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2. La Neurodiversidad en la vida académica.
Cuando fui a la escuela, me preguntaron que quería ser de mayor. Yo respondí: "feliz". Me dijeron que no entendía la pregunta, y yo les respondí que ellos no entendían la vida. John Lennon.
 
Si te sentases a hablar con Lucas o cualquier niño neurodiverso y le preguntases por sus impresiones acerca del mundo académico en el que está inmerso, lo más probable es que te contase que se esfuerza mucho pero que no sabe qué tiene que hacer, cómo debe comportarse y por qué parece que no
 puede
 hacer nada bien. Lo cierto es que la vida académica de las personas Neurodivergentes es muy complicada, tanto para ellos como para sus familiares y educadores que simplemente se encuentran con un estudiante que no se comporta como ellos esperan. Con el objetivo de que te familiarices con la complejidad del proceso típico que experimenta un alumno o alumna con Neurodivergencia en cualquier institución educativa, he descrito mi propia experiencia como alumna con Necesidades Educativas Especiales en la universidad. Espero que mi historia sirva para que cualquier persona que trabaja con estudiantes Neurodivergentes comprenda un poco mejor lo que puede estar pasando por la cabeza de éstos y le ayude a actuar con cautela a la hora de emitir
 
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opiniones o aconsejar sobre ellos, sus capacidades o sus posibilidades académicas o profesionales.
La Universidad y yo.
Yo cursaba una carrera que me apasionaba (Magisterio) en un área que detestaba: la lengua. El hecho de que fuese lengua inglesa sólo aliviaba ligeramente mi calvario, ya que detesto las letras; y encima hiperactiva y disléxica, así que ir a clase suponía para mí lo mismo que si me pusieran una camisa de fuerza después de haberme espolvoreado con
 polvos picapica
.
 
Cada día, miraba el horario, buscando una asignatura que tratase sobre el cerebro y el aprendizaje para darme ánimos. Pero lo cierto, es que al menos el 50% de las clases eran de letras. Para mí, era muy extraño levantarme por las mañanas, cocinar algo de repostería, escuchar un programa de ciencia en la radio o ver un documental sobre neurociencia cognitiva, ir a trabajar un par de horas en la biblioteca como becaria y luego sentarme en el aula escuchando a aquellos profesores. Sinceramente, me sentía como si tuviese doble personalidad. De las clases de lengua e inglés mejor no hablar. Estaban fundamentalmente basadas en que: - el profesor hablara sin parar y nosotros copiáramos, en practicar
Speaking
sobre temas triviales (nunca nada de ciencia, por supuesto);
 
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- en hacer hojas de ejercicios en blanco y negro mega-aburridas; y - en realizar ensayos y composiciones que después nos entregaban corregidas. En toda la carrera, sólo se salvaron dos profesores de lengua: una docente que impartía lingüística y el profesor de inglés del último año, al que estaré eternamente agradecida por su apoyo e inspiración. Me acuerdo perfectamente que llegaba a la clase de lengua tipo: - primero, me pasaba unos 5 minutos examinando al profesor de turno para comprobar si tenía un grano, una mancha, llevaba puesto algo original o cualquier detalle que me ayudase a prestar atención; - después me tocaba pasar revista al resto de mis compañeros y luego ya no había mucho más que hacer.  A veces, hacía que miraba al profesor y realmente estaba realizando juegos para estimular la visión cambiando de enfoque o buscando alguna novedad en la pared en la que se proyectaban las transparencias. Recuerdo con total claridad como ese aburrimiento extremo me ayudó a desarrollar la propiocepción (sentido que nos permite tener conciencia del estado interno del cuerpo), ya que lo segundo que siempre hacía era: - averiguar si mi estómago hacía ruidos extraños; - comprobar si estaba sentada de forma apropiada; y - jugar a taparme los oídos y descubrir cómo cambiaban los sonidos y acciones psicomotrices parecidas.

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