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HACIA UN

NUEVO MUNDO
Acerca del posible destino de la humanidad

Luis Enrique Alvizuri


Luis Enrique Alvizuri presenta Hacia un nuevo mundo, ensayo acerca del posible destino de
la humanidad en el que se expone una reflexión filosófica con fe y entusiasmo por creer en
el buen rumbo de los seres humanos. Se inclina rotundamente hacia el lado optimista de la
vida y sostiene que el amor es el elemento principal de la existencia, por lo que todos los
actos deben encaminarse bajo sus leyes y con sus impulsos. El autor evita ubicarse en un
tiempo especial, intenta ser universal y propone una etapa feliz en la cual el hombre habrá
alcanzado el control de sí mismo gracias a su propia evolución. Es, en suma, una mezcla de
observaciones sobre la vida humana y un deseo ardoroso de ver un futuro mejor para
todos. Esto lo complementa con un glosario en el que propone nuevos giros para definir los
grandes temas de la filosofía.

Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo (Lima, 1955). Ensayista, publicista y comunicador, con
estudios de sicología en la Universidad Ricardo Palma y comunicaciones en la Universidad de
Lima. Es autor de ensayos filosóficos, poemarios, cuentos literarios y para niños, y
compositor e intérprete de canciones de contenido social y reflexivo, con varios discos
grabados. Es creador de juegos de mesa, de un módulo educativo para nivel inicial y de una
caricatura periodística titulada Zapatón y Zapatilla. Profesionalmente se desempeñó como
locutor de radio y televisión, como periodista y como publicista de varias agencias de
publicidad del Perú. Actualmente es consultor en comunicaciones empresariales. En 1994
fundó la Asociación Artística y Cultural GAMA y es fundador y presidente de la Sociedad
Internacional de Filosofía Andina SIFANDINA.

Primera edición 2004

© 2004 Fondo editorial del Instituto de Investigación para la Paz Cultura e Integración de
América Latina, Lima, Perú.

Printed in Perú

kikealvizuri@yahoo.com.ar

Agradecimientos:

Quiero expresar mi profunda gratitud a todas aquellas personas que, con su


paciencia y comprensión, han permitido que esta obra sea una realidad, en especial a
Gustavo Flores Quelopana por creer en mí. Debido a ese generoso tiempo que han dedicado
a escucharme y leer lo escrito estoy comprometido a no defraudarlos; y no solo a ellos, sino
también a todos los hombres y mujeres de bien que pueblan y poblarán la tierra.

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Para ti, hombre de buenas intenciones, es este mensaje:
volvamos a hacer de la tierra un mundo ancho y ajeno.

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ÍNDICE

PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
Vocación de hombres
El hombre nuevo y el hombre viejo
Somos de este mundo
Maduración
El hombre viejo
El hombre nuevo
El bien y el mal
Monumentos y catedrales
El éxito
El amor
Otra vida
Un nuevo dios
Voluntad de cambio
Nuestra fuerza
Lo moral y lo inmoral
El mundo es injusto
Del amor y del interés
La nueva ciencia
Más sobre la ciencia
La felicidad completa y la fe
La belleza
Más sobre la felicidad completa
Formas anterior y superior de existencia
El dios del Hombre Viejo
El dios del Hombre Nuevo
Sobre si existen los Hombres Nuevos
El mal
Más allá de nuestra imaginación
El amor es una causa
La fuerza del amor
El bien
En qué están de acuerdo la religión y la ciencia
Hemos de querer
El bien, solo el bien
El bien es preferible a lo útil
Voluntad de amar
Amar a todos los hombres es amar al hombre
Constitución del hombre
El interés
Sobre la verdad
La razón
Más sobre la razón y el sentimiento
El mundo del interés
Equilibrio
Para qué son los mejores
Hagamos un Nuevo Mundo
Los mejores actúan
Los mejores son incontenibles

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Abandonando el Mundo del Interés
La belleza como objetivo de vida
Una mirada al Nuevo Mundo

GLOSARIO
Amor
Armonía
Belleza
Bien
Causa
Ciencia
Conocimiento
Dios
Dolor
Fe
Felicidad
Hombre ( ser humano)
Hombre Nuevo
Hombre Viejo
Interés
Justicia
Libertad
Mal
Moral
Mundo del Interés
Naturaleza
Necesidad
Nuevo Mundo
Placer
Poder
Prójimo
Razón
Religión
Sentimiento
Trascendencia
Utilidad
Vanidad
Vida
Voluntad

BIBLIOGRAFÍA

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PRÓLOGO

En el verano de 1999 conocí a Luis Enrique Alvizuri durante un concurrido café


filosófico. No recuerdo qué tema en aquella ocasión se trataba, pero mi memoria guarda
nítidamente la impronta de un preclaro espíritu, cuya palabra cristalina y cadenciosa
desenvolvía argumentos con soltura, los cuales iban engarzados en elevados ideales. A
partir de allí se inició una amistad que el tiempo ha ido madurando como el vino. Tuve
ocasión de paladear su poemario El cancionero del presbítero y su ensayo Andinia, ambos
de 1997. Su poesía estremece por su realismo vital, versos tensos, naturales, transidos de
robusta esperanza por un mañana mejor. Su ensayo expone con ardor y fiereza una utopía
andina antioccidental. Ambos trabajos estaban ya preñados con el sueño legítimo de un
futuro mejor para la humanidad. Pero él, que no necesita de elogios vulgares, es
primigeniamente un trovador, con guitarra y todo; es un artista de raras cualidades como
ejecutante y compositor. Quedará para el piadoso culto de sus amigos la admiración de
tantas excepcionales capacidades, de la simplicidad, rectitud y bondad que solo pertenecen
al hombre creador. Sí, es un artista verdadero, y como el arte no reproduce lo visible sino
que lo crea, siempre se hará notorio, en cada página que escribe, que también es un
pensador que entrega su alma proteica para dar lugar a una obra heteróclita, esto es,
escribe como un esteta que tiene el corazón pleno por una utopía. Por tanto, amigo lector,
el valor de sus ideas no pueden medirse por el aparejo de conocimientos que exigen sus
temas, sino por las intuiciones profundas en los diversos tópicos que aborda. De esta
manera, quiero decirles a los fieles lectores algunas de las razones que justifican la lectura
atenta del libro Hacia un nuevo mundo, el cual fue elaborado en casi un año, lapso en que
se sustrajo monacalmente a todo contacto y no se dejó ver. Ahora, reaparece como el ave
fénix, renovado y con una nueva utopía bajo el brazo, pero que vibra desde su corazón.

Primera razón: es un elogio de la necesidad de una vida creadora, lo cual nos hace
exclamar al unísono con Romain Rolland: “Solo existe una dicha, la de crear. Solo vive
aquel que crea. Los demás son sombras que deambulan en la tierra, ajenas a la vida. Toda
la alegría de nuestra vida es la alegría de la creación”. Para Alvizuri la mejor y más grata
manera de vivir es creando, solo así nos acercamos a la felicidad completa. Naturalmente,
esta vida creadora está unida a una forma superior de existencia, más espiritualizada,
articulada a lo bello y a lo bueno. No es un secreto que este ideal, así concebido, colisiona
frontalmente con nuestra moderna sociedad industrial y postindustrial, la cual en la era de
la globalización deja a las tres cuartas partes de la humanidad en la pobreza, en la lucha
por la supervivencia, las perturbaciones nerviosas, la despersonalización, la xenofobia, el
hambre, la desesperación y la alienación. Escribía el apóstol Pablo que debe haber herejías
para que se descubran los que tienen una virtud probada. Es en este sentido que, si Alvizuri
nos parece admirable, no es tanto por enaltecer la creación cuanto porque lo hace en medio
de una generación sibarita, muelle y consumista, que vive del puro usufructo sin ser
creativa.

6
II

Segunda razón: el hombre nuevo es el que prefiere el bien a lo útil. La creatividad, a


la que hacer referencia, no es primordialmente la creación científico-técnica; no podría
serlo, pues esta solo da cuenta de una manipulación de la realidad. La creación es sobre
todo de índole moral; es la preferencia de lo bueno sobre lo conveniente y ventajoso. Y cree
que la humanidad está en condiciones de hacerlo. Resueltamente afirma que ya existe la
base técnico-industrial para solventar las necesidades básicas de la población del planeta
entero, pero que aún falta la base moral para ejecutar tal plan de justicia. Esta segunda
razón es una nueva herejía alvizuriana, en medio del ultraliberalismo luciferino que instaura
una sociedad transaccional sin valores superiores. En realidad, colisiona con el núcleo del
principio utilitarista de la globalización, a saber: reemplazando lo útil social por lo útil
individual. Su verbo rechaza así el hedonismo especulativo de las elites transnacionales y
por ello reacciona ante la destrucción desquiciada de la lógica de fines para reemplazarla
por la lógica de medios.

III

Tercera razón: la voluntad de servir es superior a la voluntad de poder. Si ha existido


en la modernidad un telos más nefasto que otro, ese sería el da la voluntad de poder. Sus
monstruosas manifestaciones llegaron al paroxismo durante el holocausto, las guerras
mundiales, la saturación del planeta con armas de exterminio masivo, la guerra fría, el
peligro del exterminio atómico y la prepotencia del hegemonismo norteamericano en un
mundo unipolar. Entonces, cómo no admirar el valor de Alvizuri de enfrentarse con un ídolo
que aún arrastra a mayorías alucinadas por el poder, y que nos retrotrae a insignes figuras
de la santidad cristiana que dieron ejemplo vivo de un espíritu de servicio y sacrificio. Es
más, esta voluntad de poder tiene actualmente su más grosera manifestación con la
arrolladora economía global de las megacorporaciones privadas, las cuales imponen la
dictadura del sanchopansesco materialismo consumista del hombre sin trascendencia, y que
barren del planeta todo viso de espiritualidad en las culturas locales.

IV

Cuarta razón: sin amor al prójimo no puede germinar un nuevo mundo. El amor es la
única base que hace el bien, nos lo recuerda el autor, imbuido de un cristianismo profundo.
Y con ello pone el dedo en la llaga pestilente del mundo moderno, el cual ha reemplazado la
caridad y la piedad por el saco de oro, el condumio, las comisiones, las tasas y el
porcentaje. No en vano dice el Evangelio: “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón”. Bien
podríamos creer con Nietzsche que lo que triunfa hoy es la moral de esclavos, de aquellos
que privilegian los bienes materiales sobre los espirituales y que no son conscientes de cuán
pobres los han convertido sus riquezas. Así se labra la ruina del mundo moderno mediante
la ruina moral del hombre; sin duda, el más triste espectáculo de la posesión por la
posesión.

Quinta razón: solo actuando a contracorriente se puede crear un mundo mejor.


Alvizuri es optimista, cree en la posibilidad de cambio. No es que alimente un ciego
heroísmo, no es que ambicione que todos seamos héroes, no, sino que su nuevo sentido de
heroísmo consiste en que cada hombre debe hacer lo que puede o esforzarse hacia lo que
no puede, porque la historia es un incesante volver a empezar.

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VI

La inmortalidad consiste en trabajar en una obra inmortal, como son los nobles
ideales. Estas obras son de todos los tiempos, y no es requisito ser un sabio consumado ni
un aburrido doctor. Basta la honesta claridad, la sincera inquietud y un esfuerzo denodado,
como la que muestra el autor en este libro, para que mediante el renacer de nuevas utopías
estas puedan dar al hombre nuevas esperazas por un mundo nuevo y mejor. Alvizuri, con
esta obra, nos demuestra que tiene un destino, y que lo sigue como un faro de irradiación
interior. Acompañémosle, a partir de las pocas razones que acabo de señalar entre las
muchas que existen en una travesía emocionante y digna de extraordinarias posibilidades
teórico-prácticas. Como a él, a mí también me parece que este mundo se ha tornado caduco
y decadente, como la Babilonia rica y prepotente que no conocía al verdadero Dios.
Entonces ¿por qué no hemos de buscar la nueva Jerusalén, aprisionada ahora en las
cadenas de su cautiverio?

Gustavo Flores Quelopana


Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía
Salamanca 2003

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INTRODUCCIÓN

Este escrito intenta ser una nueva mirada al ser humano y un nuevo esfuerzo de
querer elevarlo por encima de sus miserias y de su fatalismo. Partimos del hecho que la
humanidad es un proceso que viene durando millones de años y que no sabemos cuándo
acabará ni de qué manera. Es como si estuviésemos viendo pasar un tren pero del que no
logramos ver ni la locomotora ni el último vagón, y no nos queda más remedio que
imaginarnos cómo serán ambos. Por eso lejos está de nuestra intención el creer que
podemos poseer el conocimiento real sobre lo que es el hombre; más aún, hemos de decir
que somos conscientes de nuestras limitaciones y vamos a mencionarlas porque es
necesario hablar antes que nada con la verdad. Las primeras son las naturales: el lapso que
dura una vida no nos permite ver todo el proceso humano como ya hemos mencionado
y desgraciadamente nos perdemos los sucesos más trascendentales para entenderlo, como
son el inicio y el final del mismo. Otra limitación es que estamos tratando de analizar al
hombre desde un individual punto de vista, cuando lo ideal sería que este estudio fuese
efectuado por una gran cantidad de preclaros pensadores, todos unidos en torno al fin.
Luego, no podemos evitar el estar parcializados, por cuanto provenimos de una
determinada cultura que nos determina y nos hace ver las cosas desde un particular lado
del prisma, impidiéndonos ser todo lo neutrales y equitativos que quisiéramos. Pero además
de estas limitaciones naturales que no son poca cosa tenemos las limitaciones de
nuestra propia individualidad en especial la del autor como son: una limitada capacidad
para el pensamiento profundo, lo cual nos distancia de sobremanera de los grandes
pensadores y filósofos que ha conocido la historia; una poca o nula preparación en cuanto a
estudios convencionales sobre filosofía se refiere, lo cual conlleva la desventaja de que,
debido a esto, se ignora mucho de lo ya pensado y digerido, incluyendo los necesarios
consejos académicos y las imprescindibles críticas constructivas. Es por lo dicho que este
intento de reflexión adolece de muchos errores de método, así como hace manifiesto ciertas
carencias de forma que hubiesen facilitado el entendimiento del lector. Y por si esto fuera
poco, el que escribe proviene de una sociedad semioccidentalizada donde el ambiente poco
contribuye a tener una visión global sobre la humanidad algo cercana a lo aceptable. Pero, a
pesar de todo esto, también es justo decir que lo que tenemos a nuestro favor sería, en
primer lugar, el entusiasmo, que a veces por ser ciego emprende tareas que aquellos que
ven con mayor acuciosidad no se atreven. En segundo término nuestra total independencia,

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ya que este esfuerzo reflexivo no está motivado por ninguna otra intencionalidad que no sea
la del propio autor, quien es responsable tanto de las ideas expuestas como de la edición y
los errores ortográficos por lo cual desde ya rogamos a los comprensivos lectores acepten
nuestras disculpas. Por último diríamos que el argumento más importante para reafirmarnos
en el empeño de realizar este trabajo sería nuestra sana intención de querer hacer algo
para intentar revertir la inmensa ola de pesimismo que embarga a esta época en general.
Obviamente, con una obra como la que presentamos nadie puede esperar adquirir poder y
riqueza, así que lo único que queda es la esperanza de que esta pudiera servir de algo para
que algunos nobles corazones se animen a encontrar otros caminos que hagan la vida
humana más llevadera, sino mejor, en el buen sentido de la palabra.
El método que hemos usado es el de la inspiración, razón por lo cual se omiten las citas lo
que tampoco quiere decir que las ideas hayan venido de la nada sino que han fluido
después de repasar todo lo que se ha leído y vivido. Para aquellos que se interesen por la
bibliografía a pesar de que, como hemos dicho, este no es un ensayo filosófico en el
estricto sentido del término al final ponemos los más importantes textos que durante
mucho tiempo nos han servido de fuente de motivación para atrevernos a expresar nuestras
ideas.
Hemos de decir también que este libro se divide en dos partes: una basada
fundamentalmente en reflexiones y pensamientos, y otra que viene a ser un glosario en el
cual hacemos un intento de encontrar nuevas formas de definir tradicionales conceptos.

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El objetivo es el hombre, es el fin último de todo.
Pero el hombre debe tener un quehacer para encontrarle sentido a la vida.
Ese quehacer es el arte: transformar la tierra, como la arcilla del alfarero,
para recrearla y hacer con ella un bello escenario donde vivir.
El sentido de nuestra vida debe ser crear belleza.
Creando satisfacemos la ansiedad de la vida.
Si la muerte nos llega mientras creamos belleza, mientras realizamos arte,
moriremos satisfechos.

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Vocación de hombres
La mayor realización a la que podemos aspirar es a ser totalmente hombres, seres
humanos. Ese es el llamado, la vocación imperiosa que nos da la naturaleza, quien nos ha
hecho como somos. Y el ser totalmente humanos implica necesariamente continuar nuestro
camino, seguir a pesar nuestro haciéndonos nosotros mismos, con nuestros aciertos y
errores. Es cierto que ya no somos los mismos que fuimos al comienzo; hemos adquirido
algún conocimiento de la naturaleza; conocemos nuestros espíritus un poco más que antes
y hemos recibido numerosos consejos provenientes tanto de nosotros mismos como de los
dioses. Por todo ello, no podemos quedarnos paralizados, adormecidos por la vida diaria,
por el pensamiento común, o sometidos voluntariamente a ser víctimas de nuestros errores
del pasado. Inevitablemente tenemos que superar lo que nos impide avanzar hacia nuestro
destino: trascender. El pasado está lleno de cosas buenas y malas, pero es el pasado. No lo
podemos retener para siempre, al igual que un niño no puede quedarse en su infancia por
muy buena que esta le haya parecido. Tenemos que avanzar, crear, buscar e incluso
cometer nuevos errores. Solo así podremos llegar a crecer, a madurar. Si no nos
arriesgamos a cambiar constantemente corremos el peligro de quedarnos siempre niños,
siempre dependientes. Dios, los dioses, no pueden llevarnos toda la vida de la mano; en
algún momento tenemos que soltarnos de ellos para que aprendamos a caminar. Ya
bastantes voces nos han hablado durante mucho tiempo acerca de lo que tenemos que
hacer. Pero ¿acaso realmente lo ignoramos? No, no lo ignoramos. Sin embargo siempre
habrá quienes digan que es mejor no movernos, no cambiar, porque ello es peligroso. Y nos
dirán que estamos viviendo en el mejor de los mundos posibles; y nos hablarán de las
ventajas y las maravillas de la época actual, sea la que esta sea. Pero ello no debe impedir
nuestro destino. Tenemos que seguir probando, buscando, intentando por todos los medios
realizarnos como lo que somos: hombres, buscadores, urdidores, creadores. Como hemos
dicho, en este afán cometeremos muchas y nuevas equivocaciones, pero eso no se puede
evitar; es parte de la esencia de ser lo que somos; hacia allá vamos. Ni las dulzuras del
mundo actual, ni las promesas de consuelo, ni los llantos de los que se asustan por los
cambios impedirán la realización de nuestra vocación de hombres. Hemos de dar el
siguiente paso: hemos de buscar un nuevo reto, un Nuevo Mundo.

El Hombre Nuevo y el Hombre Viejo


El Hombre Nuevo aspira a vivir en orden y en armonía con el medio, el cual primero debe
adaptar al ideal que busca. El Hombre Viejo está congelado y aspira a acomodarse a una
forma de vida monótona, triste y llena de sufrimiento. El Hombre Viejo solo piensa en
satisfacer sus necesidades orgánicas y su vanidad, por lo tanto, modela su forma de vida
conforme a eso. En cambio el Hombre Nuevo busca realizar sus afanes de creación y de
belleza y, por lo tanto, adecúa sus necesidades básicas a ello. El Hombre Viejo vive con
miedo buscando protección. El Hombre Nuevo vive anhelando una forma de vida mejor que
la anterior. El Hombre Viejo está encadenado a la tierra donde nació. El Hombre Nuevo
busca nuevas tierras donde crear su Nuevo Mundo. El Hombre Viejo soporta la tristeza
porque piensa que lo desconocido puede ser peor que lo malo que él conoce. El Hombre
Nuevo sabe que su destino siempre será mejor que aquel que dejó. El Hombre Viejo mira
cuánto tiene antes de hacer algo. El Hombre Nuevo decide hacer y luego busca cuanto
necesita. El Hombre Viejo encamina la ciencia hacia la producción para satisfacer a un
mercado. El Hombre Nuevo encamina la ciencia para la adecuación del mundo como hábitat
humano.

Somos de este mundo


Los humanos somos creadores pero también somos creaturas. Nosotros no nos hemos
creado a nosotros mismos. Pertenecemos a un mundo, a un medio ambiente sin el cual no
podemos mantener nuestra vida. Ese ambiente tampoco es exclusivo para nosotros; lo

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compartimos con todos los seres vivientes. Nosotros mismos somos una suma de millones
de esos seres vivientes. Cuando un grupo de esos que habitan en nosotros ve alterada su
existencia, todo nuestro organismo empieza a resentirse. Por eso es importante cuidar tanto
nuestro medio interno, el cuerpo, como nuestro medio externo, el mundo. Si estuviésemos
hechos de otras sustancias que no son comunes en el mundo diríamos que no somos de
este mundo. Pero todos estamos hechos con los mismos elementos que conforman este
mundo. Por lo tanto somos de este mundo, y no solamente venimos de él sino que
necesitamos de él.

Maduración
Cuando somos niños vivimos temerosos y buscamos la protección de nuestros padres. A
ellos les pedimos, con llanto o con gestos, que nos cuiden y nos amparen. En esta etapa
somos conscientes de nuestra inferioridad ante seres que nos parece que todo lo pueden.
Así también, en la infancia de la humanidad, el hombre era como un niño ante la
naturaleza, a la que vio como una suma de fuerzas superiores y las llamó dioses o Dios.
Durante miles de años el maravillado y ansioso hombre le estuvo alargando su mano para
pedirle a ella, a la naturaleza representada por esos dioses todo lo que necesitaba o
anhelaba. Hasta el día en que creó la ciencia, el conocimiento de cómo actúan esas
misteriosas fuerzas, a las que empezó a utilizar ya sin pedirles permiso para hacerlo. Es
aquí cuando el hombre dejó de ser ese niño para convertirse en el joven adulto que ahora
es, a quien la impaciencia por hacer él mismo las cosas devora frenéticamente. Y es aquí
cuando ya no desea que los padres intervengan. Más aún: los niega. El joven adulto por
naturaleza se enfrenta al padre, a la madre, y exige conducirse él solo. Y así debe ser
porque está en vías de maduración. Es en esta etapa en que ese Dios, esos dioses, sabios,
lo dejan actuar sin intervenir ellos. Lo dejan caerse, quemarse, cortarse y llorar solo, porque
es así cómo tiene que madurar. Sin embargo, en verdad no está totalmente solo y
abandonado. Los padres, si bien no influyen directamente en sus actos, lo hacen de otro
modo: mostrándole caminos, con el ejemplo. Entonces esos dioses, de dadores y
benefactores, se convierten en modelos de vida, de actuación. El papel de la humanidad en
esta etapa es el de observar el comportamiento de nuestros creadores para aprender a
imitarlos.
El Hombre Nuevo es aquel que actúa siguiendo las pautas de la nueva etapa de su
maduración. Ya no es el que dependía, asustadizo, del azar y de las fuerzas incógnitas de la
naturaleza. El Hombre Nuevo busca labrar su propio camino pero siguiendo el ejemplo de su
Creador, quien es al mismo tiempo el Mundo y El Universo. El Hombre Nuevo ya no debe
pedir sino obrar, y su obrar ha de ser el fiel reflejo del equilibrio y proporción que la
naturaleza guarda consigo misma. Se ha soltado de la mano del padre, no porque no lo
necesite ya que es imposible vivir sin la naturaleza sino para demostrar que está
creciendo, que está madurando, y que es capaz de empezar a responsabilizarse de sí mismo
por sí mismo. Tal como su Creador le enseñó y le enseña constantemente. Cierto que no
todos los seres humanos están igualmente preparados. Para que toda la humanidad llegue
al mismo nivel ha de tomar algún tiempo. Pero los que ya lo estén servirán de guías a
quienes todavía no se hallen listos. Verdad que todo camino nuevo no está libre de
dificultades y peligros, pero el Creador, aún a la distancia, no abandonará al hombre.
Seguirá mostrándole ejemplos de cómo vivir, de cómo actuar sin depender de otro que no
sea de sí mismo.

El Hombre Viejo
El Hombre Viejo es aquel que vive por vivir, sin esperanzas, perdido en la realidad que para
él es inmodificable. Está convencido que el mundo es así como él lo vive,
independientemente de si atraviesa una buena o una mala etapa de su vida, de si vive
cómodamente o agobiado por sus angustias. No concibe la idea de que las cosas, las ideas y

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los valores puedan ser diferentes. Desconfía de todo aquello que intenta cambiar la
realidad, pues piensa que eso solo conduce a una desilusión y al fracaso. Su único deseo es
hallar consuelo, ya sea en una religión, en una creencia o en algún tipo de fanatismo. La
noción de futuro la deposita en sus hijos, y solo espera de ellos que no cometan los mismos
errores que él cometió. Pero eso que llama errores se resumen en uno solo: su dificultad
para adquirir riqueza. Dado que para él la riqueza lo es todo, piensa en sus hijos en función
a que no les falte ella en el futuro. Y para que ellos tengan esa supuesta seguridad termina
por renunciar a su vida, a sus ilusiones y a sus sueños, en el afán de consolarse a través del
éxito de sus hijos, éxito que, en la mayoría de los casos, él no pudo lograr. Lo que no sabe
es que sus hijos harán lo mismo con los suyos propios y así sucesivamente. Al pensar de
esta manera el Hombre Viejo ha ido desarrollando con los años una actitud conformista y
derrotista. Su desconsuelo es tan grande, su frustración tanta, que ha renunciado a ver más
allá de sus posibilidades. Y como él no es capaz de verlo, tampoco cree que puedan hacerlo
los demás. Porque el Hombre Viejo es un hombre que ha aprendido a pensar en función de
sí mismo. Cuando piensa dice: “¿Qué debo hacer? ¿Cómo arreglaré mis problemas? ¡Cómo
me gustaría ser rico! ¿Adónde iré? ¿Qué será de mí?”. Y mira a los demás, a los otros que
son como él, como si fuesen medios, maneras de obtener lo que necesita. Por eso se
pregunta: “Esa persona ¿me conviene? ¿Me puede servir para algo? ¿Solucionará mis
problemas? ¿Qué le puedo dar yo a cambio de que me sea útil?". Así piensa el Hombre
Viejo.

El Hombre Nuevo
El Hombre Nuevo es aquel que ha dejado la niñez y asume su vida de acuerdo con su
voluntad. Comprende que ya no puede pasarla esperando que alguien le dé todo lo que
pida; ahora él se hace cargo de su futuro. Para eso tiene a la naturaleza como su aliada. El
Hombre Nuevo no espera milagros porque él mismo los hace con sus manos. Si se enferma
no reza ni ruega en busca de un padre que todo lo sabe para que lo sane. Si se enferma
busca la cura dentro de la naturaleza. Así lo hacen todos los seres vivos y así lo han
enseñado todos los sabios y santos maestros del pasado. Igualmente, si desea vivir de un
modo que le plazca, no espera sentado ni mira al cielo. El Hombre Nuevo usa su voluntad
para crearse a sí mismo. Tampoco cree en leyes inmutables, vengan de seres invisibles o de
palabras escritas con ciencia. Todo ello es obra suya y no de la naturaleza. La naturaleza no
sabe que ella misma tiene leyes. La naturaleza actúa; nosotros la miramos desde un
agujero y de ahí deducimos cosas valiosas, inútiles o dañinas. Pero la verdadera utilidad de
la ciencia depende de cómo queramos vivir. Si queremos hacerlo rodeados de tecnologías
de todas las épocas pues viviremos así. Si queremos vivir sin ninguna tecnología pues así
también será. Nadie se muere por carecer de ciencia. Esta es solo una opción, pero ninguno
está obligado a ser ilustrado. Ello no quiere decir que el Hombre Nuevo no cometerá
errores, pues, como todo joven adulto, los cometerá y en gran medida; mas no serán los
errores del pasado. De niños llorábamos cuando no teníamos un juguete, gozábamos
cuando mandábamos a los demás, comíamos hasta hacernos daño y transgredíamos todas
las recomendaciones para ver si eran verdad. Pero habiendo crecido, ya los dulces no nos
gustan; los juguetes para correr, saltar, reír, hacernos cosquillas, nos aburren. Preferimos
un poco de soledad a andar metiéndonos en las vidas de los demás; nos avergüenza caer
en las mismas equivocaciones de la infancia. El Hombre Nuevo busca su propio camino y
desea hallarlo solo, gracias a su voluntad de creación, de acción, tal como lo ha venido
aprendiendo de los dioses, de Dios, de los grandes maestros, durante miles de años.

El bien y el mal
Mirando muy detenidamente a la naturaleza no podemos imaginar que ella pueda albergar
eso que llamamos el bien y el mal. Estos conceptos son eminentemente humanos, son
creaciones hechas por nosotros para poder entender nuestras acciones. Si admitiésemos

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que en la naturaleza existe el bien tendríamos que reconocer entonces que existe el mal,
porque es el opuesto que lo justifica (al igual que no puede existir el concepto de alto sin el
de bajo y así en todos los casos). Pero el mal, fuera del hombre, no existe, por lo tanto su
opuesto, el bien, tampoco es real en la naturaleza. Además, no se puede hacer el bien o el
mal sin tener deseo, voluntad de hacerlo; entonces, si existieran el bien y el mal en la
naturaleza, tendríamos que creer que ella actúa en forma pensante, que busca hacer, a
veces, lo uno o lo otro, lo cual nos llevaría a concluir que la naturaleza sería un ser como
nosotros. ¿No será que más bien colocamos actitudes humanas a cosas que no lo son?,
pues todo indica que a la naturaleza no le podemos reprochar que actúe con maldad, ni
siquiera con respecto a la muerte. ¿Puede ser mala la muerte? ¿Se imaginan qué sería de la
vida sin la muerte? Pues no existiría el ciclo vital, la renovación de las energías, la
primavera, y muchas cosas más. Por lo tanto la muerte no tiene nada de malo. Todo lo
contrario. Tampoco el dolor. ¿Qué es el dolor? Algo nos agrede, y si no lo sentimos,
finalmente nos matará. Hemos ingerido algo dañino; si no nos duele el estómago no
buscaremos la cura. ¿Puede entonces ser malo el dolor? Los cataclismos, terremotos,
maremotos, explosiones volcánicas, sequías, cambios climáticos y todos los fenómenos
naturales ¿son malos? Nos afectan cuando por alguna razón estamos cerca de ellos, mas
cuando no lo estamos ni siquiera nos enteramos de su ocurrencia. La naturaleza no escoge
dónde quebrarse en pedazos: lo hace donde debe, estén allí los hombres o no. ¿Es justo
pedirle a ella, a algún dios, que no ocurra lo que es lógico que ocurra? ¿Pediríamos que
justo cuando una nave espacial esté cerca del sol éste se apague para que no la queme?
¿Sería justo ese dios si obedeciese al hombre que le pidiera tamaños absurdos?
El bien y el mal solo residen en el hombre, en su profundo mundo interior y solo son obra
de él y nada más que de él. Nunca vamos a encontrar eso que llamamos el mal fuera del
espíritu, del corazón, de la mente, o como queramos denominarlo, del hombre. Es de
infantes echarle las culpas de nuestros errores a entes u objetos extraños, llámense cucos,
diablos, espíritus, fuerzas o leyes de la sicología o de la naturaleza. El único mal verdadero
es el que elaboramos en nuestros pensamientos y luego ejecutamos. Mas no lo ejercemos
contra las piedras, ni contra las plantas ni tampoco contra los animales. Ocasionarle el mal
a quien no sabe que se lo estamos haciendo es la más grande pérdida de tiempo. El mal se
le hace solo a otro ser humano, en quien debemos comprobar que lo está padeciendo. Para
que sea verdadero mal tenemos que constatar que el que lo sufre lo sabe, sabe que está
sufriendo ese mal. Hacerle daño a alguien que atribuya la causa de ese mal a la casualidad
o al azar o a él mismo es, para el causante, la más terrible frustración. Se hace el mal a
sabiendas de quién lo hace y por qué. Solo así el mal tiene existencia. Solo así podemos
decir que lo hacemos. Lo mismo pasa con el bien. Ambos tienen que provenir de la voluntad
del hombre, no de una fuerza externa. Hacer el mal o el bien por casualidad o
inconscientemente no es hacerlo. Tenemos que quererlo, que desearlo y hacérselo saber a
quien lo recibe.

Monumentos y catedrales
Ciertos monumentos, como por ejemplo las catedrales, son el resultado de la fe y el trabajo
de miles de hombres en el transcurso de un largo tiempo. Es un esfuerzo en el cual cada
uno puso lo mejor de sí, lo mejor de su vida. Fueron esas catedrales lo más significativo, lo
más insigne de su tiempo. Visto con los ojos de quien no tiene fe y solo piensa en su propio
beneficio, desde el punto de vista del Mundo del Interés, se trata de construcciones
costosísimas y totalmente inútiles como también lo serían las pirámides; enormes
ejemplos del absurdo del hombre. El práctico se dice: “Qué estupidez más grande.
Desperdiciar tantos recursos, tanto trabajo, en un templo, cuando se pudo haber hecho
muchos caminos, muros, barcos, puertos, edificios, hospitales y más cosas útiles para la
vida”. Esos prácticos, que son los Hombres Viejos, no hacen nada que no tenga un fin
utilitario, nada que no se pueda negociar y obtener de ello alguna ganancia. Se han cegado

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a sí mismos y han cegado a los demás, haciendo que millones de hombres piensen como
ellos. Pero hacer una catedral no era una pérdida de tiempo ni una locura o un absurdo. Era
un objetivo de vida.
La vida humana es sumamente pasajera. Se va más rápido de lo que pensamos y casi
siempre antes de que la hayamos vivido, antes de que sintamos que hicimos algo
provechoso, valioso, beneficioso para el prójimo. Suele suceder que, al final de nuestra
existencia, descubrimos que nos quedaron demasiadas cosas por hacer, que estuvimos
demasiado ocupados con lo mundano e intrascendente, que postergamos nuestros mejores
proyectos, nuestros mejores deseos, simplemente para mantenernos a nosotros y a
nuestras familias. El Hombre Viejo vive y muere con esa angustia: haber vivido sin saber
para qué, y haber muerto sin haberle dado a su vida un sentido, una razón, un porqué. Y
casi siempre el consuelo, que son los hijos amados por quienes sacrificamos todo, son los
primeros en desilusionarnos; ello debido a que pensamos que los hijos deben ser siempre
agradecidos por todo lo que les hemos dado; pero aquello muy rara vez ocurre. Así que
morimos sin siquiera tener el consuelo de que un hijo nos diga: gracias, muchas gracias.
Pero... ¿gracias de qué? ¿De qué tienen que agradecernos nuestros hijos? ¿De convertirlos
en un remedo, en una mala copia de lo que somos: seres asustados corriendo detrás de
cualquier cosa que signifique riquezas y otras cosas más? ¿Queremos que agradezcan a
hombres que dejaron de serlo solo por llevarles un pan a la boca? Más valdría darles un
ejemplo de humanidad, de grandeza, de inteligencia y de creatividad que costearles una
profesión barata. ¿Es que es suficiente con pagarles la educación a los hijos para pedirles
entonces que nos tengan un agradecimiento eterno? ¿Y qué hay de lo demás? ¿No cuenta?
El Hombre Viejo lo ve todo a través de la riqueza y cree que, si la ha dado, entonces lo ha
dado todo.
En cambio, aquel que emprende una obra, que dedica su esfuerzo por algo que está más
allá de su corta existencia, más allá de sus pequeñas ambiciones caseras, ese encuentra un
sentido a su vida, trasciende. Aquel que desde su oficio, desde su actividad, contribuyó a
levantar ese enorme monumento para la gloria de Dios, llamada catedral, sintió que vivió
para algo grande, no solo para él y su familia, sino para todos, para todos los hombres de
su tiempo y de la posteridad. Aquel que llevaba el agua al picapedrero, aquella que
preparaba la harina para el pan de los obreros, aquel que cosechaba los frutos para
alimentar a la gente, aquel que arreaba las mulas llevando los ladrillos, aquel que tallaba
primorosamente una esquina de alguna puerta, ese otro que le daba forma a los arcos del
techo, aquel que pintaba los cuadros de santos, el que calculaba las medidas de las torres;
todos ellos, sin distinción de rango y posición, se sintieron orgullosos de la obra que hacían;
y sabían que en ese monumento había algo de ellos, alguna parte de su espíritu habitaba
dentro de la catedral. Podían enorgullecerse muy en su interior pues eran conscientes que
habían contribuido a una magna obra, más grande y satisfactoria que haberse dedicado a
llevarle pan a los hijos o haberles dado estudios, o haberse comprado una casa o una
carreta, o convertirse en conde o duque para administrar bienes y amargarse la vida con
ello. Eso es darle sentido a la vida: vivir para algo que está más allá de nuestra pequeña
existencia. El Hombre Nuevo sabe que la vida vale cuando entrega su esfuerzo junto con el
de los demás a una causa, a una obra que representa lo mejor que él puede dar de sí
mismo.

El éxito
El Hombre Viejo piensa que el objetivo de su vida es alcanzar ciertos deseos, ciertas metas
que se ha propuesto para sí. Cuando esto logra se dice a sí mismo que ha obtenido el éxito.
Pero olvida que ese éxito en realidad depende de lo que opinen los demás de él. Si se
pusiese metas absurdas, que a nadie interesaran, sería ignorado o tildado de loco, por más
que lograra esas metas a plenitud. Por lo tanto esas ambiciones personales tendrán que
estar necesariamente vinculadas a la opinión de los demás. Esto significa que deberá fijarse

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entonces en qué piensan y qué valoran los demás antes de ponerse esas metas. Como
vemos, los demás, el prójimo, siempre está presente en nuestras vidas, más de lo que
pensamos. El error es que el Hombre Viejo cree que primero debe pensar en cómo
satisfacerse a sí mismo antes que pensar en cómo satisfacer a los demás, verdadero
objetivo de nuestras cortas existencias.
En cambio el Hombre Nuevo, que ya es consciente de cuál es el verdadero orden de las
cosas, primero piensa en cuál es la mejor acción que puede realizar para su prójimo y luego
medita cómo adecuarse a ello de acuerdo con sus capacidades e inclinaciones. Esto hace
que el Hombre Nuevo sepa rápidamente cuáles son los resultados de su esfuerzo, puesto
que son los demás los que le van indicando si está en buen camino. Pero algunos dirán:
“Mira esos que tú llamas Hombres Viejos; muchos de ellos se hacen ricos y son adorados
por las multitudes. Se sienten realizados y felices”. Sin embargo, esos hombres son ciegos,
o se hacen los ciegos, pues no ven que ellos son supuestamente felices pero a costa de la
desgracia de la mayoría de sus hermanos, quienes ven en él lo que ellos no pueden ser.
Pero eso no les inmuta. Se consuelan diciendo: “Cada cual tiene el destino que se merece
de acuerdo con su esfuerzo personal”. Mas nosotros les decimos: “¿Y quiénes sino los
demás, o sea, esos pobres, son los que les han dado a ustedes todo lo que ahora disfrutan:
la fama, la fortuna, el poder de mandar? El Hombre Viejo cuando piensa dice primero: “Yo
quiero”. El hombre Nuevo debe decir: “¿Dónde necesitan de mí?”.

El amor
El amor, si es desmedido, se vuelve una obsesión enfermiza. Sin embargo lo usan de receta
para todo, cuando en realidad es una fuerza que hay que saber emplearla con cuidado. Las
pasiones humanas, cuando se desatan, ocasionan grandes males y perjuicios, y todas ellas
van acompañadas de distintas clases de amor: amor a la tierra, a la nación, a la patria, a la
libertad, a las cadenas de los juramentos (muchas veces más sagradas que la misma
libertad), a la propia familia y a los hijos. Es muy difícil hacer la guerra si no existen
grandes amores de por medio. Lo que sucede es que los seres humanos no nos hemos
puesto de acuerdo acerca de qué es lo que hay que amar, qué es lo que hay que odiar y a
qué hay que ser indiferentes. En ese desacuerdo está el origen de las más grandes
atrocidades, y todo en nombre de los más sagrados amores: a Dios, a la ley, al honor, a las
riquezas, a las propiedades, a las costumbres y a todo lo que nos parece lo más importante
en nuestra vida. Existe, claro, un amor bueno; un amor a la vida, a la propia especie, a
nuestra raza humana en toda su condición. Allí residen la compasión, el perdón, la
misericordia y la bondad. Este amor lo llevamos todos dentro de nosotros mismos y lo
llevan también todos los animales, puesto que ellos no son crueles, ni siquiera con las
presas que van a devorar. De este amor es el que han hablado los grandes sabios del
pasado: un amor sin pasión. Se trata de un amor superior porque se pone por encima de los
propios intereses, hasta de las propias necesidades. Pero no es un amor arrebatado, un
amor absorbente, un amor posesivo. Es más bien un amor frío, silencioso, tranquilo, suave,
sin aspavientos, mudo. Un amor que está lejos de las grandes manifestaciones y fanfarrias,
que no se encuentra en el bullicio de la vida diaria, del trabajo, del negocio, de los afanes
humanos. Es un amor que no depende de algo especial para existir ni necesita que lo guíen.
Es un amor maduro, producto del entendimiento y de la comprensión de lo grande y volátil
que es la vida. Este amor se encuentra en el Hombre Nuevo, que se pone por encima de
toda posesión, de toda bandera, de todo interés personal. El Hombre Nuevo lo es porque
entiende la verdadera naturaleza del amor.

Otra vida
Al Hombre Nuevo le espera otra vida. Mas esa vida no está necesariamente en el más allá,
después de muerto. Esa otra vida le espera durante esta vida, en la tierra y mientras viva.
Pero para que la pueda realizar a plenitud deberá hacerlo con sus iguales. El Hombre Viejo

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está apegado a su antigua forma de vida. Le es difícil pensar de otra manera, cambiar su
forma de ser y de sentir. Para hacerlo tendría que buscar convertirse en un Hombre Nuevo,
y ello exige un esfuerzo de conciencia y de renuncia. En realidad, los Hombres Nuevos viven
y conviven con los Viejos pero nunca están contentos. Por lo general son los disconformes,
los que sufren y se lamentan porque las cosas no son como quisieran que fueran, o sea,
mejores, más inteligentes, más justas, con más amor verdadero. También son los
idealistas, los que sueñan que algo puede renovarse a pesar de todo. En cambio los
Hombres Viejos son los que aceptan ciegamente las cosas como están y, aunque no les
agrade, piensan que no pueden ser de otra manera. Tienen la cabeza llena de argumentos y
razones que demuestran y justifican el porqué la vida tiene que ser así. Cuando alguien les
dice lo contrario su primera reacción es de rechazo. Es que se sienten muy ligados al mundo
tal como está, y se han adaptado a él y desean poseerlo, aún a costa de su propia
satisfacción o de su vida. Se han convencido que el único camino para vivir es el
sufrimiento, la injusticia y la ley del más fuerte en el sentido de quién es el más fuerte en
soportar todas las desgracias de esa vida que han aceptado. Para que un Hombre Viejo se
convierta en uno Nuevo tendría que ocurrir un proceso muy duro en su interior.
Normalmente los Hombres Nuevos son fácilmente identificables y están listos para salir del
mundo que no les agrada. Pero el Hombre Viejo que quiera dejar de serlo tiene por delante
una esforzada tarea de convencerse y adquirir la fe en la nueva vida que desea. El cambio
siempre será posible para quienes intensamente lo anhelen.

Un nuevo Dios
El Hombre Nuevo encontrará un nuevo Dios. Porque el antiguo, el del Hombre Viejo, ya no
será visible para él. Hacia donde va el Hombre Nuevo no hallará los mismos templos. Allá no
encontrará los mismos sacrificios ni plegarias. Porque otro será el sol que lo ilumine, otra la
tierra que lo cobije, otro el aire que respire. Por eso otro será su Dios. Un Dios fuerte, claro,
visible, deseoso de renovar todos los pactos con el hombre; un hombre primaveral, un
hombre renacido, un hombre redivivo, un hombre más maduro; un hombre menos
dispuesto a autodestruirse y destruir; un hombre más interesado en embellecer que en
producir; un hombre más ocupado en la alegría que en el sufrimiento; un hombre del
amanecer y no del ocaso. A ese hombre, al Hombre Nuevo, el Nuevo Dios le hablará de
frente.

Voluntad de cambio
Desde siempre hemos creído que nuestras costumbres, tradiciones, creencias y todo tipo de
ideas, eran eternas, inamovibles. Es así que muchas de ellas efectivamente han durado
miles de años. Pero ninguna ha logrado sobrevivir más allá de su tiempo porque el hombre
tiene una voluntad de cambio. Esa voluntad la ha heredado de la misma naturaleza. Es ella
la que nos ha inculcado, enseñado, cómo hacer cuando tomamos el camino errado y la vida
se vuelve una desgracia vivirla. Es en los momentos difíciles cuando decidimos dejar de
creer en lo que durante miles de años creíamos y empezamos a hacerlo en otra cosa que
nos alivia, y así sucesivamente. Por eso el Hombre Nuevo está firme en su convicción y se
siente seguro. En cambio el Hombre Viejo tiene temor porque está atrapado en las
creencias que lo atan al pasado. El Hombre Nuevo es osado, atrevido, porque ha
descubierto que nada le impide hacer lo que va a hacer: imponerse a sí mismo otra forma
de pensar y otra manera de actuar. Cuando cambiamos nuestra forma de pensar
cambiamos también nuestro actuar; por eso muchos imperios han caído, porque los
hombres que creían en ellos, en sus enseñanzas y en su sabiduría, empezaron a perderles
la fe (pues se dieron cuenta que esas verdades solo les causaban tristezas y dolores) y
entonces buscaron un alivio, no destruyendo al imperio con las armas, sino cambiando su
fe. Al dejar de creerles buscaron otra fe y la encontraron. Es así cómo los hombres hemos
estado avanzando hacia el objetivo de realizarnos como hombres y es de este modo cómo

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no detenemos nuestro proceso de creadores, de descubridores, de buscadores, puesto que
es para esto que vivimos: para buscar y crear. Eso es lo que es ser hombre. Y cuando un
hombre cambia, dos cambian. Cuando dos cambian, cuatro cambian. Cuando cuatro
cambian, ocho cambian... y así finalmente cientos, miles y millones de hombres cambian,
ya que basta con que un solo hombre cambie para que, contagiados, lo haga el resto. La
explicación es que cuando alguien descubre algo nuevo que representa un alivio para todos,
ese descubridor no se queda tranquilo sin comunicarlo. Lo que hace es difundirlo sabiendo
que esa nueva verdad liberará al resto de sus hermanos de la vida en la oscuridad, en el
pasado, en la cárcel de las ideas antiguas que han convertido al hombre en un sufriente.

Nuestra fuerza
¿Con qué fuerzas vamos a contar para realizar el destino del Hombre Nuevo? No serán las
armas ni la riqueza. Esas son las únicas opciones que posee el Hombre Viejo. Nosotros
tenemos una fuerza distinta: la fuerza de las voluntades. Desde unos cuantos hasta
millones de seres humanos, cuando se juntan en pos de un objetivo, son capaces de lograr
lo que se proponen. Al hombre no se lo cambia con dinero, por mucho que se pueda hacer
con él, ni se lo hace pensar con un arma en la cabeza. El hombre solo cambia cuando sus
ideas cambian. Los grandes imperios del pasado no cayeron porque otros los destruyesen.
Los grandes imperios cayeron cuando aquellos que los formaron dejaron de creer en sus
verdades, en sus ideas, en sus dioses. Simplemente los grandes imperios se disuelven
cuando sus hombres los abandonan. Una ley es ley solo cuando la gente la cumple y la
respeta. Cuando no la acata, esa ley no manda. Igual ocurre con las creencias. Una creencia
es verdadera solo cuando hay quienes tienen fe en ella. Sin esto esa creencia es solo una
leyenda, un recuerdo. Lo mismo pasa con los dioses. Los ha habido muchos y todos tuvieron
creyentes y fieles seguidores, muy amorosos. Pero un día dejaron de creer en ellos y
entonces esos dioses desaparecieron. Tal vez sigan existiendo sin nuestro reconocimiento:
el dios del rayo, el dios del agua, el de la tierra, el del universo. Tal vez, ignorados por
nosotros, sigan gobernando generosos. Pero ya no cuentan con sacerdotes que les rindan
adoración y les recen plegarias. Todo esto apunta a decir que, cuando se juntan los
hombres con un objetivo y ponen como fuerza cada uno su voluntad, las más grandes
realizaciones son posibles. Hacer que el Hombre Nuevo afirme su existencia sobre la tierra
es tarea posible para quienes juntos lo deseen.

Lo moral y lo inmoral
Ningún mandamiento religioso, ninguna ley o costumbre de todo lugar nos dice que
debemos vivir mal, que debemos sufrir. Todo lo contrario; lo que la sabiduría de todos los
tiempos y de todos los lugares manifiesta es que tenemos que vivir bien y, si es posible,
dichosos durante nuestra vida en la tierra. Obedecer este mandato eterno es lo correcto, es
lo bueno, es lo moral, es el bien. Pero vivir mal, incluso como animales —a quienes no se
les puede acusar de no saber la manera más adecuada de hacerlo, salvo que los tengamos
encerrados— es inmoral. Atenta contra todas las leyes divinas y humanas que
permanentemente nos señalan cómo debemos comportarnos para, por lo menos, no vivir
tan desgraciados. Sin embargo el Hombre Viejo acepta resignado llevar una vida de miseria,
que es la falta de limpieza, orden y decencia. Porque la peor desgracia no es no tener dinero
(¿qué significa no tener dinero? Todos, por muy carentes que seamos, no podemos
prescindir de él. No tener dinero en realidad significa no saber cómo utilizarlo, aún cuando
sea muy poco). La peor desgracia es tener un espíritu miserable; no tener ideas de bondad
sino ideas bajas, ruines, malévolas. Las ideas de bondad son aquellas que sirven a todos
para hacernos dichosos. Las ideas de maldad son las que perjudican a todos creando el
dolor y la pena. Entre quienes piensan así hay pobres y ricos, sabios e ignorantes, sanos y
enfermos, jóvenes y viejos; porque esta desgracia no mide la riqueza o la posición social de
la persona a quien afecta. Vivir con la miseria adentro, aceptar vivir con ella, resignarse a

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tenerla y no desear despojarse de su dominio, es ser inmoral; porque todos estamos
destinados a vivir dignamente y a pensar bien en provecho de los demás. Así lo dicen todas
las leyes del cielo y de la tierra, las de los hombres y las de los animales. No buscar cambiar
una forma de vida miserable es ir en contra de la naturaleza.

El mundo es injusto
Este mundo, el mundo del Hombre Viejo, el Mundo del Interés, es injusto porque ha sido
creado para satisfacer las ambiciones y malas intenciones de unos sobre otros. No ha sido
pensado para que todos vivan en paz y la armonía; no ha sido corrompido porque nunca fue
bueno; no se ha torcido porque nunca fue derecho ni lo será. Es un mundo de piratas hecho
para los piratas, y solo los más malos se sienten cómodos en él; por eso ellos lo defienden
hasta la muerte, porque para ellos es el aire que respiran, el agua donde beben, el pan que
los alimenta. Ellos dicen: “Los mejores recibirán lo mejor”, que implica que los “peores” o
sea, los débiles, los indefensos, los dulces de corazón, los bienintencionados recibirán, por
el contrario, lo peor. Es entonces un mundo feroz donde los más astutos, los más
tramposos, los más malignos, nadan como peces en el agua y se alegran de ello. Mas
aquellos que no son así encuentran que este mundo no es justo, y no hay forma de
cambiarlo porque nació así: para la injusticia. Es un árbol que creció torcido y nada lo podrá
enderezar. Existen sin embargo quienes abogan por él diciendo: “Hagamos que este mundo
sea mejor, démosle más amor”. Pero eso no es posible. Los malvados en su mundo son más
poderosos y no desean cambiar. Y los malvados acostumbran a tener un poco de buenos
porque eso les ayuda a aparentar que su mundo no es tan malo como dicen. Por eso
organizan la caridad y la gritan a los cuatro vientos. Cuando encuentran a una persona
buena que hace el bien, públicamente la exaltan y exhiben como un ejemplo de que su
mundo produce también santos, tratando de convencer a los más débiles de que sí es
posible vivir bien en su mundo, pues este genera cosas buenas y admirables. Convierten
entonces a la excepción en regla. Pero de lo que se trata no es de vivir en un mundo donde
lo bueno sea una excepción mientras que la regla sea la desdicha y la injusticia.

Del amor y del interés


Todos tenemos razones ocultas a los ojos y a los oídos de los demás. A eso le llamamos
nuestro corazón. Y nuestro corazón es el que dice quiénes somos en realidad. No importa
cuán dulces sean nuestras palabras, cuán nobles nuestros gestos, o qué tan grandes las
obras de bien que realicemos: si nuestro corazón es malvado todo lo que hagamos será
falso. De este modo es el interés. El interés actúa como si fuera el amor; se presenta, se
manifiesta como tal; y toda la gente al mirarlo dice: “Miren, allí está el amor”. Pero ni la
gente ni nadie pueden ver cómo es el corazón que está detrás. Amparado en ese secreto es
donde actúa el interés. Sin embargo, todo se descubre cuando los frutos crecen. Cuando
una semilla plantada es buena, el fruto, al abrirse, es dulce y delicioso. En cambio si fue
plantada la semilla del interés, el fruto, por dentro, será podrido y maloliente. Por eso:
¡Miren cómo es el mundo del Hombre Viejo! Se habla mucho, se grita, que es un mundo
donde abunda el amor. En determinadas fechas la gente se abraza y dice que se ama. En
ciertos momentos se organizan campañas de ayuda para socorrer a los más necesitados,
diciendo que se hace solo por amor. Y así constantemente se menciona que existe mucho
más gente buena que mala. Pero veamos los resultados. Cuando hacemos la suma y resta
de todo, lo que nos queda es un saldo negativo, donde el interés ha logrado todos sus
propósitos con creces, ha conquistado todas sus metas, ha obtenido todas las ganancias,
mientras que el amor se ha llevado todas las de perder. Es por eso que este mundo se hace
cada vez menos soportable para vivir, donde hay demasiada gente que sufre, mientras que
el interés campea a sus anchas. Los que sufren son cada vez más, muchos más; y no es
que todos carezcan de recursos: muchos de los que sufren en este mundo poseen grandes
cantidades de objetos y de dinero. Sin embargo, ni siquiera la abundancia de ellos logra

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cambiar su situación de sufrientes; es así que las obras del amor son cada vez más escasas
y menos notorias, y sus esfuerzos cada vez menos efectivos, pues mientras el interés
avanza y conquista más territorios y más pueblos, el amor se ve reducido a actos
esporádicos y casi desconocidos. Y lo peor es que, aunque fuesen conocidos, ¿cómo
diferenciarlos de los actos del interés? Es el interés entonces un falso amor. Su objetivo es
satisfacer a unos pocos individuos antes que a todos los demás. Significa que si hace algo
no lo hace por amor a quien recibe ese acto, sino para beneficiarse a sí mismo. Es hacerle
un favor a alguien para obtener de ello un beneficio; es ayudar al caído porque se sabe que
este va a dar algo por haberlo levantado. Así es la sociedad del interés. Y así es cómo
funciona este mundo, donde casi todos actúan solo por el interés. Existe tan solo un
intercambio de intereses. Incluso hasta dan amor para recibir más amor. Se trata de un
simple negocio, un “yo te doy y tú me das”. El Hombre Viejo ha convertido a la vida en un
vulgar trueque.
Pero el amor no es un negocio, el amor no es un trueque. Justamente el amor se caracteriza
por dar sin esperar nada a cambio. El amor ofrece, da, porque esa es su manera de ser.
Ninguna madre que no sea una retorcida espera que sus hijos le paguen de alguna forma
por todos sus servicios. Si una madre hiciera eso hasta el mismo Hombre Viejo la acusaría
de falsa madre. Y es porque la esencia de la madre es el amor sin condiciones, por eso es el
verdadero amor. En cambio, a pesar de saberlo, este mundo no toma como ejemplo el amor
de la madre sino que actúa por el interés. Si no actuara por el interés lo haría por el amor.
Entonces la gente movería sus brazos, sus piernas, sus cabezas, no esperando que le den
algo a cambio, sino porque haciendo esos movimientos se identificaría con la esencia de lo
que somos: criaturas para dar.
El Hombre Nuevo sí comprende que el papel que a él le corresponde es el de ser una
criatura para dar. Comprende que ya dejó de ser ese niño inmaduro que no sabe lo que
quiere y que va por el mundo regando sus excrecencias sin poder controlarse. El Hombre
Nuevo actúa por el amor. Pero hay quienes se asustan o se ríen cuando esto se menciona,
pues consideran que el hombre no está maduro para actuar así. Esos son los Hombres
Viejos. Ellos no se consideran a sí mismos maduros y capaces de pensar y de actuar de este
modo, y quieren que no haya nadie que así lo sea puesto que, si lo admitiesen, estarían
reconociendo públicamente su estado de inmadurez. Por eso tratan de igualar a todos los
hombres a su mismo nivel. Por eso dicen que todos, sin excepción, actuamos por interés.
Mas ¿no se dan cuenta que hasta el mismo sentido común nos dice que en toda sociedad
hay gente diferente; que no todos piensan y actúan igual? ¿Acaso en toda sociedad no hay
quienes nacen predispuestos al arte, a la gimnasia, al culto, a la bondad y a la maldad? ¿No
ven entonces que también nacen gentes que actúan naturalmente impulsados por el amor y
no por el interés? Sin embargo ellos dirán: “De acuerdo, pero los que actuamos por interés
somos la mayoría, por lo tanto tenemos derecho a imponer nuestro criterio”. A eso nosotros
le diríamos: “¿Cómo saben ustedes que son la mayoría? Porque de ser fuertes lo son eso
les permite imponer sus ideas a los débiles. Pero el hecho de imponer las ideas no significa
que sean la mayoría. Cierto que tampoco son mayoría los que actúan por el amor, pero en
el mundo del Hombre Nuevo sí pueden serlo. Nos dirán entonces que somos injustos porque
queremos imponer a una minoría la ley del amor cuando ellos no la quieren. Eso es verdad,
porque aún en el mundo de los Hombres Nuevos habrá inevitablemente quienes actúen por
el interés —por ejemplo, los que nacen con la habilidad para ser comerciantes— pero estos
serán semejantes a ciertas bacterias que hay en nuestros organismos: mientras no exceden
su número son buenas porque mantienen el equilibrio del cuerpo. Entonces, en el mundo
del Hombre Nuevo, mientras los que actúen por el interés no sobrepasen sus límites
naturales y su cuota, estos cumplirán equilibradamente con su papel. ¿Será malo el imperio
del amor por sobre el del interés? Hay cosas que solo el cielo conoce y esta es una de ellas.
Nosotros más bien trataremos de cumplir nuestro papel de seres creadores y dadores ya
maduros para caminar por nosotros mismos.

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La nueva ciencia
Ciencia es todo lo que el hombre conoce. Los animales también conocen pero a eso no le
llamamos ciencia. Ciencia es solo lo que el hombre, desde que podemos llamarlo hombre,
conoce. Si antes el hombre era más parecido a un animal que a un hombre pues entonces lo
que conocía todavía no era ciencia. Solo a partir de que el hombre es hombre, tal como es
ahora, es que lo que conoce se llama ciencia.
Lo primero que conocimos fue nuestro propio cuerpo: cómo usarlo, cómo cuidarlo y cómo
destruirlo. Luego aprendimos lo relacionado con la alimentación; después con nuestro
medio, con los peligros, nuestros enemigos y luego con nuestros placeres. Y de acuerdo con
las circunstancias que se nos presentaban podemos constatar cómo fue cambiando el
interés del conocimiento humano. Mas esto no significa que hayamos alcanzado todo o la
mayor parte de él. Vamos a decir por qué.
Para empezar, el solo hecho de ser hombres, humanos, ya nos limita a conocer solo cosas
que interesan a los humanos. De los afanes que tuvieran otros seres vivos sabemos muy
poco o nada. Por ejemplo: ¿alguien crearía un sistema de defensa para evitar que a las
lechugas, a los pollos, los peces o las vacas nos los comiéramos o los usáramos como
esclavos o para hacer experimentos? Es muy probable que no, puesto que sus puntos de
vista, si es que los tuvieran, no coincidirían con nuestros deseos. Esto de por sí nos da una
mirada parcial sobre la interrelación de los seres vivos con la naturaleza, limitándonos a ver
y a pensar únicamente desde nuestra óptica humana, puesto que es obvio que no podemos
vivir y actuar como, por ejemplo, los batracios. Significa entonces que siempre estaremos
viendo con ojos humanos al universo entero. Y cuando decimos ojos decimos impresiones,
sensaciones, valoraciones y todo lo que conforma nuestro mundo interior. Aunque
tengamos telescopios o microscopios u otros instrumentos más sofisticados para analizar lo
no visible e intangible, siempre será nuestro espíritu humano el que evalúe, deduzca,
conjeture y concluya, desde un punto de vista estrictamente humano. ¿Cómo escapar de
ello? ¿Cómo pensar de otra manera que no sea como humanos? Siempre estaremos
traduciendo toda información para que nuestro cerebro la entienda, la asimile. Sin embargo,
nada nos asegura que esa traducción sea fidedigna, real; que sea el verdadero sentido de la
naturaleza, como tampoco que nuestro cerebro sea el mejor intérprete del universo.
Siempre serán observaciones humanas hechas por y para humanos a la medida de los
humanos. ¿Debemos pensar que lo humano es infalible y que es lo correcto o deberíamos
dudar que sea así? Sea esto cierto o no, no podemos dejar de admitir que tenemos fuertes
dudas de ello —y el hecho de dudar nos pone en un plano más humilde para creer que
estamos sabiendo, hasta que se nos demuestre lo contrario.
Una segunda limitación a que creamos que conocemos es que no sabemos cuánto hay que
conocer. Me pregunto: “¿Lo que conozco actualmente es una parte importante de todo lo
que debo conocer o es una parte muy pequeña?" Si digo que es una parte importante puedo
pensar que he recorrido un gran trecho del camino y que me encuentro cerca del final, el
cual sería el conocimiento total. Pero si digo que es una parte muy pequeña, significa que
todas las cosas que yo afirmo como verdad pueden ser apenas la superficie de algo a lo que
todavía no he llegado. Preguntas como estas no las podemos responder concluyentemente,
por lo tanto vivimos, con respecto al conocimiento, con muchas intrigas acerca de cuánto es
lo que estamos conociendo.
Una tercera limitación es que lo que conocemos es como un líquido que con el paso del
tiempo va cambiando de color y de textura. Al principio, cuando lo hubimos conservado, era
claro y luminoso, y así lo catalogamos en nuestros libros. Mas al pasar los años y al volverlo
a mirar, descubrimos que se ha vuelto opaco y se ha endurecido. Entonces vemos con
desilusión que tenemos que borrar y modificar todo lo que habíamos escrito sobre él. Esto
nos deja una sensación de inseguridad, pues resulta que nada de lo que consideramos
verdad en la naturaleza es para nosotros permanente. Hubo un tiempo en que pensábamos

22
que el agua era el agua y el fuego el fuego, y que así lo serían para toda la eternidad. Pero
luego descubrimos que, al igual que el hombre, con el paso del tiempo, el agua y el fuego
dejan de ser los mismos que conocíamos, ya que sus constituciones internas sufren sutiles
modificaciones hasta convertirse en otros elementos, proceso tan lento que no alcanzamos
a percibirlo fácilmente. De modo que pareciera que el hombre no es la única criatura que
tiene capacidad de cambiar, sino que toda la naturaleza cambia, evoluciona, y no
permanece estática para siempre. Pero ¡cómo!: ¿acaso nosotros no estamos hechos con el
mismo barro? Si nosotros somos cambiantes y evolutivos es porque la naturaleza, de la cual
estamos hechos, es cambiante y evolutiva. Las leyes entonces no son siempre las mismas,
únicas e inmutables, sino evolutivas y cambiantes. Y nosotros estamos ante ellas como un
pescador que sostiene un pez entre las manos y que, creyendo que ya lo posee, éste se le
escapa rápidamente y se hunde en las aguas, con lo que se tiene que repetir nuevamente el
proceso de pesca.

Más sobre la ciencia


¿Es la ciencia la razón de ser de la vida, el objetivo final, el corazón del hombre? ¿Es el
conocimiento el espíritu del hombre? ¿Actúa acaso el hombre de acuerdo con el
conocimiento o de acuerdo con su voluntad? ¿Un hombre sin conocimientos no es un
hombre? ¿Un hombre con muchos conocimientos es más hombre que otro? Lo cierto es que
la ciencia tiene sus propios caminos, y la voluntad, el espíritu, el corazón del hombre, los
suyos. Con la ciencia podemos hacer muchas cosas pero podemos decidir no hacer nada.
Podemos ser sabios en el arte de construir pero elegir también no mover un dedo. Podemos
ser ignorantes en el arte de navegar pero lanzarnos al océano montados en una balsa. La
ciencia está ahí, para usarla o para no usarla. Pero antes que ello está nuestra voluntad.
¿Puede la ciencia pensar por su cuenta, como si fuese un ser vivo? ¿Puede crear una
voluntad y ponerla en un objeto para que éste actúe? ¿Puede modificar la fe, el valor, la
sensibilidad de un hombre? La mucha o la poca ciencia no ingresan a lo profundo del ser
humano. Allí solo ingresan los sentimientos y, al hacerlo, se encuentran con nuestro
espíritu, quien, al recibirlos, los mide, los pesa, los selecciona y finalmente decide con
cuáles se queda y a cuáles expulsa. Esta es una labor íntima que luego determina cómo es
nuestro corazón, cómo nuestro verdadero ser. Allí, en ese mundo interno, la ciencia no
puede actuar porque no es de ella hacerlo. Y culpar a la ciencia de algo, como si ella fuese
un ser vivo que actúa por sí misma, no tiene sentido. Es como culpar al puñal por un
crimen. La ciencia es más como un cobertor, el cual podemos adaptarlo a la forma para lo
que lo necesitamos, según si, por ejemplo, queremos protegernos de la lluvia, del sol o del
viento. Con la ciencia podemos dar vida o dar muerte. Mas siempre será nuestra voluntad la
que lo decida. Puede que en un momento nos convenga recurrir a ella por completo, pero
puede que en otro momento no nos convenga. Porque no sabemos si el hombre que vivía
hace miles de años de la caza era más dichoso que el que vive del mercado internacional;
no sabemos si el hombre que utiliza toda la ciencia logra serlo más que el que no la utiliza;
no sabemos si el que usa la ciencia en toda su expresión es más noble, más justo, que el
que no la emplea para nada. Como no tenemos pruebas de que la ciencia haya hecho a
alguien feliz o infeliz, no podemos reposarnos sobre ella, usarla como sombra de árbol,
como piedra angular para nuestra vida. Lo que sí sabemos es que la voluntad, los
sentimientos, el corazón del hombre, son lo que nos ha hecho dichosos o no en distintos
momentos de nuestras vidas. Si vamos a buscar la base de nuestra futura dicha no la
vamos a encontrar en la ciencia sino en nuestro mundo interior. Si reparamos en que la
ciencia no ha terminado de conocer todos los rincones de la naturaleza entonces hemos de
pensar que aún podemos descubrir algunas sorpresas. Si, por ejemplo, quisiéramos llegar a
la cumbre de una montaña pero llevando con nosotros todas nuestras pertenencias, pues
tendríamos que emplear un voluminoso vehículo para cargar con ellas. Y para que éste
vehículo pudiese subir necesitaríamos construir un camino sinuoso que suavemente vaya

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rodeando la superficie de la montaña, ascendiendo así lentamente. En cambio, si
deseáramos subir sin llevar nada a cuestas, podemos hacerlo a pie, trepando rectamente,
sin construir camino alguno, asunto que nos puede tomar mucho menos tiempo. En ambos
casos vamos a llegar a la cumbre, pero el esfuerzo y el tiempo pueden ser mayores según
las condiciones que planteemos. Lo que queremos decir es que no hay un solo modo de
conocer, así como no existe una sola manera de subir una montaña y tampoco una sola
forma de hacer las cosas. Podemos atravesar el océano en un barco de madera como en un
aeroplano. Nadie nos obliga a emplear un único método. De igual modo, no estamos
obligados a crear un mundo de una sola y determinada manera. Podemos emplear formas
distintas y muy variadas, más rápidas o más lentas, más simples o más complejas, más
oscuras o más luminosas, más despiadadas o más caritativas. Porque cuando se trata de
hacer dichoso al hombre no puede existir un solo camino. El hombre durante su historia
intentó muchas fórmulas y nos dejó las huellas de ello para que las evaluemos. Lo hizo
como simple nómada, como constructor de pirámides, ciudades y murallas, como
navegante, como pensador y filósofo, como guerrero feroz, como comerciante, como
industrial. En todos los casos ha habido aciertos y errores, pero en todos el hombre buscaba
lo mismo: ser hombre. A la ciencia la exprimió, la rechazó, la quemó, la adoró y la
comerció. Todo según el momento y las circunstancias que le rodeaban. Todo según la
voluntad y el estado de madurez en que se encontraba.
Nosotros no tenemos porqué rechazar la ciencia. Pero la ciencia del Hombre Nuevo es la
Nueva Ciencia, para diferenciarla de la ciencia del Hombre Viejo que es la Ciencia
Tecnológica. En verdad, ambas son la misma ciencia, pero intencionalmente las imaginamos
diferentes solo para ayudarnos a encontrar las diferencias en su aplicación. La Ciencia
Tecnológica es la que sube la montaña construyendo una carretera y llevando a cuestas
todo lo que puede. Esa ciencia necesita entonces una enorme cantidad de materiales
extraídos de la tierra con gran esfuerzo y sacrificio. Es una ciencia hecha para satisfacer las
ambiciones de los que actúan por el interés, y que son capaces de sacrificar a millones de
seres humanos, sus hermanos, en pos de esos objetivos. En cambio la Nueva Ciencia es la
del que sube la montaña libre de carga, sin aparatos y sin haber roto la tierra ni sacrificado
a sus hermanos para ello. La Nueva Ciencia responde al amor y no al interés. Usa, sí, el
conocimiento, pero para hacer desinteresadamente el bien a todos. Así por ejemplo, en vez
de emplear grandes maquinarias para restaurar la salud, la Nueva Ciencia apela al uso de la
mente y la autosugestión —que aplican tanto los hipnotistas como los sicólogos y
curanderos— lo mismo que emplea el conocimiento de las plantas medicinales. La Nueva
Ciencia explora los caminos llamados parasicología para descubrir en ellos otros modos de
comportarse que tiene la naturaleza. De esta manera, sin violentarla, lo que busca es que la
naturaleza sea nuestra aliada y obedezca a nuestras súplicas cuando le pedimos que actúe
de tal o cual manera. La naturaleza no es sorda ante nuestra voluntad y ante nuestro
espíritu. Si la queremos ver como cosa, objeto sin vida, como lo hace la Ciencia
Tecnológica, pues así la vamos a ver. Mas si la queremos ver como un ser vivo, pensante,
actuante, tan igual que como somos sus hijos, pues también así la vamos a ver. La Ciencia
Tecnológica tal vez cure mejor las enfermedades del Hombre Viejo, puesto que está hecha
para ello. En cambio las enfermedades del Hombre Nuevo serán mejor curadas por la Nueva
Ciencia, que estará adaptada y pensada para él. Igualmente en todo orden de cosas la
Nueva Ciencia encontrará la manera de subir la misma montaña a la que sube la Ciencia
Tecnológica, pero lo hará a su manera; y sin la torpeza e inmadurez que hasta ahora el
Hombre Viejo ha demostrado tener para intentar vivir dichosamente.

La felicidad completa y la fe
La felicidad completa es un estado del espíritu de una persona y no pertenece a la sociedad.
Este estado solo se puede alcanzar alejado de todos y de todo. Es una vivencia individual,
un armonioso diálogo con uno mismo que produce una sensación de paz y tranquilidad.

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Para obtenerla se requiere de una preparación y de un control que no es fácil de alcanzar.
Sin embargo, hay quienes sí logran llegar a ello, como es el caso de ciertos ermitaños,
gurús y anacoretas. Pero, salvo estos pocos, para la gran mayoría de la humanidad la
felicidad completa y plena resulta inalcanzable. Esto porque casi todos los hombres viven en
sociedad, mirándose y preocupándose mutuamente por la manera en cómo les afecta sus
vidas. Y dado que en la vida en sociedad siempre hay preocupaciones, siempre hay
necesidades y angustias, nunca dejamos de ser afectados por ello. En cambio, en la vida de
felicidad completa, la preocupación por los otros es inexistente; por eso quienes escogen
esa vida solo tienen que velar por sí mismos, que para ellos resulta muy fácil y llevadero, ya
que en la mayoría de los casos nada poseen o se contentan con lo mínimo; soportan en
silencio y con calma los dolores y están preparados para morir en cualquier momento. Esto,
en la vida de sociedad, no es posible, pues viviendo en ella amamos y odiamos, nunca
estamos inmóviles, y no solo nos preocupa nuestro destino sino también el destino y la vida
de los que amamos y de los que no. Ese vaivén de emociones nos produce una constante
alternancia de estados de alegría y de tristeza. Y cuando no es así, esa falta de emociones
nos lleva a buscarlas tanto en la vida real como en la fantasía. En medio de este alboroto
emocional, la felicidad completa no se puede realizar puesto que ésta es un estado
permanente de seguridad, control y paz; nada la altera y solo desea permanecer así. Por
eso la búsqueda de la felicidad completa viviendo en sociedad no es posible, no tiene
sentido. Si el hombre pone su meta y sus ansias en hallar esa felicidad viviendo en sociedad
nunca la hallará, y ésta terminará volviéndose una quimera, un sueño irrealizable. El
hombre que vive en sociedad debe ponerse otras metas, otros horizontes más acordes con
su real capacidad.
Existe otro estado del espíritu que es la fe, el cual le sirve al hombre de soporte y le
proporciona situaciones parecidas a la felicidad. Esa fe es una convicción en una verdad que
produce una exaltación del ánimo y mueve la voluntad hacia un fin, hacia un objetivo que
previamente se ha propuesto. El hombre que tiene fe es un buscador, un creador, un
luchador por una causa que absorbe sus energías y todo su interés. Piensa él que esa
causa, esa razón por la que vive, es la verdad de la vida. Pero en realidad es solo la verdad
de su vida, aunque a él eso no le preocupa; le basta con creer en ella. Pero el hombre que
no tiene una fe, que no tiene una razón para gastar sus energías y esfuerzo al máximo, es
un hombre que no sabe para qué vive. Ese hombre siente entonces que ha sido arrojado al
mundo por obra de la casualidad, por un simple suceso de la naturaleza. Piensa que no
tiene ninguna misión que cumplir, salvo la de mantenerse hasta que ya no pueda hacerlo.
Cree que la vida es una especie de condena, que tiene que vivirla por obligación,
simplemente porque sí. Asume que su vida es intrascendente, que da lo mismo que viva o
que muera. Y si así piensa de sí mismo, igual piensa de los demás. Es de este modo que ve
la vida con una inmensa amargura, aunque es incapaz de abandonarla por su propia
voluntad porque tiene miedo de hacerlo.
Pero existe la fe que busca lo bueno y la fe que produce la miseria. La primera es aquella
que pone por delante el beneficio de los demás: ¿Qué necesita mi hermano, cómo puedo
aplacar su pena, cómo serles útil a esos que veo que sufren? La otra es aquella que pone
por delante el beneficio de sí mismo: ¿Cómo puedo beneficiarme, dónde obtengo mejores
resultados, cómo consigo que esos hagan lo que yo quiero? La fe buena es la que cree en el
buen destino de la humanidad; que cree que somos una parte importante dentro de la
naturaleza, que piensa que hay mucho por mejorar. La fe mala es la que no cree que existe
un destino para la humanidad, pues piensa que la naturaleza es un conjunto de objetos sin
vida que se mueven por una acción física; que cree que el único objetivo de la existencia es
huir lo más posible de la muerte y mientras tanto se debe subsistir a toda costa, en
especial, a costa de los demás y de la misma naturaleza. Esta es la fe del Hombre Viejo. El
Hombre Nuevo debe tener solo la fe buena.

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La belleza
La felicidad completa no está al alcance de las mayorías y para obtenerla hay que aislarse
de ellas. Pero si bien la aspiración que tiene la sociedad de lograr esa felicidad no es posible,
sí lo es acercarse a ella, tanto mediante la fe como también mediante la belleza. La belleza
es el ropaje con que se viste la felicidad completa, es la forma exterior cómo ella se
presenta. Cuando buscamos la belleza estamos tratando de acercarnos hacia la felicidad, al
igual que cuanto más avanzamos nos sentimos más cerca de nuestra meta. Ello nos da
esperanzas y nos reconforta a seguir en esta vida siendo lo que somos: buscadores de
belleza, de fantasías, creadores de sueños. El Hombre Viejo vive pensando que él es la
simple extensión de sus órganos. Se piensa a sí mismo como un estómago andante, cuyo
único objetivo en la vida es llenarse para satisfacerse, evacuar y luego volverse a llenar.
Salvo sus necesidades lo demás es totalmente prescindible, desechable, descartable. El
Hombre Viejo solo habla y sabe de necesidades. Solo piensa en alimentar sus intestinos, en
cubrir su piel, en satisfacer sus instintos, en proteger su cuerpo. Solo vive para eso. Mas
esto también lo hacen los animales, por lo tanto, no hay ninguna diferencia entre el Hombre
Viejo y el animal. Es por esa razón que el Hombre Viejo no se ve a sí mismo como un
verdadero hombre, puesto que no sabe qué es un hombre. Él solo conoce la parte orgánica
del hombre, la parte corporal de todo ser vivo. Pero ¿será cierto que los animales viven
como nosotros suponemos, o sea, como animales? ¿No vemos acaso miles de ejemplos de
diferentes seres vivos, a quienes llamamos animales, que demuestran que ellos actúan y se
comportan igual que los humanos? ¿No es suficiente con observar a un perro, a un elefante,
o a un león para darnos cuenta que ni siquiera ellos actúan solo pensando en sus cuerpos?
¿Cuántos animales nos dan a conocer que sienten, que aman, que odian, que viven en
sociedad, que forman familia, que dan amor a sus hijos y los reprenden, que les enseñan,
que se cansan, se vuelven locos y hasta entregan la vida por otros o se suicidan? El Hombre
Viejo, que cree que la vida es un esfuerzo largo, tedioso y sin sentido por satisfacer sus
necesidades, ni siquiera es capaz de vivir como un animal. ¿No ve con sus propios ojos
cómo hay animales que sacrifican sus vidas por el bienestar del resto de su comunidad? Si
eso no demuestra que existe en el mundo de los animales la solidaridad, la capacidad de
sacrificio, la renuncia de la propia integridad física cuando el peligro acecha a otros,
entonces ¿qué demuestra: un estado de locura, una sinrazón, una torpeza enorme de parte
de ellos? En realidad, lo que eso nos dice es que la gran mayoría de las virtudes que
nosotros conocemos como “humanas” no vienen del aire o de nuestra imaginación sino de la
propia naturaleza. ¿Cuántas cosas aprendió el hombre por imitación? ¿Cuánto de lo que
sabemos, cuántos de los movimientos, de los gestos, de los modos, de las reacciones que
nosotros consideramos humanas en verdad las adquirimos por pura copia de otros
animales? ¿Podemos descartar a la observación y la repetición de un acto como parte de
nuestro desarrollo? ¿Acaso los niños no aprenden por imitación a caminar, a hablar, a
actuar, a realizar sus principales actividades corporales? ¿No pudieron los primeros hombres
aprender de los animales diferentes formas de alimentación, de movimientos de cuerpo, de
ubicación geográfica, de nociones de tiempo, de espacio, de número, de comunicación, de
habla y numerosas cosas sorprendentes más? ¿Nos sentimos menos hombres reconociendo,
por ejemplo, que mucha de nuestra sentimentalidad humana la aprendimos gracias a la
observación del comportamiento familiar de otras especies? ¿Por qué ser tan soberbios y
creer que nos hicimos solos, sin ayuda de nadie ni de nada; que solo nosotros descubrimos
cómo se podía manejar un palo; que solo nosotros inventamos la forma de desplazarse por
el agua; que solo nosotros empleamos las plantas medicinales? ¿Somos acaso los solitarios
autores de nuestra existencia? ¿Nadie más tuvo que ver en ello? ¿No es ponernos en la
actitud más altanera y autosuficiente decir que somos los únicos inventores de todo aquello
que conocemos; que somos nuestro propio dios? Si los animales, la naturaleza entera, nos
enseñan que no somos cuerpos que viven solo para comer, porque ellos no lo hacen así,
entonces debemos reconocer que hay que vivir para algo más que ello.

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La mejor y más grata manera de vivir es creando y rodeándonos de un ambiente de belleza.
El cuerpo humano todavía se desempeña con los mismos sentidos originales y, de ellos la
vista sigue siendo el que más nos complace. A nuestros sentidos de nada les sirve que les
digamos que conocemos colores que ellos no pueden captar; que podemos producir sonidos
que ellos no pueden oír; que existen texturas que ellos no pueden sentir; que sabemos de
olores que ellos no pueden percibir; que elaboramos sabores que ellos no pueden
identificar; que describimos fenómenos que ellos no pueden intuir. A nuestros sentidos no
les sirve nada de eso. Ellos solo pueden ver lo que el ojo puede ver; oír lo que el oído puede
oír; sentir lo que nuestra piel puede sentir; oler lo que nuestra nariz puede oler; intuir lo
que nuestra mente puede intuir. Por lo tanto, la belleza tiene que estar hecha para que
nuestros sentidos puedan captarla, puedan disfrutarla. Cuando nuestros sentidos se ven
rodeados de belleza ellos hacen que nosotros nos sintamos bien. Y mientras más belleza
nos rodee mejor y mejores nos sentimos. Crear un mundo bello, que se asemeje a una obra
de arte, es la mejor manera de acercarnos a la felicidad completa; viviendo en medio de un
hermoso paisaje, oyendo melodiosos sonidos, oliendo gratos perfumes, sintiendo
confortables temperaturas y sinceras caricias, disfrutando de exquisitos sabores y
compartiendo todo ello equitativamente con los demás. Esto sí es posible lograr en vida y
en sociedad, y ese debería ser nuestro objetivo.

Más sobre la felicidad completa


La felicidad completa es como una mujer muy hermosa pero a la vez muy celosa y posesiva,
pues no le gusta compartir a la persona amada con nadie. Vive en los lugares más
apartados, lejos de la gente. Allí tiene su nido, su hogar, y siempre está en espera de algún
elegido que desee disfrutarlo con ella. Mas ubicarla es muy difícil. Solo se la escucha cuando
existe un absoluto silencio. Solo aparece cuando no hay vida humana por los alrededores.
Para hallarla es necesario no llevar ningún equipaje —solo lo que se tenga en la mano— y
toma tanto tiempo que hay que olvidarse totalmente de las ocupaciones que se hayan
dejado pendientes en la ciudad. Aún así, la tarea es penosa y solitaria. Al final, solo la
encuentran los que han aprendido a vivir solos, sin depender de nadie ni de nada; los que
ya no extrañan a los padres, a los hijos, a los amores de pareja y a los amigos. También la
encuentran los que ya no anhelan volver, los que no sueñan con grandezas ni con los
placeres de la sociedad, los que ya no les importa que no se acuerden de ellos ni que
encuentren sus cuerpos para ser enterrados. A aquel que la halla, la felicidad sale a recibirlo
presurosa y complaciente para darle leche y miel y llenarlo de caricias. A su lado ya nada
importa, y todo el sufrimiento padecido por estar allí queda en el olvido. Este se siente tan
satisfecho que ya nada más lo puede complacer. Pero dijimos que la felicidad era
sumamente celosa y no soporta que la compartan con nadie ni con nada. Salvo ella, no
puede haber otra cosa en la vida de quien la posee. Toda ambición, todo interés que exista
tiene que ser desterrado pues, de no ser así, la felicidad, al ver que ya no es la única,
abandona al conviviente. Cuando la gente ve a un hombre que vive con la felicidad lo llama
loco, porque no hace y dice como todos los demás; lo llama soberbio, porque no sufre y se
lamenta como los demás; lo llama egoísta, porque no se preocupa por los otros; lo llama
inconsciente, porque no se da cuenta de lo que le puede pasar y de los peligros que corre.
Sin embargo, estos convivientes son tan pocos que casi no se les siente, casi no se les ve;
es más, se duda que existan. A pesar de todo esto, la gente habla de la felicidad como si
realmente la conocieran, como si hubiesen vivido con ella, como si pudiese estar en las
mismas ciudades con ellos, cuando no hay nada que deteste más que vivir en medio del
caos, del ruido y de las angustias humanas. Ella huye de la infelicidad, huye de la tristeza.
Huye del miedo, del temor, de la cobardía y de todos aquellos que ello poseen. Huye de la
necesidad, de las pasiones, de las ambiciones. ¡Cómo, pues, va a vivir entre la gente!
Podemos hablar sobre ella, sí, pero como quien habla de alguien ausente, mas no como si
estuviera cerca o entre nosotros. Hay muchas cosas que creemos se le parecen: los

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momentos de paz, de placer, de salud plena entre todos nuestros seres queridos, el sentir
que hacemos el bien a alguien, el dar y recibir amor. Pero salvo la fe y la belleza, que son
solo sustitutos de la felicidad completa, todo ello es efímero, fugaz; dura muy poco. Por eso
mucha gente dice: “La felicidad son momentos”. Es porque esa no es la felicidad sino solo
algo que tiene de ella, que habla de ella, pero que no lo es en verdad. Quien promete que
se puede lograr la felicidad completa viviendo en sociedad, sin dejar nuestra vida común,
sin abandonar lo que somos, debe ser rechazado de plano: es un mentiroso o un iluso.

Formas anterior y superior de existencia


El Hombre Nuevo es aquel que vive tratando de realizar una forma superior de existencia.
En cambio el Hombre Viejo se aferra a su antigua forma de vivir en la creencia que todo lo
que se aprende de niño debe permanecer por siempre, así sea algo malo y perverso. El
Hombre Viejo vive atrapado en una forma anterior de existencia en la que se dice lo
siguiente:

La vida es laboriosa en vez de fácil


Dice el Hombre Viejo que el ser humano, desde que nace, tiene que esforzarse y luchar
para sobrevivir. Todo le va costar mucho y nada le va a ser fácil. Ha de pelear, arrebatar,
sudar copiosamente por obtener unas migajas. Todo lo que obtenga será a costa de mucho
trabajo y sacrificio. Por eso tendrá que laborar sin parar pues, el día que se detenga,
morirá.
El Hombre Nuevo no puede creer que la naturaleza sea tan cruel como para tratarlo de esa
manera, peor que a cualquiera de los animales. Cierto que, al igual que todos ellos, tendrá
que conseguirse su alimento y el resto de cosas, pero no a costa de su propia vida. Nadie
nace solo para trabajar, ni siquiera las hormigas o las abejas. Ellas tienen mucho que hacer
además de dedicarse a la búsqueda del alimento, como por ejemplo darse sus placeres. Con
mayor razón el hombre, que ha descubierto tantas cosas para ahorrarse mucho esfuerzo,
debería dedicar solo una mínima parte de su tiempo a su manutención y el resto a sus
placeres, que son: el realizar toda forma de belleza. Algo anda mal en el Hombre Viejo
cuando piensa que la misión del ser humano es el trabajo. Incluso los que se han vuelto
sumamente ricos persisten en ello, cuando deberían dedicarse solo al placer de vivir; con lo
que se demuestra que el verdadero problema del Hombre Viejo se halla, no en el esfuerzo
por conseguir lo necesario para mantenerse, sino en no querer abandonar la terca idea del
esfuerzo y de la ganancia, aún cuando se ha satisfecho plenamente, tanto que con lo que
tiene podría colmar a miles como él durante toda su existencia. Es decir, está atrapado en
su propia telaraña, como un niño que se resiste a aceptar que ya no tiene edad para seguir
jugando a las canicas.
En cambio al Hombre Nuevo quien no se niega a usar cualquier tecnología, sea
complejísima o manual la vida le resulta muy fácil y llevadera, y puede serle aún más
larga y placentera de lo que él imagina. El tiempo y esfuerzo que el Hombre Viejo dedica a
acumular todo tipo de materiales el Hombre Nuevo lo emplea en el arte y el disfrute pleno.
La vida, entonces, no es nada laboriosa, y para el hombre menos, por todo lo que él ha
descubierto para ahorrarse el esfuerzo de mantenerse.
El Hombre Viejo, por el contrario, vive repitiéndose que la vida sí es dura, puesto que lo que
hace no es sostenerse sino satisfacer su desmedida ambición y su vanidad. Esa convicción
es su principal enfermedad.

La vida es dolorosa en vez de placentera


El Hombre Viejo piensa que la vida es un mar lleno de dolores de donde tiene que salir bien
librado; es un río de tragedias interminable en la que solo ve males y pesares. Y como estos
males son tan intensos y penosos, cree que la pena es lo más grande que puede ocurrir en
su existencia. Por eso dice que, mientras una alegría nos hace sentir bien por un momento,

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una pena nos puede llevar hasta la locura, de lo que concluye que el dolor es la única
realidad y que todo lo demás es la búsqueda de la ausencia del dolor, o sea, aliviar sus
penas, satisfacer sus necesidades. Si la vida fuera más dolor que placer hace mucho que
como tal hubiera dejado de existir, pues no habrían motivos para que los elementos de la
naturaleza se unieran y volvieran a reunirse; todo lo contrario, se rechazarían hasta que no
quedara nada que quisiera perpetuarse. Sería inconcebible que la naturaleza actuara así por
gustar del puro dolor. La sola contemplación de los animales en su estado natural nos hace
intuir que existe ausencia de dolor, o que el que hay es el mínimo indispensable para
mantener las especies alejadas de los peligros. Incluso, aún en el caso que la vida sea
penosa, los mismos animales nos dan la respuesta: la abandonan. Instintivamente saben
que, o la vida se vive bien, con plenitud, con seguridad, con placer, o no vale la pena vivirla.
Observamos que cuando algunos de esos animales no se encuentran en buenas condiciones,
ya sea por un cambio en su medio natural o por su salud, evitan reproducirse o eluden el
contacto. Y cuando sus formas de vida no son las más adecuadas, se vuelven estériles o se
suicidan. Mas esto pasa con poca frecuencia, porque lo que comúnmente sucede es lo
contrario: tanto el medio ambiente como los estados de salud físico y mental de los
animales suelen ser los ideales, por eso es que se reproducen con ansiedad; porque
encuentran que el lugar y la forma en que viven les provoca mucho placer. Eso no exime de
que exista el dolor o la muerte, pero esas sensaciones de pesar no llegan a ser lo
suficientemente fuertes como para que se imponga el desánimo de continuar con la cadena
de la vida. En pocas palabras, en los seres vivos el placer triunfa por sobre el dolor, por eso
se perpetúan. Claro que esto no es un acto voluntario o consciente; las sensaciones de
seguridad y placer son suficientes estímulos para que sus organismos se predispongan a la
reproducción, sin necesidad de pasar por algún tipo de razonamiento.
El Hombre Nuevo sabe que hay dolor y que es inevitable, pero también que la cantidad de
placeres que da la vida es muy superior, sino la especie humana hubiera desaparecido hace
mucho. Por eso es que ve la vida como una sucesión de placeres, que son los que nos hacen
mantenernos vivos y con la convicción que a nuestra descendencia también les pasará lo
mismo. ¿Algún padre tendría hijos si supiera que ellos van a heredar solo dolores y
sufrimientos sin fin y sin consuelo? Esto demuestra entonces que no es cierto que la vida es
sufrimiento y desgracias sino todo lo contrario. Pero lo que hace el Hombre Viejo es
magnificar los temores al dolor y a la muerte para lamentarse y maldecir la propia vida; por
eso su existencia es una carrera contra el reloj, como si algo muy malo lo persiguiera. Y a
ello le pone diversos nombres: hambre, frío, abandono, enfermedad, vejez, muerte. Todos
estos males son tan parte de la vida como sus contrarios. No habría hambre si no hubiera
satisfacción, frío sin calor, abandono sin compañía, enfermedad sin salud, vejez sin infancia,
muerte sin nacimiento; y todos son en realidad fenómenos necesarios para la vida misma
pues son las señales de alarma que el organismo requiere para mantenerse hasta su muerte
cosa inevitable y ya sabida desde el mismo día en que el hombre nace. Entonces: ¿Dónde
están las desgracias de las cuales hay que huir con cara de terror?
Lo que sucede es que el Hombre Viejo vive como si preparase a un caballo de carreras
que es él pero sin que este caballo llegue a participar en ninguna. Quiere decir que vive
cuidando su cuerpo para usarlo en algo que no sabe qué es y, como consecuencia, nunca
llega a usar. Porque el Hombre Viejo ignora que el cuerpo existe con la finalidad de obtener
el máximo placer de él. Mas se pasa toda la existencia alimentándolo, cuidándolo,
entrenándolo para una carrera que nunca llegará a correr, en vías a supuestamente gozar
algún día que nunca vendrá. En tiempos de paz, convierte su existencia en un agotador
campo de entrenamiento para feroces combates, donde cada día se prepara para
enfrentarse a los terribles peligros de la vida, los cuales están constantemente al acecho. No
tiene tiempo, el Hombre Viejo, de disfrutar y de contemplar, porque un solo descuido
significaría la entrada del enemigo en su reducto. En realidad, el único valle de lágrimas que

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existe es el que él mismo ha creado y que alimenta en su imaginación. El Hombre Nuevo,
en cambio, mira la vida como quien ve el paraíso.

La vida es engorrosa en vez de sencilla


El Hombre Viejo piensa que la vida es engorrosa, enredada, llena de caminos desconocidos
y misteriosos. La ve como quien observa un inmenso nudo y tiene la obligación de
desatarlo, o como quien se para frente a una enorme montaña escarpada con la orden de
subirla. Esto hace que se desanime de emprender cualquier acción bella porque “la vida
dice es muy complicada”. Entonces el Hombre Viejo anda por el mundo diciendo acerca
de ella: “no la entiendo, no la entiendo”.
En cambio el Hombre Nuevo sabe que existen muchas maneras de entender la vida, que no
es lo mismo que manejarla a su antojo. Y justamente lo primero que comprende es que ella
no nos pertenece. Por el contrario el Hombre Viejo no la entiende porque la conceptúa como
una herramienta que tiene que usarla para que todo le salga como él quiere. Y como
generalmente no responde a sus intereses llora como un niño pues según él no la sabe
usar bien. Pero la vida no es una herramienta que responde a nuestros deseos. Ella existe
antes que nosotros y lo hará después, por lo tanto no es nuestra. Más bien nosotros somos
obra de ella, ella nos ha creado; luego es ella quien nos dirige. Y si algo llegamos a
entender será todo aquello que desde nuestras posibilidades podamos entender, pero no
más. Es obvio que comprender toda la vida no es una tarea humana, pues mientras más
ahondamos en ella más grande es el misterio. Ella resulta complicada cuando la queremos
dirigir hacia nuestros caprichos y fantasías, pero se vuelve simple y sencilla cuando
aceptamos que somos solo sus criaturas y ella es la que decide qué hacer con nosotros y
cuándo darnos fin. Amargarnos por la erupción de un volcán, jalarnos los pelos por el frío
del invierno, maldecir al sol por la alta temperatura, es tan absurdo e irracional como el
enfermarnos por no ganar un concurso o una suerte, asombrarnos por el descarrilamiento
de un tren, la caída de un avión, la muerte de un gobernante y miles de sucesos más que
ocurren todos los días y en contra de nuestra voluntad. Queríamos ser ricos y no pudimos;
lo atribuimos a lo difícil que es la vida. Queríamos estudiar un oficio y no pudimos: la vida
es la culpable. Deseábamos evitar el fracaso, el dolor, la muerte y nos fue imposible. La
vida. La vida siempre resultará un arte dificilísimo para aquel que trate de manejarla y
usarla para todos sus deseos e intereses. En cambio resultará la cosa más sencilla del
mundo para quien entienda que hay fuerzas superiores a nuestra voluntad que deciden por
nosotros y que nos llevan a donde quieren, nos guste o no. Y que si hemos llegado a algún
puerto es simplemente porque esas fuerzas, llámense dioses o casualidad, existan o no, así
lo dispusieron. El Hombre Nuevo acepta entonces que, por mucho que se quiera, realmente
solo se termina haciendo lo que podía hacerse, con gran esfuerzo o sin él, con gran
inteligencia o sin ella.

La vida es individual en vez de colectiva


El Hombre Viejo piensa que él vive para sí mismo y para velar por sus intereses. Cree que
todo hombre que viene a este mundo es un peleador que lucha por arrebatarle a los demás
su porción de espacio. Si no lo hace, si no combate con denuedo y tesón, será un fracasado
que al final no obtendrá nada y se quedará en la miseria y el abandono, sin algo que lo
ampare. También está convencido que nadie da nada por nadie; que si uno comete el error
de ayudar desinteresadamente a alguien en algún momento terminará pagándolo caro
puesto que, en vez de que se lo agradezcan, lo traicionarán. Piensa el Hombre Viejo que la
sociedad es una suma de unidades, un conjunto de millones de individualidades aisladas
unas de otras y todas en conflicto. Pero como desgraciadamente según él todos
dependemos de todos, tenemos que aceptar a regañadientes el convivir con los demás. Mas
el aceptar convivir con los demás no significa que el Hombre Viejo acepte con gusto vivir
con ellos. La prueba es que, apenas puede, se marcha lejos y busca aislarse para disfrutar

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de su soledad tal como lo hacen los ricos hasta que vuelve a sentir la necesidad de
satisfacerse y se resigna a volver a la jungla, al campo de batalla que es su sociedad. Y
como esa forma de pensar la oye en boca de todos los que le rodean piensa entonces que
ello es verdad. Y si lo escucha de quienes que él considera exitosos, lo reafirmará todavía
más. Así llega a concluir que: “Uno tiene que pensar en sí mismo, porque todo el mundo lo
hace. Yo tengo que pensar solo en mí mismo, en mi casa, en mis necesidades, en mis
problemas, en mi futuro, en mi familia, en mi prestigio y, por último, en mi salvación”. De
este modo, millones de Hombres Viejos viven juntos pero desconfiando los unos de los
otros; trabajan juntos pero cada uno lo hace pensando en su destino y en sus necesidades
personales; caminan juntos pero solo se preocupan en no caerse ellos mismos. Y cuando
piensan en los demás es porque les han obligado: porque la enfermedad les golpeó la
puerta, porque tocaron sus intereses, porque amenazaron sus propiedades, porque
estorbaron sus aspiraciones o sueños, o porque les remuerde la conciencia. Es en ese
momento que sale de su diálogo consigo mismo (qué quiero, qué necesito, qué me falta, a
quiénes tengo que utilizar para ello, cómo los debo motivar, a quién le tengo que dar algo y
a quién negárselo, a quién tengo que respetar y de quién puedo abusar) y se ve obligado a
mirar a los vecinos para evaluarlos, escucharlos, medirlos y cuestionarlos, tomando nota de
sus ideas, faltas y errores. El Hombre Viejo solo acepta y alaba al prójimo cuando sabe que
hacerlo conviene a sus planes personales. Esto es lo que él piensa que es vivir en sociedad:
una lucha estratégica por ver quién trepa más rápido a no se sabe qué lugar.
En cambio el Hombre Nuevo cuando piensa dice: ¿Qué necesitan los demás de mí? ¿En qué
puedo ser más útil? ¿Dónde me desempeño para que la sociedad sea mejor? ¿Qué necesita
mi hermano? ¿Cómo puedo calmar ese sufrimiento? ¿Qué es lo más útil de mí para que los
demás lo aprovechen y todos nos sintamos bien? Y así es cómo va orientando su vida.
Actúa donde más se lo necesita, da lo mejor que tiene, acude donde cree que puede
contribuir a una buena causa. Piensa él que tener una casa o cubrir sus necesidades son
solo la consecuencia de sus actos en servicio de su sociedad; que cuando un hombre da lo
mejor de sí es natural que reciba algo en compensación. Mas no actúa por la esperanza de
lo que va a recibir. Él incluso sabe que podría hacer otras cosas por las cuales recibiría
muchos más bienes a cambio, pero no las hace porque entonces estaría actuando motivado
por el interés y no por la necesidad de dar lo mejor de él para el bien de todos. Así piensa
un alma noble, bien nacida y bien educada. Y no se trata de un hombre extraordinario o de
un enviado de los dioses; solo se trata del Hombre Nuevo, que sabe distinguir con claridad
cuándo se hace algo por el simple interés y cuándo se hace porque es ley natural de los
hombres el hacerlo.

La vida es utilitaria en vez de bella


El Hombre Viejo piensa que la naturaleza es para usarla como si se tratara de una
despensa, de la cual hay que extraer todo lo que se pueda, simplemente porque ahí están
los objetos. Actúa como si fuera un cachivachero que va recolectando todo lo que encuentra
para ver qué hacer con ello después. Y en este conjunto de cosas que recolecta incluye
también a hombres como él, a quienes transforma en objetos de uso y de intercambio. Es
por eso que se ve a sí mismo como un objeto más, algo que puede tener el mismo valor
que cualesquiera de los objetos que colecciona... o tal vez menos. Partiendo de este punto
de vista, considera que a la naturaleza la puede manipular como bien le plazca: puede
estirarla hasta donde dé, puede cortarla hasta donde sea capaz de hacerlo, la puede
calentar y derretir hasta el límite, aplastarla o lanzarla lo más lejos posible. Por último, si
quiere, si le parece correcto o necesario, la puede destruir, aniquilar para siempre. Total, no
hay límites. ¿Quién se lo va a impedir? Como no conoce alguna autoridad que le prohíba
nada, eso significa que puede hacerlo todo. Lo que ve que no está prohibido quiere decir
que está permitido. Y como no hay un letrero que diga: “Prohibido destruirse entre sí y
destruir al mundo también”, entonces eso sí está permitido y procede a hacerlo. Y si es que

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esto es así entonces no hay lugar para lo sagrado. Porque lo sagrado conlleva un límite, una
distancia, una retención de la acción, un impedimento. Luego, si la naturaleza no es
sagrada, y por lo tanto tampoco la vida, el hombre no lo es. De ahí concluye que se puede
hacer lo que se quiera con el ser humano.
Pero si esta forma de entender la vida fuera cierta la comprobaríamos viéndola en todas las
especies de la naturaleza. Sin embargo, no conocemos especies que actúen guiados por ese
impulso, ese entendimiento o esa convicción; porque cuando, por ejemplo, los animales
matan, lo hacen evitando que el victimario sienta culpa. Ellos no sobrepasan el límite
natural de la muerte, puesto que de hacerlo se convertirían en criminales. Ellos no cometen
crímenes, pues las muertes que ocasionan se ajustan estrictamente a lo mandado por las
leyes naturales que los gobiernan. El crimen solo se produce cuando se violan las leyes
naturales. Por eso no vemos animales arrepentidos ni perseguidos por la ley, puesto que no
han transgredido ninguna. En cambio, en el hombre sí se presenta el complejo de culpa,
tanto así que, aún cuando nadie lo señala por el crimen, él se delata solo. Esto quiere decir
que en la naturaleza sí existen límites y sí hay algo sagrado, que es ella misma. Pero el
hombre que no cree en lo sagrado no reconoce alguna ley que lo limite y procede como le
place, aunque después se arrepienta.
Por el contrario, el Hombre Nuevo no ve a la naturaleza, a la vida, como una colección de
objetos por usar y desechar. El Hombre Nuevo ve la vida como una oportunidad de hacer
belleza, de crear arte con lo que tiene a su alcance pero sin ocasionarse a sí mismo el
complejo de culpa. Esto no es difícil de evitar, ya que nuestra misma intuición y el corazón
nos advierten cuándo estamos a punto de ocasionar algún daño. Pero no solo la ve como un
lienzo para pintar, o arcilla para crear, o madera para tallar: también la ve como algo vivo.
Él piensa que el hombre no es el único que tiene vida sino que también su madre, la
naturaleza, la tiene; que si él la posee es porque esa madre se la dio; que él mismo no se la
puso sino que la ha heredado. Por lo tanto, no puede decir que la vida es suya y está a su
disposición total para lo que le venga en gana. Y tampoco que es su guardián ni su
jardinero, puesto que esa es otra forma engañosa de adquirir poder y autoridad sobre la
vida al convertirse en tutor de algo a quien supuestamente hay que enseñar y proteger. Por
eso el Hombre Nuevo disfruta de la naturaleza y la embellece, pero no la destruye; la trata
con respeto, admite que está viva y la enaltece.

El Dios del Hombre Viejo


El Hombre Viejo tiene un dios que va muy de acuerdo con su forma de pensar: es un dios
personal, privado, que no requiere de intermediarios para hablarle. Prácticamente es un
dios de bolsillo, de valija, que lo saca cuando lo necesita y lo guarda después. Se trata de
un dios dialogante, que habla con el usuario, según manifiesta este último. Es un dios
parecido a un consejero, a un analista, que le susurra al oído ideas y recomendaciones, que
vela exclusivamente por él, el usuario. Es un aliado para todos sus proyectos, sean estos
buenos o dudosos. En caso que sean de estos últimos, se convierte luego en un dios que
comprende y perdona. Es, finalmente, un dios a su completa disposición y totalmente
gratuito, que no le pide nada a cambio y que, hasta incluso, lo premia; y raramente lo
castiga. Todos hablan de él y lo llaman de diferentes maneras. Algunos lo llevan escondido,
como ocultándolo, y solo revelan el secreto de su tenencia a sus más íntimos. Otros, en
cambio, lo pregonan. Creen que su dios privado puede ser también de los demás y se
esfuerzan por hablar de sus virtudes y de sus hazañas: "Le pedí esto y me lo dio"; "Cuando
lo necesito siempre está"; "Me habla con mucha claridad"; "Siento siempre su presencia";
"Es muy efectivo". Y mientras más grandes son las ciudades más numerosos son los dioses
del Hombre Viejo. Y todos esos dioses lo siguen por donde va, mas no así al revés, puesto
que si el Hombre Viejo le preguntara a su dios qué quiere de él, ese dios podría responderle
y decirle cosas tan espantosas, tan terribles, que sería mejor no escucharlo. Diría tal vez
algo como: “Perdona a tus enemigos” o “Comparte con todos tus ganancias” o, peor aún:

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“Deja esa actitud y cambia completamente”. Esas cosas que le diría su dios al Hombre Viejo
serían para él imposibles, demasiado; frases que solo a un dios se le ocurrirían. Por eso el
Hombre Viejo prefiere no escuchar a su dios y que, en cambio, él sí lo escuche.

El Dios del Hombre Nuevo


En la conciencia del Hombre Nuevo no se introduce su dios porque eso coactaría la libertad,
la privacidad y la voluntad. Por el contrario, el dios deja al hombre ese espacio para que
éste pueda ser totalmente autónomo en sus decisiones, sin verse presionado por su divina
presencia. Para ese dios ello es una actitud que demuestra sumo respeto, no escudriñando
ni espiando la vida privada de nadie. Lo podría hacer, claro; pero ¡cómo! Si ni siquiera
muchos hombres lo hacen con las personas con quienes viven ¿por qué lo tendría que hacer
Él, su dios? Por otro lado, ese dios tampoco usa la conciencia para comunicarse porque sabe
que las conciencias muchas veces son engañosas y sufren constantes alteraciones, y eso
podría confundir al hombre; por lo tanto, prefiere contactarse a través de las enseñanzas
que dan la naturaleza y los sabios, quienes tienen la facultad de demostrar, con sencillos
ejemplos, todo lo que el dios del Hombre Nuevo quiere. Mediante ellos ese dios dice cosas
como: “Tú no vives solo, por eso debes ser justo y compartir con los de tu especie” o “Es
sabido que eres fuerte y capaz de destruir montañas, pero no lo hagas si no es para brindar
un bien”. Y también: “Si vives desdichado es solo por culpa tuya porque en mi creación la
pena se da solo por breves momentos, pues no soy cruel ni me complazco en el dolor; tú
tienes todo a tu alcance para hacer tu vida lo más placentera posible”. Y finalmente: “Tú
solo eres alguien ante mí cuando te presentas junto con tus hermanos; sin ellos no te tomo
en cuenta". Y también: "Si tú dices que estás bien y sin embargo te veo rodeado de seres
que son miserables, para mí tú todavía no existes”. El dios del Hombre Nuevo no es un dios
interior, particular, personal, privado, sino un dios real, manifiesto y colectivo.

Sobre si existen los Hombres Nuevos


Así como existen los Hombres Viejos, quienes viven atemorizados por el hecho de vivir y
tener que vivir; que deambulan perdidos sufriendo sin saber por qué; que arrastran sus
cuerpos por los caminos, unas veces mendigando y otras hurtando; así como existen esos
hombres que al verlos solo se puede sentir por ellos lástima o miedo; cuyos rostros gritan la
tristeza y la ignorancia de no saber por qué tienen que llevar la vida a cuestas; que mueren
lentamente con la amargura en el corazón, sin que nadie les tienda la mano; así como hay
hombres y mujeres terribles, capaces de monstruosas atrocidades, seres dispuestos a
acabar con ellos mismos y con los demás; así como existen estos y muchos más, así
también existen los Hombres Nuevos. Son hombres dispuestos a subsanar los viejos
errores, capaces de emprender la aventura de hacer crecer la mente y el alma y vivir
después con ello, deseosos de comportarse con amor fraterno y con responsabilidad ante su
medio y su tiempo, creyentes en que siempre se puede vivir mejor que como se vive,
sabedores que las normas que determinan al hombre son las que él mismo sigue por su
propia voluntad, conscientes que solo las leyes que dan vida y amor son las únicas que nos
han sido transmitidas a través de la sabiduría de todos los tiempos y de los mismos
ejemplos de la naturaleza. Si aceptamos que los Hombres Viejos existen, a los cuales vemos
diariamente entre nosotros o que, más aún, somos nosotros mismos, hemos de aceptar
entonces que también existen los Hombres Nuevos.

El mal
Todos sabemos que el dolor es parte de la misma naturaleza, pues éste actúa como aviso,
como señal de que algo amenaza nuestro organismo. Por lo tanto, sentir dolor no es en sí
algo contrario a la vida ni al bien. Pero a ningún ser vivo le agrada sentir el dolor, por eso
huimos de él, lo rechazamos. A lo que verdaderamente denominamos como el mal no es al
dolor en sí, pues ya dijimos que en esencia es necesario, sino al acto voluntario de causar

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dolor y que ello signifique un perjuicio para el que lo sufre. Quiere decir que sin nuestra
intervención racional, sin nuestra concepción producto de nuestro raciocinio, el mal, en
realidad, no tiene por qué existir. Para que se den las condiciones de decir que está
presente el mal tiene que haber una voluntad razonada. Si se causa dolor sin el deseo de
hacerlo estamos hablando de un accidente, y eso no es el mal. Por lo tanto, es condición
indispensable para la existencia del mal la intervención intencionada de un ser humano.
Fuera de esta situación no podemos concebir al mal; sin el hombre no existe el mal, o,
dicho de otro modo, en la naturaleza no existe el mal.
Antiguamente cuando los hombres mataban a un animal pedían a sus dioses perdón por
haberlo hecho. Existía, entonces, el convencimiento de haber causado algún dolor, de haber
ocasionado un perjuicio. Un animal carnívoro no puede sentir lo mismo pues éste mata
respetando su instinto. Este es el límite que pone la naturaleza en los animales: causar
dolor solo es permisible cuando se ajusta a la supervivencia. Sin embargo, en el hombre el
dolor y la muerte han sido muy ajenos a sus funciones originales. La mayor parte de las
muertes ocasionadas por el hombre no lo han sido por razón de su subsistencia. El hombre
mata, ocasiona dolor y hace el mal obedeciendo a su pensamiento. Es en su mente donde
se inicia el proceso. El mal es lo que se concibe y se realiza con el deseo de perjudicar. Los
animales no elaboran en su mente la manera de causarle un dolor a alguien; simplemente
matan por necesidad o protección, no para ocasionar dolor. El hombre sí lo hace, ya que por
su constitución mental es capaz de proyectarse hacia el futuro e intuir los acontecimientos
más allá de lo que cualquier animal puede ser capaz. El hombre ha sido siempre consciente
de ello, por eso es que tiene la sensación de culpa. Y además no solo causa dolor a los
animales sino que se lo produce a sí mismo, haciendo aún más grave su culpabilidad. He
aquí la esencia del mal. El mal es todo aquello que el hombre crea en su cabeza y en su
corazón con el deseo de hacer sentir algún dolor, ya sea en el organismo, en el
pensamiento o en los sentimientos de otro ser vivo, para con esto hacerlo desdichado,
complaciéndose en ello. Esta capacidad, este poder para producir dolor como un fin, por el
deseo de producirlo, forma parte de la misma raíz del ser humano, pues cada niño que nace
lleva dentro de sí la herencia de este comportamiento, de esta forma de actuar. Así como el
lobo cuando se hace adulto se vuelve feroz, aunque haya sido criado entre humanos, así el
hombre se vuelve malvado cuando le llega su tiempo. Eso está en nosotros y no lo podemos
evitar. Y está también en nuestras casas, en nuestras ciudades, formando parte de todo
ello, incentivándonos a actuar con maldad, dándonos estímulos y premios por hacerlo,
llevándonos a creer que hacemos el bien en vez del mal. Vivimos causándonos el mal los
unos a los otros. Las leyes mismas nos empujan a hacerlo así pues los hombres hemos
creado modos de vida infames, crueles, salvajes, brutales, donde cada uno es enemigo del
otro. Nos hemos obligado a vivir demasiado cerca los unos de los otros, provocando con ello
todo tipo de rencillas y malquistamientos. Nos hemos empujado a aprovecharnos de las
circunstancias para favorecer a algunos y perjudicar a otros, llamándole a eso virtud. Nos
hemos vuelto gladiadores matándonos en un circo ante el aplauso de las multitudes. Así
hemos vivido y así vivimos.
Ahora bien; hemos hablado de lo que es el mal, pero no hemos dicho por qué se produce.
Dijimos que aquello que en el mundo natural no pasa de ser una simple respuesta o
venganza por una agravio, en el hombre, producto de su desarrollado pensamiento, se
convierte en una elaborada manera de hacer el mal. Tenemos entonces en primer lugar que
nuestra propia evolución nos ha condenado a ser capaces de ir más allá del dolor natural. A
esto se suma un segundo factor: el interés. El interés es todo aquello que el hombre asume
corresponder y pertenecer a su entorno, que piensa que es una parte indispensable de su
forma de vida. Dicho de otro modo, tanto es interés el estado de su cuerpo como todo lo
que necesita para mantenerlo. Mas ahí no acaba la cosa; también es de su interés todo lo
relacionado con lo que le rodea como especie y con su medio ambiente. En esto no nos
diferenciamos del resto de los mamíferos gregarios. Pero allí donde estos animales

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mantienen los límites, allí empieza a manifestarse el interés del hombre, con lo cual se inicia
el desequilibrio en nuestra especie. Al extralimitar nuestra medida de lo realmente necesario
y extendernos más allá, hacia donde nos lleva nuestra imaginación, proyectamos nuestros
deseos a lo que suponemos que también es nuestro. Por eso el hombre cree que es el amo
del universo, porque ha elevado el nivel de lo que necesita mucho más lejos que los valles
en donde originalmente vivía. Es el viejo deseo, ambición, interés, de ser como dioses.
He aquí la semilla de la maldad, lo que da origen al mal: consideramos que tenemos
derecho a poseer más de lo que deberíamos. Y esto es condición propia del hombre; está en
nosotros el ser así. Cada ser humano cree tener algún tipo de derecho sobre algo, y siempre
habrá alguien que lo viole, razón por lo cual terminamos haciendo el mal como forma de
restituir el equilibrio que en nuestro pensamiento existe. Todos los que obran el mal lo
hacen creyendo que restituyen la justicia, que les asiste un derecho, una razón. Ya hemos
dicho que quien causa dolor sin tener una justificación en realidad no hace el mal, sino obra
por accidente. El inflado interés humano es el que pone sus fronteras fuera de nuestro
entorno natural y nos hace entrar en conflicto con el prójimo. Solo aquellos que no poseen
nada y ni lo desean aún a costa de su propia vida son los únicos que renuncian a algún
tipo de interés y, por lo tanto, no pueden hacer el mal. Estos pocos raros son unos
desconocidos ermitaños de quienes no tenemos noticia. La gran mayoría de la humanidad
por lo menos posee algo y desea tener más; y como los límites de lo obtenible ni siquiera
ellos mismos los perciben acabarán pensando que muchas y muy variadas cosas les
pertenecen, por la cuales lucharán, odiarán y harán el mal.
Cuando reflexionamos y pensamos en lo que estamos haciendo nos preguntamos: ¿Por qué
hemos de vivir así? ¿Es esta la única manera de vivir o existen otras formas con menos o
con ninguna maldad? ¿Puede el hombre, el ser humano, vivir sin el mal, sin provocar el
sufrimiento? Entonces es cuando decimos que para que el hombre empiece a vivir sin la
maldad debe dejar de ser un Hombre Viejo y convertirse en el Hombre Nuevo. Porque el
Hombre Nuevo es el que sabe que todos hemos heredado la semilla de la maldad y la
llevamos en nuestros corazones, pero que para combatirla se tiene que crear un mundo
donde esa semilla no pueda crecer y termine por agotarse y morir. Debe usar su
pensamiento para idear la manera de conducirse sin tener que desear perjudicar a nadie. La
actitud de quererlo es lo primero que nace en nuestro interior, pero luego tenemos que
llevarlo a la práctica a través de una forma de vida en sociedad donde eso se pueda
materializar. Muchas veces el hombre lo ha intentado pero en forma aislada e imperfecta. Y
es que cuando lo procuran solo unos pocos estos terminan por contagiarse del resto. Así les
pasa a los que se refugian en los templos o en los lugares apartados. El esfuerzo de eliminar
la maldad en el hombre no puede ser de unos cuantos sino que tiene que ser de una
mayoría, para que así sea más fácil controlar a la minoría que siempre preferirá continuar
con su maldad, ya que, como hemos dicho, es de nuestra naturaleza el desear
ardientemente causar dolor, aunque sea el nuestro propio.

Más allá de nuestra imaginación


Por mucho que los antiguos hombres soñaron y pensaron en las cosas más irreales o
absurdas, ninguna de ellas logró acercarse en algo a lo que la realidad, después, fue
mostrándonos. ¿Era la más grande fantasía poder volar? Pues ahora es una necesidad. ¿Era
cosa de los dioses poder ver lo que pasa en el otro extremo del mundo en el mismo
momento en que sucede? Hoy es parte de nuestra rutina. Todo esto lo hemos logrado al
haber desviado nuestros ojos de los intereses en el más allá y haberlos puesto en el más
acá, o sea, en la naturaleza. Observándola, analizándola, dividiéndola, catalogándola,
desarmándola y volviéndola a armar, utilizando todas sus partes para ensamblar otras, es
como hemos descubierto un cajón de sastre maravilloso, que despierta todas nuestras
posibilidades y ambiciones. El producto de esa mirada escudriñadora se llama la ciencia. Si
la naturaleza fuera un gran juguete, el hombre ante ella sería como el niño que lo desarma

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para ver de qué está hecho, descubriendo cómo funciona y empleando luego sus partes
para hacer otros juguetes diferentes. Más allá de la naturaleza, de sus elementos y de sus
leyes, no existe otra cosa, salvo nuestra imaginación. Sin embargo, la naturaleza suele
terminar sorprendiéndonos, maravillándonos. Cada vez que pensamos que ya tenemos el
conocimiento y que somos como los dioses, descubrimos nuevas cosas que, como en la
torre de Babel, acaban por confundirnos aún más. ¿Por qué asombrarnos de ello? ¿Acaso la
naturaleza no puede tener infinitas formas de manifestarse? ¿Todo lo que hoy sabemos
sobre ella es lo único que podemos conocer? ¿No nos tendrá reservadas más sorpresas
todavía, sorpresas que podrían hacernos cambiar por completo nuestra forma de pensar
sobre ella misma, sobre la vida; expresiones que todavía no alcanzamos a comprender pero
que sí podemos intuir? ¿Qué sabemos realmente de la naturaleza? ¿Cuánto sabemos de ella
como para poder hacer afirmaciones categóricas sobre lo que puede y no puede hacer?
¿Cuánto de lo que hoy llamamos absurdo mañana terminará siendo lo más trivial y común?
¿Por qué entonces empeñarnos en creer que las cosas no pueden ser de otro modo que
como ya son? ¿Cuántas veces nosotros mismos, en el lapso de una vida, hemos visto
cambiar de colores las banderas, variar las costumbres, aceptar lo que antes era imposible?
Así pues, deberemos tener nuestra mente abierta para admitir que hay todavía en la
naturaleza muchas cosas más asombrosas que lo que nuestra imaginación pueda concebir,
reconociendo que existen numerosos caminos por donde se puede llegar hasta ellas y que
no todos tienen que ser difíciles, engorrosos o casi imposibles. Muchos de esos caminos son
fáciles y están hechos para la gente más sencilla. Hay más verdades invisibles que las que
podamos imaginar.

El amor es una causa


Todos nuestros actos responden a distintos motivos; algunos son voluntarios y otros
involuntarios. Difícil es no encontrar motivos en el obrar del hombre. Existen los impulsados
por la necesidad y otros por la maldad, como también existen aquellos impulsados por el
deseo de exaltación, por el deseo de trascender, de elevarse por sobre la vida animal. Estos
últimos motivos provienen de lo que llamamos el amor, del auténtico amor, que es aquello
que se despoja de su propio interés por buscar el beneficio para los demás. Ya lo dice el
proverbio: “El amor es el olvido del yo”. Y también: “Quien verdaderamente ama nunca
mira su provecho”. Quiere decir que solo cuando nos impulsa el verdadero amor, que no es
exclusivo solo para la pareja o para los parientes, es cuando nuestro mensaje merece ser
difundido y escuchado, porque busca el beneficio de todos y no solo de unos cuantos.
Existen en nosotros muchos pensamientos e ideas que nacen por el deseo de lograr el poder
o las riquezas y así satisfacer las ambiciones, pero ya desde su origen esos pensamientos
no tienen la intención de hacer el bien al ser humano sino satisfacer un interés particular. El
bien solo se alcanza cuando el amor es el que ilumina. Cuando esto sucede es él el que
habla. Cuando no habla el amor el que habla es el interés, que se disfraza de amor a la
humanidad, pero solo es un engaño. De esto cuánto hay en el mundo. Pero el pensamiento
creado por el interés solo nos lleva al mal y a la destrucción, a la enemistad y al odio. Dice
la sabiduría: “El interés jamás ha forjado uniones duraderas”. Y los resultados los vemos
todos los días. El hombre vive envuelto en millones de palabras pero la mayoría de ellas
solo procuran convencerlo de que satisfaga sus necesidades o las torcidas ambiciones de
aquellos que planifican el mal. Estas palabras, estos discursos, se envuelven en bellos
ropajes para aparentar que se trata de buenas intenciones, siendo en realidad falsedades.
En cambio, solo el amor elabora el verdadero discurso, la palabra, que anhela despojar al
hombre de su miseria. Es por eso que nuestras palabras, para ser auténticas, tienen que
estar teñidas de un fuerte y auténtico amor. Solo así podrá ser que estas sean valiosas,
porque no buscan el interés sino el bien. El hecho de pensar y escribir todo esto ha sido
producto de un sincero acto de amor y por eso hablamos con la autoridad que ello nos
confiere. ¿Acaso una madre no se siente con autoridad de hablarle a su hijo ya que lo hace

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con un auténtico amor de madre? Así también nosotros hablamos y decimos estas cosas
porque sabemos que nos impulsa un auténtico amor que no mide nuestro propio interés o
nuestras propias ambiciones personales. Es de esta manera cómo hemos encontrado el
sentido de nuestra vida. Así lo dice el refrán: “El que corre sin amor va errante de acá para
allá como un fuego fatuo”. Y es obvio que no está refiriéndose al amor de los amantes y de
los padres a los hijos. Se está refiriendo al amor que le debemos a nuestro prójimo. ¿Acaso
alguien puede vivir sin el prójimo? Es imposible. Desde que nacemos estamos en manos de
él. Recién cuando crecemos y nos independizamos es que cobramos conciencia de nuestra
libertad de desplazamiento. Pero ¿significa eso que a partir de allí ya no tomaremos en
cuenta a nuestro prójimo? Todo lo contrario. Es desde ese momento que nuestra relación
con el prójimo se hace vital, fundamental en nuestra vida ya que, finalmente, será el
prójimo quien nos lleve a la sepultura, pues todavía no ha nacido ser humano que lo haya
hecho por sí mismo. Todo ese mundo de relaciones con nuestro prójimo solo puede
sobrellevarse si lo hacemos con el amor. Este es el gran amor del que hablan todas las
sabidurías y todas las religiones.

La fuerza del amor


Ahora bien, cuando se tiene amor para querer hacer el bien al prójimo, no se lo puede
ocultar porque, como dice el refrán: “El amor es un asno despojado de toda traba”. Esto
significa que, cuando se tiene amor, existe una ansiedad por dar a conocer lo bueno sin
amilanarse ante ninguna dificultad. También dice otro refrán: “El amor no hace cobardes”.
Quiere decir que este deseo arrastra de tal manera que a quien lo posee le da un valor que
antes no tenía. Es que no se puede tener este amor sin tratar de comunicarlo y de
compartirlo. Incluso llega a ser un deber que uno se impone. Guardarlo para sí sin hablar de
él, no solo es un egoísmo, sino que además es impropio de ese amor. ”El amor encogido en
poco es tenido”. Una vez que hemos decidido darlo a los demás se convierte en una fuerza
tan grande que nos hace pensar que es posible mover montañas. “Nada es más fuerte que
el amor y la muerte”, dice la sabiduría popular. Pero ¿cómo es que se adquiere este amor?
Pues en principio está en nosotros, en nuestra naturaleza el ser así, como también el ser lo
opuesto. Todos tenemos tendencias a dar vida y a dar muerte. Muchas veces incluso nos
hemos visto en la situación de hacer las dos cosas. Sería difícil encontrar un hombre que
nunca haya participado de ambas facultades. La vida y la muerte se hallan en nuestro
corazón y en nuestras manos. De nuestra voluntad depende finalmente por cuál de las dos
nos inclinamos. Si optamos por dedicarnos a nuestros intereses estamos decidiendo
entonces por lo opuesto al amor, ya que el amor es pensar antes en los demás que en
nosotros mismos. Ante esto es muy probable que surjan las discordias y desavenencias, y
de allí al sufrimiento no hay más que un paso. Mas si escogemos el camino del amor,
estamos decidiéndonos por el opuesto al del sufrimiento. Ya lo dice el dicho: “Quien sabe
amar no hace jamás sufrir”. Para escoger el camino del amor hay que cambiar nuestros
objetivos de vida. “Los ojos cambian sus miradas y los seres existen”. Significa que, si
dejamos de pensar en nosotros mismos como única ocupación permanente y empezamos a
pensar en cómo satisfacer a los demás, nuestras preocupaciones dejarán de ser las
comunes para convertirse en ocupaciones nobles y buenas. Este mensaje es el mismo de
siempre, pero, al igual que siempre, tiene detractores que sienten que esto les perjudica.
Existen hombres cuyas necesidades, gustos y pasiones les son excesivamente apremiantes
y no pueden luchar contra ellas, por lo que optan por satisfacerlas a como dé lugar para
encontrar en ello la paz. Lamentablemente eso produce maldad puesto que, para calmar
esas necesidades y vanidades, tienen que hacer sufrir a muchos.
El tiempo actual es el tiempo en que los comerciantes han obtenido el poder entre los
hombres y se encuentran en un afán desenfrenado por saciar sus ambiciones más
descabelladas, sin amilanarse ante los daños que esto causa al resto, quienes no son
comerciantes como ellos. El comercio es necesario en la vida humana, pero vivir solo para

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él, obedeciéndole como a un dios, apagando su apetito siempre insatisfecho, es ocasionar
los mayores pesares al prójimo.

El bien
El amor es la única fuerza que hace el bien. Si carecemos de amor a nuestro prójimo
vivimos aislados, perecemos sin haber trascendido, nos quedamos a la altura de los
animales. Porque lo que nos hace hombres es la capacidad que tenemos de poder optar por
el bien o por el interés. No podemos decir que hacemos el bien cuando solo nos
beneficiamos a nosotros mismos. En ese caso decimos que hemos satisfecho una necesidad
o hemos realizado nuestro interés. Solamente hablamos de hacer el bien cuando lo
dirigimos a nuestro prójimo. Al usar la palabra prójimo nos estamos refiriendo a todos los
seres humanos sin excepción, no haciendo algún tipo de distingo. Porque si establecemos
diferencias a la hora de hacer el bien, nunca llegaremos a determinar a quiénes
exactamente deberemos aplicárselo, pues tantas razones hay para aceptar como para
rechazar a muchos de los candidatos. Además, podemos correr el riesgo de terminar
haciéndole el bien solo a los que demuestran ser buenos, y ellos son los que menos lo
necesitan. El objetivo del bien es llegar a todos, no a quien lo merece, pues hay muy pocos
en el mundo dignos de ello y estos, en realidad, ya lo tienen a plenitud. El bien es un don
que solo el hombre puede dar a otro hombre, pues la naturaleza no requiere que se lo den.
Mas hacer el bien no es solo hacerle un bien a alguien; es también hacer mejor a ese
alguien. Es lograr que esa persona entienda que el objetivo del hombre es crear belleza
durante su corta vida, en vez de andar acumulando una serie de objetos —como si éstos
algún día le fuesen a faltar— o buscando nuevas maneras de hacer sufrir al prójimo. El bien
es buscar que el hombre crezca en amor un poco más, abandonando su condición de
infante, haciéndole entender que debe asumir su etapa de madurez, con todo lo que ello
supone; madurez con respecto a su vida y a la ajena, con respecto al mundo, con respecto
a lo que exista más allá de este mundo, en caso así lo sea.

En qué están de acuerdo la religión y la ciencia


Las más antiguas creencias y religiones al igual que los más actuales conocimientos
científicos tienen puntos de coincidencia. Tanto la religión como la ciencia buscan que el
hombre entienda su vida y la viva de la mejor manera. La existencia humana está dentro de
un todo más grande que es la vida. El hombre no es anterior a la vida ni al universo, sea
este creado o no. Él es parte de esa vida y está conformado por los mismos elementos que
ella posee. No hay nada en el hombre que sea ajeno a la vida ni que pertenezca a algún
universo desconocido conformado por otros elementos. El hombre entonces está sujeto a
esta vida, de quien es hijo, creatura, imagen y semejanza. Es por ello que las leyes o lo que
sea que rigen u orientan a la vida, son parte integrante también de la constitución del ser
humano.
Otro punto es que ambas, religión y ciencia, miran hacia lo único que pueden mirar: a la
naturaleza, la cual se manifiesta de muchas formas, algunas de ellas todavía desconocidas
por nosotros y otras quizá desconocidas para siempre. La religión habla de misterios, de
cosas que no pueden ser comprendidas por el hombre. La ciencia honesta dice que sabe
algo pero que desconoce aún mucho más, y que hay para ella todavía muchos misterios. La
religión le propone al hombre un camino, un método para llegar a un buen fin; lo mismo la
ciencia.
Ambas apuntan a resolverle al ser humano sus dudas, darle mejores elementos para su vida
y una esperanza en el futuro. En las dos la actitud es de bondad, es de buscar el bien para
todos y no para unos cuantos, sean sacerdotes o científicos. Más allá de la vida no
conocemos nada. Es entonces en la vida donde está la fuente de todo lo que necesitamos y
debemos saber. El hombre, hasta donde deducimos, apareció un día en este mundo y algún
día desaparecerá. También en eso coinciden las religiones y la ciencia. Ellas nos dicen que

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tenemos un plazo limitado; que nuestra existencia, tal como la conocemos, no es para
siempre; que algún día todo cambiará. Así nos lo enseña la vida al mostrarnos cuán
cambiante es.
De este modo, siendo la vida anterior a nosotros, siendo nosotros producto de ella y no al
revés, ¿qué sentimiento, qué actitud debemos tener ante ésta? Religión y ciencia coinciden
nuevamente: un profundo respeto. La religión lo llama lo sagrado; la ciencia simplemente
eso: respeto. Todo lo sagrado se respeta y se respeta lo que es sagrado. Pero al igual que a
una esposa se la adora y se respeta y no por ello se la deja de tocar, así lo sagrado se
respeta, pero se puede tocar y manipular para el bien del hombre. Lo sagrado no significa
necesariamente oscuro, oculto, secreto ni intocable. El científico honesto manipula la
naturaleza pero lo hace con respeto. El religioso honesto manipula lo sagrado pero lo
expone a la vista de todos con mucho respeto. La religión y la ciencia son creaciones
hermosas del hombre para ayudarle a hacer de su vida una existencia hermosa. Ambas
están llenas de amor porque buscan el bien. No hay, entonces, entre las dos,
contradicciones. Dice el proverbio: “El primer efecto del amor es inspirar un gran respeto”.

Hemos de querer
Para llevar al hombre a su estado de trascendencia y madurez, dejando su estado infantil,
hemos primero de estar llenos de un auténtico deseo de hacerle el bien. Muchas veces
vemos que se habla, se dicen cosas que a las mayorías les gusta oír, pero que en realidad
están llenas de puro interés. Lo que en verdad se quiere es obtener el poder que da el favor
de esas mayorías para luego satisfacer necesidades personales. Y esos discursos toman con
frecuencia la forma de religiones, de ciencia, de sabiduría, de bondad, de desinterés. Los
hombres, cuando se ven arrastrados por el torturador apetito de su interés, no reparan ni
en torcer la verdad ni en causarse a sí mismos el mal. Por eso, lo primero que debemos
procurar es que las mayorías perciban y entiendan con claridad que quien se dirige a ellas
es un hombre lleno de un auténtico amor al prójimo; un hombre con verdad y sensibilidad.
“Cuando usted sufre a mí me duele”, dice el refrán; así es el corazón de quien busca el bien
para su prójimo. Hemos de querer con fuerza, con sinceridad. Solo así lograremos llegar a
la meta que nos hemos propuesto: la elevación del hombre a su estado de madurez para
que se dedique a la creación de la belleza. Cierto es que hay muchos impedimentos para
llevar a cabo esta noble tarea. El principal de ellos es que vivimos todavía en el Mundo del
Interés, creado por el comerciante; y este mundo tiene sus leyes y sus reglas con las cuales
hemos sido formados. Nuestro espíritu, nuestro ser, nuestra alma, son como el interés
quiere que sean: individualistas, porque vivimos constantemente pensando en el “yo
quiero”, “yo necesito”. Mientras sigamos siendo así, como animales domesticados para
actuar y pensar como el interés quiere, no vamos a poder crecer y emprender la tarea de
llevar al hombre hacia su madurez. Menciona el dicho: “No hay enemigo más fuerte para el
amor que la costumbre; trajes nuevos, aniversarios, riñas y reconciliaciones, son formas de
renovarlo”. Esto que se dice pensado en la pareja es también válido para el amor al
prójimo. Es la costumbre, el estado actual como están las cosas, un enemigo muy fuerte
que nos lleva a la resignación y a aceptar lo malo como si fuera lo único posible. "En el
amor como en los sueños no hay nada imposible”, expresa otro pensamiento.
Sin embargo, tampoco debemos dejarnos llevar por los extravíos del amor, que también los
hay. El primero de ellos es el apresuramiento. Muchos se entusiasman demasiado pronto
con las primeras ideas y las toman todavía calientes, cuando aún no han cuajado.
Rápidamente se pierden en la desesperación cuando se dan cuenta que no son
suficientemente capaces para enfrentarse con la realidad. Otro es el de subestimar las cosas
y creer que solo basta con desear algo para alcanzarlo. Los que así piensan se olvidan que
todo acto de amor al prójimo conlleva un sacrificio, muchas veces a costa de la vida propia
(“El verdadero amor supone la renuncia a la comodidad personal”). Se trata de uno de los
extravíos más peligrosos pues, el afán desmedido por obtener resultados inmediatos,

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abruma demasiado y se termina por justificar cualquier medio con tal de obtener el fin. Otro
error es querer convertirse en el principal beneficiario del amor, olvidando cuál es el
verdadero objetivo, la esencia: el prójimo. (“El amor se mide, no por el placer que
proporciona, sino por la alegría que uno puede procurar a quien ama”). Muchos buenos
hombres han caído en esta lamentable confusión y se han convertido en perseguidores y
asesinos en nombre del amor.
No tenemos por qué pensar que en el lapso de una corta de vida humana se puedan hacer
todas las cosas. Debemos recordar que las más grandes obras, las más duraderas, abarcan
el tiempo de muchas vidas. Pero ¡qué importa que nosotros no veamos la cosecha si en
verdad estamos guiados por el amor! El interés, como es egoísta, quiere satisfacer su
hambre de resultados; quiere ver con sus propios ojos el triunfo; quiere escuchar en vida
las campanas de la gloria y que se coree su nombre para sentir ese delirante placer. Muchos
se pierden en este camino. Mas el amor no puede andar buscando recompensas, como
tampoco la madre le exige al hijo que la recompense. El acto de dar es ya en sí una
recompensa. “En el amor todo es importante, siendo él su propia recompensa”, versa otro
refrán.

El bien, solo el bien


Si no hacemos las cosas por llevar el bien a los demás ¿entonces por qué las hacemos?
¿Qué consecuencias puede traer el realizarlas por otras razones que no sean por el bien?
Miremos el mundo cómo está y pensemos en las motivaciones que lo impulsan. Unos viven
presionados por el miedo, y por él son obligados a hacer el mal. Otros viven angustiados
por sus necesidades materiales, y por buscarlas son también llevados a la maldad. Otros,
que actúan acicateados por sus ambiciones personales, acaban siendo actores de las más
terribles atrocidades para poder tranquilizarse. Como vemos, la gran mayoría elabora y
ejecuta obras de mal empujados por sus circunstancias, o sea: sin ser seres realmente
malvados, llegan a actuar con maldad por culpa de sus temores, necesidades y ambiciones.
Lo que sucede es que, por no haber obrado motivados por el amor al prójimo, se ven
arrastrados y devorados por el torrente avasallador de la maldad. Esta es la razón por la
que necesitamos primero ponernos como meta el actuar por amor y no por necesidades y
ambiciones.
No sin antes evitar los peligros de los extravíos del amor, pues nos puede invadir el
pesimismo hasta terminar pensado igual que como dicen estos refranes: “No busquéis el
amor en la naturaleza humana, pues jamás la rosa florece en los sucios pantanos”, y “Se
puede amar al amor y despreciar al amante”. Lo cierto es que, salvo en la naturaleza
humana, ¿dónde más se puede amar como hombres? Y ciertamente, hay quienes ante la
desilusión que les causan los hombres, pierden la paciencia y desvían el verdadero sentido
del amor, terminando por excluir a la persona, objeto del amor, para dedicarse a venerar
solo la idea del amor. No podemos separar al ser vivo de la idea porque, en el caso del
amor, es un absurdo. Una madre sana no puede decir que ama como madre y al mismo
tiempo abandonar a su hijo. No podemos adorar al “dios amor” solo porque el hombre real,
el de carne y hueso, sea reacio a nuestras ofertas.
Debemos recordar que “Los animales se doman pero los corazones se conquistan”. Y
cuando ya tengamos en claro que debemos actuar por amor, entonces pongámoslo en
práctica con dulzura, con alegría, con entereza y con fuerza, recordando que ese es el único
camino que nos puede permitir llegar al corazón del hombre, para poder rescatarlo y
levantarlo en pos de que cumpla con su destino de embellecerse y embellecer al mundo.

El bien es preferible a lo útil


El hombre no es un ser materialmente menos dotado que el resto de los seres vivos. Una
simple observación al mundo natural nos lo demuestra. Estamos hechos de la misma
materia que el universo, y lo que es válido en él es válido para nosotros. En sentido inverso,

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lo que es válido en nuestra materia, nuestro cuerpo, también debe ser válido para otros
cuerpos. Entonces, si todos los animales están físicamente capacitados para adaptarse a
distintos medios empleando sus propias estructuras ¿por qué el hombre no puede estarlo?
¿Cometió acaso la naturaleza con nosotros su único error haciendo que, por ejemplo,
nuestras pieles no sean lo suficientemente aptas como para que podamos sobrevivir? Por lo
visto no es así. Físicamente no nos falta nada. Por otra parte, si nuestro cerebro tiene la
capacidad para elaborar pensamientos ¿por qué otros cerebros, más grandes o pequeños,
no podrían hacer lo mismo? Cuando nos intrigamos por saber si los animales piensan,
sienten y se comunican ¿no será acaso que partimos de la premisa de que somos
"naturalmente superiores" y no aceptamos lo evidente: que entre seres tan parecidos tienen
que darse fenómenos similares? En este error caen incluso hasta los más serios hombres de
ciencia. Sin embargo esto no quiere decir que no hayamos creado nosotros mismos
nuestras propias diferencias con respecto al resto de los animales, aunque no sean en lo
biológico. Valgan verdades, entre un hombre desnudo y otros animales no existen mayores
diferencias que las que hay entre todas las especies. En donde sí las observamos es en lo
artificial, en lo no natural. Veamos.
Aún sin necesitarlo, el hombre carga consigo toda una serie de objetos para poder formar
su vida humana. Nos parece imposible ser hombres prescindiendo de eso que llamamos
nuestra cultura. La cultura es la suma de todos los conocimientos que desde siempre hemos
ido acumulando y que seguimos incrementando, al punto que sin ella no podríamos
llamarnos humanos. Está claro entonces que la cultura es un fenómeno exclusivamente
humano, que no se da en el resto de la naturaleza. Sin embargo, por mucho que
dependamos de la cultura y nos sea necesaria para nuestros fines, eso no significa que ello
también lo sea para el resto de la naturaleza. No estamos seguros que lo que es bueno para
nosotros sea bueno para todo el universo. Es más: tampoco podríamos decir que estamos
seguros que la cultura sea completamente buena para nosotros mismos. Y lo que aumenta
nuestras dudas es que vemos que lo que llamamos la cultura no es igual en todas partes,
además de que constantemente solemos ir cambiándola. Solo en el momento que nos
despojamos de nuestro ropaje de hombres, de nuestra cultura, y nos contrastamos con la
naturaleza, es cuando nos percatamos que la cultura armoniza en muy poco con la vida
natural y con la sensatez. ¿Cuántas cosas que nosotros consideramos indispensables
resultan realmente absurdas a la luz de lo existente? Si lo evaluamos bien, ¿cuánta
inutilidad hay en nuestro mundo humano que, más que facilitarnos la vida, termina por
hacérnosla imposible? Sin embargo, solo los locos reniegan de la cultura, por eso les
llamamos locos. Hay quienes abogan por ella diciéndonos que la cultura es preferible al
mundo natural porque nos facilita el dominio de la naturaleza; y que cuando el hombre
domina la naturaleza vive mejor y se hace más hombre. Lo que no está claro en este
pensamiento es qué significa vivir mejor y ser más hombre. ¿Existe o ha existido alguna vez
algún ser humano que haya conocido con certeza cuál es la razón de nuestra vida y cuál es
nuestro fin definitivo? Eso solo lo han manifestado, según dicen, los dioses a través de sus
enviados. Pero de hombres que lo hayan sabido comprobadamente, mediante el ejercicio de
la razón, no conocemos. Sin saber esto, que es lo más importante, ¿cómo afirmar que es
mejor vivir con la cultura que sin ella? ¿Cómo afirmar que con ella el hombre se hace más y
mejor hombre? Es verdad que no podemos desprendernos de la cultura pero ¿significa que
será siempre indispensable? ¿No puede llegar el día en que podamos prescindir de ella
hasta quedarnos en el fondo de nuestro corazón con una síntesis de todo lo aprendido? ¿No
es cierto acaso que los ermitaños son hombres por lo regular muy sabios que han aprendido
a vivir con lo mínimo? ¿No es una señal de sabiduría hacer alguna cosa empleando un
mínimo de esfuerzo en vez de realizarla con grandes trabajos y sufrimientos? Muchos
piensan que una señal de ser mejores es poseer una mayor cantidad de objetos, sean
físicos o mentales. Mas en realidad eso va en contra de lo que llamaríamos habilidad,
experiencia y sabiduría. Si se diera el caso que mañana viéramos a un hombre mejor

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gracias a su cultura, este tendría que ser alguien que haya reducido lo más posible el
volumen de los objetos al igual que las máquinas más actualizadas hacen en un espacio
pequeño lo que antes realizaban en enormes ambientes. Sin embargo, aunque esto
sucediera, ¿qué nos garantiza que ese hombre sea realmente uno mejor y no uno aún más
triste y temeroso? Porque muchos sabios han sucumbido en la prisión de los conocimientos
y eso los ha convertido en inseguros y miedosos. Ello se debe a que la mayor parte de
nuestros conocimientos son solo en realidad cosas útiles para realizar nuestra vida diaria,
herramientas que sirven para crear más herramientas, formas y maneras de utilizar las
cosas para convertirlas en otras. ¿Pero significa esto ser mejores? Ya han pasado miles de
años durante los cuales hemos realizado dichas tareas y hasta ahora no estamos satisfechos
con los resultados. Peor aún, cada vez estamos más decepcionados, puesto que hemos
terminado por poner nuestras esperanzas en una mayor acumulación de conocimientos
como respuesta a nuestras angustias. Además, agravando la situación, lo que observamos
es la existencia de un grupo de hombres que ha orientado la fuerza de los conocimientos
hacia sus intereses, haciéndose con ello más poderosos.
El que haya hombres muy poderosos que posean numerosos conocimientos y disfruten de
todas sus ventajas no ha resuelto ningún problema ya que, en lo que respecta a la
humanidad, o las respuestas son para todos o no son las respuestas que buscamos. La
humanidad toda viene a ser como los conglomerados de pequeños animales:
individualmente son una cosa, pero actuando todos juntos forman un ente muy diferente al
individuo. Quiere decir que si bien los hombres en lo individual somos de una manera,
cuando actuamos como una totalidad adquirimos una dimensión distinta: somos la
humanidad. Y si la consideramos como un ser autónomo y no como una suma de individuos,
nos daremos cuenta cuáles son nuestros errores y nuestras carencias. Para que podamos
decir que estamos siendo hombres mejores, sería preferible decir que lo somos en la
medida que hacemos que toda la humanidad sea mejor. Elaborar mejores herramientas,
mejores máquinas, hacerse diestro en realizar ciertas actividades materiales o mentales,
podrán ser cosas muy útiles para desempeñarse en la vida humana; mas si todo ello tiene
como fin hundir más en el pozo a la humanidad, estas cosas serán útiles y eficientes pero
para la maldad, tal como una guillotina o una bomba nuclear. ¿De qué nos vale perfeccionar
nuestras máquinas y nuestros monumentos si todo eso solo va servir para nuestra propia
destrucción? Sin embargo, hay quienes piensan que eso es lo bueno, lo mejor que le puede
pasar al ser humano: aumentar el conocimiento y construir mejores máquinas, bajo la
suposición de que con todo eso se vive mejor. Pero los miles y millones de muertes
dolorosas que han ocasionado no hablan bien de ello. Las enormes desgracias que nos
acechan no son un buen referente de que ese sea el camino correcto. Todo lo contrario: el
precio que estamos pagando por llenarnos de baratijas supuestamente necesarias para vivir
(o sea, para vivir con cultura), resulta ser, hasta ahora, demasiado alto y muy infame como
para poder llamarlo bueno.
Es por eso que decimos que no es lo útil lo que hace mejor al hombre sino más bien su
actitud, su inclinación hacia el bien. El vivir pensando solo en hacer cosas útiles es fijarse en
el medio en vez de en el fin. Porque no podemos construir un barco sin antes tener el deseo
de navegar, pensar en el agua y luego en llegar a algún sitio determinado. Hacer un barco
por el simple hecho de hacerlo es buscar el medio en sí y no el fin. Los comerciantes saben
que el hombre puede vivir mejor y más cómodo con muy pocas cosas, pero ellos quieren
vender más objetos aunque estos no sean necesarios así que los inventan y luego
fuerzan a todos a aceptar que son indispensables. En realidad, las necesidades básicas del
hombre son muy pocas y todas pueden ser resueltas con el propio cuerpo. Mas los
comerciantes, para ejercer mejor su oficio, promueven la creación de nuevos elementos
intermediarios con la finalidad de poder venderlos. Finalmente, la fuerza de la costumbre ha
impuesto la sensación de que, sin la miríada de productos que nos rodean, nuestra vida
sería imposible de soportar.

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Importa más en cuanto al destino de la humanidad el pensar en cómo hacer el bien al
prójimo que el hacer mejores herramientas. Por eso el bien es siempre mejor que lo útil.
Quien piensa en el bien puede luego necesitar fabricar alguna cosa en función de ese bien.
Es en ese momento donde lo útil cobra su verdadera dimensión, pero tomando un lugar
secundario, pues cuando se piensa que lo útil es lo preferible a todo lo demás se cae en el
exceso y se pierden de vista las finalidades. Toda sociedad de alguna manera busca el bien,
más si empieza a exaltar lo útil, a pensar en los medios olvidando el fin, degenera y entra
en una loca carrera por la acumulación de objetos. Puede que hacer el bien no sea una
tarea útil; incluso tal vez el intentar tercamente mejorar al hombre sea una tarea inútil —al
menos eso es lo que muchos respetados pensadores argumentan— y por ser el buscar la
mejoría del hombre algo inútil, no lo intentan. Pero siempre hay quienes, aún sabiendo de la
aparente inutilidad de su esfuerzo (quizá porque no tienen claro qué es ser un hombre
mejor) actúan a favor del bien. No todo impulso, toda necesidad, es en busca de una
satisfacción, y el hecho que los que buscan el bien luchen por sus bienintencionados deseos
no significa que se estén satisfaciendo sino que, al contrario, pueden estar realizando una
tarea que les cause el mayor desagrado o tal vez la muerte ignominiosa y olvidada.
Entonces, si esto así, ¿por qué persisten en esa inutilidad? Pues por la obtención del bien, el
cual, decimos, no significa útil. ¿Es útil un paisaje, un poema, una alabanza al todopoderoso
creador? Incluso, para los que tienen creencias religiosas, ¿qué utilidad podría reportar a
Dios o los dioses el haber creado el universo, el mundo, el hombre? ¿Necesitan acaso esos
dioses de todo esto para seguir siéndolo? ¿Qué utilidad les representa a esos poderosos e
insignes seres de quienes supuestamente todos deberíamos seguir sus ejemplos el crear
estas criaturas y sus correspondientes mundos? Esto solo tiene sentido cuando entendemos
que el bien es prioritario y más importante que lo útil. Quien piense que el bien se hace
porque es útil terminará convertido en un hombre del interés, que no dará un paso sin
saber antes si lo que va a hacer es bueno porque es útil y es útil porque es bueno. Será
incapaz de hacer el bien cuando vea que este no reporta ventaja alguna. Así piensa el
Hombre Viejo porque vive en pos del interés, pues nada hace sin saber previamente que
ello le será beneficioso, dado que cree que el bien es un intercambio de elementos, un
simple negocio que tiene que producir una ganancia para que sea válido.
Si queremos mejorar en el bien, tenemos que abandonar el mundo de lo útil para crear el
mundo del bien. El mundo del Hombre Viejo es el Mundo del Interés, donde todo se hace
para la satisfacción de los individuos. Por eso allí el amor y el bien no son lo más
importante, no son la razón de ser; incluso pueden omitirse sin que nada cambie. El Mundo
del Interés está elaborado así, está hecho para eso y no puede cambiar. Porque del mismo
modo como un manzano grande y maduro no se puede volver un peral, de igual manera el
mundo de lo útil, del interés, no se puede convertir en el mundo del bien y del amor.
Para quienes piensan que cualquier otra opción es imposible les decimos que no será la
primera vez que el hombre abandone un mundo, una ciudad o una forma de vida por
resultarle esta infeliz y miserable. Por eso, para construir el mundo del bien, primero hay
que crearlo desde sus cimientos, desde la raíz, o sea, desde las primeras ideas en nuestro
pensamiento. Porque toda obra humana, por pequeña o grande que sea, siempre empieza
en la cabeza de un solo hombre, en su imaginación, para luego, con el tiempo, difundirse y
convertirse en una verdad y en una vida futuras. La más grande pirámide jamás hecha
siempre tendrá su primera piedra.

Voluntad de amar
La tarea de crear un nuevo mundo para el Hombre Nuevo exige una fuerza que solo el amor
puede dar. Porque si apelamos a la razón esta va a encontrar demasiados impedimentos
que provendrán de la sensatez la cual se caracteriza por vivir frecuentemente en el temor
y en la resignación ante el mal. El amor es siempre insensato. Sueña con cosas imposibles

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que después hace posibles. Dice el refrán: “El que da un límite al amor no sabe lo que es
amar”. No es un asunto fácil intentar cambiar al Hombre Viejo. Está completamente
aferrado a sus cadenas. Él no conoce otro mundo que el del interés, por eso piensa que el
único mundo posible es ese, simplemente porque nació allí y vive allí. Sin embargo: “El que
corre sin amor va errante de acá para allá como un fuego fatuo”, nos dice la sabiduría. Así
también el Hombre Viejo, que vive ajeno al amor al prójimo, va de allá para acá corriendo
angustiado por su propia vida personal, asunto que le ocupa todos los días de su corta
existencia y durante la cual no llega nunca a conocer el amor. Esa ausencia de amor es lo
que hace nuestra vida triste y miserable. Al final, cuando miramos hacia atrás estando ya a
un paso de la tumba ¿qué vemos? Solo nuestros objetos personales y, con suerte, a nuestra
familia, con la que nos unimos más por ser parientes que por amarnos; pero eso es todo.
Allí vemos los resultados del esfuerzo personal de un hombre que vivió para sí mismo y
para los suyos, más acicateado por las necesidades y los temores que por el afán y el deseo
de hacer el bien. “En el atardecer de la vida solo el amor queda”. Esto que dice el proverbio
no es pensando en el amor a nuestros parientes o a nuestros hijos, pues ese amor no es
más que gratitud y necesidad. Ese “amor que queda” es en realidad el amor que pudimos
dar al prójimo, el cual es otra clase de amor. Porque amar a los hijos es algo natural, y solo
nos sorprendería que alguien no lo hiciera. Igualmente el amar a los padres y a los
familiares cercanos. De esto nadie se puede vanagloriar puesto que en ello no interviene la
voluntad sino la naturaleza y la costumbre; no hay mérito en eso. De este amor solo
recomiendan los sabios que no falte, pues su ausencia es peligrosa para el espíritu. Sin
embargo, hay quienes creen que el amor familiar es el único amor y no conocen otro; mas
de ese amor no es del cual hablan todas las religiones y la sabiduría. Ese amor también lo
posee la maldad, que protege a sus hijos y los alimenta. El verdadero amor no se practica
por miedo, por necesidad, por afán de perpetuarse o por poder. Todo eso es contrario al
amor. Los malos se unen fuertemente en torno a sus maldades, formando pactos y
compromisos sólidos como una roca, cosa que todos podemos constatar. ¿No pueden acaso
los que buscan el bien y practican el verdadero amor hacer lo mismo y mejor? Sí, mas para
ello se necesita una gran voluntad, un deseo sincero de dar vida. Si esperamos que las
cosas sucedan fuera de nosotros, que vengan y ocurran sin nuestra participación, entonces
no llegaremos a disfrutar de los resultados. Si nos invitan a una cena y no entramos, no
vamos a probar los manjares que allí se sirven. El mundo del Hombre Nuevo es la invitación
a la cena y lo que allí se va a servir es una nueva vida, mejor que la que tenemos ahora;
pero no podremos gozarla si es que no aceptamos el reto de ejercer, libremente y con
fuerza, el amor al prójimo, gran requisito que nos permite ingresar a este nuevo mundo.
“Los ojos duermen cuando el corazón no ama”. El hombre seguirá durmiendo en la
oscuridad mientras no despierte en él el verdadero amor, que es el que se da, no a quienes
son nuestros seres inmediatos y nuestros amigos, sino a todos los hombres.

Amar a todos los hombres es amar al hombre


Muchos pueden confundirse cuando se habla de amar a todos los hombres o amar a la
humanidad. Probablemente preguntarán si eso es posible, pues cómo una persona puede
amar a miles de millones si ni siquiera es capaz de amarse a sí mismo o, peor aún, no
conoce qué es el amor. Lógicamente, si entendemos al amor solo como aquel que se
produce entre dos seres, o a veces en uno de ellos nada más, nos parecerá tarea imposible
extenderlo hacia todos. Pero hemos de considerar que el amor no tiene una sola naturaleza,
es decir, no es un sentimiento que tiene una única expresión o manera de manifestarse.
Incluso hasta se habla del amor equivocado, del amor enfermizo o del amor mortal. En
estos últimos casos es en donde se presenta lo que se llama la pasión, que es una
perturbación del espíritu o del equilibrio sicológico, según se crea o no en alma. Mas no es
en la pasión donde vive el verdadero amor. La pasión enceguece, perturba, crea angustia y
desesperación y finalmente destruye el objeto deseado. Nadie que haga el bien puede

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actuar de esa manera. Ni siquiera quien desea hacer el mal lo puede realizar si está
dominado por ella. Tanto el bien como el mal nacen y actúan de la clara conciencia del
hombre y no del embrutecimiento de los deseos o necesidades. Quiere decir que el amor
tiene extremos peligrosos y poco gratos, pero ese no es el amor del cual hablamos, o, más
bien, el amor, llevado a esos niveles, no es el amor que queremos. Con todo lo bueno que
puede ser el amor, si es conducido por terrenos escabrosos, se convierte en una fuente de
desgracias.
El amor a la humanidad es un amor a la especie, no a uno o a unos en particular. El amor al
hombre es el deseo de que toda la humanidad no se hunda en la desgracia total y se
autodestruya. Es la firme decisión de buscar, por todos los medios, de dignificar la vida
humana, llevándola desde su estado de adolescencia a un estado de madurez, donde la
reflexión y la sensatez primen sobre el error y la estupidez. Bastante ha aprendido la
humanidad sobre la base de sus errores, por eso tiene la opción de corregirse. Esto y mucho
más es el amor. Es también un sentimiento, pero no una emoción que arrebata y desquicia.
Es saber que se tiene en el corazón la idea clara que lo que se quiere es hacer un bien a
todos y no a unos cuantos. Es saber que lo que se busca es lo mejor para el hombre y no lo
más útil. Ciertamente es un sentimiento maduro, producto de la experiencia, pero también
de una evaluación sensata acerca de qué es lo más conveniente para todos. Muchos dirán
que no existe una sola idea del bien y que eso puede llevar a que se produzca un
enfrentamiento ya que, muchas veces, por el deseo de hacer el bien, se termina aniquilando
al prójimo. Otros dirán que nadie puede declararse a sí mismo dueño de la verdad y con
autoridad para decidir cómo se ha de amar. Todos estos cuestionamientos y dudas son muy
comprensibles, pero nadie es una máquina como para determinarse a sí mismo una
consigna y cumplirla sin contemplaciones. Una actitud madura se caracteriza por
alimentarse de las ideas y opiniones de los demás. No es posible que alguien se empeñe en
un proyecto que a la larga nos va a llevar al precipicio (salvo los que enferman de fanatismo
y pierden la capacidad de análisis). Hemos vivido épocas en que se quiso imponer un amor
por la fuerza y eso resultó un contrasentido. Se optó por obligar a aceptar cuando lo lógico
hubiese sido exponer, proponer, evaluar y luego tomar alguna decisión. El amor llevado de
esa manera no es el amor que deseamos. Más aún, nuestro amor tiene la capacidad de ir
encontrando las repuestas en el propio camino que nadie conoce todavía razón por la
cual no se pueden proponer soluciones antes de haberlo recorrido.
Lo importante es no perder la esperanza. Recordemos que más de una vez el hombre ha
renegado de sí mismo y ha buscado su aniquilación, pero eso todavía no ha ocurrido. La
experiencia nos dice que siempre existen salidas hasta en los peores momentos y, si bien
hay una tradición negativa en nosotros, también hay una positiva. Ambas expresiones
siempre se han dado. Solo es cuestión de colocarse en la que a uno le parezca más justa y
conveniente para el futuro de la humanidad.

Constitución del hombre


No porque el ser humano haya asumido una postura o un partido significa que ha perdido
su natural origen y naturaleza de hombre. Aún con nuestras mejores intenciones seguimos
siendo hombres, con todo lo bueno y malo que ello implica. Lo que sucede es que
ampliamos una parte de nuestra persona en desmedro de otras, y eso nos da la apariencia
de ser diferentes o, incluso, de no ser como todos los demás. Pero no nos engañemos:
seguimos siendo humanos, iguales al resto de la humanidad. Es por eso que todas las
sabidurías y religiones dicen lo mismo: que tanto pobres como ricos, buenos como malos,
sabios e ignorantes, somos todos iguales: seres humanos. Y es que hay quienes piensan
que por sentirse sabios o poderosos ya se encuentran al margen de la humanidad y libres
de todo lo que a ella compete. Lamentablemente se equivocan. Cuando esos que se creen
por encima del resto caen, sufren más al darse cuenta cuán cerca estaban en realidad del
más vulgar de los seres a quienes ellos despreciaban. Solemos creer haber superado

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nuestra condición original y nos imaginamos más altos que los demás, superiores al resto.
En realidad simplemente estamos asumiendo un rol que por un momento está bien
considerado por nuestra sociedad y es halagado por todos, mas no nos damos cuenta que
en cualquier momento ese mismo papel puede ser odiado o desechado, lo cual derrumba
todo nuestro encumbramiento y nos puede colocar por debajo de los demás. No debemos
perder, por muy buena que sea nuestra actividad, la conciencia de que somos tan humanos
como cualquiera; vivimos, comemos, eliminamos, sufrimos enfermedades de las más
comunes y vulgares y padecemos todos los males y placeres como el más simple y bruto de
los mortales. Siempre estaremos sujetos a las más bajas, viles y malignas pasiones. Y no
porque seamos los más ricos, los más hábiles para la política, los más preparados para
realizar rituales, los más aptos para acumular conocimientos, estamos libres de cometer las
peores maldades motivadas por las más simples de las razones. Los seres humanos de por
sí tenemos en nuestra constitución una serie de tendencias que no podemos eludir, solo
contener. Nuestra violencia y nuestra compasión están dentro de nosotros a pesar nuestro.
Hasta en el más malvado existe el suficiente sentimiento, piedad y amor como para
dárselos a su familia y a sus amigos porque no hay que olvidar que los malvados son los
que tienen más amigos que nadie, por eso es que pueden hacer más fácilmente todas sus
maldades. Mientras que los que procuran el bien por lo regular casi no tienen amigos;
incluso sus familias se apartan de ellos por considerarlos muy raros y poco sociables. Mucha
más solidaridad y unión existe entre los malvados que entre los amantes del bien. Mientras
los malvados de todas latitudes se unen para desarrollar sus planes, los seguidores de la
bondad se aíslan y hasta se enfrentan por ver quién es aquel que mejor la representa; por
eso se forman innumerables religiones y sectas. En cambio los malvados solo con mirarse
se entienden y se alían. En este sentido la maldad es mucho más hábil y capaz que la
bondad; prueba de ello es la misma historia de la humanidad. Mas no nos engañemos:
todos los humanos somos capaces de realizar las mismas maldades y bondades que
cualquiera y en cualquier momento; no hay etiqueta ni postura que nos libre del más
miserable defecto. Sin embargo, como dijimos, tomando en cuenta esto, o sea, no
olvidando nuestra natural condición que nos iguala al más vil de los seres, lo que podemos
hacer es decidir cuál actitud queremos que sea la que prime en nuestro corazón.
Probablemente experimentemos muchas veces cómo grita nuestra conciencia reclamando
venganza, cómo nos exige calmar una infinita sed de destrucción a nuestros enemigos.
Puede que nuestro rostro se ponga rojo de odio ante mil situaciones, que nos mordamos los
labios hasta hacernos sangrar de ira, que imaginemos cientos de maneras de acabar
horriblemente con los demás en un carnaval de muerte. Todo eso es posible. Pero
finalmente quienes tomaremos la decisión sobre cuál sentimiento ha de sobresalir seremos
nosotros mismos, mediante nuestra voluntad. Un hombre que no sienta odio, sed de
venganza, cólera y ansias de destrucción, o está fingiendo ante sí y ante los demás, o no es
un hombre, puesto que eso es lo que nos hace hombres y eso es lo que nos permite decir
que tomamos partido por el bien o por el mal. Si no pudiéramos decidir entre nuestras
naturales tendencias ¿de qué voluntad hablamos? Si un hombre no se siente atraído hacia
el mal ¿cómo puede decir que eligió el bien si no tenía en realidad nada que elegir?
Constantemente, día a día, tenemos que elegir. Decir que por haber ocupado alguna
posición muy considerada en la sociedad ya no tenemos que escoger entre el bien y el mal
es, o un hecho de gran ingenuidad, o una manera gruesa de engañarnos a nosotros
mismos. Los hombres de bien son aquellos que a cada instante están decidiendo entre su
deseo de hacer el bien y el deseo de hacer el mal. Son los que ejercen constantemente el
poder de la voluntad. Y no es suficiente haber vivido toda una vida de piedad y de bien si es
que, en el último instante de nuestras vidas, optamos por el mal. Nadie tiene en eso nada
asegurado. Los hombres más viejos y más sabios, en el final de sus días, se dejan llevar por
sus manías y por sus tendencias seniles para acabar convertidos en defensores de las más
oscuras intenciones. ¿Existirá algún alma humana tan bien formada que sea inmune a la

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maldad? Dejaríamos entonces de hablar de un ser humano y diríamos que es un dios o un
hijo de él.
Entonces, lo mejor que podríamos decir a favor de los buenos es que son seres que, hasta
el momento en que los conocemos, o sea, mientras se encuentran vivos, están tomando el
tipo de decisiones que los hace buenos, lo cual los enaltece, ya que viven en un mundo
donde tomar las otras opciones, las malvadas, es considerado lo correcto. En el mundo del
Hombre Viejo lo que se alaba es la acción del malvado, de quien sabemos que es hipócrita y
mentiroso, de quien conocemos que actúa solo por su propio beneficio y que lo hace a la
fuerza y con la peor de las intenciones. En un mundo como éste, hallar un ser humano que
decida cada día no comportarse de esa manera y no halagar a quienes lo hacen, es una
suerte de admirar y también de compadecer, puesto que esa persona debe estar sufriendo
mucho con las burlas y la marginación que seguramente hay en su entorno. Mas tampoco
olvidemos que este admirable sujeto puede, en cualquier momento, ser vencido por las
circunstancias y volverse, en compensación, aún más malo que los malos. Por eso es que
preferiríamos decir que los hombres indudablemente buenos solo lo son después de
muertos, cuando ya no tienen oportunidad de ver torcida su voluntad por la maldad.
Mientras el hombre tiene un hálito de vida, allí existe un obrador del bien o un feroz
ejecutor del mal.

El interés
Al igual que todos los seres vivos, los humanos tenemos intereses personales provenientes
de nuestras necesidades: cuidar nuestro cuerpo, velar por nuestros parientes, preservar
nuestro ámbito de vida. No hacerlo sería un absurdo que nos llevaría a la muerte. La
naturaleza nos obliga a defender estos intereses aún a pesar nuestro. Cuando sentimos un
dolor acudimos preocupados a calmarlo, cuando sufre nuestro pariente lo atendemos,
cuando nos privan de nuestro medio de vida nos ponemos feroces porque limitan nuestras
posibilidades de supervivencia. ¿Existe alguna fuerza, algún dios que vaya en contra de
ello? Sin embargo, algo que es bueno en su justa medida, cuando lo extralimitamos y
convertimos en la razón de la existencia humana, se vuelve un acto equívoco. Todos los
animales defienden su espacio vital, pero ninguno actúa como si fuera el dueño de ello.
Ninguno reclama la posesión absoluta de sus territorios. Hasta el más fiero león abandona
todo cuando otro más joven que él lo vence. Ninguno de estos viejos reyes defenestrados
de la selva reclama su derecho de posesión permanente porque eso en la naturaleza no
existe. Existe sí la defensa de la vida y del espacio vital, pero el derecho a la posesión de
ese espacio vital no. En la naturaleza todos somos solo inquilinos, nadie es propietario. Sin
embargo para el ser humano sí se dan estos derechos que transcienden a su propia vida.
Asume que sus descendientes son también su propiedad y los obliga a tomar aquello que les
deja. Es tal su afán, que quiere poseer también el alma y la voluntad de los hijos de sus
hijos a quienes jamás conocerá pero que les lega una herencia que muchas veces significa
para estos la más terrible carga que podrían haberles dejado. Obliga a esos extraños a
administrar, trabajar y defender algo que ellos no desearon ni hubieran querido tener si
hubiesen elegido, y que, finalmente, sino les causa la muerte, termina por convertirlos en
los más grandes infelices. Así es como actúan muchos: convirtiendo a sus descendientes en
guardianes de sus intereses. Y si alguno de ellos se niega a aceptar ese mandato de
vigilar celosamente la preservación de los derechos de ese lejano pariente se gana el
repudio de su familia y de su sociedad. ¿Qué lleva a un ser humano a necesitar con tanta
desesperación la posesión total y absoluta de algo que no es suyo, o sea, la tierra puesto
que el hombre sabe que la tierra no es suya y sabe también que le espera la muerte y que
no puede llevarse nada de lo que posee? ¿Por qué allí donde el león abandona su reino
silenciosamente el hombre se aferra a ella, al punto que piensa que porque sus tataranietos
lo heredan, él mismo está perpetuándose en ellos y, por lo tanto, sigue administrando sus
bienes? Pues lo que sucede es que nuestra voluntad suele inclinarse por nuestra natural

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tendencia a pensar antes en nosotros que en el prójimo. Porque si pensáramos antes en el
prójimo nos daríamos cuenta de hasta dónde llegan realmente nuestros justos intereses
naturales. Como dice el refrán: “Mi libertad limita con la tuya”; mientras mantenemos la
verdadera proporción de cuáles son nuestras necesidades reales y básicas no actuamos mal.
Pero cuando nuestros intereses personales se agigantan y se vuelven enormes agujeros que
absorben lo que encuentran es cuando nace y crece todo lo malo que la humanidad ha
conocido. Tan grande es este afán que, debido a él, el hombre hasta se intitula, no
solamente amo del planeta, sino también del universo. Y si nos topáramos algún día con
seres de otros mundos, los consideraríamos como nuestros naturales enemigos quienes
seguramente intentan apropiarse de nuestro hábitat, o sea, del universo entero. Por eso el
interés, ese crecimiento desmedido de un aspecto de nuestra naturaleza, es el que da
origen a la maldad.

Sobre la verdad
Si la naturaleza pudiera hablar nosotros le preguntaríamos muchas cosas, pero sin lugar a
dudas la primera sería: ¿Por qué?, pues esa es la más importante intriga de la humanidad.
¿Por qué todo esto? Tanto las religiones como la ciencia han ensayado múltiples respuestas
pero, justamente, por provenir de nosotros mismos y no de la naturaleza de la cual somos
criaturas, estas no llegan a ser definitivas ni contundentes. Pero la naturaleza no responde
preguntas, y hemos de resignarnos a tener que vivir buscando respuestas de alguna otra
manera.
Todos los misterios y dudas eternas tienen que ver con lo que nosotros llamamos la verdad.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de ella? En primer lugar, a la verdad como
expresión de algo cierto, opuesto a la falsedad. En segundo término a nuestros orígenes,
puesto que para nosotros nuestra razón de ser sería finalmente poder darle un sentido a
nuestra existencia. Cuando nuestra vida no tiene un porqué ella nos parece algo absurdo,
inútil, sobrante. Pero si todos estamos ciegos ¿quién puede ser el tuerto que diga dónde
está ese sentido de la vida? Podemos hacer caso a todas las ideas y creencias, pero siempre
nos quedará la sensación de que no hay una respuesta definitiva; que se dan muchas; que
podemos optar por unas o por otras, pero que ninguna termina siendo la última, y que solo
hemos elegido la que más nos convenía.
En tercer lugar tenemos también la idea de la verdad como sinónimo de realidad. Llamamos
realidad a todo aquello que existe al margen de nuestras ideas o nuestros deseos; es la
naturaleza en su llana expresión. Ejemplo de esto es que, querámoslo o no, el fuego
quema, la luz ilumina, los cuerpos chocan, se vive y se muere. Todo este cúmulo de
conocimientos acerca de la naturaleza es la realidad y a eso también le llamamos la verdad.
El cuarto tipo de verdad es la que nos formamos viviendo en sociedad. Es lo que
denominamos comúnmente la verdad de la vida. Esto corresponde a todo lo concerniente al
modo de vivir del ser humano en determinada sociedad. Se trata de las leyes sociales, las
normas, las costumbres, las modas, los momentos históricos. Todos los seres humanos nos
hallamos sujetos a ello y lo respetamos, dado que así es cómo se vive humanamente. “Así
es la vida”, decimos.
Tenemos entonces que los cuatro tipos de verdad que conviven en nuestro pensamiento
son: la verdad como lo opuesto a la falsedad, la verdad acerca de la razón de ser de nuestra
existencia, la verdad o realidad sobre el exacto comportamiento de la naturaleza y la verdad
sobre cómo es o debe ser la vida del ser humano en sociedad.
En apariencia a todos nos interesa una certeza absoluta, o sea la verdad total, y la
preferimos a la no-verdad. Pero ¿es así en la práctica? En realidad ¿cuántas veces los
hechos nos demuestran que siempre nos encontramos en medio de la verdad y la no-
verdad, oscilando de una a otra? Lo que realmente sucede es que a los humanos se nos
hace difícil acceder a los cuatro tipos de verdades y convivir con ellas.

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Con respecto a la verdad sobre nuestro origen ya hemos dicho que podemos elegir alguna
de las miles de versiones dadas como pueden ser una religión o idea filosófica pero aún
nos quedará la sensación de que esa verdad no es suficientemente concluyente y
contundente, válida para todos los seres humanos y en toda circunstancia y época. Aún la
persona más comprometida con su religión sabe que existen otras religiones, otras
creencias que dicen dar también respuestas. ¿Sería entonces sensato pensar que la nuestra,
solo porque la heredamos de nuestros padres o porque nos parece la más interesante, es la
verdadera, mientras que todas las demás son falsas? Muchas veces nos inclinamos a creer
que sí, pero eso sería un asunto de fe y no una aclaración sobre la verdad.
En cuanto a la verdad identificada como la naturaleza, la podemos aceptar hasta cierto
punto, mientras ello nos permita conservar nuestra existencia, o sea, alimentarnos y cuidar
nuestro organismo, pero más allá ya no la podemos admitir. Nuestro orgullo de humanos
nos impide reconocer que somos solo simples criaturas que viven en un planeta junto con
otras miles de especies. No aceptamos ser una de tantas que nacen, crecen, se reproducen
y mueren. Sin todo nuestro ropaje, que llamamos cultura, seríamos solo meros animales,
tan hábiles como los delfines, tan solidarios como los elefantes, tan gregarios como las
hormigas. Admitir esta parte de la realidad que no somos exclusivos, especiales, hijos de
dioses no lo soportaríamos, iría contra todo lo que pensamos que somos, lo negaríamos
rotundamente; "No somos animales diríamos; tenemos cuerpos, somos materia,
vivimos en la naturaleza, pero no somos animales", y jamás lo admitiríamos. Siempre
encontraremos razones para no hacerlo. Siempre abogaremos por nuestro carácter de
especie superior. Nunca diremos que somos simios cargados de cosas; coleccionistas de
objetos. Según nosotros y solo según nosotros el hecho de pensar y de escribir es lo
que nos hace seres superiores, por encima del resto de la naturaleza, con todos los
derechos que ello implica. Es en esto en lo que ya no comulgamos con la verdad. Aquí es
donde la abandonamos para no aceptar sus animalescas realidades.
En cuanto al siguiente tipo de verdad, la verdad social o sobre la vida humana en sociedad,
hay en ella tal cantidad de variantes que nunca nos pondremos de acuerdo sobre cuál es la
correcta, si es que existiese alguna que mereciera tal mención. Siempre viviremos dentro de
una verdad particular, que son las leyes que rigen nuestro comportamiento en el entorno
social al que pertenecemos. Y mientras nos mantengamos dentro de sus cauces diremos
que estamos actuando conforme con esa verdad. Pero aún así, aunque la siguiéramos
fielmente, ¿qué tanto en realidad cumplimos con sus preceptos? ¿Todo el tiempo estamos
cumpliendo o solo una parte de él? ¿Quién puede decir que permanentemente escoge seguir
las disposiciones de la verdad de su sociedad? Y es que en este punto esa verdad muchas
veces choca con nuestros intereses, porque la mayor parte de las normativas sociales
cumplen la función de poner límites a las ambiciones evitando que haya quienes se
excedan y con ello destruyan a la sociedad mas no obligan al hombre a que actúe con el
amor, ya que este, el amor, solo se puede manifestar cuando está la voluntad de por medio
y no la obligatoriedad. Entonces tenemos a un humano que, dentro de su sociedad, vive
una verdad, una realidad que le dice qué es lo correcto y lo incorrecto; pero éste siempre se
mueve entre seguir esa verdad o no seguirla. Por eso es que, del mismo modo que la
mayoría dice “así es la vida” cuando quiere expresar que las leyes que rigen a las
diferentes sociedades tienen siempre las mismas características, también quienes no las
aceptan niegan la existencia de esas verdades universales.

La razón
El hombre tiene que acudir a la razón para darle alguna forma humana a lo que él llama la
realidad, la verdad; solo así puede aceptarla. La razón entonces cumple en nosotros la
función de ser aquello que le da sentido, orden y lógica a la realidad tal como nosotros la
percibimos en cada época dándonos así las explicaciones necesarias de todo lo que
queremos saber. Sin embargo, en esto que llamamos razón, existen infinitas posibilidades,

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infinitas aplicaciones, tantas como verdades haya que explicar. Aquellos que viven en pos
de su interés encuentran muchas justificaciones para sus actos en las razones del mercado,
las cuales coinciden con lo que viene a ser la verdad imperante en este mundo de hoy. Pero
lo mismo les pasa a los que buscan el amor, el bien. De esto podríamos deducir que tanto el
bien como el mal, como el amor y el interés, pueden ser justificados por medio de la razón.
Es por eso que no podemos confundir a la razón con la verdad. La razón trata de explicar,
de hacer entendible una verdad, mas ella misma no es la verdad al igual que la
descripción de un árbol no es el árbol. Pero a pesar de esto, a los elementos de la razón los
muestran como si fuesen la verdad, con lo cual muchos engañan a muchos. Por eso
encontramos quienes hablan de la razón como si lo hiciesen acerca de la verdad misma
cuando en realidad se trata solo de un instrumento para interpretar el mundo según algún
determinado punto de vista. Tan razonable es explicar un dios como explicar la ciencia;
ambas posturas pueden terminar y terminan siendo convincentes para cualquiera de los
creyentes. Pero tanto unos como otros no pueden decir que poseen la verdad. Cada uno
interpreta su verdad a su manera empleando la razón.
Ahora bien, ¿qué preferimos nosotros? ¿Cuál de todas las verdades queremos seguir? ¿Cuál
es nuestra favorita? O ¿por qué no elegir nuestros intereses en vez del bien? Bueno, es
posible que el mal sea tan justificable como el bien, empleando para ello la razón, pero ¿qué
dicen de esto nuestro corazón, nuestros sentimientos, nuestras sensaciones? Porque tal vez
no podamos explicarnos por qué, quizá la razón no está estructurada para hacerlo, pero
sentimos e intuimos que hay algo, además que los argumentos racionales, que nos
moviliza. Es cierto que la razón nos ayuda en muchas cosas, pero en otras nos estorba. Por
ejemplo: ¿Podemos amar con la razón? Cuando ejercemos el amor, más bien procuramos
no razonar para poder hacerlo correctamente y no parecer máquinas que siguen un
programa. En cambio, cuando actuamos siguiendo nuestros intereses queriendo ser
exclusivamente racionales, surgen inevitablemente sentimientos encontrados,
desagradables. Es decir, siempre que propasamos nuestros límites se genera en nosotros
una sensación de culpa, a pesar que nuestra razón pueda decirnos que hemos hecho lo
correcto y que a eso se le llama justicia. Significa que podemos hacer muchas cosas al
amparo de nuestra razón, pero eso no nos garantiza que vamos a tener la sensación de
haber hecho el bien. Es que muchas veces lo que nuestra razón aprueba lo rechazan
nuestra conciencia y nuestro corazón, porque el hombre suele hacer leyes injustas pero que
se ajustan a argumentos muy razonables. Por eso, muchas veces cumplir la ley es ir a favor
del mal y en contra del bien. Y respetar esa ley sería como respetar la ley del pirata, y esa
no puede ser nuestra ley.
Cierto, tenemos que admitir que nos podemos equivocar. Que, sin querer, por ignorancia,
podemos hacerle daño a alguien en vez de hacerle un bien. Mas actuar de esta manera y
errar es muy diferente a razonar y actuar para satisfacer nuestros intereses. Cuando uno no
tiene una mala intención el sentimiento de culpa no aparece, salvo que luego el perjudicado
lo manifieste y se aclare la situación. Esto suele ocurrirle a los hombres de bien. En cambio,
cuando se actúa sustentado por los intereses, casi siempre aparecen los sentimientos y las
sensaciones molestas, las cuales se suelen acallar de muchas maneras, pero que
difícilmente se olvidan. Una prueba de ello es que, cuando no hemos actuado motivados por
el bien y sucede que nos encontramos cara a cara con el perjudicado, inmediatamente nos
aflora la necesidad de justificarnos ante él, argumentando que creíamos haber hecho lo
correcto. Por eso solo los beneficiados del Mundo del Interés, los Hombre Viejos, desvían el
rostro cuando se encuentran con los perjudicados de este mundo. A eso le llamaríamos
vergüenza natural, porque a los corazones, incluyendo a los de los malvados, no los
podemos engañar, pues ellos saben que estamos en un mundo injusto.
Finalmente, hay quienes dicen que es una demostración de locura interpretar las cosas solo
como una oposición entre el bien y el mal. Además de mencionar que todos los actos son
relativos y están sujetos a qué entendemos por la verdad, lo bueno y lo malo cosa que no

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depende solo de la razón sino también de los sentimientos ellos argumentan que la vida
tiene una indeterminada cantidad de matices y que no se pueden resumir solo en dos. Pues
bien, para ello tendrían que demostrarnos primero que, aparte del bien y del mal, existen
otros valores tan precisos y contundentes como estos dos. Tendrían que hablarnos de algo
que no es ni bueno ni malo, algo que sucede dentro de estos límites, lo cual, hasta ahora,
no conocemos. Porque lo cierto es que tenemos que reconocer que el hombre aún es una
criatura incipiente; no es una máquina que tiene un plano que lo explica todo; no tenemos
el esquema del hombre ni sabemos quién y porqué se lo diseñó. Estamos recién tratando de
entendernos y, hasta el momento, apenas sí manejamos la idea del bien y del mal. Puede
que sea defectuosa e incompleta, pero así nos comprendemos hasta que vengan otras ideas
mejores que nos permitan dar nuevos pasos hacia adelante. Es verdad, es posible que no
sea una buena idea conocer solo el bien y el mal, pero ello nos ayuda a diferenciar muchas
cosas. Quizá esto provenga, más que de un esfuerzo de la conciencia, de nuestra profunda
interioridad que solo conoce ese lenguaje binario. ¿Madurará algún día nuestro mundo
interior lo suficiente como para no hablar solo del bien y del mal? Quizá sí. Mientras tanto,
estamos navegando entre estas dos costas; unas veces nos acercamos a la una, otras a la
otra. No olvidemos que provenimos de la naturaleza, donde las cosas suceden con enorme
sencillez. Si la madre es así, ¿por qué pedirle al hijo, el hombre, que sea de otra manera?

Más sobre la razón y el sentimiento


Antes que el hombre aprendiera a razonar ya tenía las nociones del bien, del mal, de lo
justo e injusto, del amor y del odio, de la reciprocidad y solidaridad, del respeto y del
equilibrio. Por lo tanto, la inclinación al bien o al mal no es producto de la razón. La razón es
una operación que realiza el hombre en su mente antes de actuar a voluntad, pero los
resultados de esos pensamientos pueden obedecer a deseos distintos. Con la razón se
puede hacer más efectivo el bien como el mal. Con una razón bien empleada, nuestra
capacidad de obrar de una u otra forma se multiplica grandemente. Si a nuestros deseos
injustos le sumamos como ayuda todo aquello que la razón ha creado, tenemos entonces un
enorme poder de maldad; por lo tanto, la razón es solo una herramienta, pero no es el
origen de los deseos. Nuestros deseos son impulsos que nos vienen del fondo oscuro de
nuestro corazón y son los que nos invitan a obrar en uno u otro sentido. Si no deseamos,
por ejemplo, realizar ningún acto malvado o injusto y se da el caso que se produce alguno
en contra nuestra, en vez de reaccionar violentamente podemos procurar hallar la manera
de encontrar un punto de equilibrio, evitando así generar en nosotros algún acto dañino.
Pero si nuestros impulsos no son de amor, entonces buscaremos la forma de ejecutar
nuestra venganza mediante el uso de artimañas y de poderosas máquinas, que ocasionarán
un daño mil veces mayor que el que se nos produjo a nosotros.
Hay quienes dicen que para saber si se busca el bien o el mal se debe realizar un juicio
mediante la razón. Sin embargo, la razón es solo una intermediaria entre nuestros impulsos
naturales y la consecución de nuestros deseos, que pueden ser nuestros intereses
personales o nuestro deseo de amor al prójimo. En este sentido, ni el conocimiento de todas
las leyes creadas por el hombre podrá resolver el problema de qué es lo justo y lo injusto.
Esto solo se entiende entrando a nuestro sentimiento más profundo, que es el motor que
genera nuestros actos. Allí es donde comprendemos que sí existe un sentido claro de la
justicia y del bien puesto por la naturaleza. Incluso no hace falta que lo veamos en nuestro
interior; observando a muchos animales nos damos cuenta que esos sentimientos existen, y
que son tan naturales que los animales que se semejan a nosotros tienen un sentido del
bien muy claro; prueba de ello son los innumerables casos de amor y fidelidad animal que
se han dado a lo largo de nuestra historia. La diferencia está en que los animales no tienen
la misma magnitud de impulsos que nosotros tenemos. Nuestros impulsos están dirigidos a
otros aspectos que son poco naturales, son mucho más fuertes y marcados y van creciendo
a lo largo de nuestras vidas. Es en este aspecto en lo que realmente nos diferenciamos de

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los animales y no tanto en el uso de la razón, puesto que existen animales que demuestran
en su conducta tener ciertas capacidades para el juicio y para el cálculo, que ya es en sí un
tipo de razón. ¿Tendrían los animales los mismos impulsos que nosotros si su razón fuese la
misma que la nuestra? No hay cómo saberlo y quedará en la duda. Antes se pensaba que el
hombre conocía el mal recién cuando tenía uso de razón, pero vemos que hasta las más
pequeñas criaturas ya llevan en su interior los impulsos malignos o benignos que se
manifestarán el día de mañana. Pueden no tener uso de razón, pero desde muy pequeños
demuestran que tenderán a ser malos o buenos en distintos grados. Tener mayor o menor
razón, mayor o menor inteligencia o sabiduría no hace a nadie mejor o peor hombre. Lo que
determina el grado de superioridad, si es que podemos hablar de ella, es qué tipo de
impulsos naturales se tiene y cuáles finalmente se manifiestan. Muchos hombres son
herederos del mal, puesto que son hijos de la maldad de innumerables antepasados, y eso
es algo que lo manifiestan. Lo mismo con los hijos de la bondad. Sin embargo, hasta los
más señalados herederos de la maldad no están irremediablemente condenados a serlo,
puesto que el sentimiento del bien, que es el más natural y fuerte y que caracteriza a la
naturaleza en pleno, tiene siempre un espacio para apoderarse de ese ser y hacerle tomar
otras decisiones. Muchos piensan que encontrando complicados argumentos creados por la
razón van a hallar una justificación y un consuelo para lo que hacen. Pero lo cierto es que la
sensación de haber hecho el bien o el mal es más poderosa que todas esas razones, y eso lo
sabe el hombre malvado en el fondo de su corazón.

El mundo del interés


El mundo del Hombre Viejo es un mundo creado por el interés donde está ausente el amor,
por eso es un mundo injusto. Y los que lo han creado y lo mantienen saben que lo es, y
ellos mismos se sienten injustos. Y todos los sustentadores de este Mundo del Interés
también saben que es injusto, pero igual continúan manteniendo su injusticia, porque
piensan que con muchas entendidas y racionales palabras pueden acallar sus conciencias.
Hablamos de un hombre cuyos impulsos lo obligan a apropiarse de más de lo que necesita
para vivir. Con esto demuestra una gran inseguridad y un injustificado temor ante la
naturaleza, la cual es siempre pródiga y a nadie crea sin la suficiente capacidad de
subsistencia para que viva todo lo que tiene que vivir. Quiere decir que no son las
necesidades para él y su familia las que lo motivan, puesto que lo que tiene le basta y sobra
para el resto de sus días, sino su desmedida ambición de poseer todo donde pone los ojos.
En este afán se estrella contra los que no actúan ni son como él, lo cual genera una cadena
de actos violentos con terribles consecuencias. Entonces, al ver que le cuesta mucho trabajo
realizar sus deseos, debido a la gran oposición que encuentra, es cuando se imagina y crea
un mundo donde todo sea como a él le gustaría que fuera, donde todos piensen en función
a sus intereses personales y así él no sea el único que se sienta extraño por tener esos
impulsos. Es de ese modo cómo logra fundar ciudades, cuyas leyes son las que a él y a sus
impulsos convienen. Hoy el mundo se ha convertido en el paraíso que este hombre soñó y
que ahora necesita afirmar más aún. Este mundo ha sido creado por el interés y aquí no
podrá germinar nunca el amor y el bien. Este mundo es un campo fértil para que crezca solo
el mal, pues está construido sobre pura injusticia, y eso es una anormalidad que la
naturaleza no puede sostener. Pero a pesar de todo, inevitablemente, como un castillo de
naipes, el Mundo del Interés se derrumbará arrastrando consigo a muchos hombres que
nunca supieron porqué todo fue así.

Equilibrio
Dicen quienes quieren legitimar sus inclinaciones individualistas que solo cumplen con la ley
más importante de la naturaleza: sobrevivir. Y para ello es que emplean todo en vías a
apropiarse de lo que pueden. Mas no es tan cierto que para sobrevivir hay que ser el más
fuerte, el mejor. Sucede más bien lo contrario: son los poco fuertes, que vienen a ser la

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mayoría, los que conforman la gran masa de los seres vivos. La naturaleza en ello es
pródiga mientras que, por el contrario, en materia de seres muy fuertes, poderosos, no lo
es. En realidad la vida en sí, más que una lucha por sobrevivir en la que gana el mejor, es
un esfuerzo por complementarse, por guardar un equilibrio entre las partes más grandes y
pequeñas. ¿Acaso las partes grandes no son otra cosa que una acumulación de muchas
pequeñas? Sin embargo hay quienes piensan que existen en la naturaleza cosas que por ser
pequeñas y débiles son entonces descartables, inútiles, y que es legítimo sojuzgarlas y
desaparecerlas cuando les plazca. Esa es la ley del más fuerte: solo sobreviven los mejores,
los más capaces, los más útiles. Pero ¿podría alguien demostrar que existen animales
inútiles? Para ello primero tendría que dejar en claro que la vida consiste en un esfuerzo por
producir cosas útiles. Pero antes de eso incluso, debería explicar qué se entiende por útil e
inútil, y luego demostrar que ese es el criterio que la vida emplea a la hora de crear sus
seres. Sin embargo, a pesar de esto, hay quienes consideran que existen humanos inútiles,
en el sentido que no tiene razón su existencia; y acaban con ellos sin ningún miramiento ni
incomodidad, cosa que no harían ni con sus canarios porque para ellos éstos sí son útiles,
por lo menos para distraerles la vista, según dicen. ¿Conocemos algún ser vivo, aparte del
hombre, que mate bajo este principio: de que tú no sirves en esta vida y es mejor que estés
muerto? Mucho se ha escrito, mucho se habla de que la humanidad ya no piensa así, pero
lamentablemente vemos que los hechos demuestran que no es lo mismo lo que el hombre
piensa de sí que lo que él hace consigo. Por eso es que debemos procurar cortar de raíz
esta forma de pensar y de ser para poder realmente cambiar. Si no lo hacemos y seguimos
actuando de la misma manera, continuaremos muchos años más esperando que algo pase.
El hombre que busca la trascendencia tiene que ser consciente que, a quien realmente tiene
que cambiar, es a sí mismo. Tiene por delante la tarea de no dejarse llevar por los hechos
consumados, por la rutina de la vida, sino más bien detenerse a pensar, negar y luego
cambiar. Pero el Hombre Viejo no solo no lo va a hacer sino que va a tratar de impedirlo, y
eso va a generar un enfrentamiento inevitable y lastimoso. Por todo eso tendremos que
pasar.

Para qué son los mejores


Los mejores existen para dar. Así lo manda la ley natural, en la que los fuertes protegen a
los débiles, los adultos protegen y enseñan a las crías. Eso ningún ser humano lo ignora.
Pero el Hombre Viejo, en función a su interés, tergiversa esto que bien sabe y argumenta
que el fuerte, el que más sabe, el más capaz, el mejor preparado, es el que merece
acaparar todo lo que puede; y esto lo ha convertido en su ley, la ley del Hombre Viejo. Así
es cómo justifica todas sus injusticias que sabe que no son valederas; si no, él mismo
atropellaría a sus propios hijos, a sus ancianos padres, a sus parientes enfermos, a su
mujer y a sus animales caseros, para coger el mejor bocado, para aprovecharse de sus
servicios, para emplearlos como sirvientes, incluso para matarlos cuando le estorben, cosa
que no hace. Y no lo hace porque algo más fuerte que sus razones le dice que así debe ser.
Sin embargo, cuando está delante de su prójimo que es más débil, que es más ignorante,
no atiende al mismo sentimiento que tiene en su interior y hace todo lo contrario. Vuelve a
repetir que la vida es de los más fuertes, de los más aptos para soportarla, ignorando el
impulso que en su propio hogar sí respeta.
Quienes nacen con cualidades nacen para ofrecerlas al resto, a su sociedad en pleno. El
sabio vive con la obligación de enseñar el bien; cuando lo hace, cumple con su misión y es
dichoso. Mas cuando, en vez de enseñar el bien, utiliza sus conocimientos para acumular
riquezas, no solo engañando, sino privando hasta con la muerte a una gran mayoría de
débiles de los conocimientos necesarios para su subsistencia, este sabio, además de no
cumplir con su misión, se convierte en el más malo de los malos; porque no solo se negó a
cumplir con su destino, sino que incluso causó más mal que otros con cualidades inferiores
a las de él. Quiere decir que, de todos los malvados, el mayor será siempre el más capaz de

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los hombres que mal utiliza sus dones. En el Mundo del Interés abundan este tipo de seres.
Desgraciadamente, sus conocimientos no les sirven para que vean que están atrapados por
la seducción de la ambición, y no se dan cuenta que, al mismo tiempo, se causan el peor de
los males ellos mismos. Es así que vemos a muchos grandes hombres defender a los malos
con argumentos y razones tan bien construidas, que dejan a los pequeños sometidos
totalmente al capricho de los injustos. Pocos levantan la voz en contra de esto, y sus voces
son tan débiles que, ante el conjunto de la humanidad, se hacen inaudibles.
Del mismo modo, existen otros seres con cualidades superiores que, en vez de dar lo mejor
de sí, solo se dedican a emplearse del modo suficiente para poder subsistir cómodamente
ellos mismos, negándose a hacer lo que les corresponde. Un ejemplo de ello son algunos
comerciantes. El ser comerciante no tiene nada de malo; muy por el contrario, su actividad
en toda sociedad organizada es vital. Pero cuando él aprovecha su conocimiento de las leyes
del mercado para acumular excesivamente, entrando en una frenética carrera contra sí
mismo y contra otros comerciantes por ser quien más acumula riquezas, es cuando se
produce la anormalidad que conlleva a la maldad. El Hombre Nuevo que se dedica al
comercio, sabe muy bien las reglas de los negocios y sabe también cómo aprovecharse de
ellas para volverse rico y poderoso. Pero el hecho que lo sepa no implica que lo tenga que
hacer, al igual que un ecónomo fiel de una organización desea por sobre todo el beneficio de
su grey antes que el suyo propio; y de estos abundan más de lo que uno piensa. Tampoco
un médico que conoce la manera silenciosa de matar a sus pacientes lo tiene que hacer
necesariamente. Igualmente un arquitecto que conoce la forma de hacer que, con el
tiempo, se derrumben las casas o un militar encargado de disparar una mortífera arma.
Nuestras mayores cualidades y capacidades no tienen por qué servir para hacernos ricos y
poderosos como el Hombre Viejo piensa. Nuestras virtudes solo son tales en la medida que
las empleamos para dar más a quienes menos tienen. Cada vez que hacemos lo contrario,
terminamos por arruinarnos la vida, soportando el peso de la culpabilidad de nuestros actos.
Solo cuando el interés, la ambición, el egoísmo, nos ganan, es cuando empleamos nuestras
virtudes para hacer lo contrario a lo que deberíamos hacer. Hay quienes se quejan que han
dado mucho pero han recibido muy poco en compensación, por ejemplo, ciertos artistas.
Pero el Hombre Nuevo que es artista sabe que su capacidad no implica riqueza sino, todo lo
contrario, una vida modesta. Más aún porque la mayor recompensa del artista está dada en
la ejecución de su arte y en los halagos y la admiración que esto suscita. Querer algo que
está más allá de lo que merece lo volvería ambicioso y amargado. Otros dicen que se
sujetan a la ley de la oferta y la demanda y se venden como prostitutas o, tal vez, como
sicarios, perdiendo el sentido de lo justo y de lo injusto y la verdadera orientación de su
vida. Por eso es que, al final, cuando vemos el resultado de su arte, descubrimos que, en
vez de mostrar el lado bello de la vida, lo bueno de las cosas, no hacen mas que reafirmar
aquello que sus empleadores quieren que veamos, y así desvirtúan el verdadero sentido de
lo que un artista debe hacer: mostrar el amor, la justicia, el equilibrio entre la carencia y la
abundancia.
Igual ocurre con las naciones. Muchas de ellas han convertido en leyes el explotar a las más
débiles y eso les parece justo y razonable. En realidad, utilizar su poder para esclavizar, sea
con el látigo o con el préstamo, es una maldad que acarrea funestas consecuencias para
todos. El Hombre Viejo sigue creyendo, o mejor dicho, haciendo creer a los demás, en la ley
del más fuerte, solo para justificar su maldad. Esa ley no existe en ninguna parte de la
naturaleza y, si la hubiera, sería para lo que hemos dicho: para que esos fuertes den más
de sí a los demás. ¿Es la abeja reina una explotadora de la colmena? ¿Son los zánganos
unos inútiles aprovechadores? Ni lo uno ni lo otro. Son partes necesarias de un todo. Y si la
abeja reina solo quisiera comer en vez de procrear terminaría por reventar o por ser
expulsada. En el caso de otras especies, especialmente los mamíferos, ellos respetan
puntillosamente las leyes de la manada que establecen la existencia de un macho
dominante o exclusivo que, lejos de vivir a su regalado gusto, carga en sí todo el peso de la

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procreación y el cuidado de los miembros. A todas luces es el poder empleado en su
totalidad al servicio del bien común y no del individuo. No es justo, entonces, ni saludable,
ni bueno, que, entre los hombres, alguien aproveche sus virtudes para satisfacer sus
ambiciones, pues esto causará un mal a su sociedad y terminará por desequilibrar al que lo
hace. La ley que ampare esto es una ley injusta.

Hagamos un mundo nuevo


Estos son tiempos de confusión. El Mundo del Interés es una triste realidad. Nadie está
contento con él; ni siquiera los que supuestamente lo han implantado. Ellos, sus creadores y
sustentadores, no creen en él, por eso han inventado sociedades secretas y cofradías con
sus propias y particulares leyes. Los jefes de este mundo viven infelices huyendo de él.
Viven como perseguidos, como acosados, escondiéndose, como culpables de delitos que no
figuran en ningún código penal. Pero ¿quiénes son estos seres? ¿Dónde se encuentran?
Nadie lo sabe. Ellos procuran que no los conozcan. La explicación es simple: se apartan
porque sienten vergüenza. No tienen valor para enfrentarse a su prójimo. La culpa que
cargan es tan grande que los obliga a escabullirse entre anónimas formas de propiedad,
detrás de rostros de personajes conocidos que sí se exponen para defenderlos, causando la
impresión que fueran estos últimos los verdaderos líderes. ¿Podría un padre esconderse de
los hijos si él sintiera que es un buen padre? ¿Por qué los dueños del Mundo del Interés, si
es que se sienten orgullosos del supuesto bien que le han hecho a la humanidad, no salen a
la luz y se exponen a la gratitud o a la crítica de las mayorías? ¿De qué dudan? ¿Qué
temores les persiguen? ¿Qué acciones necesitan realizar amparados en las protectoras
sombras del anonimato? Pues nosotros decimos que aquel que no puede dar la cara para
sustentar sus acciones no es de fiar; revela en su gesto la actitud de quien se delata
culpable de un delito que aún no se ha descubierto, pero que se ha de descubrir. No son de
fiar quienes utilizan todo el conocimiento adquirido por la humanidad hasta la fecha para
preservarse en un poder que no les pertenece, puesto que el poder lo confieren los pueblos
a través de la formalización de la ética y la moral. Ellos pueden ostentar estar en el poder a
través del dinero, de la fuerza y de sus leyes impuestas por su voluntad, pero ante las leyes
no escritas de los pueblos las cuales siempre están a favor de los débiles, siempre
procuran el bien de todos y no de unos cuantos, siempre buscan mejorarse a sí mismas,
siempre se orientan hacia el bien ante esas leyes, están desacreditados y descalificados.
Tal vez hasta ahora nadie les haya dicho qué tan grande sea esta verdad, o tal vez sí. Sea
como sea, ellos procuran, por todos los medios, no abandonar sus posiciones.

Los mejores actúan


Es aquí entonces donde intervienen los mejores. ¿Quiénes son los mejores? Los mejores no
son los más fuertes, ni los más hábiles, ni los más puros. Los mejores son los que llevan su
capacidad de servicio y entrega por el bien común hasta el extremo del sacrificio. Son
aquellos que asumen la causa hasta las últimas consecuencias e incluso mueren por ello;
pero mueren en estado de santidad, mueren con el corazón hinchado de gozo por la noble
acción ejecutada. Son los que atraviesan todos los peligros, enfrentan todos los retos y
ponen la cara antes que castiguen a los inocentes. De estos hombres, los mejores, hay en
toda sociedad y en todos los tiempos. El Mundo del Interés está contaminado por el miedo
que paraliza, obliga a replegarse, atenaza la voluntad y empuja a la obediencia. Los que
viven en él son esclavos por temor. No acatan las leyes porque las respeten ya que estas
leyes no reflejan el bien común sino la voluntad de los dominadores sino las acatan
porque es el precio que pagan para sobrevivir. El Mundo del Interés es un mundo lleno de
peligros; es un bosque encantado donde cualquier paso en falso lleva a la desgracia y a la
muerte. En este mundo no hay espacio para la dicha sino para la protección. Los que viven
en él se esfuerzan por buscarla, y los creadores y dueños de este mundo procuran hacerlo
cada vez más terrorífico para que nadie se atreva a vivir sin el amparo de los fuertes.

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Aparentemente no hay salida. En esta clase de mundos se difunde la creencia que no hay
otro posible, que se vive en el mejor de todos. Cualquiera que piense diferente es
condenado o ajusticiado.
Sin embargo los mejores son los que ven claro y conocen la salida. Los mejores saben que
este mundo es de artificio, de teatro; que fuera de él está el mundo real, que no es
necesariamente humano, pero es el verdadero. Y el mundo verdadero no es ni bueno ni
malo, ni fácil ni difícil: es un mundo vivible, soportable y equilibrado. No hay criatura, por
grande o pequeña que sea, que no viva cómodamente en el mundo real. Allí, tanto los
fuertes como los débiles ocupan un espacio importante y no existe la ley del más fuerte, la
cual solo se da dentro del Mundo del Interés. En el mundo real hay sitio para todos y cada
cual desempeña la función que le acomoda y le permite sobrevivir con armonía. Eso no
quiere decir que no se ejerza la violencia, puesto que hay quienes se alimentan de otros.
Pero todo ello, visto en su conjunto, es armonioso. No lo escogimos nosotros; así está dado.
Por eso los mejores se ríen de los que pretenden infundirles el miedo ya que saben que
todos esos temores son pura fantasía. Los mejores tienen una fe y una alegría
inquebrantables, pues son conscientes que se acerca un Mundo Nuevo, un mundo que está
fuera de estas ciudades y donde solo viven los Hombres Viejos.

Los mejores son incontenibles


Cuando el miedo pasa se hace la luz. Y cuando se prenden las luces del teatro nos damos
cuenta que todos nuestros temores eran infundados. Que todo había sido como un sueño el
cual creíamos que era verdad y que nosotros participábamos de esa farsa adoptando
papeles de infelices. Mas habiéndose todo aclarado, viendo que los trajes y el decorado eran
de artificio y que los personajes eran solo actores circunstanciales pero que nadie tenía
autoridad verdadera, ya no hay motivo para seguir asustado y continuando con la comedia.
Que alguien pretenda, en ese momento, decir que sí es de verdad, que la obra continúa,
solo sería motivo de rechazo. Esto es lo que hacen los mejores: aclarar a los que viven
sujetos al engaño, a la farsa del mundo sombrío y sin esperanza. Los mejores son los
despertadores, los que van prendiendo las luces del teatro para que la gente vea que se
trata de una artimaña bien montada. Ante esto los dueños del local podrán intentar todos
los métodos para anularlos: los calificarán de locos, de ilusos, de alborotadores y de
subversivos; tratarán de poner a toda la gente en su contra; intentarán desprestigiarlos
mediante astutos argumentos y, por último, los matarán. Pero conforme pase el tiempo sus
palabras serán cada vez más fuertes, sus verdades cada vez más ciertas. Y habrán de ser
para el Mundo del Interés como un terrible cáncer que irá minando su maligno organismo
de manera incontenible. Cada vez más personas se les unirán, habrá más de los que
hablarán de la luz y de lo diferente que es la realidad, y esa avalancha ya nadie la podrá
contener.

Abandonando el mundo del interés


¡Cuánta tierra le espera al que abandona el Mundo del Interés! Y ¿qué necesita llevar?
¡Nada! Porque nada tiene, salvo la firme fe en el bien y la férrea voluntad de realizar el
Mundo Nuevo. ¿Con qué lo hará? Con sus brazos, con su inteligencia, con su voluntad. Así
es como nacen los pueblos y las naciones. Pero los controladores del Mundo del Interés se
opondrán y dirán que es suya toda la tierra, que no hay un milímetro que no les pertenezca.
Dirán también que son dueños del agua, de todas las gotas que hay en ella y de todos los
animales que allí habitan, y que no se pueden tocar sin su consentimiento. Y también dirán
que el aire es de ellos, que nadie lo puede respirar ya que los lugares por donde sopla son
suyos. Entonces querrán así hacer creer que el mundo entero les pertenece, que no hay
dónde ir porque todo tiene dueño; que el único camino es quedarse para siempre entre las
fronteras de sus ciudades del Interés y vivir y morir allí, porque ese es el único destino para
la humanidad. Pero en ese momento los mejores sonreirán, y les dirán: “Bien, si ustedes

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dicen que toda la tierra es de su propiedad ¿cómo nos echarán? Pues sus soldados y
sirvientes encargados de hacer cumplir esas leyes están con nosotros y ellos mismos nos
guían hacia los terrenos más fértiles. Y si además dicen que el agua también es suya y todo
lo que en ella existe, y que no podemos tocarla, ¿cómo impedirán que bebamos? Aquí están
también entre nosotros sus cuidadores, quienes nos muestran las compuertas para que la
usemos. Y si dicen que el aire es también de ustedes y que no nos es permitido respirarlo,
salvo cuando estamos en sus ciudades ¿qué harán para detenernos? ¿Acaso no ven que
cada vez se quedan más solos, rodeados de leyes que ya nadie respeta ni piensa cumplir?
¿No se dan cuenta que la única fuerza real entre los hombres es la que parte de sus
corazones y mueve sus voluntades? ¿No ven que el mundo que ustedes crearon a nadie ha
satisfecho y por eso lo estamos dejando, para vivir más a gusto y dichosos en nuestro
Nuevo Mundo? Claro, nos enseñan sus poderosas armas capaces de destruir la tierra con
solo mover un dedo. ¿Se atreverán a dispararlas? ¿Matarán así a sus hijos, a sus mujeres,
que están aquí entre nosotros también? ¿Van a destruir todo simplemente porque ya no
pueden usufructuarlo? Pues nosotros les diremos que no lo van a hacer porque no quedará
con ustedes nadie para las ejecuciones. Ninguno se atreverá a cumplir esas órdenes que
ustedes mismos no son capaces de llevar a cabo. Por eso pasaremos en su delante y nos
marcharemos, dejando así de ser sus sirvientes y sus esclavos. Y los dejaremos aquí, en sus
espantosas ciudades, para que gobiernen sobre aquellos que piensan y sienten como
ustedes y que son incapaces de cambiar. Y nada nos llevaremos para que no digan que les
estamos robando y que queremos construir nuestra dicha a costa de lo que crearon.
Finalmente les diremos esto: Ustedes tuvieron la oportunidad de hacer de la vida del
hombre un paraíso gracias a todos sus inventos y descubrimientos, pero crearon un
desgraciado infierno, ya que solo quisieron enriquecerse y hacerse poderosos, olvidándose
que la razón de ser del fuerte y del sabio es hacer fuertes y sabios a los débiles. Por eso
aquí se quedarán, a sufrir lo que tengan que sufrir dentro de su propio averno. Y aunque
quieran escapar no podrán hacerlo pues les será imposible atravesar las puertas que los
llevan fuera y aquí morirán. Y cuando todos ustedes hayan muerto, el polvo los cubrirá de
tal manera que los futuros hombres nunca sabrán que existieron, haciendo que toda su
maldad desaparezca en el olvido”.

La belleza como objetivo de vida


El hombre, para vivir, necesita de una causa, que es al mismo tiempo una explicación y una
meta. Dicho de otra manera, el hombre sabe que es hombre porque tiene un origen y un fin
netamente humanos, que lo diferencian de cualquier otro ser vivo. Esa causa ha adquirido a
lo largo del tiempo muchas versiones. Los mitos de todos los pueblos nos hablan de ella.
Todas las civilizaciones se han construido sobre la base de causas que esos mitos nos
relatan. Igualmente, todas las causas siempre son sagradas, ya sea porque la divinidad lo
dispuso así o porque el hombre las vuelve sagradas. El hombre es, en última instancia, la
consecuencia de una causa, de la idea que tiene de sí, de su razón de ser y de su destino.
Dichas causas van tomando distintas formas de acuerdo con la historia del devenir del
hombre. En él intervienen factores geográficos (el lugar de ubicación), demográficos (la
cantidad de seres que conviven), las formas de vida (nomadismo, sedentarismo u otras),
además de la historia misma (la acumulación de conocimientos). En la combinación de estos
elementos está la explicación de las transformaciones de las causas. Esto nos lleva a
deducir que, en toda época, cada grupo humano tiene su causa. Eso no implica que las
causas de épocas anteriores desaparezcan sino que sobreviven formando parte de las
nuevas. Cualquier idea puede ser una causa si es que responde a las exigencias de ello.
Para que una causa se imponga tiene que haber un consenso, tiene que ser aceptada tanto
por la costumbre como por el poder. En conclusión, toda causa es una idea total, es un
cuerpo integrado de conceptos que le dan sentido a todos los aspectos que atañen al

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hombre de determinada sociedad. Toda causa explica el origen, los valores, el porqué de la
vida, la naturaleza y el fin de todo.
La causa del hombre actual ha caído en el descrédito; ha perdido la fe de la mayoría de sus
seguidores. Esta causa proponía que el objetivo principal de la vida era la satisfacción de
todas las necesidades y que ello producía un estado llamado de felicidad. Pero la humanidad
ha comprobado que las necesidades son infinitas y, por lo tanto, la felicidad es inalcanzable.
Ambas ideas, necesidad y felicidad, son imposibles de satisfacerse. Cuando el hombre ve
que lo que persigue es una quimera, se llena de desilusión y de desánimo, se rebela contra
esa idea y decide encontrar otra causa más satisfactoria. Es en ese momento que se
generan nuevas causas; algunas de ellas puede llegar a convertirse, para las mayorías, en
la nueva gran causa.
Proponemos que la belleza sea esa nueva causa. Si el hombre se hizo hombre fue por su
gran habilidad para crear imágenes y objetos. Lo que lo impulsó a hacerlo no fueron las
necesidades sino su potencialidad y su genio, la capacidad de su cerebro para ocupar
tiempo y recursos en el juego. Después le encontró a su creación la utilidad, pero no fue la
utilidad la que lo hizo artista. El hombre es un ser artista. Si por un momento
suprimiéramos todos los malos usos que ha hecho de sus creaciones, podríamos creer que
el hombre no ha hecho otra cosa que embellecer su vida con obras artísticas; deberíamos
estar, entonces, en un paraíso.
Mas lo que proponemos no es un paraíso, ya que esto podría parecer aburrido. Lo que
buscamos es encaminar a toda la humanidad hacia la búsqueda de la belleza. Se trata de
reorientar el esfuerzo humano: en vez del trabajo, creación. Cada ser debe dedicar su vida
a la elaboración de algún tipo de obra física o intelectual para ir embelleciendo más la vida,
al igual que en una creación colectiva (como podría ser una catedral). Pero ¿y qué hay de
las llamadas necesidades humanas? Pues gracias a todos los conocimientos hasta hoy
adquiridos, el esfuerzo de producir alimentos, vestido, medicinas y herramientas será
ocupación de solo unos cuantos con sus respectivas máquinas. Quiere decir que la
preocupación que durante milenios tuvo la humanidad por procurarse lo más básico ya ha
sido solucionada con creces gracias a la Revolución Industrial: siempre sobrará más de lo
que se necesite. Lo único que falta para ello es que toda esta maquinaria deje de estar al
servicio del interés y se ponga al servicio del ser humano en pleno. Para ello es necesario
convencer a la mayoría de cuál es la nueva causa, y que para realizarla se requiere difundir
entre todos los hombres sus nuevos conceptos. Cuando la gente busque vivir la vida para
embellecerla, aquellos que mencionamos se encargarán desinteresadamente de la labor de
mantener el aparato productivo para así seguir sosteniendo los miles y miles de millones de
humanos que habrán de venir al mundo para hacerlo cada vez más bello. Estos encargados
serán seres imbuidos de una conciencia y una mística que los hará impenetrables a las
tentaciones de las ruines ambiciones personales: serán necesariamente sabios. Ignoramos
cómo este cambio se producirá; puede ser de manera pacífica, muy razonable o
violentamente. Eso es parte del devenir humano, de lo cual nadie es particularmente
responsable.

Una mirada al nuevo mundo


No pretendemos adivinar el futuro porque éste será tarea de los hombres que vendrán,
quienes ya en los hechos sabrán qué es lo más adecuado para organizar el Nuevo Mundo.
Pero si nos pidieran proponer algunas ideas de lo que podría hacerse nada nos cuesta
realizar este ejercicio el cual, en el mejor de los casos, serviría de inspiración para los
creadores venideros.
El primer tema a resolver será el del espacio terrestre. Para ello debemos tomar en cuenta
que no necesariamente el hombre es sedentario, por lo tanto hemos de considerar también
su condición de nómada. El largo encierro del hombre en las ciudades lo ha enloquecido y le
ha privado de un desarrollo físico armónico, pues él está preparado biológicamente para

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desplazarse grandes distancias y variar de aires y de paisajes, permitiendo así que su
sicología sea más equilibrada. Por lo tanto el sentido de la ocupación de la tierra ha de
considerar los dos aspectos del ser humano: el de nómada y el de sedentario. Para decirlo
de otro modo, el Hombre Nuevo tendría que ser un semi nómada o un semi sedentario, y su
desplazamiento no obedecería solo a la necesidad de satisfacer de sus necesidades básicas
si no a aspectos más mentales, como dijimos, y plásticos, ya que para este hombre será de
suma importancia apreciar la variada belleza del mundo entero. Será, entonces, un hombre
viajero, que poseerá varios lugares de residencia pero que al mismo tiempo estará en
constante movimiento. Es tomando en cuenta ello que se debe organizar la distribución de
los seres humanos sobre el planeta. Se ha de procurar que todos tengan un lugar a dónde
llegar en cualquier parte del mundo. Será algo así como una humanidad turista.

La propiedad
La naturaleza no es, por principio, propiedad de nadie. La ley especificará que el hombre
solo la está usufructuando, pero tendrá obligaciones con respecto a ella. Esto quiere decir
que el hombre no será visto como dueño sino como usuario, y que lo que hará será
distribuir los elementos, acondicionarlos y mejorarlos, pero sin ir más allá; no respetar esta
ley será uno de los más grandes delitos que conozca la humanidad. Debido a esto nadie
podrá decir "esta es mi tierra", al igual que como hoy nadie dice "este es mi aire".

La ocupación de la tierra
El grupo de Hombres Mejores será el encargado de hacer las distribuciones de la tierra,
tanto con fines de habitación como con fines de producción. Quiere decir que no existirá la
propiedad privada de la tierra. Las tierras para vivienda se encontrarán en los lugares más
adecuados para ello, considerando los factores climáticos, geográficos y estéticos, y todas
serán previamente evaluadas antes de otorgarse. Las tierras para la producción serán
establecidas con esos mismos criterios, pero diferenciando las que servirán para el cultivo y
el pastoreo de las que albergarán las industrias; de este modo, el uso de la tierra tendrá la
lógica de la utilidad y no la lógica del poder. Existirá la minería, pero este trabajo será
hecho casi exclusivamente por máquinas, y tendrá la mayor de las vigilancias para evitar
que cree efectos dañinos al medio ambiente. Habrá dos tipos de tierras de cultivo: las
industriales, que serán aquellas que se destinen para la producción masiva de alimentos que
por distintas razones no se puedan o no se quieran producir de manera científica, y las
libres, que serán tierras para que la gente que desee pueda sembrar en ellas tanto por
entretenimiento como por el simple deseo de variar su alimentación. Las tierras para las
industrias estarán en los lugares más apartados y no ocasionarán perturbaciones al
ecosistema. La mayor parte de los alimentos serán los que produzca la ciencia en espacios
reducidos y cantidades suficientes. Este tipo de producción, por ser industrial, requerirá de
un esfuerzo mínimo y sus resultados no tendrán límites, haciendo que la obtención de
alimentos vegetales sea lo que más abunde. También habrá tierras para los animales
dedicados a la alimentación y serán buenas tierras donde éstos vivirán a sus anchas hasta
que les llegue el día de su sacrificio, el cual será hecho con mucho respeto y
agradecimiento. La naturaleza no se va a molestar por ello y nosotros no sentiremos que los
tratamos como simples objetos de comida; eso nos hará más amables y nobles.

El agua
A la hora de distribuir las tierras se tomarán en cuenta las posibilidades de obtener agua,
tanto canalizándola como creándola científicamente o recogiéndola del ambiente. Las
canalizaciones considerarán la distribución de los espacios de vivienda y producción, pero no
afectarán el sentido estético de las casas, o sea, se procurará que estén en función de la
vida del hombre y no a la inversa. La idea es que haya agua allí donde se la quiera.
Además, estará beneficiada con distintos elementos que la harán, no solo más pura y sana,

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sino más fértil y alimenticia. Muchas de las medicinas, que prolongarán el promedio de vida
del hombre por encima de los cien años, circularán libremente por ella.

El hábitat
No existirán las ciudades como las conocemos ahora, que son en realidad hacinamientos de
hombres. Se aprovecharán al máximo posible los espacios, de tal modo que la gente
ocupará las mayores extensiones de terreno, haciendo que las distancias sean enormes.
Esto no causará problemas porque la forma de comunicación será también diferente,
haciendo que el hombre pueda estar donde le plazca en un tiempo mucho más breve que el
que conocemos. Parte de la buena salud del hombre será contar con grandes espacios por
donde pueda desplazarse y con ello obtener una saludable sensación de amplitud.

El transporte
En cuanto a las comunicaciones, las carreteras serán pocas y servirán tan solo para el
transporte pesado, ya que la mayor parte de la gente se desplazará por el aire en cómodos
aparatos impulsados por energía solar, de despegue vertical, y sencillísimos de manejar.
Con ellos podrá viajar incluso hacia otros continentes, contando con programas automáticos
de vuelo que dirigirán los aparatos por rutas previamente establecidas como seguras. Estos
artefactos, probablemente en forma de cápsulas, también serán individuales, permitiendo
que hasta aquellos que viven en los lugares más apartados puedan ir donde quieran sin
necesidad de contar con vías terrestres. Serán también computadoras volantes y
contendrán toda la información que un ser humano pueda necesitar. De este modo, el
anhelo de ser ciudadanos del mundo será una realidad.

La sociedad
La organización estará basada en comunidades regionales y de tamaño fundamentalmente
pequeño. Cada comunidad preparará y luego elegirá a los Hombres Mejores para que se
encarguen de las funciones de legislar y de producir y repartir los alimentos. Los Mejores
estarán dedicados más que ningún otro al servicio de la comunidad y no recibirán a cambio
de ello nada material; solo un reconocimiento. Los Mejores serán lo más parecidos a un
árbitro deportivo, quien durante el desarrollo del juego tiene toda la autoridad, pero que en
verdad es el más humilde, desconocido y pobre de todos los que participan en él. Si esto se
puede hacer para un encuentro deportivo de gran magnitud, quiere decir que el hombre sí
está capacitado para trasladar esa experiencia de mando a otros planos de su vida. Los
Mejores serán árbitros porque tienen un poder delegado para cosas específicas, pero en
verdad serán los menos destacados e importantes dentro de la sociedad, al igual que lo es
un policía o un juez. Quiere decir que los Mejores serán humildes pero se les respetará
porque representan la ley de la comunidad. Además, la ocupación de los Mejores será solo
por un tiempo determinado, permitiéndoseles vivir otro tipo de vida si lo desean. Por encima
de las leyes de las comunidades existirán los Mejores Universales, quienes serán una
especie de Secretarios de las Naciones; tendrán poder delegado pero no real. Ellos
evaluarán y juzgarán a las comunidades con el fin de resolver sus diferencias. Todos serán
elegidos, tal como lo ha sido siempre en la historia de la humanidad, y tendrán la facultad
de usar la fuerza cuando la situación lo requiera, sobre todo por cuanto, como ya hemos
mencionado, aún en el Nuevo Mundo existirán los malvados, pero en menor número y
poder. Para ello se crearán armas especiales que serán tan solo tranquilizantes, similares a
las que se usan para atrapar animales. Las armas de destrucción y muerte habrán sido
proscritas terminantemente, y su conocimiento será guardado como secreto por los
Mejores, al igual que se guardan hoy los secretos de los actuales Estados o de algunas
grandes religiones, los cuales pueden conservarse con total seguridad, sin peligro que éstos
trasciendan, durante miles de años.

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La distribución
Los Mejores se encargarán también de las distribuciones de alimentos y otros objetos. Como
la mayor parte de las fábricas trabajarán con energía solar y otras fuentes, el proceso de
elaborarlos se verá reducido a su mínima expresión; apenas sí se necesitará supervisar a las
máquinas que los producen. Entonces habrá alimentos en abundancia y también todo tipo
de objetos como vestidos, aparatos eléctricos, muebles, etc. El único trabajo será acarrear
la materia prima hacia las fábricas, y de ese esfuerzo se encargarán los Mejores a modo de
servicio voluntario, por lo cual no recibirán ninguna retribución especial. No existirán
mercados ni por lo tanto hará falta moneda. La distribución será directa; en cada lugar
estratégico de la comunidad habrá unos galpones refrigerados y herméticos donde se
guardará todo lo necesario para sus habitantes; y bastará solo con acercarse a ellos para
obtener lo que uno desee. En el Nuevo Mundo será un delito tomar algo por encima de lo
que se necesite, pero esto ocurrirá raramente puesto que, en realidad, a nadie le hará falta
nada —salvo a los malvados, quienes siempre querrán satisfacer sus ambiciones, las cuales
van más allá de lo que un ser normal desearía.

La formación
En cuanto a la educación, existirán dos formas principales de implantarla: por medios
electrónicos a través de computadoras de imagen tridimensional y mediante el método
tradicional, el cual será llevado a cabo en lugares especiales a cargo de un grupo de
Mejores, quienes ofrecerán una enseñanza tanto intelectual como moral, siendo esta última
la de mayor importancia. Las ambiciones y los excesos estarán controlados por medio de un
sistema formativo adaptado para esa vida, cuyos resultados producirán actitudes similares a
las que tienen actualmente hacia la ley los ciudadanos de ciertos países ricos y de lo cual
mucho se ufanan. Si en el Mundo del Interés hasta los malvados respetan las leyes, ¡con
qué mayor razón en el Nuevo Mundo se respetarán sus nuevas leyes! Muchos subestiman el
poder de la educación, pero con ella uno puede crear al hombre que se desee y este
responderá a esas metas.

Las actividades
En cuanto al desempeño de la gente, la mayoría estará dedicada a desarrollar algún tipo de
arte, sea en forma individual o colectiva. Existirá un sinnúmero de lugares dónde exhibir las
obras y allí se ejercerá el trueque. Cada artista o grupo de artistas obtendrá así aquello que
no produce intercambiándolo por lo que elabora; de este modo, el grupo de pintores podrá
conseguir ceramios, el de músicos realizará funciones a cambio de esculturas y así todos
establecerán sus medidas aceptables para obtener aquello que desean. Los que no son
artistas también podrán realizar un tipo de trueque como, por ejemplo, los científicos,
dictando conferencias u ofreciendo consultas.

Los servicios
En cuanto a los servicios fundamentales, la salud estará eficazmente conducida por los
Mejores, quienes establecerán sistemas de revisión constantes para toda la población. Los
médicos atenderán tanto ambulatoriamente como en centros de salud que vendrían a ser
como hospitales, con la diferencia que se tratará de grandes áreas naturales con toda la
tecnología médica; algo así como un hospital ecológico. Tanto la medicina como todas las
actividades científicas serán también consideradas un servicio, y en su mayor parte estarán
realizadas por los Mejores. En cuanto a las obras públicas, éstas serán de carácter comunal,
o sea, que para cada obra en especial se congregará a la gente para que ésta participe en
su ejecución. Esto permitirá que todos se sientan identificados con ellas y las valoren y
respeten.
En realidad, habría mucho más que decir sobre aquello que se podría hacer en el Nuevo
Mundo, pero no quisiéramos caer en una especulación que puede no ser la más adecuada, y

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desvirtuándose así el mensaje que queremos dar el cual es: que sí es posible vivir mejor; sí
es posible cambiar nuestro mundo. Contamos para ello, ahora sí, con la tecnología
suficiente como para no depender del trabajo, pudiendo de este modo dedicarnos a una
nueva razón de vivir, que podría ser el arte, la belleza. La ciencia será nuestra aliada; solo
nos falta definir el proyecto. Una vez que lo hayamos hecho, deberemos ponerle todo el
empeño por que sea realidad. Ha sucedido antes y puede suceder una vez más. Tengamos
fe.

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GLOSARIO

Amor
Característica de la vida que, en los organismos complejos, se manifiesta como relaciones
de dependencia entre los individuos. En principio, el amor no es un fenómeno
exclusivamente humano; muchas de sus manifestaciones las hallamos en diferentes
especies y en distintas expresiones y magnitudes. Lo que ocurre en el caso específico del
hombre es que, esas expresiones están interrelacionadas con la cultura, lo cual complejiza y
multiplica sus variables. Esto nos lleva a afirmar que el amor, en el ser humano, toma
formas distintas según los tipos de hombres y sociedades que se den, haciendo que una
definición única del amor humano sea casi imposible. Dentro de este relativismo podemos
referirnos al amor, en primer término, como una actitud natural de dar sin esperar recibir
de quien se da. En su más pura esencia lo hallamos en la relación progenitor-cría. Un padre
es capaz hasta de dar la vida por la de su hijo. En segundo término, podemos hablar del
amor como una aspiración sublime que abarca a la humanidad entera, lo cual es un viejo
anhelo perseguido desde los inicios del hombre y que se manifiesta constantemente a
través de movimientos espirituales e ideológicos. Esta clase de amor es producto de un
desarrollo propio del hombre y de su cultura, mas no de la naturaleza; trasciende a los
impulsos naturales y exige una elaborada preparación de la conciencia, razón que lo
convierte en poco accesible a las mayorías. El amor suele estar vinculado a realizar el bien,
por lo que se dice que ésta es su principal finalidad. Pero en el mundo actual la idea del
amor se halla más identificada con el tercer término que se refiere a las necesidades,
apetitos, errores y perversiones que se dan en la relación entre individuos al interior de
cada grupo humano. Este último es el concepto de amor más común y del cual más se
habla y se discute.

Armonía
En general, todo lo que está de acuerdo a una regla preestablecida. En la sociedad consiste
en el mayoritario cumplimiento de las leyes y las costumbres sin que nada, o casi nada, las
altere. Esto produce como resultado una situación denominada como paz. Ahora bien, esas
leyes y costumbres pueden ser penosas, produciendo un estado de miedo y de desdicha,
por lo que esa armonía terminaría siendo desgraciada, lo cual va en contra del buen sentido
del término. Entonces esto nos obliga a enfatizar que esas leyes y costumbres tienen
necesariamente que producir en la humanidad un estado de dicha y de placer, sin dejar de
mencionar que, para evitar otros males, se debe reprimir al máximo la depredación de la

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naturaleza. Tenemos entonces tres aspectos a considerar en lo que respecta a una armonía
ideal: el medio, las reglas y el resultado. Una sociedad armónica debe conocer y aplicar con
sabiduría cada uno de los tres. Tampoco debe olvidarse que todo en la naturaleza es cíclico,
nada es estático, por lo tanto, la armonía deberá contemplar períodos de desarmonía
necesarios para la renovación y permanencia de los valores mencionados. Algo parecido a lo
que ocurre con respecto al carnaval.

Belleza
Es el reflejo o expresión de la idea de la armonía que una sociedad tiene. Esto quiere decir
que no es una emoción ni una percepción natural sino más bien una sensación educada, lo
cual relativiza el término. Sin embargo existen en la naturaleza, nuestro principal referente,
algunos elementos que se encuentran en la pista de lo que buscamos. La naturaleza gusta
de lo sano, le repulsa y abandona la anormalidad y la enfermedad, practica
permanentemente la higiene y recicla sus desechos, mantiene una proporción equilibrada de
elementos durante un tiempo y luego se desproporciona para revitalizarse. Si una sociedad
toma como modelo las pautas que da la naturaleza, deberá en lo posible adecuarse a estos
lineamientos generales, pero no tiene que apegarse estrictamente a ello puesto que
estamos hablando de hombres y no de animales. De más está decir que el hombre es tal en
la medida que no actúa como animal, alterando así las leyes generales dispuestas para
todos los seres vivos. Cumplir estrictamente con la naturaleza nos llevaría al extremo de
convertirnos en animales y eso no es posible. El otro extremo sería no acatar ninguna ley
natural, lo cual nos acarrearía la destrucción inmediata. Deberemos entonces mantener el
equilibrio de lo mejor dentro de lo posible. El ser seres humanos nos ha condenado a portar
un pesado fardo llamado cultura; tenemos por eso que desarrollar una habilidad que nos
permita llevar esa cultura con el menor esfuerzo y malestar posibles. Ese reflejo de la
armonía de cada sociedad se manifiesta fundamentalmente mediante la actividad que
llamamos arte, por eso las obras de arte, mientras más se apegan a la idea de la armonía
imperante, son consideradas más bellas. En el Nuevo Mundo la actividad fundamental será
la creación de belleza la cual reflejará el estado de armonía con la naturaleza ya que el
hombre no puede dejar de tener una actividad, de manipular y jugar con algún tipo de
elemento. Debido a que casi ya no se trabajará, el hombre tendrá que ocupar todo su
tiempo en el embellecimiento de su ambiente y de todos los objetos que su cultura produce.
Hará de su medio un paisaje, de su casa una obra de arte, de sus vestidos verdaderas
maravillas y lo mismo con sus objetos personales. Producirá belleza con todos los
fenómenos que conozca y manipule en la tierra, en el agua y en el espacio.

Bien
Todo aquello que tiene por finalidad favorecer a la vida del ser. En el hombre se manifiesta
a través del amor, que viene a ser la intención y el acto de hacer el bien sin que
necesariamente los beneficiarios sepan quién lo hizo ni por qué. El bien es una expresión
propia de la naturaleza que hace que ésta exista y se perpetúe. Mientras sea así, los
progenitores de todas las especies, sus parientes y allegados, seguirán sosteniéndose y
amparándose entre ellos por cuanto les brota el deseo de hacerlo y lo hacen a conciencia.
Decimos conciencia y no instinto pues instinto se asocia a una reacción refleja, y el bien no
es un acto reflejo por cuanto tiene que existir un mínimo de evaluación de la circunstancia a
la que se somete un ser. En las aves el reconocer a un miembro de un nido es ya un
proceso en el que intervienen múltiples factores. Sin embargo no es el mismo bien al cual el
hombre se refiere normalmente puesto que este bien natural carece de su contraparte, el
mal. Quiere decir que se trata en realidad de una situación normal de la naturaleza el ser
como ella es y el actuar como actúa, pero no porque la empuje necesariamente el bien, sino
porque es la única forma de hacerlo. Sería entonces, la naturaleza, un estado de bien, pero
no de bien sublime o trascendente. En el hombre el bien va más allá de las posibilidades

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que la naturaleza le propone, por lo que decimos que este bien sería entonces trascendente,
un fenómeno espiritual. Ese proceso se presenta tan complejo que en muchos casos lleva a
la confusión, de ahí que se vean tantas aberraciones. Pero tampoco estas confusiones se
pueden denominar equivocadamente como el mal puesto que son actos fallidos de hacer el
bien. En el hombre, el bien tanto como el mal tienen que presentarse como opción, como
acto estrictamente voluntario y consciente. Por otro lado, la capacidad del ser humano de
extralimitar el bien puede llevarlo al punto de sublimarlo y convertirlo en objeto de culto,
dándole una vivencia personalizada e identificándolo con un dios. Todo ser humano posee
por naturaleza el deseo y el conocimiento del bien, pero su propia esencia humana lo anula,
altera, degrada o sublima.

Causa
1) Derrotero que sigue la materia según un sentido determinado. Causa sería lo opuesto al
caos, el cual vendría ser la hipótesis de que la materia pudiera desenvolverse sin tener
consideraciones de ninguna clase, cosa que hasta ahora no se ha podido comprobar que así
se dé o se haya dado alguna vez. La materia pareciera tener siempre una cierta lógica que
hasta el momento desconocemos, y la vida tiene que encajar dentro de ello. El problema es
que realmente no entendemos todavía a la materia y le atribuimos estructuras y
propiedades de acuerdo con los diferentes puntos de vista que nos toque asumir. El
esfuerzo por hallar una causa es de alguna manera un intento de proyectarnos más allá de
nuestras posibilidades, allí a donde solo puede llegar la especulación. Todavía tendrá que
desarrollarse mucho la ciencia para que podamos lograr algún tipo de comprobación sobre
este asunto. 2) En la actividad humana, un objetivo de acción, una explicación y un fin. Sin
una causa, el ser humano cae en el aburrimiento que lleva a la inacción y de ahí a la atrofia.
Debido al conocimiento, el hombre ha desarrollado aptitudes que en la mayoría de los casos
no pueden desenvolverse solo en función a la satisfacción de sus necesidades proceso que
en la vida moderna casi ya no requiere de esfuerzo, salvo cuando, por el interés de algunos,
se les niega esto a las mayorías sino cuando se activan hacia fines más específicos que
poco tienen que ver con ellas.

Ciencia
Una manera de tratar de conocer a la naturaleza. Consiste en un cúmulo de informaciones
organizadas en torno a determinados principios que pretenden formar un solo cuerpo de
conocimientos compatibles, es decir, crear una unidad comprensible, permitiendo así la
manipulación de la materia según los fines propuestos por el hombre. Se parte de ciertos
principios preestablecidos en cuanto a que la materia: 1) Es cognoscible por el hombre y se
debe encontrar la forma, el método adecuado, para ello; 2) Es única y constante, o sea, que
no hay múltiples materias que sean diferentes; y 3) Es manipulable, por lo cual la ciencia se
convierte en algo útil. De esta forma, hombre y ciencia están irremediablemente unidos.
Pero este homocentrismo relativiza la factibilidad de lograr el conocimiento absoluto de la
materia y de alcanzar la verdad, puesto que lo que aún está por resolverse es si el punto de
vista humano sobre la materia es necesariamente el conocimiento exacto de ella, asunto
que lleva a la pregunta de si es que pueda existir realmente dicho conocimiento exacto,
independientemente del hombre. La ciencia es diferente de lo que se entiende por
conocimiento en cuanto a que éste último es más genérico y abarca no solo la información
científica sino también todo tipo de datos. A su vez la ciencia difiere de la filosofía en la
medida en que ésta última dirige su interés fundamental hacia la vida del hombre,
principalmente hacia su conciencia.

Conocimiento
Percepción en el hombre de los modos de comportamiento de la materia. La materia actúa
sobre la base de los diferentes tipos de estructuras que adopta; en cada caso existe una

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información acerca de su constitución y su modo de operar, y conforme se va modificando
va adaptando esa información al nuevo estado que asume. Si la constitución se hace muy
compleja, como es el caso del ser humano, el proceso de adquisición y empleo de la
información también será complejo y múltiple; toda la materia en pleno la aporta y el
resumen de todo ello es el conocimiento, que, más que una suma de conceptos, es el
estado de percepción de una diversidad de fenómenos que actúan en el entorno
específicamente humano. Esta información es holística, por lo que va más allá de la
elaboración racional; incluye tanto el pensamiento como la intuición, el deseo, el impulso, el
estímulo aleatorio y la determinación genética. El organismo humano, tanto individual como
colectivamente, ejerce y actúa basado en este conocimiento que es propio de su especie y
constitución. En él el conocimiento es más complejo por cuanto interviene el elemento
cultura, a diferencia del resto de las especies y de otras formas conocidas de la materia.
Asimismo, el conocimiento no es solamente una actividad que se da en un individuo sino
también actividad de la especie la especie humana piensa de un modo distinto a como lo
hace un individuo por lo que se podría hablar de por lo menos dos formas generales de
conciencia humana. Una parte de este proceso es el conocimiento científico, que es una
manera específica y humana de abordar el conocimiento, pero enmarcado dentro de ciertos
límites preestablecidos. El conocimiento entonces sería una característica de la materia que,
en el caso del ser humano, adquiere modalidades complejas producto de la cultura, la cual
actúa como un filtro o un prisma que relativiza su comprensión. Quiere decir que, aún sin la
cultura, o incluso sin la razón, el conocimiento no puede dejar de darse en la materia.

Dios
Dios es una trascendencia de la naturaleza. La naturaleza ocupa un espacio y tiene un
tiempo, pero se cree que el dios está más allá de ello, englobando al espacio y al tiempo.
Según nuestra razón, tanto en la teoría como en la práctica no puede existir nada que no
sea lo existente, y esto solo lo es la naturaleza. El dios se daría entonces en un plano
distinto al que nosotros conocemos como existencia, y al cual solo se accedería mediante la
trascendencia. Salvo el camino hacia la trascendencia no habría otro punto de contacto
entre el dios y la naturaleza, por lo tanto, no se podría demostrar la existencia del dios
mediante los elementos propios de la naturaleza sino mediante los elementos de la
trascendencia, que son los llamados espirituales. El hombre creyente considera verdadera
esta idea y cree además que existe una interrelación particular entre el dios y el hombre.
Pero por otro lado también se dice que la naturaleza es una sustancia proveniente del dios,
de manera que todos los seres vivientes serían de sustancia divina. Esa afinidad es la que
nos vincularía con Él. Pero como el ser humano es el único que concibe al dios, se produce
una especial relación entre ambos. Esta relación trae como consecuencia la humanización
del dios y la divinización del hombre, en diferentes niveles e intensidades. La creencia en un
dios no es permanente ni uniforme, de ahí las distintas maneras que asume la fe y los
variados modos de entender al dios a lo largo de la historia humana. Esta es la causa de las
muchas controversias religiosas y de la oscilación del hombre entre la dependencia a los
designios divinos y el libre albedrío muy cercano al ateísmo. En la mayoría de los casos se
cree que es el mismo hombre quien decide el éxito de la relación con el dios, según
conduzca su voluntad y sus actos. En cambio para el no creyente la creencia en el dios no
es condición necesaria para la vida, planteando él el problema como un mero asunto de
conciencia individual, aún teniendo que vivir en un ambiente impregnado de liturgia que lo
obligue a realizar todos los rituales. Para el creyente la fe es un asunto de relativa o vital
importancia, sobre todo cuando atraviesa etapas cruciales en su existencia. Muchas veces la
fe suele ser transformada para adaptarla a los nuevos retos de la vida tanto individuales
como sociales. La creencia o no en el dios acelera o aminora las ansiedades humanas. El
dios siempre tiene que adecuarse a lo humano para que sea viable, y solo a esa adaptación
es posible acceder, mas no a la visión total del dios y, por lo tanto, a su completa

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comprensión. Ya que el ser humano no puede escapar a su humanidad, salvo con la muerte,
y en vista que la muerte no está contemplada como parte o meta dentro de los objetivos
humanos sino que es tomada como una negación, por lo cual es rechazada el campo de
acción del dios se restringe al transcurrir de la existencia orgánica del hombre. Es durante
ese existir, no antes ni después, en donde el dios tiene alguna validez, es decir, mientras el
hombre tiene conciencia de sí mismo. Sin una humanidad pensante no habría conciencia y,
por lo tanto, no habría un dios tal como el hombre lo puede entender. El dios, entonces, es
un concepto en la conciencia humana con el cual se puede o no convivir. Su negación no
significaría necesariamente su no existencia; significaría simplemente su ausencia en la
conciencia. Es de este modo que el problema del dios es exclusivamente humano y mientras
que él se lo plantee. Sin la preocupación humana, el asunto del dios dejaría de tener
relevancia. Sin embargo, en la práctica resulta difícil extraer al dios de la conciencia del
hombre, puesto que es una noción que ha tenido una fundamental importancia dentro su
proceso de evolución. Intentar desprenderse de él, del concepto dios, puede resultar para el
hombre una severa mutilación o una extirpación de la cual la conciencia saldría
irremediablemente dañada y sin poder entenderse a sí misma. De esto se deduce que un
ateísmo real, verdadero, es una contradicción, puesto que el hombre nació, creció y se
desarrolló con la idea de un dios. Si por alguna razón el hombre expulsara al dios de su
conciencia ya no estaríamos ante el mismo ser humano tal como lo conocemos ahora.
Tomando en cuenta todo esto, tal parece que el hombre deberá tener presente
permanentemente el problema de dios. Casi se podría decir que está condenado a ello. No
podrá evitar enfrentarse a esa situación y finalmente tendrá que darle algún tipo de
respuesta. En tal caso, lo mejor sería orientar los pasos a considerarla como una de
nuestras prioridades a resolver. No darle la importancia debida o tratar el asunto como
secundario o colateral, llevándolo como una costumbre, minimizándolo o ignorándolo, puede
llevar a la larga a una complicación de impredecibles consecuencias.

Dolor
Sensación desagradable y repulsiva que actúa como aviso o límite para el desempeño de la
vida. Viene a ser la contraparte del placer y de ambos se puede decir lo mismo: que son
vistos como causa o motivación, como consecuencia o resultado, como objetivo o finalidad,
como estorbo o peligro. Mientras que el placer es planteado como anhelo, el dolor es más
común concebirlo como suceso a rechazar, a eliminar o impedir que se produzca. Es aquí
donde radica la importancia del dolor en la vida humana. El hombre siempre busca formas
de vida que tengan por objetivo minimizar al máximo la presencia del dolor en todas sus
variedades, tanto físicas como sociales y mentales. En torno al dolor se construyen filosofías
y religiones que lo observan desde diferentes ópticas. De alguna manera se juzgan los
proyectos humanos de acuerdo a cómo resuelven el problema del dolor y del placer. Por
otro lado, el conocimiento humano del dolor permite llevarlo por sus ángulos más extremos,
posición a donde solo se suele llegar cuando se actúa con la maldad; mientras que, por el
contrario, la bondad busca alcanzar lo más logrado del placer. El dolor sigue siendo algo
natural y necesario para la vida, al margen de que el hombre desee o no suprimirlo. Su
ausencia total significaría un estado de enfermedad o de peligro de muerte para el
organismo y, en lo sicológico y social, una demostración de insensibilidad condenada por
muchas sociedades. Sea como sea, el dolor, al igual que el placer, es sujeto y objeto de
todo tipo de manipulación por parte del hombre, tanto para ocasionarlo como para
impedirlo.

Fe
Una forma de conocimiento. El conocimiento no se circunscribe a la adquisición de hábitos
naturales, sociales y culturales; también requiere de una visión total que integre todas las
partes en un solo rumbo que oriente a la vida humana. Esto en función a darle sentido a la

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vida, que no es lo mismo que buscar la verdad (ambas cosas pueden estar totalmente
divorciadas). La fe sintetiza y aclara los aspectos más oscuros que siempre se presentan en
la mente en forma de duda. La duda es de por sí un tormento, puesto que pone en vilo la
seguridad de las ideas que un ser posee sobre sí y sobre el mundo, de modo que podríamos
decir que la fe estructura el conjunto de ideas que un individuo o grupo humano tiene y, al
mismo tiempo, da seguridad y proporciona respuestas a los vacíos que paralizan la acción
humana. Esta visión uniforme e integradora puede adquirir múltiples expresiones, siendo las
más comunes las religiones y las ideologías, entre las cuales se encuentra la misma ciencia,
puesto que para la mayoría, esta última cumple con los requisitos requeridos para ser una
fe.

Felicidad
La Felicidad es un supuesto estado ideal del ser humano en el cual, de manera permanente,
no existe la tristeza, el pesar ni cualquier otra sensación desagradable. En verdad, es una
realidad inalcanzable por cuanto todo el entorno del hombre la sociedad y la naturaleza
tendría que confluir de tal manera que satisfaga el particular modo cómo un individuo o un
grupo concibieran fuera la mejor vida. Para que esto suceda deben coincidir varios factores,
entre ellos: tenerse previamente una concepción clara de lo que es la felicidad; luego, que
ella deba ser una meta a lograr; después, que todos los pasos apunten hacia ese fin.
Asimismo, tiene que saberse cuándo se logra; conocer el tiempo, la intensidad y la
proporción adecuadas para evitar la carencia y el exceso; delimitar su alcance, la cantidad
de personas que involucra, etc. En verdad, fuera de los llamados ascetas, eremitas, beatos,
gurús y filósofos, que de manera individual han abordado el tema, ninguna forma de
sociedad se ha propuesto en serio esta tarea, por lo cual la felicidad está más cercana a ser
un concepto utópico aunque con apariencia de conquistable. Lo que sucede es que hay una
confusión entre satisfacción y felicidad. La satisfacción sí es obtenible y es común a todos
los seres vivos, pero no necesariamente está vinculada a sensaciones agradables. Se puede
estar muy satisfecho después de una sangrienta venganza aplicada a todo un pueblo, cosa
muy común entre los soldados, reportándoles esto múltiples beneficios y bienestares, pero
no obtener la felicidad. Un estado de vida menos lejano a la felicidad sería la dicha, que es
un momento de contento en el que participan la mayor cantidad de seres relacionados entre
sí, a diferencia del gozo, que está más relacionado a la experiencia individual. La dicha es
un estado alcanzable y es menos ambiciosa, pero requiere la confabulación de muchos
factores uno de ellos el azar y es pasajera. En el mundo moderno, la felicidad ha sido
planteada como un anhelo, como un fin que se puede y debe lograr, y que está encuadrada
dentro de un tipo de sociedad específica, la liberal, que la promueve y hace de ésta una
motivación para la vida, presentándola como verdad indiscutida. El tiempo y la experiencia
se han encargado de demostrar cuáles han sido los resultados de esta propuesta. Por otro
lado, en la historia del hombre, la felicidad como meta no solo es un concepto nuevo, sino
que, en la práctica, ha sido poco empleado; esto porque, en verdad, al ser humano lo
atraen e incentivan más otro tipo de motivaciones como son la vanidad, la ambición, el
miedo, las diversas circunstancias históricas, etc. que la búsqueda de la felicidad.

Hombre (ser humano)


Difícil saber qué se es cuando no se es creador sino creatura. Más aún cuando el supuesto
creador, sea la naturaleza o, en un grado superior, el dios, mantienen en suspenso la
respuesta, es decir, dejan al hombre en la incertidumbre para que él especule. Esto significa
que el ser humano no cuenta con la necesaria certeza que su razón le exige para no seguir
preguntándose, aunque su necesidad de fe sí puede ser satisfecha. Sin embargo, la fe tiene
sus limitaciones: no es absoluta (siempre deja márgenes a la duda), no es universal
(existen muchas fe) y es mutable (el tiempo ejerce una influencia sobre ella). De momento
que es creatura el hombre es un ser dependiente, no es autosuficiente; por lo tanto, no es

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un dios. El hombre existe a pesar suyo, vive y muere en contra de lo que su voluntad
quiere, no tiene otro remedio que aceptar esta realidad, razón por lo cual es un ente
resignado a ser lo que es. No sabemos de algún otro ser que sienta esa resignación, es
decir, que viva con la idea que vive sin saber porqué y sin embargo lo acepte hasta las
últimas consecuencias. Porque a pesar de su condición incierta y no voluntaria el hombre
acata las reglas de juego de la vida. No las cuestiona ni las rechaza; las cumple ciegamente
y hasta pide que se respeten. En este sentido, su orgullo no llega a ser tan grande como
para no participar de la vida si es que no se la explican antes. Significa que, a pesar de todo
lo que dice sobre sí mismo, de toda la grandeza con que se intitula, el hombre no se niega a
ser tratado como objeto producto de otra cosa. Tan luego se da cuenta de que vive, quiere
entonces seguir viviendo, y considera un mal el que le quiten esa vida, una vida que él
nunca pidió tener. Vemos así que, ante la vida, hecho que desconoce, se comporta como un
niño: la quiere porque sí. No sabe si es buena o es mala. Ante ella suspende el juicio;
simplemente la quiere. Partiendo de esta base tan poco o nada sólida, no es mucho lo que
se puede decir sobre la coherencia del hombre con respecto a sí mismo. Más bien
hablaríamos de un ciego que ha emprendido un camino hacia no sabe dónde, palpando con
sus manos, con sus pies y con su bastón, para de este modo ir descubriendo el mundo. Ese
palpar a ciegas, esa manipulación del mundo, en el que incluye a su propio ser, es el juego,
un juego vehemente que ha devenido en enfermizo. La habilidad para la manipulación de la
naturaleza, sumada a su ansiedad por el juego, hizo que el pre-hombre combinara
frenéticamente los elementos que podía manejar, a diferencia del resto de los animales que
siguen viviendo de la misma manera como empezaron, sin necesidad de crear artificios para
ello. Probablemente después es que el hombre aplicó sus descubrimientos a la producción
de arte y utensilios. Es difícil pensar que el pre-hombre haya sido el único ser incapacitado
para subsistir con sus medios naturales. Si fuese así tendríamos que concluir que el ser
humano es lo que es por defecto, o sea, nació discapacitado y tuvo que hallar la manera de
igualarse con el resto de los animales simplemente para poder subsistir. Tendríamos que
afirmar que creó la cultura por necesidad, como el cojo hace su bastón de una rama. Tiene
que haber habido otra razón poderosa que le haya impulsado a realizar todo lo que ha
creado, y esa no puede ser la simple necesidad, pues ella se satisface con muy poco. El
hombre que vemos hoy es ese mismo hombre primigenio, imposibilitado de dejar por un
instante de ocuparse en el juego, puesto que huye del aburrimiento, del no hacer nada. Y
con tal de hacer algo es capaz hasta de matar y de matarse pues de ese modo ocupa su
mente, con todo lo que ello implica: liberarse o desviar el estado de angustia y darle un
sentido a la vida.

Hombre Nuevo
Un buscador que se encuentra en una etapa más madura de su desarrollo, lo cual le permite
asumir su destino sin necesidad de supeditarse a la divinidad. Él busca satisfacer sus afanes
de creación y de belleza, por eso adapta sus necesidades básicas a ello. No pide sino
ejecuta, y su hacer es el fiel reflejo del equilibrio y proporción que la naturaleza guarda
consigo misma. Ya no es aquel que dependía, asustadizo, del azar y de las fuerzas
incógnitas. Anhela labrar su futuro pero siguiendo el ejemplo de su Creador, quien es al
mismo tiempo el Mundo y el Universo. No depende de otro que no sea de sí mismo. Asume
su vida de acuerdo con su voluntad y la usa para formarse. Comete errores, pero no los del
pasado. Busca su propio camino y desea hallarlo solo, gracias a su poder de invención, de
acción, tal como lo ha venido aprendiendo de los dioses, Dios, los grandes maestros,
durante miles de años. Sabe que la existencia vale cuando entrega su esfuerzo, junto con el
de los demás, a una noble meta, a una obra que representa lo más grande que él es capaz
de efectuar. Primero piensa en cuál es la acción más conveniente a poner en práctica y
luego medita cómo adecuarse a ello de acuerdo con sus potencialidades e inclinaciones.
Esto hace que intuya rápidamente los resultados de su empeño, puesto que es el prójimo el

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que le va indicando si está en el buen sendero. Él se pone por encima de toda posesión, de
toda bandera, de todo interés personal; entiende la verdadera esencia del amor. Es un
disconforme: sufre y se lamenta porque las cosas no son como quisiera que fueran, o sea,
superiores, más inteligentes, más justas. Es de esos idealistas de los que sueñan que algo
puede cambiar a pesar de todo. Es fácilmente identificable y está listo para salir del mundo
que no le agrada. Es osado, atrevido, porque ha descubierto que nada le impide hacer lo
que se ha propuesto: imponerse a sí mismo otra forma de pensar y otra manera de actuar.
Está firme en su convicción y se siente seguro. Comprende que el papel que a él le
corresponde es el de ser una criatura para dar. Vive tratando de realizar una forma elevada
de existencia. Su tiempo y su esfuerzo lo dedica al arte y al disfrute pleno. Sabe que hay
dolor y que es inevitable, pero que también la cantidad de placeres es mucho mayor, por
eso ve la vida como una sucesión de ellos. Sin embargo, es consciente que existen infinitas
maneras de entender la vida y que ésta no nos pertenece, por eso acepta que, por más que
se quiera, solo se termina realizando lo que realmente podía hacerse, con gran esfuerzo o
sin él, con enorme habilidad o sin ella. Actúa donde más se lo necesita, entrega lo mejor
que tiene, acude donde cree que tienen posibilidades de contribuir a una buena causa.
Distingue con claridad cuándo se hace algo por interés y cuándo porque es ley natural de
los hombres el hacerlo.

Hombre Viejo
El Hombre Viejo solo piensa en satisfacer sus necesidades orgánicas, su vanidad y sus
ambiciones, por lo tanto, adecúa su forma de vida a ello. Está congelado y aspira a
adaptarse a una vida monótona, triste y llena de sufrimiento. Vive con miedo buscando
protección. Está encadenado a la tierra donde nació. Soporta la tristeza porque piensa que
lo desconocido puede ser peor que lo malo que él conoce. Encamina la ciencia
exclusivamente hacia la producción para satisfacer a un mercado. Vive por vivir, sin
esperanzas, perdido en la realidad que para él es inmodificable. Cree que primero debe
pensar en cómo satisfacerse a sí mismo antes que en cómo hacerlo con los demás. Acepta
ciegamente las cosas como están y piensa que no pueden ser de otra manera. Se ha
convencido que el único camino para vivir es el sufrimiento, la injusticia y la ley del más
fuerte. Tiene temor porque está atrapado en las creencias que lo atan al pasado. Está
convencido que el mundo es así como él lo vive, independientemente de si él
particularmente atraviesa una buena o una mala etapa en su vida, si vive cómodamente o
agobiado por sus angustias. No concibe la idea de que las cosas, las ideas y los valores
puedan ser diferentes. Desconfía de todo aquello que intenta cambiar la realidad; piensa
que eso solo conduce a una desilusión y al fracaso. Por eso su único deseo es hallar
consuelo, ya sea en una religión, en una creencia o en algún tipo de fanatismo.

Interés
Proyección que hace el hombre de su entorno necesario más allá de lo naturalmente
equilibrado para su vida. Todos los mamíferos establecen espacios, pero el hombre los ha
extralimitado intitulándose “rey de la creación” y “amo del universo”, con lo cual
necesariamente choca con los límites de todos los seres vivos que puedan haber en dicho
espacio, llevándolo a un inevitable conflicto. La mayoría de las veces las fronteras del
interés de cada hombre son establecidas por su imaginación o por sus creencias, las cuales
convierte en un derecho. A la satisfacción plena de sus intereses llama justicia, de tal modo
que cuando la aplica no hace otra cosa que imponer esos intereses. Existen dos tipos de
intereses que conducen a dos clases de poderes: 1) El interés por lo material, por la
posesión y manejo de objetos concretos. Esto otorga el poder sobre los medios naturales de
vida. Y 2) El interés por lo abstracto, por el acopio de los conocimientos, con lo cual se
obtiene el poder sobre las ideas. Con ambos poderes se logra dirigir las voluntades
humanas hacia diversos objetivos. El opuesto al interés es el amor, que no busca el poder

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sino el beneficio del prójimo. En la voluntad de bien lo que se busca no es la posesión sino
más bien la des-posesión; al no desear tener no se generan intereses, y por lo tanto, no se
llega a manipular.

Justicia
Relación de convivencia en la cual cada quien da según su capacidad. Lo mismo la estrella
que el átomo, cada quien actúa según su tamaño y la potencialidad. Todos los elementos de
la naturaleza rechazan la mezquindad y la acumulación inútil y más bien, al contrario,
ejercen la expansión total de sus beneficios. Esto es lo que permite que exista el equilibrio,
que viene a ser el juego de contrapesos con los que el universo mantiene su balance. En
cambio, la negación de dar es lo que produce el desequilibrio y trae como consecuencia la
alteración del orden. Esto es lo que viene a ser la injusticia: cuando no se da lo que se debe
dar. Si alguien posee mucho debe entregarlo equitativamente y no guardarlo. En el universo
a ninguno debe faltarle lo que le corresponde pues siempre habrá alguien que lo complete,
manteniéndose así el equilibrio. Un acto de injusticia es un hecho, no de desigualdad, sino
de exceso de lo que se tiene. Lo grande siempre debe dar todo de sí para compensar a lo
pequeño; de esa forma el tejido se mantiene unido. Los fuertes deben ejecutar el mayor
esfuerzo para proteger a los débiles, tal como lo hacen los padres y los líderes de las
manadas. El dar es la virtud del grande y poderoso; el no dar o dar por debajo de su
potencialidad es su desgracia, y por ende, la desgracia del grupo. El grave desequilibrio de
la actual humanidad estriba en eso; ha creado un sistema, un orden anómalo con respecto
a la armonía natural, en donde los que más tienen y más pueden, más reciben y menos
dan. Esto produce como consecuencia la tragedia de las mayorías que se ven desamparadas
y a merced de todo tipo de abusos por parte de los que deberían ser sus salvadores o
protectores. Estos seres humanos capaces, inteligentes, fuertes, poderosos, astutos se
comportan como padres desnaturalizados y monstruosos que, lejos de entregar la vida por
sus hijos, más bien se aprovechan de ellos para explotarlos, hambrearlos y violarlos a su
regalado gusto; todo esto bajo el amparo de una noción de justicia lógicamente la de
ellos que invierte el orden de las cosas, pues se establece bajo el criterio de "dar a cada
uno lo que se merece", siendo para ellos obvio que el mejor merece que le den más, sino
todo, y el peor —o sea el débil, el chico, el enfermo, el delicado, el de buen corazón— no
merece nada. Han convertido a la vida en una carrera de obstáculos donde solo tienen
derecho de vivir los ganadores. En ese caso, si eso fuera cierto, solo las estrellas existirían
en el universo por ser las mejores, las más grandes y fuertes; el resto merecería ser
destruido. Así entienden estos hombres la justicia. En conclusión: lo que es justo lo es
porque proviene del dar cada uno todo lo que puede dar. Una sociedad que se organice así
alcanzará el equilibrio. En cambio lo injusto se da en aquella en donde lo grande y fuerte
crece en desmedro de lo pequeño y débil, ocasionando con esto el desequilibrio y la
tribulación.

Libertad
Facultad de desarrollar las potencialidades. Todo ser, toda entidad activa requiere de una
determinada dimensión espacio-temporal dentro de la cual le es posible ejercer su modus
vivendi y modus operandi. Es, por lo tanto, la libertad, un concepto que intenta definir una
cualidad natural que se halla en la naturaleza en pleno, y que en el hombre se vuelve
compleja por causa de su cultura. La libertad en sí es la expresión de lo que toda entidad
es. La libertad no es una creación humana ni es privativa del hombre. La libertad es lo que
permite que cada elemento sea diferente e independiente de otro, aunque necesite estar
asociado para existir. Cada organismo, cada órgano, por muy simple que sea, se expresa
libremente al ser lo que es y hacer lo que hace. El universo en general es un concierto de
libertad en la medida que todos, de lo simple a lo complejo, hacen lo que son y no pueden
ser ni hacer otra cosa. Solo cuando se constriñe o se impide que una entidad se desempeñe

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como tal es cuando podemos decir que se está coartando su libertad, su esencia de ser; y
cuando esto sucede dicha entidad se perturba o se desintegra. No debemos confundir la
interacción de las entidades con el impedimento de su libertad, puesto que el intercambio,
la dependencia mutua y la absorción entre sí, es una expresión de libertad que no altera las
esencias. Lo que más le preocupa al hombre no es la libertad en sí, en los hechos y en lo
abstracto, sino cuál es su significancia en lo social y cómo esto le afecta a su individualidad.
Para el ser humano la libertad significa expresarse plenamente como tal, como ser humano.
Y aquí radica el problema puesto que ¿cómo es o debe ser el ser humano? Si no podemos
resolver esta cuestión, que delimita el patrón o modelo a seguir, no nos es posible comparar
y juzgar la cercanía o lejanía de cada copia con el supuesto original. Todo lo que hasta la
fecha hemos desarrollado de conocimiento no nos permite resolver con eficiencia y en
consenso esta pregunta, razón por lo cual la polémica durará algún tiempo más. Cualquier
modo de libertad del que se hable será tan solo una manera de interpretarla, de conducirla
o de deformarla. Se han elaborado muchas formas y aún se pueden diseñar infinitas más;
todas no pasan de ser proposiciones sujetas a la aceptación de algún o algunos grupos
humanos y por muy diversas razones. Sería muy provocativo caer en la tentación de decir
que la libertad en el hombre es esta o aquella, o se expresa de tal o cual manera; pero, en
honor a la verdad, no por ello uno deja de ser consciente que podría igualmente ser de la
forma contraria y funcionaría igual. Porque, viéndolo bien, el ser humano se pliega
maravillosamente a las ideas más descabelladas sobre cómo disponer de su libertad, puesto
que lo hace siguiendo otros intereses o valores, para lo cual requiere el amoldamiento de lo
que hasta ese momento ha pensado que es ella. En pocas palabras, el hombre dispone de
su libertad como bien le place según la circunstancia que vive; recordemos que nadie es
esclavo contra su voluntad. El hombre puede pasarse siglos viviendo como esclavo con total
naturalidad, hasta que en un momento decide que le conviene modificar su
comportamiento, para lo cual necesita cambiar su idea de libertad y "descubrir" que ser
esclavo ya no es algo bueno sino algo malo. Pero en esa su nueva idea de libertad existe
también un nuevo juego en el que vuelve a adaptar la libertad a las nuevas ideas o, dicho
de otra manera, se vuelve a subyugar de distinto modo, con lo cual el proceso se repite.
Lógicamente, en cada nueva etapa el hombre siempre afirmará que se ha liberado, que ha
adquirido una libertad mejor y más plena; pero en realidad se trata de otras reglas. Además
¿cómo saber que se es libre si no existe la opresión o la esclavitud? Por lo tanto, todo el que
aspira a vivir su libertad, en la versión que más le acomode, necesitará buscarse algún tipo
de autoridad, algo o alguien que le ponga cortapisas o límites; dicho de otro modo, alguna
buena razón para luchar por la libertad y poder valorarla y disfrutarla. Por eso todos los
grandes imperios han debido crear siempre a sus enemigos, para que los pueblos sientan
los beneficios de vivir bajo sus férulas, bajo sus beneficios y "libertades". Y el actual orden
de cosas no escapa a ese sino. Mas si tuviéramos que ser menos vagos o relativos con
nuestros conceptos, nos veríamos obligados a lanzar la idea, no exenta de
cuestionamientos, de que: ya que el hombre es un ser que no entendemos y nos causa
incertidumbre, pues entonces la libertad es en el hombre la expresión de lo incierto, de lo
indeterminado, de lo inmedible e injuzgable; y que el hombre, para ser hombre, necesita de
esa indeterminación; y esa indeterminación, sería entonces, la verdadera expresión de su
libertad. En la medida que el hombre es impreciso, incierto, dudoso, insospechado e
inseguro, es hombre. Por lo tanto, ser libre es poder manifestar todas sus condiciones de
hombre, con todo lo inexplicable y dudoso que ello implica. Por otro lado, no podríamos
decir que la libertad sea algo bueno o malo, como tampoco deberíamos sobrestimarla,
puesto que ella es más no-racional de lo que creemos. Endiosarla resulta solo otra de las
modalidades que el hombre propone para su vida, pero no hay por qué pensar que se trata
de algún tipo de logro o de hazaña. Tener más libertad ¿es un absurdo o una anormalidad,
al igual que un cáncer que, a pesar de significar abundancia, no deja de ser algo mortal?
Aún así, el problema de la libertad resulta para la mayoría de los hombres algo demasiado

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teórico como para preocuparle; a ellos eso solo les inquieta cuando va atado a algún tipo de
necesidad o interés más tangible y entendible. Finalmente, también podríamos decir que la
libertad sería la facultad que posibilita que el hombre pueda, o trascenderse a sí mismo, o
terminar en la ciénaga de la desgracia. Sería así su escalera de ascenso o el tobogán hacia
su sepultura.

Mal
Voluntad de ocasionar un perjuicio. Esta es una característica exclusiva del hombre por
cuanto no la encontramos en ninguna otra manifestación de la naturaleza, lo que significa
que puede que estemos ante la única creación auténticamente humana (todos los otros
elementos el lenguaje, los instrumentos, el razonamiento, etc. se pueden hallar en
forma natural en distintos modos y niveles, por ejemplo: una computadora es un remedo
del cerebro, la energía nuclear un símil de las estrellas, una nave espacial una proyección
del vuelo de las aves). Para que el mal exista tiene que darse primero el interés humano,
que viene a ser la extensión de las necesidades y deseos del hombre más allá del entorno
natural que mantiene el equilibrio. Debido a esa prolongación desmedida de los intereses
humanos es lógico que estos se vean constantemente mellados por cualquier suceso o ser
vivo. Cuando son otros seres los que atentan contra esos ampliados intereses se genera en
el hombre el instinto de defensa. Pero como él posee una conciencia elaborada, ese instinto
se manifiesta de manera muy compleja. Nace ahí la idea de reaccionar ante el supuesto
invasor ocasionándole un dolor y un daño. La medida de este daño tiene relación con lo que
el hombre denomina como justicia. La justicia es el statu quo de sus intereses, sean estos
reales o no. El hecho que se los haya tocado significa que se ha lesionado la justicia. La
respuesta entonces ante esa supuesta agresión está directamente relacionada con la
magnitud de la falta cometida. La voluntad de perjuicio, o sea el mal, será así el deseo en el
hombre de restituir la justicia reparando el daño causado. Visto de este modo, podríamos
decir que el mal se ha originado como consecuencia de la ambición del ser humano por
abarcar más espacio vital del que realmente le corresponde y con el cual podría vivir en
armonía con el mundo debido a su necesidad de alimentar la vanidad de sentirse un ser
superior. Este deseo de causar deliberadamente un perjuicio para restituir una
interpretación de justicia se hace efectivo mediante la capacidad que posee la conciencia
humana para concebir acciones complejas proyectadas hacia el futuro. Los animales
aparentemente carecen de esta capacidad, por eso sus deseos de respuesta, compensación
y daño se restringen a los sucesos que les atañen en lo inmediato, mientras que el ser
humano puede cavilar, elaborar y esperar el momento oportuno para ejecutar el daño en la
magnitud que él considere conveniente. Por lo expuesto es que podemos entender por qué
el causante de un mal tiene firmes razones para creer que en realidad está aplicando la
justicia y no ocasionando el mal. Debe quedar en claro que el mal no consiste en un bien
equívocamente realizado, puesto que el mal no se hace por accidente. El mal es
esencialmente intencionado y toma la precaución de que el que lo sufra sepa quién lo
ocasionó y por qué, con el objeto que quede definido que éste se produce porque se ha
violado la justicia. Cuando el mal es pleno y completo produce un gran placer al causante.
La mayor parte de los actos humanos erradamente considerados como malos solo son
aberraciones que se producen por haber deseado hacer el bien; la mayoría cree
erradamente que es suficiente con tener buenas intenciones, de ahí que cuando las cosas
salen mal y se atribuyen a la mala voluntad, siempre se escucha la lamentación de que lo
que se quería era hacer todo lo contrario, o sea, el bien. El mal no parte de la confusión de
creer que se hace el bien, pues eso solo lleva a la relatividad del juicio: lo que es bueno
para unos puede ser malo para otros y viceversa. El mal tampoco consiste en la violación de
las leyes y normas pues muchas veces estas han sido especialmente creadas por la misma
maldad, y con ellas se fundan sociedades y civilizaciones enteras. Así se produce la
paradoja de que los violadores de esas leyes resultan ser tildados de malvados, cuando en

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realidad se trataría de los verdaderos practicantes del bien. El mal es un acto libre y
voluntario que solo se da en el humano y que requiere de una gran capacidad para
realizarlo. Un débil, un pobre, un infeliz, tienen una mínima posibilidad de ejercerlo pues, en
primer lugar, sus fronteras de interés son muy pequeñas o casi no existen, por lo tanto es
poco lo que tienen que defender. En segundo lugar, si quisieran hacerlo, no lograrían
siquiera concebirlo tal como es: un acto profundo, racional, sumamente pensado. Cuando
los pobres, y en general, la mayoría de las personas, se molestan, sus iracundos deseos de
odio y venganza se agotan en irracionales arrebatos de violencia que muchas veces suelen
acabar con ellos mismos, con lo cual el principio de restitución de la justicia que caracteriza
al mal no se produce. Estos hombres los comunes, los pobres, los de escasa y mediana
inteligencia son aquellos de los cuales se dice que son los malvados, porque caen en la
delincuencia o en la inmoralidad; pero en realidad se trata de los desheredados de la vida
que solo actúan presionados por la necesidad y por sus impulsos. El ejercicio del mal, el
más difícil de los artes, está reservado para los hombres y mujeres superiores en todo
sentido, con cualidades y capacidades muy por encima de lo normal y no para los infelices,
cuyo hambre o desesperación los hacen actuar torpe y violentamente. El inmenso dolor de
sociedades enteras, de miles de millones en el mundo, es la coronación de aquellos
malvados que han actuado para eso, para que la mayoría sufra, incluyendo a los ricos,
mientras que ellos se satisfacen plenamente. La humanidad sabe que aquellos malvados son
los que tienen los hilos del poder y nada se podrá hacer contra ellos hasta que el bien se
imponga.

Moral
Ley del comportamiento humano formada por una combinación de impulsos naturales,
costumbres, creencias y una planificación racional. Las épocas y las circunstancias van
acentuando en el hombre alguno de estos distintos aspectos. Quiere decir que siempre se
encuentran todos ellos presentes pero en diferente proporción y modalidad. En sociedades
donde la religión cobra una vital importancia, las creencias comandan los valores y definen
el comportamiento ideal tanto del individuo como de la sociedad. En cambio, en sociedades
donde los resultados materiales tienen prioridad, lo moral es la correcta conducción de los
impulsos naturales hacia la obtención de un fin material específico. No existe sociedad
donde todos los hombres estén totalmente de acuerdo acerca de cuál debe ser el aspecto
principal sobre el que debe asentarse la moral imperante. Los religiosos pugnarán porque la
moral comprenda la interioridad del individuo, su vida privada y su vida pública; los políticos
porque ésta produzca una conducta útil al Estado o al gobierno; los conservadores porque
mantenga y consolide las tradiciones; los comerciantes porque permita a cada cual
satisfacer sus necesidades, instintos e iniciativas dentro de un determinado orden. Durante
un tiempo alguno llegará a cobrar la suficiente fuerza como para imperar sobre los otros,
produciéndose así las transformaciones sociales. Pero, desde un segundo punto de vista, la
moral puede entenderse como una estructura legal particular para cada grupo o estamento
que conforma una determinada sociedad, de tal modo que podríamos decir que existiría, por
ejemplo, una moral para la clase dominante, otra para la intermedia y una para la baja,
pudiendo darse asimismo un sinnúmero más de morales, según sea la cantidad de
estamentos. En este caso ya no se debería hablar de la moral sino de las morales, puesto
que lo que para una clase determinada puede ser lo correcto, para otra puede ser un grave
delito. Y para confirmar esto bastaría solo con que mirásemos a nuestro alrededor y
observáramos el comportamiento de cada clase: allí donde una ve un buen uso otra ve un
despilfarro, donde una ve arte otra ve un absurdo, donde una ve buenas maneras otra ve
hipocresía, y así la lista es interminable. Cierto que las clases dominantes siempre hablarán
de delitos y buenas costumbres, pero no necesariamente eso reflejará lo que para ellas,
para su mundo interior, sea aplicable y válido, sino que más bien indicará cuál es el tipo de
comportamiento que consideran útil a seguir por las clases no dominantes para el

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mantenimiento del orden. Pero eso no quiere decir que esas otras clases renuncien a seguir
sus propios criterios morales; esa es la razón por la que en todos los niveles sociales se
producen escándalos por causa de determinados comportamientos que no necesariamente
están penados por la moral oficial, de modo que cuando se dice que algo es “inmoral” solo
se estaría dando a conocer a qué clase social se pertenece y cuáles son las costumbres en
ella imperantes. Pasa lo mismo que en una batalla: para el pobre soldado nunca será ético
que lo envíen al sacrifico, mientras que para el general ello es una estratagema que le
podrá dar la victoria a su ejército. Si un jefe tuviera la moral de un subordinado le sería
imposible mandar a la tropa a una muerte segura pues se sentiría culpable, hecho que lo
incapacitaría para tomar decisiones cruciales. Aún así permanece abierto el debate sobre si
puede existir una moral humana genérica, sin distinciones ni matices de ningún tipo, de tal
manera que se pueda llamar inmoral a todo aquello que perjudique a la vida. Por lo menos
esta es la aspiración de todo proyecto que busque la unificación de toda la humanidad bajo
un mismo patrón de comportamiento.

Mundo del Interés


Forma de vida creada para satisfacer las necesidades, las desmedidas ambiciones y malas
intenciones de unos pocos sobre la mayoría. Es un mundo feroz donde los más astutos, los
más tramposos, los más malignos, nadan como peces en el agua. Allí imperan los
comerciantes e imponen a todos sus principios; la vida es poco soportable y hay demasiada
gente que sufre. Este mundo no ha sido pensado para que todos vivan en paz y armonía; no
ha sido corrompido porque nunca fue bueno; no se ha torcido porque nunca fue derecho ni
lo será. Carece de fe espiritual y solo piensa en su propio beneficio. Es inmoral porque
acepta vivir y convivir con la miseria y se resigna a ello. Aquí la ciencia es tecnológica y ha
sido puesta al servicio de malvadas intenciones. Las creencias que imperan en él son: la
vida es laboriosa en vez de fácil, dolorosa en vez de placentera, engorrosa en vez de
sencilla, individual en vez de colectiva, utilitaria en vez de bella. Allí el amor y el bien no son
lo más importante, no son la razón de ser, sino son más bien engañosos horizontes. Se
utiliza el concepto de felicidad como si fuese un objetivo alcanzable siendo en verdad algo
sumamente difícil para cualquiera con la finalidad de crear la ilusión de que es posible
llegar a tener una buena vida.

Naturaleza
Es la materia en su totalidad, lo opuesto a la nada, la realidad en sí, aunque también se dice
que es parte o manifestación de una entidad denominada como espíritu. El hombre es
consciente que su existencia no surge de él mismo, de su voluntad, por lo que su relación
con la naturaleza es la de criatura a creadora. Tratar con ella es el objetivo tanto de la
ciencia como de la religión, por eso la vida humana gira en su entorno y en todo lo que con
ella se puede hacer. Es el campo en el cual se desenvuelve la vida y, en especial para
nosotros, la vida humana. Lo que pueda ocurrir fuera de ella solo son especulaciones
sustentadas por la fe. Ante la naturaleza el ser humano tiene una mirada y un accionar
desde un punto de vista estrictamente humano, supeditado a sus intereses, razón por lo
cual el juicio que éste realiza sobre aquella siempre resulta parcializado, por más que se
busque una neutralidad total. Pero a pesar de ello, la naturaleza parece tener cierta lógica
con la que nos movemos y vivimos, como puede ser: la necesidad que tiene la vida de
encontrar ciertas condiciones básicas. Nuestros cuerpos necesitan aire, alimento y un
espacio mínimo para desarrollarse como tales. Como el ser humano sabe que él es producto
de la naturaleza, la negación de esta relación, o sea, ir en contra de ella, produce la
muerte; y en vista que el hombre no desea su muerte tiene entonces necesariamente que
supeditarse a sus leyes. Pueden la voluntad y la imaginación humanas querer
independizarse y existir al margen de la naturaleza, cosa que de alguna manera lo plantean
las religiones, pero ello no se ha comprobado. También podríamos decir que si el hombre es

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así es porque él es un reflejo de lo que verdaderamente es la naturaleza, con lo cual ya no
trataríamos con él como si fuera una entidad independiente; dicho de otro modo, naturaleza
y hombre serían la misma cosa. Pero no hay consenso en cuanto a saber qué es el hombre
ni por qué existe, por lo tanto no se puede decir con certeza de que el ser humano es de tal
manera.

Necesidad
Procedimiento de interacción de la materia. La materia es en sí una sola esencia, pero que
aparece ante nuestros ojos como constituida por numerosas partes; cada una de ellas
existe actuando con respecto a las otras; se atraen o se repelen, se generan o se
transforman. De este accionar es de donde surgen las distintas fuerzas que se conocen. No
existe partícula aislada; todas están vinculadas a algo, y de ello toman sus formas y su
razón de actuar. En la vida, los estímulos y las reacciones provienen de la interacción entre
cada uno de los elementos que conforman la naturaleza. A esta relación la denominamos
como dependencia de unos a otros; mas no se trata de una relación de carencia, tal como
suele creerse que es la necesidad, sino de complemento. En realidad, la necesidad son solo
transformaciones en las relaciones entre elementos; todo el accionar de la materia es una
acción de complementación. Es en el hombre donde el concepto de necesidad está asociado
a la idea de carencia como opuesto a satisfacción, situación que dramatiza o polariza dos
posiciones que en realidad no son tales. La vida es un constante dar y recibir y no puede ser
de otra forma, por lo tanto, fuera de la vida humana, un estado de carencia y otro de
satisfacción como situaciones permanentes no existen. Por ejemplo, para nosotros la
muerte es la ausencia de vida, pero en verdad se trata de otro estado de la materia.
Nosotros vemos la necesidad como carencia y como dolor, cuando en realidad es la manera
armónica cómo se manifiesta la naturaleza. En el plano humano la necesidad está asociada
con la fatalidad, por eso es un concepto negativo. El hombre, para poder sobrevivir, lucha
por satisfacer sus necesidades, o sea, cubrir sus carencias. Esto es tan imperioso que le
puede ocupar toda su existencia. Mas el desarrollo humano ha logrado superar esa etapa
básica y la ha reemplazado por la cultura. Hoy el hombre no vive para satisfacer sus
necesidades vitales sino en pos de acceder a las ventajas que da la cultura. Según esto, se
podría decir que la cultura del hombre está fuera del plano de la necesidad y que actúa bajo
sus propios criterios. Las mayores luchas y dramas de la existencia humana no tienen el
signo de la necesidad sino más bien el de la ambición. El ejercicio del mal, así como el amor
sublime, son dos fuerzas lo suficientemente poderosas como para movilizar al hombre más
que cualesquiera de las necesidades.

Nuevo Mundo
Es una creación del hombre pero hecho para su bien. El objetivo principal es la búsqueda de
la armonía, que es el equilibrio de la diversidad. Pero como al hombre no le es suficiente
vivir en paz con su medio, necesita éste estar activo y desahogar sus impulsos jugando.
Debido a que en el Nuevo Mundo el conocimiento de la producción para la satisfacción de
sus necesidades habrá sido solucionado plenamente gracias la ciencia por lo cual el
trabajo será una ocupación mínima el gran objetivo de su actividad será la elaboración de
la belleza en todas sus formas. En este mundo no existirá la división del trabajo sino la
división de las artes. Un grupo de Hombres Mejores, los más dispuestos espiritualmente, se
encargarán de mantener activa la maquinaria productiva para distribuir entre la población
los elementos necesarios para la sobrevivencia. La gran mayoría de la humanidad se
dedicará a desarrollar algún tipo de arte procurando embellecer el mundo y embellecerse
mutuamente. No estará exento de penas y dificultades, pues estas son parte de la misma
naturaleza a la cual se tomará como modelo, como maestra, y de quien hay que aprender
y seguir su ejemplo pero esos pesares siempre serán mínimos con relación a los placeres,
los cuales serán abundantes y ayudarán a multiplicar aún más a la población. La humanidad

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aún puede incrementarse muchísimo y eso será bueno para ella y para el planeta. Existirá
allí el imperio del bien, el cual se inculcará con fuerza de ley; las tendencias al mal serán
reprimidas y combatidas, impidiendo que se den las condiciones para que se generen. Para
los que buscan el mal este mundo será muy poco propicio e ingrato y ellos sufrirán, mas eso
no se podrá evitar. Aquellos que posean cualidades y habilidades superiores tendrán más
ocupaciones sosteniendo las desventajas de los otros, y así lo harán como resultado de una
educación dispuesta para tal fin, de modo que lo realizarán como cosa muy natural y no
como algo impuesto. Los Mejores dictarán las normas, aclararán las dudas y resolverán los
conflictos. Cada villa, valle o comunidad estará gobernada por un grupo de Mejores, elegido
por consenso entre ellos y las mayorías, y solo se escogerán a los que más destaquen por
sus cualidades, su amor y entrega al servicio de los demás. En la naturaleza todos los seres
vivos, y en especial los gregarios, están plenamente aptos para organizarse con eficiencia,
de modo que no es nada extraordinario que el ser humano lo haga también. Realmente el
problema no ha sido nunca cómo organizarse sino cómo hacerlo con justicia. En este mundo
imperará la justicia porque no se le dará más al que más tiene ni al que más lo merece, sino
al revés: el que más puede y el que más lo merece es el que más dará, pues esa es la más
equitativa y equilibrada forma de mantener la armonía; y eso se llama amor. Pero no es un
amor delicado y débil, que invoca a la misericordia; es el amor del fuerte y del poderoso,
que lo da generosamente y sostiene el peso de lo más duro y difícil; es, entonces, un amor
de padre hacia sus hijos pequeños, que se priva de alimento y pone su cuerpo para hacer
que ellos vivan. Lo mismo que hace, y quizá mejor, una madre, y todos los que aman
verdaderamente. Que este sentimiento existe en toda la naturaleza es innegable y es el que
mantiene unidas las sociedades de distintos tipos. En este mundo la mayor parte de las
actividades conocidas por el hombre seguirán siendo desempeñadas pero supeditadas en
función a la belleza y la armonía. Se desecharán las tecnologías que causen perturbaciones
al hombre y al ambiente y se adaptarán otras más sencillas que harán lo mismo pero sin
perjuicios. Las nuevas comunidades se levantarán sobre tierras ideales para ello; las aguas
se canalizarán para garantizar su máxima pureza; la energía se acumulará del mismo sol; la
naturaleza convivirá con el hombre en todo su entorno y ella será parte del hermoso paisaje
a crear. La humanidad se dedicará a la jardinería, a la pintura, a la artesanía, a la
arquitectura, a la música, a la poesía, a la danza y en general a todo lo que produzca
placeres a la gente; todo mientras la maquinaria de producción, gracias a la ciencia de
elaborar alimentos y objetos en serie, se encargará de dotar, dosificadamente, a las
distintas sociedades, de aquello que necesiten para mantener ese ritmo de vida. Esta será la
forma de vida más dichosa que la humanidad conozca, hasta que surja otra que, por
méritos, la superará y destronará.

Placer
La sensación más grata por excelencia. Puede tener una esencia exclusivamente física
(como el placer sexual, el alimenticio, el sensorial, etc.) pero en el humano, por lo general,
lo sensorial se encuentra mezclado con lo cultural y sicológico. El placer puede tomarse
también como un eje fundamental, tanto en lo social como en lo particular, y cuyos
objetivos pueden ser su búsqueda o su rechazo. Está relacionado con las etapas del
desarrollo humano como con la evolución del pensamiento. Mientras más joven se es, el
placer es más valorado; mientras más se desarrolla la inteligencia, se lo considera menos
importante o se lo transforma en algo sublime. Se puede decir entonces que el placer es
visto como una causa o motivación, como una consecuencia o resultado, como un objetivo o
finalidad, o como estorbo o peligro. Está presente de distintas maneras en los grandes
proyectos de la humanidad y suele comparársele con la felicidad o convertirlo en un
sinónimo de ella, a pesar de que no tiene carácter de estado permanente sino
circunstancial. Sin embargo, su proceso de duración es más largo de lo que comúnmente se
estima, puesto que, desde sus preámbulos la preparación para el placer ya de por sí es

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placentera hasta sus últimos rezagos pueden pasar incluso años. Esta es la situación que
convierte al placer, aunque casi siempre sin ser mencionado, en eje conductor de muchas
expresiones políticas y filosóficas que tienen un papel crucial en el devenir de la humanidad.

Poder
Relación de dependencia entre dos o más entes. La relación no necesariamente implica el
dominio de uno ellos de manera total y constante, sino más bien es una interactuación en
donde el concepto de dominio no está claro, pues aquel que se somete puede estar
forzando al sometedor a hacerlo. Quiere decir que el dominio per se no viene a ser el factor
principal en el poder, sino que más bien se trata de un acuerdo de partes para distribuir ese
dominio, según las circunstancias, durante un determinado tiempo. Es algo semejante a lo
que ocurre entre un grande y un chico, entre un fuerte y un débil, donde cada cual presta
un servicio al otro y se distribuyen las funciones. En el caso de grandes sociedades, se
eligen a los más aptos para dar las órdenes y establecer las leyes, lo cual significa que el
dominio que de por sí tiene el conjunto se delega voluntariamente a unos pocos, quienes se
ven forzados a asumir esa función; una vez cumplido un plazo, la sociedad les arrebata ese
dominio. Lo mismo que en el caso de una pareja, donde en algunos aspectos el dominio le
corresponde al hombre y en otros a la mujer; y nunca está claro quién lo ejerce realmente,
aunque es muy común creer que aquél que en apariencia decide en lo más notorio es quien
“tiene el poder”, ignorando que muchas veces éste es obligado a creer que realmente lo
tiene. Esta relación también se da al interior de un mismo individuo, en el supuesto de que
todo individuo posee una conciencia y una materia, siendo ambos entes diferentes. De ahí
que la conciencia puede o no tener dominio sobre las necesidades de su propio organismo.
Cuando lo tiene, se dice que el individuo ejerce poder sobre sí mismo, es decir, que domina
sus necesidades e impulsos, de tal modo que, por ejemplo, si su organismo siente hambre y
activa los mecanismos de alimentación, es la conciencia la que decide proceder a comer. Si
el dominio de la conciencia es aún mayor, puede negarse, incluso llegando a ocasionarse la
muerte. También se dice que el organismo tiene en su poder a la conciencia cuando éste la
domina; entonces el sujeto es casi un autómata que solo responde a los estímulos
orgánicos, casi como lo hacen los organismos vegetativos. Ambos son casos extremos que
sirven para poder hacer la explicación; en la mayoría de los casos el ser humano realiza una
alternancia de decisiones entre su cuerpo y su conciencia.

Prójimo
Percepción que tenemos de los individuos que conforman la humanidad, de la cual
sustraemos nuestra individualidad. El servir al prójimo, o sea el servirnos entre nosotros
mismos, es acción imprescindible para ser humanos. Se es individuo en la medida en que se
forma parte de un todo; fuera del conjunto, el individuo pierde sentido, se niega como tal y
prácticamente desaparece. Esto significa que, servir al prójimo, no es una elección, ni un
acto de misericordia, ni de caridad, sino una necesidad imperiosa que reafirma el yo. De
este modo, la interacción entre humanos deja de tener un carácter electivo y religioso y
viene a ser una ley natural. Sin embargo, el hecho de amar o no al prójimo es un asunto
diferente; se puede ser útil al prójimo, pero eso no implica la presencia del amor. Es en este
terreno, el del amor, donde se mueven la mayoría de las religiones, dándole un valor
adicional a lo que es una necesidad y un deber.

Razón
Actividad propia de la conciencia en función a lograr el correcto desempeño de un
organismo. Aunque al hombre no le consta, da por sentado que la razón es un ejercicio
exclusivamente humano, pero esa es una presunción, ya que es obvio que existen muchos
seres fisiológicamente muy similares a nosotros, y que por ello tienen parecidas condiciones
a las nuestras. Por tal motivo, no podemos descartar que la razón sea una actividad de la

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mayor parte de los seres vivos, desarrollada según el medio que les toca vivir. La cuestión
es cuán elevada es nuestra condición de humanos como para decidir que somos
necesariamente todo lo superiores que quisiéramos ser. Indudablemente nos enfrentamos a
un problema subjetivo, puesto que, para nosotros, es una imperiosa necesidad saber en qué
nos diferenciamos y, sobretodo, en qué medida estamos por encima del resto de la
naturaleza. Según nuestro tradicional criterio humano, la diferencia estriba en que
supuestamente solo el hombre tiene razón, de allí que hasta ahora se maneja comúnmente
la idea de que el hombre es un "animal racional", frase simple pero lo suficientemente
práctica como para usarla con efectividad. Aparte de esto las diferencias "superiores" se
complican, puesto que en lo físico no existen escalas de valores, ya que cada ser está lo
suficientemente formado como para afrontar y responder el reto de su existencia con
eficiencia. La razón no es algo demostrable; es un concepto que define una operación
orgánica. El hecho que el ser humano haya hiperdesarrollado su capacidad racional a través
de la observación, el análisis y la voluntad, no lo convierte necesariamente en un ser al
margen de la naturaleza. Desnudos seguimos siendo los mismos, iguales al resto. En
realidad, nuestras necesidades básicas no han cambiado nada: seguimos necesitando
comer, respirar, desplazarnos, dormir, reproducirnos y morir. Quiere decir que en lo básico,
somos tan animales como cualquiera. Pero en cambio, en el uso de nuestra razón, es donde
obtenemos la sensación de que somos diferentes, que hemos cambiado, que no somos
animales. Y este es un conflicto exclusivamente humano, debido a que hasta ahora
consideramos que ser un animal es un sinónimo de oprobio, de bajeza, de retroceso, de no
humano. O sea, negando nuestra calidad animal, es como de alguna manera satisfacemos
nuestra necesidad de ser seres humanos, de auto-afirmarnos. Lo que respalda esta
sensación es la capacidad que tenemos de crear objetos empleando nuestra razón, por
cuanto no nos basta con que digamos que solo por el hecho de ser "pensantes" ya somos
seres humanos "superiores" prueba de ello es que nos cuesta mucho admitir que un ser
humano desnudo que vive en una selva sea realmente un ser humano, aunque hable, actúe
y viva como ser humano. Es que al verlo así, sin objetos, no nos es fácil concebir que
estamos hablando de un hombre. Un humano, uno completo, real, tal como lo imaginamos
y queremos ver, tiene necesariamente que estar acompañado de una batería de objetos que
conforman lo que llamamos la cultura. Solo de esa manera, rodeados de tantas
“maravillas”, es que decimos complacidos que estamos frente a un verdadero ser humano.
Mas todo parece indicar que, si existe alguna diferencia entre los que llamamos animales y
nosotros, lo es de grado, de sobreestimulación de la conciencia, que en nuestro caso llega a
niveles extremos, mientras que en los demás seres se utiliza, aparentemente, en su justa
medida. Decimos justa medida ya que, fuera de nosotros, el resto de animales no sobrepasa
el equilibrio entre el medio y sus posibilidades naturales salvo que pensemos que los
únicos que usan correctamente la razón somos los humanos, mientras que todos los
animales están fallados y subutilizan sus capacidades, o sea, son infra desarrollados; si
fuera así llegaríamos a la conclusión que el único ser que vive correctamente en la
naturaleza con respecto a sus dotes es el hombre. Esto parece demasiado petulante como
para aceptarlo, pero hay quienes lo sustentan. La razón, por lo visto, es un hecho común en
la naturaleza y no es exclusivamente humana. Al hombre le ha servido para desarrollar una
compleja red de objetos mentales y materiales con los cuales vive y se identifica, por eso se
auto define como un ser que usa esta razón. Pero en realidad no es que sea el único que la
usa, sino que él la ha llevado a tal extremo que también se lo puede definir como un ser
obsesivamente racional, que emplea la razón más allá de sus límites originales, y que no
sabe qué consecuencias puede traer esto que aparentemente sería una anormalidad,
entendiendo lo anormal como un crecimiento exagerado de una función orgánica que
perturba el común desenvolvimiento del ser. Resulta una pena que el ser humano tenga que
ser juez y parte en el juicio de valores de la naturaleza. Es una lástima que no contemos
con algún "otro" ante quién apelar y fundamentar nuestros argumentos y tengamos que

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terminar con el mismo veredicto de siempre: somos superiores. Mientras esto decimos y
escribimos en nuestros libros nadie nos cuestiona ni nos juzga; nadie se nos acerca y nos
evalúa para ver si estamos o no en lo cierto. Mientras permanezca este silencio, estaremos
condenados a auto-proclamarnos los reyes de la creación, con el dudoso derecho a dominar
el universo en pleno.

Religión
Manifestación de la conciencia humana a través de ritos, usos, costumbres, ideas, etc.,
implique esto o no una concepción teocrática. Internarnos en la raíces de la religión es
ingresar a los orígenes de la conciencia, puesto que ambos aspectos vienen a ser uno solo.
Religión implica tanto un estado de conciencia individual como colectivo. Supone también la
explicación de todas las dudas y la resolución de todas las preguntas, un camino a seguir,
una hoja de ruta sin la cual el hombre no sería el eterno buscador que es. Todo el mundo
humano se resume y se encuentra en la religión, pero igualmente la religión es el resumen
de lo que es el ser humano. Ambas son dos caras de una misma moneda. El hombre nace
como ser religioso, por lo tanto su conciencia, su esencia, es netamente religiosa. Nunca ha
existido ni existirá un hombre a-religioso; de ser así, no sería un hombre tal como el que
conocemos hoy (el único). Religión entonces significa: estructura, lenguaje, proyección,
entendimiento, acumulación de conocimientos y, posteriormente, creencia y culto. Solo
miles de años después de haberse conformado la conciencia por lo tanto, el hombre es
que se manifestaron exteriormente sus estructuras internas adoptando la forma de
comportamientos sociales y, luego, individuales, hechos que denominamos como las
Religiones. El hombre moderno en realidad no es consciente que él es un ser formado por
una estructura llamada religión. La modernidad nubla y marea, para beneplácito de algunos.
Si figurativamente pudiésemos arrancar del hombre su aspecto llamado religioso en realidad
estaríamos extrayendo toda la planta, sin dejar nada sobrante. Veamos un ejemplo: nos es
difícil creer que la vestimenta, que pensamos se trata de una costumbre producto de la
necesidad de protegernos del clima, haya tenido un origen, una razón de ser,
eminentemente religiosa. O sea, el hombre no crea el vestido por causas climatológicas sino
por sus creencias religiosas (tabúes, totemismo, etc.). Otro ejemplo: las sillas y las mesas
no han sido creadas por necesidades alimenticias ni de reposo, sino que son antiguos
altares convertidos en tronos a los que luego se les empleó utilitariamente, habiendo
perdido sus orígenes sagrados. Ciertamente, tal vez sea casi imposible probar todo lo que
se dice de los orígenes del hombre y, en este sentido, todas las afirmaciones que se hagan
serán siempre relativas. Pero creemos que en el fondo de todo lo que somos y que hacemos
subyace la concepción religiosa de la vida, con la cual hubimos de iniciar a ser seres
humanos. Por eso, siguiendo con nuestro razonamiento, el nacimiento del hombre como tal
marca al mismo tiempo el nacimiento de la religión volvemos a insistir: despojando a la
palabra religión de su barniz cultual que hoy tiene e identificándola como estructura. O
quizá sea a la inversa: el nacimiento de la religión es el inicio del hombre, o, por qué no, al
alimón. Hemos de señalar que ex profesamente no mencionamos el concepto dios por
cuanto consideramos que se trata de un fenómeno posterior a la aparición de la religión.
Significa que el problema de dios, de los dioses, es mas bien una parte del proceso religioso
en sí, pero no es su origen ni su razón de ser.

Sentimiento
Mecanismo de control de la conciencia mediante el cual un organismo evalúa y expresa el
estado de equilibrio de su existencia. El sentimiento es el juez de todo lo que se hace, y le
indica al yo de cada ser en qué medida sus actos están o no contribuyendo a mantener el
punto de equilibrio con el cual toda vida se siente satisfecha consigo misma. Es una especie
de termómetro de la satisfacción; cuando la vida se encuentra por caminos no lógicos o
naturales, aparece la señal de alarma que es la disconformidad, el sinsabor o la pena, lo que

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lleva a intentar redirigir el rumbo hacia un estado de conformidad y de paz. Esta reacción no
se halla sujeta ni a la razón ni a la voluntad porque no se puede dejar de sentir ni se puede
sentir como se quiere. El sentimiento no es una función propia del ser humano sino de todos
los organismos. La razón tiene su propia lógica y fin, mas esta no necesariamente coincide
con el sentimiento, el cual, según lo expuesto, también posee su propia lógica y su fin. Este
es tan importante que, en la práctica, a pesar que el hombre diga que siempre se inclina por
la razón, lo que realmente él persigue es llegar a tener un sentimiento grato de la vida, no
importando si para ello tuviera que contradecir a la misma razón. En esto prima el criterio
de cuál es el resultado anhelado como consecuencia de nuestros actos (la obtención del
cielo cristiano o el placer de los sentidos en la modernidad, por ejemplo); y suele suceder
que más bien es la razón la que se acomoda a esta búsqueda. Tal vez la sensación de miedo
a la vida propia del hombre se produce cuando éste no sigue los dictados del
sentimiento y se empeña en vivir de acuerdo a su razón (en el sentido que el
hiperdesarrollo de ésta convierte al hombre en un ser no natural).

Trascendencia
Evolución hacia un estado superior al de la materialidad. El hombre sería entonces una
instancia de la materia en camino hacia la trascendencia llevada a cabo por un animal
primate. Sin embargo, si lo viéramos de una manera opuesta, podríamos decir que
estaríamos quizá ante una anormalidad, ya que esto mismo implicaría una negación de la
misma naturaleza; algo tan contradictorio como la visión moderna y científica del milagro:
un hecho que va en contra de las leyes de la naturaleza, en pocas palabras, un absurdo,
pues ella no se puede contradecir. Pero nadie puede afirmar realmente ni lo uno ni lo otro,
de modo que tanto es posible hablar del hombre como una deformación que como de un
hecho trascendente. Los que creen en la trascendencia piensan que la conciencia humana es
capaz de concebir al dios y al universo, ir más allá de los sentidos y manipular la materia en
su totalidad, sin ninguna explicación o motivo; por eso es que el hombre ha trascendido su
primitiva realidad, aunque todavía le queda mucho camino por delante. Si ha logrado salir
del estado de animalidad pura puede también continuar hacia una etapa superior a la que
hasta ahora todavía no ha arribado. Puede elevarse aún más sobre sus mismos pies y llegar
a niveles óptimos que le harían verse a sí mismo superado. Es posible ello mientras
continúe poniéndose metas. El plan de lograr un ser humano virtuoso no ha terminado; se
halla en proceso. Los defectos del momento son pasajeros y superables mientras no se
pierda la convicción de encontrarse en camino hacia la trascendencia, el cual lleva al
hombre a convertirse en un ser más parecido a aquellos que llamamos divinos. Esto no
quiere decir que tenga que hacerlo solo; puede que reciba algún tipo de ayuda —por
ejemplo, la de algún dios— pero lo cierto es que se trata de una empresa humana, en la
que todos sin excepción estamos involucrados. Para evolucionar hacia esa trascendencia se
ha de imaginar primero el aquello ideal que se quisiera ser, definir el perfil, de modo que
luego se pueda transmitir, de generación en generación, este mensaje de fe y esperanza.
Así, la gran obra del hombre seguirá siendo él mismo; él en su proceso de elevación hacia
un ser que comprende más de la vida, de su vida; que entiende que el conocimiento, lejos
de ser un poder, es el medio para llegar al amor universal, al amor hacia lo existente, al
equilibrio y a la armonía del vivir. La trascendencia no es solamente un concepto que el
hombre usa; es él mismo en su devenir, es cómo mira y cómo se mira para conocerse y
hacerse un bien. Si la trascendencia sirviera para hacerse un mal, para autodestruirse, no
sería posible hablar de verdadera trascendencia; en ese caso se hablaría de una involución.
No podemos decir, con respecto a algunos avances en tecnología, en ciencias, en
administración, en la guerra, que son “pasos que nos llevan a la trascendencia” pues tienen
por objetivo el dominio del hombre por el hombre, la imposición del fuerte sobre el débil,
del mejor sobre el no mejor. Tampoco lo trascendente puede ser el conocimiento por sí
solo, puro, en esencia, porque este suele terminar sirviendo para dominar. El conocimiento

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necesita, además, la bondad. La trascendencia está más relacionada con el ser humano que
conoce pero no domina, que da en vez de acumular para sí. La trascendencia es parecida al
concepto de dios: sabiduría sin maldad. El hombre nunca le ha negado a la bondad el
primer puesto en la escala de valores, por lo tanto es en la bondad donde reside la
trascendencia y es ahí a donde se debe llegar.

Utilidad
Beneficio que se obtiene de una determinada acción. La utilidad no es espontánea ni es
producto del azar; tiene que existir una clara intención y un conocimiento de las causas y
consecuencias de los hechos. Significa que la utilidad busca que los resultados sean aquellos
que han sido preestablecidos por el ejecutor de la acción, a diferencia del amor que actúa
por un impulso hacia el bien, sin que medien cálculos que garanticen los resultados.

Vanidad
Desmedida necesidad de autoafirmación. Todos los seres vivos requieren de un espacio y de
una manifestación de existencia, o sea, tienen que ser reconocidos y valorados por los
demás miembros de su especie para poder existir. Un ser invisible e imperceptible estaría
condenado a la desatención y, por ende, privado de todo. Es entonces, el ser reconocido y
aceptado, una acción vital. Pero cuando esto rebasa su límite se produce el deseo excesivo
de obtener consideración para con uno mismo de parte de los demás miembros del grupo,
muy por encima del necesario para pertenecer con suficiencia al mismo. Sin ser la más
mentada ni la más espectacular de las características humanas, es considerada por muchos
como la causa de la mayor parte de nuestras desgracias, el peor de nuestros defectos.
Fuera de los hechos naturales que nos producen dolores y tristezas que rara vez van más
allá de lo normalmente soportable la mayor parte de nuestros males provienen de
nosotros mismos, de los actos que nos ocasionamos mutuamente a lo largo de nuestras
vidas. Todas estas penas y tragedias, todas las discusiones e injusticias que el hombre
comete contra el hombre, si las analizamos bien, se producen porque, en la mayoría de los
casos, desconocemos cuáles son los límites de lo que realmente nos corresponde, las
medidas exactas que nos permitirían vivir en armonía; porque cada uno piensa que hay algo
que le corresponde más a él que al otro. Pero es raro que esto ocurra con respecto a lo
necesario para la sobrevivencia, pues ello se satisface con muy poco; la más de las veces se
trata de conflictos en torno a elementos excedentes que sirven fundamentalmente para
otorgar prestigio y poder sobre los demás. En pocas palabras, las grandes guerras, disputas
y pleitos que el hombre emprende, poco tienen que ver en realidad con el pan de cada día.
Por lo que realmente el ser humano se mata es por los privilegios, mas no por asegurarse el
alimento de él y de sus hijos. Lo que se busca es ser admirado, querido, venerado y
respetado por la mayoría o por todos (como se dice en la modernidad, de ser reconocido en
lo que se vale). Todos los seres humanos necesitan ser reconocidos en lo que valen. Todos
sentimos que somos lo suficientemente importantes como para recibir homenajes y
respetos del resto. Mas ¿por qué solo unos cuantos tendrían ese exclusivo derecho? Es en
este punto en donde se desata la loca carrera por llegar a ser esos pocos; la competencia
por ser los mejores. Y en la barahúnda de la estampida hacia ese objetivo se termina por
aplastar a los niños, a los débiles, a los nobles de corazón, a los pacíficos de espíritu, a los
sabios, a los enfermos y a cuanto ser no ambicioso conforma la humanidad. Es por eso que
se ha dado rienda suelta a la ley del más fuerte —que no es la verdadera “ley de la selva”
por cuanto esta, en realidad, es noble, justa y equilibrada— y ahora estamos viviendo en
una lucha de todos contra todos; esto porque creemos que nos merecemos el
reconocimiento de lo que valemos. Vivimos con este abierto apetito que nos devora
insaciablemente. Al ver las mayorías que no logran el objetivo de ser reconocidos
desarrollan en consecuencia sentimientos perversos y malignos como el odio, el rencor, la
venganza, la envidia, la maledicencia, la ira; mientras que, por el otro lado, entre los pocos

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que sí lo logran, lejos de sentirse satisfechos, la ambición por obtener aún más los lleva al
desquiciamiento y terminan por organizar grandes guerras con el afán de imponerse e
imperar, logrando así que su vanidad se encumbre por encima de la de los vencidos y de la
envidia de los que los contemplan. Analícense cada uno de los últimos conflictos de la
humanidad y veremos que nadie destrozó a nadie por llevar un plato de comida a la mesa
de su familia: lo hicieron porque querían sentirse superiores con respecto a las otras
naciones, culturas, razas y religiones. Los ganadores de hoy, igual que los de ayer, se
pasean por el mundo llevando la frente en alto porque, gracias a su potencia de destrucción,
pueden escuchar el idioma de sus padres en cualquier rincón de la tierra. Y a donde ellos
van los tratan como ciudadanos de primera clase, como a patrones de hacienda. Y cuando
les hablan de su nación escuchan de ella solo alabanzas y halagos con lo cual sienten que
son un grupo humano superior y con mayores derechos que ningún otro a poseer la tierra y
los demás astros del firmamento. ¿Importa en esto saber cuántas muertes dolorosas y vidas
destrozadas dejó ese afán? No, no importa; es el precio del orgullo de sentirse el mejor. Y
luego, ellos mismos escriben la historia del mundo y claro: fácil es mirar hacia atrás y
acomodar todos los hechos a nuestro antojo. Porque ¿acaso va a venir alguien del pasado a
enmendarles la plana y decirles que eso no fue así sino de otra manera? Definitivamente no.
Pero es entre los vencidos de ayer y los desgraciados de hoy, entre la escoria humana que
actualmente pulula por las grandes ciudades o deambula por los enajenados campos de
cultivo en donde se gesta la nueva generación de hombres con el mismo irrefrenable e
insaciable deseo de ser también reconocidos. Hombres que, apenas ven que el gigante de
turno empieza a envejecer y a debilitarse, corren presurosos como los chacales al cadáver
para devorarlo y colocarse en su lugar, estableciendo así un nuevo orden, con nuevas leyes
y nuevos dioses, reiterándose el legado de esta terrible enfermedad que no para en mientes
cuando se trata de expresarse. Y dicen que de lo que el hombre debe estar orgulloso es de
aquello que exalta a los poderosos, que eleva a estos aún más en la pirámide de la gloria,
pero no de lo que lo hace trascendente, de su parte noble, de su evolución en el amor, de
su sabiduría; eso es considerado como mediocridad, debilidad e ignorancia. También dicen
que la verdadera superación se demuestra con hechos, y que sus hechos son bastante
claros: han creado las mayores armas de destrucción de toda la historia, las cuales se van
mejorando día tras día mejorando en el sentido de ser más mortíferas y, sarcásticamente,
con mayor calidad. Por eso realizan la mejor manipulación de la naturaleza en función a
demostrar su mayor inteligencia y capacidad, poniendo de ese modo los primeros peldaños
para la conquista del universo, pues se da por descontado que el universo está deshabitado
y que es ley del hombre poblarlo, dominarlo y reinar sobre él. (Hasta ahora nadie se ha
opuesto a la idea de conquistar al universo, ya que todos los humanos estamos realmente
convencidos que él es nuestro y que está esperándonos para que lo dominemos). Como
vemos, es la vanidad el poderoso motor para las más grandes atrocidades disfrazadas de
ventajas para la humanidad. Es contra ella que se enfrenta su más grande rival: el amor, su
natural opuesto. Pero por el momento este mal es imperante. Por eso es que el hombre
debería seguir su camino hacia la trascendencia, debería seguir soñándose a sí mismo, no
como un conquistador arrasador de pueblos y de mundos, sino como un ser que trata de
encontrar su equilibrio con respecto al universo y, de ese modo, lo entienda, para que,
finalmente, se entienda a sí mismo.

Vida
Materia que tiene la facultad de poseer voluntad. Sin embargo toda la materia, desde la
más simple hasta la más compleja, tiene las mismas características, así que es probable que
la vida sea una propiedad intrínseca de la materia, por lo cual el asunto quedaría reducido a
que la vida es un fenómeno que está en la materia desde siempre, manifestándose de
distintos modos, algunos de los cuales se hallan al alcance de nuestro entendimiento, pero
otros no.

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Voluntad
Capacidad de todo ser vivo para ejercer su autonomía. Todo ser, por simple que sea, tiene
un rango de potencialidad para dirigir las funciones que realiza. Es, por lo tanto, la voluntad,
una característica propia de la vida. La voluntad se manifiesta mediante una toma de
decisiones motivada por todos los factores internos y externos que, en concomitancia,
inclinan a un ser a conducir sus actos hacia una determinada acción o comportamiento.
Debido a las características propias del ser humano, la voluntad en él asume rasgos más
complejos, ya que entran en ella una combinación de factores adicionales. Esos factores son
aquellos producto del conocimiento, y cuyas variables tejen una compleja red de nuevas
necesidades e impulsos no orgánicos.

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BIBLIOGRAFÍA

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