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TEMA 1.

- RAÍCES HISTÓRICAS DE LA ESPAÑA


CONTEMPORÁNEA P.A.U. 2009/2010

10.- CARACTERÍSTICAS POLÍTICAS, SOCIALES Y


ECONÓMICAS DEL ANTIGUO RÉGIMEN.

A largo del siglo XVI, la Monarquía Hispánica se estructuró sobre la base de


una serie de niveles administrativos y políticos como el sistema polisinodial (dirigido por los
secretarios), las Cortes del Reino (ya fuera en Castilla o Aragón) y los municipios; creando todo
un entramado institucional que dependía directamente del Monarca (en el siglo XVII esta tarea
de delegó en un valido).

Toda esta estructura política se asentó sobre una sociedad que no varió mucho a lo largo
de la Edad Moderna. Era una sociedad estamental, es decir, se encontraba organizada bajo una
estructura piramidal basada en el privilegio y en la reducida movilidad, y articulada sobre tres
estamentos:

a.- El Estado Llano. Forma por el grueso de la población, estaba sometido al pago de tributos.
Dentro de este se detecta una gran heterogeneidad, ya que se incluían en él desde los mendigos
hasta la burguesía comercial.

b.- La Nobleza. También jerarquizada desde los “Grandes de España” (aristocracia palaciega)
hasta los hidalgos sin fortuna, tenía una serie de privilegios legales (no pagaban impuestos
directos y no eran juzgados por las mismas leyes que el resto) que establecían una barrera con el
resto de la población.

c.- El Clero. Compuesto por las altas jerarquías eclesiásticas (emparentados con la alta nobleza);
que contrastan con un bajo clero, con recursos mucho más modestos; pero con privilegios
legales parecidos a la nobleza.

Durante el siglo XVI, la población registró un crecimiento moderado (pasó de 6


millones a 7,5 millones de habitantes peninsulares), siendo Castilla el territorio más poblado,
mientras que la costa peninsular queda bastante despoblada. Esta situación se invirtió en el siglo
XVII; momento que el crecimiento se estancó (en términos generales había la misma población
al principio que la final del seiscientos) debido a las guerras, epidemias (especialmente de peste),
la expulsión de los moriscos (1609) y la emigración hacia América. El resultado es un
movimiento centrífugo de población dejando el interior peninsular despoblado (salvo Madrid y
Sevilla) para ubicarse la población en las zonas litorales.

También la sociedad manifestó una serie de características que determinaron su


evolución durante el Antiguo Régimen. El estilo de vida nobiliario influyó en toda la población,
lo que provocó un desprecio de las actividades comerciales, artesanales y manufacturas (“vivir
de las rentas”) y una búsqueda o compra de cargos y títulos valederos para conseguir acercarse a
la forma de viva nobiliaria y reflejar un éxito personal y social.

Otro elemento que agravó esta situación fue la implantación de un sistema de valores
asentado sobre el origen de las personas. Acreditar “limpieza de sangre” (no tener ascendencia
judía o musulmana) se convertiría en un mérito muy necesario para escalar socialmente y/o
ocupar un cargo público; esto no hizo sino desprestigiar aún más los oficios manuales y el
comercio, actividades vinculadas tradicionalmente a judíos y moriscos.

Esta situación no cambiaría mucho en el siglo XVIII, ya que la nobleza siguió en la


cúspide social, monopolizando cargos y responsabilidades, manteniendo sus privilegios e
imponiendo su estilo de vida ociosa, criticada por los Ilustrados. También es reseñable la
aparición de un nuevo tipo de nobleza, nobleza de toga, cuyos títulos provienen del éxito que

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han tenido desarrollando todo tipo de actividades económicas, políticas, administrativas o


militares (como por ejemplo José Moñino, conde de Floridablanca).

Respecto del clero hay que indicar que sigue teniendo un papel predominante como
elemento de control de la población (tanto desde el punto de vista estadístico como moral),
especialmente en el mundo rural; aunque su influencia política se verá mermada por las
posiciones regalistas de los Borbones.

El estado llano, que seguirá teniendo que pagar impuestos, evolucionará de manera
diferente en el campo y en la ciudad. En la primera, destacamos la figura del labrador (en la
submeseta norte y pequeño propietario); que contrasta con la del campesino/jornalero
(submeseta sur), que vive de un salario por su trabajo. En la segunda encontramos una
heterogeniedad mayor con funcionarios, artesanos, comerciantes y trabajadores venidos del
campo a probar fortuna en la ciudad (“hacer la Corte”), amén de marginados sociales como
mendigos, proscritos, prostitutas, etc….

Sobre la economía en el Antiguo Régimen debemos diferenciar entre Fiscalidad


(recogida de impuestos) y Hacienda (circulación de bienes). La Fiscalidad durante el Antiguo
Régimen será múltiple y compleja, heredada de la Edad Media (diezmos, pontazgos, portazgos,
derechos de paso y pasto, etc…) y ampliada para dar cabida a nuevas figuras fiscales (servicio
extraordinarios, millones, etc…). Ante la falta de una estructura estatal que recogiese las
exacciones y la falta de liquidez de la Corona, los impuestos solían subastarse entre aquellos que
adelantaban el montante a la Hacienda Real, para cobrarlos posteriormente con margen de
beneficio (encabezamiento). A pesar de los intentos por simplificar las figuras fiscales (Unión de
Armas, Única Contribución, etc…) este sistema de mantendrá hasta el siglo XIX.

Otros elementos que definen la fiscalidad española son los ingresos de la extracción de
metales preciosos en América (Oro y Plata) y los prestamistas (famosos son los Függer y los
Welser en el s. XVI y los banqueros portugueses en el s. XVII), pero debido a los grandes gastos
de la Corona, estos ingresos no fueron suficientes y produjeron bancarrotas (la más famosa por
ser la primera es la 1557).

Respecto a la economía productiva, ésta se asentaba sobre un modelo fundamentalmente


agrario basado en la trilogía mediterránea (cereal, vid y olivo), completado con la presencia de
elementos pecuarios tanto estantes como trashumantes (organizados y protegidos desde la
Mesta). La fuerte llegada de dinero de América y la especulación sobre el precio de los
alimentos (especialmente del trigo y el vino) produjo una fuerte inflación sobre la economía
española al tiempo que se aplicaba un modelo extensivo para incrementar la producción
(roturación de tierras) cuyos beneficios no revertieron sobre la productividad. Esta situación
cambió drásticamente en el siglo XVII debido fundamentalmente a la crisis económica que
sacudió a Europa (y que afectó especialmente a España), las malas cosechas, la pérdida de
población, las epidemias y el incremento de la presión fiscal mostró la debilidad económica de la
agricultura española, que sólo empezó a recuperarse a finales del siglo XVII. Ya en el siglo
XVIII, la productividad de la tierra aumentó (por debajo de lo que había en Europa), facilitando
el crecimiento de la población hasta los 12,5 millones a finales del siglo (influyó también la
menor sangría bélica así como un menor impacto de las enfermedades debido a la mejora de las
condiciones higiénicas); gracias a las pequeñas mejoras impulsadas e introducidas por sectores
ilustrados próximo a este campo (ayudó mucho las Sociedades Económicas, así como el trabajo
de autores como Jovellanos –Informe sobre la Ley Agraria, 1794).

Las manufacturas se concentraban fundamentalmente en las ciudades y dependían de los


gremios, organizaciones cerradas y muy jerarquizadas que establecían las formas de producción,
la cantidad, el margen de beneficios e incluso quién podía practicar el oficio. Esta área
económica sólo se vio alterada en el siglo XVIII con la aparición de las Reales Fábricas,

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impulsadas desde la Corona para crear unas manufacturas competitivas, que fracasaron puesto
que su mercado se limitó a los bienes de lujo. Sólo a finales del siglo XVIII encontramos una
protoindustrialización a nivel textil en Cataluña y a nivel siderúrgico en el País Vasco y Málaga.

Respecto del comercio, este se centró especialmente con América, donde el intercambio
se basaba en productos manufacturados con la Metrópoli (los territorios coloniales no podían
establecer relaciones comerciales con otros países) a cambio de materias primas de alto
rendimiento (palo Campeche, azúcar de caña –melaza-) y metales preciosos (oro y plata). Este
comercio se centro en Sevilla, aunque se beneficiaba todo el bajo valle del Guadalquivir ya fuera
por concesiones o contrabando. Para evitar los ataques piráticos se constituyó un sistema de
flotas y galeones (1561). En el siglo XVIII se abrió el comercio a otros puertos españoles
(Reglamento de libre comercio-1788). Debido a las constantes guerras con países europeos se
resintió la relación comercial, dónde podemos destacar el comercio de vellón (de lana). El
comercio interior fue muy local, restringido por la falta de buenas comunicaciones, un mercado
inadecuado, la manipulación y devaluación de la moneda (especialmente del vellón) y una
dependencia de los productos foráneos.

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