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Puede interpretarse que la Edad Media resulta del choque de dos mundos

distintos: (a) del mundo romano; y (b) del mundo de los bárbaros germanos. Desde el punto
de vista político, esos pueblos se definen así: (a) los romanos se caracterizaron por el culto al
emperador, cabeza de gobierno y pontífice máximo, dueño y señor de su mundo, el Imperio; y
(b) los bárbaros germanos se caracterizaron por sus costumbres de tradición ancestral y
derecho consuetudinario, mediante los cuales el gobernante obtenía su poder por consenso.
Estas dos formas de organización política se conocieron como: (a) «forma descendente», en la
que es el gobernante quien dicta la norma; y (b) «forma ascendente», en la que la fuente
originaria del poder reposaba en la base. Los gobiernos «formalizados» desde la perspectiva de
las concepciones teocrático-descendentes asumieron un cariz monárquico, no constitucional y
de férreo control sobre sus súbditos. Los gobiernos «formalizados» desde la perspectiva de las
concepciones ascendentes, exhibían inclinaciones democráticas y representativas.
Ahora bien, aunque las formas teocrático-descendentes predominaron durante
toda la Edad Media, el germen del populismo y la idea de soberanía del pueblo, habían
aparecido, en el siglo XIII, cristalizadas por siglos de enfrentamiento entre papado e Imperio.
Un breve recorrido por la senda del desarrollo de la idea política teocrático-descendente
durante los siglos VII-XII, mostraría la intención del papado de ubicarse, en el plano político,
por encima del emperador, y la reacción de éste por deshacerse de la tutela papal a través del
concepto de Estado. El papado se manifestó como la representación del esquema teocrático-
descendente, toda vez que la institución pontificia era creación de quien había otorgado a Pedro
(¿?-67) los poderes para «atar y desatar» (Mateo 18:18-19) Los papas argumentaron que
Pedro había cedido su poder a Clemente (finales del siglo I), el primer obispo de Roma. Este era
el expediente que los legitimaba, ya que, según la teoría papal, los pontífices no se sucedían
unos a otros, sino que cada nuevo Papa ocupaba su cargo sustituyendo directamente a Pedro.
De tal suerte, se «hacía» que el cargo fuese lo importante y que quien lo ocupase fuera lo
accesorio. Siendo así, se conseguían dos objetivos: (a) afirmar la «eterna» monarquía de Pedro;
y (b) un accionar legitimado cuando se asumía el « cargo»
La principal ventaja del papado frente a los gobernantes, sus oponentes, era el
dominio que poseía en cuanto a lo que concierne al derecho romano, que articulaba al Oriente
bizantino y a los reinos occidentales emergentes y, sobre todo, al dominio y exclusividad
ejercidos conforme y según la Biblia en la versión de la Vulgata que traducía el lenguaje legal
romano.
En base a esta monopolización del derecho romano y de la Biblia, el Papa se
concebía a sí mismo como el único poseedor de la totalidad del poder, con lo cual reunía en sí
mismo una cierta forma de «Estado» Puesto que sus poderes derivaban del propio Jesucristo,
el Papa, en cierto modo, era ajeno a la comunidad, hallándose al margen y por encima de ella.
Nada le debía al cuerpo de creyentes que constituía la Iglesia. Ni su poder, que venía de Dios. La
comunidad, nada podía hacer para revocárselo. Por otra parte, considerando que el Papa tenía
el poder de «atar y desatar», cualquier poder individual venía a ser concebido como concesión
o gracia del Papa, y comportaba, entonces, una derivación del mismo poder papal. De tal
suerte, la argumentación basada en la Biblia, fue esgrimida para «crear» el concepto de
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soberanía entendido como sujeto de todo poder, aquél a quien sus súbditos no podrían
reclamarle nada, ya que, en su carácter de soberano, quedaba al margen y por encima del resto
de la comunidad.
En el contexto estrictamente romano, el emperador pasó de ser un príncipe a ser un
monarca que ejercía como Rey y sacerdote. Esto, fue enfatizado por el cristianismo, ya que a un
solo Dios en el cielo, le correspondería, obviamente, un único monarca en la tierra. La
teocracia se vio fuertemente impulsada por el traslado de la capital del Imperio a
Constantinopla, ya que en Oriente prevalecía la tradición de reyes-sacerdotes impuestos por la
divinidad. Como gobernante secular, la palabra del emperador era ley también en lo civil, y
como vicario de Cristo, y por ende responsable ante Dios de las acciones de su pueblo, lo era
también en cuanto a la doctrina: el «cesaropapismo»
Fue Justiniano (483-565) quien introdujo la idea de soberanía con argumentos
diferentes a los esgrimidos por el papado: la Historia, es decir el hecho del gobierno en sus
manos, la manifestación explícita de la teocracia, la coronación, en la que se convertía en
personaje sacro, por la cual proclamaba que todos los habitantes del Imperio eran súbditos
suyos.
La postura del emperador estribaba en que la Iglesia era, antes que nada, romana,
al igual que el Papa, y como tales, estaban bajo su jurisdicción, ya que él era el emperador de los
romanos. La posición del Papa era, en definitiva, la contraria: el Imperio era cristiano, y por lo
tanto, el emperador cristiano debía someterse a sus designios, ya que él era la cabeza de la
cristiandad institucionalizada en la Iglesia. El problema de fondo no consistía en una lucha
entre Iglesia y Estado o Imperio, sino en la pugna por el poder sobre un mismo cuerpo, entre el
gobernante clerical y el gobernante secular.
Frente a las propias tesis imperiales, fundamentadas en que por la coronación se
obtenía el poder directamente de Dios, el papado sostuvo que el poder del emperador no le
pertenecía, puesto que emanado de Dios, comportaba un favor de éste. Como representante de
Cristo en la tierra, el papado tenía, por derecho, la tutela, según el principio de auctoritas, de lo
secular, cuyo gobernante solamente tendría potestas [1]
El dominio que el emperador ejerciera conforme al derecho romano era
suficientemente grande y demasiado firme. También lo era su posición y el peso de la Historia,
como para que cristalizara la pretensión del obispo de Roma. De tal suerte, abandonó la puja
abierta contra Constantinopla y se centró en los reinados bárbaros de Occidente, recientemente
emergentes. Concibiendo un campo infecundo en el Imperio, puntualizó una teoría
cristocéntrica del poder según la cual sus manifestaciones, incluso las que conferían mando a
los reyes, descendían de Dios.

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[] Entre los romanos se dio una muy interesante separación entre auctoritas y potestas; quien tenía auctoritas
no necesariamente tenía potestas. En cambio, quien tenía potestas solía tener auctoritas. La potestas consiste en
un conjunto de facultades que son otorgadas a una persona de acuerdo con unas formalidades bien definidas.
Queda bien claro que la potestas es un poder que no emana de la condición personal del titular. Auctor es el que
está por encima de los demás por sus conocimientos, por su experiencia, por su comportamiento. La
auctoritas es algo que pertenece a la persona misma, algo incorporado biográficamente a la persona. Lo
propio de la auctoritas es dar consilium, es decir proporcionar aquello que la razón aconseja. Véase
Magnavacca, Silvia; Léxico técnico de filosofía medieval, op. cit., p. 164.
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El mundo romano occidental ya había renunciado a la idea de la política


ascendente que caracterizaba a la organización germánica. La ruptura de los lazos con el
pueblo, negando el derecho a elegir a su rey, lo convertía en súbdito sin legitimidad para
resistir. Los reinos occidentales también fueron influidos por la Vulgata y el derecho romano,
pero no contaban ni con la Historia como recurso, ni con la capacidad necesaria para oponerse
al venerado Pedro.
Para liberarse de la tutela de Bizancio, el papado recurrió a la llamada «Donación
de Constantino [(272-337)]», según la cual, sólo la graciosa concesión de Silvestre I (270-335)
permitió que el emperador siguiese ciñendo la Corona, pues, reconociendo la superioridad del
obispo como representante de Cristo, se la había entregado Constantino.
De admitir este documento, Constantino tendría dos opciones: (a) reafirmar el
carácter romano de su gobierno (lo que lo implicaba como depositario de un favor papal, y por
tanto sometido a él); o (b) negarlo (lo que lo implicaba como un mero reyezuelo griego
Aprovechando la devoción que Occidente le profesaba a Pedro, y la influencia que ejercía la
Vulgata, el Papa atrajo hacia su campo a la familia real franca [Pipino (715-768) y sus
sucesores] y, basándose en la «Donación», les «transfirió» la Corona Imperial, convirtiéndola
en su protectora. Con esta acción, el adversario bizantino vino a ser eliminado políticamente.
La diferencia esencial, vital para el papado, entre el bizantino, legítimo heredero de
la tradición imperial, y el nuevo emperador de los romanos, consistía en que Pipino sí aceptaba
el magisterio de la Iglesia en cuestiones de fe. En poco tiempo los reyes francos pasaron, hacia
el siglo VIII, de ser reclamados por el Papa en auxilio ante los lombardos, a apersonarse en
Roma para ser investidos, en ocasión de la Coronación de Carlomagno, hacia el año 800,
buscando legitimación para su nuevo poder.
Así fue cómo un pensamiento político abstracto se traspuso hacia el ordenamiento
legal, ya que los sucesores de Carlomagno aceptaron que el verdadero Imperio Romano sólo
podía obtenerse de manos del Papa. Con esta estrategia, el Papa se autoconfería cierto
primado: con el rito de la coronación y el ungimiento, aparecería intermediando entre Dios y el
rey. Se volvía, de tal suerte, superior a éste, en especial en cuanto el emperador, para acentuar
su estatus por encima del pueblo, se convertiría en «funcionario» de la Iglesia.
En una evolución posterior de la teoría política forjada por los pontífices, el
emperador llegó a ser tenido como simple miembro auxiliar de la Iglesia. Brazo armado cuya
función consistió en salvaguardar a la comunidad de creyentes y en reprimir el mal. Esta
inclinación papal quedó reflejada en la teoría de las dos espadas [2], según la cual, el Papa
poseía el poder temporal y el poder espiritual, por designio divino. Sin embargo, el poder
temporal le era concedido al emperador mediante la Coronación. En cuanto se refiere al mal a
reprimir por el emperador, la Naturaleza del mismo sólo podía definirla el pontífice, el único
con competencia en legislación doctrinal. Las leyes eclesiásticas, y aún más siendo el
emperador parte del clero, tendrían preminencia sobre las seculares, dado que la función de la

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[] Cuya formulación definitiva y más clara fue expuesta por Bonifacio VIII (1294-1303) en la Bula Unam Sactam
contra el rey francés Felipe IV (1268-1314), en una época tardía en la que el papado caía ya en decadencia. Fue con
Inocencio III (1198-1216) que la teocracia estuvo más cerca de ser llevada a la práctica en su totalidad.
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ley era hacer justicia. Dios era justicia, y el Papa, concebido como hacedor de las leyes
eclesiásticas, era su Vicario. Este papel, que también ejercieron los emperadores, lo
desarrollaban también los reyes. A ellos se les aplicaban los mismos postulados, con dos
diferencias principales: (a) no los coronaba el obispo de Roma, sino un obispo regular; y (b) en
el rito de la coronación se les situaba en un trono. En una sociedad como la medieval, tan afecta
a los símbolos, esto comportaba realzar su soberanía.
Se puede afirmar que en la Edad Media existió una verdadera hierocracia, un
gobierno sagrado. Co0nformado por el Papa como sucesor de Pedro, debía y podía dirigir a la
comunidad de creyentes, la Iglesia; el gobernante laico, rey o emperador, sólo era el auxiliar
armado del clero del que formaba parte y su función no era autónoma.
Ante este dominio que el papado tenía sobre la teoría política, la praxis, por el
contrario, se inclinaba claramente a favor del gobernante laico. El sistema de «Iglesia en
propiedad» Siguiendo el principio de concesión y gracia, los laicos, desde el señor feudal hasta
el emperador, construían parroquias, monasterios y sedes episcopales, creando los cargos, y
ejerciendo el derecho de designar a sus candidatos. El intento del papado de acabar con esta
peligroso cuadro, originaría la Querella de las Investiduras, en la que se puso de relieve la
impotencia del imperio en lo referente al derecho. Intentó defender su postura alegando el
derecho de la costumbre, a lo que el Papa se negó. La postura del papado consistía en que la
propiedad era consecuencia de la gracia divina y por tanto, jurisdicción del Papa, quien ante la
indignidad, podía incluso arrebatar propiedades. El intringulis se zanjó con una relativa victoria
del papado, pues no fue sino hasta el siglo XII que su proyecto consistente en que la iglesia en
propiedad pasase a ser iglesia bajo patronato o protección del laico, no se hizo realidad.
El campo secular, viendo la indefensión en la que sobrenadaba el Imperio en
cuanto a su relación con el Papa, comenzó a cultivarse, dado que hasta entonces la cultura
estaba circunscripta en manos eclesiásticas. Comenzaron las diatribas contra el papado. Su
fracaso se debió a que argumentaban en base a los mismos principios cristológicos que usaba
la cancillería papal. En el fondo, lo que los autores antipapales buscaban era un concepto que
delimitase terminantemente qué cuestiones pertenecían al campo temporal y cuáles al
espiritual, línea por demás difusa en tanto un poder como otro procedían de Dios. Lo que
necesitaban era crear una dicotomía en un espacio hasta ahora único. Reclamaban, tal vez sin
saberlo, un concepto de Estado, Concepto que llegó de la mano de Aristóteles (384 a.C-322
a.C), cuyo triunfo se debió a los avances en ciencias que mediante la observación y la
experimentación fueron centrando sus estudios en el fenómeno. En lo relativo al ser humano,
este fenómeno era el hombre, en contraposición a la visión cristocéntrica medieval según la
cual lo importante era el creyente. Con el bautismo, el hombre se renovaba, dejaba de existir y
se convertía en creyente partícipe de la divinidad. Otro aliciente para la aceptación de las teorías
aristotélicas fue la estructura interna de la sociedad, que se configuraba mediante principios
también ascendentes, encarnados en la celebración de asambleas populares y comunidades
aldeanas [3]

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[] El campesinado, más que mediante principios ascendentes, se organizaba de forma horizontal, sin jefes;
excepción hecha de los lazos de dependencia vasalláticos con los señores feudales. Estas formas organizativas, más
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Sabemos que por los principios aristotélicos, el hombre es un animal político que
como tal pertenece a la Naturaleza, y como ente político al orden civil. Estado, entonces,
conviene con un ente natural. Esto le confiere un carácter autónomo respecto a la Iglesia: el
Estado era resultado de una evolución natural, la Iglesia era directa creación de Dios. Igual que
la Naturaleza tiende al bien, el Estado, máxima expresión de la evolución natural, también
tiende al bien. Esa finalidad, ha de alcanzarse por medio de la ley. Los autores medievales
tomaron los postulados aristotélicos y los adaptaron al cristianismo. Santo Tomás, sintetizador
de su obra, añadió a la máxima aristotélica mencionada la afirmación de que el hombre es,
también, un animal social. El Estado, según Tomás, es una congregación de ciudadanos.
Siguiendo a Aristóteles, categoriza a los hombres en hombres como tales, por la ética, y en
ciudadanos, por la ley, y como para el Filósofo, el Estado es un producto de la Naturaleza y para
su funcionamiento no necesita elementos divinos. Es más, siendo un ente natural tendiente al
bien, cualquier interferencia de lo sobrenatural podría desvirtuar su contenido y alterar su fin.
La Iglesia, por su parte, es un producto completamente sobrenatural creado por Dios. Su única
función es la de complementar al Estado, cuya autonomía se define por su participación en la
divinidad. La ley positiva del gobierno temporal, deriva de la natural, y ésta a su vez de la divina.
Por consiguiente, la ley positiva es capaz de diferenciar el bien y el mal, y tiene poder coactivo. A
la Iglesia se le otorga la función de complemento del Estado en la medida en que gracia y
naturaleza dejan de entenderse como términos opuestos, y la dicotomía hombre/creyente deja
de ser tal. Con el bautismo, el hombre natural no desaparece, sino que es perfeccionado. De tal
suerte, la Iglesia, concebida como cuerpo de creyentes, perfecciona al Estado, concebido como
cuerpo de ciudadanos.
En suma, la idea teocrática-descendente supone que la divinidad crea la Iglesia,
que se divide en funciones: la espiritual, encabezada por el Papa, y la temporal, encabezada por
el poder secular del rey-emperador. Como el Papa es el Vicario de Dios, y el rey es persona
eclesiástica, lo temporal depende de los designios de lo espiritual, y se convierte en un auxiliar
de éste. Por el contrario, según la idea tomista, Dios crea dos órdenes: (a) el natural, de cuyo
seno surge el Estado encargado de lo temporal y compuesto de ciudadanos; y (b) el
sobrenatural, encarnado en la Iglesia y encargado de lo espiritual. La Iglesia es un
complemento del Estado, el ciudadano se perfecciona con el bautismo volviéndose creyente.
Ambos, Estado e Iglesia, son autónomos.
La creación de este concepto de Estado, permitió a Felipe IV (1605-1665) triunfar
en su querella con Bonifacio (1235-1303), pero todavía la Iglesia podía argumentar que
ciudadano y creyente eran una y la misma cosa, las dos caras de una misma moneda. Ante esta
posibilidad los autores «antipapales» avanzaron un paso más: Marsilio de Padua (1275-1342)
afirmó que los lazos entre la Naturaleza y Dios eran materia de fe, y por tanto, indemostrables.

que un apoyo a las concepciones ascendentes y al concepto de Estado como afirma Ullmann, son de hecho contrarias
al mismo, por cuanto rechazan el poder. A fin de cuentas, el poder descendente o el ascendente(demoliberalismo), no
deja de ser poder y como tal es utilizado por las élites para coartar la libertad de los oprimidos. Véase Ullman,
Walter; Historia del pensamiento político en la Edad Media (trad. Rosa Viloro Piñal), Editorial Ariel,
Barcelona, España, 1983.
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Para él, la gracia divina ni siquiera podía mejorar al Estado. Así, lo fundamental de su obra
estriba en que concluye con el principio de soberanía del pueblo: si la función del Estado y la ley
es proporcionar el bienestar en la vida, y los ciudadanos son los que se van a ver afectados por
ella, sólo estos tienen por derecho la capacitación para decidir la sustancia de esa ley. Es el
principio de la soberanía del pueblo, de la teoría ascendente del gobierno que afectará también
a la Iglesia: si la doctrina va a afectar a la vida de los creyentes, a estos, y no al Papa,
corresponde fijarla. El concepto de soberanía del pueblo implica que éste tiene el derecho de
sustituir legalmente a los gobernantes, porque si el rey tenía poder es porque se lo concedía el
pueblo.
Por el sistema aristotélico-tomista, el concepto de propiedad también se ve alterado.
La propiedad no es ya producto de la gracia divina, sino producto del trabajo. Las implicaciones
que esta renovación teórica tuvo en el plano de lo real fue frustrante pese a las pujas entre
gobernantes laicos y papado, a aquellos les resultaba más fructífero asentarse en el poder
reforzando sus lazos con el Papa, que arriesgarlo renovando la vieja unión con el pueblo. El
máximo intento de renovación fue el resucitar de la vieja aspiración del episcopado de
participar en la fijación de la doctrina. Estamos hablando del Conciliarismo, que no responde
al principio de soberanía del pueblo porque excluye a los laicos de las decisiones.
El resurgir de la teoría ascendente en el siglo XIII no fructificó en su momento,
aunque sentó las bases para su resucitar del siglo XVIII. Locke (1632-1704) y el
demoliberalismo, quizá no compartían los argumentos aristotélicos, pues para ellos el Estado
no es producto de la Naturaleza sino un ente artificial fruto de un contrato, pero sí eran
herederos del tomismo por el principio de soberanía popular. A los Estados regidos por la
teoría descendente, en la que sólo la Gracia concede a los súbditos algunos derechos, se debe
contraponer el modelo feudal inglés, según el cual, los vasallos tienen derechos como resultado
de los puntos del contrato. Estos derechos están tipificados en una ley de 1215. Esta ley creó el
concepto de Corona, en nombre de la cual se justificaba la resistencia al papado. Para el Locke,
el tipo de gobierno teocrático-descendente, solamente podría ser eliminado, en la medida en
que obstara a la acción legal, mediante una acción revolucionaria, mientras que el gobierno
caracterizado por el feudalismo [4], más compatible con la teoría ascendente, llevaría una línea
evolutiva y podría ser cambiado mediante un procedimiento pacífico.

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[] «Un tipo feudal de gobierno no era una cuestión doctrinal, ... se trataba de algo ... hecho por el hombre, jamás
disociado de necesidades prácticas, y en consecuencia dotado de una adaptabilidad, de un poder de acomodación
y de una flexibilidad que ninguna ideología pura puede exhibir. Ello puede incluso explicar(...)el carácter
gradualmente progresivo de las formas democráticas de gobierno ... han experimentado una evolución histórica
que arranca de la aparición original del gobierno feudal real» Véase Ullman, Walter; Historia del
pensamiento político en la Edad Media (trad. Rosa Viloro Piñal), Editorial Ariel, Barcelona, España,
1983, p. 219.

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