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Financiado por:
Jean Muzi
ISBN: 84-88949-80-4
Depósito legal: BI-2599-06
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comer, ni beber, ni cantar. Avergonzado por lo
que le ocurría, permaneció escondido todo el
día, hasta que el erizo lo descubrió y, burlándo-
se de él, lo ayudó a liberar su pico.
—¡Con qué poco te das por vencido! —le
dijo irónicamente.
—Puedo decir otro tanto de ti —replicó el
gallo—. Lo que te pasó bajo el tamiz no es
mucho mejor.
—Olvidas que con sus innumerables aguje-
ros era mil veces más peligroso que la cuenta
de ámbar, que sólo tiene uno.
—¡Qué va! Un agujero, cuando sólo se tiene
un pico, equivale a mil agujeros cuando se tie-
nen mil púas.
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2. Las argucias
femeninas
n
Marruecos
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Tras dos años de viajes, había reunido tanta —¿Piensas casarte algún día?
información sobre las argucias femeninas que —Apenas haya encontrado a una mujer que
pudo por fin emprender el camino de regreso. me guste.
Llegó a una gran ciudad rodeada de altas —¿No querrías casarte conmigo? —dijo de
murallas de color ocre. Las calles estaban ani- repente la muchacha.
madas. Se fundió en la densa multitud y llegó —Eres tan bonita que sería un estúpido si
al zoco,* donde comió antes de buscar una no aceptara. Pero ¿por qué no te has casado
fonda. aún?
Al girar por una calle, oyó que alguien lo lla- —Sencillamente porque mi padre espanta a
maba. Alzó la cabeza y percibió a una mucha- todos mis pretendientes dando una imagen
cha asomada a una ventana. poco atractiva de mí. Figúrate que les hace
—Tengo ropa vieja para vender —le dijo creer que soy sordomuda.
ella. —Pero si él no quiere que te cases, ¿cómo
—No soy ropavejero —respondió Brahim. lograré convencerle?
—Perdona, creí que eras el que pasa cada —¡Pues es muy sencillo! Ve a verle a su joye-
mañana. Pero, entonces, ¿cuál es tu oficio? ría y pídele mi mano. Cuando te diga: «Mi hija
—Ninguno por el momento. Hace dos años es sorda», respóndele: «La quiero tal cual es».
que estoy viajando para juntar información Cuando te diga: «Es muda», respóndele: «La
sobre las argucias femeninas. quiero de todas formas». Y, diga lo que diga,
—¿Y eso para qué? mantente firme. Y no te preocupes, has tenido
—Pienso escribir un libro sobre el tema. Mi la suerte de verme y sabes que no tengo nin-
objetivo es aconsejar a los hombres que van a guna enfermedad.
casarse. —¿Dónde se encuentra la joyería de tu
—Así pues, ¿eres capaz de descubrir las padre?
argucias de cualquier mujer? —En la calle principal, cerca de Bab Jedid.*
—¡Sí! Es la más grande, no puedes equivocarte.
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Brahim salió para allá sin perder ni un la hija del joyero. La encontró asomada a la
minuto. ventana, como la primera vez.
—As salam ou alikoum* —dijo, al entrar en —Me hiciste creer que querías casarte con-
la joyería. migo sólo para burlarte de mí —le recriminó el
—Alikoum salam* —respondió el joyero—. muchacho—. ¿Por qué actúas así?
¿En qué puedo servirle? —Pretendías poder descubrir todas las
—Vengo a pedirle la mano de su hija… argucias femeninas —le dijo sonriente—. Sólo
—Antes que nada, debo decirle que mi hija quería demostrarte que estabas equivocado.
es sorda —dijo tristemente el padre. —Ayúdame a separarme de esa mujer sor-
—La quiero tal cual es. domuda.
—También debe usted saber que es muda. —Consigue un viejo tamboril y un burro
—La quiero de todas formas —dijo Brahim. famélico. Luego, obliga a tu mujer a ponerse
Los dos hombres se pusieron de acuerdo unos harapos,1 haz que monte sobre el burro y
sobre la dote* y los otros términos del contra- paséala por la calle de la joyería de su padre,
to. Unas semanas después, se celebró la boda. dándole fuerte al tamboril. Cuando alguien se
La novia permaneció todo el día oculta bajo un cruce en vuestro camino, le pides limosna.
enorme velo. No fue hasta la noche, después —Eso es imposible —respondió indignado
de la fiesta, cuando se encontró a solas con Brahim.
ella, que Brahim descubrió que su mujer era —Sigue mis consejos si quieres librarte de
realmente sordomuda y que no se había casa- verdad de tu mujer. Tu suegro reaccionará ape-
do con la muchacha que le había hablado nas se entere de que estás mendigando con tu
desde la ventana. Profundamente disgustado, mujer, y todo se arreglará.
huyó y anduvo errando por la ciudad sin Como Brahim no tenía elección, acabó por
comer durante dos días y dos noches antes de seguir los consejos de la muchacha. La reac-
recobrar un poco de ánimo para ir a pedir
explicaciones a la que se había hecho pasar por 1. Prenda de vestir vieja, rota o sucia.
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ción del suegro fue inmediata, ya que fue a ver pronunció el divorcio al día siguiente. Brahim
a su yerno esa misma noche. abandonó la ciudad sin despedirse de la bella
—Soy un comerciante conocido y respeta- muchacha, pues temía ser otra vez víctima de
do —le dijo, muy enfadado—. No soporto que sus argucias.
deshonres a mi familia. Te ordeno que te divor- Volvió a su ciudad natal sin problemas. Su
cies ahora mismo. familia y sus amigos se alegraron de volver a
Haciendo valer sus derechos, Brahim fingió verlo sano y salvo tras una ausencia tan larga.
no estar de acuerdo. Hasta un año después no se enteraron de las
—¿Qué tiene de malo andar mendigando? verdaderas razones de su viaje. En el último
Ése es mi oficio. capítulo de su libro contaba de qué manera se
—No me habías dicho que ibas a convertir había casado con una mujer sordomuda y
a mi hija en una mendiga. cómo se había divorciado, confirmando así
—Tendrías que haberlo comprendido tú que ningún hombre puede desbaratar las
solo. Aparte de mendigar, ¿en qué otra cosa argucias femeninas.
puede ayudarme?
—¡Qué tonto he sido dándole mi hija a
cualquiera! —se lamentó el padre.
—Ahora es mi mujer y hago lo que quiero
con ella.
—Acepta pues el divorcio.
—He gastado todos mis ahorros en esta ≥
boda.
—Te devolveré tu dote y todo el resto.
—No es suficiente.
El joyero tuvo que agregar una fuerte suma
de dinero para obtener lo que quería. El cadí*
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3. El asno, el campesino
y su hijo
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Túnez
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4. Los dos ladrones
y la mantequilla
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Argelia
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5. El león y el dromedario
i
Argelia
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—Consultemos a otro más —le suplicó el
dromedario.
Tras despedirse del asno, se encontraron
con un mono y lo interrogaron.
—Sólo llevo en mi lomo a mis pequeños, y
ellos forman parte de mí. Ocurre lo mismo con
el dromedario y con su joroba, que son todo
uno.
—Este mono está diciendo cualquier cosa
—afirmó el rey de los animales.
Poco después, un lobo quiso escucharlos.
Se lo pensó y dijo:
—Siempre debemos cumplir nuestra pala-
bra si queremos ser respetados. Aquel que
desea comerse una parte del dromedario pare-
ce haberlo olvidado y no se merece que lo res-
peten.
Consciente del riesgo que corría por sus
palabras, el lobo salió huyendo. El león fue tras
él, pero no pudo atraparlo. En cuanto al dro-
medario, aprovechó la ocasión para alejarse
rápidamente de allí, y abandonó definitiva-
mente la comarca.
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6. El felá testarudo
o
Túnez
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7. El gorrión
n
Marruecos
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—Imploro tu poder, oh, galgo —gritó el —Imploro tu poder, oh, herrero —dijo el
gorrión. pajarillo.
—Soy menos poderoso que el palo, que —Soy menos poderoso que la muerte, que
puede romperme el lomo —ladró el galgo. me llevará cuando llegue mi hora —le contes-
—Imploro tu poder, oh, palo —insistió el tó el herrero estremecido.
pájaro.
—Soy menos poderoso que el fuego, que
con la ayuda de una sola chispa puede conver-
tirme en cenizas —reconoció el palo.
—Imploro tu poder, oh, fuego —dijo gritan-
do el ave.
—Soy menos poderoso que el agua, que
puede apagarme —le confió el fuego.
—Imploro tu poder, oh, agua —chilló el
gorrión.
—Soy menos poderosa que el buey, que me ≥
bebe para calmar su sed —murmuró el agua.
—Imploro tu poder, oh, buey —agregó des-
gañitándose el pájaro.
—Soy menos poderoso que el cuchillo que
me degüella —mugió el buey.
—Imploro tu poder, oh, cuchillo —suplicó
el gorrión.
—Soy menos poderoso que el herrero que
me calienta y me forja en su yunque —respon-
dió el cuchillo plañidero.
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8. La astucia del erizo
n
Marruecos
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no verlo nunca más. El felá y su mujer no
supieron nunca quién se había comido la carne
de la vasija.
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9. La esposa del sultán
o
Túnez
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seguía durmiendo. Se acostó, tiró de la capu- Estos lamentos llegaron hasta la esposa del
cha de su albornoz para protegerse del frío y, sultán. Se asomó a una de las ventanas y lo vio.
muy satisfecho, se durmió. —¿Por qué estás tan triste? —le preguntó.
El sol ya estaba alto cuando el rebuzno de la El hombre le contó su desgracia y, a pesar
burra despertó a los dos hombres. El potrillo de la prohibición real, la mujer no pudo evitar
seguía al lado de ella, y el borriquito cerca de darle inmediatamente un consejo.
la yegua. El dueño de ésta quedó muy sorpren- —El viernes próximo —le dijo—, quédate
dido y propuso a su compañero restablecer la delante de la mezquita tras la gran plegaria.
situación, pero éste rechazó la propuesta. Cuando el rey salga de allí con su séquito, grita
—El potrillo es mío y el borriquito es tuyo con todas tus fuerzas: «He cosechado cebada
—dijo. cuando había sembrado trigo y mi yegua ha
El asunto llegó hasta el sultán. Numerosos parido un borrico». Al escucharte, el sultán
eran los querellantes el día de la audiencia, por pedirá a sus guardias que te hagan llegar hasta
lo que nuestros viajeros debieron esperar él. Entonces, harás todo lo que puedas para
mucho antes de que los recibieran. Cuando les convencerlo de que tenga a bien dejar la
tocó a ellos, expusieron el problema. El monar- yegua, el burro y las dos crías en la plaza del
ca los escuchó, reflexionó un instante, y tomó mercado un día que se halle vacía.
una decisión que sorprendió a todo el mundo. El hombre siguió su consejo. El viernes
—Cada cría debe quedarse con la hembra siguiente el hombre se quedó a la salida de la
más cercana en el momento de despertaros. mezquita y se puso a gritar tan fuerte que se
El propietario de la burra se fue pues con el formó un círculo de curiosos alrededor de él. El
potrillo. Escandalizado, el dueño de la yegua se rey, sorprendido por aquellas palabras, ordenó
sentó cerca del palacio real lamentándose. al jefe de su guardia que lo trajera ante él. El
—¡Maldita sea la noche en la que me quedé hombre contó su historia y suplicó al sultán
dormido! ¿Cómo podré recuperar mi potrillo, que tuviera la bondad de dejar las cuatro bes-
ahora que el rey se lo ha dado al otro? tias en la plaza.
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—Alá* decidirá si el potrillo pertenece a la padres. Te autorizo a llevarte tu bien más pre-
yegua o a la burra… cioso.
—¿Y cómo sabremos cuál es su decisión? La pobre mujer regresó a sus aposentos con
—preguntó el rey. la cabeza gacha. La decisión del sultán le dolía
—Bastará con observar los animales, más aún porque ella lo quería apasionadamen-
Majestad. te. Consiguió un soporífero1 y mandó llamar a
Algunos días más tarde, soltaron las cuatro la cocinera del rey. A cambio de algunas mone-
bestias al mismo tiempo en la plaza. La yegua das de oro, ésta aceptó poner un poco de
se fue trotando por un lado y la burra por otro. droga en la cena del monarca. Cuando éste se
Sin dudarlo ni un instante, el potrillo marchó hubo dormido, lo encerró en un cofre, que
detrás de la primera, mientras que el borriqui- hizo cargar en un dromedario. La mujer repu-
to corría tras la burra, tras lo cual la yegua lanzó diada abandonó de inmediato el palacio con
un largo relincho, al que respondió su dueño su preciosa carga y volvió a casa de sus padres
con un grito de satisfacción. Entre la multitud acompañada por sus sirvientes más fieles.
reunida en la plaza se escucharon los yuyús* de El cofre en el que se hallaba el sultán fue
las mujeres y las exclamaciones de alegría de depositado en el cuarto de la mujer repudiada.
los hombres y de los niños, satisfechos de que El efecto del soporífero duró hasta el día
el buen orden hubiese sido respetado. siguiente por la mañana. El rey se despertó y se
El monarca se enteró por un eunuco* de preguntó qué le ocurría. «Han debido de
que su esposa había vuelto a prodigar sus con- secuestrarme y probablemente me asesinen
sejos. Aquello le sentó tan mal que no se limi- para quedarse con el trono», se dijo con temor.
tó, como la primera vez, a reprochárselo. Comenzó a tamborilear la tapa del cofre con
—Te había prohibido que ayudaras a mis ansiedad hasta que la mujer repudiada escu-
súbditos y me has desobedecido. Me veo obli- chó el ruido sordo de los golpecitos y lo liberó.
gado por ello a repudiarte. Dejarás el palacio
durante la noche y volverás a casa de tus 1. Que provoca sueño.
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—Has hecho que me secuestren —gritó al
reconocerla—. Este acto insensato te costará
muy caro.
—No hice más que llevarme el más precio-
so de mis bienes, como tú me habías autoriza-
do a hacer. Eres lo que más quiero en el
mundo —dijo la mujer con lágrimas en los ojos
mientras tomaba tiernamente la mano del sul-
tán, besándola.
Estas palabras conmovieron al rey. «Es una
locura renunciar a su amor y al que siempre he
sentido por ella», se dijo, lamentándose por
haberla repudiado.
—Te perdono y te pido que regreses conmi-
go al palacio, donde volverás a ocupar el sitio
que nunca deberías haber dejado, declaró el
monarca.
Así regresaron al palacio real, donde el sul-
tán organizó una fiesta para celebrar aquella
felicidad renovada que duró varias semanas.
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10. El mal aliento
o
Túnez
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11. Un día de suerte
n
Marruecos
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12. El cadí y las perdices
o
Túnez
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Abrió el Corán* que tenía delante, lo hojeó
y se detuvo algunos instantes en una página.
—Tus perdices salieron volando gracias a la
intervención de Alá.* Gloria a Él, que resucita a
los muertos —dijo, y leyó un versículo* sobre la
resurrección.3
El cazador no era tonto. Sin embargo, tuvo
que retirarse sin hacer el menor comentario y
sin la mínima protesta.
Unas semanas más tarde, el hornero acabó
por explicarle que el juez le había amenazado
para que le entregara las dos perdices.
—No sólo no recibí nada por haber cocido
tus dos perdices sino que además perdí dos
barras de pan que el cadí se llevó sin pagar.
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13. El chacal y la cabra
i
Argelia
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14. Los dos hermanos
y el cordero
n
Marruecos
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15. El chacal y el perdigón
i
Argelia
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—No tiene muy buena pinta, ¿verdad? dero que estamos empatados, ya que el espec-
—No sé nada de carne —respondió el per- táculo que me has ofrecido ha sido excelente
digón. por la astucia que has demostrado.
El chacal la husmeó y la tocó con su pata. —Eres muy generoso —respondió el chacal.
Era una trampa. Apenas la hubo tocado, ésta —Me toca a mí ahora proponer un reto
se cerró, quedando el animal cogido por la —exclamó el perdigón—. Veamos cuál de los
pata. El perdigón se acercó para tratar de libe- dos logra que el otro coma mejor.
rarlo, pero no pudo hacer nada. Se posó en un El chacal y su amigo abandonaron el bos-
árbol y se quedó allí esperando hasta que por que. Vieron a una campesina que estaba lle-
fin apareció el hombre que había puesto la gando a su aldea. Llevaba una cesta con carne
trampa. Cuando lo oyó, el chacal se hizo el y pastelillos de miel sobre la cabeza.
muerto. El hombre sonrió al verlo así. —Acércate a ella sin que te vea —dijo el
—¡Ya te has muerto! Eso me ahorra el traba- pájaro.
jo de tener que matarte, pero de todos modos Luego fue a posarse en el camino revolo-
toma esto por todas las gallinas que me robas- teando torpemente como si tuviera un ala rota.
te —le dijo, dándole unos cuantos palazos. La campesina creyó que estaba herido y deci-
Luego abrió la trampa, sacó al chacal y lo dió atraparlo. Dejó su cesta y se acercó ten-
arrojó un poco más lejos. El animal permane- diendo las manos, pero el perdigón dio un
ció inmóvil. El hombre volvió a poner la tram- salto y se le escapó. Cada vez que la campesi-
pa bajo las hojas dejando el cebo a la vista, y na se aproximaba, el pájaro hacía lo mismo,
se alejó silbando. Apenas hubo desaparecido, alejándose más y más. Mientras tanto, el cha-
el chacal se levantó. El perdigón lo estaba cal se comía la carne y los pasteles. El pájaro
esperando en la rama desde la que había asis- acabó por irse volando. La mujer, decepciona-
tido a toda la escena. da, regresó para recuperar su cesta. Cuando se
—¡De buena te has librado! —le dijo el pája- agachó a recogerla, se dio cuenta de que esta-
ro—. Y aunque no me hayas hecho reír, consi- ba vacía. Miró furiosa a su alrededor y vio al
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chacal alejándose. Comprendió entonces que —He comido como nunca antes —recono-
había sido engañada. ció el pájaro.
El perdigón fue hasta donde se hallaba el —Entonces seguimos empatados —dijo el
chacal. chacal.
—¿Has comido bien? El perdigón asintió. Desde entonces, los dos
—¡Siento que me va a estallar la panza! compadres se hicieron muy amigos y suelen
—Ahora te toca a ti conseguirme una buena encontrarse con gusto.
comida —dijo el pájaro.
A lo lejos había un felá sembrando trigo. Se
le acercaron. El hombre había dejado una
bolsa de semillas a un costado del campo, de
donde cogía unas cuantas a cada rato.
—¡Esa bolsa es mía! —gritó el chacal.
El felá cogió un palo y se precipitó sobre el
animal para ahuyentarlo. Este último dio un
salto para alejarse y se detuvo un poco más ≥
lejos. El hombre lo perseguía, amenazándolo.
El chacal se alejó aún más. Mientras tanto, el
perdigón se hartaba de semillas.
—Ya he comido lo suficiente, no puedo más
—le gritó al chacal.
Al oírlo, el chacal salió huyendo definitiva-
mente del hombre. El felá regresó a su campo
y se dio cuenta de que su bolsa estaba vacía.
El chacal y el perdigón se encontraron un
poco más tarde.
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16. ¡Ay!
n
Marruecos
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17. La ogresa
i
Argelia
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caballos. Llegó incluso a tragarse un drome- nos aldeanos que tuvieron demasiado miedo
dario. como para llevárselos. Cada día, la madre le
Los aldeanos, al darse cuenta de que falta- daba varios animales a su hija, cuyo apetito
ban algunos animales, decidieron hacer guar- aumentaba sin cesar, y ésta no tardó en comér-
dia. Una noche, el padre de la ogresa vio cómo selos a todos.
su hija salía de la casa, se acercaba a una vaca, Cuando Fatma ya no tuvo nada para darle
la degollaba y se la comía para luego volver a de comer a su hija, decidió huir, ya que temía
su cama. Al día siguiente habló con su mujer. ser devorada también. Una noche de luna
—He descubierto que nuestra hija es una llena, mientras su hija dormía profundamen-
ogresa. te, abandonó la aldea con los ojos llenos de
—Hace tiempo que lo sé, pero no me atre- lágrimas.
vía a decírtelo —confesó Fatma. Se dice que la ogresa sigue recorriendo la
—Tenemos que matarla —declaró el marido. comarca gritando que tiene hambre.
—Soy su madre —replicó la mujer—, y
debes comprender que eso es imposible para
mí.
El hombre fue a informar a los ancianos de
la aldea, que se reunieron inmediatamente.
Aconsejaron a los aldeanos que abandonaran
el lugar lo antes posible. ≥
—Es la única manera de no ser devorados
como nuestros animales —dijeron a la gente.
Los aldeanos salieron huyendo, dejando sus
casas. Las únicas que se quedaron fueron la
ogresa y su madre. Ésta se ocupaba de los ani-
males abandonados en los corrales por algu-
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18. Mektoub
o
Túnez
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19. La justicia
i
Argelia
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20. El cordero
de la Aid el Kebir
n
Marruecos
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21. El felá, su familia
y la vampiresa
n
Marruecos
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dátiles. Luego la colocó encima de su cabeza y —Sírvete deprisa antes de que lleguen los
regresó a su casa con sus hijos. Aquella noche dueños —aconsejó a su marido mientras salía
preparó un verdadero festín. Su marido, al apresuradamente.
regresar, se sintió intrigado por el exquisito En lugar de escucharle, éste se puso a visi-
aroma que salía de la casa. tar cada rincón de la casa. Luego comenzó a
—¿Y de dónde ha salido toda esta comida? comer. Se sentó y cogió una naranja, un
—preguntó. puñado de dátiles y varios cuernitos de ga-
Como su mujer no le respondía, el felá cela.* Comenzó a imaginar que aquella casa
montó en cólera y comenzó a elevar la voz. le pertenecía. Se entretuvo tanto que la
—Mamá la cogió en una casa muy grande dueña de la casa acabó por sorprenderlo. Era
—le respondió, rascándose, el hijo menor. una vampiresa horrible, un ser monstruoso
—¿De qué casa se trata, niño tiñoso? con largos dientes acerados, enormes garras
—La casa que está rodeada de palmeras… puntiagudas y una cabellera tan abundante
—¿Y dónde está esa casa? que la iba arrastrando por el suelo. Muy
—No lo sé. enfadada por haber encontrado al hombre
—¡Indicadme dónde se encuentra esa casa! allí, lo cogió por la nuca y lo sacudió violen-
—gritó el hombre. tamente.
—Detrás de una colina, cerca del camino —¿Por qué has entrado en mi casa?
que lleva a la ciudad —le explicó su hijo —Es que tenía hambre y la puerta estaba
mayor. abierta…
—Mañana mismo me llevaréis hasta allí —Ésa no es razón para que te introduzcas
—dijo el padre, ya más tranquilo. en mi casa. Pero ¿quién te ha enseñado el
Partieron al día siguiente. Como en la víspe- camino?
ra, la casa estaba abierta y no había nadie en —Fue mi mujer.
ella. La mujer llenó rápidamente de comida la —¿Y dónde está?
cesta que había llevado. —Ha vuelto a casa.
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—Pues bien, me vas a llevar hasta ella La pobre madre era incapaz de cometer
—ordenó la vampiresa, montándose sobre la un acto tan cruel. «¿Dónde podré encontrar
espalda del felá. algo de carne para salvar a mi hijo?», se pre-
Pesaba tanto que al pobre hombre le costa- guntó angustiada. Y recordó que el día ante-
ba mucho caminar. Al ver llegar tan curiosa rior había visto el cadáver de un dromedario
cabalgadura, la mujer del felá comprendió que cubierto de moscas a la salida del pueblo.
la situación se estaba poniendo fea. Hizo señas Fue corriendo a cortar un trozo de carne y se
a su marido para que pasara de largo y alejara lo llevó a su casa. Mientras lo cocinaba, des-
a la vampiresa de su casa. Pero el hombre tenía pejó el trastero en el que su marido guarda-
tanto miedo que continuó avanzando hacia su ba sus herramientas para esconder a su hijo
hogar. mayor.
—¿Es tu mujer? —le preguntó la vampiresa. —No hagas ningún ruido si no quieres que
—Sí… te devoren —le aconsejó.
—¿Por qué gesticula tanto? Al volver, la vampiresa se precipitó con ape-
—Es para darte la bienvenida. tito sobre la comida que le estaba esperando.
Apenas hubo entrado en la casa del felá, la —¡Está delicioso! Mañana cocinarás al
vampiresa cogió todas las mantas y se acostó menor —le ordenó.
tras amenazar con devorar a padres e hijos si —¡Ten piedad! —le suplicó la madre, fin-
alguien intentaba huir. giendo—, ¡no quiero sacrificarlo así!
—¡Os hallaré allí donde os encontréis, no lo —¡A callar! —gritó la vampiresa.
dudéis! La madre hizo lo mismo que el día anterior.
Cuando se despertó al día siguiente, se diri- Cogió otro trozo de carne del cadáver del dro-
gió a la madre. medario, lo cocinó y escondió al tiñoso en el
—Voy a salir —le dijo—. Durante mi ausen- trastero. A la vampiresa le encantó la comida.
cia, cocinarás a tu hijo mayor y me lo comeré —Mañana te comeré a ti. Vas a cocinarte a
a mi regreso. ti misma.
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—Pero eso es imposible —protestó la pobre —Tranquilízate. Aún pertenezco a este
mujer. mundo y nuestros hijos también. Apresúrate y
—¡Debes obedecerme! —le gritó la vampi- ve a la salida del pueblo. Allí encontrarás el
resa amenazante. cadáver de un dromedario. Trae la carne que
Al tercer día, la madre preparó otro trozo de queda y cocínala para la vampiresa.
dromedario y se escondió junto a sus hijos. La El felá siguió el consejo de su mujer y se
vampiresa se dio una panzada. escondió con los suyos en el trastero. Como
La mañana del cuarto día la vampiresa había puesto la carne en la olla demasiado
ordenó al felá que reemplazara a su mujer y tarde, ésta estaba aún un poco cruda cuando
se cocinara a sí mismo. Luego se marchó. El llegó la vampiresa, quien, disgustada, dijo:
infeliz ignoraba la estratagema utilizada por —Maldito felá, no cocinas tan bien como tu
su esposa, ya que se hallaba ausente cada mujer.
vez que ésta había cocinado. Cogió una olla Al escuchar esto, el felá se sintió herido y se
enorme, la llenó de agua y la puso en el puso a protestar sin pensar en el peligro que
fuego. Cuando el agua empezó a hervir, el corría.
hombre intentó colocarse dentro de la olla, —Es culpa tuya. No debías haber regresado
pero el vapor hirviente lo hizo retroceder. tan pronto —le dijo.
Lo intentó nuevamente, pero acabó por La vampiresa, sorprendida primero y furiosa
renunciar. después, hizo salir a todo el mundo del escon-
—¡Oh, pobre esposa mía! ¡Si estuvieras aún dite.
aquí, podrías darme un consejo! —gimió. —Mañana me quedaré aquí y cocinarás a
Su mujer, que le estaba escuchando desde tus dos hijos delante de mí —le dijo a la
su escondite, decidió intervenir. madre—. Y ahora, todos a la cama.
—Nunca has sido muy listo —le reprochó. Ahora sí que no había salvación. La mujer del
—¿Eres tú? —le respondió temblando—. felá esperó a que la vampiresa se durmiera para
Entonces, ¿no estás muerta? despertar a sus hijos. Les ordenó que huyeran
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sin hacer ruido. Una vez despierta, la vampiresa Acabó por sentarse a pleno sol y se puso a
no los perseguiría si los padres se hallaban aún comer solo. De pronto llegó una mosca y se
en la casa. La madre decidió sacrificarse junto puso a revolotear a su alrededor.
con su marido, y por eso no lo despertó. —Si te atreves a tocar mi cuscús, te aplasto
La noche era clara. El mayor corría tan rápi- —le dijo.
do como podía, llevando de la mano a su her- La mosca se posó sobre el plato. El tiñoso
mano, el tiñoso, quien no paraba de gemir. El arrancó su turbante e intentó aplastarla con él,
desierto no estaba lejos. Acabaron por alcan- pero falló y la mosca se fue volando. Entonces
zarlo y se toparon con un campamento de abandonó su plato sobre la arena caliente y
caravaneros. Fueron bien recibidos y pudieron persiguió al insecto agitando el largo trozo de
comer y dormir en la tienda de campaña reser- tela blanca.
vada a los hombres. Por la noche, alrededor de la hoguera,
Al día siguiente contaron su aventura a los cuentan en el Magreb* que el tiñoso fue tan
caravaneros, y éstos les propusieron irse con lejos persiguiendo a la mosca que llegó hasta
ellos. Los dos hermanos aceptaron. Pero el un reino en el que se convirtió en bufón del
tiñoso tenía una idea fija que lo aterrorizaba: sultán.* Su hermano mayor adoptó la ruda
estaba convencido de que la vampiresa los per- vida de los caravaneros. Se casó con la hija de
seguía y creía verla a cada instante. Así se con- uno de ellos y, después de haber tenido
virtió en el hazmerreír de todos. muchos hijos, hizo con su mujer la peregrina-
Una mañana, la caravana se detuvo para ción a La Meca.* En cuanto a los padres, que
pasar dos días cerca de un oasis. El tiñoso se habían quedado con la vampiresa, el cuen-
cogió un plato de cuscús* y se alejó del cam- to no dice si ésta se los comió.
pamento, a pesar de los gritos de su hermano
mayor, que lo llamaba.
—¡Este plato es mío, y ay de quien quiera ≥
cogérmelo! —repetía mientras corría.
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22. Un hombre
sin cerebro
o
Túnez
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23. El león, el chacal
y el gorrión
i
Argelia
82
—Gracias a la paloma me he enterado de Al despertar decidió probar el remedio que
que tu sangre es un remedio excelente contra le había sugerido el erizo. Miró a su alrededor
los males que me aquejan —le dijo el rey de los y encontró lo que buscaba.
animales. —Acercaos —ordenó al erizo y a la palo-
—Eso es muy cierto —confirmó el erizo—. ma.
Cinco gotas de mi sangre permiten curar Los dos obedecieron. El león mató de un
muchas enfermedades, pero siempre que se zarpazo a la paloma. El erizo sacó una fina espi-
mezclen con un poco de seso de paloma. na de cactus que felizmente llevaba consigo, y
—¿Estarías dispuesto a sacrificar un poco de se pinchó con ella varias veces. Brotaron cinco
tu sangre por mí? gotas de sangre, que el león se apresuró a
—Por supuesto, si eres tú quien me lo pide recoger de un lengüetazo, y después se tragó
—respondió el erizo. la cabeza de la paloma.
El león ordenó entonces que le quitaran las Las patas del animal sanaron sin que nadie
vendas, pero estaban tan bien cosidas que nin- supiera nunca si la curación se debía al reme-
guno de los animales presentes logró hacerlo. dio aconsejado por el erizo. Una vez en pie, el
Al día siguiente, el gorrión tuvo una idea. león quiso vengarse del chacal. Se lo cruzó en
Llenó su pico de agua y la derramó encima de el campo unas semanas más tarde. Dio un
las vendas. Hizo muchos viajes entre la cueva y salto para devorarlo, pero sólo logró atraparle
el ued* para mojar bien el cuero, que acabó un pedacito de cola.
por ceder. Pudo entonces coger los hilos y cor- —A partir de ahora, te reconoceré entre
tarlos. Luego lo ayudaron a desenrollar las tiras todos gracias al trozo de cola que te falta
y a liberar sus patas. —rugió el león.
—Me siento mejor, pero aún me duele Al día siguiente, dio la orden de juntar a
—dijo el león antes de darle las gracias al gorrión. todos los chacales de la región. No bien se
Como estaba muy cansado, el rey de los enteró de esto, el chacal que tenía la cola cor-
animales se concedió un poco de reposo. tada dijo a sus congéneres:
83
—El león está buscando un chacal que tiene
la cola muy larga. Me han dicho que su inten-
ción es matarlo. Aquellos que quieran escapar
a la muerte deben imitarme y sacrificar un
trozo de cola.
Eso fue lo que hicieron todos los chacales. El
león se vio entonces ante la imposibilidad de
reconocer a aquel que tanto daño le había
hecho y renunció a su venganza.
84
24. Cuatro, cinco o seis
i
Argelia
Los únicos que no saben contar hasta cinco son los asnos.
disgustado, le dio al asno con los talones y se
B aha se había levantado al amanecer para ir
al zoco.* El día anterior, su tío le había
dado dinero para que comprara cinco asnos.
fue a la izquierda y a la derecha antes de mirar
hacia atrás, sin vislumbrar al asno que faltaba.
Partió a pie, llevando consigo un poco de pan De pronto vio a un felá* y le pidió ayuda.
y algunas aceitunas que se fue comiendo por el —He comprado cinco asnos en el zoco y
camino. Al llegar al zoco, pidió un té a la acabo de perder uno —le explicó tristemente.
menta. El felá contó en voz alta.
Había muchos animales para vender. —Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis. ¿Has
Ovejas, cabras, asnos, mulas, dromedarios y contado el asno en el que estás montado?
caballos estaban juntos y sufrían, como los —No —respondió Baha—, pero ¿cómo
hombres, por el calor agobiante, el polvo y las puedes encontrar seis si sólo he comprado
innumerables moscas. Baha pasaba de un cinco?
grupo de asnos a otro y se detenía a mirar los —Simplemente porque tú eres un asno
que le interesaban. Cuando elegía uno, le entre los asnos —dijo irónicamente el felá ale-
pedía al mercader que abriera la boca del ani- jándose.
mal para ver en qué estado se encontraban sus Avergonzado, Baha siguió su camino con
dientes. Luego regateaba el precio durante un los animales y no le contó a nadie lo ocurrido.
buen rato.
Al mediodía, Baha poseía cinco asnos jóve-
nes y robustos, y con ellos se alejó del zoco
muy satisfecho. En el camino de regreso, se
sintió cansado. Montó sobre una de las bestias
para descansar. Al cabo de un rato, tuvo la ≥
impresión de que le faltaba un asno. Contó los
animales: uno, dos, tres, cuatro. Faltaba uno.
Volvió a contar y le seguía faltando uno. Muy
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25. Las pruebas
o
Túnez
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Youssef había cogido una pequeña liebre —Para obtenerla debes pasar tres pruebas.
para cenar. Abrió su bolsa y se la ofreció a la —¿Cuáles, Majestad?
lechuza. El pájaro se arrancó una pluma con el —La primera consiste en separar granos de
pico y se la dio a su benefactor. trigo y de cebada que han sido mezclados
—Si quieres obtener mi ayuda, quema esta —explicó el sultán—. Dispondrás de una
pluma. noche para hacer dos montones diferentes. Al
—Gracias —le respondió el muchacho, que amanecer, un guardia vendrá a ver si lo has
aquella noche debió conformarse con unos logrado.
pocos dátiles. Al caer la noche, Youssef fue conducido
Una tarde, pasó delante de una colmena. hasta un patio aislado del palacio en cuyo cen-
Las abejas no tenían nada que comer. Les dio tro habían derramado las semillas que había
un recipiente con miel y recibió a cambio el que separar. Varias antorchas iluminaban el
aguijón de una de ellas. lugar. El muchacho se estremeció al ver la enor-
—Cuando lo quemes, sabremos que necesi- me cantidad de granos. Pero ya era tarde para
tas nuestra ayuda. echarse atrás y puso manos a la obra. Muy rápi-
Youssef siguió viajando varias semanas más damente se dio cuenta de que le sería imposi-
antes de llegar a una gran ciudad. Era la capi- ble cumplir con su cometido en una sola
tal de un reino cuyo sultán* deseaba casar a su noche. Abandonó su trabajo y se puso a pensar.
hija. Para obtener la mano de la princesa, De pronto se acordó de las hormigas.
había que pasar varias pruebas muy difíciles. Si Desanudó el pañuelo en el que se encontraban
el infeliz pretendiente fracasaba, era decapita- las patas que le habían dado. Cogió delicada-
do. Varios jóvenes habían sido ya decapitados mente una entre el pulgar y el índice, la acercó
en la plaza del palacio real. Esto no desanimó a a una antorcha, dudó un instante y sin creérse-
Youssef, quien se presentó ante el soberano. lo demasiado la quemó. La llama se avivó.
—Vengo a pediros la mano de vuestra hija Creció y creció hasta producir mil destellos
—dijo, haciendo una reverencia. cegadores. Youssef se sintió temeroso y mara-
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villado al mismo tiempo. De pronto la llama elevaron produciendo una humareda de la que
volvió a ser la misma de antes, mientras el surgió la mona. Youssef le indicó lo que desea-
suelo del patio se cubría de hormigas. Youssef ba. La mona batió palmas y surgieron cerca de
les explicó lo que quería. De inmediato comen- un centenar de monos, cada uno más ágil que
zaron a separar los granos. Eran tantas que el el anterior. Treparon a las palmeras y termina-
trabajo avanzó muy deprisa. Cuando ya todo ron la cosecha en pocas horas.
estuvo listo, las hormigas se marcharon sin Al día siguiente, el sultán felicitó al joven, y
despertar al muchacho, que se había quedado después le habló de la tercera prueba.
dormido. Al amanecer, un guardia lo despertó —Deberás cubrir de blanco todos los teja-
sacudiéndolo. dos del palacio durante la noche —le dijo.
—Al sultán le sorprenderá saber que has No bien se hubo ocultado el sol, Youssef
pasado la primera prueba —le dijo. quemó la pluma de la lechuza, que se posó
Algunas horas después, Youssef fue recibido inmediatamente a su lado. Le dijo lo que que-
por el monarca. ría el sultán. El pájaro ululó un buen rato y sus
—Te felicito por lo que has hecho —le dijo—. congéneres surgieron por millares. Cuando se
La segunda prueba consiste en cosechar los enteraron de lo que se les pedía, depositaron
dátiles en el gran palmeral real que se encuen- sobre los tejados del palacio las plumitas más
tra al sur del palacio. Dispones de todo el día blancas de su plumaje. Eran tan blancas que, al
para realizar esta tarea. Un guardia te conduci- despertar, la familia real tuvo la impresión de
rá al palmeral e irá a buscarte al atardecer. que había estado nevando toda la noche.
Una vez que se encontró solo, el muchacho —Eres muy bueno —declaró el sultán—.
recogió algunas palmas2 secas e hizo una Puesto que has triunfado en las tres primeras
pequeña hoguera. Arrojó a las llamas la mata pruebas, has salvado el pellejo. Te concedo la
de pelo de la mona. Las llamas crecieron y se mano de mi hija. Pero sólo será tuya si logras
reconocerla durante una fiesta que organizaré
2. Hoja de la palmera. mañana en tu honor. La princesa estará entre
90
las mujeres de mi familia y todas llevarán el posarse sobre la misma cabeza. Luego salió
mismo velo y las mismas ropas. volando y desapareció. El muchacho se acercó
Youssef hizo una reverencia ante el monar- a la princesa y la designó ante el sultán.
ca y se retiró al aposento que le habían atribui- —He aquí vuestra hija, Majestad —le dijo.
do en una de las dependencias del palacio real. —En efecto —dijo el padre, sonriendo—.
Encendió una vela, cogió el aguijón que con- Vas a convertirte en mi yerno.
servaba en un pañuelo y lo quemó. Apareció Las bodas se celebraron el mes siguiente y
una abeja. las festividades en la capital duraron siete días
—Te escucho —le dijo. y siete noches. Al único amigo de Youssef que
—Tienes que encontrar a la hija del sultán quedaba vivo le avisaron demasiado tarde para
entre todas las mujeres con velo que participa- poder asistir al casamiento. No pudo visitarlo
rán en la fiesta de mañana. hasta el año siguiente. Se sintió tan bien en la
—Voy a pasearme discretamente por el capital que terminó instalándose allí y se casó
palacio para reconocerla. Y mañana, me posa- con una prima de la princesa, sin tener que
ré sobre su cabeza para indicarte cuál es —le someterse a las mismas pruebas que Youssef.
dijo el insecto.
Al día siguiente, el muchacho pidió al sultán
la autorización para subirse encima de los sillo-
nes del gran salón para poder ver a todos los
asistentes. La orquesta comenzaba a tocar
cuando la abeja pasó zumbando al lado de ≥
Youssef. Éste la siguió con la vista y vio que se
posaba sobre el velo que recubría la cabeza de
una de las mujeres. Ésta debió de sentirla, pues
la espantó con la mano. La abeja revoloteó
unos instantes sobre los invitados y volvió a
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26. El cazador perspicaz
o
Túnez
94
pesaba dos libras,1 y le pidió que la preparase. dónde está el gato, o reconoces que esto es un
Luego salió. gato y me dices dónde está la perdiz. Estarás
La mujer puso el ave en el fuego y la prepa- de acuerdo en que si el gato se la hubiera
ró. Cuando ya estaba lista, cogió el muslo y se comido, pesaría cerca de cuatro libras.
lo comió. La carne estaba sabrosa. Se comió el —¡Que Alá* me cubra de vergüenza! —res-
otro muslo, y luego las dos alas, y acabó por pondió la mujer agachando la cabeza—. Me la
comérsela toda. he comido yo. No pensé que pudieras ser tan
Cuando su marido regresó, le sirvió sólo un perspicaz.
plato con cuscús.* El cazador no hizo ningún comentario. Pero
—¿Y dónde está la perdiz? unas horas después repudió* a su mujer.
—La preparé y cuando ya estaba lista la dejé
sobre una fuente. Mientras estaba preparando
el cuscús, el gato se la comió.
—¿Dónde está ese animal? —preguntó el
hombre.
—Durmiendo, en la cocina.
El cazador se levantó, cogió la balanza con
la que solía pesar los animales que cazaba y ≥
puso el gato encima de ella. El animal era
joven. No pesaba más de dos libras, es decir,
igual que la perdiz.
—Estamos frente a dos hipótesis —dijo el
marido con el gato en la mano—. O esto es
una perdiz de dos libras y ya me explicarás tú
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27. El chacal y el erizo
i
Argelia
98
Los dos compadres fueron hasta una granja —No me has esperado —dijo el chacal sor-
vecina en la que había un aljibe. prendido.
—¿Y cómo haremos para beber? —pregun- —Prefiero salir ya.
tó el chacal. Ni que decir tiene que el chacal no halló ni
—Hay que bajar hasta el fondo del pozo cabras ni corderos en el fondo del aljibe.
—dijo el erizo—. Te enseñaré. Mira, basta con —¿Y cómo hago ahora para volver a subir?
sentarse en uno de los dos cubos. Cuando uno —preguntó.
baja, el otro sube. Cuando yo esté abajo y haya —Ya te sacarán las mujeres de la casa cuan-
terminado de beber, te llamaré. Entonces tira- do vengan a buscar agua —respondió el erizo
rás de la cuerda para hacerme subir. antes de marcharse.
Ya en el fondo del aljibe, el erizo bebió hasta Eso fue, en efecto, lo que ocurrió. Subieron
saciarse. Luego dio voces: al chacal creyendo que el cubo estaba lleno de
—¡Ea, amigo! Ya he bebido lo suficiente. agua. Al verlo, se pusieron a gritar, y la mayor
Súbeme. le zurró con un palo antes de que el animal
—Quédate donde estás —le respondió rien- lograra escapar. Luego se topó con el erizo,
do el chacal. que estaba segando el trigo.
Entonces el erizo se puso a contar: —¿Has podido beber lo suficiente? —le pre-
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco… guntó este último.
—¿Qué estás contando? —¡Sí! Pero de paso también me zurraron.
—Los corderos y las cabras que hay a mi —Lo esencial es que sigues vivo.
alrededor. —¡Tengo hambre! —dijo, quejándose, el
—¡Ahora mismo voy para allá! —exclamó el chacal.
chacal saltando muy deprisa en el segundo cubo. —Yo también.
Como era más pesado que el erizo, bajó Y salieron juntos a cazar. Poco después, vie-
muy fácilmente, haciéndolo subir al otro. Los ron un cordero en un campo. Como no había
dos compadres se cruzaron. ni pastor ni perro en los alrededores, el chacal
99
lo atacó y lo mató. Devoró toda la carne que
pudo, y después se echó en una fosa para
hacer la digestión. El erizo se puso a comer,
pero dejó algo para el día siguiente. Guardó un
poco de grasa de cordero de reserva entre sus
púas.
A lo largo de la semana siguiente, los dos
compadres no hallaron ninguna presa. El erizo
cogió entonces un poco de lo que había guar-
dado.
—¿Qué puedo hacer para calmar el ham-
bre? —dijo el chacal plañidero.
—Yo busco entre mis púas. Tú debes buscar
en tu estómago.
—¡Pero si lo tengo vacío!
—Y, sin embargo, ¡bien lleno estaba el otro
día! —le respondió el erizo con ironía.
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28. La mujer, el asno
y el chacal
n
Marruecos
102
—Es el absceso de mi pata, que se ha reven- a ese animal y traérmelo si no quieres que te
tado —explicó el chacal. apalee.
No bien se hubo comido la mitad del corde- El asno salió a buscar al chacal mientras la
ro, suspiró nuevamente de satisfacción. mujer regresaba a su casa. Era su día de suerte,
—¿Quién llama? —preguntó la mujer. ya que lo vio al día siguiente en el campo. Lo
—El primo de la mitad —respondió el cha- siguió hasta su madriguera, se echó delante de
cal mientras seguía comiendo. la entrada y se hizo el muerto. Al salir, la mujer
Cuando hubo terminado, se relamió y, har- del chacal exclamó:
tado, lanzó un ruidoso suspiro. —¡Alá* es grande! Nos envía con qué ali-
—¿Quién me está llamando? —volvió a pre- mentar a nuestros pequeños.
guntar la mujer. —Hay que esconder esta carne cuanto
—Nadie —dijo el chacal riéndose a carcaja- antes si no queremos que nos la roben —dijo
das—. Soy yo, muy satisfecho por el festín que el chacal.
tan gentilmente me has ofrecido. —Voy a atarte la cola a la del asno y sólo
Y sin esperar más, saltó del cesto y huyó. La tendrás que tirar de él para ponerlo a buen res-
mujer se fijó en los dos cestos y se dio cuenta guardo —le propuso su mujer.
de que su vasija estaba vacía y su cordero El chacal asintió. Apenas la hembra hubo
había desaparecido. anudado las dos colas, el asno se puso de pie y
—Ese maldito animal —exclamó enfureci- salió al galope, arrastrando tras de sí al chacal.
da— se comió todo lo que llevaba para mi hija. Así llegó rápidamente a casa de su ama. Ésta lo
¿Cómo voy a llegar con las manos vacías? No felicitó, y después desató al chacal y lo molió a
me queda más remedio que dar media vuelta. palos, de tal manera que éste acabó con todo
Y luego, dirigiéndose al asno, dijo: su pelaje ensangrentado. Aun así, el animal
—Todo esto es culpa tuya. Si no me hubie- logró escapar, más muerto que vivo, y se diri-
ras pedido que pusiera al chacal en el cesto, gió a su madriguera. En el camino, se topó con
nada de esto habría ocurrido. Debes encontrar su mujer, que estaba buscándolo.
103
—Por Alá —le dijo ella, que no lo había
reconocido—, tú, que llevas un caftán* rojo,
¿no habrás visto a mi marido atado a la cola de
un asno?
—A tu marido lo tienes delante de tus nari-
ces —murmuró el chacal, antes de caer desma-
yado.
En cuanto a la mujer, como no tenía con
qué comprar la mantequilla y el cordero, tuvo
que esperar varios meses antes de volver a ver
a su hija.
104
29. El marido
y sus dos esposas
o
Túnez
106
30. El garbanzo mágico
i
Argelia
108
Mientras tanto, el rico terrateniente andaba mano de cobre que brillaba al sol y dio tres
buscando su garbanzo mágico. «¿Dónde pude fuertes golpes.
haberlo dejado?», se preguntaba mientras El muchacho había salido. Como acababa
recorría su propiedad con los ojos clavados en de casarse con una bella joven, fue ella quien
el suelo. Terminó por abandonar la búsqueda abrió. Observó atentamente los diferentes ar-
hasta el día siguiente. La pérdida del garbanzo tículos que le ofrecía el mercader, eligió unas
lo había perturbado tanto que pasó varias cintas bordadas de oro y preguntó cuánto cos-
veces delante del lugar donde debía encontrar- taban.
se su mansión antes de darse cuenta, horrori- —Vengo de un país en el que todo se paga
zado, de que ésta había desaparecido. con garbanzos —explicó el mercader.
—He visto salir volando tu mansión con el —¡Con garbanzos! —respondió sorprendi-
joven esclavo asomado a una de sus ventanas da la joven—. ¡Pero no tengo ninguno, y quie-
—le informó su mayordomo. ro estas cintas!
El terrateniente comprendió entonces que —Con uno solo bastaría, incluso uno muy
su esclavo había encontrado el garbanzo mági- pequeño, viejo y seco.
co. «Estoy seguro de que habrá vuelto a su —Recuerdo haber visto uno en el fondo de
país, y haré lo que sea para encontrarlo», se un cajón donde mi marido conserva pequeños
dijo. objetos inútiles. Si con eso basta, te lo daré.
Unas semanas después, disfrazado de mer- Y se fue a buscar el garbanzo, que entregó
cader ambulante, se embarcó en una nave que al mercader. Éste se lo agradeció, y se alejó
salía para el país de su esclavo. Al llegar, se rápidamente. «Al fin he encontrado mi bien
alojó en una posada, y a continuación recorrió más preciado», se dijo satisfecho, y disimuló el
la ciudad en busca de la casa que le había garbanzo bajo su lengua. Luego formuló un
robado el joven. Acabó por encontrarla. Se deseo:
acercó a su imponente portón de madera de —Quisiera volver a mi país junto con mi
cedro decorado con enormes clavos, levantó la casa y la mujer que allí vive.
109
Lo que pedía se cumplió inmediatamente. perdida en el mar y unas lágrimas brillaron en
Cambió sus ropas de mercader ambulante por sus mejillas. El perro, el gato y la paloma se
otras magníficas y se dirigió a la mujer, que no sintieron conmovidos por la tristeza de su
comprendía nada de cuanto ocurría. amo.
—Tu marido no es más que un ladrón —le —¿Quizá podamos hacer algo para ayu-
dijo—. Debes saber que durante mucho tiem- darte a encontrar a tu esposa? —propuso el
po fue mi esclavo y que se apropió de mi man- pájaro.
sión gracias a un garbanzo mágico que me El muchacho sonrió.
había robado y que tú, cándidamente, me has —Creo que se encuentra del otro lado del
devuelto. mar —dijo, antes de hablar del garbanzo
—Tú también eres un ladrón, puesto que mágico que debía recuperar si quería aprove-
me has raptado —replicó la mujer—. Amo a mi char sus poderes y sobre todo privar de ellos al
marido y hagas lo que hagas, le seré fiel. raptor de su bien amada.
Cuando el muchacho volvió, se encontró La paloma fue la encargada de buscar infor-
con la desagradable sorpresa de no encontrar maciones. Voló a través de los mares. Llegó a la
ni su mansión ni a su esposa. Unos vecinos le otra orilla y tardó varios días en encontrar la
contaron que un mercader ambulante, que mansión. Esperó hasta que la muchacha se
quería que le pagaran con garbanzos, había encontrara sola en una de las terrazas para
estado hablando con su mujer poco antes de posarse y hablarle.
que desapareciera la mansión. El infeliz com- —Vengo de parte de tu esposo —dijo el
prendió lo que había pasado y se sintió invadi- pájaro—. Está muy preocupado por ti y quie-
do por un profundo desánimo. Creía haberlo re que regreses con él. Para lograrlo, necesita
perdido todo. Pero en el jardín donde ya no saber dónde está escondido el garbanzo
quedaba ninguna huella de la casa, se encon- mágico.
traban aún su perro, su gato y una paloma —El hombre que me raptó lo conserva
mensajera. Se puso a acariciarlos con la vista debajo de la lengua.
110
Al volver, la paloma contó lo que había visto. —¿Es todo cuanto quieres? —inquirió el
—Si pudiera ir allí —dijo el gato—, podría ratón.
recuperar rápidamente el garbanzo. —Sí.
—¿Y qué te lo impide? —preguntó el perro. —¿Prometes dejarnos vivir en paz si te trae-
—No tengo alas como la paloma y le temo mos lo que pides?
demasiado al agua para ir nadando. El gato respondió afirmativamente. El ratón
—Pues te subirás en mi lomo y seré yo el se reunió con sus congéneres y les dijo lo que
que nade —propuso el perro. sabía. El más listo de entre todos fue designa-
Y así lo hicieron. Una vez que hubieron atra- do para llevar a cabo la misión. Fue hasta la
vesado el mar, el gato entró por una ventana cocina y metió la cola en un gran bote de
en la mansión donde estaba la muchacha pri- pimienta gris. Luego caminó por un largo pasi-
sionera. Vio que, durante su ausencia, los rato- llo que llevaba a los aposentos del propietario
nes se habían multiplicado muy deprisa. del garbanzo. Se desplazaba con mucho cui-
Esperó que llegara la noche, escondido bajo un dado para no perder demasiada pimienta por
sofá, y cuando todo el mundo se fue a dormir, el camino. Entró sin hacer ruido en la habita-
se puso a cazar. Mató un gran número de rato- ción, trepó a la cama, se acercó al rostro del
nes, y los abandonó allí mismo sin devorar ni hombre y le pasó la cola por la nariz. El hom-
uno solo. Su comportamiento intrigó a los roe- bre estornudó varias veces antes de expulsar el
dores. Uno de ellos, más valiente que los garbanzo, que salió rodando por el suelo de
demás, se atrevió a acercarse a él. mármol.
—Parece que no estás cazando para comer, De un salto, el ratón lo recogió y fue a lle-
sino simplemente para sembrar el terror —le várselo al gato. Sin perder tiempo en agradeci-
dijo. mientos, el felino corrió a juntarse con el perro,
—Estoy decidido a mataros a todos si no me que lo estaba esperando a orillas del mar.
dais el garbanzo que el amo de esta casa —¿Has logrado recuperar el garbanzo
esconde bajo su lengua —les dijo amenazante. mágico? —le preguntó.
111
—¡Por supuesto! —exclamó el gato dándo- El muchacho le abrió el vientre y recuperó el
selo. garbanzo. Lo limpió frotándolo con su túnica,
El perro se lo puso en la boca mientras el y pidió un deseo.
gato se le subía al lomo. Cruzaron nuevamen- —Haz que vuelva mi esposa bien amada y
te los mares en la dirección opuesta. Estaban constrúyenos una mansión más bella aún que
ya a punto de llegar cuando el perro, viendo su la de mi antiguo amo.
propio reflejo en el agua, creyó que otros Obtuvo inmediatamente lo que quería.
perros iban a atacarlos. Abrió la boca para Escondió con mucho cuidado el garbanzo
defenderse y el garbanzo cayó al agua. Un pez mágico en un lugar que sólo él conocía y vivie-
lo vio y se apresuró a tragárselo. De un salto el ron felices el resto de sus vidas.
gato clavó sus uñas en el cuerpo del pez y lo
mantuvo prisionero entre sus patas delanteras.
Sin ellas, le era imposible nadar y comenzó a
hundirse. El perro se dio cuenta de ello. Se
sumergió, cogió a su compadre por la piel del
pescuezo y lo sacó a la superficie. Luego se
puso a nadar, manteniéndolo fuera del agua, y
logró dejarlo sobre una playa de arena. ≥
Esperaron hasta estar secos y le llevaron el pez
a su amo, que los estaba esperando en compa-
ñía de la paloma.
—¿Lo habéis logrado? —preguntó el
muchacho.
—¡Sí!
—Pero ¿dónde está el garbanzo mágico?
—Se lo ha tragado este pez —le explicaron.
112
Glosario
©
Aduar: conjunto de tiendas de campaña As salam ou alikoum: «La paz en ti». Saludo
dispuestas en círculo por los árabes empleado a cualquier hora.
nómadas.
Atlas: cadena montañosa del norte de África.
Aid el Kebir: fiesta durante la cual los musul-
manes degüellan un cordero para recordar Bab Jedid: puerta nueva.
el sacrificio de Abraham.
Cadí: magistrado musulmán que cumple fun-
Alá: Dios para los musulmanes. ciones civiles, judiciales y religiosas.
Alikoum salam: «En ti la paz». Saludo emplea- Corán: libro sagrado de los musulmanes, pala-
do a cualquier hora del día o de la noche bra de Alá transmitida por Mahoma a través
para responder a «As salam ou alikoum». del arcángel Gabriel. Se compone de 114
113
capítulos. Es el fundamento de la religión Magreb (el Poniente): África del Norte
musulmana. (Marruecos, Argelia y Túnez).
Cuscús: comida típica magrebí, hecha con Mahoma (o Mohamed): el islam dice que es
sémola en grano y salsa, servida con carne el último profeta. Recibió la palabra de Alá
o verduras. escrita en el Corán gracias al arcángel
Gabriel.
Dote: suma de dinero que el hombre paga al
casarse a los padres de la novia en los países Meca (La): ciudad santa de Arabia Saudí a la
musulmanes. que van cada año millones de peregrinos
musulmanes.
Eunuco: hombre castrado que custodiaba el
Medina: en el Magreb, el casco viejo de una
harén (aposento de las mujeres en los países
ciudad, en oposición a los barrios más
musulmanes).
recientes, de origen europeo.
Felá: campesino.
Musulmán: quien profesa la religión de
Mahoma. Adepto al islam.
Gacela (cuerno de): pastel oriental en forma
de cuerno. Pastilla: plato marroquí a base de palomo,
dulce y con aromas de canela.
Islam: religión y civilización musulmanas. El
islam fue fundado en el siglo VII en Arabia Repudiar: echar a una mujer, rompiendo el
por Mahoma. contrato matrimonial. En los países musul-
manes, el hombre puede echar a su mujer
Kesra: pan redondo y chato. por propia decisión.
114
Sultán: rey.
Ued: río.
115
Jean Muzi Omar Emilio Sposito (traductor)
Jean Muzi nació en Casablanca. Tras pasar su Nació en Buenos Aires (Argentina). Reside
infancia en Marruecos, estudió Literatura, Cine desde hace muchos años en Francia, donde
y Artes Plásticas en París. Le encanta viajar y ejerce la docencia universitaria como profesor
conoce muy bien el mundo árabe. Tiene dos agrégé de Letras y Civilización Hispánica.
hijos. También es poeta.
Durante mucho tiempo concibió y dirigió
películas comerciales o pedagógicas. Hoy en
día se orienta hacia el cine documental.
Hombre de imágenes, también es amante de
las palabras. Sus actividades oscilan entre la
escritura y el cine. Ha trabajado mucho sobre
el cuento tradicional y sigue haciéndolo, escri-
biendo al mismo tiempo textos más persona-
les. Es un apasionado de la fotografía, el colla-
ge y el fotomontaje. ≥
Se encuentra con sus lectores en las biblio-
tecas, las escuelas o los institutos. Le encanta
intercambiar opiniones con éstos y leerles los
textos que acaba de escribir. El placer de leer
se mezcla con la necesidad de comprobar
las reacciones del público. Anima también
talleres de escritura. Varios de sus libros han
sido traducidos al español, al portugués y al
italiano.
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