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Estaba recluido en un siquitrico vacacional al norte de Caracas, cuando inadvertidamente me sent frente a un loco -o trastornado, como decan los

enfermeroscuyo cuerpo reproduca sin cesar las oscilaciones del pndulo de Foucault, quizs debido (segn me dijo confidencialmente) a las tres pastillas de Seconal, dos de Sinogan y un Demerol inyectado que le haban suministrado. Aquella dosis era ms que suficiente para dormir a un hipoptamo, de modo que cuando me invit a jugar una partida de ajedrez, no dud en aceptar la fcil victoria que se me ofreca. De inmediato varios internos, atrados por la novedad, comenzaron a rodearnos y a aplaudir con alborozo cada vez que alguno de los dos ejecutaba un movimiento. Pero pocas jugadas despus, desde su adormecido puente de mando, un narcotizado duque de Wellington anunci, con voz apenas audible, un balbuceante: Jaque Mate!, acompaado de una extraa mueca parecida a una derrota. Qu si hay tomate?, pregunt entre brumas napolenicas, tal vez para disimular aquel incomprensible Waterloo. Y desde entonces, una invisible Corte Marcial me exili para siempre de los tableros de ajedrez.

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