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1 El primer libro de las Escrituras hebreas comienza con estas palabras: “En el
principio creó Dios los cielos y la tierra (o sea, todo el universo). La tierra,
indefinida y yerma, era un océano envuelto en oscuridad; pero el espíritu de
Dios se movía sobre las aguas…” (Génesis 1: 1-2) Pero ¿Quien o que es el
‘espíritu de Dios’?
2 La palabra hebrea para espíritu es ruaj que significa soplo y viento; en griego
se vierte cómo pneuma, que es un sustantivo derivado del verbo pneo y
básicamente expresa la acción de ‘respirar’ o de ‘soplar’, pero estos términos
también se emplean tanto en griego cómo en hebreo, para expresar o
representar a una fuerza vital capaz de producir efectos visibles. Así, las
palabras ruaj y pneuma se aplican indistintamente en las Escrituras, al espíritu
de una persona, al espíritu del mundo o la humanidad, y también al santo
espíritu de Dios. Por ejemplo, Jesús dijo en una ocasión a sus discípulos: “…
llega la hora… en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu
(pneumati) y en verdad, pues el Padre busca a los que así le adoran. Dios es
espíritu (pneuma) y los que adoran, deben hacerlo en espíritu y verdad”. (Juan
4:23-24)
7 Mediante su santo espíritu, Dios se deja hallar por los que sinceramente
desean conocerle y les guía hasta la verdad completa. Pedro escribe: “…debéis
saber que ninguna profecía de la Escritura proviene de una interpretación
personal, porque ninguna de las profecías vino nunca por la voluntad del
hombre, si no que los hombres hablaron de parte de Dios impulsados por el
espíritu santo”. (2Pedro 1:20-21) Y del mismo modo los libros de un escritor
nos descubren su espíritu, porque expresan sus pensamientos y nos transmiten
sus ideas y las emociones por él sentidas, la lectura de los libros inspirados por
espíritu Dios nos descubren a su autor, nos instruyen en sus designios y nos
inclinan a obrar en armonía con su voluntad. Dice Pablo que “…toda la
Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para convencer, para
corregir y para educar hacia la rectitud, para que el hombre de Dios sea
maduro y esté bien preparado para cualquier obra buena”, (2Timoteo 3: 16-17)
pues “…siendo el SEÑOR espiritual, su espíritu transmite libertad, y todos
nosotros podemos reflejar su gloria a rostro descubierto, cómo un espejo,
mientras el espíritu del SEÑOR nos va transformando en armonía con su
imagen, y vamos avanzando hacia una gloria cada vez mayor”. (2Corintios 3:
17-18)
8 Mediante su santo espíritu, Dios nos muestra que “Igual que por causa del
primer hombre, el pecado entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte
se extendió a todos los hombres, porque todos heredaron el pecado”,
(Romanos 5:12) Todas las personas nacen pues con tendencia al pecado y la
personalidad que desde su infancia desarrollan, va creciendo de acuerdo con el
espíritu del mundo que procede de ‘las potestades invisibles’ que lo
gobiernan, por esto no puede estar en armonía con el espíritu de Dios. Está
escrito: “Vosotros, por causa de vuestras transgresiones y pecados estabais
muertos, mientras caminabais de acuerdo a la conducta de este mundo,
sometidos al gobernante de las potestades invisibles, cuyo espíritu opera
sobre los obstinados que ahora rehusar creer…” (Efesios 2:13) Por esto: “No
améis al mundo ni a las cosas del mundo, porque en el que ama al mundo no
está el amor del Padre…” (1Juan 2:15) y “…aquellos a quienes les ha sido
predicada la buena nueva, deben considerarse muertos cómo personas de la
humanidad, para vivir una vida en armonía con el espíritu de Dios”. (1Pedro 4:
6)
12 Las cosas que nuestro espíritu adquiere a través de la enseñanza del espíritu
de Dios, nos conducen a la salvación, o sea, a la vida perdurable prometida,
aunque no solamente a nosotros, pues Jesús, comparando la enseñanza del
espíritu de Dios, al agua pura, dijo del que la tomaba: “…el agua que le daré, se
tornará dentro de él en una fuente de agua que mana para la vida eterna”;
(Juan 4:14) Por esto Pablo escribe: “…nosotros, que no hemos recibido el
espíritu del mundo si no el que viene de Dios, podemos entender las cosas que
él nos ha dado gratuitamente, y hablar de ellas, no en los términos que se
inspiran en la sabiduría humana, si no en los de la enseñanza que nos llega
del espíritu para poder expresar cosas espirituales en términos
espirituales”. (1Corintios 2:12-13)