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Judith Butler sobre Obama, ¿Euforia acrítica?

La feminista usamericana Judith Butler reflexiona sobre Obama.

Pocos somos inmunes a la euforia que marca el momento. Mis amigos en la izquierda
me escriben diciendo sentir algo muy parecido a la “redención” o que “el país ha vuelto
a nosotros” o que “por fin tenemos a uno de los nuestros en la Casa Blanca”. Por
supuesto, al igual que ellos, me descubro inundada de incredulidad y entusiasmo a lo
largo del día, ya que saber que el régimen de George W. Bush se acabó es un gran
alivio. Y pensar en Obama, un candidato negro reflexivo y progresista, significa dar un
giro al terreno de la historia, y sentimos el cataclismo conforme su llegada abre una
nueva brecha.

Pero tratemos de pensar cuidadosamente en esa brecha de cambio, aunque aún es


prematuro conocer del todo su topografía. La relevancia histórica de la elección de
Barack Obama tiene vertientes todavía desconocidas, pero su elección no es ni puede
ser una redención, y si suscribimos los acentuados caminos de identificación que
propone (“todos estamos unidos”) o que proponemos (“es uno de los nuestros”) nos
arriesgamos a creer que este momento político puede superar los antagonismos que
constituyen la vida política, particularmente la vida política en estos tiempos.

Siempre ha habido buenas razones para no abrazar la “unidad nacional” como ideal y
para albergar sospechas ante la identificación absoluta y perfecta con cualquier líder
político. Después de todo, el fascismo dependió, en parte, de esa identificación total con
el líder y los republicanos participan del mismo tipo de campaña a fin de orquestar un
efecto político cuando, por ejemplo, Elizabeth Dole se dirige a su público con estas
palabras: “Los amo a todos y cada uno de ustedes”.
Pensar en la política de la identificación eufórica se torna más importante que nunca
ante la elección de Obama y considerando que el apoyo que obtuvo coincide con el
apoyo de causas conservadoras. De cierta manera, esto explica su éxito “universal”. En
California ganó con 60% de los votos y, sin embargo, una parte significativa de quienes
votaron por él también votaron en contra del matrimonio homosexual (52%). ¿Cómo
entender esta aparente disyunción? Primero, recordemos que Obama no ha apoyado
explícitamente el derecho al matrimonio entre personas homosexuales. Además, como
lo señaló Wendy Brown, los republicanos han advertido que el electorado no está tan
motivado por los temas “morales” como lo estuvo en procesos electorales recientes; las
razones detrás del apabullante voto a favor de Obama parecen ser fundamentalmente
económicas y la lógica que lo explica parece más estructurada en torno a la racionalidad
neoliberal que a las inquietudes religiosas.
Esta es sin duda una de las razones por las que fracasó la idea de asignar a Palin la
función de despertar a la mayoría del electorado con la discusión de cuestiones morales.
Pero si los temas “morales”, como el control de las armas, los derechos relacionados
con el aborto y los derechos de las personas homosexuales, no fueron tan determinantes
como en el pasado, quizás se deba a que se encuentran perfectamente instalados en otro
compartimiento de la mente política. En otras palabras, enfrentamos nuevas
configuraciones de las convicciones políticas que posibilitan mantener, al mismo
tiempo, visiones en apariencia divergentes: alguien puede, por ejemplo, discrepar de
Obama en ciertos temas, pero haberle dado su voto. Esto se hizo más notorio ante el
surgimiento del contraefecto Bradley,[i] cuando los votantes pudieron asumir y de
hecho asumieron de manera explícita su racismo, pero dijeron que de todas maneras
votarían por Obama. Entre las anécdotas de lo que se llegó a escuchar decir incluyen
frases como “Sé que Obama es musulmán y terrorista, pero igual votaré por él;
probablemente sea mejor para la economía”. Esos votantes lograron conservar su
racismo y votar por Obama, y albergar convicciones contrapuestas sin tener que
resolverlas.

A la par de las fuertes motivaciones económicas se han conjugado otros factores menos
discernibles desde lo empírico en los resultados de las elecciones. No podemos
subestimar la fuerza de la desidentificación en este proceso electoral, la sensación de
repugnancia porque George W. ha “representado” a Usamérica ante el resto del mundo,
la vergüenza por nuestras prácticas de tortura y detención ilegal, el asco de haber hecho
la guerra con base en argumentos falsos y haber propagado el racismo en contra del
Islam, la inquietud y el horror ante el hecho de que la desregulación económica llevada
al extremo haya provocado una crisis económica mundial.¿Obama surgió finalmente
como un mejor representante de la nación a pesar de su raza o debido a su raza? En esa
función de representación es, al mismo tiempo, negro y no negro (hay quienes dicen que
“no es lo suficientemente negro” y quienes dicen “es demasiado negro”); en
consecuencia, puede atraer a votantes que no solo carecen de una vía para resolver su
ambivalencia ante el tema, sino que ni siquiera desean tenerla. No obstante, la figura
pública que permite al pueblo conservar y maquillar su ambivalencia aparece como una
figura de la “unidad”: no cabe duda de que cumple una función ideológica. Estos
momentos son intensamente imaginarios, cosa que no les resta fuerza política.

El interés en la persona de Obama creció conforme se acercaban las elecciones: su


circunspección, su reflexividad, su capacidad para no perder los estribos, su manera de
lograr cierta serenidad frente a ataques hirientes y vil retórica política, su promesa de
reinstaurar una versión del país capaz de superar su actual vergüenza. La promesa,
desde luego, es seductora. Pero, ¿qué pasaría si adoptar ciegamente a Obama fomentara
la creencia en la posibilidad de superar toda disonancia, la creencia de que la unidad es
realmente posible? ¿Cuáles son las probabilidades de que terminemos sufriendo cierta
decepción inevitable cuando este carismático líder muestre que es falible, que está
dispuesto a transigir o incluso a traicionar a las minorías?De hecho, en cierta forma ya
lo ha hecho, pero muchos de nosotros “hacemos a un lado” nuestras inquietudes para
disfrutar la extrema falta de ambivalencia del momento, exponiéndonos a una euforia
acrítica aun cuando ya deberíamos haber aprendido la lección. Después de todo, es
difícil definir a Obama como un hombre de izquierda, independientemente del
“socialismo” que le atribuyen sus opositores conservadores. ¿Cómo limitarán las
políticas partidistas, los intereses económicos y el poder del Estado sus acciones?
¿Cómo habrán ya sido comprometidas? Si a lo largo de su mandato buscamos superar el
sentido de disonancia habremos echado por la borda la política crítica a favor de una
euforia cuyas dimensiones quiméricas tendrán consecuencias.

Quizás no podamos evitar la entelequia del momento, pero no olvidemos que el


momento dura un instante. Si hay racistas declarados que han dicho “Sé que es
musulmán y terrorista, pero igual votaré por él” seguramente en la izquierda habrá
quien diga “Sé que traicionó la lucha por los derechos de las personas homosexuales, sé
que traicionó a Palestina, pero sigue siendo nuestra redención”. Ya lo sabía, pero hay
que repetirlo: es la clásica formulación del desmentido. ¿Con qué medios conservamos
y maquillamos convicciones contradictorias como estas? ¿A qué costo político?

No cabe duda de que el éxito de Obama tendrá efectos importantes en la situación


económica del país, y parece razonable suponer que veremos una nueva lógica de
regulación económica y un enfoque económico parecido a la socialdemocracia europea;
en política exterior veremos, sin duda, una renovación de las relaciones multilaterales,
un cambio de 180 grados respecto de la fatídica tendencia a la destrucción de acuerdos
multilaterales que hemos visto durante el gobierno de Bush. Y sin duda también
veremos una tendencia más liberal en términos generales en lo que respecta a los temas
sociales, aunque es importante recordar que Obama no se ha manifestado a favor del
servicio universal de salud ni ha apoyado explícitamente el derecho al matrimonio
homosexual. Tampoco hay muchas razones para esperar que formule una política
exterior justa para la relación de USAmérica en Oriente Medio, aunque reconforta saber
que conoce a Rashid Khalidi.

La indiscutible relevancia de la elección de Barack Obama está del todo relacionada con
la superación de los límites implícitamente impuestos a los logros de la población negra
en USAmérica; ha inspirado, inspirará y emocionará a la juventud negra; al mismo
tiempo, precipitará un cambio en la autodefinición del país. Si la elección de Obama es
un indicio de la voluntad de la mayoría de los votantes de que este hombre “los
represente”, entonces se entiende que el “nosotros” se constituye de nuevo: somos una
nación de muchas razas, interracial, y Obama nos ofrece la oportunidad de reconocer
quiénes somos y qué seremos, y así parecería superarse aquella cierta escisión entre la
función de representación de la presidencia y la función del pueblo representado.
Seguro que se trata de un momento de euforia, pero ¿puede durar? ¿Debería?

¿Qué consecuencias tendrá esta expectativa casi mesiánica conferida a Obama? El éxito
de esta presidencia requiere de cierta decepción y de la capacidad de superar esa
decepción: el hombre se volverá humano, se mostrará menos poderoso de lo que
quisiéramos y la política dejará de ser una celebración carente de ambivalencias y
cautela; de hecho, la política demostrará ser menos una experiencia mesiánica y más
una vertiente para el debate sólido, la crítica pública y el necesario antagonismo.

La elección de Obama significa que el terreno para el debate y la lucha ha dado un


golpe de timón y, sin duda, es un terreno más fértil. Pero no significa el fin de la lucha.
Sería insensato pensarlo, aunque sea provisionalmente. Seguro que estaremos de
acuerdo y en desacuerdo con algunas de las medidas que tome o deje de tomar. Pero si
la expectativa inicial es que es y será la “redención” personificada, entonces lo
castigaremos sin piedad cuando nos falle (o encontraremos maneras de negar o reprimir
la decepción para mantener viva la experiencia de la unidad y el amor sin
ambivalencias).
Obama tendrá que actuar rápido y bien para evitar una decepción trascendental y
dramática. Tal vez la única forma de evitar un “choque” (una decepción de graves
proporciones capaz de revertir la voluntad política en su contra) sea tomar medidas
decisivas en los primeros dos meses en el poder. La primera sería cerrar Guantánamo y
encontrar maneras de llevar los casos de los detenidos a tribunales legítimos; la segunda
sería fraguar un plan para el retiro de las tropas de Iraq y empezar a ponerlo en marcha.
La tercera sería retractarse de sus beligerantes declaraciones acerca de intensificar la
guerra en Afganistán y buscar soluciones diplomáticas y multilaterales. Está claro que si
no toma estas medidas la izquierda le retirará apoyo y veremos la reconfiguración de la
escisión entre los halcones liberales y la izquierda que está en contra de la guerra. Si
nombra a gente como Lawrence Summers para ocupar cargos en el gabinete o da
continuidad a las fallidas políticas económicas de Clinton y Bush, el mesías será
despreciado como falso profeta. No necesitamos una promesa imposible, sino una serie
de acciones concretas que puedan empezar a revertir la terrible revocación de la justicia
cometida por el régimen de Bush; cualquier otra cosa acabará en una dramática y
trascendental desilusión. La pregunta es cuál es la medida precisa de desilusión que se
necesita para recuperar una política crítica y qué modalidad aún más dramática de
desilusión habrá de devolvernos al intenso cinismo político de los últimos años.

Hace falta salir un poquito de la ilusión para poder recordar que la política no tiene
tanto que ver con la persona y la imposible y hermosa promesa que representa como con
los cambios concretos en el ejercicio político que, con el tiempo y no sin dificultades,
habrán de construir las condiciones favorables a una mayor justicia.[i] En la cultura
política usamericana se denomina efecto Bradley al fenómeno según el cual los
candidatos pertenecientes a una minoría racial suelen tener mejores resultados en las
encuestas que en las urnas. N. de la T.

Traducido por Atenea Acevedo

Fuente: Uncritical Exuberance? Judith Butler's take on Obama

Judith Butler (1956) pertenece al cuerpo docente de la Escuela Europea de Posgrado en


Saas-Fee, Suiza, y profesora de la Cátredra Maxine Elliot en los departamentos de
Retórica y Literatura comparada de la Universidad de California, Berkeley. Es la
académica posfeminista que escribió El género en disputa en 1990 y Cuerpos que
importan en 1994. Ambas obras describen lo que después se convertiría en la teoría
queer. Una de las aportaciones más significativas de Butler a la teoría crítica es su
modelo performativo del género, en el que las categorías “masculino” y “femenino” se
entienden como una repetición de actos y no como absolutos naturales o inevitables.
Butler también argumenta que el movimiento feminista no puede usar o depender de
una definición específica e inmutable de mujer, y que hacerlo es imperialista y
contraproducente, porque perpetúa el sexismo. Además, analiza las formas en que la
raza, el género, la orientación sexual y otras identidades entran en conflicto y se apoyan
entre sí.Atenea Acevedo es miembra de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala, la red de
traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente
a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.

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