cauce, los animales hacías las cosas más increíbles. Nada era normal, todos parecían
locos.
Cuando Occidencio se dio cuenta de esto, reunió de nuevo a toda la creación y
dijo: «Amigos, es bueno que nos hayamos liberado del tirano porque veo que así
somos felices. Pero si no ponemos orden a las cosas vamos a terminar matándonos los
unos a los otros. Así que ahora les propongo una nueva palabra que he inventado: se
llama democracia, y con ella todos juntos vamos a decidir las cosas según lo que diga
la mayoría. ¿Están de acuerdo?». Todas las criaturas asintieron ya que el mundo se
estaba destruyendo.
Sin embargo las intenciones de Occidencio eran otras. Como tenía la
enfermedad de la codicia, él hacía todas esas cosas con el único interés de ser rico y
poderoso. Así que, antes de la votación, habló por separado con la luna y le dijo: «Mira
luna, si tú votas por lo que yo propongo, voy a hacer que tú brilles más que el sol». Y
luego habló con el árbol: «Mira árbol, si tú votas por lo que yo propongo voy a hacer
que te salgan pies y puedas correr más rápido que un caballo». Y así siguió hablando
con muchos de los votantes.
Cuando llegó el día las cosas salieron de tal modo que cada uno terminó
votando por lo que Occidencio había planeado, de manera que ahora él se había
convertido en el nuevo dios, en el nuevo tirano, solo que encubierto bajo la apariencia
de ser un obediente cumplidor de las decisiones de la mayoría.
A partir de entonces el sol tuvo que alumbrar durante todo el día, sin que
existiera la noche, para que todas las criaturas trabajaran sin descansar un solo
instante. Los ríos empezaron a bajar por los lugares que Occidencio quería, haciendo
que los motores de las grandes represas que había construido funcionaran a toda
máquina. La vegetación empezó a crecer muchísimo en los campos que Occidencio
había preparado y daban toneladas y toneladas de frutos.
Y así, todas las criaturas habían asumido nuevas funciones haciendo muy rico,
riquísimo a Occidencio, quien, desde la cumbre de una montaña de oro, con los ojos
desorbitados por la ansiedad, gritaba: «Más, más, mucho más. Hay que trabajar más
para producir mucho más».
El mundo entero estaba tan alterado, tan frenético, que ya parecía que iba a
reventar. Cuando en eso, en lo alto del cielo, un inmenso rostro apareció y todos
corrieron a esconderse. El rostro dijo: «Criaturas mías, ¿por qué se esconden? Soy yo,
a quien ustedes han llamado el tirano. ¿Acaso les parecía mal ser lo que eran? Pues ya
ven que no fueron felices cuando se dedicaron a tratar de ser otra cosa. Ustedes aves
ya no querían volar, sino querían nadar, y después quisieron caminar y saltar, y por
último meterse dentro de la tierra. Lo mismo tú, sol, tú, agua, y tú, bosque. Al final
todos iban a pasarse eternamente buscando otras formas de vida que no eran las
suyas, terminando siempre por desilusionarse y desesperarse. Pues bien, ahora que ya
han vivido esta locura, no quiero ordenarles, sino solo sugerirles que piensen y
recapaciten, y que hagan lo que realmente crean que es lo más conveniente para
ustedes mismos.

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Cuando este rostro, que no era otro que el de Dios, terminó de hablar, todas las
criaturas volvieron a ser lo que habían sido desde un comienzo, convencidas de que la
camisa del vecino no tenía por qué ser mejor que la suya propia.
Luego que todo volvió a la normalidad, Dios miró a Occidencio y le dijo:
«Volverás a estar desnudo y te volverá a crecer el pelo. Además, hasta el final de tus
días, llevarás delante de ti el espejo de la verdad para que nunca olvides quién eres».
Dicen que Occidencio murió pero no sin antes dejar muchos hijos, quienes
desgraciadamente heredaron su enfermedad. Por eso es que muchos hombres somos
así, y solamente el día que encontremos el espejo de la verdad podremos ver
realmente cómo somos y recuperaremos la paz y la armonía, y seremos felices en esta
tierra.

110
Anticrística

1. Con el nombre de anticrística reconocemos todo aquello que pertenece a la etapa


final de la civilización occidental. Y este nombre está intrínsecamente ligado a un
elemento fundamental en ella que es el cristianismo. Por lo tanto lo anticrístico es
lo opuesto a lo crístico; es lo que, al imponerse, genera la muerte de esta
civilización.
Sabemos que todo ser vivo lleva consigo desde su nacimiento el germen de su
propia muerte. Al final de nuestros días son nuestros propios gusanos los que nos
terminan devorando. Nuestras propias células, todavía no sabemos por qué,
determinan en qué momento se inicia el proceso de destrucción corporal. Pero
cuando comienza avanza rápido, como el cáncer terminal.
Del mismo modo, toda civilización tiene desde su nacimiento la marca de
su propia muerte; y ella misma la intuye. Lo único cierto que sabemos en la vida
es que vamos a morir, por eso los primeros pensadores, desde un inicio,
proyectaron la muerte de Occidente. La concibieron de muchas maneras, pero la
más simbólica que ha llegado hasta nuestros días es la del Anticristo, el opuesto,
el contrario, el polo negativo en choque con el positivo.
Occidente, al igual que cualquier otro organismo, le teme a su muerte. Y le
teme más que otras civilizaciones ya desaparecidas porque la ha concebido desde
siempre y siempre ha tratado de negarla; pero siempre la ve delante de él.
Padece del síndrome de su muerte. Es por eso que constantemente vemos en su
historia el espectro de su destrucción final (relatos fantasmagóricos que retratan
muy bien en sus películas). Cada vez que surge algún fenómeno que la amenaza
teme por su futuro. Incluso teme que sus propias armas atómicas se conviertan
en la espada del harakiri. Vive con miedo. Vive perseguida. Por donde mira ve el
rostro del miedo. Actúa como un sicópata con delirio de persecución. Ve en los
árabes una «amenaza a la civilización»; la ve en los pobres —cada vez más y más
numerosos ¡horror!—; la ve en todos los movimientos mundiales de sublevación
contra su dominio (piensa que anuncian su decadencia). Su paranoia es tan
grande que sus propios pensadores servilmente la endulzan diciéndole: «No te
preocupes, a ti no te pasará lo que a Roma. Tranquila. Aquí tienes a tu aliada, la
ciencia, para que te libre de todo mal y puedas imponerte sobre todos los
hombres para siempre; sí, escúchalo bien: para siempre. Esos ignorantes que
anuncian tu caída solo tratan de asustarte. Pero no saben lo que dicen. Nuestros
últimos descubrimientos confirman las teorías de que eres y serás indestructible
por toda la eternidad. Nadie nunca poseerá armas más fuertes y poderosas que
las que tú posees. Nunca otro conocimiento podrá manipular mejor la naturaleza
para que domines sobre los demás. Incluso estamos conquistando nuevos
mundos, nuevos planetas, para que tu alma sobreviva a futuras catástrofes
terráqueas, cosa que no sucederá hasta en no menos de cien millones de años.
¿Te das cuenta? Cálmate, que nadie osará siquiera a mirarte a la cara ni menos
aún a asustarte con tu muerte porque, óyelo bien, tú eres, entre todas, inmortal».
Es así cómo todos los doctos, los dueños de la verdad occidental, se
defienden y defienden a su amada Occidente. La engañan evitándole que vea su
propio rostro, el rostro de la más pavorosa destrucción que haya creado
civilización alguna sobre la tierra (incluidas las de los siempre ridiculizados
paleolíticos, tratados poco más que como animales de rapiña, con el perdón del
buitre y del cóndor. ¿Así tratan a sus padres? ¿No se dan cuenta que fueron esos
«brutos cavernícolas» los que les hicieron el favor de crear lo que ustedes son?
¿No se han dado cuenta, que ellos crearon el más grande invento que existe, y
que lo hicieron con sus propias manos, o sea, al mismísimo hombre? ¿Creen
ustedes que nos impresionan con sus computadoras y sus maquinitas que, como

111
piedras que se avientan con honda, arrojan fuera del planeta? ¿Acaso creen que
todos somos tan idiotas como el norteamericano común o como el idiota ilustrado
que dicta cátedra desde la universidad, para impresionarnos con las «maravillas
de la ciencia»? Ese circo estará bien para el público de las plateas o para los
embrutecidos que viven pegados al televisor, pero no es para gente que tiene el
juicio bien puesto).
Pero va a morir. Tarde o temprano. Y en sus entrañas está su muerte. Y
ella misma le puso el nombre: la llamó el Anticristo. Y el Anticristo no es un
hombre de carne y hueso. El Anticristo es la idea de su propia muerte, es la
necesidad que tiene de morir, porque todo organismo vivo también, llegado el
momento, necesita morir. Pero de la muerte del gigante nacen las semillas de un
futuro, de otra civilización, la cual será diferente y tendrá sus propios pasos y su
propia historia.
2. Para desarrollar al Anticristo y que nazcan otras civilizaciones hay que conocer
bien su esencia. Lo anticrístico es una actitud de negación total de lo occidental.
Luego de ello hay que ir identificando cada uno de los elementos que contribuyan
a acrecentarlo y hacerlo poderoso hasta que alcance su expresión completa.
Obviamente es un movimiento espiritual, pero que en vez de llevar consuelo o
confirmar las acciones de Occidente, lo que busca es su muerte y su
aniquilamiento. Difundir la palabra del Anticristo es darle la muerte a Occidente
para a su vez otorgarle la vida a todas las otras civilizaciones. No hacerlo sería
contraproducente puesto que: 1° Impediríamos el desarrollo natural que es la
muerte de una civilización, cosa que ellos necesitan, y 2° Contribuiríamos
activamente, con nuestro silencio, a que millones de seres humanos sigan
sufriendo una vida miserable a causa de una civilización enferma y moribunda.
Quedarse entonces neutral y no matar al monstruo pudiendo hacerlo resulta una
complicidad con el crimen más espantoso que se haya cometido: la esclavitud y
explotación de toda la humanidad para beneficio de una sola civilización. Es
entonces, lo anticrístico, una tarea espiritual que hay que identificar realizándola
hasta que logre cumplir su cometido. Nuestro deber ha de ser el encontrar todos
los elementos que contribuyan a que los hombres, tanto de esta misma
civilización como de las otras, se convenzan de la necesidad de eliminar
totalmente todos los vestigios de vida que ella tenga. La idea es demostrar que
todo lo que sale de su boca, y que ella considere valioso o bueno, sea mala en
esencia.
3. Porque todo lo occidental es malo en esencia; y no debemos admitir excepciones.
Si una espada ha sido creada para matar, no podemos decir que solo el filo de la
hoja es la que mata y no el mango. Toda la espada es la que mata. Por muy
decorado que esté ese mango, éste sirve para agarrar la espada y poder matar
con efectividad. Lo mismo ocurre con Occidente. Habrá quienes salgan a los
cuatro vientos a defenderla —incluso los más ardorosos serán aquellos
«asimilados» que, habiendo nacido en otras civilizaciones, se sienten más
occidentales aún argumentando a su favor los mil y un inventos creados por ella
en pro de la humanidad. Nosotros decimos que eso es falso. Todos,
absolutamente todos sus inventos solo han servido para incrementar su dominio y
para hacerse ricos a costa de nosotros, inclusive vendiéndonoslos. Pero ellos
dirán: «la salud; hemos desarrollado la medicina a niveles nunca jamás vistos.
Gracias a Occidente millones de seres humanos se han salvado de horribles
enfermedades.» Pero si todo eso no ha sido más que un buen negocio. Han
impedido la muerte de millones a causa de las enfermedades creadas por ustedes
mismos (como consecuencia de sus sangrientas invasiones que produjeron
terribles catástrofes sociales y ambientales) porque les interesaba hacer un buen
negocio con la distribución y venta de fármacos; porque necesitaban ver si

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realmente servían para curarse ustedes mismos; porque querían mantener el
control de la salud mundial y decidir qué es bueno y qué es malo físicamente para
los hombres. No han actuado con otros sentimientos que no sean estos. Incluso
han engañado a sus incautos pueblos haciéndoles creer que esa colecta, que esa
donación, iba dirigida a curar a los «pobres negritos, a los pobres indiecitos».
Hasta incluso se han hecho «santos» a nuestra costa —cual madres-teresas que
bajan del cielo occidental para sacrificarse por aquellos que no son capaces de
valerse por sí mismos— y trastocan todas las costumbres y criterios de nuestras
culturas traficando religión a cambio de curación. Así, con este chantaje, logran
aumentar adeptos quienes contribuirán a engrosar las arcas de nuevas
congregaciones religiosas y de paso satisfarán el orgullo de decir: «¿Ven? Tenía
que ser un occidental el que viniera a darles alivio y paz para que ustedes no
vivan como animales. Es por eso que nosotros somos los superiores; porque, así
como les damos con el palo, también les damos el bálsamo». En pocas palabras
ellos mismos nos crean la enfermedad y luego vienen a ganarse premios Nóbel a
costa de nosotros encontrando las curas —previas experimentaciones con
nosotros como conejillos de indias, cosa que no podrían hacer con sus compañeras
de universidad. Occidente es como ese charlatán vendedor de brebajes que iba de
pueblo en pueblo ofreciendo curar todos los males, siempre y cuando le
compraran las pócimas al precio que él pidiera. Y, no contento con eso, cuando
veía que en un pueblo nadie se enfermaba, entonces encontraba la manera de
crear la enfermedad (crearla de las dos maneras: hacerla ver allí donde los
pobladores no la veían porque la consideraban algo normal en sus vidas, o bien
traerla y diseminarla, —tal como hicieron con el SIDA, típico caso de manipulación
genético-racista para la depuración y control por parte de los «más puros» o de
los más «conservadores»). Sus remedios solo han servido para curar los males
que ellos mismos han creado como consecuencia de sus invasiones y la expansión
de su forma de vida. En cambio los males de las tribus selváticas, reducidas a
unos cuantos cientos, les tienen sin ningún cuidado. Ni los conocen. Sin embargo,
¡cómo desarrollan toda la medicina en función a curarse sus propias enfermedades
y luego, de paso, ganar algo más vendiéndosela a los miserables de otras
poblaciones que padezcan de lo mismo! La medicina occidental sirve para la forma
de vida occidental, para los que se enferman por querer vivir como ellos. Pero no
tiene nada para los que no viven ni desean vivir como ellos. Quien niega a
Occidente también deseará que todas sus enfermedades y toda su sabiduría
médica desaparezcan para que, en lo posible, ellos no se perpetúen más. Ellos
usan la medicina del conquistador, la del destructor de pueblos, la del
decapitador, la del asesino, la del criminal de humanidades. Esa medicina, por
principio, no nos interesa y no nos sirve.
4. La vigilia de la razón produce monstruos. Al perder lo sagrado el hombre
occidental perdió a su dios; quedó solo, a merced de sí mismo, en la peor de las
compañías. Se liberó, pero sin estar lo suficientemente consciente ni maduro para
reemplazarlo. Entonces, viéndose desamparado, corrió a refugiarse en un nuevo
dios: la Razón. Y así la ha venido utilizando como tabla de referencia, como un
comodín de baraja, como un elástico amoldable a toda medida. Ha venido siendo
la explicación de todos sus actos, la justificación de todas sus torpezas, la excusa
para todas sus tropelías y bajezas que, ni aún hasta ahora, a pesar de todas las
ínfulas de adusta seriedad y precisión científica, ha querido reconocer. Pero lo
cierto es que no habiendo nada sagrado todo ha terminado siendo vulgar, objetos
cualquiera. Profanada la vida y profanada la naturaleza, se ha profanado él. Se
irroga la autoridad para medir y descuartizar todo en nombre del conocimiento, de
la razón, de su Razón. Después de destrozar las entrañas de todo, con la sangre
aún caliente en las manos, se siente satisfecho y se dice: «Ya sé de qué estaba

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hecho este juguete. Aquí tengo todas sus partes una por una. No hay duda de que
soy lo suficientemente grande y sabio como para gobernar al Universo». Y así
avanza ufano por la vida dejando tras de sí un reguero de cadáveres de toda
clase, mientras va cantando: «Soy la gloria de la vida, soy el creador de dioses,
ante mí todos se inclinan: las bestias de los montes, de las aguas, de la tierra y de
los cielos; los vientos de todas direcciones. Esta vez, Moisés, nada podrás hacer
contra mi nuevo ídolo porque ya no es un becerro. El nuevo ídolo soy yo mismo.
He triunfado». Y mientras dice esto teclea complicadísimas ecuaciones —que en
poco tiempo él mismo demostrará, eufórico de felicidad, que son falsas— tratando
de impresionar a los posibles moiseses que traten de hacerle perder la fe en su
nuevo pasatiempo. Pero ahora ¿qué le queda? ¿A qué entonces se va a dedicar
durante su corta existencia si ya no tiene padre ni madre a quien respetar y
adorar; si ya no tiene una misión que cumplir; si ya no un misterio que resolver;
en pocas palabras, si ya no sabe para qué vive? A partir de esto es que entonces
ha inventado esa locura llamada Razón; su norte, su guía. Es su creación pero al
mismo tiempo es su esencia del todo. Es su hijo pero dice que es su padre. Es su
ídolo de barro: con sus propias manos lo hizo y luego lo colocó él mismo en el
altar. Después, con mucho respeto, lo vemos arrodillarse con la cabeza gacha y
repetir sus oraciones: «Creo en ti y solo en ti, Oh poderosa Razón, carne de mi
carne, sangre de mis entrañas. Ante ti yo me inclino piadoso y tú me concedes la
gracia de ser poderoso. Tu fuerte brazo derriba a mis enemigos y me proteges de
todo peligro. Eres creadora del cielo y de la tierra y al mismo tiempo su
destructora. Y mientras sigas oyendo mis plegarias yo seguiré siendo tu fiel
testigo; porque gracias a ti soy lo que soy: el juez del mundo. Yo doy la vida y
doy la muerte. Yo decido qué es bueno y qué es malo para la humanidad. Y todo
eso te lo debo a ti, pues tú fuiste la que me enseñaste a crear las mejores armas
con las que hoy mantengo a raya a mis enemigos y a mis inferiores; tú me
enseñaste a realizar los cálculos con los que ahora construyo las máquinas que me
alivian del trabajo de tener que ensuciarme las manos con tierra, y al mismo
tiempo a no necesitar más de los miserables esclavos que tantos problemas me
dieron en un principio. Ahora ellos se las arreglan como pueden, no tengo que
preocuparme por mantenerlos, se matan solos y yo no tengo la culpa; y además
me resultan un excelente negocio pues les vendo todas las chucherías que sobran
en mis despensas, con lo cual me hago más rico. También me enseñaste a
encontrar los argumentos precisos que me permiten dormir tranquilo cada noche,
aún después de arrancar millones de cabezas de razas inferiores. Me has
permitido además elaborar enmarañadas teorías lingüísticas con las que justifico
todos mis actos y le doy un sentido equilibrado a mi historia; así puedo hacer que
mis hijos, al leerlas, terminen respetándome y amándome aún más. Y por todo
esto, Oh gran Razón, te doy infinitas gracias». Y sus libros de oraciones y
genuflexiones se cuentan por miles de millones. Atiborran las enormes bibliotecas
de sus gigantescas ciudades, abrumando a cualquiera que intente cuestionarles su
fe. En realidad, finalmente, pareciera que lo único que quedara es decirles que
tienen toda la razón. ¿Pero cómo no la van a tener si ellos mismos están hechos
de razón pura? Pero, ¡ay!: Mira al niño cómo juega con la granada. Mira cómo
amenaza a sus compañeros. Mira cómo la enseña, cómo la levanta por los aires,
cómo la avienta a los cielos y luego la empara dando un salto. Mira la cara de
espanto de sus infelices espectadores. Mira cómo la mayoría, con el pánico en el
rostro, opta por arrastrarse por el suelo implorándole que por favor no la aviente,
no la aviente, que vamos a hacer todo lo que tú digas, pero por favor no la
avientes. Mira cómo, mostrando los dientes, la restriega por los ojos a los que le
insinúan alguna desobediencia. Mira cómo baila en medio de todos, cantando y
recitando como loco aquello que, según él, de ahora en adelante va a ser la

114
verdad. Mira cómo se pone serio, creyéndose su propia mentira, cuando
argumenta, con buenas palabras, el por qué es conveniente y razonable que todos
giren al compás que él ha determinado. Mira, mira a Occidente blandiendo sus
armas nucleares, aterrorizando a todos por igual, convirtiendo a los fuertes en
viles cobardes que terminan por bajarse los pantalones ante esa «realidad». Mira
a esos pusilánimes que no se dan cuenta que la mejor manera de desarmar a un
vil matón de barrio es exigirle que aviente su granada, que dispare su arma, que
mate a todos los que pueda, que nos dispare en el pecho si se atreve, que
reviente todas sus bombas, que cumpla con sus amenazas. Solo así es cómo uno
se libra de estos infames. Hay que exigirle por todos los medios posibles, hay que
obligarle a toda costa, a que lance sus malditas bombas y que se deje de
mantenernos en vilo y en jaque todo el tiempo que él quiera. Hay que forzarlo a
que termine de una vez por todas con su jueguito de dios todopoderoso.
Occidente ha convertido a sus armas en tótemes a los que no hay que molestar
por ningún motivo pues se pueden despertar y acabar con todos. Pero ya no más,
se acabó: vamos a hincar a los monstruos que están encerrados a ver si sus
guardianes se atreven a soltarlos. Y si los sueltan, vamos a ver qué tan temibles
eran esas fieras con las que pensaban avasallarnos durante toda la existencia.
5. Toda cultura, todo saber humano está sustentado en los mitos. Los mitos
conforman el esqueleto del pensamiento, son la base sobre la que hemos
construido todos nuestros conocimientos. En ellos vemos nuestros propios inicios:
de cómo fuimos poniéndole nombres a las cosas, de cómo fuimos explicando el
movimiento del mundo y, finalmente, de cómo dimos nuestras primeras
respuestas. Conocer los mitos es mirar a las piedras angulares sobre las cuales se
soporta todo lo que concierne al ser humano. Ningún constructor, por malo que
sea, se atrevería a erradicar dichas piedras del edificio pues, como es lógico, éste
se vendría abajo. Sin embargo Occidente actúa frente a ellos de una manera
diferente. Occidente considera a los mitos como la esencia de la falsedad; se ríe
de ellos. Los llama ignorancia, y considera que la ignorancia es el origen del error.
Ya se olvidaron de sus antepasados quienes alabaron la ignorancia como el origen
de todo saber. Ahora ya no es así. Se comportan como descendientes bastardos
que califican a sus ancestros de bestias brutales que deambulaban por la tierra
con más torpeza que cualquier otro animal. ¿No leemos acaso, en sus más
distinguidos libros de ciencia, cómo hacen escarnio y sorna de los hombres
primitivos? Mientras por un lado observamos el grácil movimiento de una gacela,
la agilidad de un feroz tigre, la astucia de los seres acuáticos, la capacidad de
organización de los insectos, describen a los humanos primigenios como torpes en
su andar, ridículos en los movimientos de sus extremidades, totalmente cobardes
ante cualquier fenómeno natural, pobres criaturas a merced de cualquier alimaña.
¿Esos son nuestros padres que crearon todo lo que ahora somos? ¿Quieren
decirnos que provenimos de esa abyecta criatura incapaz de valerse por sí misma,
tanto que tuvo que recurrir a otros elementos, ajenos a sí mismo, para poder
sobrevivir en un medio que le era totalmente hostil? ¿Son esos infelices los que
dieron inicio a la extraordinaria criatura que ahora somos? Alguien dijo que él no
era grande sino que estaba subido sobre los hombres de unos gigantes. ¿Qué han
hecho estos modernos sabios que sea más grande que crear los mitos, los cuales
a la postre dieron origen al idioma, a la religión, a los números, a la ciencia, a la
cultura, a la sociedad? Pues bien, esos mongoloides hombres de las cavernas,
como así nos los pintan, fueron los responsables de crear lo UNO, lo DOS, lo
TRES, lo CUATRO, y así sucesivamente, lo cual son nociones míticas que después
se convirtieron en números que designaban cantidades y no al revés, por citar tan
solo una caso de creación heroica. Ellos partieron de la nada y nos legaron lo que
ahora sabemos con tanta naturalidad, y no nos damos cuenta que son los

115
orígenes de las cosas lo que requiere de una mayor genialidad que simplemente
aumentar un grano de arena a lo ajeno. ¿No vemos entonces que toda la
matemática no es otra cosa que la reiteración, la repetición, de los mitos
primitivos que configuraron lo que hoy consideran como ciencia? ¿Cómo pueden
hablar de tener una verdad pura, ajena a toda manipulación, a toda intervención
relativa humana, cuando el simple hecho de hablar de UNO es operar con un mito,
el de la unidad de la naturaleza? ¿Y si otro hubiera sido el mito y no el UNO?
Cuando ahondamos en los inicios de las cosas descubrimos que ellas no son más
que convencionalismos, productos de la capacidad creativa e imaginativa de unos
seres, de un pueblo; pero no por ello podemos decir que nos estamos basando en
verdades universales y ajenas por completo a los criterios humanos. A lo que
queremos llegar es a decir que no hay ciencia que no se apoye, en sus principios
fundamentales, en algún mito proveniente de alguna cultura. Por eso es que
vemos constantemente que, tanto unas como otras ciencias, en todas las épocas,
tienen la capacidad de responder a los infinitos retos que se les presentan. Cada
una de ellas resulta válida. La medicina occidental cura. La medicina no occidental
cura. Ambas curan. ¿Por qué la que se basa en la mitología occidental tiene que
ser la exclusiva dueña de la verdad y la otra ser eliminada, si ambas parten por
igual de valores relativos? Es por ello que de ahí surgen los misterios, todo aquello
que los llamados parasicólogos estudian con tanta devoción. Se trata de que
observamos cómo, contraviniendo nuestro conocimiento, otra ciencia funciona
evidentemente sin que tenga que apelar a la sabiduría oficial. Entonces es lógico
que se produzca el misterio, no porque estemos ante algo sobrenatural, sino
porque nos hallamos delante de otra manera de entender el mundo que no es la
occidental, lo cual nos provoca una verdadera sorpresa. Sorpresa para los que se
aferran a las verdades establecidas, pero no para los que conocen diferentes
caminos que llevan a los mismos resultados. Existen culturas que, en ciertos
campos, han podido operar la naturaleza con mucho mayor éxito que Occidente
simplemente porque partían de otra mitología que los llevaba a establecer un
cuerpo de reglas de comprobada efectividad. Incluso hoy, con toda la tecnología
de que hacen gala los científicos, no tienen idea de cómo pudo haber sido posible
ello —pensemos en los egipcios, en los mayas, en los incas y muchos otros— por
lo cual prefieren archivar esos resultados con términos como: «misterios sin
resolver», «ooparts», entretenimientos de parasicólogos, etc. Pero ellos dicen:
«Nosotros hemos viajado a las estrellas, por lo tanto nuestra ciencia es la
verdadera ciencia de la naturaleza». Es similar a aquella película bíblica en la que
el faraón, luego de ver hundido su ejército en el mar producto del milagro de la
apertura de las aguas, terminaba diciendo que el dios de Moisés sí era dios. O sea,
¿el que puede más, ese es el que tiene la razón? Se trata entonces de la
competición de los dioses: el que haga más milagros es el más auténtico. Lo
mismo hacen con la ciencia: aquella que logre lanzar primero a un individuo al
espacio es la más ciencia. Las otras no son competitivas, por lo tanto están fuera.
Incluso eso se proyecta a la sicología del hombre moderno occidental puesto que,
en el mercado de las religiones —que hoy con tanto entusiasmo los comerciantes
se encargan de promover— la competencia está en demostrar cuál de todos los
métodos religiosos —católicos, protestantes, budistas, lamaístas, oscurantistas,
demoníacos, espiritistas, ocultistas, tribales, milenarios, futuristas, sicologistas,
nuevaeristas, etc.— es el más efectivo, el que más cura, el que más alivia las
depresiones, el que mejor supera el stress, el que levanta más los ánimos para
seguir trabajando como máquinas. Y entonces la gente corre detrás de uno,
detrás del otro, probando infinitamente para ver con cuál se siente mejor para,
por último, decidir quedarse con dos, con tres, o con todos los que pueda.

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Los mitos son juicios que coinciden con los hechos, mas no por ello son su
explicación última. Nos pueden servir para sobrellevar esta vida hasta que nuestra
raza desaparezca sobre la tierra, pero ello no quiere decir que ya hemos logrado
la esencia de la verdad, que ya somos dioses que todo lo conocen y todo lo
pueden. Los mitos sobre los que Occidente ha elaborado toda su ciencia no son
más que eso: mitos; hermosos, útiles, consoladores, unificadores, pero nada más.
Es por eso que la ciencia occidental es la sabiduría de solo una civilización, de ella
sola. Pero hay otras civilizaciones con otros mitos, otras sabidurías, que también
tuvieron y tendrán su momento de reinar. Hay que demostrar, por consiguiente,
que Occidente se apoya sobre arena, camina con pies de barro; y esa inseguridad
le obliga a actuar con desesperación. Es por esa razón que apenas se entera que
otro conocimiento está obteniendo mejores resultados, inmediatamente se
encarga de eliminarla o de calificarla de brujería o de superstición, o bien de
asimilarla y rebautizarla como suya. Obviamente que eso lo aprendió muy bien de
la escuela de los inquisidores.
6. Hagamos que Occidente vuelva a su ignorancia. ¿No les estaremos haciendo acaso
un favor? Es que sin ignorancia no existe creatividad. El que cree que lo sabe todo
—y no queremos parafrasear a Platón pues ya bastante se ha dicho sobre esto—
se niega a avanzar, se aferra a lo que tanto le costó. Es importante demostrarles
a ellos que en realidad no saben nada de nada, que lo que creen que es verdad
resulta ser relativo, válido para unas cosas pero inútil para otras. Su ciencia es
válida para matar, para dominar, para hacer sufrir tanto a ellos como a los demás,
para atrapar al ser humano en la nada, en el tedio, en el aburrimiento, en la
pérdida del sentido de la vida, en la vulgarización y banalización de la naturaleza,
en la muerte de su espíritu. Para eso y para muchas cosas peores sirve su ciencia.
¿Y qué hay de las cosas buenas nos dirán? Nosotros respondemos: ¿Para qué han
sido buenas; para encumbrarlos como civilización por encima de las demás,
atropellándolas, aniquilándolas, y sumergiéndose a sí mismos en un torbellino de
poder del cual no pueden escapar? ¿Para eso les ha servido, no para hacerse
felices, sino para ser los cancerberos del mundo, con toda la carga de amargura
que significa ser juez y verdugo de los demás? ¿Son felices siendo lo que son?
Tenemos entonces que hacer que ellos descubran su verdadero rostro: el de la
muerte en vida, para que se den cuenta que todos esos beneficios que se supone
les da su ciencia no son más que trampas mortales para convertirlos en esclavos
de su propia creación, lo cual termina por envenenarlos, no sin antes envenenar al
resto de los hombres. ¿Qué otra civilización ha puesto alguna vez en peligro el
equilibrio del mundo? Ese solo hecho justifica el que nosotros califiquemos a
Occidente como la peor civilización que haya existido, advirtiendo que nuestro
juicio no se basa en la leyes de los concursos para ver quién tiene más ni quién
llega más lejos. Juzgar a una civilización no puede ser someterla a la evaluación
de un record Guiness. Occidente, con toda su aparatología, se encuentra muy
lejos del equilibrio que debe orientar los pasos de todos los seres vivos. Ellos han
roto ese equilibrio; se han excedido en todo, son tecno-salvajes, la peor especie
que pueda uno temer que exista. Bestias con alta tecnología, locos agresivos
manejando un tanque guiado por satélite. Es nuestro deber inculcarles la
necesidad de su desaparición en pro de la salvación de nuestro mundo.
7. Hay que restituir el imperio de las pasiones. Uno de los mayores poderes con que
cuenta Occidente es su espectacular organización, lo cual no quiere decir que ello
sea un criterio de valor positivo. Tienen organizada muy bien su desgracia, la
desgracia de todos. Y esto no es otra cosa que el producto del dominio de la raza
de los comerciantes, esos seres que todo lo calculan y todo lo convierten en
número, y por lo tanto, multiplican. Ellos se han enquistado en la médula de su
sociedad y la han convertido en un libro de contabilidad. ¡Para eso querían

117
destronar a los reyes y sacerdotes! Y miren el mundo que han hecho. Un mundo
donde nada es sagrado salvo el negocio, el provecho material, la cosa en sí. Por
allá, en el barro del olvido, han quedado todos los otros valores y criterios que
también forman parte de la vida, no solo del hombre, sino de todo lo viviente. A
ellos nada les importa, nada les preocupa, a nada le temen... salvo a una cosa;
una sola cosa ante la cual se aterran y se les paraliza lo poco de corazón que aún
les queda: el desborde pasional. Nada más terrible para su ciencia-comercio que
algo pueda ser inexacto producto de la aleatoriedad de la opinión o de la voluntad
de algún individuo. Todo tiene que estar en perfecto orden, pues si no, toda la
estructura se viene abajo. Un solo acto pasional, o irracional, como quieran
llamarlo, hace que los instrumentos no funcionen como es debido y la nave
espacial se desintegre. Ellos no permitirían jamás que eso ocurra, ni en el espacio
ni en la tierra. Las todopoderosas industrias colapsarían, los delicados
instrumentos de precisión se echarían a perder. Todo estallaría por culpa de un o
unos insensatos que no operaron bien la complejísima red tecnológica. Pues bien,
hay que aplicar el desborde pasional. Hay que procurar que sus hombres se dejen
llevar por sus instintos y no por el manual; que se les quemen todas las máquinas
producto de sus arrebatos emocionales; que pierdan la cabeza y pateen los
tableros de control; que se olviden de su perfección científica y estallen sus
centrales nucleares. Hay que convencerlos que deben ser lo más irresponsables
posibles; que se imponga el caos producto de sus antojadizas ansiedades. Solo así
ellos alcanzarán su libertad y nosotros, en medio de sus destrozos, la nuestra.
Porque no hay nada más liberador que dejarse llevar por las pasiones, por las
emociones primarias. Es así cómo nos hizo la madre naturaleza y es así cómo ella
nos quiere: fuertes, salvajes, indómitos, valientes, sanos; que gritemos cuando
algo nos duele y que golpeemos a quien nos molesta. Que aprendan a arrojar por
la borda el control. Allí veremos cómo los comerciantes, quienes sin el orden
sistemático están perdidos, empiezan a quedarse sin poder pues ya nadie acatará
sus leyes y sus principios; sus deudas y sus contratos de por vida. Es entonces
que el orden lo asumirían nuevos hombres para quienes la vida no serán cifras ni
economías planificadas, sino una constante lucha por la integralidad con el medio,
en el cual tienen cabida todas las expresiones que desde siempre han
acompañado al ser humano. Expulsemos al racional y recuperemos nuestra
libertad de vivir con intensidad.
8. Es una inmensa ola que nos envuelve. Se llama vacío, pesimismo, noche oscura,
nihilismo, tierra baldía. Llegan esos vahos de Occidente y pretenden que el resto
de la humanidad los comparta, los sufra, nos envenene. El cadáver putrefacto
hiede, y el mal olor nos congela el alma, nos paraliza, nos intenta convencer de
que la vida es tal como ellos la ven, ahora que están en sus finales, en su
decadencia. Y lo notamos a través de nuestros jóvenes «modernos» quienes,
carentes de vida interior, de espíritu, no pueden ver más allá de sus narices; solo
son entes consumidores, pasto para el fuego del comerciante, víctimas inocentes
de la penetración publicitaria, carne de cañón de todas las estrategias de
marketing. Abandonados por sus padres, quienes solo les transmiten el miedo a
vivir —por cuanto ellos mismos viven con el freno de mano puesto en sus almas
(todo hombre de más de 35 años es un manojo de miedos y pánicos: miedo a
morir, miedo a perder su trabajo, miedo a quedarse sin casa, sin carro, sin un
plato de comida, sin colegio para sus hijos. Miedo, miedo, miedo; todo es puro
miedo)— nuestros jóvenes se miran y miran y evalúan la vida, la existencia en
pleno... y solo ven miedo. Dios ha muerto. Pero no el Dios que Nietzsche quería
que muriera para que el hombre soltara las amarras que le impedían ascender y
elevarse por encima de sí mismo, sino el simple Dios de cada día, el único que
quedaba como mudo testigo de una época que se fue. Hoy Él está muerto: no

118
habla, no oye, no responde, no actúa, no vale nada. El viejo Dios, aquel que
estaba por encima del dinero, de los intereses humanos, que ordenaba y mandaba
sobre todas las cosas; aquel al que se le respetaba, se le temía, se le rogaba, hoy
solo da risa y pena. Pena porque era hermoso pensar que existía. Sin embargo ya
la ciencia se ha pronunciado y ha determinado que definitivamente no existe, no
hay pruebas de su realidad; solo son simples suposiciones, conjeturas metafísicas
imposibles de demostrar. Por más que se construyan miles de templos nuevos
todos sabemos —quitémonos las máscaras— que ya nadie cree en Él. Se ha
perdido la fe, sí; no podemos negarlo. Y los hombres del mañana, me refiero a
esos jóvenes que andan sin rumbo convertidos solo en estómagos que todo lo
devoran sin saber por qué, no lo tendrán cerca, y sufrirán de un vacío imposible
de llenar. Es allí cuando volveremos nuestros ojos iracundos contra Occidente, con
la mirada roja cargada de una eterna furia, y pediremos venganza y justicia. En
ese momento el Anticristo hallará vía libre para salir a la luz y devolverle la vida al
misterio, a la fantasía, a la pasión, al amor sin límites; a todo aquello que la
ciencia y la tecnología occidentales se ha encargado de eliminar de nuestros
cerebros considerándolas como lo malo y lo atrasado. Volverán a surgir las plagas
bienhechoras que arrasarán con los campos milimétricamente medidos, para
convertirlos en tierras nuevas donde crecerán las semillas del hombre nuevo; el
hombre del futuro. Quién sabe si sea el Superhombre, no lo sabemos. Todo será
caos, y los miserables, los abandonados, los pobres de espíritu y de materia, las
escorias y los parias de todos los rincones, se llenarán de alegría y de esperanza
porque el mundo podrá volver a escribirse, sin que se repitan los terribles errores
del pasado que nos esclavizaron a una raza de monstruos humanos.
Desaparecerán, sí, pero con ellos morirán también sus sucias almas, sus espíritus
inmundos; no existirán más sus conocimientos de maldad, de dominio de unos
sobre otros. Y sobre los restos de sus casas, de sus ciudades, pasarán los pies del
Anticristo, llevando la esperanza a todos los desvalidos, llevando sueños a todos
los muertos en vida. Veremos así un nuevo amanecer, con el corazón hinchado de
gozo, con el alma cargada de nuevos sentimientos, de un nuevo amor, un amor
distinto a todos los amores anteriormente conocidos. Un amor renovado, sano,
equilibrado; un amor que superó su trance más difícil. Y nacerá un nuevo Dios,
más poderoso, más joven, ansioso de amar verdaderamente a sus criaturas, de
hacerle ver a los hombres con más claridad la belleza de la vida. Un Dios
completo, total; un Dios Dios. Ese es el Dios Desconocido que vendrá y que
nosotros debemos hacer nacer en nuestros corazones, porque es la última
esperanza que le queda a nuestra especie.

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ACERCA DEL PODER

Definiciones del diccionario

Facultad para hacer algo.


Dominio o influencia que uno tiene sobre alguien o algo.
Fuerza, capacidad.
Gobierno de un Estado.
Fuerza de un Estado.

Definición filosófica (síntesis de varias fuentes):

Conjunto de relaciones de fuerza y de los procesos de jerarquización que,


atravesando toda la estructura económica y política, somete a los individuos.
Indudablemente el poder es un concepto muy complejo de definir pero muy
presente en la historia del ser humano. Tanto así que, las más de las veces, cuando
hablamos de la historia del hombre, lo que estamos haciendo no es más que hablar de
la historia del poder en el hombre; o, dicho de otro modo, cómo se ha ido
desenvolviendo el poder en el transcurso de la historia. No diremos que esta sea la
única manera de ver las cosas, porque nuestra humanidad es mucho más que solo su
lucha por el poder, pero es comprensible que caigamos en la tentación de verlo así; y
esto porque el tema nos afecta tanto, nos causa tanta impresión, es tan gravitante en
el devenir de nuestra existencia, que termina por abrumarnos y nos lleva a valorar la
vida a través de ese prisma. El poder decide sobre la vida y la muerte y nadie puede
ser indiferente ante ello.
Pero ¿qué es realmente el poder? La mayoría nos inclinamos a identificarlo con el
mandato, con la fuerza bruta o sicológica, con la prepotencia o incluso con la injusticia
o violencia extremas. Sin embargo tendremos que buscarle una descripción más
imparcial, más genérica, tratando de discriminar sus distintas variantes semánticas
como las que nos presenta el diccionario. Para el caso no nos interesan las definiciones
del poder como verbo transitivo (facultad o potencia de hacer alguna cosa), como
verbo intransitivo (ser posible que suceda alguna cosa), o como el nombre de las cosas
propias del mundo de la física o de los usos particulares (poder de rendimiento, poder
de destrucción o poder legislativo). Nos interesa el poder en su versión de sustantivo
que habla de un aspecto importante en las relaciones humanas (lo cual no descarta
que también se produzca en el mundo animal, pero por ahora no viene al caso ahondar
en ello). Visto así, y tomando como referencia la definición antes mencionada,
proponemos nuestra propia definición del poder:
El poder es una estructura de reglas y leyes que buscan la cohesión de una
sociedad a través de un equilibrio entre las fuerzas que la componen.
El aporte que pretendemos hacer aquí es el factor equilibrio. Para nosotros el
poder es un estado de equilibrio de todas las fuerzas existentes, desde las más
pequeñas a las más grandes, lo cual significa que ninguna de estas fuerzas son
desechables ni despreciables sino que cada una debe buscar su lugar equipotencial
dentro de la estructura planteada. Es lo mismo que ocurre en el mundo de la
naturaleza: desde la más pequeña partícula —quark o lepton— hasta el más
gigantesco conjunto galáctico forman parte del universo de manera armónica e
interdependiente. Sería un absurdo que alguien, bajo el criterio de la ley de que lo más
fuerte elimina a lo más débil, pretendiera desechar lo microscópico para validar solo lo
macroscópico. Eso no cabe en ninguna lógica. Mas en el mundo humano hay quienes
piensan así, siendo esto la causa de numerosas tragedias.
No se trata entonces que el poder consista en la preponderancia, el dominio
forzado de una fuerza sobre las otras, tal como normalmente nos inclinamos a creer;

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en realidad, el poder sería el punto medio en donde todas las fuerzas se encuentran en
equilibrio, las grandes con las chicas, al igual que la estructura de un organismo o de
un edificio. Con esto no pretendemos afirmar que dicho equilibrio sea permanente,
total e incondicional. Nada hay permanente en la naturaleza. Diríamos más bien que el
equilibrio es circunstancial, parcial y condicionado a una serie de factores. Sin
embargo, aunque no exista el equilibrio total, tampoco percibimos que la naturaleza
sea un caos, sino que, quizá más precisamente, en ella se da una constante búsqueda
de ese estado de equilibrio, y eso de alguna manera refleja lo que en sí es. Según
esto, puede que un equilibrio dure millonésimas de segundo o tal vez milenios —que
para efectos de la naturaleza es lo mismo— aunque para el mundo humano sí cobren
relevancia dichas cantidades de tiempo.

Las fuerzas

El hombre es una parte de la naturaleza y, por lo tanto, están en él las múltiples


fuerzas que la componen. Pero, como sabemos, él no solo es su parte material o
animal; hay algo en el ser humano que si no lo consideramos podríamos estar
hablando de un ser como cualquier otro. Ese algo es su humanidad. Decimos que
humanidad es aquello que se da como condición inherente del hombre, que lo hace
distinto del resto de los animales; en líneas generales, la cultura. Tenemos entonces
dos planos muy marcados que conforman lo que llamamos el ser humano: el plano
material, físico, y el plano cultural, eminentemente mental. En ambos se dan las
fuerzas que van a pugnar por lograr el ya mencionado equilibrio. A las fuerzas que
surgen del plano material las denominaremos necesidades, y a las que provienen del
plano cultural las llamaremos motivaciones.

Las necesidades

Son las fuerzas que provienen de la exigencia de supervivencia del organismo.


Son fuerzas naturales, involuntarias. Si estas no logran su objetivo se produce la
desarticulación de los órganos, hecho que nosotros llamamos muerte. Pero como esos
órganos ejercen resistencia a desarticularse, o sea a morir, presionan para obtener su
sustento. Es por eso que se producen los fenómenos de hambre, sed, miedo, dolor o
ansias de reproducción.

Las motivaciones

Son las fuerzas que surgen en el marco de la propia esencia de la vida social y
cultural del ser humano. Se diferencian de las necesidades en que su carencia no
produce la muerte en forma directa sino de manera indirecta; o sea, que el no ser
satisfechas, trae a la larga una repercusión en el plano de las necesidades que sí puede
ser fatal. Estas fuerzas son las que permiten la socialización y engloban todo lo que el
hombre ha creado durante su existencia. Sin los elementos que forman parte de su
cultura la humanidad ya no podría vivir, pues se han convertido en su esencia, en su
ser. Cierto es que podría privarse de ellos en algunas ocasiones, pero a costa de
perjudicar su proceso de humanización. Esto no quiere decir que todo lo que ha creado
sea imprescindible (podemos vivir sin energía atómica, sin bombas nucleares o sin ir a
la luna), pero nadie se puede desligar de sus consecuencias o resultados, aunque no se
participe de ello directamente. Un hombre de hoy que ignore el aterrizaje de naves en
Marte o la existencia del átomo no puede ser considerado como un típico representante
de nuestra especie y corre el riesgo de ser marginado. Cierto es que podemos ir de
campo un día, cocinar con leña y bañarnos desnudos en el río, pero eso será un hecho
circunstancial que no nos califica como «hombres primitivos». Aún aquel que,

121
empujado por su pobreza, tuviera que hacerlo, es muy probable que no desecharía la
oferta de convertirse en un usuario más de la alta tecnología, si es que le dieran la
oportunidad.
Lo que queremos decir es que el ser humano no puede desechar
voluntariamente todo aquello que de malo o de bueno ha creado la humanidad. Todo
eso ya pertenece al mundo del hombre, es parte de él y está comprometido con él,
quiéralo o no. No podemos lavarnos las manos y decir que, como yo no inventé tal
cosa, no soy responsable de su uso ni de lo que pase con ella. Desgraciadamente sí
nos vemos comprometidos; nuestro prójimo lo ha inventado y construido y, aunque
nos pese, sí somos guardianes de nuestro hermano, parafraseando inversamente al
Caín del Génesis bíblico.
¿Y cuáles son esas motivaciones? Sería imposible hacer un listado completo de
todas ellas. Cada cultura aporta las suyas propias, con lo que la cantidad aumenta más
allá de lo imaginado. Pero en líneas generales proponemos dividirlas en dos grandes
grupos: las Motivaciones de la configuración personal y las Motivaciones de la
interacción social.

Motivaciones de la configuración personal

Son todas aquellas que van dirigidas a que la persona sea reconocida como
individuo. Serían: el poseer un nombre, hablar un lenguaje, vestirse, y, en suma, todo
lo que contribuya a tener un «yo» diferenciado, afirmándose así la individualidad.

Motivaciones de la interacción social

Son todas las que presionan a que el «yo» pueda interactuar con el «otro» u
«otros». Aquí entran en acción todo lo que la cultura indica que debe darse: las
tradiciones, las costumbres, las creencias y las leyes que rigen la comunidad o la grey.
Existe tal variedad de opiniones sobre esto que no creemos prudente tratar de
uniformizar estas motivaciones o crear un patrón genérico de ellas, válido para todas
las culturas. Creemos que, si así se hiciera, ocasionaría un perjuicio en la existencia de
muchas de ellas, quienes tendrían todo el derecho de exigir que se las respete. En este
sentido, la doctrina de los Derechos Humanos, sin pretender extremistamente
descalificarla, nos parece que aún no es la solución de algo que todavía no sabemos si
debe tener solución, es decir, no sabemos, no podemos asegurar, si en verdad la
humanidad necesita un solo código universal, o, por el contrario, otra alternativa
mejor. Que pueda ser útil en las actuales circunstancias lo es, pero no por ello es lo
más justo y verdadero. También fueron útiles en su momento la ley de Talión y el
Código de Hammurabi, y no creemos que hayan sido las más justas y verdaderas, así
que todo lo que es útil no es necesariamente correcto aplicarse.

Las autoridades

Hemos dicho que el poder es una estructura de reglas y leyes que buscan la
cohesión de una sociedad a través de un equilibrio entre las fuerzas que la componen.
También dijimos que esas fuerzas son de dos tipos: las necesidades y las
motivaciones. Igualmente mencionamos que el estado de equilibrio no es permanente,
total ni incondicional, sino circunstancial, parcial y condicionado. Este último aspecto
nos indica que el poder es un estado inestable, en constante cambio y rotación, como
lo es la naturaleza. Ahora hablaremos sobre las autoridades encargadas de administrar
la estructura de reglas y leyes.
En realidad, nada de lo que hacemos está exento de algún tipo de ley,
reglamento u orden. El caos total es casi imposible que se dé en un grupo humano

122
pues éste automáticamente se desintegraría. Puede que estas leyes no estén escritas o
definidas, pero existirán, aunque sea en forma dada o tácita. Ahora bien, estas
normatividades o reglamentos desde siempre han requerido la presencia de personas
que ejerzan la función de discriminadoras, ejecutoras, aplicadoras o conductoras. Estas
son las autoridades.
Parece ser que el hombre aún no tiene, y no sabemos si la tendrá, la capacidad
de prescindir de algún tipo de jefatura que le indique y le ordene aquello que sea
necesario para el mantenimiento de una organización. En eso todavía nos asemejamos
al resto de las criaturas gregarias. Muchas de las más pequeñas asociaciones de seres
siempre cuentan con líderes que marcan las pautas de los movimientos a seguir. Es
algo que la naturaleza así lo ha dispuesto y, hasta el momento, tenemos que
limitarnos a aceptarla, sin por ello dejar de pensar que podría ser que algún día
encontremos la fórmula exitosa para vivir organizadamente, obviando a los
conductores y jueces.
Pero mientras eso no ocurra todas nuestras leyes requieren de autoridades.
Como sabemos, las autoridades son personas que, por consenso, adquieren la facultad
de tomar decisiones que afectan al normal desenvolvimiento de la sociedad. En la
medida que ese consenso o aceptación sea más amplio, la estructura permanecerá
más sólida y viceversa. Sin embargo, la experiencia nos señala que jamás se alcanza
el consenso absoluto y ello será siempre causa de discrepancias, alteraciones o
revoluciones, según sea la intensidad de las diferencias. Cierto es que puede haber
autoridades que carezcan de un consenso mayoritario o lo tengan mínimo, pero ello
será considerado una usurpación y generará profundas divisiones que, por lo general,
terminan, o con el quebrantamiento del orden, o con el fin del usurpador.
Esto porque las autoridades en realidad no son el poder, como normalmente se
piensa, sino sus administradores. Por eso es que cuando alguien alcanza la mayor
autoridad se dice que tiene o ha alcanzado el poder. No se dice que él sea el poder.
Salvo que se sea un hacedor de milagros o un todavía incomprensible gurú, ningún ser
humano tiene un poder intrínseco por encima de la sociedad que no sea el que la
misma sociedad le ha dado. Un hombre, por mucho que desee gobernar, si no logra
convencer a alguien para que le obedezca terminará siendo solo un loco callejero y
delirante a quien nadie hace caso. Si, por el contrario, lograse convencer a unos o a
muchos, terminará siendo un líder, un jefe o un mandatario. El poder se delega o se
adquiere, pero no se apropia. En una vida aislada de ermitaño nadie administra ningún
poder fuera de su propio cuerpo.
En síntesis, cuando decimos que se lucha por el poder en realidad estamos
diciendo que se lucha por ser declarado por consenso como una autoridad. De esto se
deduce que, sin aprobación mayoritaria, no existe legitimidad y no se puede ejercer el
poder, o sea, ser autoridad. Intentar hacerlo sin esta aceptación genera el
desequilibrio o, lo que es igual, la ausencia de poder.

La cesión de autonomía

Por otro lado, para que exista tal consenso, las fuerzas que han concertado esta
delegación de autoridad han aceptado voluntariamente ceder parte de su autonomía,
de su «yo» autodeterminante, para que sea ese «otro» elegido quien decida en
determinados aspectos previamente convenidos. Esto nos remite inevitablemente a las
teorías contractualistas en las que la sociedad se forma gracias a un gran acuerdo de
partes en provecho común. De esto se concluye que, en la medida que la mayor parte
de las fuerzas sociales acepten ese convenio o contrato, se podrá sustentar el
equilibrio, se mantendrá el poder. Y, por el contrario, si algunas de las fuerzas no
aceptasen ceder parte de su autonomía, se producirá el desequilibrio, generándose,
como consecuencia, una crisis y un vacío de poder.

123
Tipos de autoridad

Existen muchos tipos de autoridad, tantas como necesidades y motivaciones


pueda tener el ser humano. Pero si tuviéramos que hacer una síntesis de las
principales mencionaríamos las siguientes:

1. Autoridades provenientes del mundo natural

Son aquellas que nos impone el organismo y que permiten nuestra manutención
y supervivencia. Sin embargo, tenemos que reconocer que la franja que divide lo que
llamamos «natural» y lo «social» es a veces muy delgada o simplemente no existe.
¿Puede darse un ser humano aislado, como unidad, sin los demás de su especie? En
realidad ¿existe el individuo o existe la sociedad? Estos dos conceptos, el del ver al
hombre como individualidad y el de verlo como sociedad, aún se encuentran en pugna
en el mundo actual y ambos tienen los suficientes argumentos para pretender ser el
prioritario. Pero en cuanto a las autoridades provenientes del mundo natural creemos
que son fundamentalmente dos: la autoridad del yo y la autoridad materna.

1.1 La autoridad del «yo»

Aquello que nosotros llamamos el «yo» viene a ser como un amo para los
millones de células que conforman nuestro organismo. Nuestro «yo» es consciente que
él decide cuál es la mejor manera de mantener el orden en nuestra «república
interna». Si el «yo» no fuera capaz de hacerlo, nuestro destino sería la disolución o la
muerte. Tenemos entonces una autoridad natural sobre nuestro propio ser y no
podemos renunciar a ello, incluso hasta cuando decidimos suicidarnos.

1.2 La autoridad materna

En segundo lugar hay otro tipo de autoridad natural que es la que tiene la
madre con respecto a los hijos. Es innegable la dependencia que existe entre uno y
otro ser y que no solo se limita a lo material sino a lo afectivo, pudiendo esto
prolongarse incluso por toda la vida. La autoridad que ejerce la madre está dada de
facto y es incuestionable. En este sentido, ella vendría a ser casi siempre como un
segundo «yo» para nuestro organismo, un «yo» oculto o anexo, que nos es difícil
identificar pero que forma parte constituyente de nuestro ser, tanto así que, en caso
de ausencia, se produciría un cuadro patológico en nuestra personalidad.

2. Autoridades provenientes del mundo humano o culturales

En cuanto iniciamos nuestra interacción social surgen ante nosotros una serie
de autoridades y de presiones, ajenas a nuestras necesidades e intereses personales,
que escapan a nuestro control y voluntad. Nuestro organismo no depende realmente
de ellas pero nuestro proceso de humanización sí. Las dividiremos en dos grupos: las
implícitas y las explícitas.

2.1 Autoridades implícitas

Son aquellas que no requieren ser instituidas de manera oficial pues están
dadas por los hechos, las tradiciones y las costumbres. Estas autoridades son las que
administran las diferentes reglas o leyes no escritas pero obedecidas por todos y que,
de no ser así, conllevarían diversos tipos de sanciones. Las hemos agrupado de la

124
siguiente manera: la autoridad coercitiva, la reciprocante, del conocimiento, la
cohesionadora y la moral.

2.1. 1 La autoridad coercitiva

Es aquella que, no estando determinada desde un principio por consenso


general, se da en contra de nuestra voluntad, en contra de nuestras necesidades y
ambiciones y bajo la amenaza de un perjuicio físico (no estamos evaluando si ello es
para bien o para mal). Este es el caso en que nos vemos obligados a ceder a «otro» el
gobierno de nuestro organismo y dejamos al «yo» en suspenso mientras persiste la
amenaza. Esto es lo que se llama el dominio por la fuerza. Queremos reiterar aquí lo
dicho en torno a lo relativo de considerar totalmente diferentes lo natural y lo social
puesto que también una madre, que consideramos ejerce una autoridad natural sin
que ella necesariamente lo quiera, amenaza permanentemente al hijo con privarlo de
ella misma.

2.1. 2 La autoridad reciprocante

Es aquella que se da como consecuencia de un intercambio recíproco de


beneficios en el que dos o más partes se complacen mutuamente. Si vemos que
alguien pretende darnos algo que deseamos o se dirige a proporcionarnos ayuda para
preservar nuestra vida nosotros decidimos darle voluntariamente toda la autoridad que
sea necesaria para que realice tales fines. Todas las relaciones económicas o políticas
existentes establecen este tipo de autoridades.

2.1.3 La autoridad del conocimiento

Es natural que todo ser que sepa algo que nosotros aún ignoramos tiene la
autoridad del conocimiento. Cuando lo percibimos es voluntad nuestra prestarle
atención y luego seguirlo u obedecerle. Quiere decir que si, por ejemplo, alguien sabe
que tal planta es comestible o tal otra es venenosa nosotros asumimos esa sabiduría
como una autoridad a quien debemos acatar.

2.1.4 La autoridad cohesionadora

Es aquella que se encarga de aglutinar a los individuos y de distribuirlos según


determinadas características y normatividades. Estas autoridades ejercen al interior de
las familias, comunidades, clanes o greyes, y van desde los progenitores de distintas
generaciones hasta los parientes que se anteponen a otros. Así vemos que los padres,
los abuelos, los hombres, las mujeres, los hermanos y los hijos se guardan distintos
tipos de trato que refieren a grados de autoridad que se tienen unos a otros. El
objetivo es mantener la cohesión del grupo con el correspondiente beneficio que de
ello se deriva. Las dependencias que tienen su origen en la necesidad afectiva, o sea,
el amor en sus distintos matices, genera esta clase de autoridad.

2.1.5 La autoridad moral

Es una derivación de la autoridad cohesionadora. La ejercen determinados


individuos que mantienen la constitución de gran parte o toda una sociedad. Vienen a
ser como parientes en grados superiores, algo así como los padres de todos, y se
encargan de hacer valer el peso de las razones por las cuales es conveniente mantener
la unidad en torno a determinados principios que toman los nombres de costumbres,
tradición o moral. Ellos serían, entonces, los censores del buen comportamiento social.

125
2.2 Autoridades explícitas

Las autoridades explícitas son aquellas que se encargan de administrar las leyes
establecidas o instituidas en forma arbitraria por una sociedad. La diferencia con las
autoridades implícitas es que, mientras aquellas se dan de manera no prescrita, de
forma espontánea e involuntaria, las autoridades explícitas son designadas o elegidas
de acuerdo a criterios específicos y, frecuentemente, con el asentimiento de las
mayorías. Se trata de individuos que ocupan un cargo, que desempeñan una labor que
está reglamentada. Son los representantes cuya autoridad reposa en que desempeñan
una función y se enajenan a sí mismos, renunciando aún a su individualidad en pos del
estricto cumplimiento de lo dispuesto por todos. Comúnmente se les imputa el tener
poder y, por lógica, se los llama poderosos, aunque creemos que
sobredimensionadamente, puesto que en realidad el único poder que tienen es el que
el cargo les permite. De este modo una persona, por muy dotada que esté, tiene
menos autoridad que otra que, a pesar de demostrar claramente su minusvalía
personal, posee un cargo superior. Esto reafirma lo que decimos: la autoridad social
está en el cargo, en la función, y no en el hombre. Estas autoridades son
fundamentalmente de dos tipos: gubernativas y espirituales.

2.2.1 La autoridad gubernativa

Es la que administra las leyes de todo gobierno. Estas ejecutan y súper vigilan
el cumplimiento de las más pequeñas a las más generales disposiciones que permiten
el normal desenvolvimiento de una sociedad, grupo o clan. Son las autoridades que
conocemos como políticas. Incluimos aquí a las autoridades armadas puesto que ellas
son su brazo ejecutor y coercitivo.

2.2.2 La autoridad espiritual

Es la que administra el desenvolvimiento de la ideología religiosa. Por lo visto


hasta ahora el hombre no puede prescindir de algún tipo de actividad propia del
inconsciente a lo cual llama espiritualidad. Esta puede tomar múltiples formas que van
desde el culto a los antepasados o a algún fetiche, hasta una religión. Tal vez sea más
difícil encontrar a un hombre auténticamente ateo, en todo el sentido de la palabra,
que a un creyente común. Es más ¿ha existido algún hombre verdaderamente ateo,
despojado por completo de alguna creencia o alguna fe en algo superior, llámese ésta
energía o fuerza? Esta pregunta espera por una respuesta.

Conclusiones sobre el poder

De acuerdo con lo que hemos expuesto pensamos que no se puede instituir un


poder social sin existir algún consenso, y este ha de ser voluntario. Al acto de ceder
voluntariamente parte de nuestra autonomía podemos llamarlo libertad. Si esta cesión
no se hiciera voluntariamente mal podríamos hablar de un equilibrio y, en fin de
cuentas, de una sociedad. Por lo tanto: la libertad debe haber existido desde siempre
en el hombre.
Por otro lado toda agrupación humana decide, consciente o inconscientemente,
qué tipo de gobierno desea tener, de lo cual deducimos que no es tan cierto que
existan autoridades o grupos de poder que lo ejerzan en contra de la mayoría. Parece
ser que, salvo en la anarquía, todos los gobiernos, desde los más tiránicos hasta los
más consensuados, reflejan siempre la voluntad de sus pueblos, por lo que entonces
podemos concluir que: todos los gobiernos que se hayan dado o se den en el

126
transcurso de la historia humana han sido y son democráticos en esencia —aunque los
individuos, cuando se encuentran opinando como tales, de manera individual y no
grupal, renieguen y se quejen de ellos acremente. Según esto, da la impresión de ser
cierto ese viejo refrán que dice: «Cada pueblo tiene el gobierno que se merece».
Nosotros lo diríamos de este modo: «Aunque no lo parezca, cada pueblo tiene el
gobierno que quiere tener». Ampliaremos estas ideas en los acápites siguientes.

El poder y la libertad

No estamos seguros de que, como se dice, un sistema monárquico haya


implicado una pérdida de libertad en la mayoría de las fuerzas intervinientes. Más bien
nos parece todo lo contrario. Lo que sucede es que tal vez, en el afán de exaltar
durante estos últimos siglos la noción de «libertad», se han maximizado sus virtudes, o
sea, se ha exacerbado a la libertad como lo más importante en el hombre, y a su
opuesto —que no necesariamente es la esclavitud— como lo más ruin. Nos inclinamos
a pensar que detrás de este entusiasmo «libertásico» juegan otros intereses más
específicos y coyunturales pero no inherentes al ser humano —concretamente, los de
la Sociedad de Mercado. En verdad, no deberíamos seguir satanizando al pasado del
hombre en desmedro de este supuesto presente «superior». Creemos que hay que
hacer un esfuerzo por balancear las cosas y no andar maniqueamente diciendo que
todo aquello que no coincide con lo que pensamos es malo; y eso, desgraciadamente,
nos está pasando. Sin la glorificación de la libertad, la humanidad —y no hablemos del
resto de la naturaleza— ha podido vivir miles o millones de años; y no nos convence
que nos digan que se ha vivido en un infierno hasta que llegó, por fin, esa libertad con
su correspondiente democracia. ¿No se estará repitiendo el esquema de las religiones
reveladas en las que antes de la llegada del elegido todo era pecado, tristeza y
desconsuelo? ¿Es que antes de la vigencia de la libertad, como concepto sumo, el
hombre vivía en la opresión total, sin decidir, sin pensar, como una bestia sometida?
En fin, reiteramos que necesitamos hacer un esfuerzo por recuperar la imparcialidad
en el juicio.
Muchos tienden a considerar a la libertad solo en su forma más simple: la
liberación de algún tipo de esclavitud o sojuzgamiento; como una lucha de contrarios.
Pero ¿qué pasa cuando tal esclavitud no se da como condición previa, por ejemplo, en
una sociedad donde no existen esclavos ni un régimen opresor, del tipo Estados
Unidos, Canadá o Suiza, por solo citar algunos casos? Los hombres nacidos en esos
medios ¿de qué tendrían que liberarse para valorar a la libertad como un bien? En este
punto es cuando interviene el desarrollo de un cuerpo teórico que justifique la
prevalencia y haga ostensible esa libertad. Es entonces que la claridad se complica y se
pasa al mundo de la subjetividad, al mundo de las ideas y teorías y, como sabemos,
allí todo puede suceder.
¿Qué es la libertad? Dos son las posiciones extremas que se han sustentado: el
indeterminismo, de la cual se deriva que la libertad implica una acción irrestricta y sin
límites para el desarrollo de la voluntad (el liberalismo es de alguna manera un deudor
de esta forma de entender la libertad con su «dejar hacer, dejar pasar» y el no
intervencionismo del Estado) y la otra es el determinismo, que plantea una noción de
libertad condicionada a una serie de factores externos, o sea, se es libre pero dentro
de un contexto, de un límite; esta tiene su mejor expresión en el absolutismo estatista
que practica el control total de la población.
Ahora bien, si nos atenemos a los más recientes descubrimientos de la ciencia
atómica, más concretamente de la física cuántica, obtenemos información que nos
hace ver que el mundo no es tan claro, mecánico y firme como pensábamos. Creíamos
hasta hace pocos años que la naturaleza tenía leyes fijas e inmutables y que el asunto
de la ciencia era solamente descubrirlas y listo: ya las podíamos utilizar para viajar por

127
el universo como turistas. Pero tal parece que no es así. A niveles ínter atómicos el
comportamiento de la materia se muestra impreciso e impredecible, lo cual pone en
duda todo lo que afirmábamos sobre la certeza de los conocimientos obtenidos
anteriormente. ¿Cómo esto afecta al mundo de las ideas? Por un lado, pone en tela de
juicio el valor de las leyes, puesto que ya no nos resultan tan generales e inmutables;
no son una tabla de referencia segura, firme. Pueden cambiar, y los que se aferren a
ellas pueden perder el piso. Esto de alguna manera genera una crisis de valores, de fe,
de autoridad, que de paso contribuye a cuestionar la tesis determinista. Más aún, el
Dios al cual asirse no se ve tan sólido como antes y sus leyes, sean los códigos
bíblicos, coránicos o brahmánicos, pueden ser modificadas, corregidas y aumentadas.
Entonces ¿se consolida con esto el concepto de libertad total, sin autoridades?
¿Estaremos más cerca que nunca del anarquismo, entendido en su correcto sentido
como la convivencia inteligente y responsable, sin necesidad de leyes, de Estado ni de
autoridades?
Sin embargo, las consecuencias hoy en día visibles de este relativismo general
(o liberalismo total) es la crisis conocida como la anomia, que vendría a ser la ausencia
o la pérdida de fe en las organizaciones sociales y las leyes. Resulta curioso que en vez
de ser motivo de alegría esta ausencia de fe en la autoridad —moral, religiosa o
política— sea más bien motivo de preocupación. El sentimiento general es el de estar
navegando a la deriva y ya no hacia la Salvación, hacia la segunda venida de Cristo o
hacia la última encarnación para alcanzar el Nirvana. Tal parece que esta libertad
absoluta, o sensación de ella, no nos acomoda, como tampoco le acomoda al infante el
andar solo por las calles sin sus padres. Quizá el mismo hecho de no ser, como
pretende el liberalismo, «una suma de individuos» libres, con propia voluntad e
independencia, sino más bien partes diferenciadas de un todo, al igual que un
rompecabezas, nos empuja a buscar nuestros complementos y a interactuar con ellos:
los hombres necesitan de las mujeres, los hijos de los padres, los artistas de público,
los comerciantes de los compradores, etc.
Quizá la «libertad» pueda que sea un concepto tan engañoso como el horizonte.
¿Realmente existe el horizonte o es solo una forma de ver y entender algo que, en
forma individual y separada, no existe? ¿No será que tal vez el haber ensalzado la
libertad haya significado sublimar una parte de un todo y hayamos terminado dándole
vida propia a una cualidad que no tiene sustento real independiente en la naturaleza?
Dicho de otro modo: ¿la definición de agua es: un objeto que moja? ¿Esa es su
definición o es más bien una cualidad ? Lo que queremos decir es que tal vez la
libertad, tal como la hemos individualizado, y hasta divinizado en extremo, no es un
hecho dado ni demostrado, y más bien lo que es real es una interacción de
dependencias las cuales conforman el todo del universo.

El poder y la Democracia

Existe hoy en el mundo una gran polémica en torno a la forma de gobierno más
adecuada para la humanidad. Por un lado están los que endiosan enfervorizadamente
la democracia y procuran que ésta se extienda por todos los confines de la tierra, y por
el otro están los que, sin desconocer sus méritos, cuestionan sus resultados y se
preguntan si realmente será esa la configuración política más acertada. Cuando
miramos detenidamente a los dos grupos, la primera observación que salta a la vista
es que existen notorias diferencias entre ambos: quienes defienden la democracia son
por lo general aquellos que han obtenido una posición más o menos cómoda en la
estructura social, disfrutan de algún tipo de poder, detentan privilegios y no padecen
necesidades apremiantes. Principalmente se encuentran en los países ricos y en los
sectores altos de los países pobres. Es casi seguro que si a una persona que manifiesta
una elevada posición social le preguntamos su opinión acerca de la democracia nos va

128
a decir que está plenamente de acuerdo con ella. Lo inverso ocurre en el lado
contrario. Sus críticos pertenecen a las capas más desfavorecidas de la sociedades y
opinan con escepticismo. Esto en realidad no sorprende por cuanto es natural y
humano que quien se beneficia de algo esté de acuerdo con ello y que, quien no, esté
en contra. Los que están a favor argumentan que si el mundo no ha alcanzado un nivel
óptimo de desarrollo es por falta de democracia y los que se oponen dicen que eso
nunca va a suceder por cuanto, hasta el momento, son cada vez más los que se
perjudican con ella que los que se benefician. O sea, con la democracia se crean más
desdichados que agraciados. Intentaremos hacer algunas observaciones sobre esto.
El poder en la sociedad, como ya hemos dicho, es una delegación que hace la
población a un grupo específico para que tome determinado tipo de decisiones durante
cierto tiempo y circunstancias. En realidad, nadie puede asaltar el poder o tomarlo si
no cuenta con la aprobación de la sociedad. Incluso hasta el más feroz de los tiranos,
el más cruel y sanguinario, se encuentra en el poder porque la sociedad así lo desea, al
igual que los hijos o las mujeres necesitan un padre fuerte que los organice y oriente
puesto que ellos solos no se sienten capaces de hacerlo. Es como ocurrió con el
sacerdote Girolamo Savonarola en la Florencia del siglo XV en Europa, quien, a
exigencia del pueblo, ejerció una dictadura teocrática y anticultural, hasta que el
mismo pueblo que lo puso, lo depuso y lo ahorcó. Ejemplos como estos abundan en la
historia y sirven para demostrar que no hay mayor autoridad en cualquier sociedad
que el pueblo; y que si un grupo o casta, yendo en contra de estos principios pretende
aferrarse al poder, sufre inevitablemente una revolución que los destituye, por muy
fuerte o armado que esté. No hay tiranía y gobierno, por más extraño u opresor que
parezca, que no haya sido puesto y mantenido por el mismo pueblo; como también no
hay gobierno que perdure más allá que lo que el pueblo quiere. Ni los más poderosos
ejércitos logran sustentar a un grupo gobernante que ha perdido el favor otorgado por
la mayoría. Esto ha venido sucediendo así desde el principio de la humanidad. Desde la
más pequeña y elemental organización hasta la más compleja y moderna se manejan
con estos patrones.
La sicología del hombre cuando actúa como grupo, como conjunto, es diferente
a cuando actúa como individuo. Muchas veces cuando se indaga la opinión de las
personas en forma individual encontramos un tipo de respuesta que resulta totalmente
contradictoria con la que dan de manera grupal. Y esto parece ser una característica
humana: la contradicción entre el individuo y el grupo; una forma de pensamiento
doble: cuando estamos solos respondemos de diferente manera a cuando estamos en
grupo. Aquel que es individualmente tímido se convierte en explosivo en un estadio;
aquella que lo es frente a los hombres se vuelve atrevida en un teatro ante un artista
masculino. Y podríamos seguir haciendo una larga relación de cómo el hombre es
prácticamente un ser bipolar, dos personas en una; cuando está en sociedad y cuando
está en la intimidad de su casa. Nadie actúa y piensa igual frente a la gente que frente
al espejo. Es por eso que, mientras su conciencia individual puede decirle cosas a favor
o en contra de determinado aspecto, la conciencia colectiva lo hace actuar de una
manera que ni él mismo hubiera sospechado. Gente que jamás en su vida ha
levantado la mano contra nada se ve inmersa en una manifestación corriendo, gritando
y rompiendo vidrios en un estado de exaltación inusual. En esto el lector descubrirá
que alguna vez le ha pasado haberse desconocido en medio de la gente. Esto nos lleva
a deducir que los pueblos, como unidad colectiva, piensan y actúan de manera distinta
y hasta opuesta a como lo hace cada individuo aislado del resto. Se trata entonces de
dos unidades de pensamiento independientes y que requieren ser conocidas para
entender el mecanismo del poder. Mientras que el individuo cuando está solo puede
sentirse atemorizado e incómodo por el gobernante de turno, cuando ingresa a la
masa y se vuelve uno más del cuerpo social cambia radicalmente su pensamiento y
sigue el del grupo, que es finalmente quien decide la permanencia de los líderes.

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En vista de lo manifestado podríamos llegar a una primera conclusión que sería:
solo existen dos formas de organizar a la sociedad: la democracia y la anarquía. La
forma democrática es la más común a todas las sociedades de todos los tiempos; la
poseen tanto los pueblos más pequeños y elementales —como las tribus— al igual que
las sociedades más complejas y avanzadas —como los actuales países desarrollados.
En todos los casos se aplica el concepto de poder que hemos demostrado: el poder es
una representación que el grupo o sociedad delega. En cambio, en el caso de la
anarquía, el hombre, al no actuar como sociedad o masa, no desenvuelve su
pensamiento grupal y solo decide como individuo, de modo que el poder se da
sumamente fragmentado y tan complicado como el mismo individuo es. Esta es una
forma utópica de gobierno que hasta el momento no se ha podido plasmar en la
humanidad, ya que no ha sido posible excluir el comportamiento grupal del común
vivir del hombre. Tendríamos que decir que hasta ahora el ser humano no ha llegado a
un nivel en el que pueda prescindir del grupo para desarrollarse plenamente, pero no
por ello podemos descartar que se dé esta posibilidad en un futuro.
En lo que respecta a la forma democrática, lo que se necesita es hacer una
nueva conceptualización del término o, si así fuese necesario, crear otro; en este caso
preferimos mantenerlo para efectos de hacernos entender. El concepto democracia
debería estar desligado de su actual aplicación política (democracia representativa)
para convertirse en un genérico de forma de gobierno humano. Porque en verdad no
se ha dado ninguna otra que no sea ella. Toda sociedad humana elige a quienes cree
que debe hacerlo y los defenestra con la misma facilidad. Si la palabra sociedad la
entendemos como pueblo, lo que estamos diciendo es que todo gobierno humano
siempre está representando los deseos de una mayoría. Un caso que no sea así no se
puede dar o, si se diese, se trataría entonces de un intento imposible de mantenerse,
porque toda autoridad procede de un consenso que viene a ser la aprobación silenciosa
del orden establecido. En la Francia del siglo XVIII, por más que la burguesía hubiese
tratado de imponerse sobre la aristocracia, nunca lo hubiera logrado si es que el
pueblo no lo hubiese aprobado. Numerosos son los intentos en la historia en los que
grandes grupos han intentado, en contra de la mayoría y valiéndose de su fuerza,
tomar la representación de la sociedad; pero ninguno lo ha logrado. Existe un refrán
que ilustra un tanto lo que queremos decir, el cual versa que: «El respeto no se puede
imponer a la fuerza; el respeto se gana». Y cuando alguien intenta ser respetado bajo
amenaza lo único que consigue es la sublevación. Por lo dicho, calificar a un pueblo
como antidemocrático por no ejercer la democracia representativa al modo occidental
resulta un grave error de comprensión, de entendimiento de los fenómenos sociales.
Lo que en realidad diferencia a los pueblos no es la democracia, que ya hemos dicho es
la forma de organización natural de toda sociedad, sino la manera cómo ésta se lleva a
cabo, o sea, el procedimiento.
En principio todos los modos de instauración de un grupo en el poder son
válidos en la medida que reflejan el pensamiento social de los individuos (los cuales
enajenan su pensamiento individual). Que no nos agrade el método para hacerlo es
otra cosa; que nos parezca poco elegante, complicado, incomprensible o contrario a
nuestras creencias, costumbres e intereses es un asunto relativo. Pero que porque ese
método produzca mejores resultados que el nuestro; que sea más auténtico, menos
conflictivo, y que encima coloque gobernantes que no nos gustan, lo descalifiquemos,
es condenable. ¿Por qué no podemos respetar la decisión de un pueblo que quiere
tener un rey hasta que éste muera y que desea que su hijo lo suceda? ¿Por qué
nuestra forma de democracia debe ser la correcta? ¿Y de cuál democracia estamos
hablando: la que aplica el Vaticano para elegir de por vida a sus Papas, la de los
cantones suizos, la del Reino Unido —que admite una casa real—, la norteamericana,
con solo dos partidos y sin obligatoriedad de voto? ¿Cuál es el afán de que un pueblo
quiera imponer a otro su forma de gobierno? ¿Qué esconden esas intenciones? Hay

130
aquí como vemos más preguntas que respuestas. Por ejemplo, a nuestro criterio la
civilización andina, como cualquier otra, tiene formas tan válidas como las occidentales
para elegir a sus representantes. Estas tal vez no se adecúen a los intereses de los
países poderosos, pero no se les puede negar su autenticidad ni su representatividad.
No se puede tapar con un dedo que cada pueblo sabe lo que quiere y cómo lo quiere,
aunque todavía no tenga pensadores que puedan plasmar por escrito y
académicamente sus ideas. ¿Cuál es entonces el punto en cuestión? Que el conflicto
existente entre los que apoyan la democracia y los que la cuestionan es en realidad un
conflicto de formas de ejercer la representación de gobierno, formas de hacer cada
quién su tipo de democracia, y no entre la democracia y otro tipo de gobierno, que ya
hemos dicho sería la anarquía. Si los países poderosos dejasen que los otros eligiesen
democráticamente, si respetasen las decisiones de esos pueblos que optan por
diferentes métodos para expresar lo que quieren, tal conflicto no existiría. Pero lo que
parece es que se busca imponer un método sabiendo que éste no representa la
voluntad de las mayorías de ese país y que más bien produce lo que esos pueblos
débiles no quieren: el desgobierno, el caos, la desintegración social.
Para romper el círculo vicioso de no tener una alternativa ante la democracia
occidental —después de la caída del comunismo— decimos que el dilema «democracia
o qué» se resuelve de la manera como se han despejado muchas de las paradojas:
demostrando que la dificultad estaba no en no poder encontrar la respuesta sino en
formular bien la pregunta. En el caso de la democracia hemos querido decir que el
dilema entre tenerla, y por consecuencia aceptar toda la civilización occidental sin
reparos, y no tenerla —lo que significa caer en supuestas formas de gobierno
«primitivas, superadas, negativas»— creemos que puede resolverse demostrando que
el ser humano es democrático a pesar suyo, y que todas las formas de poder reflejan
inevitablemente la voluntad de la mayoría, por lo tanto, todas son democráticas strictu
sensu; y que la polémica es en torno a la manera cómo los países poderosos desean
que se aplique el consenso en ciertos países dominados. Si un pueblo, una nación, una
civilización, decide por sí misma cuál es la forma de delegar el poder, eso es
democracia, no importa si el método sea por trámite eleccionario, por castas reales,
por grupos representativos, por generalatos o por lo que sea; nadie toma el poder por
su propia voluntad si va en contra del deseo de su pueblo: un gobierno así nunca se ha
sostenido. El persistente deseo de querer imponerle a un pueblo una manera de
designar a sus representantes lo que en realidad busca es que mediante ese método
sean elegidos ciertos grupos afines a los países dominantes y que no representan la
auténtica voluntad del pueblo, y que estos gobiernos resultan ser siempre malos,
débiles, en permanente estado de crisis, corruptos, desacreditados ante su propio
pueblo, sostenidos a la fuerza y bajo amenaza, con economías y formas de producción
anómalas que generan distribuciones irracionales de la riqueza y un estado muy
grande de inseguridad e insatisfacción. Esta es la razón por la que constantemente se
producen revoluciones y revueltas en los países pobres: porque sus pueblos rechazan
a los grupos que se intitulan representativos sin realmente serlo. En cambio, en donde
no se producen esa convulsiones, es porque, mal que bien, sus gobiernos sí reflejan
esa voluntad, aunque se trate de largas «dictaduras» o reinados, a los cuales se los
aprueba o descalifica según sean o no convenientes a los países poderosos. Pero el
juicio que podamos hacer de esos gobiernos, el cual es siempre subjetivo, no debe
hacer que mezclemos una cosa con otra: un pueblo puede decidir por una dictadura,
tal como lo hacían los admirables griegos, y estar decidiendo coherentemente, nos
guste o no (o lo entendamos o no). Querer ir contra esa voluntad porque en nuestro
pueblo no se hacen así las cosas —porque para nosotros «en nuestro pueblo sí se
hacen bien las cosas»— es repetir la vieja historia de entrometernos en asuntos que no
comprendemos y que luego, por querer restaurar «el orden correcto, el bien
universal», según nosotros, terminamos causando un sin fin de desgracias —como

131
ocurre en numerosos pueblos africanos donde el afán de organizarlos como quiere
Occidente es la principal causa de las terribles matanzas entre naciones que no desean
vivir juntas.
Tengan la forma que tengan, sirvan estas como aliadas —como la «dictadura
buena» del Pakistán de Pervez Musharraf— o sean enemigas —como la «dictadura
mala» de la Cuba de Fidel Castro, (por poner solo dos ejemplos extremos aunque hay
muchos intermedios)— toda forma de gobierno estable es la expresión de un pueblo.
Pueblo que, a nuestro entender, puede estar equivocado, ser inculto, ignorante,
atrasado, ciego, sordo, débil, engañado, fundamentalista, en vías de desarrollo,
sometido o lo que sea, pero que elige, escoge a sus gobernantes, nos desagraden
éstos o no. Tal vez no actúan como actuamos en nuestras casas, pero ellos deciden y
saben por qué deciden; y saben por qué escogen a este y no al otro; y saben
perfectamente que son responsables de las consecuencias de esas decisiones.
Teniendo en cuenta lo expresado creemos que la civilización andina necesita
imponer su propia forma de gobierno, la cual no dejará de ser democrática —insistimos
una vez más—; y esa forma de gobierno se encuentra de manera embrionaria en las
raíces de su estructura social, pugnando por subir hacia la superficie y manifestarse
plenamente. Se trata de dar paso a las organizaciones auténticas en desmedro de las
postizas. A los países andinos les está brotando la savia de una planta madura y fértil,
lo suficientemente fuerte como para organizarse por sí misma sin calco ni copia. Esto,
como imaginamos, causará al comienzo cierto desagrado, pero, con el tiempo, las
aguas volverán a su nivel y todos terminarán aceptando el nuevo orden de cosas. Así
ha sido desde siempre en la historia de la humanidad y ésta todavía no ha terminado.
Occidente tuvo su tiempo y su lugar pero todo llega en su momento, y a partir de
ahora esta civilización será la base sobre la que se sustentarán nuevos pueblos,
nuevas ilusiones y esperanzas de conseguir un mundo mejor. Recordemos que, cuando
se disolvió el Imperio Romano, este dio paso, no solo a nuevas naciones, sino también
a nuevas ideas y nuevos hombres deseosos de ir más allá de lo que hasta ese
momento se había pensado que se podía llegar.

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MÁS ALLÁ DE LA SOCIEDAD DE MERCADO

En el momento en que son escritas estas líneas la población mundial alcanza una
cifra de seis mil millones aproximadamente. Esta cantidad de gente nos invita a
realizar una reflexión. Nunca antes en nuestra historia hubo tantos seres humanos, lo
que podría tener tal vez dos explicaciones. La primera, que los descubrimientos acerca
del comportamiento de la naturaleza nos han permitido, entre otras cosas: combatir
las enfermedades, aumentar el promedio de expectativa de vida, disminuir el índice de
mortalidad infantil, acrecentar el volumen de producción alimenticia, aminorar en gran
parte los efectos nocivos de los fenómenos naturales, crear ambientes idóneos para
una vida humana más sana y segura. Pero la otra explicación podría no ser tan
optimista: la humanidad es una especie superpoblada, una anormalidad producto del
hacinamiento insalubre —física y mentalmente hablando— en gigantescas ciudades; un
desequilibrio de la relación entre espacio, recursos y número de individuos, sin contar
con la sobreproducción y explotación como consecuencia de la desquiciada necesidad
de acumulación convertida en objetivo de vida, lo cual multiplica descontrolada y
vertiginosamente el desenfreno por consumir lo más que se pueda, desgastando
rápidamente los recursos naturales. Como vemos, se trata de dos visiones de un
mismo fenómeno y ambas pueden tener razón desde el ángulo que se las mire.
Si asumimos el primer caso, el optimista, diremos que este éxito se debe,
fundamentalmente, a la Revolución Industrial, pues a partir de ella se han producido la
mayor parte de los logros de la ciencia. Si estamos de acuerdo con ello, tendremos que
estarlo también con todos sus planteamientos orgánicos y admitir lo beneficioso que ha
sido para el hombre pensar y adaptarse a un modo de vida liberal, capitalista y
democrático. Pero esta óptica también tiene dos maneras de evaluarse. Una: que estos
beneficios son buenos, pero solo para unos pocos, pues la mayoría no puede tener
acceso a ellos; y la otra: que todavía es muy pronto para exigir que sus ventajas
alcancen a todos; con el tiempo sí se logrará. Indudablemente que los que tengan fe
en este sistema serán quienes desde ahora se estén beneficiando de él, mientras los
que lo fustiguen serán aquellos para quienes, hasta el momento, eso es inalcanzable.
¿Será entonces la sociedad de mercado como un vaso medio lleno o medio vacío, por
preguntar de una manera metafórica? Y por otro lado: ¿Existirá en todo esto una
postura intermedia e imparcial, que pueda juzgar con justicia y con razón, sin estar
comprometida con alguna de las partes? Lamentablemente, cualquier hombre que
opine sobre ello será alabado por unos y denostado por otros. Tendría que ser alguien
distinto al humano —un extraterrestre, un dios— el que, al no estar involucrado con
nadie, emita su opinión y sea esta valorada por todos. Aún así, este se ganaría
detractores y enemigos, puesto que siempre alguno saldría perjudicado. Ello nos
demuestra lo relativos que pueden ser nuestros juicios, los cuales no podemos
considerar como verdades únicas y absolutas; siempre serán solo puntos de vista que,
por lo general, se acomodarán a nuestros gustos, costumbres y pareceres.
Lo decimos con el ánimo de indicar con sinceridad que cualquier idea y crítica que
se haga siempre tendrá sus limitaciones, pues todos los seres humanos somos parte
interesada. Haciendo esta salvedad, intentaremos abordar el complejo problema
acerca del valor que le atribuimos a dicha sociedad, y si es posible concebir una mejor
para el futuro. Advertimos al lector que nuestra posición será crítica, que no
buscaremos sustentar la perpetuación de esta forma de vida sino demostrar que sus
defectos son más perjudiciales que sus virtudes, motivo por el cual hay que
reemplazarla por una más idónea.
La principal crítica a la Sociedad de Mercado es que ésta no apunta hacia un
objetivo trascendente del ser humano; se queda a mitad del camino. En abstracto
resuelve la parte material del ser, pero en la práctica no lo resuelve para todos, sino
para aquellos que demuestran ciertas capacidades: para los más aptos. Esto va en

133
contradicción con la concepción espiritual del hombre —cuando decimos espíritu,
entiéndase, no la fe o las creencias o las religiones, sino la mente en su integridad, con
su inteligencia, sus emociones y sus potencialidades proyectivas— por cuanto lo que
justamente nos hace humanos es la negación de nuestra materialidad, el rechazo a
hacer lo más lógico de acuerdo con el orden natural. Nada de lo que realizamos tiene
sentido desde el punto de vista de la naturaleza. Mucho antes de ser los humanos que
somos teníamos resueltos todos nuestros problemas físicos (salvo que creamos que
somos la única especie del planeta que apareció con deficiencias tan grandes que ni
siquiera podíamos sobrevivir; este es un pensamiento caricaturesco que todavía
sostiene la mayor parte de la comunidad científica, aduciendo que el homínido Hombre
tuvo que crear la cultura simplemente por razones de subsistencia, mientras que el
resto de los animales en pleno, desde la espora hasta la ballena, no necesitaron
hacerlo). Todo parece indicar que lo que motivó la evolución no fueron razones
alimenticias o de protección (pues en ese caso todas las especies habrían evolucionado
y hoy compartiríamos el mundo con miles de animales parlantes y creadores de arte)
sino de concepción, de percepción y manipulación de la naturaleza. De alguna manera
hubimos generado un comportamiento inusual, algo que no estaba programado (los
religiosos piensan que sí hubo una razón para ello) y que derivó en lo que somos.
Cierto que no hemos renegado tanto al extremo que no realicemos nuestras
necesidades físicas —cosa que no podríamos rechazar, aunque quisiéramos— pero de
lo que sí somos conscientes es que las razones por las que vivimos tienen muy poco
que ver con solamente el sobrevivir.
Los hombres de todas las épocas y lugares han vivido siempre en pos de una idea,
de un objetivo en lo cual creían; y por lograrlo han luchado y han sufrido, y hasta el
día de hoy lo vienen haciendo. Nadie concibe que la meta de la vida sea comer,
descansar, evacuar y reproducirse, al igual que cualquier animal. De momento que
alguien se da cuenta que es humano ya sabe que su razón de ser será aquello que su
sociedad le diga que es, lo cual implica todo un conjunto de ideas y creencias acerca
de las cosas. Que tenga o no los materiales que necesita para realizarse como hombre
es otro problema. Si los encuentra en abundancia y al alcance de su mano, y su idea
de lo que es la vida humana es seguir los ritos y costumbres de su aldea, vivirá
tranquilo y satisfecho mientras todo permanezca igual. Pero si esos ritos y costumbres
van más allá del ámbito en el que él se desenvuelve, tendrá que embarcarse y buscar,
detrás del horizonte, aquello sin lo cual no se sentiría completo.
La historia de la humanidad solo se explica por la búsqueda de anhelos, de sueños
y de ambiciones, no por la de la comida y del refugio. Un ser humano que vive en pos
de esto último es poco más que un animal; en el mejor de los casos, es un vagabundo
de una ciudad, subsistiendo de lo que encuentra en la basura y durmiendo en
callejones cubierto con periódicos. Este hombre no es el que dominó el fuego, creó el
habla, inventó la escritura, concibió un dios, formó las civilizaciones. (Aún así
sorprende enterarse que hasta el más infeliz de estos desdichados tiene, ¡oh sorpresa!,
su propia filosofía de vida). El auténtico hombre es el que está más allá de las
necesidades, el que vive por encima de lo que posee y se plantea nuevas rutas para
realizarse como humano. Puede tener el estómago repleto o vacío, pero si no ha
alcanzado sus objetivos emprenderá una nueva marcha; dejará sus ciudades, sus
tierras; cruzará mares y montañas; hará la guerra y se asociará; todo por seguir el
sino eterno de hallar el misterio de la vida, de su vida.
Por eso decimos que el mercado no ofrece lo que el hombre realmente busca; solo
le da momentáneamente una solución a sus necesidades animales. Es tan solo una
despensa de la cual se pueden sacar cosas que circunstancialmente se necesitan, pero
que no puede contenerlo todo. Cuando millones de personas emigraron de Europa
hacia América no lo hacían porque no tenían dónde vivir o qué comer (esa misma
realidad la compartían con los que se quedaron); lo hicieron porque tenían una idea

134
diferente de cómo vivir, de cómo creer en un dios y cómo comportarse en sociedad. A
muchos de ellos no les importó incluso que sus almacenes estuviesen repletos de
alimentos y tuvieran que abandonar sus viviendas ocupadas durante siglos por sus
familias: se marcharon en pos de un ideal incierto, hacia un lugar inhóspito del cual no
sabían qué esperar. Dejaron la seguridad de un sistema que funcionaba eficientemente
para vivir en uno que no existía, que ignoraban si funcionaría y que podría ser su
tumba y la de sus amados hijos.
El mercado, el intercambio de productos, la satisfacción de las necesidades, las
diversiones y placeres, nunca ha sido ni será un ideal humano, una meta. Puede que el
hombre se quede adormilado a la sombra del árbol del capital, engullendo lo que tiene
a la mano, diciendo que esa es la mejor vida; pero la experiencia demuestra que al
final llegará el día en que se harte, arroje furioso toda la comida acumulada, se monte
en un Rocinante y emprenda el viaje a través del desierto en busca de nuevos
horizontes. Este es el espíritu humano... y no ha cambiado.
Por eso todos los valores que la Sociedad de Mercado entroniza y exige que se
adoren —la democracia, la libertad y los derechos humanos— solo son las columnas
que apuntalan un sistema que lo único que hace es satisfacer las necesidades y
adormecer los sueños, pero que no es en sí un sueño. Salvo en casos extremos y
circunstanciales el hombre no sueña con comer, con dormir, con evacuar, con
aparearse, con protegerse del frío o con morir. Esas cosas no son dignas de ser un
sueño, de ser un anhelo. Sin embargo la Sociedad de Mercado, en su afán de perdurar,
procura convertir esas contingencias menores en aspiraciones válidas. Pone la valla de
lo esencial, lo material, lo suficientemente alta como para hacer creer que son más
valiosas de lo que son. Es como si a un perro se le mostrara un trozo de carne para
hacerlo saltar lo más alto posible. Así, el mercado ha creado un conjunto de ideas que
sirven de carnada para que los hombres nos mareemos y pensemos que estamos
alcanzando algo superior, cuando en verdad solo se trata de un plato de lentejas por el
cual cambiamos nuestra esencia de hombres, convirtiéndonos en simples bocas. A
continuación analizaremos cómo son algunas de estas principales carnadas.

La Libertad

La Sociedad de Mercado ha puesto algo tan elemental en la vida de todo individuo,


animal u hombre, como lo es la libertad, como si fuese un mérito de ella o un premio
que otorga. Pero la libertad es inherente a la vida, es la facultad de desarrollar las
potencialidades, es el accionar de todo ser vivo para llegar a ser lo que es. En la
medida que una medusa llega a ser medusa, un cactus a ser cactus, una abeja a ser
abeja, es que son libres. Del mismo modo, en la medida que el hombre llegue a ser
hombre —no un animal que come y se refugia sino un ser que busca resolver sus
intrigas y realizar sus sueños— será entonces libre, porque puede convertirse en ese
ser tan misterioso e insondable. La libertad estuvo antes y estará después de la
Sociedad de Mercado. Pero astutamente ésta no plantea la libertad en dichos términos
sino que desvía el asunto hacia otra forma de entenderla, como es: la libertad de
elegir. De esa, y solo de esa libertad, es a la que se refiere el mercado. Pero la facultad
de elección es también algo consustancial a los seres vivos: todos elegimos por dónde
caminar, en qué momento beber y cuál piedra arrojar al río. Entonces de la elección de
que nos habla es de una en particular, una específica: la elección de adquirir. Tiene
que ser así por cuanto el mercado se basa en una oferta de productos que deben ser
comprados por una serie de consumidores. Esa, y solo esa, es la libertad que necesita
el mercado. Podríamos resumirlo de esta forma: «Necesito que tú seas libre para que
me elijas a mí». Para nosotros la libertad no es una creación del mercado que se
ofrece como un premio sino que es algo tácito a toda la naturaleza. Esa otra libertad es
solo la libertad de elegir. Mas tampoco se trata de la facultad intrínseca de elegir por

135
elegir sino de la posibilidad de obtener algo, un objeto, únicamente en el mercado y no
fuera de él. En resumidas cuentas: la idealización de la libertad no surgió de la mente
de un filósofo ni de la palabra de un profeta, sino de la operatividad que todo mercado
debe tener para ser efectivo. La Sociedad de Mercado necesitaba crear un tipo especial
de hombre y por eso elaboró su perfil: creó al homo economicus, inventó al
consumidor.

La Democracia Liberal

No fue casual que la burguesía europea desempolvara, después de dos mil años,
un sistema de gobierno existente en unas pequeñas islas del mar Egeo. Fue producto
de la búsqueda de un tipo de gobierno afín a sus intereses, y ese resultó ser la
Democracia. (Dejamos en claro que en el fondo todo gobierno humano es democrático
puesto que refleja la aceptación de la mayoría. La Democracia Liberal es aquella que
se instituye a través de un sistema electoral en el que participan partidos políticos. La
confusión y el problema es que ésta ha asumido el nombre genérico de Democracia,
cuando en realidad es solo una de sus expresiones). Bueno hubiera sido que la idea de
retomar esta forma de gobernar fuese consecuencia de un sincero y profundo esfuerzo
de parte de las mejores mentes de la época; un resultado de evolucionados
pensamientos filosóficos. Pero no lo fue. La Democracia Liberal era y es imprescindible
para la existencia de la Sociedad de Mercado. Sin ella no podría desarrollarse. Prueba
de eso es que aquellos que han tratado de obtener sus mismos logros, pero con otros
métodos, han terminado fracasando, como le ocurrió a la ex Unión Soviética. Pedir una
es pedir la otra. Hay quienes, ante la falta de diferentes opciones, creen que puede
haber Democracia Liberal sin Sociedad de Mercado o, incluso, Democracia Liberal con
una Sociedad de Mercado «moderada». Se trata de gente de nobles intenciones pero a
quienes les faltan los filósofos que los saquen del atolladero en que se encuentran. El
mercado ha ensalzado la Democracia Liberal casi a niveles teológicos (actitud nada
rara en la Historia) y se empacha de ella cada vez que puede, de modo que quienes
más la alaban y predican resultan ser los más conspicuos representantes de la
Sociedad de Mercado. Al igual que pasó con las cruzadas europeas, en nombre de ella
se arrasan pueblos y se desgasta a la naturaleza. Es triste ver a personas bien
intencionadas reclamando Democracia Liberal a los mismos que la imponen en todo el
mundo, apoyando de este modo, inconscientemente, a las hordas de empresas
transnacionales que devoran el planeta con la bandera democrática. Lamentablemente
Democracia Liberal y Libre Mercado son dos caras de una misma moneda: ambas se
necesitan y la una no puede vivir sin la otra. Mientras la humanidad no decida asumir
alternativas a la Democracia Liberal este falso paraíso seguirá adueñándose del mundo
engañando a millones, haciéndoles creer todo lo buena que ella dice que es.
La Democracia Liberal no es el cielo ni es una meta, ni puede reemplazar a los
sueños e ideales del ser humano. Es tan solo una manera de gobernar que surge de la
necesidad de que el mercado se pueda desenvolver a sus anchas. Pero hoy está tan
barnizada de virtudes y bondades, se la alaba tanto, se la idolatra de tal manera
(incluso la exaltan tanto los pobres como los ricos, los buenos como los malvados, los
torpes como los inteligentes) que resulta poco más que una herejía ponerle algún tipo
de menoscabo o cuestionamiento. Vivimos entonces en un oscurantismo democrático,
donde, al igual que en la Edad Media europea, todo aquel que diga algo en contra del
pensamiento único y oficial es echado a la hoguera. Hoy nadie puede siquiera
atreverse a criticarla. Ella es intocable. Cual becerro de oro, está por encima de
cualquier religión, credo o fe. La Democracia Liberal es santa y sagrada, así lo dicen los
dueños del mundo, los presidentes de las naciones, los generales de la OTAN, los
empresarios de toda laya, los líderes políticos y religiosos, los dirigentes de las
instituciones, los jefes de organismos, los hombres y mujeres de bien y, finalmente,

136
los pobres e infelices, quienes hasta ahora no entienden por qué ella es buena de toda
bondad y tienen que apoyarla con sus vidas —aunque nunca les haya reportado ningún
beneficio sino, todo lo contrario, los ha abandonado a la más mísera de sus suertes
(antiguamente ni al más despreciado esclavo le faltó siquiera un plato de comida y un
techo donde dormir, cosa que la Democracia Liberal no hará jamás porque «solo tienen
derecho a vivir los más fuertes»). Da pena tener que desvestir a una virgen para
descubrir que no era tan virgen. Pero siempre es una tarea triste, tanto como realizar
una autopsia. Sin embargo, el dolor no debe cegarnos impidiendo que se sepa la
verdad. La Democracia Liberal es una estratagema muy bien montada, casi perfecta,
que en la actualidad no encuentra un discurso que le haga frente y saque a la
humanidad de la cárcel de la Sociedad de Mercado. Pero no desconfiemos: el hombre
ha vivido muchas noches tristes, al igual que la de ahora, hasta que algún día ocurre
algo que lo libera, haciendo sonar la campana del nuevo día que le anuncia que no
todo está perdido, que aún puede volar. Muchos imperios y sociedades han pasado,
pero ninguna ha perdurado más allá de lo soportable. Algún día saldrá de la boca de
alguien el nuevo discurso, claro, diáfano, creíble, que denunciará a todos los
estafadores y malvados, derribará a sus ídolos de barro, y cambiará el orden actual
por uno más esperanzador, más elevado, más justo.

Los Derechos Humanos

Una tercera carnada inventada por la Sociedad de Mercado para que creamos que
no debemos salirnos del sistema y buscar otro mundo mejor, viviendo solo para
satisfacer nuestras necesidades —como si fuésemos animales para quienes la vida se
resume a eso, ignorando nuestra característica humana de ir más allá de lo dispuesto
por la naturaleza para buscar nuestros sueños y resolver nuestras incógnitas— son los
Derechos Humanos. Este código fue creado por los países vencedores de la Segunda
Guerra Mundial y viene a ser una especie de mandato moral que ampara las normas
de la Sociedad de Mercado. Con respecto a este asunto, existen dos posiciones a tomar
en torno a ellos: por un lado los que están a favor, los llamados «buenos», los países
democráticos, civilizados, desarrollados, los dueños del mundo, los empresarios, las
organizaciones religiosas, los líderes políticos y los hombres de buen juicio y corazón;
y por el otro los que están en contra, los «malos», los subdesarrollados, los seguidores
de religiones no occidentales, los tiranos subdesarrollados, los delincuentes
subversivos y terroristas, los que se aferran a sus culturas «primitivas», los
antiliberales y los antioccidentales. Nuevamente nos vemos en la necesidad de
levantarle la falda a tan respetable señora; nuevamente nos ponemos en el incómodo
papel de aguafiestas para tocar este espinoso y sagrado tema. Desgraciadamente es
imposible eludirlo, sobre todo cuando contemplamos cómo, en nombre de los Derechos
Humanos —de éste código así denominado, aclaramos— se arrasan pueblos enteros
para obligarlos a someterse a las leyes del mercado, al punto que hasta muchas de las
más importantes religiones se han acomodado a ellos para evitar el choque de
intereses y no les pase como le ocurre hoy al Islam, cuyos seguidores son per se sus
principales violadores. Es que no deja de sorprender cómo los líderes de los más
poderosos países resultan ser los principales defensores y propugnadores de dicha
doctrina, y sin que nadie les diga nada puesto que ellos son los únicos financiadores de
todos los organismos que tienen que ver con los Derechos Humanos en el mundo.
Resulta una broma más que cruel ver cómo las naciones más sanguinarias de la
historia levantan la bandera de esos Derechos para ingresar a cualquier lugar del
planeta a imponer su catecismo, el cual dicen que está por encima de cualquier otro
pensamiento, fe, religión o creencia. Los dueños del mercado son los primeros
promotores de estos Derechos Humanos. ¿Cómo es posible eso? ¿Acaso andamos mal
de la cabeza y entendemos el mundo al revés?

137
Lamentablemente tendremos que pasar por malos y enemigos del hombre y de la
humanidad al denunciar esta aguda argucia, esta ingeniosa trampa en la que caen los
hombres y mujeres más dignos y de buen corazón. Pero el lector inteligente
comprenderá que lejos está de quien escribe insinuar, siquiera por un instante, que
estamos a favor de abusar del ser humano. Todo lo contrario: estamos en contra que
se abuse de él sutilmente, astutamente, genialmente, como es el caso de haber creado
una nueva moral para la humanidad que al dinero ha canonizado. Lo que realmente
queremos es liberar al hombre del engaño de pensar que este sistema de mercado,
que no le importa en lo más mínimo la humanidad sino la ganancia, es la que sustenta
y favorece un conjunto de reglas en pro de la vida. No se puede creer en los discursos
del lobo; el lobo es lobo y todo lo que hace lo realiza con un fin que es de lobo. ¿Un
demonio puede hacer obras de bondad? ¿Por qué habría de hacerlas si no con un
objetivo específico, que es el de condenar al hombre? Nos pesa tener que decir que
todo esto no es mas que una bien montada treta con la que nos endulzan, haciéndonos
pensar que el malo no es tan malo, el violador tiene su corazoncito, que el asesino
también le reza a Dios; por lo tanto, no es tan malo, ni tan violador, ni tan asesino. Y
por último, que la Sociedad de Mercado es tan buena que ha llegado a producir un acta
universal para beneficio de todos. ¿Alguien entonces podría dudar de las bondades de
la Sociedad de Mercado, si ésta ha logrado hacer lo que ninguna otra ideología o
movimiento pudo? Mas no nos vamos a quedar solo en enunciados; vamos a decir por
qué ese código llamado de los Derechos Humanos (y no los verdaderos derechos
humanos) no puede reemplazar a ninguna religión y a ninguna moral auténtica.
La razón por la que la doctrina occidentalista impuesta por los países capitalistas
llamada de los Derechos Humanos no es moralmente aceptable no es solamente
porque la ha creado la misma Sociedad de Mercado —integrada por los países más
criminales de la historia, actuales explotadores del mundo, cosa por principio imposible
de ser compatible— sino porque ésta es de una moral pasiva, que solo pone las
fronteras a las que no se debe llegar, los límites que no se deben transgredir; mientras
que, por el contrario, las morales y religiones auténticas lo que promueven son
comportamientos activos, es decir, que exigen que el seguidor haga algo por sí mismo,
que ejecute, que accione su ser, que mejore, que cambie, que se supere. Sería una
lástima y un retroceso para la humanidad que este código hecho por hombres, no por
dioses, se impusiera finalmente en el mundo, convirtiendo a la sociedad en un
zoológico donde cada fiera hace lo que tiene que hacer sin salirse de su jaula ni
molestar a la otra. Lejos está esto de religiones como las de la India, el Cristianismo,
el Islam, que lo que hacen es mostrar al hombre un camino para superarse y ser cada
vez un mejor ser, acercándose con ello a Dios o a los Dioses. Si la doctrina de los
Derechos Humanos se impusiera en el mundo cualquiera que no atente contra de ella
—sea un anónimo empresario, un pull de transnacionales, un país desarrollado en
expansión o un ejército enviado por las Naciones Unidas— será moral y viable,
aceptado con honra por toda la sociedad. Bastará con evitar chocar con sus
disposiciones para ser catalogado de santo. (Recordemos el pasaje del Evangelio
donde el pecador dice ante Dios que por qué lo condena si él cumplió todos los
mandamientos, a lo que el Señor le responde: «porque cuando tuve hambre no me
diste de comer, cuando tuve frío no me abrigaste, etc.»). No violar los Derechos
Humanos será así la patente de corso del asesino, quien hará lo que quiera con el
planeta siempre y cuando no trasgreda sus normas. No impulsará a nadie a hacer el
bien sino a no hacer el mal, rebajándose así los niveles morales tan arduamente
alcanzados durante miles de años por la espiritualidad de todos los tiempos.
Ningún código de este tipo puede ser impuesto a la humanidad porque solo
canoniza el perfil del consumidor —a quien no se le deberá inculcar ningún otro
pensamiento, otra moral, que no sea la que especifican esos Derechos. En nuestra
opinión, creemos que el reto hacia el futuro, cuando ya no haya más normas de otro

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tipo que no sean las que favorecen al mercado, será denunciar a este falso ángel que
es finalmente un Caballo de Troya del cual salen los empresarios. Pero también será de
revalorar la fe, demostrando que una moral pasiva nunca puede ser mejor que una
activa, como todas las religiones, todos los movimientos espirituales lo son. Se nos
acusará que las religiones han sido la causa de incontables tropelías y crímenes
inenarrables. Admitimos que es cierto. Pero en verdad no fueron las religiones sino sus
supuestos seguidores, esos mismos que hoy se embanderan con los Derechos
Humanos. Quizá sea preciso revisar todos nuestros planteamientos, nuestras
creencias. Quizá en buena hora sea así. Actuemos de buena fe. Comparemos y
analicemos. Extraigamos conclusiones sin apasionamientos. Evaluemos para no caer
en el facilismo de que «si esto me conviene, entonces es verdad». Evitemos que la
doctrina de los Derechos Humanos se convierta en la espada de Damocles que será
usada para quemar por doquier a los contemporáneos «hechiceros»: aquellos que no
quieran someterse a las leyes del mercado y que prediquen otras más justas, donde no
se abuse del débil, del pobre o del ignorante. Y que si se violasen esos Derechos
Humanos —al inculcarle a la gente otra filosofía que no es la del mercado— que no se
resucite el circo romano y se envíen allí a los nuevos cristianos; esos que tratarán de
denunciar la injusticia de los que «viven en paz» con su riqueza —asunto que, para
ellos, es una de las faltas más graves.
Todo cambio, toda elevación del ser humano ha implicado un parto, un esfuerzo
doloroso; pero no hay otro modo de hacerlo. Para muchos los Derechos Humanos
serán muy útiles y provechosos, pero para los que creen en un mundo mejor son solo
un instrumento, una excusa, una careta, una jugarreta, un negocio muy lucrativo en
manos de unos pocos poderosos. El verdadero bien a la humanidad no pasa por
respetar los Derechos Humanos; pasa por superarlos. Solo yendo más allá de ellos —y
eso ya lo hacen todas las religiones— es cómo levantaremos al hombre de su
postración y desengaño. Esta será tarea de valientes y de íntegros de corazón,
aquellos que pueden diferenciar la apariencia de lo auténtico.
Un comentario final a los tres puntos aquí tocados. Algo que surge como parte de
una finalidad material, comercial, no puede ser elevado a la categoría de ideal, de
superior. El comerciante ha creado su mundo como él ha querido y eso le agrada. Pero
lo que no ha podido hacer es darle al ser humano la guía, el camino hacia dónde ir.
Solamente lo abastece, pero no le dice para qué, en qué tiene que gastar lo que ha
acumulado. Por eso el hombre se halla confundido, inmóvil, asustado en su cueva de
concreto. Su parte espiritual, aquella que lo volvió hombre y le quitó la animalidad,
está aletargada, adormecida. No hay sueños, no hay ideales, no hay adónde volar. Lo
han convencido que todo está perfecto, que vive en el mejor de los mundos posibles, y
que en el futuro habrá más de lo mismo, millones de veces más de lo mismo, como si
a un desesperado escolar, ansioso por terminar su etapa de estudios, le dijesen que
seguirá en la escuela durante toda su vida. Más de lo mismo para siempre. Eso no lo
vamos a poder aguantar. Tendremos que encontrar una salida, cueste lo que cueste.
Esta nueva Edad Media mundial, llamada Sociedad de Mercado, donde todo es ella y
solo ella, tiene que llegar a su fin. El ser humano no puede estancarse y entramparse;
tiene que salir, tiene que emprender un nuevo ascenso hacia un nuevo mundo.

139
ADENDA
LA NUEVA UTOPÍA ANDINA
Otro enfoque para un antiguo anhelo
Febrero del 2000

La cordillera de Los Andes bordea el extremo occidental del continente


sudamericano. En su ámbito surgieron desde hace más de 10 000 años varios pueblos
a los cuales se los agrupa con el apelativo de civilización andina. Esta civilización
pervive actualmente dentro de las fronteras de países como Perú, Ecuador y Bolivia en
su totalidad, y Chile, Argentina, Colombia y Venezuela en parte.
Hoy, a inicios del siglo XXI, creemos que la utopía andina, escondida,
enmascarada, sigue siendo una fuerza movilizadora de la historia de las naciones
andinas. Lo que pretendemos en este trabajo es demostrar primero que ella existe aún
como utopía y, luego, que para que se desarrolle y se manifieste, necesita de un
moderno discurso utópico, del cual aún carece. Será este nuestro compromiso
intelectual: insuflarle vida.
Nosotros pensamos que hoy existen razones para creer en la vigencia de una
utopía andina. La crisis de Occidente, que no es otra cosa que un profundo auto-
cuestionamiento a su propia esencia, está dando espacios para respirar otros aires con
un renovado entusiasmo. El mismo fracaso del comunismo, que intentó darle un
«rostro humano» al industrialismo corrigiendo los errores del capitalismo brutal, nos
hace pensar que, por ahora, Occidente ya no tiene nada que decirnos que no sea
repetir el relato que ya sabemos y que no le ha dado la tan ansiada felicidad a nadie.
Esa falta de horizontes nos ha llevado, por gravedad, a mirarnos dentro de nosotros
mismos y a tratar de hallar allí alguna vía transitable.
La utopía andina surge el mismo día en que los conquistadores españoles
implantan su dominio sobre los pobladores andinos. Si hacemos un repaso de cómo se
ha ido desenvolviendo esta utopía vamos a notar una reiterada característica: el
incaísmo. Se trata de una utopía histórica que intenta sujetarse férreamente a la
imagen idílica de un supuesto bienhechor Imperio de los Incas. «En aquel tiempo no
existía el hambre ni la pobreza, todos vivían en paz y había orden y bonanza... etc».
Esto es, en síntesis, de lo que trata esta utopía, adicionándose también una especie de
milenarismo al predecir un pronto retorno de esos «años dorados». La restauración del
Incario, o de sus beneficiosas medidas, ha sido el motor de los principales movimientos
sociales y políticos que han conmocionado la historia de los cinco siglos posteriores a la
conquista, persistencia sorprendente pero aún lejos de compararse a otras como la
española, que tuvo que esperar ocho siglos para liberarse del yugo musulmán y
conformarse en una sola nación.

Situación actual

A pesar de los muchos y desgarradores intentos por realizar la utopía andina,


siempre se ha encontrado el mismo obstáculo: está estigmatizada racialmente. Se
considera válida pero solo para los «indios», para los descendientes directos de los
marrones, con marcados rasgos característicos, mas no para los blancos o mestizos.
Por eso es que tocar el tema de «hay que volver al Imperio Incaico» produce en los
sectores no racialmente oriundos un temor atávico de que surja la venganza de una
raza, la «india», que signifique el exterminio de la otra, la «blanca», dentro de la cual
se incluyen a todos los «mestizos». Esta sería la razón por la que esta utopía se ha
mantenido más fuertemente vinculada al hombre «nativo», al más «autóctono». (Aquí
podríamos objetar el sentido del concepto «autóctono». ¿Qué es ser autóctono?
¿Dónde empieza y dónde termina? ¿En qué generación: en la segunda, en la cuarta,
en la décima? ¿No eran los Incas un pueblo de Bolivia que conquistó el Cusco, por lo

140
tanto, no eran autóctonos? ¿Los descendientes de los españoles, después de
quinientos años, no son autóctonos? ¿Cuántos siglos deben pasar para que un
descendiente sea efectivamente autóctono? Esto nos hace pensar que existe un
manejo muy subjetivo, tendencioso y voluntario, sino racial, del concepto autóctono.
En nuestra opinión, uno es autóctono desde la primera generación, a no ser que,
mediante consenso, se determine que se lo es antes, como pasa, por ejemplo, con los
israelíes, quienes se consideran autóctonos en Israel a pesar de haber nacido en otros
países, y aún antes de haber llegado a su futuro país).
Entonces ese factor netamente racial ha sido la causa del fracaso de los
movimientos revolucionarios originados por la utopía incaica: el liderado por Manco
Inca —en los albores de la colonia— el del Taki Unquy (los bailarines de la danza del
retorno del incario, algo así como si los comunistas cantasen La Internacional por las
calles, siendo esto un llamado indirecto a la revolución), las revoluciones de Túpac
Amaru II, José Santos Atahualpa, Túpac Catari, la Confederación Perú-boliviana y otras
más, incluyendo una más reciente y retórica: la llamada Revolución Peruana de Juan
Velasco Alvarado de 1968. Lo que sucede es que todavía no se puede superar la idea
de dos razas conviviendo juntas en un solo territorio, ya que durante toda la colonia,
de los siglos XVI a comienzos del XIX, se impuso en el Virreinato una especie de
aparthied, el cual consistía en la división de la nación en dos grandes agrupaciones: la
denominada «República de blancos» y la «República de indios». Todas las crisis de los
países andinos giran irremediablemente en torno a este irresuelto problema: o se es
«blanco» o se es «indio». (El asunto cobra dimensiones dramáticas en los indefinidos
mestizos).

Un cambio de mira: todos somos andinos

Algo que hemos descubierto es que, al modificar el punto de vista, las cosas nos
ofrecen ángulos antes nunca imaginados. En realidad, ya no es posible hablar de una
«República de blancos» o una de indios pues creemos que todos somos en realidad
andinos (al decir andinos estamos devolviéndole al concepto «indios» su original
acepción: habitantes de la India, mas no de América). Lo andino no es una raza (india,
blanca, no blanca, negra o mestiza): es un gentilicio, un patronímico que designa a
todos los habitantes oriundos de la costa, la sierra o la selva en torno a la cordillera de
los Andes, desde la primera generación. La andinidad está dada por nuestro común
lugar de origen y no obligatoriamente por el de nuestros antepasados. Lo andino no es
un asunto ajeno a nadie que viva aquí. Ya no existen los «ellos» ni los «nosotros».
Todos somos en realidad «nosotros, los andinos»).
Al asumir el problema como nuestro (lo mío propio) automáticamente se
convierte en objeto de nuestro interés, algo que nos atañe personalmente, y, por lo
mismo, de interés por resolverse a como dé lugar y de la mejor manera. Es decirse a sí
mismo: «Del éxito de la respuesta que dé a este problema depende mi éxito, el de mi
familia, el de mi sociedad. Y si después de buscarla en otros ámbitos no la encuentro,
pues entonces yo la genero, la creo, la pienso, la elaboro a partir de mí mismo». En fin
de cuentas, hemos asumido, por fin, una identidad, la andina, y la hemos convertido
en nuestra causa. Un ejemplo claro de que lo que decimos sí puede resultar es el caso
norteamericano, que ha logrado formar una sola nación a partir de múltiples y muy
distintos grupos humanos con ideas e intereses opuestos (el conocido melting pot o
crisol de razas).

Hacia la búsqueda de un discurso para la utopía histórica andina

Al empezarnos a mirar hacia nuestro interior, hacia lo recóndito de nuestra


casa, descubrimos un mundo nuevo. Si bien ya lo conocíamos, ahora en cambio ya no

141
nos es ajeno sino que es «nuestro mundo». Nos dimos cuenta que lo andino existe y
que ello no es occidental; son dos realidades diferentes; se trata entonces de dos
civilizaciones diferentes. Ya para nosotros pierde significado el término «La
Civilización» como un todo unidimensional. Ahora creemos en las civilizaciones, una de
las cuales es la andina. Pero si decimos que esta civilización andina existe y no es un
invento, ni un eufemismo, ni un deseo personal, entonces esta civilización, mí
civilización, debe tener por obligación todo un ethos, un cuerpo coherente y lógico que
le permite ser lo que es. Si esto así, habrá que traducirlo en conceptos.

Planos de la civilización andina

Arbitrariamente hemos concebido, como en gran parte de este trabajo, una


clasificación de los distintos planos fundamentales en que se manifiesta la civilización
andina. Hacemos la salvedad que estamos manejando herramientas directamente
heredadas de Occidente, pero ello no es una contradicción pues, como su nombre lo
indica, son herramientas, y los seres humanos no somos lo que somos por el solo
hecho de usar determinados útiles. Al menos los andinos pensamos que, por encima
de las cosas, están las personas.

1. El plano conceptual. Indudablemente que todo este mundo complejo no tendría un


sentido si no hubiese un marco teórico, un cuerpo de verdades comunes a todos
los andinos, criterios que todos manejamos y mediante los cuales nos
identificamos y con los que sabemos que somos diferentes a otras civilizaciones.
Estructurar y definir esto es una tarea especializada en la que ya se ha avanzado
mucho.
2. El plano religioso. El hombre andino es, por esencia, religioso. No existe la
posibilidad de un ateísmo andino. La piedad es sólida y total. A diferencia de los
occidentales, en este plano los andinos no tenemos ningún tipo de conflicto.
3. El plano económico. Los andinos estamos hechos para el trabajo porque a través
de él encontramos nuestra plenitud e identificación. Sin embargo, no vivimos para
trabajar, pues sabemos aquilatar hasta qué punto el trabajo es grato y hasta
dónde se vuelve una tragedia. Nuestra organización laboral es altamente eficiente
pues la división del trabajo permite que cada quién haga y dé lo mejor de sí;
incluso hasta los niños, quienes desde pequeños realizan funciones a su medida,
pero que son útiles para la perpetuación del sistema. Ni las mujeres, ni los
discapacitados, ni los ancianos, dejan de participar en la producción y en sus
resultados. Además, la comercialización entre los andinos no solo es importante
sino fundamental. Sin comercio, sin intercambio, el andino perdería la capacidad
de reafirmar su individualidad frente al otro.
4. El plano social-familiar. La familia extensa en el mundo andino es fundamental. Va
más allá del padre, la madre, los hijos y los abuelos. Esto permite la formación de
clanes que brindan un mayor amparo y seguridad a todos sus miembros. Por otro
lado, los andinos somos abiertos a lo externo, sobre-protectores, igualitarios,
equitativos y justos. Acerca de nuestros defectos, ellos hablan por sí solos así que
no necesitan mayor explicación.
5. El plano político. A pesar de quinientos años de conflictos el modelo de
organización política andina sigue funcionando. Se trata de un sistema social-
comunitario pero que en ningún momento minimiza al individuo con respecto a la
sociedad. Lo que sucede es que, al exacerbado fundamentalismo individualista
occidental le parece insuficiente. Solo entiende la dictadura de la individualidad y
rechaza cualquier otra fórmula. Señalaremos algunos aspectos que nos parecen
relevantes.

142
a) El hombre andino elige autoridades. En este aspecto existe en nuestra
sociedad todo un culto a las responsabilidades. El hombre y la mujer andina
desde que nacen ya tienen una función que ejecutar y no se da el caso de que
los demás realicen las cosas que cada uno tiene que hacer.
b) Distribuye funciones. El andino reparte y comparte el trabajo y todo tipo de
actividades. La necesidad de agruparse viene desde costumbres milenarias.
c) Establece reglas. Existe todo un cuerpo reglamentario básico mediante el cual
la sociedad andina funciona. En apariencia resulta una contradicción con lo
que vemos, pues es casi tradicional que las leyes no se cumplan, pero las
leyes que no se cumplen son solo las que provienen del modelo ajeno e
importado: el occidental. Sin embargo, las otras, las que provienen de las
raíces andinas, no dejan de cumplirse.
d) Todos tienen las mismas oportunidades para participar en el desarrollo de la
sociedad sin prejuicios de casta o clase; simplemente se debe demostrar que
se poseen los requisitos mínimos e idoneidad para el desempeño. Esto quiere
decir que todos pueden elegir y ser elegidos sin que necesariamente se cuente
con un cuerpo legal democrático occidental para ello. Existe una democracia
real pero a la manera andina.

Algunas ideas para la comprensión del Modelo de Desarrollo Andino

1. El individuo andino es pleno dentro de un todo, forma parte de algo. No existe el


hombre aislado; ha tenido padres, lugar de origen, cultura en la que creció. Es
producto de un medio. Por eso el individuo debe estar integrado a algo.
2. Existen niveles intermedios y autónomos en la sociedad: la familia, la comunidad,
el pueblo, la zona, el ámbito, la nación. Cada nivel es una unidad independiente.
La suma de todos los niveles hace la sociedad.
3. Del mismo modo existen otras sociedades diferentes con quienes se mantienen
diversos tipos de relaciones. Se acepta la «otredad». No existe el catolicismo en el
sentido universalista. El mundo, para el andino, está conformado por múltiples
diferencias. Esto lo ha aprendido por el proceso de adaptación a los variados y
dispersos planos ecológicos que se dan en nuestros territorios que obligan a
cambiar constantemente de medio ambiente.
4. Se da la diferenciación de funciones como en toda sociedad, pero ello no
necesariamente implica que una «clase» de determinados especialistas sea
enemiga de otra. Todo lo contrario, puede adoptar la actitud de padre-protector o
de asistente, pero no de explotador. Por otro lado, en una misma familia-clan-
pueblo puede darse todos los roles o «clases» (al igual que antiguamente en
Europa se buscaba que los hijos fueran uno soldado, otro religioso, otro agricultor,
otro médico, etc., con lo cual se ampliaban los beneficios y se diluían los
conflictos). «Hacer más fuerte a mi hermano me hace más fuerte a mí».
5. La familia es extensa: padres, hijos, abuelos, tíos, parientes, hasta llegar a su
límite natural.
6. La diferenciación de roles, según la edad, el sexo y las facultades, se da por
función y no por principios. Cada cual tiene derecho a realizar lo que demuestra
que puede hacer.
7. A la mujer le corresponde la mitad de todo y en todo, salvo aquellas cosas que a
cada sexo le es más afín por naturaleza. Ella participa en partes iguales en la
propiedad, el ejercicio del poder, la religión y toda otra actividad política.
Recalcamos que todo esto ha estado desde siempre en nuestra andinidad y no es
producto de las modas de hace unos cuantos años en Occidente.
8. La religiosidad andina, tal como está, es autónoma e independiente. No existe
religión ni culto de Estado. La religiosidad andina consta de tantas creencias y

143
cultos como en ella se den. Se establece la separación entre religión y culto. No se
privilegia oficialmente a ninguna creencia. Cada culto se enmarca dentro de la
lógica del bien común y no puede atentar contra los principios básicos de la
naturaleza ni del desarrollo armónico de la sociedad.
9. Igualmente la estructura económica andina ya está dada de facto y ha demostrado
altísima eficacia en todo sentido. Esto todavía no se refleja en la institucionalidad
estatal pues ésta sigue aferrada a imponer modelos ajenos e impracticables.
Todas las organizaciones populares de la región son una muestra de ello: comités
de producción, industrias familiares, cooperativas, asociaciones, comunidades, etc.
Reconocidas o no, apoyadas o atacadas, es la forma natural y espontánea cómo
los andinos se organizan para trabajar.
10. La pobreza material no es óbice para que la organización andina no funcione y se
manifieste tanto para el trabajo como para cualquier otra actividad de la vida
religiosa, festiva, de ayuda, etc.

Resumen

Tenemos que cambiar el punto de vista sobre nuestra identidad; tenemos que
asumir nuestra andinidad, la raíz de lo que somos, para dar un vuelco total al
problema. Debemos convertir nuestra esencia de andinos en un criterio de valor a
perfeccionar: ser cada vez mejores, más solidarios, más amorosos, más respetuosos.
Nuestros valores están dentro de nosotros, escondidos, pero esperando que los
saquemos a la luz. Dejemos de tratar de ser occidentales de segunda y seamos
andinos de primera.

144
EL PENSAMIENTO LIBERADOR Y LA CIVILIZACIÓN ANDINA
Mayo del 2001

El pensamiento esclavizador es aquel que sujeta a la persona y a la sociedad a


ideas, creencias y conceptos que le producen estados negativos, impidiéndoles
desarrollarse plenamente como seres vivos. Estamos hablando de grandes y
prolongados estados de insatisfacción, más conocidos como de «infelicidad» o
desequilibrio.
En cambio, el pensamiento liberador es aquel que les da la seguridad de poder
realizar una vida plena y agradable, más conocida como «felicidad» o equilibrio. Por lo
tanto, el pensamiento liberador es una forma de alcanzar la satisfacción allí donde el
pensamiento esclavizador lo impide. El pensamiento liberador es muy importante
porque nos va a permitir superar el estado de inseguridad, insatisfacción y frustración
en que vivimos. No desearlo significaría aceptar, por propia voluntad, la permanencia
en una condición desgraciada de vida. Es cierto que gran parte de nuestra población lo
hace, pero lo que pretendemos es mostrar el otro camino.

Multiplicidad y pluralidad de la naturaleza

Los seres humanos somos producto de la naturaleza; somos sus hijos y


estamos hechos de su mismo barro. Hasta el momento no se han dado opiniones que
vayan en contra de tal argumento. Aún en el caso que tengamos un espíritu, eso no
descarta nuestra esencia material. Esta relación madre-hijo nos permite conocer de la
naturaleza algunas partes que nos son afines, sobre todo las que se refieren a nuestra
subsistencia. Pero cuando la observamos bien, nos percatamos que ella es, para
nosotros, suma e infinitamente compleja. Esto se debe a que, a pesar de ser un todo,
ella está conformada por múltiples unidades, ninguna de las cuales es igual a otra.
Ante esto es que los hombres hemos decidido considerarla como un «caos», queriendo
decir con esto que no está ordenada como para que podamos entenderla. De ahí, del
deseo de comprenderla, parte nuestro persistente afán de conocimiento.
En este punto nos preguntamos: esta interminable sucesión de ordenamientos y
explicaciones hechas por los hombres, a la cual llamamos la verdad ¿representan o
reflejan realmente a la naturaleza tal como es, o más bien solo conseguimos mirar
este prisma infinito que ella es desde solo algunas de sus caras?
Porque todo parece indicar que la naturaleza no tiene el orden, o los órdenes, que en
distintos momentos de nuestra existencia le hemos atribuido. Unas veces hemos
afirmado, y aún decimos, que vivimos, cual parásitos, sobre un gran animal; otras que
nos hallamos en una especie de pecera; otras que flotamos sobre un inmenso mar, y
así sucesivamente. Más bien lo que parece es que las cosas son finalmente como son:
hechas de mil maneras y formas y que, por donde se quiera jalar la pita, siempre
encontraremos un ovillo.
Tal parece que la naturaleza no tiene una sola explicación. Que no es unívoca ni
unitaria sino multívoca y plural, donde todos los elementos se entremezclan en
numerosas formas y no de una única manera. Así como todos los caminos conducían a
Roma, de igual modo podemos decir que todas las especulaciones conducen a una
manifestación de la naturaleza. Podríamos compararla con un gigantesco juego de
lego, donde cada una de sus piezas tiene su propia forma independiente.

La verdad

¿Adónde queremos llegar? A que la misma naturaleza nos dice, nos enseña, que
en ella se encuentran todas las posibilidades de ser, y que todas ellas son válidas pues
todas existen, funcionan y se dan al mismo tiempo y en un mismo lugar. Pongamos un

145
ejemplo: una roca de hierro puede ser movida tanto mecánicamente —por la fuerza—
como magnéticamente —con un imán— o con el pensamiento —telekinéticamente.
Puede que descubramos aún muchas más formas de moverla y todas ella finalmente lo
lograrán. ¿Qué sentido tiene entonces empeñarnos en buscar una sola opción y una
sola explicación para todo, si la misma naturaleza que nos creó, y de la cual estamos
hechos, posee infinitos caminos y explicaciones igualmente válidas al mismo tiempo?
¿Por qué no somos capaces de aceptar la coexistencia de las verdades o como las
queramos llamar? ¿Por qué querer adherirnos a un solo credo, a una sola fe, a una
única manera de ver las cosas —llámense ciencia o religión— desechando a los otros?
Hay quienes dicen que la verdad de la supervivencia es la ley del más fuerte. Pero si
así fuese ¿por qué grandes y fuertes animales como el cocodrilo, el tiburón o el
rinoceronte consienten en compartir su existencia con pequeños seres que les limpian
los dientes y otras partes de cuerpo? ¿Por qué las células más grandes y complejas del
organismo, como las neuronas, no se imponen y desechan a las de las glándulas u
otras por el estilo? ¿Por qué el grande convive con el pequeño, el fuerte con el débil, el
móvil con el inmóvil, el visible con el oculto, el que vuela con el que se sumerge, el
complicadísimo con el simplísimo? ¿Qué nos está queriendo decir con esto la
naturaleza?
Pero tal parece que esa no ha sido nuestra forma de pensar. Lo que hemos
pretendido hasta el momento ha sido darle un orden al caos, mas no para nuestra
subsistencia —pues para ello no necesitamos más que nuestras manos— sino para
poder manejarla con fines que ni siquiera comprendemos (¿o acaso alguien ya sabe
por qué somos lo que somos?). En este esfuerzo por darle sentido al cosmos hemos
creado explicaciones sustentadas por distintas experiencias, todas ellas corroboradas
en la práctica. Aquí podríamos hacer mentalmente un repaso de las muchísimas
versiones sobre la vida que se han dado hasta la fecha en todo tipo de grupos
humanos. ¿Por qué algunas de ellas han de tener la exclusividad de la validez por
sobre las otras?
Esto mismo pasa en lo que respecta a las civilizaciones y culturas. ¿Por qué
tenemos que pensar que existe una única y válida civilización en desmedro de las otras
que también funcionan perfectamente y en coherencia con el medio? ¿Por qué tratar
de desecharlas o destruirlas para beneficio de ella? ¿No vemos acaso que los hombres
desnudos también viven con total plenitud en este mundo? ¿Y no hacen lo mismo los
nómadas, los cazadores, los recolectores, los campesinos? ¿Por qué entonces
desautorizarlos totalmente? ¿Acaso no están respondiendo día a día a los retos que les
impone su medio con completa eficacia? ¿En qué están errados; en qué no son
capaces; qué les falta para poder nacer, crecer y morirse de viejos? Entonces ¿quiénes
somos nosotros, lo pertenecientes a una de todas estas culturas, para pretender
implantar nuestra voluntad y nuestras creencias a las demás, argumentado que somos
los poseedores de la única verdad posible?

Las diferencias no son solo un derecho sino una necesidad

Hoy en día se habla más que nunca del respeto a las diferencias y eso está
bien. Pero creemos que el pensamiento sería completo si se hablara de la necesidad de
que existan las diferencias. ¿A alguien le agradaría un mundo donde todo sea igual: la
misma gente, los mismos gustos, el mismo sexo, los mismos pensamientos, lo mismo
todo? Creemos que a nadie. Porque consciente o inconscientemente deseamos las
diferencias. Y las deseamos no solo porque nos gustan, sino porque son
imprescindibles para la vida, tal como lo hemos mencionado al hablar de la naturaleza,
que no por puro capricho es múltiple.
Esto quiere decir que no solo deberíamos reconsiderar nuestra tolerancia sino,
más aún, buscar nuestras diferencias. ¿Por qué? Por la complementaridad de la vida.

146
Nada ni nadie puede tener todo de todo. Eso no es posible. Los seres vivos estamos a
la búsqueda constante de aquello que nos complementa para vivir, sea un alimento, un
espacio o una pareja. Lo mismo para los hombres que para los pueblos. En este mundo
no solo pueden, sino que deben co-existir, al mismo tiempo, todos los tipos de seres
humanos que sean posibles de darse, más concretamente: los individualistas, los
ermitaños, los nómadas, los cazadores, los recolectores, los agricultores, los
sedentarios y toda otra opción que a la naturaleza se le ocurra o crea conveniente
producir.
Tal vez sea difícil para nosotros, los sedentarios, aceptar esto, pues necesitamos
una forma de propiedad para subsistir —cosa que suele causar conflicto con las otras
clases de seres. Pero eso no significa que no seamos capaces de encontrar una
solución al problema. ¿O acaso no hemos resuelto cosas aún más complicadas, como
el llegar a la luna? Quizá asumiendo un pensamiento liberador podamos despojarnos
de ciertas ataduras mentales —como el creer que existe una sola verdad— las cuales
nos han impedido hasta ahora hallar las respuestas.

La civilización andina tiene derecho a existir

Para el caso concreto del mundo andino, el primer paso que habría que dar es
el eliminar el pensamiento esclavizador para cambiarlo por el pensamiento liberador.
Previamente hemos de tener cuidado no confundir lo andino con la imagen folclórica
que hay de él, siempre vinculada al pasado. Los hombres andinos de hoy somos los
que vivimos en el ámbito de la cordillera de las Andes, que comprende sus costas, sus
montañas y sus regiones selváticas. Lo andino no solo implica la sierra, como
comúnmente se cree. La mitad las más importantes culturas pre-hispánicas del Perú
Nasca, Paracas, Mochica, Chimú— eran costeñas. Además, el mundo andino no se
dividía como los españoles lo hicieron —costa, sierra y selva— sino que era una
continuidad subiendo desde la costa, atravesando la sierra y llegando hasta la selva. O
sea, no era una división longitudinal sino transversal. Las mujeres y hombres andinos
de hoy somos los de los de aquí y ahora, los de la computadora y el celular, los del
traje y la corbata, los del jean y la Internet, los del choclo, los anticuchos, las
hamburguesas y el pollo fried; los de los ojos pardos, claros, oscuros, los de piel
marrón, negra y blanca; los de apellidos autóctonos y extranjeros, en suma, todos los
habitantes actuales de esta civilización (que el autor ha propuesto llamarla Andinia,
por provenir de los Andes).
¿Y cuál será ese pensamiento liberador andino que reemplazará al esclavizador
occidental? Aquí es donde empieza el trabajo de nuestros pensadores, intelectuales y
filósofos. Esa labor es recrear, reconstruir y también diseñar las ideas que el día de
mañana circularán en las cabezas de los niños y formarán a los nuevos hombres. Estos
no deberán ponerse límites; ellos mismos tendrán que ser los primeros en liberarse
para después enseñar la forma de hacerlo. Y si, por ejemplo, creyeran necesario y
preferible no tener uno sino varios dioses, han de hacer a éstos visibles y creíbles. Si
pensaran que es más conveniente producir menos pero vivir mejor, deberán hacer
proyectos adecuados para tal fin. Tal vez se termine desechando el monocultivo, que
en la naturaleza no se da, llegando a trabajar la tierra en forma muy parcelada y
multicultivada. Quizá decidan que la familia no es solo el padre, la madre y los hijos,
sino también toda una extensa red de parientes, para lo cual elaborarán leyes que así
lo sustenten.
Hay mucho por hacer, o tal vez, mucho por pensar. Solo hemos querido
sembrar una inquietud con el único objetivo de tratar de salir del entrampamiento
mental en el que actualmente nos encontramos. Hay que crear para creer.

147
ANÁLISIS EN TORNO A EL OTRO SENDERO
Una visión del panorama peruano a catorce años de la publicación del libro
El otro sendero de Hernando de Soto
Febrero del 2000

INTRODUCCIÓN

Motiva a reflexión los acontecimientos vividos durante los diez años a los que se
llamó la década fujimorista. Más aún porque observamos cómo este régimen manifestó
su deseo de perpetuarse, arriesgando inclusive su propia estabilidad y la tranquilidad
del país. Permanecer indiferente ante este fenómeno fue imposible pues, aún para los
más apolíticos, era causa de la mayor inquietud. Es por esa razón que esta experiencia
ameritaba ser mirada y evaluada desde diferentes ópticas. Nosotros escogimos esta
por estar vinculada al fenómeno que nos interesa, que es el de la asunción de las
naciones andinas hacia un renovado protagonismo.

Qué queremos

El objetivo de este análisis es proponer una visión que contribuya a comprender


un poco más el fenómeno político actual que involucra ya no solo a las tradicionales
clases gobernantes, sino a nuevos actores provenientes de los sectores llamados
marginales de las naciones andinas, en este caso particular, del Perú.

Cómo lo haremos

Utilizando como sustento teórico el libro El otro sendero, editado por el Instituto
Libertad y Democracia y escrito por Hernando de Soto. No pretendemos hacer un juicio
analítico de la obra sino sintético. Solamente señalaremos las coincidencias y
diferencias que mantiene con el momento presente; resaltaremos los logros y
aportaremos ideas que creamos que la enriquecen y hacen vigente.

Cuál es nuestro objetivo

Proporcionar elementos teóricos de los cuales se pueda extraer medidas


prácticas que contribuyan a una meta política más viable y coherente con nuestra
realidad.

Palabras iniciales

Bastante se ha escrito sobre el Perú tratando de entenderlo y encaminarlo. Hacer


una relación de esfuerzos sería demasiado extensa y en ella deberíamos mencionar
nombres como los de Garcilaso de la Vega, Huamán Poma de Ayala, Faustino Sánchez
Carrión, Jorge Basadre, José Carlos Mariátegui, Víctor Andrés Belaúnde, Manuel
González Prada, José María Arguedas, Luis Alberto Sánchez y más recientemente
Alberto Flores Galindo y Hernando de Soto. Pero con estos no se acaba la relación y
probablemente estemos omitiendo otros de igual importancia. En nuestro caso
particular, diversas razones nos han hecho escoger la obra de Hernando de Soto El
otro sendero (Instituto Libertad y Democracia. Octava Edición. Editorial Printer
Colombiana Ltda. Bogotá Colombia. Enero 1989) como punto de referencia para
nuestro análisis, sin que con esto desmerezcamos otras significativas obras. Pasamos a
exponerlas.

148
1. En un principio, por la cercanía de los hechos y, como el mismo trabajo lo
menciona, la posibilidad de comprobarlos in situ hoy mismo, a catorce años de su
primera edición, lo que le da un nivel de autenticidad experimental del que
muchos enfoques frecuentemente carecen. Esto indica que, para nosotros, no solo
no ha perdido vigencia, sino que la realidad ha demostrado que muchos de sus
planteamientos siguen siendo válidos.
2. Por otro lado, por su enfoque novedoso que aclara numerosos conceptos que, por
provenir de otras realidades que no siempre se ajustaban a la nuestra, creaban
grandes vacíos e imprecisiones. El estudio de De Soto actúa inversamente a lo
tradicional en nuestro medio: investiga primero la realidad y luego deduce de ella
las conclusiones, sin prejuicios ni temor a contradecir lo aceptado
«académicamente».
3. Finalmente, porque coincidimos en lo personal con dicho enfoque pues, utilizando
otros caminos, también nosotros hemos llegado a conclusiones similares e,
incluso, hemos aventurado propuestas que podrían complementar el excelente
trabajo editado por el Instituto Libertad y Democracia.

1. EL OTRO SENDERO

1.1. La tesis

1.1.1. Los informales

«Dentro de las fronteras del Perú existe más de un país. Hay un país mercantilista
al que hasta el día de hoy se le trata de reanimar con distintas fórmulas y técnicas
políticas, pero que ya tiene todos los síntomas del cuerpo que no da más; hay
también un segundo país, el de quienes se angustian buscando salidas, pero que
se pierde entre los objetivos de destrucción de la violencia terrorista y las
exhortaciones carentes de soluciones prácticas de muchos progresistas; y
finalmente, existe un tercer país, que constituye lo que nosotros llamamos «el
otro sendero»: el país que trabaja duro, es innovador y ferozmente competitivo, y
cuya provincia más resaltante es, por supuesto, la informalidad.» (p. 313).

La propuesta del trabajo de Hernando de Soto podríamos sintetizarla de la


siguiente manera: el país está atravesando por un proceso revolucionario profundo, de
índole interno y masivo, pero de carácter silencioso. No se trata de una revolución en
el término más llamativo, con armas y con violencia, sino del tipo sociológico, que se
produce por la fuerza de los hechos y los acontecimientos, sin que medien actos
específicos ni acciones previamente pensadas. O sea, no es una revolución
racionalizada ni inventada, sino una producida por la misma realidad.

«...se estarían produciendo en estos momentos dos insurrecciones que cuestionan


la vigencia social del Estado mercantilista: una, masiva pero pacífica, iniciada por
los informales...» (p.285).

«...el ‘Perú profundo’ ha comenzado una larga y sostenida batalla por integrarse a
la vida formal, tan gradual que sus efectos recién comienzan a vislumbrarse. Se
trata al parecer, de la rebelión más importante contra el status quo que se haya
producido en la historia del Perú republicano». (p. 14).

Este fenómeno revolucionario es visible a través de un concepto que define al


sector más determinante del proceso: los informales. Se trata de personas que, siendo
oriundas del campo, han «invadido» las grandes ciudades en busca de mejores

149
oportunidades materiales que su medio no les ofrece. El volumen de esta migración ha
sido tan grande que es la que ha provocado el fenómeno. El término «informales»
surge a raíz de que ellos no mantienen la «formalidad» de los habitantes ya
establecidos, puesto que estos últimos no se las conceden o hacen lo imposible para
que no las obtengan. Como consecuencia, para los ya establecidos, todo emigrante
resulta ser informal (o no formal) pues no está adecuadamente adaptado a lo que se
considera lo «formal».

«...la migración indígena ha hecho que la población urbana se quintuplique y que


necesariamente la ciudad se reorganice.» (p.1).

Esto ha llevado a otorgarle al Perú un nuevo rostro: al anterior, cuya población


mayoritaria era campesina —y, por lo tanto, «indígena»— al frente de la cual iba una
minoría blanco-mestiza-europea que era la determinante, se opone el actual, con una
mayoría aplastante de ex-campesinos.

«... el nuevo ritmo de la historia se marca ahora en las ciudades y es allí, más que
en el campo, donde hay que buscar el significado o la respuesta a los cambios
acontecidos.» (p. 7).

«Se ha invertido el histórico predominio rural de la población a favor de los


centros poblados y se ha pasado de una civilización agrícola a una civilización
urbana» (p.7).

Pero, como es comprensible, estos recién llegados, que ya de por sí significaban


un elemento de rechazo por ser considerados como «lo atrasado, lo malo» (cuyo
sinónimo despectivo vendría a ser el epíteto de «indio»; un paria, un «intocable») no
podían ser aceptados de buenas a primeras por los urbanos, a no ser que fuera como
sirvientes. Esto llevó a los emigrantes a enfrentarse con la autoridad.

«Empero, establecidos los campesinos en la ciudad, la ley comenzó a ser


desafiada y a perder vigencia social.»

«Descubrieron, en suma, que tenían que competir; pero, no solo contra personas
sino también contra el sistema»

«Para vivir... tuvieron que recurrir al expediente de hacerlo ilegalmente.»

«En tal sentido podríamos decir que la informalidad se viene produciendo mientras
el derecho impone reglas que exceden el marco normativo socialmente aceptado,
no ampara las expectativas, elecciones y preferencias de quien no puede cumplir
tales reglas y el Estado no tiene la capacidad coercitiva suficiente» (p.12).

Esta es la base de dicha revolución: la llegada de los emigrantes campesinos y su


lucha por ser parte de un mundo que no es suyo: el mundo urbano, aquel que
actualmente define a la sociedad peruana, lucha que no se realiza en forma violenta
sino silenciosa y soterrada en la cual los «informales» han creado toda una base socio-
económica propia cuyo mayor éxito es su funcionalidad. Las demostraciones de ello
son: el comercio, el transporte y la propiedad informales. El libro hace un copioso
estudio de cada uno de estos aspectos.

150
«Ellos quieren realizar las mismas actividades que los formales, pero como la
legalidad se los impide han tenido que inventar nuevas formas institucionales para
sobrevivir al margen de ella.» (p. 284).

1.1.2. Informalidad vs. mercantilismo

Luego de definir a los dos «equipos» (emigrantes campesinos andinos versus


urbanos occidentales), los dos en pugna por el mismo objetivo —ser la clase
determinante en la sociedad— el libro analiza cómo está la «cancha», el terreno de los
acontecimientos. Para ello parte de la premisa de que el Perú, al igual que un
sinnúmero de países del mundo, ha estado desde la colonia manteniendo un sistema
de producción conocido como el mercantilismo.

«...mercantilismo es (...) la creencia de que el bienestar económico del Estado


solamente puede ser asegurado por reglamentación gubernamental de carácter
nacionalista». (P.251).

Este sistema económico es obviamente privativo de los habitantes de la urbe,


quienes serán los más interesados en que se mantenga.

«Si bien para los gobernantes mercantilistas la nueva prosperidad debía


engrandecer a la nación, para ellos el factor decisivo era en realidad el poder del
Estado».

Tenemos entonces a un grupo, clase o estamento social que se aferra a un


sistema económico, el mercantilismo, por la obvia razón de que es la forma que más le
conviene para mantenerse en el poder y manejar así la redistribución de la economía,
o sea, la riqueza del Estado. En torno a ese sistema se crea todo un cuerpo legal y
jurídico que lo protege y avala, además de toda una cultura.

«Consiguientemente, el acceso a la empresa estaba limitado a aquellas personas o


grupos que tenían vínculos políticos y que podían retribuir al rey o a su gobierno el
privilegio de operar una empresa legal.» (p. 254).

Se forman así los clanes, asociaciones o aristocracias cerradas, con la finalidad de


impedir que extraños participen de sus privilegios conquistados.

«Desde el punto de vista de los gobernantes mercantilistas, sus intervenciones a


favor de intereses particulares se justificaban porque en ese entonces no era
concebible que una nación prosperara en base a los esfuerzos espontáneos de sus
ciudadanos». (p. 252).

Ya la historia demuestra que este sistema terminó en Europa cuando se hizo


insostenible para el desarrollo del mercado. En algunos casos fue un cambio gradual,
como en Inglaterra, pero los más notorios han sido los violentos, como Francia,
España, Rusia. Fue la Revolución Francesa la que marcó la pauta a seguir dando pie
para terminar con el mercantilismo y se impusiera el liberalismo. El estricto control de
la economía por el Estado no era competitivo con el capitalismo y tenía que ceder su
lugar. Sin embargo, en muchas naciones del tercer mundo esto no fue así, en especial
en el Perú. En el punto 3 se abundará en este tema con el fin de demostrar que ese
Estado mercantilista aún subsiste en el Perú del 2000, pero maquillado, disfrazado y
agazapado.

151
1.2. La propuesta

«Ellos quieren realizar las misma actividades que los formales, pero como la
legalidad se los impide han tenido que inventar nuevas formas institucionales para
sobrevivir al margen de ella». (p. 284).
«En verdad los empresarios competitivos, formales o informales, son una nueva
cultura. Han rechazado la dependencia tal como se la proponen los políticos». (p.
296).

Vemos que estamos entonces en una lucha por el predominio sobre el Estado: el
sistema obsoleto es el mercantilismo, defendido por los urbano-occidentalistas,
quienes se enfrentan al nuevo sistema (cuyo nombre está aún por definir) creado y
propiciado por los informales. Dado que ambas partes son intransigentes se producirá
una pugna que puede llegar hasta a la violencia desembozada.

«...se estarían produciendo es estos momentos dos insurrecciones que cuestionan


la vigencia social del Estado mercantilista: una, masiva pero pacífica, iniciada por
los informales;...» (p.286).

« Los más pobres y descontentos no están dispuestos a aceptar una sociedad en


la cual las oportunidades, la propiedad y el poder son distribuidos arbitrariamente.
De una manera u otra, las personas perciben que las instituciones legales del país
no les permiten realizar expectativas racionales, ni les otorgan límites mínimos de
facilidades y protección. Todo lo cual les produce una frustración tal que puede
desembocar fácilmente en violencia» (p. 286).

«Después de todo, la agresión es una respuesta humana a la frustración, la cual a


veces depende más de la diferencia entre lo que se tiene y lo que se cree tener
derecho a poseer, que de los padecimientos o la pobreza en sí.» (p. 286).

Para Hernando de Soto las opciones son: o la perpetuación del sistema


mercantilista con todas las consecuencias que ello implica —y que son por todos
conocidas— o la instauración del nuevo sistema (el cual piensa que es el liberalismo)
cuyos abanderados son los llamados informales.

«La respuesta es... una economía de mercado moderna, que hasta ahora es la
única receta conocida para lograr el desarrollo en base a un empresariado
difundido».(p. 297).
«..el surgimiento de una informalidad creciente y vigorosa representa una
suerte de insurrección contra el mercantilismo y está provocando su decadencia
definitiva». (p. 15).

«...cómo las nuevas instituciones que han desarrollado los informales


constituyen una alternativa coherente sobre la cual pueden sentarse las bases
de un orden distinto que abarque a todos los peruanos». (p. 13).

«...entre tanta aparente calamidad, existe una esperanza. Una esperanza que
se cifra en la creatividad y vigor de los peruanos, que no encuentran todavía un
adecuado marco legal e institucional para desarrollarse» (p. 16).

Como consecuencia de ello se trata entonces de obtener ese adecuado marco


legal para que triunfe la opción de los «informales».

152
«Para ello es menester inspirarse en lo que sí funciona. Concretamente hay que
beber de la normatividad extralegal que, como hemos visto, es acatada por la
mayor parte de la población» (p. 298).

«La teoría económica indica que esta obediencia voluntaria solo ocurre si la
normatividad extralegal es relativamente más eficiente que la formal.» (p.299).

«Por añadidura, es también obvio que la normatividad extralegal es por


completo peruana. Nace de la experiencia nacional. Por lo tanto, con la
generación espontánea de la normatividad extralegal, los informales han
iniciado la reforma del status quo, indicando el derrotero que deberían seguir las
instituciones legales, si es que han de adaptarse a las nuevas circunstancias y
recobrar su vigencia social.

El reto consiste, entonces, en llegar a un sistema legal e institucional que refleje


la nueva realidad, que deje funcionar ordenadamente la economía espontáneamente
surgida del pueblo, que les permita producir con seguridad a los empresarios y
comerciantes formales competitivos en lugar de obstaculizarlos, y que transfiera a los
particulares aquellas responsabilidades e iniciativas que el Estado ha monopolizado sin
éxito. La consecuencia de todo esto sería que el Derecho cobraría vigencia social. (p.
299). Pero lógicamente para obtener este nuevo marco legal hay que cambiar al
Estado, y eso es lo más difícil. Para cuando ello se pudiera el Estado tendría que
asumir otro papel.

« Hay que tener un Estado capaz y fuerte, lo que solo será posible en la medida
en que abandone la pretensión de manejar todo al detalle para abocarse, más
bien, a crear las condiciones institucionales básicas para el desarrollo». (p.
304).

«...implica reducir sustancialmente su capacidad de discriminar quién puede


producir y quién no, qué productos y servicios serán autorizados, cómo serán
producidos, a qué precios y en qué cantidad. La idea es reducir la causa misma
de los costos que hemos examinado y proteger a todos de las coaliciones
redistributivas, de las preferencias de los gobernantes de turno y de la
arbitrariedad de la burocracia.» (p. 305).

«Para ello el Estado debe hacer el enorme esfuerzo que significaría poner un
sistema de justicia expeditivo y eficiente al alcance de toda la población. La idea
es que en lugar de ejercer el control de la economía sobre todo por medios
regulatorios y directos, el Estado lo haga preponderantemente a través de un
control expresado en decisiones judiciales.» (305).

«Con ello queremos aclarar que es una opción válida desear un Estado que
entre sus múltiples funciones, redistribuya. La clave está en que la
redistribución hacia los necesitados se realice por medios que no desalienten la
producción, el trabajo y el ahorro. Porque si con ese subterfugio se sigue
vulnerando los derechos de propiedad o imponiendo requisitos excesivos para
su asignación y aprovechamiento económicos, o afectando la seguridad de sus
contratos, seguiremos subdesarrollados.» (p. 306).

Como se ve, para lograr el objetivo de crear un nuevo marco legal que ampare el
nuevo sistema, una economía de mercado de accionariado difundido, es necesario que
el Estado cambie; que deje de ser mercantilista, —favoreciendo a unas elites e

153
impidiendo que participe el resto de la población— para convertirse en un Estado
Liberal, que no impida la natural marcha de los procesos económicos modernos.

2. EL FUJIMORISMO

2.1. El surgimiento

Siguiendo con la línea planteada por el libro, haremos un intento de entender


cómo surgió el fenómeno político llamado el fujimorismo. Consideremos en primer
lugar el marco poblacional del Perú de 1990. Vemos que se trata de un país urbano,
pues el 70% de su población vive en las ciudades. Las causas de ello, ya mencionadas,
son el proceso migratorio iniciado en la década del 1940, cuando se inicia el auge de
las economías de mercado mundiales, las cuales privilegian el estilo de vida citadino en
desmedro de la vida rural. Las grandes ventajas de la modernidad —la luz, el agua y
desagüe, los aparatos electrónicos, las diversiones, etc.— son así solo para la ciudad
mas no para el campo. Una segunda razón, no la mayor pero sí importante, fue el
temor al terrorismo, instaurado fundamentalmente en las áreas menos desarrolladas.
Ahora bien, de esa población urbana la gran mayoría son habitantes de las
zonas marginales; provincianos de primera, segunda o tercera generación.

2.1.1. Los marginales

A diferencia de otras realidades, en el Perú los llamados habitantes marginales


resultan fácilmente identificables por su fisonomía racial: el color cobrizo de su piel los
unifica ante la mirada del blanco y el mestizo, y hace que estos los denominen por
igual mediante un término: cholos. No importa si algunos provengan de Puno, ubicado
a 4000 metros de altura, y otros de Tumbes, situada a nivel del mar; todos son
oscuros y todos, por lo tanto, son cholos.
Diferente situación sucede con el concepto «indio», el cual parece que ya ha
sido dejado de lado, pues reflejaba una realidad propia de fines de 1960, cuando
todavía existían las haciendas y donde sus trabajadores campesinos o peones eran
aglutinados bajo esa palabra. Hoy en día su uso es anacrónico, puesto que ya perdió el
sustento social que lo mantenía, y además resulta difícil hallar a los representantes de
dicho estereotipo —o sea, los campesinos menos occidentalizados— puesto que
probablemente solo se encuentren en las más alejadas alturas de la serranía.
Lo que sí parece cierto es que el término «andino» es aceptado como un gentilicio
común, ya que no tiene la carga negativa que sí tiene el de «indio». Alguien puede
manifestar abiertamente que es andino y eso no causa repulsión, mientras que la
palabra «cholo» es comúnmente empleada cuando se quiere resaltar un origen rural o
de la sierra pero con cierto rasgo de minusvaloración (aunque, por otro lado, algunos
lo emplean como una demostración popular de cariño). Por eso los peones o
campesinos de la costa jamás admitirán que son cholos.
Todos estos razonamientos de tipo racista pueden parecer simplistas,
esquematizados o poco científicos, pero funcionan muy bien como conceptos de
trabajo. Reemplazarlos por otros siempre ha resultado engorroso, artificial y da más la
apariencia de querer decir lo mismo pero con otras palabras «menos vulgares u
ofensivas». Por lo tanto, creemos que estos son adecuados para nuestro análisis hasta
que no surjan mejores opciones.
Vemos así que las ciudades peruanas crecieron a base de migraciones de andinos,
y que ellos son gentes disímiles provenientes tanto de los campos costeños, serranos o
selváticos, como también, y esto es bueno recalcarlo, de las ciudades de provincias. No
se puede confundir a un campesino quechua-hablante de Ucchuraqay con un blanco-
mestizo (misti) bilingüe, proveniente del centro de la ciudad de Huanta, aunque ambos

154
pertenezcan a la misma provincia del departamento de Ayacucho. Sin embargo, aún
con su abolengo aristocrático, el misti huantino es también un cholo en Lima porque es
emigrante y tiene la piel cobriza. Los únicos que se salvan de pertenecer a la categoría
de «emigrante-cholo» son los blancos nacidos principalmente en las grandes ciudades
como Arequipa, Trujillo, Piura, habiendo también algunos dispersos en otros lugares.
Estos automáticamente pertenecerán al statu quo del poder al llegar a Lima.

2.1.2. Las elecciones

Como decíamos, en el Perú de 1990 las mayorías urbanas estaban conformadas


por los emigrantes que vivían en las zonas marginales. Estos, aún sin quererlo,
estaban unidos por un lazo racial producto de la esquematizada definición de los
blanco-mestizos. Es en este contexto y en ese momento en que se producen las
elecciones; y vemos que las opciones que se le presentan a los emigrantes, unificados
por la marginación y la fuerza de su origen no blanco, no son del todo convincentes.
Por un lado tenían a los representantes de un gobierno mestizo, el APRA, que estaba
de salida y con clara sensación de fracaso; por el otro tenían a un blanco, el escritor
Mario Vargas Llosa, que iba acompañado por un grupo de personas que marcadamente
representaban el antiguo poder colonial, al cual los «cholos» ya no estaban dispuestos
a acompañar como sus sirvientes en su proyecto de continuar gobernando al Perú
como siempre. Finalmente estaban los políticos de izquierda quienes, más apegados a
sus textos que a la realidad, no demostraban ni unidad ni convicción; peor aún, sus
discursos los emparentaban demasiado con los movimientos subversivos.
Ante este panorama surge súbitamente, y de manera no concertada, un
candidato outsider, alguien que reunía ciertas características con las que se podía
identificar ese emigrante. Un personaje de segunda, un no blanco, un desfavorecido
por los cánones sociales, un extraño que luchó y triunfó socialmente, un ejemplo para
todos los que aspiran a ser reconocidos como «alguien» en la sociedad: ese fue Alberto
Fujimori. Un producto de la coyuntura. El hombre indicado, en el lugar adecuado, en el
momento justo, como pasa innumerables veces en la Historia. Él encarnó, y para
muchos lo sigue siendo, la respuesta, la esperanza, incluso el Inca por el que se
preguntaba el historiador Flores Galindo en su obra Buscando un Inca. Era, en fin de
cuentas, el nuevo rostro del nuevo Perú; el Perú de los andinos, de los emigrantes, de
los desfavorecidos de siglos. El Perú de las mayorías marginadas.

2.2. El mercantilista Fujimori

Pero el Inca no resultó ser tan real como se quería. La esperanza, tal como
internamente la soñaban los emigrantes, era que este Inca reflejase el modus vivendi
y modus operandi del andino en el futuro gobierno. En otras palabras, que cristalizase
el modelo ya pre-anunciado por De Soto en El otro sendero. Y no solo ellos lo
pensaban así; la inicial estampida de los blancos del statu quo hacia el extranjero
demostró que ellos también lo imaginaban. Pero luego vino la realidad. La tal reforma
integral del Estado para convertir al Perú en la primera República Andina (o un Estado
Liberal, según De Soto) resultó ser solo un sueño. Si bien en un primer momento dio la
impresión que lo podría ser —tanto que hasta el mismo autor de El otro sendero
participó como asesor del gobierno, incluyendo una serie de intelectuales de las más
progresistas tendencias— al poco tiempo se comprobó que esas no eran las reales
intenciones. Los hechos acontecidos en el tiempo fueron demostrando, a nuestro
entender, que el señor Fujimori era nada más que un gobernante mercantilista, solo
que con una fachada de no-tradicional, no-blanco —aspecto que a los peruanos los
hizo pensar que, solo por eso, él era algo «diferente».

155
2.2.1. El voluntarismo centralista

Este es el término que De Soto usa en su estudio para designar la forma cómo se
desarrolla un gobierno mercantilista. Se trata, en fin de cuentas, de mantener el
control centralizado en la o las personas que dirigen el gobierno. Pero veamos lo que él
mismo dice al respecto.

«Con todos esos poderes en las manos, no es de extrañar que nuestros


gobernantes crean que basta su voluntad para que las cosas se hagan. Nosotros
llamamos a este fenómeno, tan típico de los regímenes mercantilistas,
«voluntarismo centralista». (p. 289).

¿Qué es lo que ocurre? Que todo parece indicar que el fujimorismo fue tan solo un
gobierno mercantilista con un ropaje de neo-liberal, pero que en esencia buscaba lo
mismo que buscan todos los gobiernos de ese tipo: los privilegios del poder. Para
entenderlo mejor sigamos citando al libro en mención y así nos percatemos que,
habiendo cambiado formas y matices de acuerdo al tiempo, este gobierno correspondía
con la teoría mercantilista.

«En el Perú el discurso liberal ha sido adaptado para darle una coherencia
superficial a políticas mercantilistas conservadoras... Cuando se necesita aparentar
regímenes favorables a Occidente, nuestros gobiernos ponen en posiciones
estratégicas a liberales puros que aplican sus recetas a nivel macroeconómico, sin
afectar el funcionamiento de las instituciones legales con efectos discriminatorios
internos, y los despiden en cuanto comienzan a ser demasiado criticados por el
establishment mercantilista.»(p. 294).

«De esta manera, en lo macroeconómico están al día con la jerga y con el juego
de la economía liberal ortodoxa, pero cuando se trata de los aspectos sociales y
económicos internos, sus dispositivos legales son excluyentes y por tanto muy
poco liberales. Esto genera una especie de aparthied legal interno que se
caracteriza, en lo esencial, por establecer una legalidad plena a favor de cierto
grupo de la población y una legalidad relativa para los demás.» (p. 294).

«Tal vez el voluntarismo centralista haya funcionado en economías pequeñas y


primitivas, pero fracasa en sociedades modernas y urbanizadas» (p. 291).

«En efecto, en un país donde el Poder Ejecutivo produce casi el 99% de las
normas y el Parlamento solo decide sobre el 1% restante no es de extrañar que,
en el mejor estilo mercantilista, el Derecho esté divorciado de la realidad y las
necesidades del mercado, y que favorezca el juego de las coaliciones
redistributivas y el voluntarismo centralista». (p. 308).

Aquí aparece un nuevo término: coaliciones redistributivas. Para el autor se


trata de una serie de componendas entre los grupos de poder para defenderse o
aprovecharse de las leyes y repartirse mejor las ganancias, al mismo tiempo que
permaneciendo lo más posible en el poder.

«Para un Estado que no entiende que la riqueza y los recursos pueden crecer y ser
facilitados por un adecuado sistema institucional y que inclusive los pobladores de
condición más humilde pueden generar riqueza, la redistribución por vía directa
aparece como la única aceptable». (p. 239).

156
«... las coaliciones redistributivas y el Estado tienen que mantener todo un
sistema para negociar, crear, aplicar y administrar la redistribución.» (p. 243).

«... el hecho de organizarse para obtener las rentas que el Estado puede dispensar
o transferir a través del Derecho...» (p. 240).

«En el Estado redistributivo la incertidumbre es constante, pues los peruanos se


dan cuenta de que el Poder Ejecutivo, que emite unas 110 normas y decisiones
por cada día laborable, puede en cualquier momento cambiar las reglas del juego
sin consulta ni debate previo». (p. 250).

2.2.2. Cambiar algo para que no cambie nada

Pero ante esto habrá quienes saquen a la luz el sinnúmero de reformas neo-
liberales hechas por el gobierno diciendo que estas son totalmente anti-mercantilistas.
Y pareciera que tuvieran razón.

«... el sistema de la Europa mercantilista y el sistema de Derecho redistributivo


del Estado peruano tiene una gran semejanza. Ambos comparten, en mayor o
menor grado, características como la producción autoritaria de la legislación, un
sistema económico directamente intervenido por el Estado, una reglamentación
engorrosa, detallada y ‘dirigista’ de la economía, acceso difícil o imposible a la
empresa por parte de los que no tiene vínculos estrechos con los gobernantes,
burocracias abigarradas y una ciudadanía obligada en muchos casos a organizarse
en coaliciones redistributivas y gremios poderosos.» (p. 259).

Sin embargo, si observamos bien, salvo el primer punto, la producción autoritaria


de la legislación, todo el resto aparece como ya superado, ya resuelto por el gobierno.
Pero aquí nos preguntamos: ¿basta con cortar todas las ramas del árbol para que este
se muera? ¿Más bien no lo estamos podando? Porque lo cierto es que lo principal, la
llave del cofre donde se guardaba el tesoro, el cual permite obtener todo lo demás,
todavía lo tenía el poder central. El Ministerio de la Presidencia era exactamente eso.
Nada se movía en el país si el presidente no lo ordenaba. Es como la abuelita que tiene
la llave del baúl donde está toda la plata de la casa y, si ella no lo abre, nadie puede
hacer nada, salvo bailar, cantar, hablar, etc. Pero lo importante, aquello para lo que se
necesita dinero, no se puede hacer hasta que la abuela no lo disponga.
Por otra parte, el fujimorismo no solo se contentó con dar las convenientes
apariencias sino que creó por sí mismo nuevos organismos que, sin ser ministerios o
algo ya conocido, hicieron las veces de supuestos entidades descentralizadas e
independientes que trabajaban desburocratizadamente. Una persona normal que
ingresaba a una de estas oficinas podía llevarse la impresión, por las carreras y
actividades que allí observaba, de que se estaba haciendo algo muy importante, que se
trabajaba febrilmente por el país, pero en realidad no eran más que organismos de
fachada para justamente causar esa impresión. Las decisiones importantes no se
tomaban en esas oficinas. Allí solo se ejecutaban las de uso corriente. La verdad es
que todas las decisiones trascendentales se resolvían exclusivamente en la cabeza, y
no de acuerdo a la necesidad real, sino de acuerdo a la conveniencia de los
interesados. Por eso decimos que era lo mismo pero con otra apariencia, siendo este el
significado de la frase que titula este acápite.

2.3. El meollo del asunto

157
¿Y cuál es entonces la o las normatividades de un gobierno como éste? Es obvio
que no estamos ante una sociedad de mercado ni ante un liberalismo pues, como ya
De Soto lo dijo, esas medidas solo son artimañas, disfraces para contentar al mundo.
La cosa es más simple de lo que parece. Como todo gobierno mercantilista, la única
norma que está dispuesto a seguir es: «hago todo lo que me conviene». Esa es la
única regla. Pero aquí es necesario mencionar lo siguiente.

2.3.1. La forma dictatorial

A diferencia de la mayoría de los gobiernos de cuño mercantilista, este tenía


una base diferente. Debemos tomar en consideración que Fujimori no provenía de la
clase de poder tradicional y él mismo se esmeró en hacer ese deslinde. Para poder
tener un sustento sólido y manejar al país necesitaba aliados, y los encontró en los
militares. Nunca se debe olvidar que no se puede pretender hacer algo importante en
un país como el Perú sin contar con el peso favorable de las Fuerzas Armadas. Ellas
tampoco lo permitirían. Y eso porque sencillamente tienen la fuerza de su lado y de
manera organizada. Por otra parte, tampoco se debe olvidar que, por principio, estas
Fuerzas Armadas aún tienen mentalidad dieciochesca, no piensan modernamente. Por
su esencia verticalista y reglamentarista son muy difíciles de convencer para que se
salgan de sus esquemas conservadores. Por ello no debe sorprender que las Fuerzas
Armadas sean, casi por naturaleza en el Perú, mercantilistas, proteccionistas, cerradas
a las innovaciones, salvo las de tecnología militar. Aquí es donde el fujimorismo tenía
su sólida base. Las Fuerzas Armadas aún ven al Perú como se veía en el siglo pasado;
aún esperan las prebendas del poder; aún creen que están destinadas siempre a tener
un papel protagónico en la Historia. Y el fujimorismo les dio esa oportunidad.
Hasta que esta mentalidad no cambie, por mucho que la presión popular (o
«desborde popular») se acreciente y se exprese pacíficamente, nada se transformará
en el nivel político. Ello a larga conllevará el peligro de que ambas presiones algún día
terminen chocando y se produzca una eclosión civil de consecuencias imprevisibles. No
olvidemos que la política, como la economía, está hecha por hombres, por seres
humanos de carne y hueso, y ello implica no solo razones, sino pasiones; y la política
es la mayor, la más fuerte y la más buscada de todas las pasiones. Porque teniendo el
poder se obtiene todo lo demás, así que ostentar el poder no es solo cuestión de
teorías, sino de puras, banales, terrenales ambiciones humanas que apelan a lo que
sea para obtenerlo. De todos modos, sería bueno terminar esta parte con las
siguientes reflexiones extraídas también del libro.

«... los países que se resistieron al cambio e insistieron en preservar sus


instituciones mercantilistas no pudieron ajustar su Derecho a la realidad y, por lo
tanto, lo mantuvieron encaminado en una dirección inversa a las necesidades y
aspiraciones de su población. Casi todos esos países tuvieron que sufrir
revoluciones violentas, algunas de las cuales terminaron por producir los cambios
institucionales requeridos, otras acabaron imponiendo un sistema totalitario, y
otras permitieron mantener algunos elementos mercantilistas, pero solo a costa de
aplicar una represión institucionalizada sobre sus ciudadanos durante un tiempo
prolongado.» (p. 274).

«Los países que modificaron sus instituciones a tiempo lograron ajustar su


Derecho a la realidad y transitar más o menos pacíficamente hacia sistemas de
economía de mercado y prosperaron. Los que se resistieron fueron azotados por
grandes violencias, guerras civiles, aventuras políticas, seudo revoluciones y
continuo malestar.» (p. 282).

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«La lección europea es que un mercantilismo decadente que se resiste a un
cambio institucional apropiado es el umbral de la violencia y el desorden. Con
medidas represivas y mucho sufrimiento podrá postergarse el desenlace final,
pero tarde o temprano las contradicciones probablemente serán resueltas por la
dictadura comunista o la convivencia dentro de un sistema democrático y una
economía de mercado». (p. 282).

3. EL MAÑANA

«Los peruanos en muchos casos valen más por lo que los diferencia que por lo que
los asemeja. Por ello, en lugar de embarcarnos en la tarea imposible de ponernos
de acuerdo en los objetivos, deberíamos ponernos de acuerdo en los medios que
permitan lograr cualquier objetivo legítimo.» (p. 300).

Inmejorable y acertada observación de De Soto. Es una manera de decir que el


Perú es de todas las sangres, pero que la respuesta no está en ser una sola de ellas,
sino en ser un todo conformado de muchas partes diferentes. Al respecto echemos una
mirada fuera de nuestro entorno y veamos a Suiza, no para imitarla, lo cual sería un
desacierto, sino para obtener alguna enseñanza.
Suiza en un país igualmente variado y montañoso como el Perú. El hecho de vivir
entre cerros condiciona al hombre a un mayor individualismo y, al mismo tiempo, a
una mayor facultad de negociación e intercambio. Suiza —a pesar de sus dificultades
que incluyen lo lingüístico, pues posee cuatro idiomas oficiales— ha logrado
conformarse como una unidad de 23 cantones sin que ninguno de ellos sienta que ha
cedido su independencia y autonomía a nombre del Estado. ¿Qué habría pasado si,
como en el Perú, hubiese desechado sus raíces propias para asumir, por ejemplo, de
las la avasallante Alemania? ¿Qué hubiera sucedido si hubiesen optado por imponer un
«idioma oficial», supongamos, el francés, en desmedro de las otras comunidades
idiomáticas? ¿Qué si, como nosotros, todo el poder se hubiese concentrado en,
digamos, Ginebra? ¿Qué si la religión oficial hubiese sido la protestante, siendo un
gran porcentaje de su población católica? Suiza es un país físicamente pequeño, pero
no se siente tan disminuido como para no poder decidir si desea o no formar parte de
las Naciones Unidas, sin que eso signifique que es enemigo de la humanidad y que no
desea tener tratos con nadie. Todo lo contrario. Ese país, que no pertenece ni siquiera
a la Unión Europea, es el más diplomático del mundo y el más pacífico, a diferencia del
peruano que, habiendo firmado todos los tratados imaginables en el transcurso de la
Historia, ha tenido que sufrir guerras, violencias y odios. La enseñanza es: nadie tiene
porqué perder su identidad, por muy provinciana que esta sea, para poder relacionarse
con el mundo de manera armónica y pacífica.
El camino es aceptarse tal como se es, sin seguir modelos que no se ajustan a la
propia realidad. Mirar al interior y ver qué funciona bien y qué mal. Y que todo aquello
que se vea que es bueno se asuma. Y que todo aquello que es malo se corrija.

3.1. Algunas observaciones

1. En los próximos 10 años la mayor parte de la PEA serán ciudadanos de entre 18 a


38 años, en su gran mayoría hijos de emigrantes. Estos querrán hacer sentir su
peso político utilizando el modelo occidental, en especial la democracia, pero
buscarán que éste armonice también con sus raíces; o sea, no solo no negarán
esas raíces —pues ya perdieron la vergüenza al ser mayoría— sino que las
utilizarán para reafirmarse en ellas y convertirse en el ello diferente (soy igual a
todos pero también soy muy diferente). Esta es una reafirmación del ego ante la
masificación sofocante de la sociedad de consumo.

159
2. Este deseo de ser aceptado por la sociedad, pero no como una despersonalizada
copia de Occidente, sino ser aceptado a pesar de ser diferente llevará
indefectiblemente a la búsqueda de un modelo peruano, que no necesariamente
tenga que ser una economía social de mercado, sino que puede ser otra cosa.
Recordemos los ejemplos de Suiza; que se reafirma y exige ser tratada de forma
diferente al resto de la humanidad y, aún así, se le acepta con beneplácito; del
Reino Unido, que cree conveniente tener por encima de su constitución
parlamentaria una autoridad suprema que es la Casa Real, y que si esta fuese solo
una figura decorativa sería un absurdo que no se condeciría con el severo
temperamento inglés; de los Estados Unidos, que posee su propia lógica de
gobierno democrático, en la cual, más que las ideas, pesan los intereses de la
nación, y no hay razones en el mundo, por muy nobles que estas sean, que
puedan anteponerse a esos «sagrados intereses». Entonces vemos que «ser
iguales» al resto no es una máxima a seguir puesto que los más poderosos países
no lo hacen ni lo van a hacer. En el mundo hay muchos modelos y cada uno se
ajusta a su propia realidad. Nadie sacrificaría a su país para que un modelo
funcione; el modelo tiene que ser un producto consecuente de la propia realidad.
3. No debemos olvidar que la gente no vive para sobrevivir sino que actúa en pos de
un proyecto de vida, el cual en última instancia deberá satisfacer el orgullo de ser.
No bastaría toda la comida del mundo, ni todo el dinero, ni todos los placeres si se
le privara al hombre de sentirse alguien entre los demás y no un algo, una nada.
Los emigrantes de hoy y de siempre no vienen solo por pan. Esa es una forma
simplista y estrecha de no querer ver el verdadero deseo de la gente. Los
peruanos que viajan a Miami con el deseo de vivir allí para siempre no lo hacen
solo para tener dinero y punto; lo hacen porque desean ser considerados valiosos,
útiles, personas con todos los derechos y que se les diga «señor». De nada les
serviría el dinero que ganen si siempre fueran unos «don nadie», unos «don
nada». Porque si finalmente a los seres humanos no nos reconocen lo que somos
y valemos, será como si nunca hubiésemos existido. Por eso los emigrantes del
Perú no están realmente luchando por un terreno, por un negocio, por un trabajo,
ni por otra cosa: en verdad están luchando para ser reconocidos como personas,
como individuos y como auténticos peruanos de primera clase. Esa es la
verdadera lucha que hay dentro de cada uno de ellos.
4. Estas observaciones nos llevan a la necesidad de auscultar aún más en la
sicología, en el ethos del emigrante andino. Porque conocerlo no es solo asunto de
curiosidad sino de sapiencia política. Uno de los grandes errores, como
mencionáramos antes, de la política peruana fue insistir siempre en la aplicación
de medidas eminentemente foráneas, sean de derecha o de izquierda extremas.
Nunca se planteó la posibilidad de indagar qué era lo más conveniente para el
país; siempre se buscó la receta de tal o cual experto u organismo extranjero,
dando por sentada nuestra incapacidad para decidir nuestro destino y sin entender
—o entendiéndolo cómplicemente, lo cual es peor— que lo que todo extranjero
quiere es siempre su beneficio (a no ser que se contrate a alguna madre Teresa
que, como es obvio, no abundan). Por otra parte también contribuyó
negativamente el afán desmesurado por la ambición del poder, que no es algo
privativo del peruano, sino de los seres humanos. Lo que pasa es que aquí se
cometieron excesos y se crearon terrenos fértiles para que las formas despóticas e
individualistas tuvieran mejores oportunidades que las honestas y probas, que
también las hubo. En suma, dos factores: la negación de tomar nuestra realidad
como base y la insaciable ambición de poder en alianza con los intereses
extranjeros —quienes solo nos ven como una inmensa mina de Potosí atiborrada
de recursos naturales por explotar— formaron, y forman, el derrotero por el que
aún transitamos.

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5. Rescatemos los invalorables aportes de El otro sendero pues son un reflejo de la
realidad que nos envuelve. Pero no los maquillemos, no nos aprovechemos de
ellos para, maquiavélicamente, utilizarlos como taburete sobre el cual lanzarnos a
la conquista del poder. Actitudes como esas son las que nos llevan a la larga a las
grandes tragedias nacionales, las que como siempre terminan perjudicando a los
más pequeños a quienes, supuestamente, debíamos favorecer. A estos aportes
sumémosles otros complementarios, aquellos que vienen a ser las motivaciones,
la parte espiritual, lo sentimental, la ética, lo trascendental que poseen y entregan
los emigrantes. Si bien el libro nos muestra brillantemente las acciones, los hechos
en sí, habría que agregarle la parte antropológica, aquella que nos habla de un
pueblo, de una civilización entera con posesión de un alma particular, que sueña
con una utopía por realizar, que camina ansiosa e inconscientemente hacia una re-
posesión de su esencia, hacia una reivindicación histórica, que se traduce en
hechos simbólicos pero sintomáticos como es la adquisición vehemente de la tierra
en plena ciudad, o la imposición de su música, de su humor, en los medios de
comunicación. Por decirlo de algún modo, detrás de la música tecno-cumbia o
chicha hay algo más que una expresión sonora: hay una reivindicación, hay un
grito que clama por consolidarse en el plano institucional. No en vano los jóvenes
universitarios, rockeros y computarizados de Lima gritaban rabiosamente ¡Pa-cha-
cútec, Pa-cha-cútec! en la plaza San Martín, en pleno siglo veintiuno, al candidato
Alejandro Toledo. Este aparente anacronismo —pedir la vuelta del primitivo
pasado en una sociedad que mira hacia el futuro tecnológico— esta elección
espontánea como candidato unificado al que era en apariencia «el más cholo»,
desechando a los otros mestizos y seudo-cholos, son procesos inconscientes que
rebelan fuerzas internas que nada tienen que ver con la lógica racional occidental,
para quien la vida se explica a través de adquisiciones estrictamente materiales.
Quienes identifican al andino como «pobre» a priori son los que tamizan el mundo
con las herramientas occidentales y no pueden entender, por ejemplo, que en el
mundo andino la pobreza está más vinculada a la ausencia de familiares que a la
ausencia de propiedades. Un conocimiento más profundo y sincero de nuestra
propia civilización andina, tanto en lo interno como en sus manifestaciones
externas, sería el inicio de la construcción de un nuevo país.

Dos reflexiones del mismo libro para terminar:

«Quizá la más grave distorsión que ha producido el enfoque mercantilista de la


realidad es haber impedido ver el enorme capital humano y el potencial de
desarrollo que han traído consigo los emigrantes.» (p.295).

«El que produce es el pueblo» (p. 291).

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DIEZ ( FALSAS) VERDADES DEL DECANATO FUJIMORISTA
Noviembre del 2000

1. Si es por el bien del país no importan los métodos.


2. Miente, miente que algo queda.
3. El país necesita mano dura.
4. El objetivo es convertirnos en un Chile.
5. El objetivo es convertirnos en un tigre de América.
6. Soy un técnico y no un político.
7. El Perú es una empresa.
8. Solo las inversiones extranjeras salvarán al Perú.
9. La economía no tiene nada que ver con la política.
10. Lo más importante es la economía.

Introducción: instauración del pensamiento pragmático en el gobierno


peruano

El motivo de este artículo es tratar de poner sobre el tapete diez conceptos que
durante los años del gobierno del presidente del Perú Alberto Fujimori se presentaron
como ideas a ser aceptadas por toda la sociedad.
Si de alguna manera se puede entender al fujimorismo que gobernó al Perú
durante los años 1990-2000 es comprendiendo que éste reflejó políticamente la tesis
filosófica llamada pragmatismo metafísico, posición que hoy en día, con la
globalización, se ha expandido por todo el mundo, y es la base de lo que se llama el
pensamiento único, que tiene al capitalismo como su forma de expresión concreta.
Haremos un breve repaso de la historia y significado del mismo.

1. El pragmatismo es un concepto de raíces muy antiguas pero instaurado en el


léxico filosófico a partir de 1898, cuando el pensador William James escribió
acerca las ideas del pensador norteamericano Charles Sanders Peirce, quien veinte
años antes había expuesto una teoría a la que llamó pragmatismo. Sin embargo,
Peirce no le dio a este el sentido que ahora tiene. Su pragmatismo, que después
quiso denominar pragmaticismo, era de orden más bien metodológico, o sea, una
forma de definir correctamente los conceptos apelando a sus efectos sensibles.
Según él, a los objetos de la naturaleza los podemos conocer gracias a los efectos
que causan en nosotros; a la forma cómo nos impresionan. Si eso es así, entonces
a partir de ello los podemos manipular y comprender. Este método de buscar la
verdad viene a ser el rechazo a creer en algo que no sea efectivamente
comprobable, como por ejemplo, los argumentos a la autoridad (porque lo ordenó
tal ente poderoso) o las creencias a primera vista de algo que no estamos seguros
qué es (la superstición).
2. El pragmatismo conocido y popular es el que desarrolló James, quien desempolvó
la vieja concepción griega de Protágoras de que «el hombre es la medida de todas
las cosas». Lo que James, junto con F.C.S. Schiller, propusieron era que
finalmente la verdad tiene su origen en la utilidad que ella nos da. Las acciones y
los deseos humanos condicionan todo tipo de verdad, incluso la razón y la ciencia,
de tal modo que toda creencia puede producir su propia justificación. Por esta

162
razón se lo llama pragmatismo metafísico, porque no se basa en los postulados de
la ciencia, para diferenciarlo del metodológico que busca ser un método científico.
3. Este segundo concepto de pragmatismo está muy difundido en nuestra época, y
cobra especial importancia a raíz de las crisis de las ideologías y la instauración de
la globalización capitalista. El pragmatismo viene a ser un sustituto a las creencias
y valores puestos en duda por los últimos cambios. En lugares como el Perú,
donde se vive siempre pendiente de las modas en el pensamiento —ya que no se
plasma el propio— las crisis ideológicas fueron determinantes para que muchos
perdieran la brújula y consideraran que había llegado la autorización para no
acatar otra ley que no fuera la que a ellos les pareciera.
4. El decanato fujimorista fue pragmático porque aplicó, probablemente sin ser
consciente de ello, el pragmatismo metafísico: las creencias personales del
gobierno eran muy útiles para ellos mismos, por lo tanto se convirtieron en la
medida de todas las cosas. Así nació el «pensamiento fujimori», que se
caracterizaba por hacer primero y explicar después, clara demostración de un
pragmatismo absoluto donde cualquiera cosa que se hiciera tenía una lógica
explicación, un porqué perfectamente justificado.

Siguiendo la pauta del pensamiento pragmático, el gobierno fujimorista fue


elaborando con el transcurrir del tiempo una serie de argumentos con lo cual
justificaba sus acciones. Esto significó para la población una novedad en cuanto a las
ideas se refiere, ya que la sociedad peruana es en esencia tradicional y conservadora,
heredera de las raíces andinas y del pensamiento colonial español, mientras que el
pensamiento anglosajón y protestante ha sido solo conocido por sus manifestaciones
externas pero siempre visto como ajeno, distante o incomprensible. Mucho de esto
tiene que ver con la creencia de que se han perdido los valores y que el país ha
entrado en crisis, cuando en verdad de lo que se trata es que hubo una imposición
oficial de un pensamiento diferente al convencional, principalmente sustentado por la
clase política tradicionalmente dominante, que hoy tiene como modelo y referencia al
capitalismo norteamericano versión Miami-Harvard y ya no a Europa, en especial,
España.
Este modelo es una extraña mezcla de teorías de capitalismo puro, llamado
también duro, aprendidas por dilectos y sumisos estudiantes de la clase dominante
peruana, entreverada con los gustos y estilos, más compresibles para ellos, de los
hispano-hablantes de Miami. Ello se explica porque estos estudiantes, por un lado,
provienen de hogares católicos convencionales, apegados al mandato de Roma —cosa
que hace que solo asuman el capitalismo en su forma y no en su espíritu, que es en
esencia protestante luterano— y por el otro porque ellos mantienen una ideosincracia,
una ideología y unas costumbres profundamente coloniales, donde a sí mismos se
consideran como una estirpe superior, muy por encima de las otras «razas inferiores»
que hay en su país —indios, cholos, negros, zambos, chinos, mestizos— que hace que
sus familias sean endogámicas y se distribuyan entre ellos las propiedades y el poder,
impidiendo de esta forma el natural desarrollo y movilidad social del capitalismo.
Prueba de ello es que, con la caída de Fujimori, esa misma clase política continuó
gobernando, esta vez amparada por Alejandro Toledo, típico discípulo egresado de
universidades norteamericanas e impregnado de pensamiento liberal pro Estados
Unidos, quien, como era de esperarse, se rodeó de todos aquellos que han tenido su
mismo derrotero formativo.
En resumidas cuentas, sea con Fujimori, con Toledo o con cualquier otro, el
objetivo de la clase dominante peruana es perpetuarse en el poder económico y
político; y si para ello tiene que someterse a los dictados de Washington y cumplir un
papel de intermediario entre sus intereses y las potencialidades del país lo hará
gustosa, pues solo así podría asegurar la conservación de sus privilegios.

163
Lamentablemente las consecuencias de esto son la confusión de los valores —se crea
un raro potaje con parte del pensamiento capitalista anglosajón luterano y parte de la
conservadora y medieval estructura colonial española— lo cual transmite a una no
preparada población una sensación de anomia, de caos y desgobierno que termina
siendo el caldo de cultivo de graves revueltas populares las cuales, a la larga,
justificarán la intervención directa de poderes extranjeros con el objeto de hacer
retornar el orden.
Es nuestra opinión que solo modificando profundamente la estructura del poder
político peruano, haciendo ingresar a él a los más importantes representantes de las
llamadas clases o razas inferiores, es cómo se puede evitar la futura debacle y
desarticulación del país. Por esencia estas clases se sienten más arraigadas a su patria
y pondrán más cuidado y esmero en proteger los intereses de todos, puesto que
también son sus intereses. Además aportarán sangre nueva y un nuevo pensamiento
que proviene de las mismas fuentes de la sociedad, el cual refleja una visión de la vida
y del mundo más acorde con la realidad del Perú. Este asunto se revela coyuntural en
el actual momento, y en la pugna entre estas dos fuerzas, la clase dominante y
tradicional y las clases sometidas pero emergentes, estará el futuro del Perú.

Diez (falsas) verdades

Podrían haber sido más, pero arbitrariamente escogimos el estratégico número


de diez para hacerlo más recordable. En todo caso, el objetivo es usarlas como
ejemplo de cómo el pensamiento pragmático fue transmitido a la población, sirviendo
éste como excusa para desarrollar toda una serie de abusos y latrocinios, causando
una aguda confusión de valores entre la gente. Advertimos que esto, lejos de haber
culminado, sigue aún vigente puesto que los mismos que estuvieron en el poder, no
directamente, son los que actualmente también lo están, solo que detrás de otras
figuras políticas. Es decir, la esencia de este pensamiento sigue circulando y sigue
causando confusión entre la gente, ya que, en última instancia, a quienes realmente
favorece, ayer como hoy, es a la clase dominante. Valga esta aclaración para que no
se piense que el peligro ha pasado, sino que está más presente que nunca.

1. Si es por el bien del país no importan los métodos

La falsa verdad. Se necesitan acciones que den resultados efectivos, inmediatos y


tangibles. Pero lamentablemente las leyes, tal como están, entorpecen y diluyen estos
esfuerzos. Por eso, muchas veces hay que prescindir de ellas, de la misma forma cómo
el médico amputa un miembro sin mayores formalidades. Los resultados nos darán la
razón.
La verdad. Lo que se buscaba era aprovechar al máximo todas las ventajas y
beneficios de la riqueza del Estado sin tener que pedir ni preguntarle a nadie nada.
Esto se aparejaba con una bien montada campaña sicosocial en la que se daban a
conocer solo los éxitos de este pensamiento.
El comentario. Cuando lo que se quiere es imponer la voluntad molestan todo tipo de
cumplimientos y deberes, especialmente para con los demás. Todos los opresores y
tiranos del mundo saben que lo primero que tienen que hacer es eliminar los
procedimientos legales, pues estos están hechos justamente para impedir que
individuos como ellos se apropien de lo que no deben. Son bien conocidas las
consecuencias de esta forma de actuar ya que, al no tener límites, las atrocidades que
se cometen son innumerables.

2. Miente, miente que algo queda

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La falsa verdad. El pueblo necesita un tipo de comunicación que le sea comprensible,
que esté a su nivel, por eso es conveniente decir las cosas de la manera más
rudimentaria, más popular y atractiva. Otras cosas más difíciles y complejas no les
interesa y se pierde el tiempo tratando de explicarles asuntos muy técnicos.
La verdad. El objetivo era mantener el control de las masas utilizando para ello lo más
avanzado de la tecnología en comunicaciones y mercadeo. Estos controles permiten
orientar la popularidad, que es el argumento al que más se acude para justificarse.
Con el respaldo manipulado del pueblo se pueden cometer los mayores delitos
haciendo creer que son obras de bien.
El comentario. Es conocida la frase aparentemente dicha por el ministro de propaganda
NAZI Joseph Goebbels. Con ella se pretende que las verdades pueden ser
escamoteadas sin ningún problema y ser puestas, en vez de ellas, todo tipo de
mentiras gracias a la supuesta ignorancia del pueblo. Sin embargo, la experiencia nos
hace ver que hasta la más portentosa montaña de falsedades tarde o temprano
termina por derrumbarse; y que una brisa de certeza acaba con toda ella. A pesar de
esto, siempre habrá quienes apelen a dicha creencia y la pongan en práctica debido a
que, al menos al principio, parece funcionar muy bien. Mas el tiempo se encarga de
hacer ver que se trata solo de un sepulcro blanqueado, y que, al final, a pesar del
incesante bombardeo, ninguna de las mentiras pregonadas ha podido sobrevivir.

3. El país necesita de mano dura

La falsa verdad. El Perú ha sido un país siempre sumido en el desorden y el caos, con
marchas y contramarchas, que le han impedido consolidarse como un Estado moderno
y desarrollado. Y la causa principal de esto es la falta de un gobierno con la fuerza
suficiente para imponer férreamente el control total sobre toda la población. Países
como Chile, Taiwán o Corea del Sur son modelos a seguir debido a que tuvieron
gobernantes fuertes y que perduraron en el poder el tiempo suficiente para cambiar las
estructuras, convirtiéndose así en países desarrollados.
La verdad. Se creó un Estado Policiaco que vigilaba y controlaba todos los movimientos
de los ciudadanos, justificándolo con la excusa de evitar el rebrote de la subversión.
Con esto se cortaba de raíz cualquier intento de protesta, tanto al interior de las
fuerzas armadas como en la población. Por otro lado, se daban órdenes a capricho de
quien mandase, y se dio luz verde para que los cargos de responsabilidad fueran
asumidos por personajes violentos y agresivos que confundían mandato con
prepotencia y abuso.
El comentario. La sombra del Chile de Pinochet ha obnubilado a muchos durante largo
tiempo. Igualmente la de su protectora Margaret Tatcher en Inglaterra. Ello
entusiasmó a un importante sector de la población haciéndole creer que remedios
como esos podían funcionar muy bien en el Perú, tanto así que durante años, para la
mayor parte de los peruanos, no había nada mejor que tener un mandatario fuerte y
«mandoncito», como decía socarronamente de sí mismo Fujimori. En la actualidad,
estas ideas han entrado en proceso de cuestionamiento, incluso dentro del propio
Estados Unidos, al ver que finalmente las dictaduras que ellos veladamente apoyaban,
con el argumento de que eran buenas para el sistema, terminaban siendo un dolor de
cabeza para todos, puesto que éstas nunca acaban bien. El Perú es un país que se ha
caracterizado por las dictaduras de todo tipo y los mandones de toda clase; sin
embargo, estos han traído funestas consecuencias, peores que las dejadas por los
pocos gobiernos legítimos y democráticos que ha habido. Un matón de esquina no
puede conducir una nación, por mucho que obedezca las disposiciones de poderes
externos como Estados Unidos, el FMI o el BM. Lamentablemente más de uno hubo
que creyó, y aún cree, que la fuerza bruta lo arregla todo; incluso el subdesarrollo.
Pero no se puede hacer crecer a un hombre a puntapiés y con el látigo sobre él.

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4. El objetivo es convertirnos en un Chile

La falsa verdad. Chile es un país latinoamericano como cualquier otro, dominado por
los conquistadores españoles e independizado igual que todos. Por lo tanto, la realidad
de Chile es casi la misma que la de todos los países latinoamericanos y en especial del
Perú. Y si Chile pudo, sobre la base de medidas extremas, pero necesarias, convertirse
en un país desarrollado como lo es ahora, el Perú también puede hacerlo, porque no es
menos que él. Así que el modelo de desarrollo aplicado en Chile, dadas las grandes
similitudes entre ambos países, es el modelo ideal para el Perú.
La verdad. Gracias a la dictadura de Pinochet se pudieron hacer cosas que con la
democracia no se puede hacer: por un lado, dar una imagen monolítica de orden y
control que garantiza la seguridad del país —un Estado Policiaco— y por el otro facilitar
el enriquecimiento impune de numerosos individuos que, de otro modo, no hubieran
podido hacerlo. Ciertamente que Chile es un modelo, pero no para todas las cosas —
por ejemplo, dejó sin privatizar el cobre, y eso sí no se imita— sino para las más
fáciles y lucrativas, como por ejemplo, dar ciertas leyes laborales y tributarias en
beneficio de los grupos de poder y en perjuicio de los trabajadores; dinero barato y
rápido y mucho alarde de éxitos.
El comentario. Por principio nadie puede ser igual a otro; la ropa del prójimo no tiene
por qué quedarnos bien. Dicen que el Perú es un país de imitadores, puesto que tiene
un complejo de inferioridad que le impide ver cuál es su propio camino. En la historia
republicana siempre se mantuvo la herencia colonial de querer ser una copia de la
metrópoli, llámese esta Madrid, París, Londres, Suiza, Nueva York (o, más
modestamente, Chile). Pero esa ruta casi siempre ha traído ingratos resultados,
porque lo que tal vez haya sido muy bueno y conveniente para algún país puede que
sea terrible o mortal para el Perú. Tal vez haya cercanía territorial, pero las historias
de ambos pueblos son largamente diferentes, y sus resultados lo mismo. Mala idea
resulta ponerse en la partida de una carrera junto a un campeón tratando de llevarle el
paso desde el inicio. Al poco tiempo se termina agarrotado abandonando la carrera
puesto que, en el afán de imitarlo lo más posible, no se contemplan las enormes
diferencias en lo que a alimentación y preparación se refiere y a los métodos aplicados
durante años por parte de esos atletas, a diferencia de los entusiastas novatos. Chile
atravesó su Mar Rojo en su momento para llegar a donde está; el Perú o cualquier otro
país no puede saltar con garrocha y, como Popeye, gracias a un bocado de espinaca,
transformarse en una clonación de aquella república vecina.

5. El objetivo es convertirnos en un tigre de América

La falsa verdad. El mejor o el único camino correcto para encaminar al país es el


modelo de los llamados «Tigres de Asia» (Malasia, Singapur, Taiwán, Hong Kong,
Corea del Sur, etc.). Ellos eran subdesarrollados como nosotros y, al implantar el
liberalismo en toda su expresión, o sea, sin ninguna cortapisa ni modificación, lograron
en muy poco tiempo convertirse en países desarrollados. Ese es el modelo a seguir.
La verdad. Esos modelos asiáticos lo que permiten es una libertad total para que las
grandes mafias de todo tipo encuentren, bajo el amparo de la libertad total de
mercado, el paraíso que las tolera impunemente. Esto fue un boccato di cardinale para
el fujimorismo.
El comentario. Cuando se revisa más acuciosamente la historia de los países llamados
«Tigres de Asia» encontramos que se trata de pueblos que han sufrido penosas
vicisitudes, casi todas causadas por las grandes potencias en sus luchas por el reparto
del mundo. En realidad, nos encontramos frente a víctimas más que ante pueblos
desarrollistas y empresariales, los cuales han terminado siendo convertidos en bases

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militares, puntos de apoyo estratégico, zonas de contención, etc. Los países
desarrollados han encaminado esos Estados según sus conveniencias, siendo por ello
abundantemente abastecidos de capital y de tecnología, imponiéndoseles el modelo sin
que hayan tenido oportunidad de conocerlo, evaluarlo o elegirlo. Se trata entonces de
realidades anómalas, deformadas por los vaivenes de la política internacional, que muy
poco tienen que ver con el desenvolvimiento natural del capitalismo en un país
tercermundista. Son sujetos pasivos de la Historia y de las voluntades ajenas, las
cuales pueden enriquecer o empobrecer según sean los intereses involucrados.
Obviamente el Perú no es un país con atractivos geopolíticos como para, por poner un
ejemplo, recibir 50 o 100 mil millones de dólares en calidad de donación como ocurrió
en casos como Taiwán, país que en un momento dado albergó a más de 600 mil
soldados estadounidenses.

6. Soy un técnico y no un político

La falsa verdad. Las personas que solo se guían por leyes y principios teóricos o
matemáticos, que no manifiestan tener ninguna posición política, que no les interesa
ella y, además, la consideran mala, son los únicos con verdadera autoridad moral, por
lo que resultan ser los más idóneos para manejar la economía del país.
La verdad. El ser humano no es una máquina; siempre actúa como humano, con todo
lo que ello implica. Por lo tanto, en toda actividad no existe la neutralidad: siempre se
favorece a alguien, quiérase o no, y a sabiendas. Los tales neutrales «técnicos» del
decanato tomaron decisiones no técnicas que terminaron por favorecer a quienes no
pensaban técnicamente. La política es el arte de gobernar y ello contempla también un
conjunto de valores y principios, definidos por la ética y la axiología, que finalmente
orientan las decisiones. La experiencia nos demuestra que se necesita ser político para
saber escoger la acción más adecuada que puede enriquecer o empobrecer a una
nación.
El comentario. La economía es una ciencia social no una ciencia exacta. Aún entre los
teóricos de la ciencia, los epistemólogos, existen discrepancias en considerarla, al igual
que muchas de las ciencias sociales, lo suficientemente rigurosa como para
denominarla ciencia, como sí ocurre, por ejemplo, con la física. Y eso a causa del
carácter eminentemente humano de la economía, sujeta a la voluntad y a las
vicisitudes de nuestro devenir por el mundo. La economía depende, no tanto de las
leyes inmutables que no sabemos si existen y se dan al margen de los acontecimientos
del hombre —como lo serían las formas y comportamiento de la materia— si no de las
múltiples variables que se observan en nuestra historia. En la mayoría de los casos,
una guerra o una simple batalla, y sus infinitos accidentes, han hecho más por el
destino de los pueblos que un buen manejo de la administración pública. Por otro lado,
si la economía consiste en la conducción de los bienes públicos, es obvio que los
encargados de esos bienes serán los mismos encargados de la dirección de la
República, o sea, los políticos.

7. El Perú es una empresa.

La falsa verdad. Un país es como una empresa: en ella existen los trabajadores, las
herramientas y maquinarias para el trabajo, el medio donde se labora y aquellos que la
dirigen. Entonces el Perú es una empresa, y hay que manejarla como tal para que sea
eficiente y rentable.
La verdad. Lo que realmente se quería hacer era buenos negocios con la plata del
Estado sin importar cómo se desenvolviera el resto del país. El Estado siempre ha sido
para la clase dominante una jugosa fuente de ingresos para sus empresas, así que
siempre se ha buscado apoderarse de él y usarlo como alcancía. Los grupos de poder

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—que son los mismos de ahora— invertían rentablemente en la Bolsa pero con el
dinero que producía la venta de las empresas públicas, o sea, con dinero de la nación,
de todos los habitantes, no de ellos mismos.
El comentario. Ni al más fanático capitalista de la Historia se le ocurriría la
descabellada idea de que un país es una empresa; ello es tan obvio que exime de
hacer un comentario. Sin embargo, resulta preocupante que esta idea se utilice como
concepto operativo. No podemos negar que tiene un buen efecto publicitario y que
ayuda a que muchos acepten fácilmente las leyes del mercado, sin ninguna
observación ni obstáculo. Lo malo es que de ese modo todo aquello que no encaja
dentro del esquema país-empresa termina siendo marginado o desechado sin más
trámite; por ejemplo: la cultura, las artes, la espiritualidad, los valores éticos y
morales y una larga lista de etcéteras entre los cuales se encuentra la vida del mismo
hombre, cuando éste ya no es un sujeto productivo. La vida del ser humano es muy
compleja, y no se agota en el simple acto de trabajar.

8. Solo las inversiones extranjeras salvarán al Perú

La falsa verdad. Los peruanos carecen del dinero, del conocimiento y la tecnología
adecuadas para asumir solos su destino, por lo tanto, necesitan que sean los
extranjeros quienes hagan el trabajo más difícil.
La verdad. Ciertamente es más fácil invitar a quien ya tiene todo predispuesto en vez
de empezar a hacerlo uno mismo (sin descontar que eso puede ser un arma de doble
filo, puesto que el invitado aprovecha todas las facilidades que le ofrecen para imponer
condiciones, muchas veces onerosas y funestas; entre ellas: la pérdida de la libertad
de la nación que lo invitó). Pero lo que en verdad se deseaba era viajar en caballo
regalado: que los éxitos de reconocidas empresas transnacionales se trasladasen, por
inercia, hacia el gobierno. De ese modo, con poco esfuerzo (y muchas concesiones y
comisiones de por medio) se llegaba al cielo con avemarías ajenas, o sea, con los
logros de quienes únicamente vienen a hacer negocios y no obras de caridad. Esto es
un populismo moderno: ganarse el favoritismo de un pueblo, ya no con las obras y
dineros del Estado, sino con los buenos resultados que obtienen las compañías
extranjeras.
El comentario. No es la primera vez que en la Historia se apela al recurso de traer de
afuera aquello que se piensa no se es capaz de producir, lo cual en sí no está errado;
es parte de la interrelación humana el intercambio de conocimientos y tecnologías. Lo
preocupante es cuando este simple acto de transferencia, tan natural y espontáneo, se
convierte en un objetivo nacional, cosa que ya no implica una evolución del
conocimiento sino un problema estructural del país. No es natural que un hombre se
minimice tanto a sí mismo exaltando desmesuradamente al prójimo. Cuando esto se
produce estamos delante de un complejo de inferioridad, una convicción absoluta de
que definitivamente carecemos de la capacidad para conducir nuestros pasos. Esto es
entonces un comportamiento que refleja una inmadurez, un temor a ser responsables
de nuestros actos, un abandono de nuestra voluntad porque ya no confiamos en ella,
una anormalidad de la personalidad que se produce en casos como el alcoholismo, la
drogadicción y todo tipo de dependencias. Esto explica un poco el porqué tenía tanta
importancia que el señor Fujimori fuera japonés, o sea, no peruano: porque ello
simbólicamente significaba que no tenía las taras y los defectos que los peruanos
asumen tener. Los peruanos buscaban un salvador, un Mesías extranjero (o seudo
extranjero) que los llevara hacia la tierra prometida, cosa que, en el imaginario
peruano, por ser «cholo» y atrasado, él mismo piensa que no es capaz de hacer.

9. La economía no tiene nada que ver con la política

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La falsa verdad. La economía puede ir muy bien aunque el país pueda ir muy mal.
Puede haber problemas agudos como pobreza, desempleo, corrupción, ignorancia,
pero ello no tiene por qué reflejarse en la economía. Son dos cosas completamente
divorciadas.
La verdad. Se pretendía manejar la riqueza pública sin ninguna fiscalización, ya que
esto permite a muchos apropiársela impunemente. Se ocultaba la verdad
argumentando que la economía era un asunto que solo competía a unos cuantos
funcionarios tecnócratas y a nadie más, con toda la corrupción que, históricamente,
este tipo de situaciones ha generado en todo el mundo durante todas las épocas.
El comentario. La economía es el manejo de los bienes del país, no una simple
combinación de números en un libro de contabilidad. Los bienes de una nación son la
riqueza que ésta produce gracias sus habitantes, que son quienes trabajan y generan
esa riqueza. Pero si estos no tienen la fuerza física, ni el conocimiento, ni la guía
necesaria para hacerlo, es obvio que ese país no producirá nada. Y si no se produce
nada, no habrá ninguna economía qué manejar. Por lo tanto, la economía sí es
producto de la conducción que se hace sobre la población de un país, y a esto se le
llama política.

10. Lo más importante es la economía

La falsa verdad. La economía lo rige todo. Hace rico o pobre a un país. Por lo tanto lo
más importante, lo único, es la economía. Todo lo demás es una consecuencia de ella.
La verdad. La economía es un fenómeno complejo. Es el resultado del engranaje de
una nación y no una parte de ella. La economía no trata de números; trata de cosas
reales que producen los hombres reales. Si estos hombres no existen entonces la
economía no existe. Pero a la clase dominante lo que le interesaba era mostrar sus
libros en azul, cual si fuesen alumnos muy aplicados, y con ello excusarse de cualquier
carencia, error u omisión en todo orden de cosas. No por tener las cuentas bien
manejadas se está en un paraíso. En ese caso, un buen padre de familia sería aquel
que no tiene deudas, aunque sus hijos carezcan de zapatos y no hayan comido durante
muchos días.
El comentario. Siempre resultará más cómodo dedicarse a una sola cosa que a varias.
Sin embargo, a nadie le gustaría ir por las calles sentado sobre un motor, por más que
éste sea la parte más importante de un automóvil y que sin él no pudiera andar. Es
verdad que sin el motor el resto del carro no tiene sentido, pero no por eso vamos a
prescindir de los otros componentes por considerarlos innecesarios. Más aún, la razón
de ser de que exista un motor es que lo que se desea es poder subir a una carrocería
mediante la cual poder trasladarse. Y si ese traslado no va a ser cómodo, poco
interesará ir más rápido o más despacio. Salvo a los pilotos de carrera, a nadie le
interesa un vehículo solo por su velocidad. Del mismo modo, de qué sirve tener bien
invertido el dinero si eso no nos va a permitir llevar una vida digna, tener bien
alimentados a los hijos y disfrutar de los placeres de la vida. Esta óptica nos recuerda
al clásico avaro de los cuentos, que vivía míseramente pero sumaba y restaba su
inmenso tesoro.

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