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LA POLÍTICA QUE VIENE

(Eduardo Antonelli, economista, docente, investigador UNSa. Salta)

Luego de nuestros primeros años de democracia ininterrumpida, aunque con


varios y complejos problemas en todos los planos, desde el institucional al económico,
pasando por el internacional y sin dejar prácticamente ninguno de lado, los próximos
años requieren un cambio en la concepción en la forma de hacer política. En primer
lugar, los cambios rozan el propio terreno de las ideas, como debe ser, y en este sentido
lo primero a tener en cuenta es que no es cierto que la política se encuentre libre de
ideologías, valores, o como quiera llamársele a las diferentes formas de entender y
proponer respuestas en la vida política. Dicho de otra manera, las ideas de “izquierda” y
“derecha” no han desaparecido; pero en cambio, sí es cierto que ya no exhiben las
formas de antaño. En segundo lugar, la forma de hacer política no puede ya apoyarse
solamente en la declamación de algunos cuantos principios rectores, sino que debe
además proponerse un claro trabajo, si no en la disposición de la totalidad de las
respuestas que la sociedad demanda, sí de la mayor parte de las preguntas que deben
formularse para identificar plenamente la problemática de la sociedad.

En el plano de las ideas, la primera diferencia entre la concepción actual y la


antigua es que la política no es ya aceptada por la sociedad como una forma de disputa
en el sentido militar, con un ganador y un perdedor, sino más bien como un juego, en el
que el fair play, esto es, el juego limpio, es una condición excluyente, de modo que la
denostación y humillación del adversario se torna ahora inaceptable.

La segunda diferencia es que los eslóganes de antaño de la izquierda y la derecha


han perdido actualidad –por ejemplo, la izquierda ya no habla de la reforma agraria, ni
mucho menos de implantar soviets…- a la vez que las preocupaciones genuinas no
toman en cuenta tanto los instrumentos, como los objetivos de política: mejor educación
y calidad de vida, más que defender el proteccionismo, por ejemplo.

La tercera diferencia es que hay una menor dispersión entre las propuestas de la
izquierda y la derecha, lo que también significa que existe mayor cantidad de temas que
se comparten, lo que obliga a que las diferencias se exploren y trabajen más para ganar
la confianza y el apoyo del electorado. Esto, a su vez, implica que también existe un
mayor trade-off, o intercambio, entre ambas posiciones, como lo ilustra el caso de la
seguridad, que debe ser tenida en cuenta por todo el espectro político, porque si no el
electorado se inclina por el partido que mejores propuestas elabore sobre el tema.

Con respecto a la forma de hacer política, las rutinas tradicionales de las visitas a
los punteros en oportunidad de internas o elecciones generales y las charlas barriales
con propuestas abstractas y generalidades deben ceder paso a una tarea más sistemática
o menos espasmódica que además incluya un contacto real de la dirigencia política con
las necesidades concretas de la población y un trabajo orgánico y profesional en donde
se incorporen cuadros que deben estar en condiciones de tomar el relevo, cuando la
oposición gana el gobierno o de elevar propuestas de recambio cuando el partido está en
el gobierno.

La proliferación de nuevos partidos, muchos de los cuales se han nutrido de


políticos desencantados de sus partidos de origen, está en proporción directa de la
excesiva liviandad de las ofertas electorales y escaso trabajo de fondo, a la vez que los
frentes electorales muchas veces son el resultado de la necesidad de mantenerse, como
los aviones que agrandan su superficie para no perder sustentación. Si la analogía es
válida, deberíamos tener presente que las naves no solamente necesitan sustentación:
también necesitan motor para no andar a la deriva y seguir avanzando, y ese motor es el
trabajo cotidiano y sistemático que ya no puede estar ausente en las propuestas políticas.

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