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LOS CASOS DE DON
FRUTOS GOMEZ
(CUENTOS CORRENTINOS)
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36 cop
LIBRERIA Y EDITOWAL CASTELLVE S.A.
SANTA FE — ARGENTINA3
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NOIDNALNI
eeeveegese10 ‘VELAORO AYALA GAUNA
{donde Jehové actué como investigader, a euya pre-
gunta de “Cain... ;qué has hecho de tu hermano?” se
desconcerté el culpable y puso al descubierto su fal-
4a; otros se conforman con sefialar a Roe en razén de
su cuento “El asesinato de la calle Morgue” y son
muchos los que dan a Conan Doyle el mérito de ha-
ber sido, con Sherlock Holmes, sino el ereador por 1o
menos quien més contribuyé a popularizarlo.
, _. Con similar eriterio debemos sefialar que si tal
{ literatura no ha florecido entre nosotros, no ha sido.
noe falta de antecedentes ni de tipos que ‘pueda pe.
tagonizar esos Telates, ya que nuestro “rastreador”
aun el vulgar hombre de campo, tenfan él mismo po-
| Ger de observacién y un conocimiento empirico que
balanceaba el caudal cfentifico de Conan Doyle y que
Jos hacia capaces de tan hébiles razonamientos de-
duetivos como al morador de Baker Street.
Sarmiento nos ha dejado una excelente pintura de
los. mismes, protagonizdndolos en Calfbar, a quien
describe asi en su apariencia y sus métodos. “El “ras-
treador” es un personaje grave, circunspecto, cuyas
aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores.
Un robo se ha ejecutado durante la noche: no bien se
nota, corren a buscar una pisada del ladrén, ¥ encon-
trada, se cubre con algo para que el viento no la di-
sipe. Se llama enseguida al rastreador, que ve el ras-
tro, y To sigue sin mirar, sino de tarde en tarde, Si-
gue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra
en una casa, y sefialando-un hombre gue encuentra,
dice frfamente: “ste es”.El delito esta probado y
raro es el delincuente que resiste esta acusacién”.
LOS CASOS DE BON FRUTOS GomEZ u
El viajero francés/Ebelat se asombré por la ha-
bilidad de “un sujeto Ge-pura sangre “arribefia”, la-
cio el pelo, salientes los pémulos, torvos los ojos ala
Par que penetrantes y, para mas sefias, soldado viejo
¥ “milico” irreprochable” que fué capaz de decir,
viendo un remolino de pisadas:
—‘Han pasado seis caballos montados, quince
suelios y uma yegua madrina con un potrillo de seis
2 ocho meses”.
Expresé su admiracién por tal hecho al coronel
Villegas y éste le refirié que en un pueblecito de /
San Luis, en plena sierra, con calles cavadas en pie-
dra viva vié salir a Jos chicos de Ja escuela y cam-
biar sus impresiones después de andar despacio, por
un momento, escudrifiando la superfi del duro
granito: —“Allé va la mula del cura, decia uno. Paso,
hace una hora, agregé otro. —El receptor de rentas
hha ido a pasear a caballo. —Y el almacenero de la
esquina a pie. —Con botas. —Che, vete pronto a tu
casa, tu mamé aeaba de volver. —Calzaba alparga-
tas. — Si, sefior, esos pillos lefan todo esto en la roca
lisa tan féeilmente como leemos en los Lbros fruste-(
xfas que por Io general no son tan interesantes”. J
Estos cuentos tienen la pretensién de seialar un |]
rumbo para nuestros escritares. Los cueator te tie [/
cidt polictat-sorr-perfectainente posibles de desarro-
Har dentro de una atmésfera argentina y, entre los
ya publicddos, es grato indicar uno que pose origi.
nalidad y “suspenso”, pero es poco conocido por quic-
nes estan familiarizados con Jas aventuras de Ellery
Queen, el padre de Brown, Hercule Poirot, J. G. Ree-