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Marxismo Hoy nº 13
.......... Enero 2005
ASTURIAS: OCTUBRE1934
La Comuna Asturiana de 1934
La insurrección proletaria y la República
Índice
Presentación
La Comuna Asturiana de 1934, La insurrección proletaria y la República )Juan Ignacio Ramos)
La Comuna Asturiana en imágenes
Sobre la derrota de Octubre y sus enseñanzas (León Trotsky)
Las lecciones de la insurrección de octubre (Andreu Nin)
Derrotas desmoralizadoras y derrotas fecundas (Andreu Nin)
Octubre, segunda etapa (Federación Nacional de Juventudes Socialistas)
Bibliografía
Presentación
En estas fechas una gran cantidad de artículos, trabajos académicos y algunos libros han visto
la luz para conmemorar el acontecimiento. En su mayoría se trata de un tipo de material ya
conocido, que busca la equidistancia entre los protagonistas del hecho revolucionario y los
verdugos que aplastaron el movimiento insurreccional.
Así de "objetiva" se nos presenta la historia por parte de los profesionales de la "cosa". Pero
este tipo de enfoqué, un enfoqué al servicio de las ideas de la clase dominante, no busca
establecer las auténticas causas que llevaron a miles de trabajadores asturianos, y también de
otras regiones y nacionalidades del Estado Español, a protagonizar un levantamiento armado
contra el gobierno reaccionario que en ese momento gobernaba la república española. Mucho
menos extraer las lecciones de la insurrección y su derrota para comprender las tareas actuales
de los revolucionarios. Este enfoque dominante en la historiografía oficial quiere apuntalar la
leyenda de que los acontecimientos que se sucedieron en los años treinta, con el ascenso del
fascismo como telón de fondo, y confluyeron en la revolución y la guerra civil de 1936/39
constituyen una "tragedia" para los españoles, una lucha "fraticida" entre hermanos donde
todos perdieron por igual. Una forma, en definitiva, de revisión histórica fraguada durante la
transición para imponer el olvido sobre el levantamiento fascista del 18 de julio y los cuarenta
años subsiguientes de dictadura franquista. Y para lograr tal objetivo es necesario igualar en
responsabilidades a los representantes de un régimen de represión, fusilamientos, cárcel y
explotación, con aquellos que lucharon por liberarse de ese oprobio.
Hay muchos historiadores, "especialistas", y políticos decididos a imponer este silencio sobre
la memoria histórica. En la derecha son legión, pero en la llamada izquierda "moderna",
socialdemócrata, tampoco escasean. Recientemente hemos visto un ejemplo de esto en la
vergonzosa actitud del ministro de Defensa José Bono, respaldado por el gobierno del PSOE,
de hacer desfilar el Día de la Hispanidad a un fascista de la División Azul y a un viejo
republicano de la División Leclerq que participó en la liberación de París de la ocupación nazi.
De esta manera, en palabras del ministro, se sella la "reconciliación" entre españoles de "ambos
bandos". Para justificar este modo de hacer las cosas, esta indignidad despreciable de equiparar
a victimas y verdugos, el ministro no pierde oportunidad para resaltar en cuanta tribuna puede
lo bueno que era su padre, un antiguo jefe de la Falange en Albacete. Así se nos quiere
demostrar que el gobierno de los puños y las pistolas que cubrió de represión y sangre el
territorio ibérico durante cuatro décadas no era tan malo, pues albergaba a gentes de tanto
corazón como el padre del ministro. Y así, poco a poco, se va reconstruyendo la historia,
pariendo una visión de los acontecimientos que absuelve a la clase dominante de sus crímenes
y oculta los hechos a las jóvenes generaciones.
Frente a esta desfiguración del pasado, nuestra intención como marxistas es precisamente la
contraria: demostrar que la lucha de clases es el motor del desarrollo histórico y que los hechos
no suceden como consecuencia de la imprevisión del espíritu humano.
.
Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 13
.......... Enero 2005
ASTURIAS: OCTUBRE1934
La Comuna Asturiana de 1934
La insurrección proletaria y la República
En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la
república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, es un mal que se transmite
hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase.
El proletariado victorioso, lo mismo que hizo en la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente
los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y
libres, pueda deshacerse de todo este trasto viejo del Estado.
Federico Engels, en el vigésimo aniversario de la Comuna de París,
Londres, 18 de marzo de 1891.
La historia de los años treinta en el Estado español es la crónica de la revolución proletaria y la
contrarrevolución burguesa. Todos los acontecimientos que se sucedieron desde los años veinte y que
cristalizaron en la guerra civil —la forma más aguda que puede adoptar la lucha de clases— ponían de
manifiesto los intereses irreconciliables de capitalistas y terratenientes, de la casta militar y eclesiástica
con los de millones de campesinos y proletarios. Todos los regímenes políticos que se sucedieron,
estaban condicionados por este hecho.
La burguesía buscó desesperadamente, en todo este período histórico, formas de dominación que
le permitiesen contener la marea revolucionaria que se les venía encima. Lo intentaron primero con la
dictadura de Primo de Rivera y, posteriormente, sacrificando la odiada monarquía de Alfonso XIII por la
República; pero a lo que nunca renunciaron, y ahí radicaba el problema esencial, fue a mantener la
mano firme sobre sus propiedades, sobre la tierra, las fábricas y la banca, a imponer a los trabajadores
y los campesinos famélicos su régimen de explotación, sus jornales de miseria y hambre, sus jornadas
de sol a sol. Apoyándose en la Iglesia católica y la casta militar, la oligarquía española no pretendía
renunciar a ninguno de sus privilegios y era consciente, sobradamente consciente, que ello le llevaba a
un enfrentamiento decisivo con el movimiento obrero.
La clase dominante española toleró las formas democráticas como un mal menor, siempre y
cuando el poder económico, y por tanto el político, siguiesen estando firmemente bajo su control. En la
medida que el traje del parlamentarismo democrático burgués fue incapaz de servir a este objetivo, la
burguesía no vaciló en desprenderse de él y adoptar los métodos del golpe militar, la guerra civil y el
fascismo. Toda la palabrería acerca de la democracia, libertades cívicas, elecciones, sufragio
universal, fue arrojada al basurero y reemplazada por otras más afines: cruzada anticomunista, orden,
propiedad, patria, censura, cárceles, fusilamientos...
La experiencia histórica de la revolución española demostró que ningún régimen político puede
sustraerse de las relaciones sociales de producción que lo condicionan y determinan su naturaleza. La
República proclamada el 14 de abril de 1931 no trastocó los límites de la propiedad capitalista. Como
reflejo del ascenso de la lucha de clases y de las enfermedades que corroían al capitalismo español, la
República despertó las esperanzas de una vida mejor para millones de personas oprimidas durante
generaciones. Las ilusiones en la democracia y en un cambio fundamental en sus condiciones de
existencia, florecieron en todos los rincones del país. Pero estas ilusiones no tardaron mucho en
marchitarse. Para los oprimidos del campo y la ciudad, la República no trajo grandes cambios en sus
condiciones de vida, mientras mantenía lo esencial del dominio terrateniente y capitalista de la
sociedad.
El primer gobierno de conjunción republicano-socialista dio paso, tras las elecciones de noviembre
de 1933, a otro de los radicales de Lerroux cuya política, en realidad, la dictaban los diputados de la
CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas).
El agrupamiento derechista de la burguesía española liderado por Gil Robles, consciente de la
irremediable escalada del movimiento obrero y la incapacidad de la República para contenerla,
desbrozó el camino para imponer un régimen de corte fascista que aplastase a las organizaciones
obreras y la capacidad combativa del proletariado. Toda la obra contrarrevolucionaria cedista tanto en
el terreno legislativo como en la realidad de la lucha de clases, encontraba su sintonía con el triunfo de
Hitler en Alemania y Dolffus en Austria. La amenaza de un triunfo similar en el Estado español era tan
real como reales eran los discursos de Gil Robles y otros destacados líderes de la CEDA a favor de un
régimen de ese tipo.
La insurrección obrera del 5 de octubre de 1934 vino a cortar esta perspectiva de consolidar un
Estado fascista mediante la utilización de los mecanismos del parlamento burgués. Fue la insurrección
armada en Asturias y el frente único de la izquierda a través de las Alianzas Obreras, lo que desbarató
todos los planes de la CEDA. Sin este ensayo previo, difícilmente puede entenderse la resistencia al
fascismo con las armas en la mano durante los tres años de guerra civil y revolución social, una
diferencia cualitativa con lo acontecido en Italia, Alemania o Austria.
La proclamación de la República
En la crisis del régimen monárquico pesaron más los intereses de clase de la burguesía que el
mantenimiento de una reliquia política heredada del pasado pero inservible para la nueva situación.
Este fenómeno no supone ninguna novedad. Durante la revolución rusa de febrero de 1917, muchos
de los políticos más venales y comprometidos con el zarismo, observando el colapso del régimen y el
empuje de las masas, no dudaron en abrazar el nuevo régimen republicano para salvar el pellejo y
seguir manteniendo el poder en sus manos. Lo mismo ocurriría en los años de la llamada transición
española, cuando centenares de destacados prohombres de la dictadura franquista se convirtieron,
obligados por las circunstancias, en demócratas de toda la vida.
Tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera, el jefe del cuarto militar de Alfonso XIII,
Berenguer, fue encargado de salvar la monarquía y de paso a la oligarquía. En el mes de febrero de
1930 el nuevo gobierno militar estaba conformado con representantes de la aristocracia, el clero y el
ejército. Pero esta prolongación formal de la vida del régimen no ocultó su crisis terminal.
En las filas de la burguesía las divergencias sobre el rumbo de los acontecimientos crecían día a
día. Como siempre ocurre en estos períodos de crisis, un sector abogaba por la represión y el palo,
mientras otro, el más sutil e inteligente se inclinaba por la reforma. A su manera, ambos sectores
tenían razón y se equivocaban. Las concesiones políticas provocarían un auge del movimiento
reivindicativo, y el mantenimiento de la opción represiva tampoco resolvería la crisis y la contestación
social. Ante la gravedad que adoptaban los acontecimientos, una mayoría de los políticos burgueses
del régimen se inclinaban por calmar a las masas respaldando una salida "democrática". De esta
manera individuos que habían desarrollado su carrera política reprimiendo las luchas obreras y
sirviendo fielmente a la monarquía se convirtieron de la noche a la mañana en republicanos y
demócratas. Individuos como Miguel Maura o el ex ministro monárquico Niceto Alcalá Zamora juraron
su adhesión a la República. Otros muchos siguieron su camino.
Paralelamente el movimiento de oposición que se extendía entre la clase trabajadora contagiaba a
sectores cada vez más amplios de la pequeña burguesía y los estudiantes. Siguiendo una tradición
muy arraigada, la política colaboracionista y vacilante de los principales líderes del PSOE y la UGT
permitió a los representantes de la pequeña burguesía republicana hacerse con el protagonismo del
momento y asumir la iniciativa. Para los teóricos del PSOE la tarea central del movimiento consistía en
aupar al poder a las fuerzas republicanas para acabar con los vestigios de la sociedad feudal y liquidar
políticamente la monarquía, estableciendo un régimen parlamentario y constitucional. La cuestión del
poder de las fábricas o la tierra quedaba en segundo término.
Paralelamente, la UGT y la CNT participaban en gran número de huelgas pero sus direcciones no
tenían una visión clara de los acontecimientos. Los líderes anarcosindicalistas, imbuidos de prejuicios
antipolíticos, actuaron en la práctica de forma similar a los líderes socialistas que difundían la
colaboración con los republicanos.
Las ilusiones de los líderes socialistas en la revolución democrático- burguesa eran tantas que la
alianza con los partidos republicanos se profundizó y cristalizó en el llamado Pacto de San Sebastián,
en el que se acordó un plan de acción para proclamar la República y constituir un gobierno provisional.
Los dirigentes del PSOE en colaboración con los republicanos, confiaron en los mandos militares
para el pronunciamiento, en lugar de organizar y preparar militarmente la insurrección en las fábricas,
tajos y latifundios. Este método conspirativo, que tanto gustaba a Indalecio Prieto, buscando la
participación de la oficialidad en lugar de la acción organizada de las masas de la clase obrera, tendría
consecuencias funestas en octubre del 34.
Para organizar el pronunciamiento, se estableció un Comité Ejecutivo con Alcalá Zamora, Miguel
Maura, Indalecio Prieto, Manuel Azaña. El movimiento obrero no pasaría de tener un papel auxiliar en
los planes trazados por la inteligencia republicano-socialista. Los líderes de UGT y PSOE, incluso de
CNT se limitaron a obedecer las decisiones de ese Comité Ejecutivo sin proponer ninguna acción
independiente. Aún así las huelgas generales crecían en cantidad y calidad, en Barcelona, San
Sebastián, Galicia, Cádiz, Málaga, Granada, Asturias, Vizcaya.
Por si había duda de los objetivos del movimiento, Manuel Azaña lo aclaró en el mitin del 28 de
octubre en la plaza de toros de las Ventas de Madrid: "una república burguesa y parlamentaria tan
radical como los republicanos radicales podamos conseguir que sea". Finalmente el Comité Ejecutivo
salido del Pacto de San Sebastián, transformado en el mes de octubre en Gobierno Provisional de la
República, fijó la fecha del alzamiento contra la monarquía para el 15 de diciembre. La falta de
determinación de los dirigentes, de coordinación, la ausencia de una ofensiva obrera en las ciudades
—escenario que guardaba muchas similitudes con lo acontecido en las jornadas del 5 y 6 de octubre
de 1934—, condenó el pronunciamiento al fracaso.
A pesar de todo, las perspectivas del régimen monárquico eran malas. Carente de base social,
incapaz de contener la radicalización de las capas medias y el movimiento obrero, Berenguer propuso
a comienzos de 1931 la celebración de elecciones legislativas, propuesta rechazada por el movimiento
obrero y los líderes republicanos y también por los sectores más perspicaces de la burguesía que no
estaban dispuestos a prolongar la agonía del régimen. La dictablanda de Berenguer, entró en crisis
definitiva. El rey, acosado, intentó remontar la situación con un gobierno urdido por el conde de
Romanones, gran terrateniente y plutócrata. El nuevo gobierno presidido por el almirante Aznar sólo
escribió el epitafio de la odiada monarquía.
En este contexto de extrema polarización, amplios sectores de la burguesía comprendían que el
final de la monarquía era cuestión de muy poco. El gobierno acosado intentó ganar tiempo convocando
para el 12 de abril elecciones municipales, con la esperanza de contener el movimiento de la oposición
y lograr el apoyo de los sectores republicanos al establecimiento de una monarquía constitucional.
Pero ya era tarde. Las ansias de acabar de una vez por todas con la monarquía, de alcanzar las
libertades democráticas, contagiaban a toda la sociedad. Incluso la CNT afectada por esta situación,
no pudo impedir que miles de militantes votaran a las candidaturas de la conjunción republicano-
socialista.
A pesar del fraude electoral y la intervención de los caciques monárquicos en las zonas rurales, el
triunfo de las candidaturas republicano-socialistas fue masivo en las grandes ciudades. El delirio de las
masas se desató en las principales capitales y ciudades del país, donde la República fue proclamada
en los ayuntamientos. En Barcelona Luis Companys, elegido concejal, proclamó la República desde el
balcón del Ayuntamiento. En Madrid, miles de trabajadores venidos de todos los rincones llenaban la
Plaza Mayor, la Puerta del Sol, todo el centro de Madrid. Finalmente, el gobierno provisional
republicano entró en la sede de Gobernación y a las ocho y media de la noche, Alcalá Zamora
proclamó la República.
Mucho se ha escrito sobre el carácter de la República española. Para cualquiera que quiera
entender las contradicciones que se desarrollaban en los años treinta, lo cierto fue que la burguesía no
tuvo más remedio que ceder el paso a la República, tratando de ganar tiempo y poder reestablecer una
correlación de fuerzas más favorable para sus intereses. La dictadura del capital se puede envolver en
formas políticas aparentemente diferentes, siempre que garanticen el dominio de la burguesía sobre el
conjunto de la sociedad. Obviamente, los marxistas preferimos la república democrática a la dictadura
policial o militar. Pero esta preferencia no es el producto de ningún fetiche hacia las formas políticas
burguesas, ni ninguna concesión al cretinismo parlamentario, tan común en los dirigentes reformistas
del movimiento obrero. La razón de esta preferencia es bien sencilla: en un régimen formalmente
democrático es más fácil hacer propaganda, agitar por las ideas del socialismo científico, y las
oportunidades para la organización revolucionaria de los trabajadores son mayores.
Aunque la República española de 1931 podía presentar estas ventajas democráticas, incluida la
elección parlamentaria del presidente de la República, el régimen social en el que se basaba era el
mismo que sustentaba a la monarquía alfonsina: la sociedad capitalista. Como Largo Caballero afirmó
en no pocas ocasiones, repúblicas hay muchas pero a los trabajadores sólo nos interesa la república
socialista, aquella que refleja un cambio radical en las relaciones de propiedad a favor de los
oprimidos. Para la burguesía se trataba en cambio de modificar el régimen político y garantizar lo
esencial: el dominio económico que le permitiese explotar a millones de campesinos y trabajadores y
garantizar sus privilegios.
La historia de la insurrección del 34 tiene mucho que ver con lo anterior. Aunque la forma política
republicana se mantenía, eso no impedía a la burguesía lanzar una ofensiva generalizada contra los
trabajadores y sus organizaciones. Vale la pena recordar este hecho para aquellos que desde la
izquierda, incluso desde posiciones presuntamente marxistas, colocan la reivindicación de república
como la consigna central para la clase obrera y la juventud. Una república, por muy democrática y
avanzada que sea, si mantiene intacto y ampara el dominio económico de la clase capitalista se
convertirá en un régimen hostil a los trabajadores y sus intereses. El ejemplo de la república francesa,
la república alemana o la república de los Estados Unidos es bastante elocuente.
La burguesía española se sumó al carro del republicanismo sembrando todo tipo de ilusiones entre
la población, ilusiones democráticas que también reflejaban el ansia de liberación social de las masas.
En la imaginación de millones de oprimidos triunfó la convicción de que la República traería reforma
agraria, buenos salarios, fin del poder de la Iglesia, derecho de autodeterminación… Pero la burguesía
tenía planes muy diferentes.
"El gobierno provisional republicano", explica Manuel Tuñón de Lara, "preocupado hasta la
exageración por las formas del derecho y el mantenimiento de las esencias liberales, fijó el
reconocimiento de la libertad de conciencia y culto, del derecho sindical y del derecho de propiedad
como piezas esenciales, así como el sometimiento de los actos gubernamentales a las cortes
constituyentes... España se encontraba en el umbral de un régimen de democracia liberal, mantenedor
del orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción y circulación, es decir, lo
1
que suele llamarse un régimen de democracia burguesa" .
Con este punto de partida, la experiencia del gobierno de coalición republicano-socialista y el
triunfo del fascismo en Europa fueron las mejores escuelas para que el proletariado español fuese
sacando conclusiones revolucionarias, en un proceso de radicalización ascendente.
Revolución democrático-burguesa
En el panorama político de 1931, el PSOE y la UGT constituían, junto con la CNT, los
destacamentos más importantes del proletariado y el campesinado español.
En el caso de la CNT su tradición revolucionaria la había colocado en el punto de mira de la
represión durante décadas. Este hecho unido a la política de colaboración de clases practicada por los
dirigentes del PSOE y la UGT, había permitido a la CNT agrupar a miles de trabajadores que se
consideraban revolucionarios y luchaban honestamente por el derrocamiento del capitalismo. Como
organización de masas, la CNT no pudo evitar que los acontecimientos de la lucha de clases
penetraran en sus filas y afectaran a sus cuadros militantes, poniendo en serias dificultades el control
anarquista sobre la organización.
La revolución bolchevique de 1917 conmovió profundamente las bases de la CNT, y en general del
movimiento anarquista y anarcosindicalista en todo el mundo. Una capa muy amplia de la militancia y
de los cuadros dirigentes atraídos por la revolución rusa oscilaron hacia el comunismo. Este hecho
quedó reflejado en la afiliación temporal de la CNT a la Internacional Comunista. Sin embargo, las
debilidades políticas del comunismo español y la degeneración burocrática de la Tercera Internacional
favorecieron el predominio del ideario anarquista, lleno de prejuicios hacia la participación en política y
cegado por una visión putschista de la insurrección. Todas las debilidades políticas del anarquismo
español se pusieron de manifiesto en la República, y de forma destacada durante la insurrección
proletaria de octubre del 34.
El PSOE y la UGT representaban la otra pata del movimiento de masas de la clase obrera
española. En el caso del PSOE la tradición política de colaboración de clases y preservación de la
organización a costa de lo que fuese, estaba muy arraigada en la práctica de Pablo Iglesias. El
pablismo nunca realizó grandes aportaciones teóricas al movimiento socialista, era más bien una visión
local de la política desarrollada en Francia por Guesde y por la socialdemocracia alemana. Compartía
por tanto lo esencial de la tradición política dominante en la Segunda Internacional: una verborrea
marxista para los discursos de celebración (Primero de Mayo, Congresos, etc) y una práctica política
basada en la colaboración de clases con la burguesía. El carácter reformista de la dirección socialista
fue puesto a prueba durante los años de la dictadura de Primo de Rivera. En ese período la actuación
de los líderes del PSOE siguió el mismo método aducido por la socialdemocracia alemana o francesa
en su capitulación ante la carnicería imperialista de la Primera Guerra Mundial. La colaboración con la
burguesía se justificaba por la preservación de las organizaciones obreras pero, en la práctica, lo que
se lograba era la subordinación de la política socialista a los intereses de la clase imperialista. Los
principales líderes del PSOE siempre mantuvieron un discreto papel en las polémicas que recorrieron
la Internacional. Alineados con el sector de derechas frente a las posiciones de Rosa Luxemburgo o
Lenin, se enfrentaron a la revolución rusa de 1917 con desconfianza y rechazo. Al igual que ocurriera
en la CNT, una organización de masas como el PSOE no pudo sustraerse del impacto del triunfo del
octubre soviético y en sus filas germinaron pronto las semillas del comunismo. Las sucesivas
escisiones que sufrieron tanto las Juventudes Socialistas (JJSS) como el PSOE por parte de los
simpatizantes terceristas de la Revolución Rusa dieron lugar a los primeros embriones del comunismo
español que culminaron finalmente en el Partido Comunista de España (PCE).
En 1931, todos los dirigentes socialistas coincidían en afirmar el carácter burgués del movimiento
revolucionario que acabó con la monarquía. La burguesía española tendría la oportunidad al fin, de
llevar a cabo las transformaciones democráticas que en Inglaterra, Francia o Alemania se habían
realizado en el siglo XVII y XVIII: La reforma agraria con la destrucción de la vieja propiedad
terrateniente, y la creación de una clase de pequeños propietarios agrícolas; la separación de la Iglesia
y el Estado, estableciendo el carácter laico y aconfesional de la República y terminando con el poder
económico e ideológico del clero; el desarrollo de un capitalismo avanzado que pudiese competir en el
mercado mundial, creando un tejido industrial diversificado y una red de transportes moderna; la
resolución de la cuestión nacional, concediendo la autonomía necesaria a Catalunya, Euskadi y
Galicia, e integrando al nacionalismo en la tarea de la construcción del Estado; la creación de un
cuerpo jurídico que velara por las libertades públicas, de reunión, expresión y organización, sin las
cuales era imposible dar al régimen su apariencia democrática. En definitiva el programa clásico de la
revolución democrático-burguesa.
En este esquema formal de la revolución democrático-burguesa que antecedía obligatoriamente a
la revolución socialista, el proletariado y su dirección tenían que subordinarse ante la burguesía en su
lucha por modernizar el país. Asegurando el triunfo de la burguesía democrática se establecerían las
condiciones, en un período largo de desarrollo capitalista, para el fortalecimiento de las organizaciones
obreras y su poder dentro de las instituciones políticas y económicas del nuevo régimen: parlamento,
ayuntamientos, tribunales, cooperativas, empresas...
En realidad este planteamiento ideológico se basaba en la tradición reformista de la Segunda
Internacional, y fue contestada por el ala marxista representada por Rosa Luxemburgo, en Alemania y
Lenin y Trotsky en Rusia. Para los marxistas esta forma de presentar la cuestión falseaba tanto las
condiciones materiales del desarrollo capitalista, como la propia estructura de clases de la sociedad.
En el caso de Rusia, al igual que en el Estado español y en todas las naciones de desarrollo
capitalista tardío, las relaciones de producción capitalistas habían surgido sobre un substrato
socioeconómico atrasado, adoptando un desarrollo desigual y combinado. Es decir, al tiempo que
integraba relaciones de propiedad heredadas del pasado feudal, como el latifundio, de las que se
desprendían formaciones sociales extremadamente atrasadas en el campo (donde malvivían en la
miseria millones de campesinos famélicos frente a una clase de terratenientes privilegiados), también
manifestaba rasgos muy avanzados: concentración del proletariado industrial en grandes fábricas,
aplicación de las últimas tecnologías en numerosas ramas de la producción, y la inclusión de estas
economías atrasadas en el mercado mundial. Por otra parte, tanto en Rusia como en el Estado
español era evidente el carácter dependiente de la burguesía nacional del capital exterior. Éste
colonizaba una buena parte de la actividad económica del país a través de la inversión directa y de los
empréstitos que contraía el Estado con el capital foráneo (fundamentalmente inglés, francés y alemán),
necesarios para acometer la mayoría de las obras de infraestructura.
Como la experiencia histórica atestigua, la burguesía de estos países, en los asuntos que
afectaban fundamentalmente a sus intereses de clase, formaba un bloque con el antiguo régimen
autocrático o monárquico. Por tanto, la consideración de los marxistas en este punto no deja lugar a
dudas: la burguesía liberal tenía un carácter profundamente contrarrevolucionario y sería incapaz de
liderar consecuentemente ni siquiera la lucha por las demandas democráticas.
Esta postura fue reivindicada por los hechos en la revolución rusa de 1905 y posteriormente en la
de 1917. Sólo la clase obrera aliada del campesinado pobre podría llevar a cabo la liquidación de los
vestigios del viejo régimen feudal. Pero, la conquista de la democracia, la reforma agraria —el talón de
Aquiles de la sociedad rusa de 1917 o la española de 1931—, la resolución del problema nacional y la
mejora de las condiciones de vida de las masas, eran incompatibles con la existencia del capitalismo.
Las tareas democráticas enlazaban con las socialistas: la expropiación de la burguesía nacional y de
sus aliados, los terratenientes y los capitalistas de los países avanzados, se tornaba en condición
necesaria para el avance de la sociedad. Este programa hizo posible la Revolución de Octubre en
Rusia, la primera revolución obrera triunfante en la historia.
La burguesía europea, durante todo un período histórico, apoyó las formas de la democracia
parlamentaria porque suponían un modo de dominación más eficaz, más aceptable para las masas.
Mientras las libertades democráticas no entren en contradicción con la propiedad burguesa de los
bancos, la industria y la tierra, pueden ser perfectamente toleradas. En la práctica la ficción
democrática juega un papel especialmente útil para la dominación de la burguesía sobre la sociedad.
La situación se transforma en su contrario cuando la sociedad burguesa entra en crisis debido a las
contradicciones insalvables del capitalismo. Las formas democráticas entonces, se convierten en un
obstáculo para los burgueses en su lucha permanente por el máximo beneficio. Tolerar sindicatos,
partidos obreros, huelgas, manifestaciones, es decir, los elementos del poder obrero en la sociedad
capitalista, se vuelve una carga insoportable.
Esta y no otra era la situación de Europa y en concreto de Alemania. En medio de la crisis
económica y la polarización social creciente, la pequeña burguesía alemana, que podía ser ganada
para la causa del proletariado si sus organizaciones hubieran defendido un programa revolucionario,
giró violentamente a la derecha. En una sociedad en descomposición, los nazis consiguieron una
influencia decisiva entre las masas pequeño-burguesas, sectores atrasados de la clase obrera y entre
las legiones del lumpemproletariado que poblaban las ciudades.
En las elecciones de septiembre de 1930 el SPD obtuvo 8.577.700 votos; el KPD, 4.592.100 votos
y el Partido Nazi, 6.409.600 votos. Lo más destacable de estos resultado era que, si bien el KPD había
incrementado sus votos en relación a las anteriores elecciones de 1928 en un 40%, los nazis lo habían
hecho en un 700% (en 1928 el Partido Nazi obtuvo 810.000 votos).
En 1932, el Partido Nazi obtuvo 11.737.000 votos, pero entre el KPD y el SPD superaban esa cifra
obteniendo más de 13 millones de votos. Este hecho es la mejor prueba de que el apoyo de millones
en las urnas, no valen mucho si en el momento decisivo no se cuenta con una política revolucionaria.
En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller sin que hubiera ninguna respuesta del SPD o del
KPD. Mientras que los primeros aceptaban la victoria de Hitler porque se había logrado
democráticamente, y advertían a sus militantes de abstenerse en participar en ninguna acción de
protesta, los líderes estalinistas sin reconocer la gravedad de la situación se contentaron con predecir
que el triunfo de los nazis era el preludió de la victoria comunista. No hubo ninguna respuesta armada
del proletariado, a pesar de que el SPD y el KPD, contaban con milicias que encuadraban a medio
millón de obreros. Los dirigentes paralizaron políticamente al proletariado alemán, el más fuerte de
Europa. Los nazis completaron el trabajo aplastando las organizaciones obreras que fueron
ilegalizadas y reprimidas ferozmente. En febrero de 1933 los nazis disolvieron el Reichstag, el KPD fue
ilegalizado y sus cuadros y militantes encarcelados, y para mayor oprobio de la socialdemocracia sus
sindicatos participaron en los desfiles nazis del Primero de Mayo.
Pero no fue la última victoria del fascismo. En Austria, el gobierno del socialcristiano Dollfuss (el
modelo en el que se inspiraba Gil Robles), disolvió el parlamento en marzo de 1933 y gobernó durante
más de un año con poderes especiales. Los trabajadores y militantes del SPÖ (Partido
Socialdemócrata Austriaco) presionaron a la dirección para que ésta convocara una huelga general
después de los ataques contra las libertades y derechos democráticos que se sucedían sin
interrupción. Pero no sucedió nada de esto, el SPÖ seguía en una situación de retirada permanente
imitando en lo fundamental la política derrotista de la socialdemocracia germana. En abril se
prohibieron las huelgas y en el verano de 1933 fue prohibido el Partido Comunista de Austria. Se
aprobaron más leyes contra la clase obrera (por ejemplo se suprimió la ley sobre la jornada laboral y
se recortó el subsidio de desempleo). La única reacción del SPÖ fue recurrir a los tribunales de justicia.
En los meses previos a febrero de 1934, la policía intentó confiscar las armas de las milicias
obreras organizadas por la socialdemocracia. La dirección del SPÖ aconsejó a sus militantes que no
se resistieran con el fin de evitar una guerra civil.
Pero la clase obrera todavía estaba dispuesta a luchar, aunque la correlación de fuerzas le era
muy desfavorable después de todas las retiradas anteriores. Una carta escrita por Richard
Bernaschek, secretario del partido y dirigente del CRD (las milicias obreras socialdemócratas) en
Austria septentrional, y dirigida a Otto Bauer el 11 de febrero de 1934, demuestra muy claramente esta
disposición:
"Hoy tuve una reunión con cinco camaradas fieles y leales, y hemos tomado una decisión,
después de cuidadosas deliberaciones, que es irrevocable [...] Para poner en práctica esta decisión,
hoy por la tarde y por la noche cogeremos todas las armas que tenemos y las pondremos a disposición
de los trabajadores que deseen luchar y defenderse. Si mañana lunes comienza la confiscación de
armas o encarcelan a cualquier militante del partido o del CRD, nos resistiremos y consecuentemente
comenzaremos a atacar. Esta decisión es irrevocable. Exigimos que cuando llamemos a Viena
diciendo: ‘La confiscación ha comenzado, no vamos a aceptar la prisión’, usted dé la señal a los
trabajadores vieneses y a los del resto de Austria para que vayan a huelga. No consentiremos otra
retirada [...] Si el movimiento obrero vienés no nos echa una mano, entonces vergüenza y deshonra
para ellos [...] Saludos solidarios, R.B.".
Cuando la policía intentó irrumpir en un local del SPÖ en Linz a las 7 de la mañana, los
trabajadores se resistieron y comenzaron a luchar y a defenderse. Pasados algunos minutos las
noticias de las luchas en Linz llegaron a Viena. Los trabajadores en algunas fábricas salieron
espontáneamente a la huelga, pero la socialdemocracia intentó nuevamente calmar a los trabajadores.
Transcurridas unas horas no les quedó más remedio que convocar la huelga general.
En las principales ciudades de Austria empezaron las batallas, pero éstas estaban pésimamente
organizadas ya que muchas de las armas del CRD habían sido incautadas por la policía. A esto se
añadía la falta de una estrategia revolucionaria previa que hiciera al conjunto de la clase obrera
austriaca conciente de sus tareas. En algunas partes de Viena los trabajadores lucharon durante tres
días. El foco principal de resistencia estaba en las residencias obreras de Viena construidas y
gestionadas por la socialdemocracia (la prensa burguesa los llamaba las fortalezas). El Karl Marx Hof,
en el distrito 21 de Viena (Floridsdorf) fue bombardeado por los soldados del ejército austriaco. Para
empeorar el panorama, la huelga general no era sólida debido a que sectores importantes de la clase
obrera, como los trabajadores ferroviarios, no la secundaron.
Los trabajadores cayeron derrotados el 15 de febrero después de cuatro días de lucha. Otto
Bauer, dirigente de la socialdemocracia, huyó a Bratislava. Murieron trescientos trabajadores y miles
resultaron heridos. Los líderes de la insurrección fueron ejecutados y las organizaciones de la
socialdemocracia fueron prohibidas. Muchos de los líderes del SPÖ y de sus organizaciones fueron
enviados a campos de concentración. La época del austro-fascismo había comenzado y en marzo de
1938 el Tercer Reich anexionó Austria a Alemania.
La tragedia del proletariado alemán y austriaco provocó un hondo impacto entre los trabajadores
del Estado español que asistieron a la destrucción de las organizaciones obreras más fuertes de
Europa. La consigna "Antes Viena que Berlín" ejemplificó perfectamente la actitud del proletariado
español ante la amenaza del fascismo, y se concretó primero en la insurrección de octubre del 34 y
después del 18 de julio de 1936, en tres años de lucha armada en las trincheras y revolución social en
la retaguardia.
Giro a la izquierda
El movimiento socialista, PSOE, UGT y Juventudes Socialistas, junto con las fuerzas
anarcosindicalistas agrupadas en la CNT, constituían las organizaciones más importantes de la clase
obrera española.
En el caso del PSOE, los acontecimientos políticos derivados de la frustrada experiencia del
gobierno de conjunción con los republicanos, y el avance del fascismo en Europa, tuvieron tremendas
repercusiones en sus filas. En octubre de 1932 durante la celebración del XIII Congreso del PSOE, se
manifestó el intento de romper la coalición gubernamental. La oposición a la colaboración de clases no
era, sin embargo, lo suficientemente clara y firme: necesitaba de acontecimientos. A pesar de todo, las
líneas del enfrentamiento y los actores que lo protagonizaron se dibujaron en ese período: Largo
Caballero empezó a emerger como el líder del ala de izquierdas, mientras que Besteiro y Prieto se
consolidaron como el referente de las posiciones reformistas en el partido y en el sindicato. Este
panorama se confirmó durante el XVIII Congreso de la UGT el último en el que Julián Besteiro y sus
seguidores alcanzarían la mayoría en la Comisión Ejecutiva.
Desde 1931 a 1934, las organizaciones socialistas registraron un incremento constante de su
militancia y medios materiales. El PSOE, según sus propias fuentes, contaba en 1932 con 1.119
agrupaciones en las que se encuadraban cerca 80.000 afiliados. La UGT en ese mismo año contaba
con 5.107 secciones que agrupaban a 1.054.559 afiliados, de los que 400.000 pertenecían a la FNTT.
No obstante en base a las votaciones del XVIII Congreso ugetista, la cifra debería reducirse a 600.000
afiliados al corriente de pago. En el anarquismo, la CNT superaba el millón doscientos mil afiliados.
La radicalización en las luchas laborales que desbordaban permanentemente los márgenes que
los dirigentes obreros trataban de imponer, unida a la frustración con la política de colaboración de
clases practicada por los dirigentes socialistas durante el gobierno de conjunción y la derrota electoral
del PSOE en noviembre de 1933, creaba una dinámica hacia la izquierda en las filas socialistas. La
CNT aportaba su grano de arena, si bien es cierto que su actitud abstencionista en las elecciones de
noviembre del 33 y su aventurerismo putschista no encontraban mucho eco en las filas socialistas. El
levantamiento anarquista de diciembre de 1933, impulsado por la FAI (Federación Anarquista Ibérica),
que en aquel momento dominaba el Comité Nacional de la CNT, aisló aún más a las fuerzas
anarcosindicalistas. La huelga, que alcanzó casi todo el país pero que afectó mas intensamente a
Catalunya, Aragón, La Rioja, Extremadura y la zona central, se saldó con más de 100 muertos y miles
de heridos y detenidos. La CNT sufrió una persecución encarnizada por parte del gobierno de
derechas. Con todo, el movimiento anarquista aumentaba la tensión en la sociedad y presionaba a los
líderes socialistas a resistir la embestida de la CEDA.
Asimismo, las derrotas del proletariado alemán en 1933 y del austriaco en 1934 sacudieron las
organizaciones socialistas de arriba abajo. La posibilidad de que en el Estado español los
acontecimientos pudiesen concluir de una forma parecida llenaban de alarma a la dirección socialista.
El efecto del avance del fascismo en Europa fue una de las claves más importantes en el giro
izquierdista de Largo Caballero y las JJSS. Luis Araquistain, impulsor y teórico de la izquierda
caballerista, registró este hecho: "El aniquilamiento del Partido Socialista Alemán a principios de 1933,
era la bancarrota del evolucionismo democrático", escribió en Leviatán, la publicación oficiosa de la
izquierda socialista de la que era su director. En las mismas páginas de Leviatán, Luis Araquistain
sacaría conclusiones de estos hechos: "La República es un accidente, hay que volver a Marx y Engels,
no con los labios, sino con la inteligencia y la voluntad. El socialismo reformista está fracasado. Nos
engañamos casi todos y ya es hora de reconocerlo... No fiemos únicamente en la democracia
parlamentaria, incluso si alguna vez el socialismo logra la mayoría: si no emplea la violencia, el
capitalismo le derrotará en otros terrenos con sus formidables armas económicas".
La presión del movimiento se concretó en el giro izquierdista de Largo Caballero hacia posiciones
centristas que oscilaban entre el reformismo de izquierdas y el auténtico marxismo. "Estamos
convencidos" escribía Largo Caballero, "de que la democracia burguesa ha fracasado: desde hoy
nuestro objetivo será la dictadura del proletariado". Este giro hacia una salida socialista era el producto
de la voluntad decidida de las masas y de su conciencia. No se puede explicar este cambio de posición
como un hecho aislado y particular. Las Juventudes Socialistas influenciadas por la derrota alemana,
por la radicalización de los obreros en huelga, por la amenaza fascista en el suelo español,
correctamente y de forma más instintiva que política, intentaron orientarse en los acontecimientos
volviendo a Marx, Engels, Lenin y Trotsky.
La Escuela de Verano de las Juventudes Socialistas de 1933, realizada en la localidad madrileña
de Torrelodones, atestiguó este giro hacia la bolchevización de las Juventudes, tal como definían a
esta nueva orientación los dirigentes juveniles. Largo Caballero presente en la escuela, no tardó en
conectar perfectamente con este estado de ánimo. Frente a estas posiciones se levantaron las voces
de otros dirigentes históricos del socialismo que encarnaban su tradición colaboracionista y moderada:
Julián Besteiro e Indalecio Prieto. Este último intentaría hacer oír su voz el 8 de agosto en el marco de
la Escuela juvenil: "Si aquí por una sola circunstancia se implantara un régimen plenamente socialista"
señaló Prieto, "¿No pondría la Europa burguesa cerco a España? ¿No la bloquearía? España no
podría defenderse como se defendió Rusia. Llamo la atención al exceso de vuestro ímpetu y no sería
mucho exigiros un gesto de simpatía y respeto, para quienes caminando delante de vosotros abrieron
holgadamente el camino por el que ahora marcháis". Largo Caballero en su alocución cinco días
después se preguntaría: "¿Asustarse por la dictadura del proletariado? ¿Por qué? El período de
transición política hacia el nuevo Estado es inevitablemente la dictadura del proletariado".
El giro a la izquierda del antiguo ministro de trabajo del gobierno de conjunción provocó una
sacudida tormentosa en las bases socialistas, que se prolongó durante meses. Los llamamientos, las
proclamas, los discursos izquierdistas de la dirección socialista juvenil y de Largo Caballero
encontraban un enorme eco en las masas de obreros y jornaleros: "Las declaraciones incendiarias de
Largo Caballero", escribe Grandizo Munis, "producían un efecto eléctrico en las masas; lo que dicen
los dirigentes como maniobra calculada, las masas lo toman en serio y lo incorporan a sus
4
convicciones" .
El proceso se alimentaba en doble dirección, favoreciendo la politización de las masas, la
radicalización de sus posiciones y transformando su conciencia. El giro desde posturas reformistas
hacia el marxismo era a la vez el producto de la cambiante situación objetiva que revelaba el ascenso
de la revolución socialista y la amenaza de la contrarrevolución burguesa.
Esta ruptura interna en el movimiento socialista que se puede extender al conjunto de las
organizaciones de masas de la clase obrera, son una constante en la historia de la lucha de clases.
Llegados a cierto grado, el avance de la tensión revolucionaria tiene su reflejo en el seno de las
organizaciones tradicionales de los trabajadores, rompiéndolas y provocando nuevos agrupamientos
políticos a derecha e izquierda.
En todos las revoluciones o situaciones prerrevolucionarias este fenómeno se repite. Ocurrió en la
Revolución Rusa de octubre de 1917, cuando un sector amplio de las bases de los mencheviques y de
los SR (Socialistas Revolucionarios, conocidos como eseristas), en los sóviets y en los sindicatos, fue
ganado al programa de la revolución socialista por los bolcheviques. Paralelamente, las direcciones
oficiales de mencheviques y eseristas combatieron encarnizadamente la Revolución, alistándose
incluso en las fuerzas armadas de la contrarrevolución.
Ocurrió en la Revolución Alemana de 1918/1919 con la formación de un ala marxista en el USPD,
los socialdemócratas independientes, que posteriormente se unificarían con el Partido Comunista
Alemán (KPD). Todo el proceso de formación de la Tercera Internacional es también la historia de este
proceso: la aparición de agrupamientos centristas y marxistas desgajados de la socialdemocracia y
orientándose hacia el comunismo después del impacto de la revolución de octubre. También en
Francia durante 1934 y ante la amenaza fascista, se registró el desarrollo de alas centristas en el
Partido Socialista y en las Juventudes que evolucionaban hacia el marxismo. El mismo fenómeno se
puede extender a fechas más recientes, durante el ascenso revolucionario de la década de 1970 en
Europa, en países como Francia, Italia, Portugal, Grecia o el Estado español.
La habilidad de las fuerzas del genuino marxismo para intervenir en este proceso de
radicalización, ganando influencia y posiciones en estos agrupamientos centristas es una cuestión de
vida o muerte para el futuro de la revolución socialista. Las experiencias de Rusia de 1917 en positivo,
y de la propia revolución española en negativo, así lo atestiguan.
.
Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 13
.......... Enero 2005
ASTURIAS: OCTUBRE1934
La Comuna Asturiana de 1934
La insurrección proletaria y la República
La lucha de clases en el Estado español adquirió con rapidez las formas de un choque
revolucionario. La escasa influencia del estalinismo, a diferencia de lo ocurrido en Alemania, la
radicalización izquierdista de las JJSS, y de sectores del PSOE y de la UGT, la presencia de una fuerte
fuerza anarcosindicalista, que encuadraba las filas más combativas del proletariado, unido a la
debilidad y atraso del capitalismo español, disminuía la capacidad de la burguesía para mantener el
control de la situación. Los preparativos para un golpe definitivo de la reacción se aceleraron. Sectores
decisivos del capital exigieron la entrada de la CEDA en el gobierno con el objetivo de establecer un
régimen fascista desde la legalidad y la mayoría parlamentaria de que disfrutaban. Pero los cálculos de
la burguesía resultaron equivocados por completo. El látigo de la contrarrevolución agitó el proceso
revolucionario.
Largo Caballero, que en enero de 1934 accedió a la secretaría general de la UGT (ya lo era del
PSOE), anunció públicamente que la llegada de la CEDA al gobierno obligaría al PSOE y a la UGT, y
por tanto a las Alianzas Obreras, a desencadenar la revolución.
A pesar de la voluntad de Largo Caballero y otros dirigentes de la izquierda socialista por llevar a
cabo el levantamiento, el lastre de años de una política reformista dejaron su sello en la forma en que
se abordaron los preparativos. Su concepción de la insurrección tenía más puntos en común con la de
Blanqui (métodos conspirativos), que con la de Lenin y los bolcheviques.
La revolución de octubre en Rusia tuvo sus organismos operativos, como el Comité Militar
Revolucionario dirigido por Trotsky que planificó el asalto final a las instituciones del poder burgués.
Pero en realidad la tarea militar en la insurrección fue secundaria. El éxito de la revolución de octubre
radicó en que los bolcheviques habían ganado para su programa a la aplastante mayoría de la
población de las ciudades más importantes del país y a sus representantes en los sóviets de diputados
obreros, campesinos y soldados. El papel del partido, organizando la acción de los trabajadores,
elevando su nivel de conciencia, aumentando su influencia entre la tropa, fue la clave. Sin el partido
bolchevique, la insurrección armada hubiera sido derrotada con facilidad.
En el caso del octubre español, la estrategia del estado mayor de la insurrección, es decir del
PSOE y las JJSS, revelaban muchos puntos débiles. En ningún momento hubo una orientación
sistemática para ganar el apoyo de la militancia cenetista, sin cuya colaboración activa era muy difícil
el triunfo de la insurrección. La actitud sectaria de los dirigentes anarquistas no podía ser excusa para
no desarrollar un amplio trabajo de agitación y propaganda hacia las bases confederales ya de por sí
proclives a la unidad de acción, como el ejemplo de la AO asturiana demostró. Una postura audaz,
marxista, de los dirigentes del PSOE haciendo un llamamiento a los dirigentes cenetistas y a la base
anarquista, con un programa de lucha común contra el fascismo y por la revolución social hubiera
tenido el apoyo de miles de obreros cenetistas
Por otra parte la dirección del PSOE contó de manera subsidiaria con las Alianzas Obreras para
los preparativos. En ningún caso desarrolló las Alianzas como órganos de la insurrección y del poder
obrero. Para organizar el levantamiento, los dirigentes socialistas crearon una comisión mixta integrada
por dos representantes del PSOE, dos de UGT y otros tantos de las JJSS. Delegaciones de las
organizaciones socialistas de todo el Estado fueron convocadas a Madrid donde recibieron
instrucciones verbales y por escrito. Se estableció un organigrama muy completo de Juntas
Provinciales responsables de la organización de los comités locales que dirigirían la insurrección y
también de las atribuciones prácticas de esas juntas. Se planteó la constitución de las milicias
armadas, que sólo fueron impulsadas en la práctica por las juventudes ante la pasividad general de los
cuadros dirigentes del Partido.
Dentro de la Comisión Mixta se confió a Largo Caballero la responsabilidad política de la
insurrección y a Indalecio Prieto la organización militar y la captación del apoyo de la oficialidad militar.
Es decir, se dejaba en manos de un declarado enemigo de la revolución la organización militar del
levantamiento, repitiendo además el mismo esquema del pronunciamiento republicano de diciembre de
1930: confiar en la buena voluntad de los mandos militares que pudieran ser ganados a la causa (en
un ejército dónde la oficialidad era seleccionada en los medios más reaccionarios), en lugar de
organizar comités de soldados a través de la agitación política en los cuarteles y la formación amplia
de milicias obreras tomando las Alianzas Obreras como base de reclutamiento.
Bajo el pretexto de que nada debía desviar a las Alianzas de la preparación de la insurrección,
Largo Caballero y a través de él, el PSOE y la UGT, se negaron en redondo a participar en las luchas
cotidianas de la clase obrera o en las huelgas políticas que se desataron en esos meses. La UGT y el
PSOE respondieron con el silencio a la represión de la huelga cenetista de diciembre de 1933.
Desautorizaron en el primer semestre de 1934 las huelgas de cocineros y transportes de Madrid, la de
la Federación local de obreros de la madera de Madrid en protesta por la concentración cedista de El
Escorial; en total la dirección madrileña de la UGT desautorizó nueve peticiones de huelga entre
febrero y junio de 1934. Esta esperpéntica situación quedó aún más en evidencia con la condena
ugetista de la huelga general de Asturias en septiembre de 1934, organizada contra la concentración
de la CEDA en Covadonga.
En todo momento la izquierda socialista se opuso a la creación de AO en los barrios, fábricas,
tajos, en el campo, para que funcionasen como los comités de la revolución, y por tanto a la posibilidad
de elección de delegados en una AO estatal. Con estas premisas era sumamente difícil que la
insurrección pudiese triunfar. El proletariado carecía en la práctica de un auténtico partido marxista con
una estrategia correcta para la toma del poder.
Todas estas carencias se hicieron más evidentes durante la gran huelga campesina del verano de
1934. La derogación definitiva de la ley de Términos Municipales el 23 de mayo de 1934 dio vía libre a
los terratenientes para imponer sus condiciones en el campo. Para la cosecha inmediata, los grandes
propietarios contrataron campesinos portugueses y gallegos en detrimento de los jornaleros locales;
además todos los controles que los ayuntamientos socialistas podían establecer sobre salarios y
condiciones laborales iban eliminándose. El ministro de Gobernación, Salazar Alonso, nombró
delegados gubernativos en las localidades "donde no se tuviera confianza en el alcalde para mantener
el orden público", es decir cuando era socialista. De esta manera, los jornaleros quedaban a merced
de los caciques, sus matones y las fuerzas represivas del gobierno. La situación para miles de familias
jornaleras se hacía insostenible. El vizconde de Eza, un monárquico experto en cuestiones agrarias,
señaló que en mayo de 1934 más de 150.000 familias jornaleras no tenían lo más indispensable para
la subsistencia.
Toda esta situación presionó extraordinariamente a la FNTT. Como respuesta a los salarios de
hambre, a la persecución política y los lock-out, la FNTT decidió convocar huelga general en el campo.
Sus peticiones no eran excesivas (no en vano la FNTT constituía una de las federaciones más
moderadas de la UGT): Comités de inspección para supervisar los contratos de trabajo, límites en el
empleo de maquinaria, revisión salarial, etc. De hecho las negociaciones con el ministerio de trabajo y
de agricultura progresaban, pero la CEDA quiso dar una lección ejemplar a la clase obrera cerrando
las puertas a cualquier solución pactada. Salazar Alonso declaró que la cosecha era un servicio
público nacional y la huelga un "conflicto revolucionario". Con el respaldo entusiasta de la CEDA, el
ministro de Gobernación se lanzó a una represión despiadada: se impuso la censura de prensa y se
detuvo a centenares de sindicalistas y militantes de la izquierda; se cargaron en camiones a millares
de campesinos a punta de bayoneta y los deportaron a cientos de kilómetros de sus casas,
abandonándolos allí para que volvieran por sus propios medios. Se destituyeron a decenas de
concejales, especialmente en Cáceres y Badajoz.
El éxito de la lucha jornalera, enfrentada al aparato represivo del gobierno, dependía también de
su extensión y de la solidaridad de la clase obrera industrial de las ciudades. Las condiciones para ese
apoyo estaban maduras, como ponía de manifiesto que la clase obrera tomara la iniciativa en la calle
para boicotear todas las demostraciones de fuerza cedistas, y que las huelgas económicas
continuaban extendiéndose. A pesar de todas estas posibilidades para unificar la lucha de los
trabajadores y los campesinos, Largo Caballero se negó desde la UGT a promover ningún movimiento
de solidaridad con la huelga. La huelga campesina alcanzó 38 provincias y más de 300.000
huelguistas, pero después de 15 días de resistencia y lucha, el hambre y la represión acabó con el
movimiento: hubo trece muertos, diez mil detenidos y la FNTT fue desmantelada. El campesinado
quedaba temporalmente fuera de combate y sin capacidad de reacción.
La táctica miope de Largo Caballero, al aislar la huelga campesina, tuvo consecuencias
enormemente negativas para la insurrección de octubre. En un país dónde el proletariado rural jugaba
un papel decisivo, la derrota de la huelga jornalera dejó al margen de la insurrección a un aliado clave
del proletariado urbano.
La insurrección armada
Yo estaba seguro de que nuestra entrada en el gobierno provocaría inmediatamente un
movimiento revolucionario. Y cuando consideré que la sangre sería derramada me pregunté ¿Puedo
dar a España tres meses de aparente tranquilidad si yo no entro en el Gobierno? ¿Si entramos
estallaría la revolución? Mejor que estalle antes de que esté bien preparada, antes de que nos derrote.
Esto es lo que hizo Acción Popular, precipitar el movimiento, enfrentarse y destruirlo desde el
Gobierno.
Gil Robles,
7 de diciembre de 1934
La amenaza de entrada en el gobierno por parte de la CEDA había elevado la tensión política a tal
grado que todos los estratos de la sociedad se vieron sacudidos. Nadie se podía sustraer de la
dinámica revolución-contrarrevolución. Incluso los sectores más moderados y dispuestos al pacto se
veían arrastrados por los acontecimientos. Indalecio Prieto, que en sus memorias del exilio condenaría
sin tapujos la insurrección del 34, manifestaba en las postrimerías de octubre una opinión bien
diferente: "La amenaza dictatorial, está en todos los sectores de la derecha. Las declaraciones del
señor Gil Robles y el señor Lerroux han abierto un período revolucionario. Frente al golpe de Estado se
hallará la revolución. Decimos al país entero que el Partido Socialista contrae el compromiso, en el
caso de que las derechas sean llamadas al poder, de desencadenar la revolución"5. En realidad,
Indalecio Prieto advertía de las consecuencias de la entrada de la CEDA en el gobierno. Los
socialistas moderados pensaban que las amenazas bastarían para parar a la derecha.
Cuando en la noche del 4 de octubre se anunció la entrada de la CEDA en el gobierno, Largo
Caballero y las AO dieron la orden de la insurrección, pero el movimiento, insuficientemente preparado
y sin una dirección consecuente, sin objetivos decididos y sin la participación y discusión previa de
esos objetivos por los cuadros y activistas obreros, se transformó, salvo en Asturias y algunos puntos
aislados del Estado, en una huelga laboral.
En Madrid, las concentraciones de obreros en la casas del pueblo, Puerta del Sol, inmediaciones
de los cuarteles, esperando planes, consignas, armamento, fueron lideradas por los dirigentes
socialistas con el silencio. "Largo Caballero iba a dar a las armas", escribía Grandizo Munís, "la misma
utilidad con que había utilizado antes las frases revolucionarias, del petardeo político iba a pasar al
petardeo dinamitero, pero sin sobrepasar los límites del amago". El movimiento se consumió en Madrid
en medio del abandono general de los dirigentes socialistas: la huelga general se declaró en la noche
del 4 al 5 de octubre y se prolongó durante ocho días con un gran seguimiento. A pesar de que en
Madrid se encontraba el Comité Nacional Revolucionario, los dirigentes no ofrecieron ningún plan de
lucha. Tal como señala Santos Juliá: "Los insurrectos no supieron qué hacer con sus pistolas y sus
ametralladoras y los huelguistas no supieron qué hacer con su huelga (...) mientras los dirigentes
volvían a casa a esperar pacientemente la llegada de la policía. Creían quizá —como en 1917, como
en 1930— que un paso por la cárcel acabaría por borrar las carencias que tan clamorosamente habían
manifestado en Madrid durante los hechos de octubre de 1934" (citado por David Ruiz en Insurrección
defensiva y Revolución obrera, pág. 44).
En Cataluña, la AO dominada por el BOC de Maurín se limitó a desencadenar la huelga y esperar
que la Generalitat de Companys tomase la iniciativa. No hubo planes militares, ni intentos serios para
ganar a la base de la CNT, cuyos líderes en Barcelona se opusieron a la huelga. Aunque el papel del
PSOE en la Alianza Obrera catalana era menor, la política nacionalista y errada de Maurín tuvo las
mismas consecuencias: " El éxito o el fracaso depende de la Generalitat (…) es muy probable que la
pequeña burguesía desconfíe de la causa de los trabajadores. Hay que procurar en lo posible que este
temor no surja, para lo cual, el movimiento obrero se colocará al lado de la Generalitat para presionarla
y prometerla ayuda, sin ponerse delante de ella…" (Hacia la Revolución, Joaquín Maurín, 1935). La
Generalitat y la pequeña burguesía gubernamental respondieron traicionando el movimiento
insurreccional, aunque para salvar su honor, proclamaron el Estado Catalán, sin hacer nada por resistir
el asedio militar de las tropas del gobierno de Madrid. El movimiento insurreccional se mantuvo, a
pesar de la traición de la Generalitat, tan sólo en algunas localidades como Villanova i Geltrú, Manresa
(donde la corporación municipal proclamó la República Socialista Ibérica), Badalona, Granollers,
Tarrasa y Sabadell, en general núcleos industriales dónde la llamada a la abstención de la CNT tuvo
menos efecto.
En el resto del Estado, el movimiento fue enormemente confuso y aunque los trabajadores
adoptaron una postura militante ante el llamamiento de sus dirigentes, sin consignas, sin estrategia y
con el campesinado derrotado, pronto se desmoronaron.
En Aragón la postura de oposición de la CNT restó posibilidades de éxito al movimiento. El
llamamiento de paro fue seguido por los tranviarios, los trabajadores de artes gráficas y espectáculos
de Zaragoza y los mineros de Teruel. También hubo movimientos en Mallén, Tarazona y la comarca de
Cinco Villas.
En Extremadura y Andalucía la derrota de la huelga campesina de junio tuvo efectos paralizantes.
Hubo huelga en Cáceres, Badajoz, en las cuencas mineras de Peñarroya-Pueblo Nuevo y en Río Tinto
(Huelva). El movimiento en el resto de Andalucía fue muy escaso, afectando fundamentalmente a
Algeciras, La Carolina y algunas localidades de Málaga.
En el País Valenciano la huelga general se declaró en núcleos urbanos importantes como Alcudia
de Callet, y se registraron choques armados en Alicante, Elda, Elche, Novelda y otras localidades.
En el Norte, la huelga fue muy significativa en algunas localidades de Cantabria como Torrelavega,
Corrales de Buelna y especialmente en Reinosa, donde el gobierno tuvo que emplear el ejército para
sofocar la huelga de los obreros de la constructora naval.
En Valladolid la movilización se extendió por dos días en diferentes sectores de la producción y se
produjeron enfrentamientos con la guardia civil en Medina del Campo, Medina de Rioseco y Tudela de
Duero. También se extendió la lucha a las cuencas mineras de Palencia y León, especialmente en
Villablino, Bembibre y Sabero, en las que se multiplicaron los enfrentamientos entre la guardia civil y
las mal organizadas milicias obreras6.
En Euskadi la insurrección armada adquirió una mayor dimensión, especialmente en Eibar,
Mondragón y la cuenca minera de Gallarta. La huelga fue prácticamente general en todas las
localidades de Guipúzcoa y Vizcaya (con Bilbao, primer centro siderometalúrgico del país, a la
cabeza), y prácticamente imperceptible en Vitoria. En el caso de las zonas mineras de Vizcaya y Eibar
(principal núcleo de producción de armas del Estado español con más de una treintena de fábricas), la
huelga se extendió hasta el lunes 15 de octubre. En la zona minera, 3.000 huelguistas tomaron el
control de la situación y resistieron las arremetidas del ejército durante días. En Eibar y Mondragón
donde la insurrección armada triunfó en un primer momento, se proclamó la República Socialista. La
postura del PNV fue de oposición a la huelga general y por supuesto a las pretensiones de establecer
la revolución proletaria. En el caso de Vizcaya, debido a la presión de la base obrera de la Solidaridad
de Trabajadores Vascos, el sindicato obrero controlado por el PNV, la posición fue más ambigua,
aunque en todo momento la cúpula dirigente llamó a la abstención de participar en el movimiento
huelguista. En Vitoria y Navarra la dirección del partido se alineó sin vacilaciones de ningún tipo con el
gobierno central en contra de la insurrección.
En todas partes el movimiento se fue disolviendo a medida que transcurrían las horas. La
incapacidad de la dirección socialista por ofrecer una alternativa de combate viable y la fuerte
represión gubernamental deshicieron la insurrección a lo largo y ancho del territorio. La escasa
preparación, el boicot anarquista, la falta de una estrategia revolucionaria para ganar a los sectores
claves del proletariado y del campesinado, encuadrándolos en organismos de poder obrero, papel que
podían haber jugado las AO, la negativa a integrar las luchas reivindicativas y políticas de la clase
como parte del proceso insurreccional... todos estros factores pasaron factura. Y todos ellos se
desprendían de la falta de una dirección del movimiento marxista consecuente, pues lo que estaba
fuera de duda era la fuerza y decisión del proletariado para luchar contra la CEDA y por la revolución
social.
Pero a pesar de todas las dificultades y obstáculos puestos al movimiento, este sí prendió con
éxito en Asturias. La insurrección obrera asturiana se transformó en poder obrero, un poder que se
extendió durante quince días dominando la vida económica, política y social de la región hasta la
rendición de las columnas mineras el 18 de octubre. Por primera vez en la historia de España, el
proletariado revolucionario derrotaba con las armas en la mano al ejército de la burguesía y emprendía
el camino para establecer su propio gobierno.
En Asturias, el proceso que culminó en la insurrección de octubre ofreció diferencias notables con
lo ocurrido en el resto del Estado. Algunos han querido ver en ello el hecho nacional asturiano y
consideran la Comuna del 34 como un movimiento nacionalista de reacción frente a la opresión
española. El razonamiento, en boga en ciertos ambientes nacionalistas de Asturias, carece por
completo de rigor y base histórica. Junto a estas interpretaciones más bien estrambóticas, otros
análisis pretenden ver en el proletariado asturiano una conciencia socialista muy superior al del resto
del Estado. Esta forma de enfocar la cuestión es también exagerada, pues sin negar la existencia de
particularidades en el desarrollo político asturiano, los mismos cambios que se operaron en la
conciencia de la clase obrera asturiana también se registraron en la del resto del Estado, sin olvidar
que las tendencias reformistas en Asturias siempre tuvieron un sólido arraigo en el SMA-UGT
(Sindicato Minero de Asturias), liderado por el socialista moderado Manuel Llaneza desde su fundación
en 1911 hasta su muerte en 1931.
Las diferencias tuvieron que ver fundamentalmente con hechos particulares, pero en ningún caso
ajenos al proceso general. En primer lugar la unidad de acción CNT-UGT que en Asturias se fraguó
meses antes de la insurrección y que facilitó la confraternización de las bases socialistas y
confederales. En segundo lugar el hecho de que la Alianza Obrera Asturiana participase en la mayoría
de las acciones huelguísticas de la región, tanto económicas como políticas, a diferencia de lo que
ocurrió en el resto del país. Un tercer factor fue la gran conflictividad laboral y social en Asturias que
alcanzó su cúspide en 1933, haciendo de la región asturiana la más conflictiva de toda Europa. Por
supuesto la concentración de una masa de trabajadores siderúrgicos y mineros facilitaba la disciplina y
la organización y, el hecho de que una mayoría de estos trabajadores fueran menores de 35 años,
también se reflejaría en el ímpetu y la contundencia en la respuesta a las provocaciones de la CEDA.
La existencia de unas Juventudes, tanto socialistas como comunistas, bien organizadas y en continuo
crecimiento facilitaban la radicalización política y la organización de milicias armadas. Un hecho más
reforzaba la educación política y la conciencia de la clase: la alta difusión de literatura marxista y el
papel que jugó el diario socialista Avance, que se convertiría en un genuino portavoz de las
aspiraciones obreras de Asturias y un dinamizador de la revolución. Todos estos factores, junto con el
aprovisionamiento militar previo realizado durante todo el año de 1934, favorecido por la existencia de
fábricas de armas a las que los trabajadores organizados tenían acceso y por la dinamita acumulada
en las minas, explican la dinámica exitosa de la insurrección.
La clase obrera asturiana contaba en 1933 con 27.500 mineros (en 1932 había 30.000 y en 1920
la cifra alcanzaba los 39.000), y 15.000 siderúrgicos incluyendo a los trabajadores de las fábricas de
armas de Oviedo y Trubia. La destrucción de empleo en la minería asturiana, a pesar de la política de
pactos y acuerdos practicada por el SMA tanto en la fase final de la dictadura de Primo de Rivera como
en los primeros años de la República, aumentó el paro forzoso e hizo de éste uno de los caballos de
batalla del movimiento sindical en la región. A mediados de 1933 la destrucción de empleo se aceleró
también en la construcción y en la siderurgia. Como señala David Ruiz: "El encuentro cotidiano en los
barrios, en los locales sindicales, en las sedes de los partidos y en las Casas del Pueblo dando lugar,
ya en abril de 1933, a la primera convocatoria desde Gijón para constituir un Comité Regional Pro
parados contribuirá decisivamente a impedir la marginación y la división de clase, entre parados y
empleados"7.
El movimiento sindical en Asturias estaba sólidamente implantado. Hacia el verano de 1934 la
afiliación a las centrales sindicales (UGT, CNT, CGTU) oscilaba entre 40.000 y 50.000 trabajadores,
según datos de David Ruiz.
La Confederación Regional de Asturias, Palencia y León de la CNT, se constituyó en 1920. En
septiembre de 1931 agrupaba a más de 30.000 afiliados a los que había que sumar otros 8.000 del
Sindicato Único de Mineros. Pero la CNT asturiana cedió más de la mitad de sus afiliados en beneficio
de la UGT y de los sindicatos procomunistas antes de 1936, al igual que ocurrió en otras zonas y
sectores (el caso de la FNTT es bastante representativo). Las fuerzas anarcosindicalistas en la región
se concentraban en Gijón (58% de la afiliación en 1933) y La Felguera, bastión este último de la FAI.
Entre enero y octubre de 1934 se contabilizaron en Asturias más de 32 conflictos laborales. La
dinámica de la lucha de clases llevaba al conjunto del movimiento obrero a un enfrentamiento
constante con la patronal asturiana.
Pero las huelgas no se restringían sólo al ámbito laboral o salarial, las demostraciones de fuerza
política se sucedían una tras otra. En las elecciones de noviembre de 1933 la derecha se hizo con la
mayoría de las actas parlamentarias de la región: trece correspondieron a la candidatura Acción
Popular-Liberal Demócrata y cuatro al Partido Socialista. Este hecho hizo aún más perceptible la
amenaza fascista. En febrero se convocó una huelga general política en solidaridad con los obreros
austriacos, que tuvo gran incidencia en toda la región. En septiembre se declara la huelga general
contra la concentración cedista en Covadonga, una nueva provocación de Gil Robles similar a la de
abril en El Escorial. Al igual que entonces, la huelga de septiembre es un rotundo éxito que impide a la
CEDA concentrar el grueso de sus fuerzas8.
En total se desencadenarían ocho huelgas políticas a lo largo del año 1934, a pesar de contar con
la oposición formal de la dirección nacional del PSOE y la UGT.
En Asturias como en otras zonas del Estado, las organizaciones obreras se fortalecieron con la
llegada de la República. Es de destacar en este fenómeno, la progresión experimentada por las
Juventudes Socialistas que según fuentes propias pasarían estatalmente de 3.000 afiliados en 1931 a
21.000 afiliados en 1934. En el caso asturiano la federación de JJSS superan los tres mil afiliados
situándose a la cabeza de las Juventudes en cuanto a afiliación. Estos datos contrastan con los de la
federación asturiana del PSOE que, según diversas fuentes, no alcanzarían el millar en 1933 de un
total de 80.000 a escala estatal. Es obvio, por tanto, que serán las juventudes el elemento dinamizador
del movimiento socialista durante este período.
Algo similar sucedió en el caso de las Juventudes Comunistas y el PCE: La federación juvenil
comunista en Asturias, superará a finales de 1932 los 1.200 militantes de un total de 4.000 a escala
estatal. Mientras, el Partido en Asturias contará con 700 efectivos en el mismo año de un total de
10.500 en el conjunto del país.
La composición juvenil de la fuerza de trabajo también se dejaba sentir. Según un informe de
González Peña, secretario de la UGT asturiana, sólo 1.000 de los 30.000 mineros ocupados en las
cuencas asturianas superaban los 50 años. En un estudio aparecido en el diario La Prensa, sobre
cuatro empresas y 11.000 mineros, más de un 65% de los mismos tenía menos de 35 años.
Esta composición de clase y su juventud, muy remarcados por el estudioso de la revolución
asturiana David Ruiz, aclara el auténtico carácter de la vanguardia revolucionaria asturiana: jóvenes
mineros, metalúrgicos adultos, obreros de la construcción, ferroviarios y pescadores y muy en menor
medida artesanos y maestros de enseñanza primaria.
Al igual que en el resto del Estado la base del movimiento socialista asturiano experimentó un
progresivo giro a la izquierda. De nada sirvieron los años de política conciliadora auspiciada desde la
dirección del sindicato minero de la UGT. Los ataques de la patronal, la frustración por las reformas
limitadas del primer gobierno de conjunción republicano socialista, los discursos izquierdistas de Largo
Caballero, la situación de paro forzoso que empezaba a afectar a una parte considerable de la fuerza
laboral de las cuencas mineras y la siderurgia, junto con la acción de la CNT y el Sindicato Único de
Mineros controlado por el PCE, aceleró el proceso.
La política de colaboración y negociación se topó con sus límites objetivos y desde finales de 1932
el SMA-UGT empezó a desafiar a la patronal. La escalada hacia la izquierda del Sindicato Minero de la
UGT fue azuzada por los despidos de mineros, y el anuncio de la patronal de rebajar los salarios en un
20% en el verano de 1933. Durante ese año y el siguiente, la dirección ugetista se vio presionada por
una gran cantidad de acciones huelguistas. Esto se reflejó en un ambiente creciente de apoyo a la
unidad de acción con la CNT y a favor del frente único.
La presión militante se dejaba sentir por todos lados: en la huelga general de septiembre de 1933
a favor de los jubilados; en el congreso de la Federación Socialista Asturiana de octubre del mismo
año, en el que se contrapuso las alianzas con los adversarios de la misma clase a la traición de los
republicanos; en diciembre cuando la UGT asturiana condena la represión contra la huelga cenetista y
hace un llamamiento a favor del frente único, o en enero de 1934 cuando la UGT asturiana respaldó
solidariamente las huelgas que la CNT declaró en la construcción y entre los pescadores. Todas estas
acciones impulsaban a su vez la formación de organismos unitarios a escala local y comarcal, como
sucedió durante la huelga de la construcción en octubre de 1933, y la organización de
manifestaciones, mítines y conferencias unitarias como los actos conjuntos del PSOE y el PCE en
Langreo y Mieres en los que se utilizó indistintamente la denominación Frente Único y Alianza Obrera.
Un papel destacado en todo este impulso unitario lo jugo el diario socialista Avance dirigido por
Javier Bueno. En sus páginas quedaron reflejadas todas las huelgas, manifestaciones, mítines y
celebraciones de la clase obrera asturiana. El diario fue un intrépido portavoz de la revolución social y
de la unidad de acción UGT-CNT. Su tirada se duplicó en un año hasta superar los 25.000 ejemplares
y sufrió duramente la represión gubernativa con multas y secuestros: entre enero y octubre de 1934 el
periódico fue retirado de la calle en noventa y cuatro ocasiones y su difusión fue prohibida en los
cuarteles, después de que publicase llamamientos a los soldados y suboficiales para unirse a la
insurrección. Como otros ejemplos de prensa obrera, Avance se convirtió en un auténtico diario
proletario que expresaba el sentir y las aspiraciones de cambio radical que existían entre las masas
obreras de Asturias.
Todo este proceso unitario de luchas y radicalización política experimentó un reforzamiento con la
declaración de la Alianza Obrera de Asturias de la que formaron parte desde el primer momento la
CNT, la UGT y la Federación Socialista Asturiana.
El texto de la declaración defendía rotundamente una salida revolucionaria: "Las organizaciones
que suscriben convienen entre sí el reconocer que frente a la situación económico-política del régimen
burgués en España, se impone la acción mancomunada de todos los sectores obreros con el exclusivo
objetivo de promover y llevar a cabo la revolución social (...) y llegar a la conquista del poder político y
económico para la clase trabajadora, cuya concreción inmediata será la República Socialista Federal".
Antes del verano de 1934, la Izquierda Comunista y el Bloque Obrero y Campesino se habían adherido
a la AO; tan sólo quedaba pendiente la entrada del PCE que sostuvo la postura sectaria decidida por la
Internacional. El giro se produciría tras la huelga general contra la concentración cedista en
Covadonga y después de que el Comité Central del Partido, reunido en Madrid en septiembre,
declarase que "La Alianza Obrera que no cumplía funciones revolucionarias, hoy se encuentra en otra
situación". Este giro de 180 grados tenía mucho que ver con la nueva orientación política que se
estaba fraguando en la Internacional Comunista y que prepararía el terreno para la estrategia de los
frentes populares.
El armamento obrero
Lo primero que tenemos que hacer es desarmar al capitalismo (...) al ejército, a la Guardia Civil, la
Guardia de Asalto, la Policía, los Tribunales de Justicia. ¿Y en su lugar, qué? El armamento general
del pueblo.
Largo Caballero,
en un mitin a mediados de 1934
La insurrección en marcha
El gobierno contraataca
Otro de los frentes de lucha más importantes de la insurrección asturiana fue el conocido como
frente sur, cuyos combates tuvieron como escenarios el Puente de los Fierros y Pola de Lena. Los
combates se prolongaron desde el mismo día 6 hasta el final de los mismos el día 18. Durante ese
período de tiempo el ejército revolucionario llegó a concentrar cerca de 3.000 combatientes instalados
en una zona escarpada, con toda una infraestructura de campaña: cocinas, asistencia sanitaria,
enlaces telefónicos con los comités revolucionarios.
En la campaña militar contra la insurrección participaron cerca de 25.000 hombres. El general
López Ochoa fue el encargado de dirigir las operaciones militares en Asturias, mientras otros
generales como Franco prestaron un innegable servicio. Franco fue director de las operaciones desde
el ministerio de Guerra y actuó como el verdadero jefe del Estado Mayor Central. En la práctica dirigió
todas las operaciones militares desde la retaguardia, continuando con la experiencia que había
adquirido cuando era comandante en Asturias, durante la represión de la huelga general de 1917.
Los combates fueron muy duros en las cuencas. El gobierno tuvo que utilizar hasta siete unidades
militares comandadas primero por el general Bosch y después por el general Balnes, en diez días de
combate para poder penetrar hacia el Caudal desde el frente sur.
El avance militar, la escasez de munición y la falta de confianza en la victoria, movió a la mayoría
socialista del primer comité a plantear, tan sólo cuatro días después de desencadenada la
insurrección, la necesidad del repliegue y dar por finalizada la revolución. El día 10 los máximos
dirigentes socialistas en el comité planteaban abiertamente el repliegue, cuando López Ochoa se
encontraba a dos kilómetros de Oviedo y las fuerzas del tercio ya habían desembarcado en Gijón para
reforzar la ofensiva contrarrevolucionaria. El día 11 la mayoría del comité y de jefes de grupo, con la
oposición activa de los representantes del PCE, aprobó los planes de retirada que debería someter a
consulta de las columnas de combatientes y comités de las cuencas.
Sin embargo, la retirada impulsada por los líderes socialistas chocaba con la actitud militante de su
propia base y de los activistas del PCE. Estos últimos acometieron una acción enérgica de denuncia
del abandono de la responsabilidad revolucionaria de los líderes socialistas, y lograron hacer elegir en
el mismo Oviedo un segundo Comité en el que contarían con la mayoría (de sus siete miembros cinco
eran de las juventudes comunistas). La nueva dirección comunista intentó organizar de forma más
eficaz y disciplinada las tareas de los diferentes comités de guerra, abastecimiento, transportes,
propaganda... y especialmente lanzaron una campaña para constituir el Ejército Rojo con un nítido
carácter de clase, sobre la base de la centralización de la columnas y unificación del mando. En casi
todas sus acciones, este segundo comité fue apoyado por los militantes de las Juventudes Socialistas,
que desautorizaban la actitud de los dirigentes ugetistas y del partido en el primer comité. Al mismo
tiempo, la agitación a favor de continuar la insurrección hasta el final, enardeció a los combatientes y
fue decisiva para evitar la desbandada y la derrota inmediata. Este segundo comité, clave para
asegurar la continuidad de la lucha, apenas tuvo un día de existencia, pero proporcionó una gran
autoridad a los militantes comunistas y les aseguró su participación en el tercer y último comité
revolucionario. La resistencia en Oviedo apenas duró 48 horas hasta el repliegue de las fuerzas
revolucionarias hacia las cuencas mineras.
El tercer comité revolucionario se constituyó en Oviedo en una reunión de representantes
socialistas y comunistas, fijando su sede en Sama de Langreo. Este comité, liderado por el socialista
Belarmino Tomás, reorganizó las fuerzas insurreccionales en coordinación muy estrecha con el comité
de Mieres. Su resistencia se mantuvo hasta el último momento, cuando la superioridad aplastante del
enemigo, la falta de munición y la certeza de la derrota del proletariado en el resto del Estado habían
afectado decisivamente a la moral de las filas revolucionarias. En estas condiciones se hacía imposible
continuar la lucha.
Las negociaciones para la rendición se iniciaron el día 18 entre el general López Ochoa y
Belarmino Tomás. La idea de los dirigentes revolucionarios era obtener garantías de que se evitarían
actos represivos, y colocar a las tropas coloniales, protagonistas de actos de terror blanco en Gijón y
Oviedo, en la retaguardia de los militares que ocuparan las cuencas mineras. Finalmente y tras el
compromiso de López Ochoa de respetar estas condiciones, Belarmino Tomás volvió a Sama y tras
consultar con sus camaradas del comité se dirigió a las columnas mineras desde el balcón del
Ayuntamiento. Manuel Grossi ha relatado aquel último discurso:
"Camaradas, soldados rojos: aquí entre vosotros, sin ningún temor, seguros de que hemos sabido
cumplir con el mandato que nos habéis confiado, venimos a daros cuenta de la triste situación en que
ha caído nuestro gloriosos movimiento insurreccional. Vamos a daros cuenta de las conversaciones
mantenidas por nosotros con el general del ejército enemigo, así como las bases propuestas por éste y
que debemos aceptar si queremos la paz.
"Tened en cuenta, queridos camaradas, que nuestra situación no es otra que la del ejército
vencido. Vencido momentáneamente. Todos, absolutamente todos, hemos sabido responder como
corresponde a trabajadores revolucionarios. Socialistas, comunistas, anarquistas y obreros sin partido
empuñamos las armas para luchar contra el capitalismo el 5 de octubre, fecha memorable para el
proletariado de Asturias.
"No somos culpables del fracaso de la insurrección, puesto que en esta región hemos sabido
interpretar el sentir de la clase trabajadora, que ha sabido demostrar su voluntad con hechos
concretos. No sabemos quién o quiénes han sido los culpables del fracaso de nuestro movimiento, tan
valiente y con tanto heroísmo sostenido aquí por espacio de quince días. Tenemos fusiles,
ametralladoras y cañones, pero nos falta lo esencial, que son las municiones. No disponemos de un
solo cartucho. En nuestros frentes los soldados rojos se ven obligados a sostener el avance enemigo,
empleando para ello la dinamita. Sólo con esto pueden los soldados rojos mantener a raya al ejército
adversario. Como comprenderéis, esta situación no se puede prolongar un día más, pues disponerse a
resistir significa ser copados por nuestros enemigos y ser pasados a cuchillo.
"Ninguna ayuda podemos esperar del proletariado del resto de la península, ya que éste no es
más que un mero espectador del movimiento de Asturias, y ante esta situación no es posible seguir
luchando por más tiempo con las armas en la mano (...)".
Después de leer las condiciones de la rendición, la reacción entre los más exaltados fue la de
querer fusilar a Belarmino Tomás y al resto del comité. Después de diez minutos de máxima tensión,
Belarmino Tomás continuó su alocución:
"No es de cobardes deponer las armas cuando claramente se ve que es segura la derrota, derrota
que no puede considerarse como tal si pensamos en la potencialidad de nuestro enemigo, así como en
los medios y las armas que éste ha tenido que emplear para combatirnos. Nadie, absolutamente nadie,
podrá borrar de la Historia lo que significa nuestra insurrección. Reflexionad pues, camaradas, y
comprenderéis nuestros razonamientos. La lucha entre el capital y el trabajo no ha terminado ni podrá
terminar en tanto que los obreros y campesinos no sean dueños absolutos del poder. El hecho de
organizar la paz con nuestros enemigos no quiere decir que reneguemos de la lucha de clases. No. Lo
que hoy hacemos es simplemente un alto en el camino, en el cual subsanaremos nuestros errores
para no volver a caer en los mismos, procurando al mismo tiempo organizar nuestra segunda y
próxima batalla, que debe culminar con el triunfo total de los explotados".
Las últimas actuaciones del comité revolucionario, integrado por cuatro socialistas y dos
comunistas, fue tratar de convencer e imponerse a los pequeños grupos reacios al acuerdo, así como
redactar el último comunicado de la revolución que se distribuyó por las poblaciones insurrectas.
La represión posterior al levantamiento se extendió por Asturias y el conjunto del país. En lo que
se refiere a Asturias, los muertos en los combates podrían estar cercanos a los dos mil, muchos más
numerosos entre las filas de los revolucionarios que en las fuerzas gubernamentales. La cifra de los
fusilados y asesinados en la represión militar y policial posterior superarían los 200 trabajadores.
Figuras siniestras de la represión como el comandante Doval, perpetraron crímenes colectivos que
quedaron completamente impunes. El terror blanco se desató en Asturias y en el conjunto del país.
Decenas de miles de trabajadores revolucionarios abarrotaban las cárceles. Tan sólo en Asturias hasta
final de 1934 habían sido detenidas 10.000 personas; decenas de miles más sufrieron los despidos y
las represalias de los patronos que se vengaban así del movimiento revolucionario. En Asturias una
parte de los protagonistas de la insurrección pasó a engrosar la lucha guerrillera que se mantuvo hasta
el mes de enero de 1935.
Como diría el líder anarquista Malatesta, los capitalistas harían pagar con sangre el terror que el
movimiento insurreccional provocó entre sus filas. El primer intento de envergadura en el Estado
español de romper de raíz con las relaciones de propiedad capitalista, se saldaba a favor de la clase
dominante.
¿Por qué fue derrotada la Comuna Asturiana? Las razones se han explicado, pero es obvio que el
aislamiento y el fracaso de la insurrección en el resto del Estado fueron determinantes. La actitud de la
CNT estatal que se negó a participar en la lucha, se tradujo en que su sindicato ferroviario no impidió el
traslado de las tropas moras y legionarias a Asturias para llevar a cabo la represión.
Pero a pesar de todo, Asturias la Roja frenó el avance del fascismo y el movimiento obrero se
recuperó con rapidez de sus heridas. Los mineros demostraron que la revolución socialista no era una
ilusión utópica, sino algo perfectamente posible, al menos por parte de los trabajadores. No fueron por
tanto los factores objetivos los que impidieron el triunfo de la insurrección, sino la ausencia de un
partido marxista que desplegara una táctica acertada y un programa para la toma del poder. El PSOE
podía haberlo hecho, pero le faltaba una dirección marxista, lo que no impidió que muchos militantes
socialistas, especialmente en las Juventudes, buscaran después de la derrota las ideas necesarias
para el triunfo.
"El arma superior a todas" afirmaba Grandizo Munís, " es una política revolucionaria completa,
inequívoca e impetuosa en los momentos de lucha (…), las condiciones objetivas que faltaban en
octubre —órganos democráticos de poder, milicia obrera, cohesión a escala nacional, un programa
preciso y concreto para la toma del poder—, dependían todas del factor subjetivo…"11.
La insurrección de octubre desató todas las alarmas de la clase dominante. El proletariado español
había probado no sólo en las declaraciones públicas de sus líderes, sino con las armas en la mano,
que no consentiría un triunfo frío, pacífico, de la contrarrevolución. Las lecciones de los
acontecimientos de Alemania, de Austria, no habían pasado en balde; el movimiento unitario por la
base, la radicalización de la juventud, la conciencia revolucionaria de millones de obreros y
campesinos, era una prueba concluyente para la burguesía y los terratenientes: la república, las
formas democráticas, eran un obstáculo para defender la propiedad privada.
Todas las acciones de los obreros y los campesinos sin tierra, desde la proclamación de la
República el 14 de Abril, habían ido dirigidos precisamente contra la propiedad privada, y los privilegios
de la clase dominante.
El marxismo siempre ha señalado que las formas políticas de dominación de clase pueden variar,
mientras que las relaciones sociales de producción, que las determinan, permanecen intactas. Es
decir, la burguesía se vio obligada a ceder en el cambio de régimen, aceptando el desmantelamiento
de la monarquía, y su sustitución por la República, siempre que este cambio no cuestionara su poder.
Esto no modificaba la naturaleza burguesa del régimen republicano. Indudablemente la acción
revolucionaria de las masas antes de 1931 obligó a la clase dominante a aceptar parcial y
temporalmente la existencia de derechos y libertades democráticas, y esta conquista tenía un enorme
valor. Sin embargo, la única garantía para que estos derechos no quedaran eliminados, para que estos
derechos tuvieran además todo su sentido en la medida que fueran acompañados con justicia social y
económica, buenos salarios, viviendas decentes, tierras para los campesinos, era la transformación
socialista de la sociedad. La República no cuestionaba el sistema de libre mercado, no era un régimen
anticapitalista, sino todo lo contrario.
La reacción comprendió que la tentativa de Asturias imponía una salida mucho más drástica. Se
concretó el reagrupamiento de la clase dominante; algunos diputados encabezados por Calvo Sotelo
constituyeron el Bloque Nacional en diciembre de 1934 para preparar el asalto violento del poder. La
CEDA exigió su entrada en el gobierno para imprimir mayor dureza a la represión, con la confianza de
que la transformación fascista del régimen y el triunfo definitivo de la contrarrevolución se podrían
llevar a cabo de manera similar a la de Hitler o Mussolini. En mayo de 1935, Lerroux finalmente formó
gobierno con seis ministros cedistas, incluido su líder Gil Robles, que ocupó el Ministerio de la Guerra.
La burguesía en su conjunto comprendía ya, a la altura de 1935, que la única defensa consecuente de
sus intereses pasaba por al aplastamiento de la izquierda y sus organizaciones.
La salida militar-fascista no fue una improvisación de un grupo de militares sino una acción
preparada sistemáticamente que contó con el apoyo del conjunto de la burguesía, los terratenientes y
los banqueros de todo el país, y fue ejecutada por una casta de oficiales que no sólo fue consentida
por la República, sino premiada por sus diferentes gobiernos. El 13 de mayo de 1935, Francisco
Franco, ascendido a general por Lerroux, fue nombrado Jefe del Estado Mayor Central. El general
Fanjul ocupaba la Subsecretaría de Guerra y Goded la Dirección General de Aeronáutica. Individuos
destacados de la oligarquía, como Luis Oriol (tradicionalista y banquero), que fletó un barco desde
Bélgica con 6.000 fusiles, 150 ametralladoras pesadas, 300 ligeras, 10.000 bombas de mano y 5
millones de cartuchos, financiaban y armaban sin tapujos las fuerzas de la contrarrevolución. Los
carlistas tradicionalistas habían organizado una Junta Militar, que funcionaba desde San Juan de Luz,
y adiestraba a las fuerzas de choque de los Requetés, que regularmente recibían cargamentos de
armamento para sus arsenales. En las altas esferas del ejército los preparativos militares para aplastar
la revolución se desarrollaban con rapidez. La Unión Militar Española, la organización reaccionaria de
los oficiales se fortaleció con la entrada del general Goded y aceleró todos los planes para el
levantamiento militar.
Las lecciones de la revolución del 34 eran obvias: no había condiciones materiales para una
república democrática parlamentaria. Estas formas políticas son posibles en los períodos de ascenso
histórico del capitalismo y no de declive, de decadencia orgánica. Igual que en el conjunto de Europa,
la disyuntiva no era democracia o fascismo, sino fascismo o revolución socialista.
Pero, cuando esto era evidente para la burguesía, la Internacional Comunista —fundada por Lenin
y Trotsky como el instrumento de la revolución mundial— bajo el control del aparato estalinista arrojó
por la borda todas las enseñanzas del leninismo y de la lucha de clases, toda la experiencia de la
revolución de octubre del 17, de la revolución alemana, del triunfo nazi y de los acontecimientos
españoles. Realizando una nueva pirueta política, determinada por los intereses burocráticos de la
casta que dominaba el PCUS y la IC, abandonó la malograda teoría del socialfascismo no para
reconciliarse con Lenin y la política bolchevique sino para retomar los desechos teóricos de la
socialdemocracia y el menchevismo y adoptar el programa de la colaboración de clases: el Frente
Popular. Del 25 de julio al 17 de agosto de 1935, se reunió en Moscú el VII Congreso de la IC para
ratificar un viraje iniciado seis meses antes, después del acercamiento diplomático de la burocracia
estalinista a Francia y Gran Bretaña. Dimitrov se encargó de presentar la nueva doctrina política,
enterrando las viejas ideas ultraizquierdistas del social fascismo: "Hoy en día, en una serie de países
capitalistas, las masas trabajadoras tienen que elegir concretamente, por el momento, no entre la
dictadura del proletariado y la democracia burguesa, sino entre la democracia burguesa y el fascismo"
(Dimitrov, Euvres Choises, París 1952, pág. 137). El futuro de la revolución española sin embargo,
adoptó un curso mucho más dramático del que los dirigentes estalinistas podrían suponer.
En el movimiento socialista, el proceso de radicalización no se detuvo. En el folleto Octubre
segunda etapa, publicado clandestinamente por las Juventudes Socialistas y en el que se contienen
ideas muy confusas respecto al gobierno de conjunción (1931-1933) y la política del PSOE, queda
reflejado, a pesar de todo, la profundidad de la evolución izquierdista de las juventudes: "Regresamos
a Marx y Lenin, unamos a la juventud revolucionaria en una internacional que rompa los errores del
pasado, para ello invitamos a la Juventud Comunista, a las Juventudes Comunistas de Izquierda y a
las juventudes del BOC a entrar en masa a la Juventud Socialista de España, invitamos a la juventud
revolucionaria a unirse a nuestra bandera para la reconstrucción del movimiento proletario
internacional".
La evolución de las JJSS hacia las auténticas posiciones del marxismo era una posibilidad real.
Las posturas centristas de izquierda no surgieron por capricho. Respondían a la madurez que había
alcanzado el proceso revolucionario en el Estado español. Los batallones para construir el partido
marxista que el proletariado español necesitaba estaban dispuestos: eran los miles de jóvenes
socialistas que querían hacer la revolución. Pero aquellos que tuvieron la oportunidad de ganarlos a las
ideas del genuino marxismo (entre ellos la Izquierda Comunista liderada por Andreu Nin) rechazaron
hacerlo.
La historia posterior es la página más gloriosa del proletariado español. Durante tres años los
trabajadores, los campesinos, los oprimidos durante siglos empuñaron las armas contra el fascismo e
hicieron una revolución social, en las ciudades y en el campo, generando los órganos del poder obrero
en el terreno militar, en las fábricas, en las colectividades. Toda la política práctica de las masas
obreras se orientó hacia la revolución socialista, la única arma con la que se podía derrotar
exitosamente al fascismo. Y como ocurriera en otras ocasiones, la tragedia del proletariado español no
fue la ausencia de madurez política, de arrojo y valentía, ni siquiera de armas, sino la falta de una
dirección revolucionaria armada con el programa del socialismo revolucionario, una dirección leninista
a la altura de las tareas que imponía el momento histórico.
El drama de tres años, del que Octubre del 34 fue su anticipación, se resolvió con el triunfo de la
contrarrevolución fascista y una dictadura que cubrió el Estado español durante cuarenta años.
Algunos pensaban que la paz de los cementerios, los fusilamientos, la cárcel y el exilió acabarían con
la clase obrera y sus ansias de liberación. Se equivocaron por completo como demostraron los
acontecimientos revolucionarios de los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Las lecciones de octubre del 34 y de la revolución española constituyen un tesoro precioso para
los revolucionarios. Su estudio sistemático y profundo es absolutamente imprescindible, pues la
política revolucionaria nunca surgirá de la confusión o de la improvisación. Estamos pues obligados a
asimilar estas lecciones, por muy dolorosas que éstas sean, para evitar los errores del pasado. Sólo
así podremos construir la dirección y el partido capaz de llevar a la clase obrera y los oprimidos hasta
la victoria definitiva.
.
Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 13
.......... Enero 2005
ASTURIAS: OCTUBRE1934
La Comuna Asturiana de 1934
La insurrección proletaria y la República
La impotencia del parlamentarismo en la situación de crisis del conjunto del sistema social capitalista
es tan evidente que los demócratas vulgares, en el interior del movimiento obrero (...), no encuentran
un solo argumento para defender sus petrificados prejuicios. Por eso argumentan con todos los
fracasos y derrotas sufridas por los métodos revolucionarios. La lógica de su pensamiento es la
siguiente: si el parlamentarismo puro no tiene salida, tampoco sale nada mejor de la lucha armada. Las
derrotas de las insurrecciones proletarias de Austria y España se han convertido, como es lógico, en
los argumentos favoritos del momento. De hecho, la inconsistencia teórica y política de estos
demócratas vulgares se muestra todavía más clara en su crítica de los métodos revolucionarios que en
su defensa de la democracia burguesa en putrefacción. Nadie ha dicho que el método revolucionario
asegure automáticamente la victoria. Lo que decide no es el método en sí, sino su correcta aplicación,
la orientación marxista durante los acontecimientos, una potente organización, la confianza de las
masas ganada mediante una larga experiencia, una dirección inteligente y audaz. El resultado de toda
batalla depende del momento y de las circunstancias del conflicto, de la relación de fuerzas. El
marxismo está bastante lejos de afirmar que el enfrentamiento armado sea el único método
revolucionario, una especie de panacea válida en cualquier situación. En general, el marxismo no
conoce fetiches, ya sea el parlamento o la insurrección. Todo tiene su tiempo y su lugar. Pero, para
empezar lo que sí se puede afirmar es que el proletariado socialista jamás ha conquistado el poder en
parte alguna por la vía parlamentaria, ni nunca se ha aproximado a él por este método. Los gobiernos
de Scheidemann, Hermann Müller y Mac Donald no tenían nada de común con el socialismo. La
burguesía sólo ha permitido llegar al poder a socialdemócratas y laboristas a condición de que
defiendan el capitalismo de sus enemigos. Y aquellos han cumplido escrupulosamente esta condición.
El socialismo puramente parlamentario, antirrevolucionario, nunca ha conducido, en ningún sitio, a un
régimen socialista; por el contrario, sí ha tenido éxito formando despreciables renegados que
aprovechan el partido obrero para hacer una carrera ministerial.
Por otra parte, la experiencia histórica demuestra que el método revolucionario sí puede llevar al
proletariado a la conquista del poder: en Rusia, en 1917; en Alemania y en Austria, en 1918; en
España, en 1930. En Rusia había un potente partido bolchevique que durante varios años preparó la
revolución y supo apoderarse firmemente del poder. Los partidos reformistas de Alemania, Austria y
España no prepararon ni dirigieron la revolución: la sufrieron. Asustados por el poder que había caído
en sus manos contra su voluntad, se lo pasaron benévolamente a la burguesía. De esta forma minaron
la confianza del proletariado en sí mismo, y más aún, la confianza de la pequeña burguesía en el
proletariado. Prepararon las condiciones para el ascenso de la reacción fascista de la que al final
cayeron víctimas.
Siguiendo a Clausewitz, hemos dicho más de una vez que la guerra civil es la continuación de la
política por otros medios. Esto significa que el resultado de la guerra civil depende sólo en una cuarta
parte, por no decir en una décima, de la marcha de la guerra civil en sí, de sus medios técnicos, de la
dirección puramente militar y, en sus tres cuartas partes, si no en sus nueve décimas, de su
preparación política. ¿En qué consiste esta preparación? En la cohesión revolucionaria de las masas,
en su ruptura con las serviles esperanzas en la benevolencia, en la generosidad, en la lealtad de los
esclavistas "democráticos", en la educación de cuadros revolucionarios que sepan desafiar la opinión
pública oficial y sean capaces de mostrar, frente a la burguesía, nada más que la décima parte de la
implacabilidad que la burguesía muestra respecto a los trabajadores. Sin este temple, la guerra civil,
cuando las circunstancias la impongan —y acaban siempre por imponerla—, se desarrollará en las
condiciones más desfavorables para el proletariado, dependerá mucho de la casualidad, e incluso en
el caso de victoria militar, el poder estará en peligro de escapársele de las manos al proletariado.
Quien no ve que la lucha de clases conduce inevitablemente a un enfrentamiento armado es ciego.
Pero no es menos ciego quien no ve detrás del conflicto armado y su resultado toda la política anterior
de las clases en lucha.
En Austria no ha sido el método de la insurrección el derrotado, sino el austro-marxismo; en
España lo ha sido el reformismo parlamentario sin principios; (...) pero en el fondo las causas de la
derrota son las mismas. El Partido Socialista Obrero español, como los "socialistas revolucionarios" y
los mencheviques rusos, compartió el poder con la burguesía republicana para impedir a los obreros
llevar la revolución hasta el fin. Durante dos años, los socialistas en el poder ayudaron a la burguesía a
desembarazarse de las masas con migajas de reformas agrarias, sociales o nacionales. Contra las
capas más revolucionarias del pueblo, los socialistas emplearon la represión. El resultado fue doble. El
anarcosindicalismo, que con una correcta política del partido obrero se hubiese fundido como cera en
el fuego de la revolución, se reforzó de hecho y agrupa en torno a él las capas más combativas del
proletariado. En el otro polo, la demagogia social-católica explotó hábilmente el descontento de las
masas contra el gobierno burgués-socialista. Cuando el Partido Socialista estuvo suficientemente
desprestigiado, la burguesía le alejó del poder y pasó a la ofensiva en todos los frentes. El Partido
Socialista debió defenderse en las condiciones extremadamente desfavorables que él mismo había
preparado con toda su política anterior. La burguesía tenía ya un apoyo de masas por la derecha. Los
jefes anarcosindicalistas, que en el curso de la revolución cometieron errores en todo lo que pasaba
por sus manos de confusionistas profesionales, rehusaron sostener una insurrección dirigida por
"políticos traidores". El movimiento, lejos de ser general, sólo fue esporádico. El Gobierno pudo así
hacer su jugada en todas las casillas del tablero. La guerra civil impuesta por la reacción finalizó con la
derrota del proletariado.
No es difícil, a partir de la experiencia española, estar en contra de la participación de los
socialistas en un gobierno burgués. La conclusión es indiscutible en sí, pero absolutamente
insuficiente. El pretendido "radicalismo" austro-marxista no es mejor que el ministerialismo español. La
diferencia entre ellos es técnica y no política. En uno como el otro esperaban que la burguesía les
devolviese "lealtad por lealtad". Y cada uno de ellos ha llevado al proletariado a la catástrofe. En
España, como en Austria, no son los métodos revolucionarios los que han sido derrotados, sino los
métodos oportunistas empleados en una situación revolucionaria. ¡Que no es lo mismo!
Octubre de 1934
Extraído de España 1930-36. Obras, 2. Akal Editorial
.
Fundación Federico Engels ..
Marxismo Hoy nº 13
.......... Enero 2005
ASTURIAS: OCTUBRE1934
La Comuna Asturiana de 1934
La insurrección proletaria y la República
Las situaciones de equilibrio inestable no pueden sostenerse durante largo tiempo. La tensión
producida entre las fuerzas de la revolución y de la contrarrevolución desde el otoño de 1933 tenía
forzosamente que encontrar una salida, y la encontró en el alzamiento del mes de octubre.
Constituían las fuerzas de la revolución la pequeña burguesía radical y el proletariado. No se
contaba, sin embargo, con la alianza de la gran masa campesina y semiproletaria, desmora-lizada por
la huelga de junio. Puede afirmarse, pues, que el movimiento comprendía la lucha de las regiones
industriales y mineras contra la España agrícola, en sus formas arcaicas de producción.
El Partido Socialista se había lanzado, durante un año, a una campaña de agitación revolucionaria,
en el transcurso de la cual se preconizaba la dictadura del proletariado, sin fijar, no obstante, objetivos
concretos a la lucha. En realidad, los dirigentes —como quedó de manifiesto en el discurso de Prieto
en el Monumental Cinema— aspiraban a tomar el poder para instaurar un régimen democrático
avanzado, que contase con la ayuda de la pequeña burguesía radical e incluso de la burguesía
industrial. Esperaban que el presidente de la República les entregaría el poder sin recurrir a la
violencia, y, por eso mismo, al verse arrastrados por las circunstancias, llevaron al movimiento el
espíritu derrotista que les animaba.
Presionados por las masas, aceptaron el reto del Gobierno reaccionario, presentando combates en
inferioridad de condiciones, porque no habían hablado a la clase obrera con la claridad necesaria
sobre los objetivos que se perseguían, porque desconocían el arte de la insurrección y no crearon los
organismos que tenían que traducir en hechos la voluntad de las masas.
La insurrección, a excepción de Asturias y Cataluña —ésta constituye un caso especial, aunque se
mueve en la órbita de la revolución española—, ha sido un movimiento sectario que movilizaba
exclusivamente a los miembros del Partido Socialista, se apoyaba en comités secretos, en lugar de
apoyarse en la clase avanzada, y en la oficialidad del ejército, que les traicionó al comprobar las
vacilaciones de los dirigentes, en lugar de apoyarse en los soldados y en la voluntad de las masas
trabajadoras. Allí donde los jefes pudieron controlar las iniciativas y los deseos de las masas, el
movimiento no fue más que un deseo frustrado.
La clase obrera se encontraba en la reserva, esperando instrucciones que no llegaban. En cambio,
allí donde la. masas estaban organizadas en frente único, los líderes socialistas fueron desbordados
en sus intenciones. Así nos explicamos que en Asturias, donde los organismos de Alianza Obrera
existían y actuaban desde hacía cerca de un año, se constituyera rápidamente el Ejército Rojo, los
comités de abastos, el Tribunal Revolucionario y tantas otras instituciones peculiares de los primeros
momentos de la revolución proletaria. Los trabajadores asturianos lucharon como leones porque se
sentían unidos en la acción y tenían confianza en los organismos directores.
Para llevar a cabo con éxito un movimiento revolucionario, es indispensable seguir un plan
preconcebido, con ligeras variantes adaptadas a las circunstancias del lugar. De lo contrario, se corre
el peligro no sólo de no alcanzar el objetivo propuesto, sino que al realizar actos sin ningún objetivo o
poco preciso, pueda desvanecerse fácilmente el camino que conduce a la victoria. Si se hubiesen
tenido en cuenta estos preceptos insurreccionales del marxismo, a estas horas el proletariado sería la
clase dominante en España. Pero los dirigentes del movimiento no sabían lo que se hacían.
Permanecieron a la expectativa, aguardando a que los nacionalistas catalanes y vascos proclamasen
la República federal. En la pretensión de ser el juez que ha de fallar la suerte de las clases
fundamentales de la sociedad, la pequeña burguesía no hizo otra cosa que servir los intereses
históricos de la burguesía. Una vez más, esta clase social se ha mostrado incapaz de dirigir el
movimiento revolucionario hasta el fin. El haberse mantenido a la defensiva, sobre todo en lugares
como Cataluña, donde las condiciones eran excepcio-nalmente favorables para una ofensiva, fue la
muerte de la insurrección.
Excepto de la gloriosa insurrección de Asturias, al proletariado español le ha faltado conciencia de
la necesidad de la conquista del poder. Allí donde el Partido Socialista gozaba de más influencia, la
clase obrera no había recibido las enseñanzas que el partido revolucionario del proletariado tiene la
obligación de infiltrar en la conciencia de las masas populares. Los anarquistas no secundaron el
movimiento por su "carácter político" y porque no establecían distinciones entre Gil Robles, Azaña y
Largo Caballero.
Por eso era necesario un partido que, interpretando los intereses legítimos de la clase obrera, se
esforzara en constituir previamente los organismos del frente único, con el fin de conquistar a través de
las Alianzas Obreras, la mayoría de la población. Le ha faltado al ejército revolucionario un estado
mayor con jefes capaces, estudiosos y experimentados. Sin partido revolucionario no hay revolución
triunfante. Esta es la única y verdadera causa de la derrota de la insurrección de octubre. Que no se
atribuya este fracaso a la traición de los anarquistas, con los cuales no se había contado, ni a la
deserción de los campesinos, mal trabajados por la propaganda, ni a la traición evidente de los
nacionalistas vascos y catalanes, temerosos por el cariz que tomaban los acontecimientos, que
sobrepasaban sus intenciones democráticas. El partido revolucionario de la clase obrera tiene la
obligación de prever estas contingencias, con el fin de obrar, como es menester, antes y después de
producirse.
A pesar de todo, este fracaso no significa que el movimiento obrero esté liquidado. La clase
trabajadora ha sido vencida, pero no eliminada, con la particularidad de que el movimiento ha
permanecido intacto en la mayoría de las poblaciones españolas, porque la clase obrera se ha
mantenido a la reserva sin agotarse. El proletariado español se ha enriquecido con una experiencia
más, que si se analiza en todos sus aspectos con espíritu crítico y sin tratar de justificar actitudes
fracasadas, redundará en provecho de la causa revolucionaria, como también demostrará el fracaso de
dos ideologías que tienen las mismas raíces económicas: del reformismo y del estalinismo, como
ideologías de la pequeña burguesía burocrática.
El tiempo de la contrarrevolución es pasajero, a costa de la destrucción de todas las ilusiones y de
todas las esperanzas que la revolución española habrá hecho concebir a los obreros españoles. Pero
este triunfo no ha conseguido, ni conseguirá, conciliar aquello que está separado por un profundo
antagonismo de intereses; no podrá unir a la clase obrera con la burguesía y sus aliados. La oligarquía
dominante espera llevar a feliz término sus planes explotadores, inhabilitando las asociaciones obreras
que han tomado parte en el movimiento, revisando la Constitución, derogando las leyes sociales
vigentes y creando dificultades a la organización sindical y política del proletariado. Aspira a un Estado
corporativo, más o menos definido; pero, por ahora, no se atreve a poner fuera de la ley a los partidos
políticos del proletariado, porque el fascismo español está falto de masas y de jefes, y no supo
aprovecharse de la descomposición intensa que se inició en los primeros momentos que siguieron al
fracaso, sin que llegasen a producirse mayores males. Ahora el movimiento se ha reanudado, la clase
obrera se siente confiada y optimista y las posibilidades fascistas son menores.
La contrarrevolución sigue temiendo a la revolución, porque sabe que ha sido vencida y porque,
además, hay tres grandes problemas que no admiten aplazamiento. La libertad que anhelan las
nacionalidades oprimidas y las mejoras de los proletarios y campesinos españoles no las puede
otorgar la oligarquía dominante, porque implicaría su derrota. El pan que pide el ejército de los sin
trabajo no lo puede dar el Estado burgués agrario, porque la penuria es el resultado de su política
explotadora. La tierra que reclaman millones de campesinos no quieren entregarla los terratenientes, lo
mismo que se niegan a conceder todo aquello que signifique un ataque a la propiedad privada, base
de su dominación.
Si no tuviéramos la seguridad de que el movimiento de la clase obrera hacia un fin ideal, aunque
haya sufrido un retroceso, no es una tarea de hacer y deshacer, la Izquierda Comunista no reclamaría
el lugar que le corresponde en las tareas de reagrupamiento y de reorganización, difíciles, pero no
imposibles, y de resultados prácticos indudables en el marco de un Estado en descomposición y en la
órbita de una revolución que no ha llegado, ni mucho menos, a su última etapa. Si sólo nos fijásemos
en los fracasos que ha experimentado el movimiento obrero durante estos últimos años, decaerían
nuestra moral y nuestras convicciones. Pero son precisamente estos fracasos los que vienen a
confirmar la teoría marxista con tanta o más insistencia que las victorias obtenidas.
Más que nunca, hay que propagar la necesidad de organizar al proletariado en las Alianzas
Obreras y en los comités de fábrica, y, a través de estos organismos, conquistar la mayoría de la
población, que se moverá con impulso irresistible bajo la influencia del partido revolucionario que
todavía no se ha formado, pero que surgirá, potente, como guía de los explotados en su lucha por la
emancipación de la humanidad.
L’Estrella Roja,
Barcelona, 1 de diciembre de 1934
L’Estrella Roja,
Barcelona, 16 de diciembre de 1935.
.
Fundación Federico Engels ..
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ASTURIAS: OCTUBRE1934
La Comuna Asturiana de 1934
La insurrección proletaria y la República
Las situaciones de equilibrio inestable no pueden sostenerse durante largo tiempo. La tensión
producida entre las fuerzas de la revolución y de la contrarrevolución desde el otoño de 1933 tenía
forzosamente que encontrar una salida, y la encontró en el alzamiento del mes de octubre.
Constituían las fuerzas de la revolución la pequeña burguesía radical y el proletariado. No se
contaba, sin embargo, con la alianza de la gran masa campesina y semiproletaria, desmora-lizada por
la huelga de junio. Puede afirmarse, pues, que el movimiento comprendía la lucha de las regiones
industriales y mineras contra la España agrícola, en sus formas arcaicas de producción.
El Partido Socialista se había lanzado, durante un año, a una campaña de agitación revolucionaria,
en el transcurso de la cual se preconizaba la dictadura del proletariado, sin fijar, no obstante, objetivos
concretos a la lucha. En realidad, los dirigentes —como quedó de manifiesto en el discurso de Prieto
en el Monumental Cinema— aspiraban a tomar el poder para instaurar un régimen democrático
avanzado, que contase con la ayuda de la pequeña burguesía radical e incluso de la burguesía
industrial. Esperaban que el presidente de la República les entregaría el poder sin recurrir a la
violencia, y, por eso mismo, al verse arrastrados por las circunstancias, llevaron al movimiento el
espíritu derrotista que les animaba.
Presionados por las masas, aceptaron el reto del Gobierno reaccionario, presentando combates en
inferioridad de condiciones, porque no habían hablado a la clase obrera con la claridad necesaria
sobre los objetivos que se perseguían, porque desconocían el arte de la insurrección y no crearon los
organismos que tenían que traducir en hechos la voluntad de las masas.
La insurrección, a excepción de Asturias y Cataluña —ésta constituye un caso especial, aunque se
mueve en la órbita de la revolución española—, ha sido un movimiento sectario que movilizaba
exclusivamente a los miembros del Partido Socialista, se apoyaba en comités secretos, en lugar de
apoyarse en la clase avanzada, y en la oficialidad del ejército, que les traicionó al comprobar las
vacilaciones de los dirigentes, en lugar de apoyarse en los soldados y en la voluntad de las masas
trabajadoras. Allí donde los jefes pudieron controlar las iniciativas y los deseos de las masas, el
movimiento no fue más que un deseo frustrado.
La clase obrera se encontraba en la reserva, esperando instrucciones que no llegaban. En cambio,
allí donde la. masas estaban organizadas en frente único, los líderes socialistas fueron desbordados
en sus intenciones. Así nos explicamos que en Asturias, donde los organismos de Alianza Obrera
existían y actuaban desde hacía cerca de un año, se constituyera rápidamente el Ejército Rojo, los
comités de abastos, el Tribunal Revolucionario y tantas otras instituciones peculiares de los primeros
momentos de la revolución proletaria. Los trabajadores asturianos lucharon como leones porque se
sentían unidos en la acción y tenían confianza en los organismos directores.
Para llevar a cabo con éxito un movimiento revolucionario, es indispensable seguir un plan
preconcebido, con ligeras variantes adaptadas a las circunstancias del lugar. De lo contrario, se corre
el peligro no sólo de no alcanzar el objetivo propuesto, sino que al realizar actos sin ningún objetivo o
poco preciso, pueda desvanecerse fácilmente el camino que conduce a la victoria. Si se hubiesen
tenido en cuenta estos preceptos insurreccionales del marxismo, a estas horas el proletariado sería la
clase dominante en España. Pero los dirigentes del movimiento no sabían lo que se hacían.
Permanecieron a la expectativa, aguardando a que los nacionalistas catalanes y vascos proclamasen
la República federal. En la pretensión de ser el juez que ha de fallar la suerte de las clases
fundamentales de la sociedad, la pequeña burguesía no hizo otra cosa que servir los intereses
históricos de la burguesía. Una vez más, esta clase social se ha mostrado incapaz de dirigir el
movimiento revolucionario hasta el fin. El haberse mantenido a la defensiva, sobre todo en lugares
como Cataluña, donde las condiciones eran excepcio-nalmente favorables para una ofensiva, fue la
muerte de la insurrección.
Excepto de la gloriosa insurrección de Asturias, al proletariado español le ha faltado conciencia de
la necesidad de la conquista del poder. Allí donde el Partido Socialista gozaba de más influencia, la
clase obrera no había recibido las enseñanzas que el partido revolucionario del proletariado tiene la
obligación de infiltrar en la conciencia de las masas populares. Los anarquistas no secundaron el
movimiento por su "carácter político" y porque no establecían distinciones entre Gil Robles, Azaña y
Largo Caballero.
Por eso era necesario un partido que, interpretando los intereses legítimos de la clase obrera, se
esforzara en constituir previamente los organismos del frente único, con el fin de conquistar a través de
las Alianzas Obreras, la mayoría de la población. Le ha faltado al ejército revolucionario un estado
mayor con jefes capaces, estudiosos y experimentados. Sin partido revolucionario no hay revolución
triunfante. Esta es la única y verdadera causa de la derrota de la insurrección de octubre. Que no se
atribuya este fracaso a la traición de los anarquistas, con los cuales no se había contado, ni a la
deserción de los campesinos, mal trabajados por la propaganda, ni a la traición evidente de los
nacionalistas vascos y catalanes, temerosos por el cariz que tomaban los acontecimientos, que
sobrepasaban sus intenciones democráticas. El partido revolucionario de la clase obrera tiene la
obligación de prever estas contingencias, con el fin de obrar, como es menester, antes y después de
producirse.
A pesar de todo, este fracaso no significa que el movimiento obrero esté liquidado. La clase
trabajadora ha sido vencida, pero no eliminada, con la particularidad de que el movimiento ha
permanecido intacto en la mayoría de las poblaciones españolas, porque la clase obrera se ha
mantenido a la reserva sin agotarse. El proletariado español se ha enriquecido con una experiencia
más, que si se analiza en todos sus aspectos con espíritu crítico y sin tratar de justificar actitudes
fracasadas, redundará en provecho de la causa revolucionaria, como también demostrará el fracaso de
dos ideologías que tienen las mismas raíces económicas: del reformismo y del estalinismo, como
ideologías de la pequeña burguesía burocrática.
El tiempo de la contrarrevolución es pasajero, a costa de la destrucción de todas las ilusiones y de
todas las esperanzas que la revolución española habrá hecho concebir a los obreros españoles. Pero
este triunfo no ha conseguido, ni conseguirá, conciliar aquello que está separado por un profundo
antagonismo de intereses; no podrá unir a la clase obrera con la burguesía y sus aliados. La oligarquía
dominante espera llevar a feliz término sus planes explotadores, inhabilitando las asociaciones obreras
que han tomado parte en el movimiento, revisando la Constitución, derogando las leyes sociales
vigentes y creando dificultades a la organización sindical y política del proletariado. Aspira a un Estado
corporativo, más o menos definido; pero, por ahora, no se atreve a poner fuera de la ley a los partidos
políticos del proletariado, porque el fascismo español está falto de masas y de jefes, y no supo
aprovecharse de la descomposición intensa que se inició en los primeros momentos que siguieron al
fracaso, sin que llegasen a producirse mayores males. Ahora el movimiento se ha reanudado, la clase
obrera se siente confiada y optimista y las posibilidades fascistas son menores.
La contrarrevolución sigue temiendo a la revolución, porque sabe que ha sido vencida y porque,
además, hay tres grandes problemas que no admiten aplazamiento. La libertad que anhelan las
nacionalidades oprimidas y las mejoras de los proletarios y campesinos españoles no las puede
otorgar la oligarquía dominante, porque implicaría su derrota. El pan que pide el ejército de los sin
trabajo no lo puede dar el Estado burgués agrario, porque la penuria es el resultado de su política
explotadora. La tierra que reclaman millones de campesinos no quieren entregarla los terratenientes, lo
mismo que se niegan a conceder todo aquello que signifique un ataque a la propiedad privada, base
de su dominación.
Si no tuviéramos la seguridad de que el movimiento de la clase obrera hacia un fin ideal, aunque
haya sufrido un retroceso, no es una tarea de hacer y deshacer, la Izquierda Comunista no reclamaría
el lugar que le corresponde en las tareas de reagrupamiento y de reorganización, difíciles, pero no
imposibles, y de resultados prácticos indudables en el marco de un Estado en descomposición y en la
órbita de una revolución que no ha llegado, ni mucho menos, a su última etapa. Si sólo nos fijásemos
en los fracasos que ha experimentado el movimiento obrero durante estos últimos años, decaerían
nuestra moral y nuestras convicciones. Pero son precisamente estos fracasos los que vienen a
confirmar la teoría marxista con tanta o más insistencia que las victorias obtenidas.
Más que nunca, hay que propagar la necesidad de organizar al proletariado en las Alianzas
Obreras y en los comités de fábrica, y, a través de estos organismos, conquistar la mayoría de la
población, que se moverá con impulso irresistible bajo la influencia del partido revolucionario que
todavía no se ha formado, pero que surgirá, potente, como guía de los explotados en su lucha por la
emancipación de la humanidad.
L’Estrella Roja,
Barcelona, 1 de diciembre de 1934
L’Estrella Roja,
Barcelona, 16 de diciembre de 1935.
.
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ASTURIAS: OCTUBRE1934
La Comuna Asturiana de 1934
La insurrección proletaria y la República
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