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Sin embargo, a pesar de que gran parte de nuestra historia humana conserve
aún en muchas dimensiones este modo de vivir amoroso como el modo de vivir
que nos dio origen en tanto seres humanos, la cultura patriarcal-matriarcal
irrumpió como un modo de vivir que en gran medida ha roto las coherencias en
que se vivía con el medio y se convivía con la comunidad humana a la que se
pertenecía. En consecuencia, como toda cultura es una red cerrada de
conversaciones, que implica coordinación de haceres, sentires y emociones, la
configuración de mundo también cambia, estableciéndose mundos relacionales
humanos centrados en la dominación, el control, la desconfianza, el
sometimiento, la apropiación, la competencia, etc. Dimensiones todas que
determinan el modo de relacionarse entre las personas, configurando el espacio
psíquico donde todas estas dimensiones establecen una ruptura a la
espontaneidad y a la confianza del vivir y del convivir humano.
“No más referencia a “los delincuentes” sin distinguir –porque también los hay
de cuello blanco- como si fueran depravados ´extraterrestres´ que deben ser
excluidos de nuestro planeta y de nuestro medio. Sí a la referencia a personas o
individuos que infringen las leyes penales. Personas únicas e irrepetibles, de
diferentes condicionamientos de vida, capaces de cometer delitos diferentes y de
reaccionar de modo distinto al proceso y al castigo penal. Los infractores de
la ley penal son seres humanos, considerarlos como números, objetos o
casos para otros fines es propio de regímenes autoritarios que no respetan la
dignidad de las personas.
No a más cárcel como única respuesta a un fenómeno social de causas múltiples,
porque ello no es honesto, reduce la realidad y simplifica el problema. Insistir
en la Cárcel para todos los delitos es más de lo mismo y, por ello, no
pueden esperarse resultados diferentes de los ya conocidos. La cárcel
debe quedar para los delitos graves. Más cárcel para todos los delitos es una
respuesta vengativa –la venganza no es forma de justicia-, que desincentiva la
rehabilitación y termina como todo populismo pagando con desequilibrios
económicos. El mayor desafío que enfrentan los jueces es ser justos
con los que no lo son. Chile tiene niveles comparados medios de
delincuencia y la tasa más alta de recluidos en América Latina, es decir, la mano
más dura del continente. Es legítimo entonces preguntarse: ¿Cuánta cárcel
resiste el país? ¿Cuántos recursos deben asignarse a la construcción de cárceles?
¿Más cárcel en vez de programas de prevención juvenil contra la violencia y las
drogas, viviendas sociales, escuelas o consultorios públicos? Y al respecto, ¿qué
sector socio-económico se encuentra en las cárceles y por qué?”1
Hay por lo menos 12 situaciones que revelan la magnitud de la crisis por la que
atraviesa el sistema de Administración de Justicia y Seguridad Ciudadana,
veamos:
Según las cifras entregadas por Gendarmería el año 2003 más del 50% de la
población recluida en el país se encontraba clasificada con un alto nivel de
compromiso delictual, seguido de 24.2% de personas con un mediano-alto
compromiso delictual. Esta situación permite ver que para el sistema
penitenciario, los presos chilenos son en su gran mayoría sujetos considerados
peligrosos y altamente comprometidos con la carrera criminal. Para colmo,
todos los centros penales aunque son de distinto tipo en la retórica
clasificatoria, en la praxis reducen a la población penal, quedando mutuamente
expuestos, detenidos, procesados y condenados, incluso hay niños apartados en
penales de adultos. Y esta situación, ligada a los altos índices de hacinamiento,
es otro dominio posibilitador del mentado contagio “criminógeno”, en este caso
entre personas de alto y bajo compromiso delictual.
Este es por supuesto sólo un aspecto del problema de hacer tabla rasa con los
delincuentes al no ver personas, pero es muy revelador de la complejidad de la
trampa epistemológico-cultural en que nos encontramos. ¿Que queremos? Los
seres vivos en general y los humanos en particular queremos realizar un vivir
que se deslice en la conservación del bien-estar, queremos estar bien donde sea
que estemos, deseamos conservar una dinámica y un sentir de congruencia con
el entorno, y esto solo es posible desde el amar, desde la aceptación operacional,
concreta y particular de la legitimidad de toda la comunidad. La llamada
Seguridad Ciudadana es la distinción de un resultado, pero el mecanismo que la
genera siempre es en último termino el Bien-estar Social, la represión, el
autoritarismo y el control, sólo traen a mano una frágil apariencia de Seguridad
Ciudadana, y a la larga esas dinámicas relacionales sólo agravan la situación,
como ha pasado ya tantas veces en la historia mundial y de nuestro país.
Démonos cuenta que hoy hay miles de jóvenes y aún de niños, empezando a
transitar por las sendas de la delincuencia como modo, infructuoso, de salir de
la trampa cultural en que habitan. Ellos vivirán y realizaran el Chile de mañana,
pero somos nosotros, los adultos con que ellos conviven hoy, el futuro de Chile,
por que según como vivamos nosotros con ellos será el vivir que aprendan. Una
vez más la pregunta central sigue siendo ¿Qué mundo queremos vivir?.